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Una pregunta común que se plantean los filósofos, los literatos y los sociólogos de
América Latina es "¿quiénes somos?" Nacido de la perspectiva de la psicología social
sociológica, el tema de la identidad es muy popular entre los grupos políticamente activos
de los psicólogos sociales de estos países (por ejemplo, Salazar, 1983; Montero, 1984;
Martín Baro, 1990; Béjar y Capello, 1986). Esta orientación teórica se remonta a la obra
clásica de Emile Durkheim, quien acuñó el término (conciencia colectiva para designar los
valores, las creencias, las actitudes y las conductas que un grupo social muestra en una
comunidad y que constituyen el fundamento de la identidad social.
La identidad se define simplemente como la experiencia que nos permite decir: "Yo soy
yo" (Fromm, 1982). En una forma más compleja, denota la experiencia del
autoconocimiento consciente, basado en los rasgos y en los atributos que nos hacen
únicos y nos confieren una congruencia, interna a lo largo de la vida. En ambos casos, la
identidad surge de un proceso de interacción social de rflexión y de observaciones
simultáneas durante nuestra existencia: el individuo juzga su yo según como percibe que
los otros lo juzgan a él y se compara constantemente con ellos. Juzga la forma en que lo
juzgan a la luz de cómo percibe el yo, comparándose con otros y con los que son
importantes para él. Es un proceso que se realiza dentro de una estructura social y que es
consecuencia de la interacción entre personas y grupos. La expresión final de la conexión
entre el individuo y su grupo tiene un carácter hereditario fundamental de unidad cultural
compartida entre la identidad del individuo y los ideales y hábitos de su grupo (Erikson,
1968). La identidad social consta de tres componentes básicos: a) el autuconcepto se
forma a partir de la conciencia de pertenecer a un grupo (cognoscitivo); la) la evaluación
en función del valor y de la importancia de poseer cierta identidad, "lo bueno que es
pertenecer a un grupo” (evaluación); c) lo que se siente (feliz, orgulloso, triste,
avergonzado) de ser miembro de un grupo (sentimiento o emoción) (Tajfel, 1982; 1984).
Al replantear la pregunta "¿quiénes somos?" desde el punto de vista de la identidad, nos
percatamos de que formamos parte de un grupo con normas, valores y creencias que
rigen nuestra conducta, e interpretación del mundo. El grupo cobra mayor importancia en
la definición del yo, dado el valor subjetivo de los miembros con quienes compartimos la
identidad social. En este proceso, el individuo define el yo en función de una nación, de
una clase social de de un grupo étnico que vive en un lugar y en un momento histórico
determinados. Un refrán popular mexicano dice: "Dime con quién andas y te diré quién
eres". En conclusión, pertenecer a un grupo se convierte en un estado psicológico que
en lo esencial se distingue del yo individual.
Cuando conocemos la identidad del individuo, podemos predecir quién es y cómo nos
comportaremos de acuerdo con ella. Por ejemplo, atendiendo a la identidad, los católicos
y protestantes de Irlanda se consideran poseedores de una identidad distinta aunque son
irlandeses. Así, esta distinción caracteriza sus relaciones al grado que luchan por mantener
su identidad sin prestar mucha atención a la difícil situación del rival. En los grupos, la
identidad se alcanza cuando los individuos acoplan sus sentimientos, sus valores y
sistemas de creencias a los del grupo. Para formar parte de un grupo se requiere
conservar fielmente sus normas, lo cual produce una sensación de pertenencia a él. En
resumen, la identidad social es más colectiva que personal, se basa en las relaciones
intergrupales y trasciende las interpersonales; se expresa cuando el individuo se comporta
de acuerdo con su pertenencia al grupo.
El yo
Cooley (1902) sostuvo que el autoconcepto se obtiene a través de las relaciones que
tenemos con el ambiente social. A través de estos procesos el yo se construye a partir de
lo que otros piensan del yo y de cómo se comportan con él. En busca del yo sociocultural
de los mexicanos, La Rosa y Díaz Loving (1991) efectuaron una serie de estudios para
obtener una descripción del autoconcepto sensible a la cultura. Realizaron lluvias de
ideas, sesiones de asociación libre y entrevistas de respuesta breve con varios grupos de
estudiantes de enseñanza media y de enseñanza superior, quienes coincidieron en cinco
categorías generales de autoconcepto: física, social, psicológica, ética y ocupacional. En
sesiones ulteriores ofrecieron atributos apropiados y sensibles a la cultura para describir
las cinco dimensiones.
Los mexicanos han adquirido la capacidad y la necesidad de llevarse bien con la gente en
un estilo suave y no confrontacional en el contexto de una filosofía de la vida que impone
la automodificación (cambiar y adaptarse a las necesidades y deseos de los demás) y la
obediencia (obedecer a los padres y a los detentores del poder a cambio de protección, de
amor y atención) como medios apropiados para las relaciones personales. El patrón
permite dedicar buena parte de la vida a las delicias de la interacción humana.
Los atributos sociales de la tabla 1 permiten las relaciones constructivas y adecuadas. Así
pues, desde el punto de vista social hay que ser respetuosos, amables, decentes,
amistosos, agradables, educados, corteses y considerados, pues sólo así nos llevaremos
bien con todos. Además de las características anteriores, un segundo componente social
designa las tendencias expresivas y comunicativas que mostramos al interactuar con la
familia, los amigos y los conocidos (extrovertidos, comunicativos, divertidos, espontáneos,
libres, expresivos, amistosos y sociables). Esta última dimensión se requiere para
interactuar con la familia, con los hijos y la pareja. Hombres y mujeres tienen en el fondo
de su ser una tendencia clara y fuerte, romántica y tierna, afectuosa y cariñosa. Los
progenitores se ganan el respeto y la obediencia cuando cuidan, aman y protegen a sus
hijos; a las mujeres se les describe como irremediablemente románticas y los varones
deberían servirse de su poder y fuerza para proteger, cuidar y amar a su pareja. Esto
explica el predominio del sexismo benevolente en muchas culturas latinoamericanas.
Los patrones de socialización que refuerzan dar amor y recibirlo, que castiga el rechazo y
la hostilidad, crean y favorecen las formas de interacción en que se desarrollan el amor, el
afecto, el interés por los demás, la ternura, el romance y el sentimentalismo.
Otros aspectos del yo reflejan las características necesarias del desarrollo eficiente de las
múltiples fases relacionadas con el trabajo y la educación. En las culturas industrializadas,
estos atributos constituyen la principal fuente de satisfacción y de realización personal.
Los rasgos necesarios para alcanzar el éxito son los siguientes: confiabilidad, trabajo duro,
meticulosidad, capacidad, responsabilidad, eficiencia, puntualidad e inteligencia. Esta
categoría ocupacional, que parece reflejar una sociedad individualista manipuladora, ha
de interpretarse dentro del contexto de una perspectiva sociocultural colectivista. Según
la semántica indígena de la inteligencia de las comunidades nahuas, los progenitores
creen que la inteligencia del niño es sinónimo de obediencia (Torquemada González,
Elizalde Lora, Moreno Martínez, Pérez López, 1994), pues se da mayor importancia al
esfuerzo necesario para trabajar que a las habilidades que diferencian a una persona o
que la confrontan con su comunidad.
La psicología tiene por objeto observar, describir, medir, predecir y hasta controlar la
conducta individual ¿Cómo le ayuda en esta tarea el concepto de cultura? La cultura nos
da un modelo teórico que nos permite explicar cómo los grupos específicos de individuos
han llegado a tener un conjunto común de actitudes, de valores y de conductas sociales y
al mismo tiempo cómo otros grupos poseen un conjunto diferente. La cultura nos sirve
para explicar la variabilidad de las conductas entre grupos y así la que se observa entre los
individuos de esos grupos.
Se han propuesto varios modelos que explican de qué manera la cultura evoluciona e
influye en las actitudes, los valores y las conductas de sus miembros. Casi todos incluyen
factores ecológicos e históricos como elementos del crecimiento y del cambio continuos
de una cultura. Por ejemplo, Triandis (1994) afirma que la cultura es una respuesta
permanente de adaptación del hombre al ambiente físico donde se encuentra. En todo
sistema ecológico, hay un conjunto específico de recursos apropiados al uso humano. Su
disponibilidad moldea los tipos de conductas que emergerán y que permanecerán
exitosamente (Triandis, 1994). Por ejemplo, los que se dedicaban a la caza por tradición se
convertirán exclusivamente en cazadores, porque había animales que podían cazar sin
muchos problemas. De la misma manera, quienes eran agricultores por tradición
contaban con suelo fértil y con condiciones climatológicas propicias para levantar buenas
cosechas. Las conductas premiadas tienden a repetirse al grado de convertirse en
automáticas. De ese modo, los factores ecológicos crean las condiciones de un patrón
cultural, socializador y conductual específico, lo mismo que cierta manera de ver el
mundo. Triandis (1994) señala asimismo que la historia es acaso tan importante como la
ecología por su influencia en la forma en que la gente llega a concebir su cultura y su
persona. Por ejemplo, los británicos han cambiado radicalmente la forma de verse a sí
mismos desde el siglo XIX en que "el sol nunca se pone en el imperio británico” hasta el
momento actual, en que cedieron el último baluarte colonial de Hong Kong.
La investigación transcultural
Se han efectuado numerosos estudios en varias culturas nacionales para reproducir los
resultados obtenidos en los que se efectúan en Estados Unidos. Por desgracia, rara vez
tienen una base teórica que explique las semejanzas y las diferencias de los hallazgos
(Smith y Bond, 1994). Una notable excepción la constituye una serie de trabajos
innovadores realizados por Geert Hofstede (1980). La suya fue la primera investigación
transcultural que propuso una serie de dimensiones psicológicas que explican las
semejanzas y las diferencias en las respuestas de los grupos nacionales.
Retornando a los patrones de los resultados referentes a América Latina, la figura 18-1
muestra una diferencia clara en las dimensiones de individualismo/colectivismo entre las
naciones individualistas de Canadá y Estados Unidos con el resto de América Central y
América del Sur, que tendían a ser colectivistas. Asimismo, todos los países
latinoamericanos menos Costa Rica, con una larga historia de democracia, tenían gran
distancia del poder; en cambio, Canadá, Estados Unidos y Costa Rica tendían a mostrar
una distancia pequeña. En relación con la evitación de la incertidumbre, Centroamérica y
Sudamérica la tenían en un alto grado, mientras que Canadá y Estados Unidos tenían poca
(figura 18-2). No se observó un patrón claro respectos la masculinidad/femineidad en
Argentina, Canadá, Colombia, Ecuador, México, Venezuela; Estados Unidos se
caracterizaba como masculino y el resto de los países como femeninos.
Las cuatro dimensiones descubiertas por Hofstede parecen ser un buen medio para
distinguir las culturas. Pero Hofstede advierte que, al aplicarlas, es necesario evitar la
falacia ecológica, la cual consiste en suponer erróneamente que, como dos culturas
difieren en una dimensión, también dos miembros de ellas diferirán en el mismo aspecto.
Por ejemplo, Estados Unidos es más individualista que Ecuador. Basándonos en las
puntuaciones promedio de ambos países, sería una falacia suponer que un
norteamericano es más individualista que un ecuatoriano.
Esta dimensión es quizá la más difícil de entender para los occidentales por sus aspecto
emic, pero los países que le han dado prioridad muestran un gran crecimiento económico
en los últimos años (Chinese Cultural Connection, 1987).
De acuerdo con Marín y Marín (1991), los siguientes valores culturales caracterizan a la
población hispana.
Colectivismo
Hofstede (1980), así como Marín y Triandis (1985) afirman que el colectivismo (llamado
también alocentrismo cuando se aplica a los miembros de una sociedad) es un valor
hispano básico. Se acompaña de interdependencia personal, dependencia del campo,
conformidad, susceptibilidad de ser influido por otros, empatía mutua, confianza y
disposición a sacrificarse por los miembros del grupo (Marín y Triandis, 1985). Se ha
demostrado que, por su carácter colectivista, los hispanos prefieren las relaciones
personales en los grupos que son afectuosos cariñosos, íntimos y respetuosos; por su
parte, los blancos no hispanos prefieren las relaciones superordenadas y de confrontación
(Triandis, Marín, Hui, Lisansky y Ottani, 1984). En aspectos importantes la característica
colectivista de la cultura hispana se distingue de la cultura norteamericana, individualista
competitiva y orientada al logro.
Simpatía
"Se dice que la simpatía es un guión cultural de los hispanos (Triandis, Marín y Betancourt,
1984). Es la tendencia general que pone de relieve la conducta positiva en situaciones
agradables y la evitación del conflicto interpersonal y de las conductas negativas. Resalta
la necesidad de comportarse en forma cortés y respetuosa; desalienta la crítica, la
confrontación y la asertividad. Con ello se propone favorecer relaciones agradables,
sociales y placenteras. Por ejemplo, una expresión de la simpatía sería la siguiente: los
hispanos acostumbran ofrecer café o un bocadillo al investigador que acude a su casa a
efectuar entrevistas domiciliarias.
Familiarismo
Se dice que este valor es uno de los que mejor definen la cultura hispana (Moore, 1970).
Es un valor consistente en una sólida identificación y apego del individuo a su familia
nuclear y a su familia extendida, con profundos sentimientos de lealtad, de reciprocidad y
solidaridad entre los miembros (Triandis, Marín, Betancourt, Lisansky y Chang, 1982). Se
ha demostrado que comprende tres tipos de orientaciones axiológicas (Sabogal, Marín,
Otero-Sabogal, Marín y Pérez-Stable, 1987): 1) percibir la obligación de dar apoyo material
y emocional a la familia extendida; 2) utilizar los recursos de los parientes para ayudar y
apoyar; 3) utilizar los parientes como modelos de conducta y de actitudes.
Espacio personal
Orientación en el tiempo
Se dice que los hispanos conceden más valor a la calidad de las relaciones interpersonales
(tiempo de eventos) que al momento en que tienen lugar (tiempo cronológico). A veces se
considera que este valor cultural se traduce en impuntualidad de las citas (Levine, West y
Reís, 1980) o en juzgar erróneamente el tiempo dedicado a una actividad (Holtzman, Díaz
Guerrero y Schwartz, 1975).
Roles sexuales
Igual que otras culturas, los hispanos realizan conductas relacionadas claramente con el
sexo, que se juzgan apropiadas a hombres o mujeres. Los roles sexuales tradicionales de
los hombres son fuerza, control y la capacidad de proveer el sustento de la familia
(machismo); se espera que la mujer sea sumisa, sin poder y sin influencia (Heller, 1966;
Madsden, 1961). Los roles sexuales pueden cambiar, la investigación revela la ausencia del
dominio del hombre en la toma de decisiones conyugal (Cromwell y Ruiz, 1979).
Como señalamos al inicio del capítulo, casi todo lo que sabemos de la psicología social
proviene de investigaciones hechas por psicólogos europeos o de América del Norte. Al
formular sus teorías siempre han empleado las suposiciones no demostradas que se
formaron en sus propias culturas (Ichemheiser, 1949, 1979) y que han originado teorías
que se centran en constructos del mundo occidental y en una perspectiva de él.
Como acabamos de ver, hay otra perspectiva opuesta no occidental. El resto de las
culturas, que constituyen cerca del 70% de la población mundial (Trianclis, 1995), tienen
una orientación más colectivista. Ponen de relieve los procesos externos del individuo
como elementos esenciales para entender la conducta: pertenencia a un grupo
(autodefinición, valores, normas y necesidades del grupo) y el contexto de la actividad.
Autoconcepto
Otra descripción distinta del "yo" destaca la conexión o interdependencia del individuo
con otros y su estatus como miembro de una unidad más grande. A este concepto Markus
y Kitayama (1991) le dan el nombre o interdependiente. Tener un yo interdependiente
significa considerarse como parte de un tejido social donde la vida se centra en
pertenecer, encajar, mantener la armonía, mostrar empatía, realizar las acciones
adecuadas y contribuir a la obtención de las metas ajenas. Existe la preocupación,
constante por ocupar nuestro lugar, por relacionarse bien con quienes son importantes en
nuestra vida para cumplir las obligaciones y crear otras. En general el objetivo central es
llegar a participar en las relaciones interpersonales.
Por lo regular, a las relaciones se les considera fines y no medios para alcanzar las metas
individuales. Mantener contacto con otros significará una conciencia continua de las
necesidades deseos y metas de los otros; de modo que ayudarles a cumplir sus deseos es
parte necesaria de lograr lo mismo nosotros. La suposición de una relación
interdependiente es que, mientras promovemos las metas de otros, ellos también nos
ayudarán a conseguir las nuestras.
Sin embargo, ello no significa que las personas no piensen que sus acciones provienen de
ellos. Simplemente optan por ejercer autocontrol sobre sus metas y emociones, por
adaptarse a las contingencias interpersonales. La capacidad de adaptarse en el dominio
interpersonal quizá sea una causa importante de la autoestima y la forma especial en que
nos ajustamos a las contingencias sociales que pueden favorecer el sentido de
singularidad del individuo.
Autodescripciones
Se interpretó que los resultados indicaban que es artificial pedirles a sujetos japoneses
una descripción global de sí mismos fuera de contexto. Están mucho más acostumbrados
a reflexionar y a caracterizar su conducta en situaciones sociales concretas. En cambio, los
estudiantes estadounidenses se sienten mucho más cómodos con las descripciones
abstractas de sí mismos en situaciones sociales concretas y tienden a matizarlas
estipulando que no debe suponerse que son siempre "iguales".
Descripciones de otros
Teoría de la atribución
La teoría de la atribución fue formulada como un modelo para interpretar las causas de la
conducta de los otros. Esta teoría (Jones y Davis, 1965) generalmente explica cómo
utilizamos la conducta ajena para identificar rasgos internos estables que no cambian de
una situación a otra. La atribución interna frente a la externa constituyen elementos
esenciales de la teoría, porque indican el origen de la conducta y ayudan a asignar la
responsabilidad de las consecuencias subsecuentes; por ejemplo, ¿a quién se atribuye el
crédito de un resultado positivo y a quién se culpa por un resultado negativo?
¿Reprobaron los alumnos el examen de matemáticas porque son tontos y porque no
estudiaron (causas internas) o porque el examen no estaba bien redactado y el
compañero de cuarto estuvo enfermo toda la noche y no pudieron estudiar (causas
externas)?
La teoría ha detectado ciertos prejuicios en la forma de realizar las atribuciones. Por
ejemplo, el error fundamental de atribución (Ross, 1977) es un principio general de que
estamos más propensos a hacer atribuciones internas sobre las causas de la conducta
ajena. El efecto de actor observador (Jones y Nisbett, 1971), otro prejuicio muy afín, es la
tendencia a atribuir nuestra conducta a factores externos y situacionales, y la conducta
ajena a factores personales internos. Finalmente, la autoprotección o autoservicio (Brown
y Rogers, 1991; Miller y Ross, 1975) es la tendencia a atribuirse el crédito (atribución
interna) por los resultados positivos y a atribuir los resultados negativos a causas externas.
La suposición de que la predisposición interna del individuo puede ser la causa primaria de
sus acciones parece ser un punto ele vista muy occidental. La teoría de atribución predice
muy bien la conducta de las personas con autoconceptos independientes; pero sería
razonable suponer que los miembros de sociedades interdependientes no occidentales
tenderían mucho menos a efectuar atribuciones internas, ya que esa conducta suele
depender del contexto y de la ocasión. La investigación reciente confirma que las
atribuciones hechas por integrantes de culturas no occidentales suelen ser más
externas/situacionales (Morris y Peng, 1994). Además, la investigación con sujetos
norteamericanos indica que los individuos con autoconcepto interdependiente están
menos dispuestos a realizar atribuciones internas de rasgos que los que tienen un
autoconcepto independiente (Newman, 1993).
Los miembros de las culturas colectivas desean más obrar "adecuadamente" (según las
condiciones de la situación) que "mantenerse fieles" a sus opiniones o actitudes
personales; de ahí que se observe menor congruencia entre las actitudes y conductas
personales que las culturas individualistas. Las personas interdependientes sí poseen y
expresan atributos internos, pero piensan que son propios de la situación y por lo mismo
poco confiables. Por ejemplo, un ideal de la sociedad japonesa es la subordinación
voluntaria de los atributos internos (Markus y Kitayama, 1991). Por tanto, la congruencia
entre lo que ocurre dentro de una persona y su conducta externa no parece tan
importante para los individuos con un yo interdependiente como para los de un yo
Independiente.
Teorías de la consistencia
¿pero qué sucede si los estados internos influyen poco en la conducta y si la consistencia
no se considera un atributo importante? ¿Se cumple la teoría en tales circunstancias?
Según Markus y Kitayama (1991), las, opiniones y las actitudes de los individuos, con un yo
interdependiente no se consideran atributos importantes del yo y se cree que los
sentimientos personales se regulan conforme a las exigencias de la situación. Doi (1986)
señala que a los ciudadanos norteamericanos les preocupa más la congruencia entre los
sentimientos y las conductas que a los japoneses. En Japón, no se considera virtuoso a
quien expresa sus sentimientos; por el contrario, la virtud consiste en controlar su
expresión.
También parece haber evidencia de que a las culturas no occidentales no les preocupa
tanto la consistencia entre actitudes y acciones como a las occidentales.
Por ejemplo, Triandis (1989) menciona un estudio de Iwao (1988), en que a unos sujetos
japoneses y norteamericanos se les preguntó cuál será la respuesta correcta en una serie
de escenarios. En uno de ellos, la hija lleva a casa una persona de otra raza. Una de las
posibles respuestas del padre era "pensó que nunca les permitiría casarse, pero les dijo
que respaldaba su decisión de casarse". Esta respuesta la clasificó como óptima el 44% de
los sujetos japoneses, pero apenas el 2% de los norteamericanos le dio esa evaluación. El
48% de ellos le dieron la puntuación más baja, mientras que apenas el 7% de los
japoneses la consideraron la peor respuesta. Este hallazgo refuerza la idea de que los
japoneses se comportarán en una forma "apropiada a la situación" (conocer la respuesta
deseada y emitirla), a pesar de que la respuesta es totalmente incompatible con sus
pensamientos y sentimientos reales.
En resumen, al parecer las teorías occidentales de la consistencia cognoscitiva tal vez no
predigan las actitudes ni las conductas con la misma exactitud para los individuos con
autoconcepto interdependiente que para los que tienen un autoconcepto independiente.
La función de las actitudes personales es menos importante en el autoconcepto y como
determinante de la conducta en los individuos interdependientes en comparación con
independientes. Defender algo en lo que no creemos podría causar disonancia en los
segundos, pero probablemente cause poca en los primeros por la tendencia a restarle
importancia a las actitudes personales cuando se determina la conducta.
Las contradicciones entre conducta y exigencia de la situación, más que entre conducta y
actitudes, tenderá más a originar un estado motivacional negativo (vergüenza, quizá). Es
un estado que probablemente impulse al individuo a armonizar su comportamiento, con
"lo que se espera" en la situación.
Actitudes
Se dice que las actitudes son juicios evaluativos duraderos sobre los objetos, las personas
y las ideas. Han captado el interés de los psicólogos sociales occidentales porque se cree
que son precursores de la conducta.
La explicación de este capítulo indica que la idea de que las actitudes internas son un
medio confiable de precedir la conducta sólo tiene importancia en las sociedades
occidentales (véase teoría de la atribución en una sección anterior). Las personas
colectivistas o con un ego interdependiente no piensan que sus actitudes internas influyan
mucho en su conducta, y tienden menos a creer que la conducta de los demás
corresponde a sus actitudes internas (Kashima, Siegel, Tanaka y Kashima, 1992). Se
considera que la situación y el contexto donde tiene lugar la conducta son factores mucho
más importantes.
Por el contrario, no existe una distinción clara entre el "yo" y "otros" en las sociedades
colectivistas, lo mismo que en quienes tienen un yo interdependiente. Los individuos se
definen como parte de un tejido social donde lo esencial está constituido por la
pertenencia, el ajuste, el mantenimiento de la armonía, el ser empático, la realización de
las acciones apropiadas y el contribuir a conseguir las metas de otros. Una preocupación
constante es ocupar el lugar que nos corresponde y convivir en armonía con personas
importantes en nuestra vida (nuestro grupo).
Los grupos en que participa la gente en las sociedades colectivistas suelen ser más una
parte permanente de su vida (Hui, 1990). Las personas inter dependientes tienden a tener
vínculos de toda la vida y lealtad con la familia extedida, con las organizaciones de trabajo
con los grupos estudiantiles u otras asociaciones laborales. De hecho, una parte
importante de la identidad social del individuo es su lugar en la familia y en las
organizaciones de trabajo. Por eso en Asia las tarjetas de negocios ocupan un lugar tan
importante en el ritual de presentación. La gente respeta a las personas si sabe “quiénes
son”. En el mundo japonés de los negocios, "quién es usted" es lo más importante (un
representante de la empresa), después el puesto que se ocupa en la estructura
organizacional y, finalmente, el nombre y la identidad personal del individuo.
Relaciones intergrupales
Según Triandis (1994), cuando pensamos tener un "destino común" con otros, tendemos
definirlos como pertenecientes a nuestro grupo. En las culturas colectivistas como Japón
algunos grupos como los de estudiantes, de vecinos y compatriotas constituye grupos
importantes. Son mucho menos importantes en las culturas individualistas como Australia
(Mann, Raclford y Kanagawa, 1985).
Favoritismos en el grupo
Justicia distributiva
Ayuda
En todas las culturas se tiende más a ayudar a los miembros del propio grupo que a los de
otros grupos, pero la diferencia de la probabilidad de ayudar en ambos casos es mayor en
las culturas colectivistas que en las individualistas (Triandis, 1994).
En una cultura colectivista más que en una individualista, la gente tiende a sentir la
responsabilidad moral de ayudar a quien lo necesite. Miller, Bersoff y Harwood (1990)
presentaron diversos escenarios a muestras de indios y de ciudadanos norteamericanos,
en donde quien pedía ayuda era: 1) un pariente cercano, 2) un amigo y 3) un extraño; y las
necesidades eran: 1) extremas, 2) moderadas y 3) pequeñas. Todos se dijeron dispuestos
a ayudar en la condición de necesidad extrema. En la condición de poca necesidad en que
un amigo pedía al sujeto dejar de leer un interesantísimo libro y decirle cómo llegar a una
tienda, el 93% de los indios pensaba que el amigo tenía la obligación de ayudar, pero
apenas el 33% de los ciudadanos norteamericanos aceptó esa idea.
Estereotipos
Hoy se sabe que el estereotipar es un proceso natural del pensamiento (Brislin, 1993) y,
pese a que se ve con majos ojos en las culturas individualistas, tiende a prevaler más en
las culturas colectivistas donde también es más aceptable. Quizá los estereotipos son más
funcionales cuando se aplican a las colectivistas. Los individualistas tratan de acentuar las
diferencias entre sí y los colectivistas celebran los aspectos comunes. En las sociedades
colectivistas se establecen claramente normas y roles y se cumplen, por lo cual la
conducta pública mostrará menos variabilidad. Por tanto, al predecir la conducta en ellas,
un estereotipo de grupo podría ser un buen predictor de conductas públicas importantes.
Resumen
En este último capítulo del libro, hemos procurado destacar el trabajo que queda por
hacer. En los últimos cien años, la trayectoria de la psicología en general y de la psicología
social en particular fue fijada por los pensadores de Estados Unidos y de la Europa
Occidental. Avanzaron mucho en la identificación y en la definición de los mecanismos que
moldean la conducta humana, pero muchas de sus teorías están vinculadas a una cultura
en particular. No han tenido éxito total los programas que buscan reproducir las
aportaciones de la psicología social. Dos grupos de investigadores en distintos contextos
culturales apenas si lograron reproducir cerca del 50% de los estudios (Amir y Sharon,
1987; Rodríguez, 1982).
Confiamos en que el lector se percate de que, cuando cruzamos las fronteras culturales,
enfrentamos nuevos desafíos a nuestra comprensión ele la conducta humana. Las
suposiciones básicas que se hacen en una cultura tal vez no sean aplicables en otra.
Puesto que vivimos en un mundo cada vez más pequeño por las comunicaciones, hemos
ele conocer mejor el resto de la población con la cual compartimos nuestro planeta. Y
para ello, nada mejor que una perspectiva transcultural.