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JOSÉ JOAQUÍN SALAZAR FRANCO

(Cheguaco)

ALGUNAS
TRADICIONES
MARGARITEÑAS

Tacarigua de Margarita 1991


DEDICATORIA

A mi mujer, a mis hijos


y a mis nietos, integrantes de tres
generaciones de nativos
de “La Tacarigua de Margarita”
centro de estas descripciones.
PREÁMBULO
Hace ya mucho tiempo, tanto que casi se nos escapa de la memoria, que nos dedicamos a trabajar tesoneramente
con el propósito de hacer conocer los valores ancestrales de la Isla de Margarita , sus costumbres autóctonas y
sus su temas populares, que es como decir, tratar de enaltecer a la Paraguachoa mestiza en su máxima expresión
humana y espiritual.

En ese afán sin limites, hemos recorrido los distintos caminos de la Isla, de Norte a Sur y de Este a Oeste.
Hemos andado y desandado los pueblos y ciudades y nos hemos internado por trochas y veredas. Hemos tenido
la dicha de conversar con gente de todas las edades, de todos los sexos y de todas las condiciones sociales y
culturales, de manera especial, con los ancianos y con los conocedores de la problemática insular.

De allí que hayamos podido recoger un material interesantísimo y excepcional, de donde hemos hecho análisis y
sacado conclusiones, para darle una ligera forma literaria y lanzarlo a la luz pública, sin necesidad de transcribir
totalmente las distintas versiones escuchadas y sin mucho menos dañarle su verdadera esencia ni su originalidad

Por tales atrevimientos, - si así se le puede considerar-, pedimos disculpas a los suministradores de los datos,
como también al público lector, quienes deben estar en la capacidad de comprender, que jamás de los jamases,
hemos tenido la más leve intención de obrar de mala fe para dañar lo nuestro, sino siempre con el sano y noble
propósito de exhibir a la luz meridiana de la verdad, las más significativas huellas del pasado ingenuo, tal y cual
ha venido pasándose oralmente de generación, en generación hasta nuestros días, y de hacer la lectura un medio
de comunicación más cordial, más amena y menos complicada, cansona y fastidiosa
Son tantas las tradiciones Margariteñas con que nos hemos tropezado y puesto al descubierto que sería muy
dificil o casi imposible recogerlas en un solitario volumen lo que nos ha dado pie para que nos hayamos
decidido a seleccionar unas pocas de carácter más o menos espiritual con las cuales hemos conformado esta
obra, que sólo para darle un nombre, hemos titulado "ALGUNAS TRADICIONES MARGARITEÑAS" las
cuales deseamos, que fuesen, si no del agrado Público, al menos aceptada por propios y extraños.

CHEGUACO.
EL FOLKLORE
ESPIRITUAL-MENTAL
MARGARITEÑO:
El Folklore Espíritual-Mental Margaríteño es riquísimo. Viene desde que el mundo es mundo, como
dirían los viejos. Los primitivos pobladores guaiqueríes de la Isla lo venían trasmitiendo de generación en
generación en forma oral. Se complementó con la llegada y dominación de los españoles y la traída de los
negros africanos. Se continuó amasando durante el mestizaje, con cada una de las corrientes étnicas que fueron
entrando por los distintos caminos del mar de Las Antillas y entronizándose en este Paraíso del Caribe, de la
Tierra de Gracia.
Así ha llegado a nuestros días, despojado de algunas cosas superfluas que no pudieron soportar los
embates destructores del tiempo, pero afincado a otras que se les fueron agregando con el transcurrir de los
años. Los mitos y las creencias, las consejas y las leyendas, los fantasmas y los aparecidos, son parte substancial
de ese mismo folklore que podemos catalogar para su mejor estudio y clasificación como del grupo " Anímico",
o sea relativo al alma, al igual que la fe ciega en la procedencia celestial de la Virgen del Valle y del Santísimo
Cristo del Buen Viaje, y de los poderes terrenales de la Cruz del Cielo, de la Mano Poderosa y del Ojo de Dios,
de los santiguaos y los ensalmes; las supersticiones indígenas en los poderes sobrenaturales del Sol y de la Luna,
de las aguas y el viento, de las estrellas, de los eclipses, de los cometas, de los truenos y de los rayos, que
todavía se mantienen frescos entre muchísima gente; el dios del cristianismo traído por los “descubridores" y el
amor y la veneración a sus santos, santas y divinidades, siguen arraigadas en el alma y en el corazón de las
grandes mayorías populares; las procesiones de Imágenes y el uso de escapularios y de Cordones de San Blás,
continúan vigentes, pese al paso del tiempo; las reliquias, los amuletos y talismanes, los ensalmes, los velorios
de canto y las velaciones de muertos, son mezcolanzas o híbridos de varias creencias que no se sabe a ciencia
cierta, quienes, cuando ni donde las iniciaron, pero que el pueblo en su verdadera esencia sigue manteniéndolas
y trasmitiéndolas de unos a otros, ya no sólo en forma oral, sino hasta por los medios más modernos o
sofisticados. Todas estas manifestaciones espontáneas, sencillas e ingenuas, han venido a formar parte
insoslayable de la verdadera idiosincrasia del pueblo marganiteño y de su permanente presencia cultural, y como
tales, valdría la pena preservarlas de cualquier asechanza o intromisión extranjera o nacional, que pretenda
defórmarlas, bien agigantándolas o empequeñeciéndolas.
El Folklore "Espiritual-Mental" margariteño es nuestro, tal como lo es el musical, el social y el material o
"ergológico". Es parte de nuestro ancestro. Está consustanciado con la fe del insular. Se ha ido formando
pacientemente a través de los siglos, mediante influencias de vanas culturas que han logrado mezclarse
definitivamente para darle origen y formar un solo cuerpo con vida y con características propias, ahora muy
difícil de descomponer y mucho menos de desarticular para buscarle una paternidad preferencial. Por lo tanto no
es lógico, ni mucho menos recomendable que a estas alturas, se pretenda seguir inyectándole nuevas fórmulas,
que en vez de mejorarlo lo que podrían lograr es descomponerlo y dar al traste con él, queriendo o no queriendo,
con mala intención o sin ella.
El Folklor "Espiritual-Mental" margaríteño, es tan inmensamente grande, que serían imposible definirlo en
pocas líneas, ni mucho menos encerrarlo entre cuatro paredes, ni sacarlo de cuajo, ni desprenderlo de raíz de la
conciencia del pueblo, que lo mantiene y lo nutre, lo quiere y lo defiende, con una querencia que desborda todos
los sentimientos del alma; además; porque sería matarlo, y matándolo se cometería la más grande e
imperdonable de las injusticias y por ende, hoy por hoy, la más descomunal de las inconsecuencias.
LA VERDADERA IDENTIDAD
MARGARITEÑA

MARGARITA: "La Paraguachoa de los Guaiqueríes", "La Isla de Las Perlas", "El Paraíso del Caribe”,
La Perla de Oriente", "La Mano de Dios tendida a flor de agua", "El inmenso cetáceo varado a 4 leguas de la
costa", "La Nueva Esparta", -como tantas veces ha sido nominada con acierto por propios y extraños-, es una
región privilegiada por la naturaleza. El Divino Hacedor como si se esmero en volcar su cornucopia de
maravillas sobre este pedazo de tierra. Su clima acogedor y benigno. El aire yodado del mar que reconforta los
músculos ateriados por el cansancio. La amabilidad y campechanería de su gente, la tez canela de sus mujeres y
el cuerpo broncíneo de sus pescadores que recuerdan a la raza ancestral. El verdor de sus huertas y la sabrosuras
de sus frutos. El aroma de sus jardines y la magestuosidad de sus montañas. Sus playas, de fondos limpios y de
aguas mansas. Sus oleajes oceánicos. Sus auroras y sus crepúsculos marinos. Sus lagunas bordeadas de
manglares que invitan al amor y al placer, con sus canales naturales de aguas cristalinas que dejan observar
tranquilamente el mínimo movimiento de los peces y la magnitud de los ostrales. Sus vestigios de la cultura
ahorígen: su cerámica, sus hamacas, sus chinchorros, sus sombreros de cogollo, sus mapires, sus esteras y sus
maras. Sus recuerdos de] pasado histórico donde el nativo defendió palmo a palmo su pedazo de suelo y dejó
impreso en la letra imborrable de la perennidad su valor espartano. Sus castillos, sus murallas, sus baterías, sus
iglesias, sus antiguos conventos , sus imágenes milagrosas. Sus santuarios, su venerada Virgen del Valle y su
Cristo del Buen Viaje, reducto de una creencia y de una tradición. La cercanía entre sí de sus ciudades y
pueblos. Las diferentes modalidades observadas entre unos y otros. La laboriosidad de sus hijos. Sus tiendas
típicas pioneras del comercio de la artesanía popular. Sus manifestaciones folklóricas: los velorios, los
galerones, los polos, las gaitas y gaitones, las malagueñas, las jotas madrugadoras, las zumbaquezumba o
zumbadoras, las sabanablancas, los puntillantos o puntos marineros, los motivos guaqueríes. Los carnavales.
Las festividades patronales. Las parrandas, los aguinaldos, las diversiones de pascuas: hermanos de "El Carite",
de "El Robalo", de "La Burriquiita", de "Los Chimichimitos", de "El Pez Nicolás". Los bailes y las danzas
típicas. Los juegos infantiles: El Sepeserepe, La Pava Loca. El Tamboré, La Ronda, La Cinta Verde, La
Candelita, La Balasentá, El Cucambé, El Fardo, El Talión, El Tibiribirón, El Zapizapato, El Pirinduñe, La
Candelita, La Cañabereca, El Negro Negrito, Las Tinajitas, El Mar come su Bocao. Sus mitos y sus creencias:
La Tucuchita de la Virgen, Los Pájaros del Diablo, Las Animas Benditas del Purgatorio, La Chinigua, La
Llorona, La Colmillona, Los Duendes, Las Sirenas, El Chivato, La Gallina Sacada y la Puerca Parida, La Mula
Maniá, El Muerto Cazador, Los entierros de Vigía, El Milagro del Diablo, IR¡ Maldiojo y el Secreto del San
Tiguao. Sus Leyendas: La Cueva del Piache, La Santa Paraulata, La Cueva del Bufón, El Angel de Piedra, La
mata Mujer, El Fantasma de Macanaíto, El Misterio de las Ballenas, El Santo Aparecido, El Milagro de Santa
Ciciaca, El día del Juicio, Los Túneles de La Asunción, El Tirano Aguirre, El Acabamiento del Mundo, Los
Mágicos, El Gallo de la Pasión, La Iguana que le habló a Gabino, El Pájaro de Geminiano. Su antigua
manera de vestir: el saco y la saya, la tabacalera y la pava femeninas; el ajustado pantalón y el camisaco, la
alpargata y el sombrero de cogollo masculinos. Los sancochos conuqueros y playeros, con chaco, plátano verde,
auyama, ocumo, pericaguara, lechosa tierna chimbombó, pepino, ají dulce, tomates, culantro, con carne o
pescado fresco, salpreso o salado. Las casas de bahareque, techo de tejas y piso de tierra apisonada Los Trenes,
mandingas, filetes, tarrayas, nasas, palangres y anzuelos, con sus cayucos, canoas, curiaras, botes, piraguas,
luchas y trespuños de la pesca artesanal. Su flora y su fauna marino y terrestre y cuantas y cuantas otras cosas
acutóctonas recalcan la verdadera identidad de Margarita y su propia idiosincracia que actualmente están
defendiendo contra viento y marea sus auténticos hijos, ubicados en sítios estratégicos como la Dirección de
Cultura del Estado, la Federación de Centros Culturales" ( Fedecene ) y otras agrupaciones diseminadas dentro y
fuera de la Isla, de las garras del modernismo exótico y de la transculturación incontrolada que tiende a
transformarla en "Bazar de Baratijas” en "Mercado Persa”, en "Moderna Fenicia" en otra" Babel " o en la
"Sodoma Americana", cambiándole su imagen y haciéndole perder su identidad en nombre de un descontrolado
y ficticio progreso popular.
De allí el gran trabajo planteado y la necesidad de hacer conocer por todos los rincones de la " Patria
Grande " la verdad verdadera de lo que está sucediendo en la " Isla de la Perlas " y de lo que es la auténtica e
inconfundible identidad de la " Patria Chica".
EL MATRIARCADO EN MARGARITA
En Margarita el matriarcado ha sido tradicional, y a mucha honra. En Margarita el matriarcado viene
desde época inmemoriales como lo sostienen hasta los más conspícuos investigadores.
En Margarita el matriarcado se remonta mucho más allá del arribo de los expedicionarios españoles a esta
tierra de gracia, en el año 1.498 según unos o en 1.495 según otros. En Margarita las mujeres han mandado
"Desde que el mundo es mundo", como podrían decir los más aferrados defensores de la tradicionalidad.
En la Paraguachoa de los guaicos o guaiqueríes antecesora de la Margarita caribeña, había Cacicas y
"Cacica de Cacicas" según el decir de los historiadores. A esas guaicoras elevadas a la categoría de cabezas de
comunidades, de grupos de comunidades o de la ínsula en general, los españoles les fueron quitando sus
primitivos nombres y las fueron bautizando con los que ellos trajeron en sus alforjas y en sus santorales de
allende los mares. A la que exhibía mayor jerarquía entre todas, que era la que residía en Paraguarime,
Paguarimo o Palguarime como se le dice ahora, la llamaron Isabel y por sus bellezas naturales o por sus
bondades espirituales, un Gobernador la hizo suya y logró que le pariera un hijo a quien le puso por nombre,
Francisco Fájardo como él, y el cual vino a ser con el andar del tiempo el fundador del hato de San Francisco en
el Valle de los Caracas que dio origen a la actual capital de la República de Venezuela.
A otras que estaban radicadas en los poblados de Tacarígua o Tacariba, Charaguarey, Arimacoa,
Mampatare, Cupey, Tamoco, Guaitoroco, Paraguachí y Macanao, las llamaron: Francisca, María, Ana, Juana,
Carmen, Rosa, Juliana o como,a ellos les vino en ganas; las hicieron también suyas, les arrebataron cuanto tenía
de valor material, pero nunca les pudieron despojar de sus sentimientos, de sus dones de autoridad, de sus
condiciones de gentes ni de su "Matriarcado” o lo que es lo mismo, de su predominio de autoridad que
ostentaban y que se ha venido traspasando en generación de unas a otras, como timbre de orgullo.
En tal sentido a las mujeres margariteñas tienen que reconocérseles, como a ningunas otras del país, que
han sido madres en muchas condiciones y en diferentes demostraciones: para engendrar, madres para parir,
madres para criar, madres para ordenar, madres para conducir a la prole, madres para aconsejar y madres hasta
para buscar el sustento si fuese necesario; esto sin subestimar a nadie ni herir susceptibilidades, ni mucho menos
engreirse ni darse ínfulas de extraordinarias mandamases.
De allí que el "Matriarcado" es un patrimonio cultural margariteño, que nada ni nadie podría
desconocérselo, ni arrebatárselo, así llueva, truene o relampaguée.
EL DÍA DE AÑO NUEVO
EN EL TIEMPO DE ANTES.
Tradicionalmente en Margarita los últimos minutos del año eran de recogimiento. Las calles se tornaban
solitarias. La gente se reunían en sus habitaciones para despedir al viejo y recibir al año nuevo. Solamente al
campanero, si lo había, al policía o al comisario se les permitía estar fuera de los hogares para cumplir el
mandato que les correspondía, como era cerciorarse de la hora del "Fin y la llegada del año", por medio del
reloj, si lo tenían o de la señal de cacho o de botuto trasmitida desde un punto distante y repetidora de otra que
obtenía de algún pueblo lejano, para disparar el cañón una o más veces y echar al vuelo las campanas en un
repíque alegre y largo, aunque ensordecedor, anunciador de que ya había "Partido el año".
En ese instante empezaban las cruzadas de brazos sobre el pecho y las bendiciones de los mayores hacia
los de menor edad. I comenzaban a escucharse los llantos y a derramarse lágrimas por los muertos de la familia
o por los ausentes que no tuvieron la dicha de hacer el acompañamiento o las estridentes rizotadas de alegría por
encontrarse todos juntos. Desde ese momento apreciábanse los abrazos, los besos, las palmaditas en la espalda y
las consabidas frases "Feliz Año Nuevo" con que todos se saludaban aunque tuviesen las relaciones medio
cortadas y las volvieran a seguir teniendo después de las felicitaciones. Aquello era como un momento de
amnistía espiritual a la cual todos los mortales tenían que acogerse.
En las mesas se colocaban los ricos manjares de los poderosos y acaudalados o las raciones misérrimas de
los humildes y desamparados de la fortuna, en demostración de que Dios sabría mantener el pan de todo el año.
Las bebidas volvían a aparecer con profusión y todo lo que se había podido acumular como obsequio para los
presentes y para los visitantes. Los pasteles de cochino, de cachicamo o de gallina, los dulces de lechosa, de
guayabas, de cerezas o de jobos eran una obligatoriedad en señal de la dulzura que debería reinar por mandato
divino. Los tragos embriagantes y espirituosos no podían pasar por desapercibidos ni renunciarse en esos
trances, porque era chocar con la cordialidad que el Todopoderoso se servía imponerles, y así sucesivamente a
cada cosa se le daba un significado que había venido trasmitiéndose de generación en generación en forma oral
y respetándose como ley natural.
La música y los cantos volvían a escucharse entre las casas.las parrandas volvían a recorrer las calles y
caminos. Los cuatros, las maracas, los charrascos, los cumbios los furrucos, los tambores, los triángulos, las
guitarras, las bandolas y los bandolines eran los instrumentos de rigor. Los aguinaldos, los polos,las gaitas, las
malagueñas, las zumbaquezumbas, las sabanablancas y las jotas madrugadoras, eran las tonadas favoritas.
Cantaban los que sabían y hasta los que no sabían, en son de cordialidad y de camaradería Las diversiones y los
bailes populares empezaban con la madrugadita y se llevaban todo el día y parte M otro si aún era posible. Ni
las mujeres ni los niños ni siquiera los lísiados se salvaban de esas festividades, No habían puertas que se
cerraran ni boquetes que se taparan para impedir el paso a los parranderos, porque ya aquello estaba
predestinado así por el Ser Supremo.
Por otra parte, los ricos como ricos y los pobres como pobres, lucían sus mejores perchas en ese día, sin
importarles que las estropearan. Para eso era día de Año Nuevo que era como decir día de alborozo, de
reconfortación y de jolgorio. Todo mundo se preocupaba por tener algo que estrenar en esa memorable fecha, Sí
no el Flux o la " muda " completa aunque fuese parte de ella o una prenda cualquiera por insignificante que
pareciera. Las Iglesias y las Capillas permanecían abiertas las 24 horas pan que los patronos vieran lo que se
estaba haciendo, y al terminar se. daban gracias al Soberano por las bondades concedidas y se les pedían en
arranque de fervorosa fe, favores para todo el año.
LOS TRES REYES MAGOS
"Los tres Reyes Magos/ bajan del Oriente / con sus taparitos / llenos de aguardiente". Era el aguinaldo
popular,el tradicional, el más generalizado, el que se escuchaba en otros tiempos en toda Margarita; por calles,
veredas, callejones, caminos, por todas partes; entre niños, jóvenes, viejos, mujeres, es decir, "por todo el
mundo".
El pueblo no sabía quién o quiénes ni dónde ni cuándo lo habían cantado por primera vez, pero lo seguía
repitiendo de generación en generación. El pueblo tampoco sabía quiénes habían sido los tres Reyes Magos, ni
conocían su historia, solo sabía que se había aprendido los nombres de memoria y los continuaba llamando
Melchor, Gaspar y Baltazar que uno dizque era viejo muy barbudo, otro joven lampiño y otro negro;
desconocían asimismo sus países de origen, sus razas y sus credos, pero los seguían representando tal y cuál se
los habían descrito sus antepasados.
Cada 6 de Enero al "amanecer de Dios” Margarita entera, hasta el más apartado y solitario de sus caseríos,
se tornaba entusiasmada con los tríos de Reyes Magos. Unos montados sobre flamantes caballos o ejemplares de
su especie, bien enjaezados luciendo capas, coronas y otros aditamentos variados y costosos, y acompañados por
cortes despampanantes; otros trepados sobre mansos burritos, llevando sobre sus espaldas, a manera de capas,
las cobijas de bayeta o de algodón de uso cotidiano y portando coronas de conchas de caña brava adornadas con
cintas y flores diferentes y otros, los más pobres, andando a pie, descalzos o con simples alpargatas criollas y
con sacos de los que venían con harina de trigo o de los llamados de henequén que usaban en los conucos, por
capa, y coronas de cartón sin adornar o sin ellas; pero todos seguidos por turbas de parroquianos parranderos de
ambos sexos, que coreaban alegremente sus aguinaldos improvisados referentes a la gran fecha, al Niño Dios, a
José y María y a los regalos que les traían para dejárselos en los "Nacimientos" que se preparaban en las casas
de familia la más de las veces arrinconados en el "Santo Suelo" y donde lo figuras de la "Sagrada Familia", de
los pastores y de los animales que les acompañaban, lucían entre caracueyes, pajas secas, hierbas y ramas de
montes aromáticos, alumbrados con simples pabilos o mechas que nadaban dentro de aceite de coco y
desprendían una luz cada vez más mortecina.
Eran los tiempos del sano esparcimiento, de la campechanería a toda prueba y de la absoluta camaradería,
donde las diversiones eran espontaneidad del pueblo para demostrar su creatividad y satisfacer sus propios
sentimientos, y se armonizaban con cuatros, maracas, furrucos, cumbios, charrascos, tambores y cuantos
instrumentos musicales conocían y poseían. I se obsequiaban pasteles, meriendas y sancochos y se brindaba con
el criollísimo ron con ponsigué añejado en taparos "enrejados" y con el sabrosísimo y aromático anisao casero; y
las parrandas se hacían interminables hasta durar uno, dos y tres días, en las proporciones de un día por cada
Rey, y donde ricos y pobres, pudientes o no, se constituían en un solo haz de voluntades para adorar al Niño
Dios en el pesebre que simbolizaba la humildad de su nacimiento y el mensaje de paz, y redención de] género
humano.
Ahora no se ve nada de esto, cuando más una que otra modesta parrandita y algunos Reyes como
fabricados a la fuerza por los amantes de la tradición aferrados en revivirla o simplemente recordarla, para que
no muera definitivamente de mengua en medio de una Margarita cosmopolita, rica en mercaderes legalizados o
no pero cada día mas empobrecida en espiritualidad y en sentimientos nativistas.
SAN SEBASTIÁN EL VIEJO
Desde que la Tacarigua de Margarita fue cristianizada es decir,desde que el Gobernador Don.Miguel Maza
de Lizana, allá por el lejano año de 1.570, trajo guipuzcoanos para unirlos con los guaiqueríes del Valle de
Tacarigua, el poblado fue puesto bajo la advocación del mártir galo Sebastián, nacido en Narbona -Francia-
asaeteado en Roma en 288, elevado a la dignidad de Santo, y venerado en un cuadro enmarcado de procedencia
española al cual le hacían rosarios y misas en Santa Ana del Norte, donde lo llevaban anualmente en romería,
hasta que Ño Pedro María Guzmán , descendiente de la familia que lo tenía a su cuidado desde sus inicios y que
hasta le habían hecho cuarto especial en su casa solariega ubicada a la vera del camino de San Juan Bautista y
designado loma en sus predios, se le ocurrió mandar a elaborar un "Santo de Bulto", con el fino tallista asuntino
José Carmen Campo, experto en esos menesteres y de quién se cuenta que aprovechó un tronco de jobo, toco o
ciruelo, que varó, después de una tempestad, en la playa de Guacuco.
Así fue transcurriendo el tiempo, hasta que creyeron conveniente erigirle capilla propia, disputándose los
dos núcleos más poblados el derecho a su creación, provocándose un cisma popular, que dirimio Monseñor
Antonio María Durán, en el año de 1894, donando la Imagen del Sagrado Corazón de Jesús a la Capilla de
Tacarigua Afuera, que había sido terminada primero y dejando definitivamente a San Sebastián en la de
Tacarigua Adentro, bajo la protección de Ño Pedro María que se había mudado con todo y Santo y de No Carlos
Lista, rico hacendado de esa comunidad, quién se convirtió en ferviente devoto, al extremo de proponer la
adquisición de una nueva imagen, entronizada en el 1.912, que se venera en la actualidad y a la que se le
efectúan sus festividades el 20 de Enero de cada año, con su correspondiente octavario.
De San Sebastíán se cuentan innumerables milagros y castigos, en épocas y lugares distintos, como el
salvamento de cosechas en la última instancia de perderse; la vuelta a la vida de deshauciados y el impedimento
del naufragio de una balandra de El Valle de Pedrogonzález; asimismo lo acontecido a un sanjuanero que quiso
ridiculizarle sus formas de auténtico varón, y a un tendero de Juangriego que comparó la vara de tela vendida
con la toalla del "Viejo" y lo del albañil guachafitero de La Asunción, que tuvo que hacerle Nicho especial para
desagraviarlo. En medio de todas esas cosas, en Tacarigua Adentro, se continúa venerando al Mártir Galo San
Sebastián y haciéndole sus rumbosas festividades anualmente; lo que da pie para que mucha gente piensen en el
viejo proverbio español y digan... "Los tiempos pasan pero los recuerdos quedan”...
Era costumbre también muy arraigada que al terminar las fiestas de San Sebastián la gente que habían
asistido a ella daban comienzo a tu de Santa Inés, para despedir las Pascuas.
EL DIA DE SANTA INÉS Y LA DESPEDIDA DE LAS
PASCUAS EN MARGARITA.
En la Isla de Margarita, las pascuas de antaño, que por lo regular empezaban el 15 de Diciembre,
terminaban el 21 de Enero con las festividades de Santa Inés, las cuales se llevaban a cabo con toda regularidad
a pesar de que esta no era patrona de ninguna comunidad margariteña. Es decir, después de la procesión de San
Sebastián en Tacarigua Adentro, donde acudía gente de diferentes partes y finalizados totalmente todos los actos
religiosos de ese día, empezaba la despedida de las pascuas; los que habían venido de fuera agarraban sus
bártulos y salían "Parrandiando" a unirse con los de sus pueblos, mientras que los de la localidad lo hacían allí
mismo.
Desde ese momento comenzaban a presentarse las diversiones que habián salido anteriormente y otras que
se preparaban exclusivamente para esa fecha. Por donde quiera aparecían disfrazados y parrandas. No habían
distinción de sexos ni de edades y se usaban en cantidades excesivas los instrumentos musicales de mayor
arraigo popular, como cuatros, maracas, charrascos, cumbios, furrucos, tamboras, triángulos, handolas,
bandolínes, palitos y hasta las palmas de las manos para ir acompañando la música, y se cantaban polos, gaitas,
ensaladillas, zumbaquezumbas, fulías, sábanablancas, estribillos, malagueñas y jotas, dejándose para la
“Madrugada pequeña", a propósito de concluir todos los actos, una melodía muy criolla, que, según dicen los
que tuvieron la fortuna de apreciarla en su pleno apogeo era muy característica y significativa, la cual
lamentablemente está en la actualidad casi desaparecida o lo que es lo mismo en total decadencia, y a la que
denominaban “Maconga": especie de jota llorona como le tildaban algunos o de malagueña bajita como le
nombraban otros.
Era tanto el énfasis teatral que le ponían a esta despedida, que todas las personas hablaban y gesticulaban
como lloriqueando; se pedían, en vez de aguinaldos, limosnas para enterrar a la moribunda y se improvisaban
versos relativos a la agonía y despedida de las “Pascuas Queridas". Los parranderos en sus andanzas, rebasaban
con todo lo que había quedado en las casas, relacionado con bebidas, comidas y meriendas, usaban los
instrumentos hasta quienes no sabían tocar. Los furrucos, tambores, cumbios y charrascos, desprendían
compases monótonos, las maracas eran tocadas con una sola mano y a los cuatros y bandolas sólo se les daban
roces lentísimos y pausados sobre las cuerdas ya que muchos ejecutantes improvisados ni siquiera sabían asentar
los dedos sobre los trastes para tratar de cambiarles las tonalidades.
Al fín, los disfrazados, cuando ya se sentían cansados, se quitaban sus indumentarias públicamente para
despejar la incógnita al hacerse conocer, muchas veces entre risas y rechiflas de los que no habían podido
identificarlos; de las diversiones las mas de las veces, solamente dejaban las “angarillas" o armazones para
volverlas a revestir en las siguientes pascuas, y a muchos instrumentos los averiaban intencionalmente como
para justificar la euforia, que hasta en los últimos momentos tomaba proporciones mayúsculas pero sin apartarse
en nada del verdadero contenido humorístico que envolvía. Así se despedían las pascuas de antaño en la Isla de
Margarita, según las confesiones de algunos ancianos que todavía tiene las facultades de recordarles y decir con
el mayor de los desparpajos, que las de ahora no son ni su sombra de las de antes.
LA FIESTAS DE LA CANDELARIA EN MARGARITA

En la Isla de Margarita, que sepamos, la Candelaria nunca fue, ni es todavía, Patrona en ninguna de sus
comunidades, ni urbanas ni rurales, pero, a pesar de eso, se le celebraban festividades rumbosas en los pueblos
más céntricos y dedicados a la agricultura; unas veces de carácter meramente religiosas con misas y procesiones
y otras, medio paganas, con saraos y velorios.
A tales fines, se tomaba a préstamo en Tacarigua, una estatuilla de la Santa, que según los más viejos se
veneraba en el lugar desde época de la Colonia y la que había quedado bajo la custodia de una familia de
apellido González, que la mantenía con gran celo pero que nunca se negaban a cederla como fuese para pagarle
promesas y por lo cual lo único que recibían como recompensa eran velas y aceite de coco para alumbrarla todo
el tiempo.
En los primeros casos era llevada a las iglesias y capillas, según fuese el pueblo, donde se cumplía con los
ritos católicos, y en los segundos se trasladaba a los "altares" que se elaboraban previamente, bien dentro de las
casas o en sitios especialmente escogidos en las calles, y los cuales se adornaban con hojas verdes de coco,
revestidas con las mejores, mas "Floriadas" y despampanantes sábanas o colchas, que se consiguieran en el
lugar, y hasta se le simulaban cielos, formados con telas azules de donde pendían soles, lunas, y estrellas de
papel alrededor de una paloma blanca que simbolizaba al Espíritu Santo, y de muchas otras cosas como nubes
fantásticas de algodón desmotado, bambalinas, cortinas y encajes de fantasía, producto de la creatividad
pueblerino, y se le colocaban frutas de la región, como: mazorcas, yucas, chacos, auyamas, patillas, melones,
plátanos, cambures, cañas, piñas, mangos, nísperos, mameyes, lechosas, catuches, anones, granadas y otras
especies diferentes.
En los velorios en honor a la Candelaria sólo se aceptaban cantadores de renombres que ya hubiesen sido
probados en más de una oportunidad, a quienes se les invitaba con bastante anticipación para que tuvieran
tiempo de prepararse con sus trovos y argumentos, que casi siempre tenían que relacionarse con la Santa y sus
mílagros, con la causa de velorio, con la persona que lo había ofrecido y algunas otras cosas por el estilo, como
eran la terminación del invierno, la salvación y recolección de las cosechas, la curación de enfermedades,
etc.etc.
Cuando un cantante novato quería participar en los velorios de la Candelaria tenía por lo regular que ser
propuesto, es decir, apadrinado, cuando menos, por otro de reconocida fama que se obligaba a guiarlo y hasta
defenderlo si era posible durante toda la actuación, de algún percance o equivocación en el canto. Al acto del
debut lo denominaban "descreste" y cuando se anunciaba era motivo de atracción para la gente de diferentes
partes, y del comportamiento dependía en mucho que pudiera o no continuar dentro de osa especialidad.
Los velorios empezaban corrientemente como a lo seis de la tarde con el rezo del Santo Rosario en honor
a María Santísima, llevado a cabo por mujeres de la localidad, para luego "Reventar" el canto con los
"Puntillantos" que daban paso a los "Galerones" y más tarde, como a la una de la madrugada poco más o menos
y después de ingerido el suculento sancocho de gallina, chivo, res o cualquiera otra carne, entrar en los
"Picones", que duraban, a más tardar, hasta las cuatro de la mañana cuando continuaban nuevamente los
"Galerones" con los que se amanecía y se podía seguir hasta tarde del día, si los cantadores y los músicos
estaban dispuestos. No había jurados calificadores, y se consideraban ganadores a los que aguantaban hasta la
terminación sin desincorporarse o sin que los retiraran por no dar la talla, y solo recibían como trofeo o pago, las
frutas que se habían puesto en el altar.
Como en los demás velorios durante toda la noche se dejaban escuchar con intervalos no muy largos las
detonaciones de los cohetes, cohetones, cañones, y tracas, y se repartían entre los concurrentes, músicos y
cantadores, guarapos de caña, de piña, de tamarindo, de catuche, de jobitos silvestres, junto con tragos de
aguardiente y de anisao, y asimismo café, cacao y tabacos en abundancia.Todo esto se confunda con la
voncinglería de las vendedoras de empanadas, de panes, de confites, de meriendas variadas y con música de los
joropos bailados, que lo daban un ambiente de feria a dichos actos. De esa manera se celebraban en Margarita
las festividades en honor a la Candelaria, que se llevaban a cabo el primero en la noche y el dos de febrero de
cada año y muchas veces se extendían basta por 8 días. Para pedir colaboraciones se repartían entre los
moradores banderitas de papel de colores y los que la recibían las exhibían como constancia de haber entregado
gustosamente su contribución.
LAS FESTIVIDADES PATRONALES
En la Isla de Margarita y sus anexidades, desde la llegada de los colonizadores de allende los mares,
empezaron a celebrárseles festividades a los Santos y Divinídades que pusieron como Patronos espirituales de
los pueblos que fueron organizando y sumando a sus dominios y creencias. La mayoría de estas festividades
constaban de su día y su octava. Por lo regular todas se regían por un programa más o menos igual, que contenía
la antevíspera, la víspera y el día, con la misa y procesión de la imagen colocada en un mesón debidamente
adornado con cirios encendidos y flores naturales o artificiales, recorriendo las calles, sobre las cabezas de fieles
cargadores. Los paseos de música y los disparos de cañones, cohetes, cohetones, tracas, cámaras, morteros y
morteretes, y la quema de tarros, bombeadores, ruedas y ratones de bengala y otros fuegos artificiales, eran una
obligación. Asimismo los bailes, las parrandas, las diversiones y las ventas de panes, hervidos, café, cacao,
empanadas y demás frituras y meriendas de fabricación caseras.

De aquella primitiva época han logrado traspasar la barrera del tiempo y llegar a nuestros días, algunas
festividades, no con las características ni el entusiasmo, ni mucha menos con el fervor de antes, pero sí con
determinado respeto y veneración, entre las cuales podemos mencionar las siguientes: La de Nuestra Señora de
La Asunción, Patrona de la Isla, en la ciudad Capital; La de la Virgen del Valle, Patrona de Oriente y Sur del
País y de los marineros, en El Valle del Espíritu Santo o de La Margarita; la de Nuestra Señora Santa Ana, en la
Villa del Norte ( Santa Ana); la de El Santísimo Cristo del Buen Viaje, en Pampatar; La de San Juan Bautista,
en el pueblo de su mismo nombre; la de San José, en la Plaza de Paraguachí y en La Vecindad de los Martínez;
la de San Nicolás de Bari, en Porlamar, la de San Juan Evangelista , en Juangriego; la de San Pedro Apóstol, en
San Pedro de Coche ; la de San Pedro González Telmo, Patrón de los marinos de España, en el Valle
Pedrogonzález; la de la Virgen del Pilar ( La Pilarica ) en Los Robles; la de San Antonio, en San Antonio; la de
San Sebastián, en Tacarigua Adentro y la de El Sagrado Camón de Jesús, en Tacarigua Afuera la de la Virgen de
la Mercedes, en Punta de Piedras; la de María Auxiliadora, en La Guardia, y la de Nuestra Señora de los
Angeles, en los Millanes; la de San Francisco, en Boca del Río y la de San Rafael, en Boca de Pozo, ambas en
Macanao; la del Gran Poder de Dios, en El Cercado; la de San Lorenzo, en El Maco de Bolívar y la de la Virgen
de Altagracia, en los Hatos (Altagracia), y algunas más que se han ido sumando con el paso del tiempo y la
formación o engrandecimiento de otras poblaciones.
De esa época datan también los velorios al Santo Madero y a la Santísima Cruz del Cielo, con su música
de cuatros, bandolas y bandolines, y sus cantos de Punto y Galerones; y las creencias en los poderes
sobrenaturales de los Santiguados, de los escapularios y cordones de San Blás, de las Reliquias, talismanes y
demás amuletos, que conllevan una mezcolanza de tradiciones hispánicas, indígenas y negroides.Todas estas
cosas han venido conformando lo que podríamos considerar como manifestaciones del Folklore espiritual
margariteño.
LOS PASEOS DE MÚSICA EN MARGARITA
En Margarita los paseos de música son tradicionales. Vienen desde la época de "María Castaña y todavía
se mantienen como en la hora. No hay pueblo por pequeño que sea que no celebre sus festividades patronales
con paseos de música, ni ciudad por populosa que no los utilice también. Hasta los velorios de promesa, -Claro
que cuando los hacen, porque ahora son Poquísimos-, tienen que llevar paseos de música, para poder decir que
están buenos. Había paseos de música desde la antevíspera, al golpe de las nueve de la noche, aclarandito como
a las cinco de la mañana, al mediodía, aunque el Sol estuviera que reverberara y los instrumentos se derritieran,
hasta a las tres de la tarde, cuando ya empezaba a amainar el "Sofocorio".
Antes los músicos cuando no eran residentes, tenían que pernoctar en los pueblos donde iban a actuar, y
hacer allí sus tres comidas y otras necesidades. Ahora van y vienen, hay mayores facilidades para desplazarse de
un lugar a otro. Primero andaban en burros, o en caballos los más acomodados. Ultimamente lo hacen en carros,
en motos o cuando menos en bicicletas y así le ganan tiempo al tiempo. Los paseos de música eran
acompañados por cantidades de personas de ambos sexos: niños, jóvenes y adultos rebosantes de contento. Los
músicos tocaban clarinetes, flautas, trompetas o cornetines, trombones, bombardinos , cuatros, guitarras,
bandolinas, bandolas, violines y hasta marímbolas y tamboras. Recorrían calles y callejones, desgranando el más
variado repertorio de melodías nacionales y regionales, que se iban expandiendo por todos los contornos,
llenando el ambiente de entusiasmo y de alegría hasta los corazones más entristecidos; visitaban, como cosa
normal y corriente, las casa de amigos y conocidos, donde les obsequiaban bebidas embriagantes y refrigerios,
cigarrillos y meriendas. Los guías o " Vaquianos” a la vez que indicaban la ruta a seguir, disparaban al aire de
cuando en vez, cohetes, cohetones, morteros, tracas y cañones, para indicar que la fiesta o el velorio estaban de
maravillla.
Los paseos de música siguen llevándose a cabo, no con la pomposidad de los tiempos de antes, pero sí con
el propósito de mantener con vida la tradición margariteña.
LOS BAILES POPULARES
Los bailes populares eran una de las más genuinas manifestaciones de la idiosincrasia margaritena. Se
efectuaban para complementar las festividades patronales, los velorios de canto y algunos otros de sano
esparcimiento. Se llevaban a cabo en las salas y corredores de las casas de familia, así fueran con piso de barro,
de ladrillos o de cemento. Casi no se conseguían salones construídos y acondicionados exclusivamente para esa
clase de actividades recreativas.
La música podía ser de viento, de cuerda, o de viento y cuerda al mismo tiempo. La mayoría de los bailes
duraban todo un día con su respectiva noche y permanecían repletos desde que empezaban hasta que
terminaban. No había "Tiques", pero sí, un cobrador que al terminar la pieza gritaba a todo pulmón: i tantos
bailando ! y empezaba como un saltarín a recoger con ambas manos, de a medio o de a lochíta, según y como
hubiese sido el convenio, sin que se le quedara ningún y, claro que de los bailadores, sin pagar, y el que no lo
hacía, por descuido o por viveza, seguro estaba que más no bailaría, a menos que fuera de los consentidos de
los músicos. Para los bailes populares no se necesitaban trajes formales ni tarjetas de invitación; la ropa de fiesta
que no era otra sino la mejorcita que tenían ,bien acomodadita y ganas de mover el esqueleto era todo lo
necesario.
Entre los ritmos predilectos de la gente estaban los merengues, los pasodobles, los balses, los joropos y
alguna vez más que otra, las rumbas, las danzas, las contradanzas y los boleros. Las parejas no pagaban ni
recibían dinero, pero tenían que bailar con el primero que las sacara y de no hacerlo sin justificación alguna,
estaba obligada a abandonar el recinto para evitar males peores y no quedar expuesta a la risa de los mirones y a
la crítica del público. Era como un código de ética que todos defendían apasionadamente sin quejas y sin
retrecherías.
A los niños los ponían a bailar en sitios especiales y apartados de los adultos para que no se
compenetraran con ellos y se pusieran a imitarles todos sus movimientos, y además, los tenían exonerados del
pago de sus piezas. En las festividades patronales y en los velorios de canto se ponían más de un baile y a todos
acudía la gente.
Los bailes populares han ido desapareciendo con la invasión del llamado modernismo y la intensificación
de las festividades de etiqueta, con trajes, bebidas, orquestas o conjuntos y sitios especiales. Todavía en algunos
lugares se llevan a cabo bailes populares, aunque un poco distinto a los del tiempo de antes.
Muchas personas sostienen el criterio de que los bailes que se efectúan a campo abierto, en calles, parques
y avenidas son "Populacheros" pero no populares.
LAS CORRIDAS DE RAMOS
Las corridas de ramos eran imprescindibles durante las vísperas de las festividades patronales y de los
velorios de cantos que se celebraban en la Isla de Margarita. "Una fiesta sin corridas de ramos era como una
capilla sin santos", decía la gente del tiempo de antes, y tenían toda la razón del mundo.

Las corridas de ramos no eran para describirlas, sino para mirarlas, para contemplarlas, para apreciarlas, y
para consustanciarse con ellas. Las corridas de ramos empezaban cuando el Sol comenzaba a declínar, es decir,
por la tardecita, y terminaban cuando el Véspero hacía su aparición.
Una, dos, tres, cuatro, cinco o cuantos pares de palos largos fueran menester o hubiesen necesidad de
clavar a ambos lados de la calle principal o de la designada para llevar a cabo la fiesta; una cabuya fuerte y larga
amarrada en uno de los palos a una altura regular de modo que no estorbara a los que transitaran por debajo, y
pasada por sobre un clavo doblado o por una argolla previamente colocada en el otro palo, de manera que
pudiera facilitar el subibaja a quien la manipulaba; una piedra que le hiciera peso en el centro a la cabuya para
ayudar el movimiento y una flor artificial confeccionada por las manos hacendosas de las mas laboriosas
hembras del lugar, puesta junto a la piedra, eran el indicador común, de que iba a haber corridas de ramos, y por
lo tanto la fiesta estaría "Requetebuena".
Pero todo no quedaba en eso. Los pueblerinos y los que concurrían de otras partes engalanados para el
acto, optaban por acomodarse a ambos lados de la vía en ordenada posición, a esperar la aparición de los
caballeros en sus bien enjaezados ejemplares. Los relinchos de las bestias, el bullicio de la gente adulta, la
vocinglería de la chiquíllería y los disparos de cohetes, morteros y morteretes, ponían la nota simpática y alegre
al lugar, y el compás de la música invitaba, el constante movimiento de las cuerdas floreadas y el trotar de los
animales con sus diestros jinetes, que iban de un extremo a otro en dura competencia de desbocada furia, para
dísputarse la flor completaban la pomposidad del acontecimiento.
Algunos tomaban la flor en los primeros intentos, demostrando agilidad y destreza sobre la cabalgadura;
otros después de haber faltado varias veces; a otros casi se las regalaban las jóvenes que contribuían con ellas,
mientras que otros las raptaban en acaloradas disputas; pero ni de una ni de otra manera habían disgustos ni
contrariedades. Al fin de la contienda quien obtenía mas flores, bien porque las conquistara en buena lid o
porque se las proporcionaran disimuladamente, era el ganador absoluto del certámen, y así lo celebraban todos
juntos sin una pizca de resentimientos ni de reconcomios.
De esta manera se estuvo actuando infinidad de años hasta que los caballos fueron desplazados por los
burros y estos por las bicicletas y por las motos, que le quitaron todo el sabor característico y alegre a la
festividad, y el interés a la gente por presenciar las corridas de ramos, lo que motivó a que no se les tomaran mas
en cuenta como indispensables.
En los últimos tiempos hemos visto una especie de resurgimiento de las corridas de ramos, dizque con el
fin de revivir la tradición. Dios quiera que se logre el objetivo deseado, si no en todo aunque sea en parte, para
beneplácito, no solo de los que amamos y defendemos la verdadera identidad margariteña, sino de la
colectividad en general.
LOS FUEGOS ARTIFICIALES
En la Isla de Margarita, los "Fuegos Artificiales” como si fueran una necesidad perentoria. Por cualquier
simple cosa o acontecimiento, echan al aire " Fuego artificiales " a más no poder. Las celebraciones las llevan a
cabo a fuerza de cañón y de cohetes. Las posturas de agua, los bautizos, los velorios de canto, las terminaciones
de las casas, las "Ribotas", las recolecciones de las cosechas, y hasta las pagas de promesas a los Santos, al igual
que los paseos de música y las procesiones, las realizan a cohetes y cañonazos limpios, sin dejar de contar las
parrandas, las diversiones, los cumpleaños, las quemas de judas y hasta los mítines.
Pero donde se echa el resto de verdad-verdad, es en las Festividades Patronales. "Fiesta Patronal sin
fuegos artificiales como si no fuera fiesta Patronal” dice la gente. Allí se queman tarros, barcos, vapores,
palmas, burras, vacas, castillos, cohetes, bombiadores, ruedas, silvadores, cascadas, ratones, subibajas, tumba-
ranchos y se disparan cañones, tracas, cámaras, morteros y morteretes, en fin, toda clase de aparatos que la
mentalidad humana puede crear a base de pólvora y bengalas.
En las Festividades Patronales, ocho días antes empiezan los cohetes y los cañones, junto con las
campanas, a ser utilizados para dar las cinco de la mañana, las doce del día, las tres de la tarde, la oración y las
nueve de la noche, lo que va aumentando a medida que se va acercando el día principal. La noche de la " Salve "
o “Rosario” terminan con la gran profusión de los "Fuegos Artificiales". Mucha gente va a las Fiestas no por las
oraciones ni por las plegarias, ni siquiera por venerar al Santo, sino por ver los "Fuegos" para después
comentarlos, porque son como un termómetro para medirlas. Si hubo bastantes "Fuegos" la fiesta estuvo buena,
si no los hubo, estuvo mala o regular.
Todos los "Fuegos Artificiales" que se consumen en la Isla, no son de elaboración margariteña. La mayor
pene viene de tierra firme. Valencia y Barquisimeto son las máximas proveedoras. Los organizadores se valen
de todos los medios para conseguirlos. Si no se puede por la vía legal, se buscan contrabandeados. La cuestión
es traerlos a como de lugar, porque allí está el éxito de las fiestas y el reconocimiento a los encargados y a los
patrocinadores y hasta la bendición celestial para los actuantes.
Los tiempos pasan, las cosas cambian o se modernizan, pero los Fuegos Artificiales" siguen en vigencia
como en las mejores épocas. Una gran parte de¡ presupuesto festivo, hay que gastarlos en "Fuegos Artificiales ".
I no es que son simples caprichos o meras casualidades, sino que lo vemos practicar desde las festividades de la
Virgen del Valle, que son las de mayor realce, hasta la del más pobre Santo del más apartado pueblecito. Así se
tratan a los “Fuegos Aráficiales" en la Isla de Margarita y se traspasan hasta la hermana Isla de Coche.
LAS PROCESIONES
En todos los pueblos, grandes o pequeños de Margarita, donde se celebran festividades religiosas a Santos,
Santas y Divinidades, se llevaban a cabo solemnes procesiones.
Colocaban la imagen venerada sobre un amplio mesón que recubrían con “Faldones” y adornaban con
flores naturales y artificiales e iluminaban con velas esteáricas o de cera, puesta en candeleros de diferentes
formas y tamaños. El mesón sagrado era transportado sobre las cabezas de fieles devotos que a pasos lentos y
rítmicos y entre una gran profusión de fuegos artificiales, música de viento y alegres repiques de campanas,
recorrían todas o casi todas las calles del vecindario.
Mujeres y hombres, viejos y mozos y hasta niños y niñas, la seguían contritos, entre oraciones, súplicas,
sollozos y plegarias. El Sacerdote, sus monaguillos y varias pueblerinas previamente escogidas, precedían la
manifestación, cantando letanías y salves en las casas que se lo requerían y donde las cancelaban conforme a lo
acordado por el Párroco.
Al caer de la noche y cuando ya los luceros empezaban a adornar la bóveda celeste, retornaban al sitio de
donde habían salido, para no volverlo a hacer sino hasta un año después, salvo causas extraordinarias o medidas
especiales, que impusieran, la comunidad o la superioridad eclesiástica.
Así eran las procesiones de antaño en Margarita, herencia de los primeros pobladores españoles y traídas
con sus ancestrales creencias, que fueron traspasándose en esta Isla de generación en generación, aunque con
algunas ligeras modificaciones, producto del paso del tiempo, de las distancias y de las transculturaciones que se
han ido operando paulatinamente en la región Isleña.
Las procesiones se siguen llevando a cabo todavía en forma popular. Las imágenes sagradas continúan
bendiciendo casas y huertas, desde sus sitiales de honor, en sus anuales recorridos, ya no sobre las cabezas de
fieles y consecuentes “Cargadores de Promesas", sino en carrozas desplazadas sobre ruedas de metal o
impulsadas por motores mecánicos.
Con todo y eso podemos vanagloriamos en decir, de que algo nos queda todavía de la fe cristiana,
inculcada por nuestros antepasados.
REMINISCENCIAS DEL CARNAVAL
Sinceramente creo, que para abordar el tópico carnavalesco, no es indispensable ser un experto en
cuestiones folklóricas, ni un perito en literatura costumbrista, ni tampoco un historiador consagrado. menos
cuando no se va a tratar de esbozar la venida de la festividad de allende los mares, ni de lo que hizo el Obispo
Diez Madroñero en la Señorial Caracas del misticismo y los devocionarios, sino simplemente llevar al papel
algunas pequeñas reminiscencias de lo escuchado o visto en la infancia, acerca de las Carnestolendas localistas
del pasado. De aquellas pintorescas y divertidas festividades del "Cascarón" y el "Almidón", material primo con
que nuestro antepasados hicieron la réplica al Dios Momo, por ausencia de las bambalinas, serpentinas,
papelillos y caramelos, que para sus escuálidos bolsillos, era material reservado a unos pocos acaudalados. De
aquellos carnavales de antaño, que obligaban a las matronas y a sus hijas, a pasarse todo el año en la
complicidad de la cocina rústica, rompiendo por ambas puntas, los huevos de pavas, de patos o de gallinas,
utilizados en las tortillas caseras, para pacientemente formar la sarta de conchas, que posteriormente llenaban de
colorantes a base de anilina, añil o resina vegetales y taparían los orificios abiertos, con cera o esperma
derretida, para luego, llegada la oportunidad, lanzaban cual petardos, hacia sus favoritos contrincantes, quienes,
más de una vez, víctimas del brazo controlado de un jovencito, que había comprado una docena por un real,
cuando más caros, o de una chica de lanzamiento perfecto, que pacientemente lo había confeccionado por su
propia cuenta, transformaron sus vestimentas de impecable virginidad "Al amanecer de Dios" en remedos de
payasos de circo o en uniformes de “pintores de brocha gorda", todo entre la mayor complacencia,
demostraciones de conformidad, aceptaciones o en otros casos, reproches o disgustos, de ambas partes.
De aquellos carnavales del "Almidón Perfumado", que en abiertos catres secaban a la luz del Sol en los
corrales de las casas, para luego afanosamente y a todo pulmón, irlo refinando sobre una mesa, mediante la
fuerte y extenuante frotación con una botella o una "Cana" (Botella de Loza) grande, como si hubiese sido el
amasaje de harina de trigo para la confección de panes, y después llevarlo a los "Cucuruchos" de papel y de allí
a los bolsillos o al seno y más tarde a la cabeza de hembras y de varones, con la mayor complicidad algunas
veces, como si se hubiese estado esperando el momento oportuno para alcahuetear el regocijo de los sexos, entre
carcajadas o lloriqueos, las más de las veces simulados, aunque sin descartar excepciones verdaderas con
recordaciones a la progenitora y a su compañera, que nada tenía que ver con la alejada ofensa.
De aquellos bailes o jolgorios fastuosos de trajes despampanantes y máscaras improvisadas con mantillas
o "Taparos" , en casas de piso de ladrillo o de tierra apisonada, iluminada a merced de candiles o lámparas de
carburo o de huracán o simplemente con pequeños mechones en cazuelitas alimentados con aceite de coco,
colocadas en los rincones donde se danzaba hasta el delirio al compás de los acordes destemplados de cuatros,
maracas, bandolas y tambores, y donde se ocultaba el secreto del disfraz hasta lo último para evitar los
resquemores o los rozamientos personales.
De aquellos carnavales con sus tribus o comparsas de locura y vandalismo, como venidos del Averno, que
se dejaban para el último día, donde el agua era el tema principal y el factor favorito, en todos los colores,
calidades y medidas, y desde el anciano hasta el niño recibían su ración de endemoniado baño, y no se
perdonaba ni al fingido enfermo ni a la mujer en cinta, ni se dejaba de registrar hasta el dormitorio de los
consortes, después de haber violado sin orden ni permiso, la cocina y la "troja", y por lo que más de una vez
salieron a relucir, desde las enormes palabrotas de subida tonalidad o "de marca mayor hasta los "Cola e' Gallos
desparmaditos" y los garrotes de araguaney o de palosano o una que otra piedra, como bala de cañón.
De aquellas festividades que culminaban los jueves siguientes y subsiguientes con los divertidos y muy
ancestrales juego de las comadres y los compadres de cartas, que llevábanse a cabo mediante barajas españolas
utilizados en pares de la misma pinta y números y una solitaria que siempre era el As de Basto y llamado "Rabo
de Puerco", o con frijoles de distintas variedades y un grano expresamente marcado y embusacados
oportunamente, para aparentar así a los asistentes que únicamente la muerte influiría en la obtención del
emparentamiento, mientras que el que tocábale el solitario o " Rabo e Puerco", resignábase a despotricarse en
bufidos o alaridos de inconformidad, regando a sus costas, almidón, majarete, auyama cocida, tizne de "Aripo" o
cosas por el estilo, entre los presentes, hasta extinguir el acto. Compadrazgos que los más, lograron eternizarse
firmemente traspasado las barreras del tiempo.
Muchas de estas reminiscencias, quedan ya solo como meras fantasías populares, por inadaptadas al
momento, por anticuadas y por indecentes, pero otras tantas, y claro que las mejores, las más sanas, las más
divertidas, deberían servir para revivir el verdadero Carnaval típico margariteño; un carnaval del pueblo para
todos los que quisieran divertirse con él; para todos los que vinieran a observar nuestra idiosincrasia como
pueblo y , como sociedad, para muchos de los que quisieran conocer nuestra historia y nuestras costumbres . Sin
limitaciones y sin necesidad de estar recurriendo a procedimientos extraños o importados que no caben en el
ambiente popular imitar, sin copiar, porque jamás las imitaciones han logrado superar a las creaciones y
nosotros tenemos creaciones hasta para exportar.
EL MIÉRCOLES DE CENIZAS
El martes termina el Carnaval, las fiestas de las Carnestolendas o del Dios Momo como también se les
dicen. El miércoles siguientes es llamado de "Cenizas", porque lo juega únicamente el Padre con sus feligreses,
utilizando la ceniza que obtiene quemando el sobrante de las palmas bendecidas en la misa del "Domingo de
Ramos" último y otras cosas sagradas, para irles estampando en la frente, con gran devoción, una crucecita
ennegrecida y aprovechando el momento para repetirle, de modo que recuerden, la consabida frase de que "Del
polvo venimos y en polvo nos convertiremos". De allí que muchas personas aseguran que el último día del
carnaval es el miércoles; pero que solamente lo juega el padre con los devotos porque así lo impuso el Divino
Señor.
Anteriormente el "Miércoles de Cenizas" se celebraba con mayor solemnidad que ahora. Era uno de los
llamados días de recogimiento o de guardar, porque con el empezaba la Cuaresma y por ende las abstinencias.
Nadie era capaz de trabajar. Desde oscuro empezaban las iglesias a llenarse de gente para escuchar la palabra
del sacerdote y recibir en la frente el signo del crucificado que les reconfortaba para todo el año. Ninguno se
atrevía a lavarse la cara ni mucho menos a bañarse durante todo el día, para evitar que se le borrara la marquita
impresa, por considerar que era un pecado más o una burla a Dios, si lo hacían, ya que era él quien lo había
impuesto para la salvación de las almas.
En las Capillas donde no había párroco o eran distantes para que el cura pudiera trasladarse a tiempo para
las ceremonias de ese día; o cuando los feligreses no podían, por algún motivo, llegar hasta las Iglesias
Parroquiales, las palabras santas y el signo de la Cruz, los llevaban a cabo los que fungían de Sacristanes, o una
persona de reconocida honorabilidad y de solvencia moral. I en las comunidades donde ni siquiera se contaba
con "Morada de Dios", el ritual era impuesto en la casa que servía de albergue al señor cura cuando hacía sus
visitas al lugar, aunque fuesen particulares. Pero de ninguna manera se dejaba de cumplir con el mandato que
había impuesto Nuestro Señor Jesucristo, que era el de "Recibir las Cenizas porque "Ceniza somos y Ceniza
seremos", como así se dejaba oír de boca en boca.
Ahora casi no se celebra el "Miércoles de Ceniza" y el día se pasa tan desapercibido como cualquiera de
los otros días con que cuenta el año y que no son de recogimiento o de guardar.
LA CUARESMA
Según los entendidos en los asuntos relacionados con la Religión Católica, la Cuaresma empieza con el
"Miércoles de Ceniza" y termina con el "Domingo de Ramos" o de "Las Palmas", como también se le conoce.
Son los 40 días, que después de los Carnavales o carnestolendas, estuvo Nuestro Señor Jesucristo en
penitencias, orando y ayunando para vencer a la tentación del Diablo, o sea, el "Espíritu Malo".
Para muchas personas que no tienen el raciocinio ni la preparación suficiente, capaz de conocer a fondo la
Doctrina Cristiana, la Cuaresma no es sino la época del viento y de los candentes soles. De allí que en cualquier
momento del año que se presentaban fuertes ventoleras o soles caniculares, la gente decía que la cuaresma era
muy grande o que estaba demasiado fuerte.
Durante la "Cuaresma Popular" se aprovechaba el tiempo especialmente para montar voladores, porque
era la época más apropiada, debido que el Sol se ocupaba de tostarlos y ponerlos livianitos, el viento ayudaba a
elevarlos hasta lo más alto y la lluvia, - como no la había o sí la había era muy poca-, en nada les perjudicaba.
También se utilizaba la Cuaresma, para recoger los maíces y el guatapanare, rallar las yucas, tender los cazabes
y cortar los tabacales, es decir, para hacer todo lo que se necesitaba que se secase bien seco.
Se comentaba que durante la Cuaresma el Diablo andaba suelto por todas partes y por lo tanto hacía de las
suyas o lo que le venía en ganas, y no había si siquiera quién se atreviera a molestarlo, ni a meterse con el,
porque "El Diablo siempre era El Diablo" y todo el mundo le tenía pavor a sus andanzas por temor a ir a parar a
las quintas pailas del Infierno.
No había quien no se preocupara por la entrada de la Cuaresma y le temían "Como El Diablo a la Cruz".
Los conuqueros casi no iban a los conucos para no ver como el "Mandinga" secaba las planticas, las arrancaba
de cuajo y se las llevaba por los elementos, y los navegantes y pescadores casi no se aventuraban a deslizarse
sobre las aguas de la mar, por temor a los vientos cuaresmales que les podían hacer perder las embarcaciones
con gente y todo. De todos modos la Cuaresma existe, unos la toman de una manera y otros de otra, pero
siempre como "Cuaresma" ya sea de penitencias y oraciones o de Sol y de viento.
EL VIERNES DEL CONCILIO
El "Viernes de Concilio", al decir de mucha gente, era como la puerta de entrada de la Semana Santa o
Semana Mayor. En la Isla de Margarita, el "Viernes de Concilio", se celebraba con gran pomposidad. A las
cuatro o cinco de la mañana, según el acuerdo previo a que se llegara, se repicaban las campanas, en los lugares
donde las había, o se tocaba el cacho o el botuto, o se disparaba un cañonazo para que se levantara todo el
mundo, y desde ese momento, se iban formando grupos en las calles con la mayor algarabía para coger hacia las
montañas, a buscar las palmas. Los de Tacarigua, Santa Ana, Juangriego, San Juan Bautista, La Asunción, El
Valle del Espíritu Santo, Porlamar y caseríos aledaños enrumbaban hacia "La Palma Real” en la serranía de El
Copey o Cupey, mientras que los de Pedrogonzález, Paraguachí y sitios circunvecinos, lo hacían hacia El
Tamoco, La Valla y Matasiete, a buscar las palmas para la bendición del Domingo de Ramos.
La extracción de las palmas se convertía en una tala indiscriminada de la especie, que al golpe de machete
caían sin compasión y sin consideración, a fin de buscar las más hermosas y las más tiernas, para complacer sus
apetencias y poder hacer con ellas los gusanitos, las lengua de vacas, las cabuyitas, las pulseras, los brazaletes,
los collares, las cruces y cuanto la imaginación creaba para exhibirlas durante la Semana Santa, en la creencia de
que cumplían con un mandato divino.
Las palmas eran traídas en cantidades excesivas y conducidas a las iglesias parroquiales donde se
celebraría el "Día de las Palmas "o" Domingo de Ramos"; unas enteras, adornadas con lazos de tela o de papeles
de colores, como patrimonio particular de personas o de familias y otras tal cual las había sacado, para
pertenencia de la Iglesia, y estas eran las que el sacerdote desmenuzaba y repartía entre la feligresía menos
pudiente o que no había podido tener acceso a las montañas y que coreaban a la voz "Haber el Gajito Padre",
que repetido una y más veces como en una letanía', y daba la impresión de convertirse en "Abergajito Padre" ,
"Abergajito Padre"...
El destrozo indiscriminado de las palmeras obligó a las autoridades a restringir poco a poco el corte de las
palmas, primero regulándolas y luego prohibiéndolas totalmente. Desde entonces empezó a bendecirse ramas de
olivo y palmas de otras especies que no era necesario destruir las matas que las producían, pero a regañadientes
de la gente que no aceptaban gustosas las medidas, por considerarlas como profanación a la Ley de Dios.
Pocas eran las personas que sabían lo que significaba el término concilio y mucho menos Trento, pero
anualmente se repetía la expresión de boca en boca con el mayor fervor religioso. Casi nunca se explicaba que
Trento era la ciudad italiana donde se celebró el Concilio Ecuménico, es decir la reunión de los Obispos de la
tierra, entre los años de 1.545 a 1563 para realizar la gran reforma de la Iglesia Católica frente al Protestantismo.
EL DOMINGO DE RAMOS
EN MARGARITA
La Semana Santa en la isla de Margarita, empezaba rigurosamente el Domingo de Ramos. El viernes del
Concilio, anterior al Domingo de Ramos, personas comisionadas por los representantes de la Iglesia o por su
propia cuenta y riesgo, se dirigían a las montañas de El Valle de Pedrogonzález y de El Copey, a sacar los
cogollos tiernos de la "Palma Real" que se utilizarían en la tradicional bendición de las palmas el Domingo de
Ramos.
Las entradas preferidas para la primera montaña, eran las del propio pueblo de Pedrogonzález y las de
Paraguachí, mientras que para la segunda lo eran las de San Juan Bautista, Tacarigua Adentro, La Asunción y El
Valle del Espíritu Santo.
Después de una escalada penosa y larga por repechos y cañaotas para llegar a los sitios donde crecía,
tumbaban totalmente la palmera para extraerle los cogollos deseados que nunca pasaban de 3 por unidad
derribada, lo que fue diezmando las existencias al punto de que las autoridades tuvieron que verse en la
necesidad de tomar medidas drásticas de preservación para evitar la extinción de la especie.
Hecha la primera campaña, las largas y tiernas hojas, algo parecidas a las del datilero, aunque mucho mas
suaves y sin espinas, eran conducidas; adornadas con cintas y flores desde la pata hasta la punta, el domingo de
madrugadita, hacia las altares de las Iglesias Parroquiales, únicas privilegiadas para tal fin por disponer de curas
propios o auxiliares, para que en la misa respectiva recibieran la bendición santa.
El sacerdote, después de benditas, procedía a desmenuzar las que le pertenecían y a entregar las otras a sus
respectivos dueños. Con la primeras trataba de satisfacer las exigencias del resto de la feligresía que en en
medio del alborozo se le escuchaba decir mas de una vez, como. en una cantaleta desesperada: "Haber el gajo
padre, haber el gajito padre, haber padre el gajo, haber, haber, haber", temerosos de que se fueran a quedar sin
alcanzar la parte que les correspondía.
La Palma bendita se utilizaba para muchísimas cosas, tanto ornamentales como místicas, de conformidad
con la tradición venida de persona en persona desde tiempos remotos: desde la elaboración de los gusanos
ordinarios que se usaban el mismo día, pasando por los finísimos que se hacían durante los siguientes días y a
los cuales les añadían hilachas de estambre o de sedas, a fin de que aparentaran peludos, para lucirlos por algún
tiempo, en las blusas y camisas de los varones o en las cotas femeninas, hasta los rústicos gajos que se
colocaban en el cuello o en los sombreros, para contrarrestar maldiojos, mabitas y molestias.
También se fabricaban cruces y se ponían en las puertas de entrada y salida de las habitaciones para
impedir que el pecado malo, las malas intenciones las intrigas, las envidias y las pestes entraran allí; e
igualmente y con la misma finalidad se llevaban en los barcos y en cualquier otro tipo de transporte de los
usados en esas épocas. Mientras que con el propio palo o nervio de la hoja, se preparaban cruces especiales que
permanecían durante todo el año en las mesas caseras de los santos, para implorarles y elevarles súplicas al igual
que lo hacían con el Santo Madero. Cabe destacar expresamente, que durante el Domingo de Ramos la gente no
se atrevían a bañarse en ningún sitio, porque las aguas dizque se encontraban "Enramadas" y quién lo hiciera
perdía la gracia de Dios para toda la vida.
Esta tradición en la Isla de Margarita ha ido desapareciendo paulatinamente, al extremo de que en la
actualidad se bendicen ramos y otras clases de palmas, pero en muy poquísima cantidad la tradicionalmente
conocida como " Palma Real”, que fue muy famosa en los tiempos de antes.
LAS SEMANAS SANTAS DE ANTAÑO
EN LA ISLA DE MARGARITA
Las Semanas Santas de Antaño, en la Isla de Margarita, son dignas de recordar; mas hoy, cuando todo ha
sufrido radicales transformaciones. Con gran fervor religioso se rememoraba la Pasión y Muerte de Nuestro
Señor Jesucristo, en las capitales de los seis tradicionales Distritos y en El Valle del Espíritu Santo. De manera
muy especial, en La Asunción, donde se llevaba a cabo "Completica" como decía la gente de antes. Desde el
Domingo de Ramos hasta el Sábado de Gloria, se veían, entre otras procesiones, las de Jesús en el Huerto,
Cristo en la Columna, La Humildad y Paciencia, Jesús Nazareno y El Sepulcro, estas dos últimas revestidas de
gran solemnidad. Con personas de toda la Isla y hasta de fuera que venían expresamente a mirarlas.
El Miércoles Santo, resultaban insuficientes las coloniales calles de la ciudad Capital, para contener el
mar humano que se desbordaba sobre ellas, con niños, jóvenes y viejos, pagando "Promesas" vestidos de
Nazarenos, luciendo sus hábitos y bonetes morados. I la imagen doblada bajo el peso de la cruz, haciendo su
recorrido al paso lento de los cargadores. I las cantidades de velas encendidas en manos de la feligresía. I las
voces cantarinas de los pregoneros de semilla de merey y maní tostao. I las vendedoras de panes y confites, con
sus enormes maras y las empanaderas y las distribuidoras de café y de cacao. I el encuentro de Jesús Nazareno
con su afligida madre que venía trajeada de negro por otra callejuela, acompañada de San Juan y de la
Magdalena. I las palabras conmovedoras del sacerdote recordando la vida de Jesús. I luego el peregrinar del
retorno, hacia las distintas localidades, pasada la media noche. I los pequeños recuerdos como cabitos de velas,
florecitas del mesón, gajitos de pelos y de manto, bojoticos y pañuelos repletos de la merienda para los que no
habían podido asistir.
Después el Viernes Santo, ya no con la fresca de la noche, sino en medio del sol canicular margariteño,
nuevamente las peregrinaciones. I el Dios muerto saliendo del antiguo templo de San Francisco en su sepulcro
adornado con las mejores flores de los jardines isleños, al compás de las litúrgicas notas del Popule Meus y de
los lentísimos pasos de los cargadores de promesas. I los honorables llevadores del Palio. I los soldados que le
acompañaban máuser al hombro y bayoneta calada. I las vibrantes notas de la corneta y el golpe de la "Caja" en
cada uno de las cuadras. I los característicos sonidos de las matracas. I el gentío “enfundados en trajes negros o
de colores serios" sudando la gota gorda. I las matronas rosario en mano desgranando oraciones y plegarias y el
gentío a coro contestando; sin que nadie, ni chico ni grande osara retirarse por nada del mundo hasta que no se
metiera la procesión en la Iglesia, para despedirse de ella y rogarle por sí y por los suyos, presentes o ausentes.
Luego nuevamente la peregrinación del retorno, casi igual al miércoles pero en horas mas tempranas.
Junto con todo esto es digno recordar también la manera mística como se guardaba, por otra parte, dicha
Semana Santa, cuando en las primeras horas del jueves, se empezaba por recoger, todas las herramientas de
labranza, como: azadones, picos, coas, hachas, machetes, cuchillos, etc.,etc. para pacientemente irlos
acomodando en un apartado rincón, declarándolos en forzado receso. Asimismo ir colocando boca abajo dentro
de la cocina, todos los utensilios de uso cotidiano, desde las cazuelas y los platos cercadeños, pasando por la
ollita del café y la de la leche, hasta el más insignificante objeto culinario. Igualmente seguir tapando las
“piedras de moler", el pilón y la escusa (minúscula y rústica despensa colgante del techo), y apagar los últimos
vestigios de lumbre mantenida en el fogón a base de leña fuerte, esperando la hora del "Encierro" para
declararse fuera de toda actividad material y dar comienzo a una rigurosa inactividad que no rompían "Ni por la
cosa mas necesaria del mundo".
Durante este corto período solo truncaban su misticismo para ingerir algunos sorbos de agua , una que
otra fruta almacenada previamente y pequeñas raciones de harina de maíz tostado y “entaparado" con
anticipación o llevarle una ligera ración al burro, a la vaca, a la cabra y a los cochinos atados en el fondo del
corral. Se contaba que durante estos días, los novios se separaban y ni siquiera una “picada" de ojos se
entrecruzaban y los esposos o amantes no hacían contacto corporal por temor a que les pudiesen salir los hijos
deformes debido a que el Dios muerto no contribuiría a su formación, o a quedarse pegados hasta el repique de
Gloria como castigo celestial, o a expiar su desobediencia en las "Quintas pailas del infierno" a la hora de la
muerte. Con lujo de detalles se narraban a manera de ejemplo, diversos casos de heridas, aporreos, accidentes,
muertes, etc, etc., sucedidos una y otra vez, en sitios diferentes, a los profanos desacatantes de esas
tradicionales creencias.
El Sábado de Gloria, suspendían el aislamiento al oírse el repique de las campanas. Volviendo la alegría a
los hogares, la lumbre a los fogones, el trabajo q los conucos, la actividad a las casas, las vacas y las cabras a
los ordeñaderos, la carne y los pescados a los puestos de venta y por ende la vida a su lucha incesante. Claro
que de esas costumbres ya casa nada queda, amén de los recuerdos y el murmullo criticón de alguna que otra
vieja que se ha resistido a acogerse a las transformaciones. Las procesiones fueron absorbidas por las playas, la
abstinencia dejó de su tabú y la música sacra fue suplantada por la moderna. Es decir, la transculturación casi
ha ido matando a lo autóctono.
EL MIÉRCOLES SANTO
En Margarita se celebraba la Semana Santa o Semana Mayor, con gran recogimiento. En todas las
cabeceras de Parroquia, se llevaban a cabo procesiones, que representaban la "Pasión y Muerte de Nuestro Señor
Jesucristo", pero las de La Asunción siempre estaban revestidas de mayor solemnidad y por lo tanto atraían
mayor número de fieles de toda la Isla, de manera especial el Miércoles y el Viernes Santo.
El Miércoles Santo, era el día del Nazareno. Durante la misa de la mañana, se veían infantes y adultos de
ambos sexos, vestidos de Nazareno. También se observaban matronas llevando hasta la presencia del Santo y
colocando sobre su mesón, "mechones" de pelos que habían dejado crecer al hijo para pagar la promesa que
habían ofrecido como les sanara de sus males; cabellos que estaban destinados a formar parte de la "Santa
melena" que elaboraban anualmente para la Imagen.
Por la tarde la procesión solemne de la Imagen por las principales calles, acompañada de enorme multitud
venida desde distintos sitios en interminables caravanas. "Jesús Nazareno", -de túnica morada y cara ensan-
grentada por la corona de espinas que traspasaba su cabeza, y el cuerpo encorvado bajo el peso de la Cruz,
seguía el lento recorrido, que con rítmico compás marcaban los viejos y nuevos cargadores del enorme mesón,
adornado con flores y con sirios, hasta encontrarse con María su madre Dolorosa; María Magdalena y San Juan,
que venían por otra calle, para detenerse en una esquina donde el pastor de almas, renovaba la prédica acerca de
la "Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo". La multitud contrita entre velas encendidas, súplicas y
oraciones, recibían el mensaje y seguían escuchando los golpes de caja o redoblantes y el toque de cornetas que
indicaban los “Cuartos sencillos o redondos", hasta el retorno al templo, en plena media noche.
Más allá se escuchaba la algarabía de las empanaderas y de las que vendían el café y el cacao siempre bien
calientico, y la de los expendedores de las semillas de merey y del "Maí tostao”, y las que voceaban, los panes y
las confiterías: suspiros roscas cubiertas, coscorrones, gorfiaos, tunjas y saboyanos; besos, cucas y biscochuelos,
bollos dulces y salados, biscochos redondos y torcidos, y tantas y cuantas cosas producía la habilidad artesanal
en las panaderías locales.
Después la despedida, el llanto con la imagen, las súplicas y el ofrecimiento de más y más promesas, los
besos y las persignaciones y las lágrimas sueltas, y la vuelta a la casa, con los paqueticos de meriendas para los
que no habían estado presentes y los pequeños souvenires: pedacitos de manto, gajitos de cabellos, toconcitos de
velas, y cuanto pudieran conseguir para mantenerlos, como recuerdos del Santo y de su día, durante todo el año.
EL VIERNES SANTO
El Jueves Santo, a las 3 de la tarde, las campanas dejaban de sonar. Los Templos Parroquiales cerraban
sus puertas y empezaba a escucharse el toque de "Matracas" para indicar la muerte de "Nuestro Señor
Jesucristo". Desde entonces comenzaba el más riguroso de los recogimientos. Se separaban los amantes y los
enamorados hacían un alto en sus visitas rutinarias. Se recogían los aperos del trabajo, tanto del mar como del
campo. Terminaba la lumbre en los fogones y sólo se ingerían alimentos previamente guardados. Las cazuelas,
los platos y todos los objetos culinarios se ponían bocabajo. No se lavaba, ni se planchaba, ni siquiera la gente
se bañaba porque Dios estaba fallecido, no se iba a las playas por temor a volverse sirenas o tritones.
Las vacas y las cabras descansaban en sus ordeñaderos sin que las molestaran, para evitar que en vez de
leche saliera sangre de sus pezones. El y por la mañana todos amanecían de riguroso luto. Las misas eran
rezadas y hasta ellas iban los feligreses con el mayor silencio. En muchos pueblos de la Isla se llevaban a cabo
solemnes procesiones, pero La Asunción se convertía en el centro principal de todas las miradas.. Hasta allí
concurrían a concentrarse desde todos los puntos cardinales para asistir al entierro del Dios Muerto. Nadie, por
respeto, era capaz de usar otras prendas de vestir que no fuesen: negras, grises, moradas, blancas o mediolutos,
cuando menos. A las 9 de la mañana empezaba la procesión del "Santo Sepulcro”, como se le decía. Cristo
muero dentro de su sarcófago, adornado con flores blancas y moradas de todos los jardines de la Isla, que le ~
como ofrendas. La mucha era lenta, triste y pesada pero nadie abandonaba su puesto aunque los rayos del Sol
fuesen cayendo fuertes sobre la multitud. El golpe de la caja y las notas tristes y melancólicas del Pópulo Meus,
tornaban más pesado el andar. Oraciones y plegarias era todo lo que se oía. El color de las velas y el sofocante
Sol del pleno mediodía aumentaban el calor que casi no se sentía porque todos iban reconfortados por el
acompañamiento y con las súplicas. El Sepulcro seguía con su marcha lentísima. Los viejos y nuevos
cargadores no perdían el compás ni tampoco los que conducían el Santo Sepulcro y mucho menos los soldados
de la custodia, de máuseres al hombro y bayonetas caladas. Así se iba consumiendo el trayecto de "San
Francisco a la Iglesia Mayor", donde se metían a las 3 de la tarde, tras el " Cuarto redondo " y el toque de
corneta, de caja y de matracas. El sábado, al despertar la aurora, se "Repicaba Gloria" y todo volvía la
normalidad. Así era, agrosomodo, el Viernes Santo de antaño en toda Margarita. En los de ahora hay más playas
que sentimiento religioso. Hay más bonches que oraciones, hay más escándalos que recogimiento y hay más
sitios de perdición que templos dedicados al culto.
EL SÁBADO DE GLORIA
En la Isla de Margarita, es mucha, pero muchísima la gente que habla y recuerda al "Sábado de Gloria". La
mañana del Sábado de Gloria era tan respetada como la tarde del Jueves y todo el Viernes Santo. Se decía y se
comentaba, que Nuestro Señor Jesucristo había muerto el Jueves a las tres de la tarde, había estado de Cuerpo
Presente" hasta el Viernes cuando lo enterraron y el Sábado a las nueve había resucitado entre los vivos y que
por lo tanto eran los tres días más importantes de la Semana Santa.
No había quién se atreviera a torcerle el pescuezo a ningún animal de plumas (gallinas, patos, pavos o
guineas) ni mucho menos darle la puñalada a los de cerda (chivos, borregos, cochinos o reses) antes del toque de
Guarura. Todo el mundo estaba preparado y pendiente del repique, donde había campanas, o del sonido del
cacho o del botuto, en los lugares donde estos se usaban, para empezar las plegarias y repetir una y más veces:
"Gloria en el salsi deus (Gloria in excelsis Deo) que equivalía a Gloria al Dios de las alturas.
Desde ese momento los matarifes, que habían estado todo el tiempo con los oídos aguzados y sus armas
preparadas, empezaban a beneficiar sus animales para el servicio público, las amas de casa a matar a las pobres
plumíferas para el consumo interno, y los pescadores a preparar sus enseres para irse a la mar. Ya nadie temía al
castigo divino porque se había cumplido a cabalidad con la Ley Cristiana, que ordenaba respetar los tres días del
“Encierro”o "Recogimiento" por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo.
En el instante de la "Gloria" las personas mayores se echaban a las calles o a los corrales a recoger,
invocando los poderes del Dios Todopoderoso, sus piedritas, que simbolizaban a las tres divinas personas:
Padre, Hijo y Espíritu Santo que volvían a la vida eterna con el repique, cuyas piedritas sustituían a las del año
anterior, y quienes hacían sus diligencias de un lado a otro, llevaban al fondo de sus bolsas o mapiritos
monederos, los bodegueros zumbaban en la gavetas de la plata y los jefes de casas guardaban en los baúles, en
las petacas o en cualquier sitio seguro como mascota o talismanes para que les proporcionaran suerte durante
todo el día. Los ~ han cambiado, la "Gloria" no se repica el Sábado a las nueve de la mañana sino a la doce de la
noche, por ordenes de las autoridades eclesiásticas, pero es mucha la gente, sobre todo los viejos, que se aferran
a pensar que nadie puede cambiar, según ellos, lo que el propio Dios instituyó, para mantener la fe de los
creyentes.
LAS QUEMAS DE JUDAS EN LA ISLA DE
MARGARITA
En la Isla de Margarita, después de terminada con toda solemnidad, el recogimiento y el misticismo que
envolvía la Semana Santa o Semana Mayor como también se le llamaba, y llegada la Pascua Florida con el
Domingo de Resurrección, la gente entraba nuevamente en el ajetreo y en el disfrute de la vida mundana, y
empezaban los juegos de trompos, de pichas y de paraparas, con todas sus diversificaciones, por parte de los
muchachos y las partidas de zarandas y de perinolas, entre las muchachas; y venían las quemas de JUDAS, que
no eran otra cosa, sino la forma simulada o picaresca de exteriorizar el propio pueblo, con la rememoración del
beso traicionero e hipócrita del "Iscariote", - uno de los doce discípulos amados de Jesús el noble Maestro de la
paz y la confraternidad -, sus sentimientos por todo lo que de una u otra manera había ido acumulando en sus
corazones y que necesitaban confesar públicamente para no reventarse, como decía el dicho".
Para la gente del pueblo, en su filosofía natural e intuitiva, el tan mentado "Judas Iscariote" o "Ascariote”
no era sino simplemente un ejemplo o un muestrario de la vida real personificada en un hombre, y por lo tanto,
asegurábase que a pesar de haber sido uno solo el JUDA de carne y hueso, que vendió al "Hijo de Dios",
muchos varones y hembras, lo habían seguido imitando, y así los continuaban representando; de allí, que a todos
aquellos que durante el año, directa o indirectamente los traicionaban o intentaban hacerlo, esperaban los
domingos siguientes a la Semana Santa, del primero al sexto, cuando más, para representarlos en un
mamarracho y quemarlos públicamente a manera de escarmentarlos, no sin antes leerles sus historias o
testamentos, aunque camufladamente fuesen.
En muchos casos aprovechaban para hacer los JUDAS, los mismos "Muñecos o Monifatos" de hojas de
plátano y de caña, y de pajas secas, que utilizaban para espantar los murciélagos, que se caracterizaban por
picar y desangrar los animales domésticos o para ahuyentar las angoletas u otros pájaros que se ocupaban de
arrancar los sembradíos, a cuyos "Monigotes" enfundaban en viejos trajes de pambiche, de casimir o de casinete
ya desechados, que conseguían como regalos o colaboraciones, le elaboraban una cabeza de taparo seco, le
pintaban su rostro con achiote y tizne de aripo, le acomodaban en la boca un extravagante tabaco criollo, lo
acicalaban un poco, lo bautizaban con un nombre, algo enjerigonzado que tuviera aunque fuese una ligera
similitud con el que quería representar, y ya estaba el JUDAS.
En algunos casos el 'testamento" no era sino improvisado por algún personaje popular chistoso y guasón;
en otros, redactado por uno o mas escribanos del lugar, las más de las veces en versificaciones como décimas,
cuartetos, quintetos y redondillas, sin que esto quisiera decir que no se podían elaborar también en prosa o
mixtos, es decir, en prosa y versos, pero siempre con el propósito de que su contenido, aunado a la gracia que
pusiera el lector, hicieran reír lo mas que pudieran o hasta desternillarse si era posible a los concurrentes, aunque
previendo en todo momento la posibilidad de que alguno o algunos se molestasen y montaran en cólera al
sentirse aludidos por lo, que se estaba diciendo.
Los testamentos casi siempre empezaban narrando la historia, claro que ficticia, del personaje y se
concluían con la repartición de su fabulosa aunque incierta fortuna, que no era otra cosa, sino la manera de hacer
públicos algunos hechos de la vida real que habían pasado por desapercibidos o se tenían en entredicho, como
por ejemplo, al que se había negado a prestar un caldero, una paila o un trapiche, traicionando la costumbre
tradicional, le dejaban todo los que poseía en sus fundos agropecuarios, y así sucesivamente.
En los diferentes pueblos y ciudades de Margarita se quemaban JUDAS, unos con mas y otros con menos
pompas, pero todos tomando como base la traición al HIJO DE DIOS, cotejándola con las que se han venido
sucediendo a través de las generaciones. En la actualidad hasta la quema de JUDAS, ha caído en la
mercantilización, pues las llevan a cabo en cualquier época del año y las más de las veces para promocionar
productos que nada tiene que ver con la idiosincrasia de la región.
EL CANTO DEL “LO, LO, LÓ”
Parecía más bien una salmodia que un canto popular, o tenía un poco de una u otra cosa. El ritmo era
pausado la más de las veces. Más bien monótono. Sin acompañamiento de instrumentos de ninguna clase. En
algunas ocasiones tendía a subirse el tono y a parecer más animado. Todo dependía de la hora, de la cosecha y
de las condiciones de los caminos.
Primitivamente lo cantaban en toda la Isla, en sus zonas agrícolas; últimamente se había reducido a "El
Maco de Bolívar" y a "El Valle de la Virgen". Se cree que al primero llegó desde el segundo por la vía del cerro.
De la montaña. "El Valle de la Virgen" fue uno de los primeros asientos de españoles en la Isla de Margarita;
antes lo habían llamado "Valle de Charaima". Allí tuvieron su sede las primeras autoridades que gobernaron
para toda la región.
“Si el tiempo había sido bueno y la cosecha superior"... como decía la canta", se reunían los labradores y
recogían las mazorcas. Desde lejos se miraban los montones de maíz amarillo, blanco, negro, ciguato o
moreche. Abrían las bocas de los sacos y empezaban a llenarlos hasta ponerlos repletos. Algunos amarrados
"Moño", otros "Orejas de mula" y los más con "Mazorcas en la boca".
¡Al hombro de un solo tirón! ... gritaban todos al mismo tiempo como para probar sus fuerzas y sus
destrezas. Se formaba la fila india. Uno tras de otro; comenzaba la marcha y el canto del “Lo, Lo,Ló". Cada
quién vocalizaba una cuarteta, coreada entre verso y verso por el cadencioso compás de " lo, lo, ló", hasta llegar
al último y volver por la "cola" a principiar. Algunas veces la coplas eran improvisadas y otras tradicionales
como esta que recogió el Ingeniero Agr. Alfredo Sánchez Marcano, nativo de "El Maco de Bolívar":
"Ay, lo, lo, ló, Mariquita me regaló
Ay, lo, lo, ló, agua de un cántaro nuevo
Ay, lo, lo, ló, el cántaro se rompió
Ay, lo, lo, ló, y el agua se cayó en el suelo”.
“El eco de la melodía pausada se internaba en los empalmes de los cerros y llegaba al pueblo"... A toda
hora y como repetida por miles de voces diferentes, se iba multiplicando. El “lo, lo, ló", era como un certamen
de resistencia. Los hombres llenaban sus sacos hasta el tope, y sin bajárselos en ningún momento por más larga
y pesarosa que fuera la distancia, paseaban su carga por dentro del poblado, aminorando cada vez más el tranco
como marcando un auténtico paso de procesión; bebiéndose los "Tragos de camino” que les brindaban los
mirones sin que les estorbara o les importara poco el volumen que portaban. Uno a uno iban entrando al sitio de
llegada como en un ritual, medio pagano y medio cristiano, los que lograban culminar el trayecto sin
inconvenientes. Daban gracias al Sol y a la lluvia, que se habían puesto de acuerdo para que la cosecha resultara
de lo mejor. Al último que vaciaba el saco lo felicitaban efusivamente como para proclamarlo ganador. No
habían placas ni trofeos, pero sobraban las distinciones de amistad.
Al ritmo del lo, lo, 1o" se cargaban también la madera para las casas, la yuca para el cazabe y cuanto
necesitara del concurso colectivo.
El canto del “lo, lo, ló”, apenas si queda en los recuerdos y en las añoranzas...
LAS FIESTAS DE SAN JOSÉ
Creemos no estar, ni por un pienso, equivocados al asegurar que no existe ninguna otra región del país
donde se celebren mas festividades patronales, mas rumbosas y con sus correspondientes octavarios, como en la
Isla de Margarita. Cada pueblo tiene, cuando menos, un patrono o patrona, y por ende una festividad patronal al
año. Pero entre ellas hay algunas que por ancestro y por su arraigo popular, se les deben tener como
tradicionales, y entre estas, es imposible o sería una mezquindad dejar de mencionar a la de San José de
Paraguachí.
Las festividades de San José de Paraguachí "Mano Checho”, como también le dicen cariñosamente hasta
sus más fervientes devotos, sin temer a castigos celestiales por la irreverencia, han sido y son todavía,
extremadamente rumbosas y concurridas. Gente de todas partes de la Isla, asistían y asisten, tanto a la salve o
rosario, como a la misa y a la procesión. Uno piano-piano, claro que los más cercanos, otros en bestias, motos,
carros u bicicletas y otros, bebiéndose las distancias por sobre los caminos de los cerros como los tacarigüeros,
para disfrutar a plenitud, no sólo de los actos religiosos, sino también de los fuegos artificiales que derrochaban
a granel, y de las corridas de ramos que eran por demás divertidísimas, y de tantas otras costumbres que
resultaban alegres y divertidas.
Al acercarse el mes de marzo la gente de Paraguachí empezaban a limpiar y y adornar el pueblo, para que
el 18 y el 19 todo estuviera listo. Con mucha anticipación, las campanas, los cohetes y los cañones echaban al
vuelo la invitación para las fiestas. Con la antevíspera comenzaban los paseos de música a repartir selectas
melodías por calles, veredas y callejones de todo el vecindario. Las vendedoras de confites, de panes, de
empanadas, de cacao y de café, al igual que los ruleteros y guarañeros invadían la plazoleta de la localidad y
con sus vocinglerías le daban el aspecto peculiar de feria al panorama y los bailes con sus conjuntos de cuerdas
y de viento, provocaban mover el cuerpo día y noche hasta más no poder, y los pueblerinos, rebosantes de
camaradería para con todos los visitantes, que muchas veces tenían que pernoctar en el lugar; repartían
alegremente, las frutas de sus “huertas", la leche de sus vacas y los sancochos de sus aves de corral, sin distingos
de sexos, ni de edades ni de posiciones sociales.
Claro que los años han pasado inexorablemente y las cosas han cambiado sin que lo hubiésemos podido
poner freno a la rueda del tiempo, pero las festividades de San José de Paraguachí, de "Mano Checho", siguen
contándose entre las mejores, las más rumbosas y por ende las más concurridas de la Isla de Margarita ... ¡Honor
y honra al que honor merece!, nos asienta el dicho popular, y eso es lo que estamos haciendo en estos momentos
con Paraguachí.
EL BAILE DE LOS DIABLOS
Según conversaciones sostenidas, en muchas oportunidades con Don Basilio Narváez y con Toño Subero,
honorables "ciudadanos" a quien Dios tenga en la Gloria; una de las festividades tradicionales en La Asunción,
era el "Baile de los Diablos".
Me decían ellos, que primitivamente se llevaba a cabo dicho baile el Domingo de Resurrección, pasada la
Oración de la Tarde, tomando parte todas las personas que habían participado corno peones, ayudantes o
cargadores de las procesiones de Semana Santa.
Se empezaba por formar uno o varios montones de leña, mediante aportes de voluntarios, en la parte Sur
del terreno que después ocuparon con la Plaza Bolívar y sus adyacencias. Se les prendía fuego entre ritos y
plegarias al "Supremo Hacedor" y al la llama tomar una considerable altura, es decir, formarse las fogaradas, los
participantes disfrazados de Diablos, con una vestimenta de tela gruesa bien ceñida al cuerpo y pintada con
colores diferentes, entre los que sobresalían el rojo y el azul, provistos de máscaras despampanantes, enormes
cuernos, uñas largas de metal y alpargatas de cuero crudo y sucias anchas burdamente elaboradas, empezaban a
danzar entre gritos y saltos, alrededor de la candela; de manos sueltas y marcando un ritmo escalofriante
acompasado con el toque de botutos, cachos, pitos y tambores que ellos u otros portaban, desplegando una
algarabía indescriptible zumbando de cuando en cuando un ligero pisotón hacia el fuego, de modo de ir estre-
chando el círculo y extinguiendo las llamas con las pisadas.
En muchas ocasiones, como para evadir un poco el sofocante calor, algunos de los presentes se
desprendían del grupo y emprendían veloz carrera por la calle, que debido a eso fue llamada "Calle de los
Diablos o del Diablo", buscando al fin la dirección del cementerio viejo, donde entraban, daban fuertes alaridos
y salían, para incorporarse nuevamente al grupo o grupos de danzantes y así estar hasta la extinción de la
candela.
Según comentarios, allí estaban simbolizando al Infierno con todo sus Diablos y Diablillos danzantes, y
debido a las pintas llevadas sobre el traje, esa danza era llamada también “Baile de los Pintaos".
Al construirse la Plaza Bolívar, la tradición fue declinando y aunque pretendieron llevarlo a cabo en otros
sitios y en otras fechas, como las Patronales, nada pudo evitar que se extinguiera definitivamente.
Algo similar he oído en boca del Prof. Julio Villarroel, Cronista de la ciudad de La Asunción; como he
visto también otra versión escrita por el Dr. José Marcano Rosas, la cual, respetamos.
EL BAILE DEL BARRO
El llamado popularmente "baile del barro" en la Isla de Margarita, no era una danza propiamente dicha ni
siquiera un baile de salón o de campo, de los que se acostumbran corrientemente realizar para animar las
festividades.
El "baile del barro" era simple y llanamente el equivalente a lo contorsiones o movimientos corporales que
se tenían que realizar obligatoriamente para compactar bien compactado el barro con la paja que se necesitaba
para la construcción de las casas de bahareque, bajareque o pajareque como indistintamente se les denominaba.
Para llevar a cabo el "baile del barro" o "la pisada del barro" como igualmente se le decía, se reunían los
hombres y los muchachos dispuestos y capaces, de tomar parte en los "barros" o "embarradas" y con los
pantalones arremangados hábilmente hasta lo más alto de los muslos y el torso totalmente descubierto,
entrelazados entre sí en una especie de cadena humana con los brazos echados por las espaldas, que pasaban de
una a otra persona basta agarrar lo más fuerte del cinturón o la pretina a la altura del cuadril, y dirigidos al son
unísono de cachos y botutos o sea guaruras, tradicionalmente instrumentos del ancestro aborigen, eufóricos por
los efectos del aguardiente que durante el acto consumían, y entre una singular algarabía; escenificaban ritmos
del acervo folklórico corno "la guarandinga", "la pava" y “el maremare”, recogiendo, ensanchando o
zigzagueando “la cadena humana", según las necesidades, para dar paso a los mojadores y brindadores, y marcar
el compás, al sacar una pierna embarrada hasta la pantorrilla y dar uno, dos o tres tanteos con el pié, rápidos y
suaves, sobre la superficie remojada, antes de hundirla a golpe duro nuevamente, para sacar la otra con iguales
propósitos.
De allí que este ritmo característico y muy peculiar, acompañado siempre con un ¡jun! o pujido, de cada
uno de los actuantes, y que más bien parecía un baile que un trabajo duro, fue bautizado por los mismos
pueblerinos como “la danza del barro" o "baile del barro”
Estas misma escenas se llevaban a cabo en cualquier época del año y para amenizar festividades diversas,
por hembras y por varones, al son acompasado de cachos, botutos, pitos, cariocos, charrascos, cuatros y hasta
cumbios y tambores, pero en lo seco y en una forma simulada o pantomimesca, sin barro y sin paja, para
terminar rompiendo la "cadena" o "las cadenas humanas" y formarse en parejas que danzaban hasta más no
poder, el ritmo de las polcas, zumbaquezumbas y estribillos orientales. "La danza o baile del barro" ha ido
desapareciendo por la acción del tiempo, al extremo que entre la gente joven es casi desconocida.
LAS CONSTRUCCIONES DE BAHAREQUE
Las construcciones de las casas de bahareque o bajareque, entre los campesinos margariteños, constituían
manifestaciones folklóricas por excelencia, llenas de camaradería y cordialidad. Eran todas unas jornadas de
fiestas pueblerinas. Daba gusto ver como cada quien contribuía voluntariamente con lo que tenía a sus alcances;
horcones, entrepalos, madrinas, culateros, soleras, tirantes, planchas, latas, bejucos, varas y hasta tejas si se
requerían, para realizar la obra.
En lo más que se demoraba era en las armaduras y eso porque los carpinteros tenían que labrar la madera y
hacer el trabajo especializado. Pero todo lo demás se llevaba a cabo mediante el sistema de cayapas.
El enlatado de paredes y techos se hacía en un día y el embarrado o la “embarrada" en otro; casi siempre
eran sábado y domingo los días preferidos para esas actividades.
En las cayapas colaboraban todos los que estuvieran en condiciones de hacerlo: viejos, mozos, niños,
mancos, ñecos, patulecos y revirecos, varones y hembras. El barro se traía desde sitios distantes, en agajes,
mapires, maras y cajones, al hombro o sobre burros. El agua se cargaba desde los pozos o aljibes, en tinajones,
múcuras y barriles. La paja se transportaba de los cerros circundantes en parihuelas, haces o “Jaces" tan grandes
que casi no se podía apreciar quienes los movilizaban.
Era gracioso escuchar la algarabía que se formaba desde el primer momento y mirar como entre todos los
concurrentes extendía el barro dentro o fuera de las "casas en piernas" con el mayor de los contentos y las más
grandes de las alegrías y luego dividirse en grupos, cada cual con su guía que los mandaba, para hacer más
efectivo el trabajo y mas amena la faena: unos desgajaban y regaban la paja; otros vaciaban poco a poco el agua
sobre el barro y la paja extendida para que se "enchumbara" bien; otros entrelazados en una especie de cadena
humana, pisaban barro y paja para compactarla mejor; otros al son de cachos y botutos (guaruras) marcaban el
ritmo acompañando a los pisadores: otros se desplazaban por todos los sitios con galones y “pecas” para irles
poniendo en la boca a los trabajadores el poco de aguardiente que les estimulara los ánimos y les aumentara el
brío para seguir la brega y el jolgorio; otros a golpe fuerte de azadón fraccionaban la ordinaria torta y
desprendían las "pellas" para hacer mas fácil su manejo; otros las llevaban hasta los pegadores; otros las
zumbaban o las ponían en la manos de los ayudantes; otros las iban acomodando cruzadas entre los enlatados y
otros se encargaban de repellar o alisar las paredes recién formadas y rellenar los huecos, todo en un incesante
intercambiar de gestos y de voces que mas parecía fiesta que trabajo.
Mientras que en un sitio apartado pero no muy distante, otros cocinaban en enormes calderos los chivos o
la res, con cuantos bastimentos y aliños producían los conucos, y otras acomodaban los platos, de barro
cercadeño sobre el “santo suelo” esperando el o los cañonazos que anunciaran el final de la jornada, para recibir
a los participantes que embarrados y todo, ocupaban sus puestos de a cuatro, cinco, seis y hasta más por grupos
para comerse apetitosamente el suculento sancocho que venían en totumadas del del caldero a los platos
desprendiendo olores penetrantes y vapores amenos, y otros que iban de plato en plato distribuyendo las
enormes arepas y las tortas de casabe, y los plátanos maduros, los mangos o las pencas de yuca o de pandelaños
con papelón, para la merienda. Aunque muchos no lo lleguen a creer, los barros de las casas de bahareque, eran
la mas hermosa demostración de hermandad campesina y de campechanería en los tiempos pasados.
LAS TRADICIONALES CASITAS PUEBLERINAS
Las casitas tradicionales en la Isla de Margarita eran las de bahareque. Bahareque equivalía decir barro
con paja apelmazado en las paredes, entre horcones y latas de monte amarradas con bejucos. En algunos
documentos antiguos he visto las palabras "bajareque" y "pajareque" en vez de bahareque.
Lo casitas de bahareque mantenían casi todas, la misma estructura interior, uno o dos aposentos, el recibo
y la cocina. Por sus formas o estilos las distinguían como "salas" y "cuartos." Las salas eran las de cumbreras
con dos aguas o botantes hacia el frente y hacia el fondo. Los "cuartos" eran los de una sola agua o botante hacia
atrás.
En la mayoría de los pueblos pequeños a las casitas de bahareque le abrían una entrada por delante, que en
muchas ocasiones tapaban durante las noches con esteras, por carecer de puertas de madera, y una salida hacia el
fondo que permanecía destapada todo el tiempo.
En las casitas de bahareque las ventanas consistían en simples claraboyas hechas en las paredes menos
batientes, las cuales, en algunos momentos tapaban con pedazos de sombreros o de mapires viejos. Los pisos los
preparaban con barro apisonado o cuando más con ladrillos elaborados en la misma Isla. I los techos los
recubrían con hojas de coco, con tortas de barro o con tejas criollas, en su mayoría voladas, es decir, sin pegar
en las junturas ni con mezcla ni con mezclote.
El mobiliario en las casitas de bahareque consistía en unos pocos tures, silletas y taburetes con fondos de
madera o de cuero, y como dormitorio se usaban chinchorros, catres y esteras de junco o de cachipo de plátano;
una vez más que otra, se veía una rústica cama de tablas desmontables o en su defecto las barbacoas fijas en los
rincones. Y entre la utilería prevalecían los platos, las cazuelas, los aripos, las tinajas y hasta los sartenes de
barro cercadeños, y las totumas, las cucharas y los pecos o pecoros de taparo redondos alargados. Mientras que
en los alrededores mantenían en ringleras, enormes tinajones y paílas, para recoger el agua de las lluvias o traída
de pozos y manantiales.
Tampoco faltaban en las casas pueblerinas el pilón de madera fuerte corno el roble, el guayacán o el
palosano, ni en las cocinas las piedras de moler, las “escusas" y los "boruos" colgantes, ni mucho menos el
fogón alto, de madera revestida con barro y sobre el cual se mantenían las piedras dispuestas para montar las
ollas y los aripos, a las horas de las comidas; ni mucho menos la troja para guardar los granos; ni bajo de la mata
de follaje perenne, el tinajón mediano sobre la horqueta de tres puntas, para que conservara el agua en con-
diciones de refrescar el cuerpo. Lo demás eran empalizadas y animales domésticos que convivían con grandes y
con chicos.
Las casas de bahareque han sido las más castigadas en los últimos tiempos por propios y extraños, al
extremo que las pocas que quedan han sido relegadas a un plano de inferioridad…
EL USO EN MARGARITA DE ESCAPULARIOS Y DE
CORDONES DE SAN BLAS.
En la Isla de Margarita, para contrarrestar las "maletías," las "pavas" y las mabitas", no solo era costumbre
usar "reliquias", talismanes y amuletos, sino también otra serie de cosas que a simple vista parecían
insignificantes, pero que, para quién o quienes las portaban, resultaban ser los objetos mas poderosos del
mundo. Así mismo, a propósito de acrecentar la fe en el cristianismo, infinidad de niños, de jóvenes y hasta de
ancianos, llevaban consigo, una especie de relicarios que denominaban “Escapularios del Carmen."
Estos escapularios eran prendas completamente sencillas; consistían en unas bolsitas formadas con fieltro
de color marrón, de más o menos una pulgada por cada lado, abierto en una de sus caras un agujero a fin de que
pudiera verse con facilidad la pequeñísima estampa de la Virgen del Carmen, que iba incrustada en ellas. Tanto
las orillas, como los bordes del agujero lo llevaban envivado o adornado con un bordado o punto denominado
"patica de ratón", en color amarillo o rosado. A los dos extremos superiores se le adaptaba una cuerda hecha en
forma de cabuya, con sedalina negra o marrón, la cual utilizaban para colgárselos del pescuezo hasta la altura
del pecho. Los escapularios variaban en tamaño. "Un poquito más o un poquito menos" de la pulgada cuadrada
a algunos le metían un pequeño vidrio con la finalidad de proteger la estampa. También había otros que
contenían dos estampas, una hacia el pecho y otra hacia la espalda, y se comentaba que estos eran los mejores,
porque tenían doble poder celestial. La mayoría solo contaba con la estampa de la parte delantera, y en la otra,
únicamente, la bolsita de tela adornada con la "patica de ratón." En muchos casos, por motivo de economía, se
sustituía el fieltro por cualquier otra tela, y si no era marrón la teñían con anilina, lo que venía a darle un color
mas bien morado oscuro.
Al contrario de las "reliquias," que eran ensalmadas por “brujos" o curanderos, los Escapularios del
Carmen eran elaborados por personas muy allegadas a la Iglesia Católica, y de allí que los curas o sacerdotes
fuesen partidarios de ellos, al punto de aprobarlos y recomendarlos en muchos casos. De la población de Santa
Ana del Norte, salían la mayor cantidad de escapularios para toda la Isla y hasta para Costafirme.
En la creencia popular, era un requisito indispensable que los Escapularios del Carmen fuesen "echados",
es decir, puestos por el sacerdote a la persona que los iba a usar. Igualmente, que los adquiriera el padrino o la
madrina y se los regalara al ahijado o a la ahijada; como también, que se rezara la oración del Carmen por todos
los presentes en el momento de la imposición, porque de lo contrario, ningún valor espiritual tendría dichos
Escapularios. Cuando se iba a hacer la sustitución por algunos nuevos, ya no era necesario que fuesen estos
regalados, ni que estuviese presente la madrina o el padrino, en caso de hembra o varón, pero sí, que los
bendijera y los colocara el sacerdote. Se comentaba con mucha insistencia, que las personas que portaban con
devoción los Escapularios del Carmen, en caso de naufragio, podían permanecer por mas tiempo sobre las olas;
asimismo, que al extraviarse en el monte, el que llevaba Escapularios, conseguía mas rápido el camino del
retorno. A la hora de morir una persona, si tenía escapularios, se los quitaban, en la creencia de que no era
necesario llegar a la presencia de Dios con estos, debido a que allá tendría los que la propia Virgen del Carmen
les pondría al término de la expiación de sus penas en el Purgatorio. Junto con los Escapularios del Carmen, se
vendía también una especie de cadenita elaborada de hilo negro, tejida en forma de cabuya a dos o tres gajos,
terminada en un borloncito con una cuentecita de oro, plata, cobre u otros metales, o de una "mapascuala”, un
garbanzo o una pepa de zamuro, pudiéndoselo adaptar además una cruz o un cristo. Este cordón tenía que
imponerse bendito por el sacerdote, pero sin necesidad de padrino ni de madrina, y por lo regular lo compraban
los interesados o sus representantes. Este era llamado "Cordón de San Blas," y los adultos que lo usaban tenían
que hacerse devotos de dicho Santo y rezarle su oración, para que pudiera tener efectividad. En la actualidad,
son poquísimas las personas que usan los “Escapularios del Carmen" o el “Cordón de San Blas”.
EL TAPARO EN LA TRADICIÓN
MARGARITEÑA
La tradición del taparo es quizás la que más ha batallado en Margarita frente a la acción destructora del
tiempo. Todavía en la Isla se usan taparos y taparitos. Se cargan sueltos y en mapires; encabuyados o enrejados.
Los redondos, ovalados, largos, caribes y pachecos. En ellos se lleva agua para las excursiones o para los
trabajos. También se conducen de una parte a otra repletos del dulce y refrescante guarapo de caña, y en las
parrandas conuqueras más de una vez se han transformado en envases para el ron, el vino, el chinguirito o para
cualesquiera otra bebida estimulante o embriagante. Hasta el exótico whisky ha llegado a tener cabida dentro de
los cascos de taparos criollos.
En Margarita casi nunca se le dice tapara sino simplemente taparo y con igual nombre se conoce a la mata
que los produce. Pero no solo para transportar líquidos se han utilizado los popularísimos taparos. También, en
tiempos pasados, para extraerles de su tripa un jarabe o bebedizo que recomendaban los curanderos para la
expectoración y el alivio de los malestares asmáticos. Lo mismo que para alimentar vacas y cabras con el fin de
que les aumentara la leche.
Cuando su casco estaba hecho o sea bien endurecido, se hacían con ellos totumas, charaguas, pecos o
pecoros, remillones, espumaderas, cestas, achoteras, embudos, maracas, furrucos, cumbios, cucharas grandes
para menear y servir los sancochos y pequeñas para comer frijoles, judías, guanduros y otros granos cocidos.
También se guardaban en taparos semillas de diferentes clases para tu futuras siembras, y la prendas de
valor, las monedas de oro o de plata y todo lo menudo que se queda tener oculto o alejados de los mal
acostumbrados. I cuando ya estaban rotos e inservibles para transportar líquidos, los aprovechaban como
avivadores del fuego o para pegar colmenas o poner maticas medicinales o de adorno.
En la actualidad los taparos han tomado otro destino y así los podemos ver dentro de las vidrieras y en los
llamados "rincones criollos" ya no rústicos como en el tiempo de antes, sino emperifollados, es decir, adornados
con cintas y encajes; pulidos, barnizados, encharolados y muchas veces pintados con las mas ricas acuarelas,
para cambiarles sus fisonomías.
Los taparos han seguido el ritmo de la época y en la actualidad están tomando nuevamente sitios
preponderantes.
"LAS RELIQUIAS" (TALISMANES O AMULETOS)
EN LA ISLA DE MARGARITA
Los mestizos Margariteños nacieron acogidos al sistema religioso que trajeron e impusieron los
descubridores, y de allí que creyeran mucho en Dios y en los Santos del Cristianismo; pero nunca se
desprendieron totalmente de los antiguos ritos y creencias de sus antepasados guaiqueríes o guaicoros, ni
protestaron las costumbres negroides que viajaron con los esclavos desde el África lejana. Estas y esas, las
siguieron practicando, aparentemente resignados, las mas de las veces en forma clandestina, por temor al castigo
corporal que los predicadores españoles les imponían, en los calabozos que anexaban a las iglesias, capillas y
casas de culto, para hacerlos purgar sus desobediencias.
Por eso, que, al mismo tiempo que les pedían devotamente a Dios, a la Virgen Santísima o a cualquiera
otra divinidad o Santo, que les sanaran sus males por medio del poder celestial, lo cual retribuirían con el
"milagro" (exvoto) ; asimismo esperaban el cuarto menguante para implorarle a la madre Luna que le
"menguara" el "maruto" a los hijos que les habían nacido “marutones” o esperaban las horas vespertinas para
suplicarle al padre Sol, que se llevara los "golondrinos" (Furúnculos o Flegmones) que les salían bajo los brazos
(sobacos o axilas); o utilizaban el rabo del gato negro para que le pasmara los orzuelos.
Igualmente, para prevenirse de una sola vez, de todas las "maletías" que les dañaban el cuerpo, usaban
unos amuletos que denominaban "reliquias", las cuales portaban "terciadas", en número de una o dos, y que no
eran otra cosa sino una mezcolanza de las creencias: españolas, indígenas y negroides. Estas “reliquias" las
preparaban los sucesores de los antiguos piaches o brujos, quienes se atribuían "iluminaciones” que les
trasmitían sus dioses por intermedio de las almas de los antepasados, y por lo tanto creían ciegamente en los
poderes sobrenaturales que poseían.
Las buenas "reliquias" contenían: parte del cordón umbibilical o "tripa del maruto" disecado, de la persona
que la iba a usar, y cuyo órgano guardaban celosamente las progenitoras; partículas de manto del Santo o Santa
de su devoción; pedacitos de piedra de ara y de una roca blancuzca, azulada o rojiza que recogían en los lechos
de los ríos, y que conocían como "piedra de rayo”, migajitas de cuerno o de pesuñas de un animal raro y
antiquísimo que llamaban "olicornio" (unicornio); "chispitas” de piedra imán o de hierro imantado; dientes de
serpientes, de peces o de anfibios; gajitos de plumas de aves agoreras como el moriquite ( lechuza ) o el chaure ;
polvillos del casco de la "gran bestia"; de uno a tres pelos humanos; y cortas oraciones escritas en viejos
papeles, además de algunos otros ingredientes del secreto profesional.
Cada uno de estos menesteres, tenía sus funciones: La "tripa del maruto" disecado, le prevendría de que el
mal no le entrara por donde mismo había recibido el soplo de vida en el vientre materno; el manto, le abrigaría
de la desnudez corporal o espiritual; el ara, lo mantendría firmemente con la fe en Dios y en sus santos; la piedra
de rayo, lo libraría de todos los males que le podrían venir desde los "siete cielos"; el cuerno o pezuña del
olicornio, lo protegería de los ataques de las fieras; los colmillos de las serpientes, de los peces y de los anfibios,
lo salvarían de los males de la tierra y de las aguas; el imán, le rechazaría toda asechanza de armas blancas o de
fuego; las plumas de las aves agoreras, le podrían sobre aviso de todo mal y peligro; el casco de la gran bestia, le
proporcionaría potencia y felicidad; los pelos humanos, le dotarían de traza y maña para actuar, como Sansón,
que lo hizo amparado en la fuerza que le proporcionaba un pelo; la oración, contribuiría a hacerle devolver las
maldiciones hasta el alma de quién o quienes se las echaran, y así sucesivamente. Para "ensalmar" una reliquia
se iba colocando, con gran ritualidad, todo lo que debía llevar, en una busaquita de cuero curtido o crudo, y se
iba cosiendo con una aguja pasada por candela a fin de matarle los males que pudiese contenerle, y ensartada en
una hebra de hilo mojado en agua bendita, para desemponzoñarla de herejías; dándole las puntadas en forma de
x abierta, buscando que se semejaran un poco a la cruz del Redentor.
Las reliquias antes de entregarlas al dueño eran sometidas a cinco o siete “aspergeos” o “santiguaos" por
parte del preparador, para que cogiera todos los poderes sobrenaturales que le habían insuflado los espíritus
invocados, y la imponían mediante un rito secreto que de revelarse perdía la gracia conque había sido ungida y
se le extinguían las facultades. Cuando era una sola reliquia la cargaban bajo el sobaco izquierdo o lado del
corazón, y se decía que la persona estaba "preparada", y cuando eran dos, las llevaban bajo ambos sobacos, y se
cambiaba el término por "cruzado". Toda "reliquia" iba sujeta al pescuezo por una cuerda.
Los individuos que usaban reliquias se alucinaban tanto con ellas que aseguraban ver, sentir y percibir
cosas que los demás no captaban, y cuando notaban que se dudaba de sus aseveraciones, buscaban cualquier
pretexto para impresionar. Las reliquias que no eran elaboradas con todas las "reglas del arte se le consideraban
de fantasía y se decía que no servían para nada. El uso de las “reliquias” en la Ida de Margarita ha ido
mermando cada día.
LOS VELORIOS EN MARGARITA
Tradicionalmente los "velorios" en Margarita no estuvieron circunscritos al mes de mayo ni ceñido única y
exclusivamente a la "Santísima Cruz", como es la creencia de muchos, sino que por el contrario se escenificaban
en cualquier época del año, con infinidad de pretextos e invocados a divinidades distintas o santos y santas
diferentes. Fueron de gran resonancia los "Velorios" celebrados en honor a la Santísima Trinidad, a la Cruz del
Cielo , al Gran Poder de Dios, a la Mano Poderosa, al Ojo de Dios, asimismo a San Antonio, a la Candelaria , a
San Isidro Labrador, a Santa Lucía y hasta a la misma Virgen del Valle, es decir, siempre relacionado el acto
con algún hecho circunstancial o trascendental o una promesa cumplida, lo que venía a presentar el caso como
una penitencia o un exvoto por el logro de lo invocado.
Empezaban estos "velorios" con el mayor recogimiento espiritual por parte de los oferentes y hasta por el
mismo público asistente, siendo de rigor la iniciación de los mismos con el rezo del Santo Rosario, que llevaban
a cabo matronas especializadas en la materia, terminado el cual comenzaban los galerones que magistralmente
entonaban músicos y decimistas, ataviados a la usanza típica y siempre de pie, sin que por nada del mundo se
atreviesen a dar espaldas al altar, como en una máxima demostración de fe divina o de respeto a las creencias
heredadas de los antepasados.
Es notoria la gran sensibilidad social que contenían esos actos por parte de cantadores y organizadores,
quienes de antemano se preparaban, como en un acuerdo de caballerosidad, para comenzar los cantos,
motivados con narrativas en décimas que reseñaban la historia del acontecimiento que se escenificaba, o de
quien o quienes lo ofrecían, o de hechos que hubiesen conmovido la opinión pública, o temas relacionados con
las ciencias, las letras y las artes, lo que ellos daban en llamar "cantos profundos", y no era precisamente, sino
hasta la media noche, cuando después de algún refrigerio, suculento consomé o cosa por el estilo, daban rienda
suelta a los célebres "picones" contrapunteo entre cantadores, que duraban, cuando más, hasta las cuatro de la
madrugada, de donde, si el "velorio" estaba bueno y los cantadores con disponibilidades, volvían los "Cantos
profundos" hasta su conclusión
Según he podido recoger de propios labios de viejos cantadores, esto lo hacían porque no les interesaba,
por ningún respecto ni motivo, que los muchachos, que acudían a los actos en las primeras horas de la noche y
del amanecer, tuviesen oportunidad de cerciorarse que los hombres podían ofenderse públicamente frente al
altar divino. ¡Maravillosa lección¡
Según el decir de muchos, "aquellos si eran velorio”. La policromía del paisaje, la esencia de la sabiduría,
la cadenciosidad de la música, la picardía del improvisador para urdir sus metáforas; todo, absolutamente todo,
venía a conformar una semblanza que daba verdadera naturalidad al arte y propia fisonomía ancestral al tema,
para que quedase patentizado en el lienzo imborrable de las edades como parte integrante de nuestro autóctono
acontecer, que hemos dado en llamar “Folklore" y que no es otra cosa sino la verdadera alma y tradición de las
comunidades que lo practicaban.
Pero no así ahora, cuando estos espectáculos han tomado un cariz diferente, una desviación descarada y
han caído como cosa vulgar y sin sentido en el terreno inadmisible de la mercantilización, de la mediatización.
Han dejado de brillar los buenos poetas populares (porque ser poeta no es únicamente improvisar décimas a
como dé lugar), los dominadores de la rima, de la métrica, de la cadencia, asonancia y versificación bien
pronunciada. Ya no importa que los niños escuchen a los hombres ofendiéndose de palabras frente al altar por
ellos profanado con tal que la atracción sea mayor y se puedan promocionar más productos del patrocinante. Es
decir, se fueron para siempre los "velorios de promesas" los de la verdadera esencia generadora del folklore
margariteño, donde el carato y el guarapo hacía de refrigerio; donde el sancocho de gallina a media noche
revivía los ánimos de los cantadores y uno que otro palito de ron criollo, muy bien distribuidos por cierto,
templaban los nervios de los competidores, y la voz de las empanaderas completaban la nota amena al jolgorio y
a la alegría.
Algo podría hacerse por revivir la tradición del "velorio" pero como sano esparcimiento, como vivencia
folklórica que es, y que forma parte genuina pura de la idiosincrasia de Margarita y del margariteño.
EL SANTÍSIMO CRISTO DEL BUEN VIAJE
Cuenta la vieja tradición margariteña, que ha venido traspasándose de generación en generación en forma
oral, que cuando el “Pueblo de la Sal", llamado también por sus primitivos habitantes guaiqueríes, "Manpatare",
empezó a poblarse de gente venida de mas allá de los mares y a conocerse como Pampatar, comenzaron a
edificarle una capilla, para el culto de la nueva creencia que empezó a arraigarse, pero sin indicar el Santo o
Santa que iban a entronizar en ella.
Se cuenta asimismo, que ya terminada la capilla y colocada la campana, la noche de un día que nunca se
ha precisado el nombre ni la fecha, un vendaval aterrador dejó sentirse cada vez con mas furias, al extremo que
parecía que a las casas de palma el techo se les iba para los elementos, y el bronce sagrado bamboleándose por
la ira del Divino Señor dejó escapar un repique largo y conmovedor.
Que en la mañana, al despertar la Aurora y cuando ya había amainado el temporal, notaron en la rada un
enorme barco de tres palos que las olas embravecidas habían empujado hacia la playa, donde tenían que reparar
algunas averías para poder viajar, después de manifestar ante las autoridades reales, la carga que traían desde la
madre España hacia Santo Domingo y donde sobresalía por su importancia, un Santísimo Cristo, tamaño
natural.
Que tan pronto como fueron arreglados los daños en el casco y el velamen de la nave averiada,
emprendieron el viaje hacia el rumbo que traían, sin poder continuarlo porque la tormenta empezó a arreciar con
nuevos bríos, obligándolos a retornar apresuradamente al puerto de la que el Capitán había oído una voz
celestial que le decía, que de allí no podría zarpar hasta no dejar el Cristo en la capilla sin Santo que en aquel
pueblo había, pero que el dicho Capitán, haciendo caso omiso a la voz del Divino Señor, intentó la salida por
una y otra vez, y en todas tuvo que retornar, y por último entregar la imagen a la feligresía que la llevó al altar,
para así poder continuar el Buen Viaje hasta el sitio de su final destino.
Que algún tiempo después, un nuevo barco quiso recoger la imagen, que ya empezaba a venerarse como
El Santísimo Cristo del “Buen Viaje", pero no pudieron sacarlo de la Capilla ni por la puerta grande, porque los
brazos y el palo superior de la Cruz se les agigantaron tanto que impidieron el paso, y que así sucedió por varias
veces, con cuantos barcos llegaban con igual pretensión, hasta que desistieron del propósito y el Cristo se quedó
para siempre en su nueva morada, donde se le quiere y venera con amor y con fé, y donde la gente de aquella
época, decían haber visto, como poco a poco la cruz se le fue reduciendo hasta ponérsele en su estado normal.
Que desde entonces el pueblo trabaja en la mar y en la tierra, a la parte con su Santo Patrono, le ofrenda
exvotos o milagros, le pide, le llama, le implora, le suplican, como si fuera vivo, y le celebran anualmente sus
festividades el 2 y 3 de Mayo, y que nunca jamás dejan sin hacerle octavario.
EL CRISTO DEL CARACARE
En la Isla de Margarita, desde que el mundo es mundo, el folklore espiritual-mental es abundante, es
grandioso, es riquísimo. Muchas veces fundido con el folklore material o ergológico forman una nueva
concepción de las cosas. Así los tenernos representados en el Ángel de Piedra de la Playa Moreno de Pampatar y
Los Robles, en el Santo del Caracol de Guiriguire de Juangriego, en la Santa Paraulata de la Cueva del Piache
en el Valle Del Espíritu Santo, en la Cruz del Comején en la Vecindad de los Martines, en el Santo del Cardón
del "Navíoquebrao", cerca de la "Boca del Pozo" de Macanao y en el Cristo del "Caracare" de los lados de "El
Manzanillo".
Este último escogió como altar natural una piedra playera cincelada por la acción superpoderosa del
tiempo y allí se quedó para siempre incrustado en la parte exterior de la laja recostada en la costa tradicional del
"Caracare", de donde le viene el origen de su nombre, para que los marinos y pescadores, lo admiren, lo quieran
y lo adoren en todo su esplendor y tengan su grandísima fe reconcentrada en él.
No se sabe desde cuando está allí, pero de lejos y de cerca se ve reflejado en el canto milenario de la
piedra costera. Unas veces más y otras menos claro, según y como se presente el tiempo, pero siempre patente
frente a la mirada de sus fieles devotos. Solo a los incrédulos y a los profanos les tapa el iris de los ojos para que
no lo miren ni lo irreverencien.
La leyenda viene de boca en boca y de generación en generación traspasando la barrera del tiempo. La
práctica continúa a pesar de los siglos que han transcurridos y de las transformaciones que las sociedades han
sufrido. Dicen que los pescadores cuando van a faenar solos o acompañados y pasan por frente el Cristo del
"Caracare", se persignan o al menos se hacen la señal de la Cruz y le ofrecen lo mejor de la pesca corno ésta le
resulte abundante, y si son complacidos en sus solicitudes, al regreso le zumban uno de los mejores ejemplares
que traen dentro de sus botes. De lo contrario, pasan por junto a él con la cabeza gacha, la mirada triste y el alma
avergonzada, pensando en el pecado que pudiesen haber cometido, de intención o sin ella, para que el Cristo los
castigara de esa injusta manera, negándoles hasta el sustento diario, para ellos y para sus familiares.
Nunca he tenido la dicha de poderle observar, pero hasta hoy, han sido muchos los "lobos de mar” a
quienes de viva voz les he escuchado relatar la singular historia del “Cristo del Caracare", de sus hazañas, de
sus milagros y hasta de sus castigos.
LOS BARLOVENTEOS
Los barloventeos son cosas por demás tradicionales en la Isla de Margarita. Dicen los más viejos que los
barloventeos vienen desde que el mundo es mundo; que es corno decir, desde que Dios echó su primera luz a lo
menos desde la época de los gachupines.
Nadie absolutamente nadie, asegura cuando se llevaron a cabo por primera vez los barloventeos, ni donde,
ni quién los ideó o quién o quiénes los trajeron a esta tierra isleña. Pero la verdad de las verdades, es que es una
de las pocas cosas del pasado que se siguen realizando en el presente, si no iguales, al menos con un poco de
parecido; con mucho fervor y con bastante religiosidad.
La mayor parte de los nativos, de manera especial los de los pueblos costeros, no dicen barloventear, sino
simplemente “baloventiar", y consiste dicha actividad en echarse a navegar a la bolina, siempre a favor del
viento.
Los días mas indicados para esta fiesta náutica son los de San Pedro, San Juan (Bautista o Evangelista),
San Nicolás y la Virgen del Carmen, todos patronos o relacionados, de una u otra manera, con lo actividad del
mar.
En los barloventeos, se ven sobre las aguas, embarcaciones de todas las clases, de todos los tamaños y de
todas las formas con nombres y estilos distintos, y gente de todos los sexos, de todas las edades y de todas las
condiciones sociales. Es un auténtico día de feria, de diversión y de esparcimiento. No faltan los cohetes, la
música popular, los cantos folklóricos y los tragos de aguardiente para animar los cuerpos. Lo demás es bulla y
gritería aupándose los unos a los otros.
En los barloventeos o "baloventeos" no se disputa nada material: ni copas, ni trofeos, ni prendas ni algo
que se le pudiera parecer, solo la satisfacción de saber cual embarcación es mas liviana ~ la flor de la aguas o lo
que es lo mismo, cual se desliza mas diligentemente sobre el lomo del mar como una saeta viviente. De allí que
se esperara ese feliz momento para probar si las embarcaciones recién compradas o las acabadas de construir en
los vaderos locales, servían o no para algo.
En los últimos tiempos se han sustituido las velas por los motores, lo que le ha dado mucha tipicidad a los
actos. Pero con todo y el modernismo imperante, se siguen llevando a cabo los barloventeos o regatas náuticas,
como la fiesta o el paseo del mar en la Isla de Margarita.
LA TRADICION DE LOS "SAN PASCUALES"
Entre las tradiciones Margariteñas, una de las que estaban mas arraigadas en los sectores populares, era la
del "San Pascual". Consistía el "San Pascual" en un baile que se llevaba a cabo en honor al Santo de ese nombre
y al cual atribuían las facultades de bailón. El baile a San Pascual no se efectuaba por mero capricho sino por el
cumplimiento de una promesa.
Se comenta, que cuando una persona se encontraba afectada de las extremidades inferiores o a mejor
decir, de la cintura para abajo, sin que les prestara los remedios de médicos ni de curanderos, ni las oraciones o
ensalmes de los curiosos o brujos, invocaban los poderes celestiales del Santo Pascual y le ofrecían un baile, con
tal de que le pusiera buena. Si era escuchada por el Santo, al sanar tenía que cumplir con la promesa, porque de
lo contrario le vendría el castigo y de la recaída no le salvaría ni el mismo Dios del Ciclo.
Se comenta también, que el agraciado y sus familiares mas cercanos, corrían la voz del "San Pascual" que
se iba a celebrar y repartían unas banderitas entre sus amistades, indicando el lugar, que tenía que ser el mismo
delmilagro, y la hora aproximada en que se iba a llevar a cabo. Llegado el momento, la persona, fuese hembra o
varón, viejo o mozo, salía del cuarto donde se había mantenido durante la enfermedad y y provisto de una
escoba adornada o de un “San Pascual” hecho a su manera, empezaba a bailar frente a la mirada absorta de los
concurrentes, un ritmo característico y medio "Fandangueado" que denominaban igualmente "San Pascual",
todo al compás de la música de cuerda previamente solicitada y la mas de las vesces venida en son de
colaborción.
A medida que el tiempo transcurría, el “Promesero”se despojaba del simulado San Pascual e iba bailando
con cada uno de los presentes hasta agotar el número, o haberlo hecho cuando menos con la rnayoría.
Después venían los brindis, de café, cacao, bizcochos, caratos, aguardiente, tabacos y cuanto pudiera
obserquiar el invitante de su peculio mediante las contribuciones de los presentes, y la continuación de la fiesta
con baile y cantos, hasta verse todos envueltos en ella.
Los "San Pascuales" en Margarita eran muy populares pero a medida que los años transcurrieron se fueron
minimizando, al extremo de quedar reducidos a los lados de Pedregales y El Valle de Pedrogonzález. Hoy son
muchas las personas que ni siquiera conocieron ni han oído hablar de los "San Pascua1”.
Los “San Pascuales" podían llevarse a cabo en cualquier época del año, pero preferiblemente durante los
meses de Mayo y Junio.
LA FIESTA DEL ÁRBOL
“Al árbol debemos / solícito amor / jamás olvidemos / que es obra de Dios”... Así empezaba el himno al
árbol, que todos los discípulos y preceptores de las instituciones oficiales o particulares entonaban por las calles
de los pueblos y ciudades de la Isla, el último domingo de cada mes de Mayo.
Pero todo no quedaba en el canto de los himnos: Nacional, Estatal, a la Bandera y al árbol, sino que había
algo más. La siembra de los arbolitos, que muchos mantenían cuidados en sus casas durante todo el año,
esperando que llegara privilegiado día, o iban en caravanas a buscarlos por laderas y montañas para traerlos en
sus porrones con el más solicito cuidado, y sembrarlos conjuntamente: autoridades, alumnos, maestros, padres,
representantes y amigos de la escuela, en las plazas públicas, si las había, o frente de las casas y solares
diseminados a todo lo largo de las calles, aunque rectas o torcidas fuesen. I desde el otro día, a cuidarlos,
protegerlos de la intemperie, de los animales realengos, de los desadaptados al sistema y, a regarlos debida-
mente con el poco de agua que la propia ama de casa le restaba, como un deber inalienable, a la raciones diarias,
para el año siguiente ver quién o quién se había ganado la "palma" por su misión cumplida.
La fiesta del árbol terminaba con los discursos y recitaciones de niños y niñas alusivos al "hermano
vegetal”, como también se le llamaba, y con la repartición del arbolito dulce, que de antemano habían preparado
hábiles y expertas y que mantenían sobre una tarima, adornado hasta el máximo con confites elaborados en la
Isla, especialmente suspiros, roscascubiertas, coscorrones y gorfiados, de La Asunción, y los cuales, los niños en
fila india, iban obteniendo por sus propios medios, sin que osaran a cogerse más de uno por individuo.
Sabias lecciones la de aquellos tiempos que jamás podrán olvidarse. Todavía quedan muchos árboles,
algunos centenarios, de los plantados en aquellas épocas que han logrado soportar las inclemencias del tiempo y
que con Cariño, amor y devoción siguen cuidando los que los plantaron o sus descendientes, y maldiciendo las
manos mercantilizadas que incontroladamente y sin ninguna tecnología aparente les destrozan sus follajes o
hasta les talan sus troncos, en defensa o protección de redes de cables elevados que representan el llamado
progreso.
Sería bueno recoger de aquellos ejemplos, los mejores y traerlos al presente, para que volvamos a aprender
a querer y a cuidar los "hermanos vegetales" que nos ayudan a sobrellevar la vida, en este "Valle de Lágrimas".
LAS CRUCES EN LOS CAMINOS DE MARGARITA
La Isla de Margarita, es quizás la parte de Venezuela, donde existen mas cruces en los caminos, sean
estos amplios o simples pasos de recuas, y no se vayan a pensar que esto es costumbre nueva, sino por el
contrario, tan vieja que la ha venido arrastrando la acción del tiempo junto con la creencia de la gente ingenua.
Desde épocas remotas, donde quiera que se bifurcaba un camino había una cruz. A la entrada de los
pueblos, por pequeños que fueran, había una cruz. Donde habían fallecido una o varias personas por accidente,
había tantas cruces como fallecidos. En los sitios donde tuvieron que enterrar algún cristiano por una
emergencia, allí clavaban una cruz. En donde habían aparecido unos restos humanos, a sabienda o no de quién
eran, colocaban una cruz, y lo que era mas raro, en la dirección donde moría alguno, ahorcado o estrangulado,
también ponían una cruz; asimismo, en los puestos conjurados por los sacerdotes o por los brujos para apartar
espíritus malos que se habían apoderado de ciertos y determinados lugares, dejaban plantadas una o mas cruces.
Las cruces en las entradas de los pueblos eran grandes, y siempre las mantenían en sus capillas espaciosas
donde podían meterse a guarecerse del sol o de la lluvia los transeúntes. Estas cruces todo tiempo mantenían
sobre sus brazos un ligero lienzo blancuzco que el pueblo denominaba "tualla" (toalla), y se encontraban
erguidas sobre una base o "piaña" de madera o de mampostería, abovedada en forma de alcancía que exhibía su
ranura por donde se le colocaban las monedas que se le traían como regalos o como exvotos. Nadie se atrevía a
robarle a una cruz y los encargados de ellas solo las "capaban", es decir le sacaban el dinero una vez al año, para
hacerle sus fiestas.
Ninguna persona, ni grande ni pequeña, era capaz de pasar por delante de una cruz sin que se
encomendara a ella, cuando menos implorándole algo, persignándose o rezándole alguna oración sencilla.
EL DIA DE SAN JUAN BAUTISTA Y EL HUEVO DE LA
GALLINA NEGRA
En la isla de Margarita, quizás como en ninguna otra parte del país existe un cúmulo de mitos, leyendas,
creencias, costumbres y supersticiones. Muchas de ellas tan arcaicas que vienen desde nuestros pobladores
autóctonos; otras formadas por mezcolanza de la creencias aborígenes y de las que nos trajeron los
colonizadores. y otras de procedencia netamente hispánicas o negroides.
Varias de estas cosas son de tinte meramente folklóricas, es decir, derivadas de esa ciencia del pueblo que
ha venido trasmitiéndose de generación en generación sin que someramente se sepa quien las descubrió, ni
quién las inventó, ni donde tuvieron mayor o menor auge, y que si ahora las sacamos a relucir no es con el
propósito de que se crea en ellas, ni mucho menos que se piense siquiera, que todavía aquí se están practicando,
sino simplemente por mera recordación o para que algunos se percaten o se den una ligera idea de como se
vivía en estos predios hace ya muchos años.
Era creencia muy arraigada, sobre todo en las jovencitas de antaño, nacidas o radicadas en la Isla, coger el
dio 23 de Junio, víspera de las festividades de San Juan Bautista, un huevo recién puesto por una gallina negra,
romperlo crudo y echar la clara dentro de un vaso de vidrio o cristal, es mejor decir, dentro de un envase
transparente, casi lleno de agua limpia, y botar a un lado la concha, después de ingerir la yema; luego depositar
dicho vaso en un sitio seguro donde ninguna persona ni animal pudiese molestarlo, para el día 24 siguiente, a las
"doce del mediodía" irlo a buscar a objeto de descifrar la imagen que se había formado entre el agua y las
partículas de huevo descompuesto, lo que venía a asociarse con el futuro de la interesada.
Resultaba curiosísimo ver las personas como levantaban el vaso, lo meneaban lentamente, y con una
delicadeza única, le daban unos toquecitos con los dedos, como para tratar de acomodar algo o de unir una
diminuta pieza; lo ponían a trasluz del Astro Rey, lo cambiaban de un lado otro, lo movían hacia cualquier
ángulo como buscándole mejor claridad, lo enfocaban con un puño semicerrado frente a un ojo y el vaso en alto,
o con los dos puños en forma de binóculo, se movían de allá hacia acá como bailando una danza diabólica, y
hacían muecas de mil maneras contrayendo los músculos de la cara y los párpados de uno o de ambos ojos
Entonces venían las revelaciones: ¡Un barco!, lo que indicaba que el afortunado sería marinero o navegante; !Un
árbol!, un conuco o los útiles de labranza!, que sería agricultor; !Una vaca o un toro¡, que sería criador; ¡Un
burro!, que sería demasiado bruto; ¡Un caballo!, que vendría un apuesto caballero; ¡Una bolsa!, muy rico; ¡Una
silla, que le sobrarían comodidades; ¡Una novia!, que el matrimonio estaría pronto; ¡Un arma!, que habría
desgracia; ¡Una Urna!, que sobrevendría la muerte; ¡Una carta! que recibiría correspondencia del prometido o
del aspirante; ¡Un bote o un pez!, que sería pescador; ¡Un carro!, que en su destino estaba un chofer; ¡Un
instrumento de cuerda, viento o percusión!, que la aspiraba un músico; ¡Una plomada!, que estaba delirando por
ella un albañil; ¡Un serrucho!, un carpintero a la vista; ¡Una brocha!, un pintor; ¡Un martillo!, un herrero; ¡Un
alicate, equivalía a un mecánico; !Un libro! a un intelectual; ¡Una pluma o un tintero!, a un cagatinta o
escribano; ¡Una boca abierta, a un cantante; ¡Un armario!, a un comerciante; ¡Un brazalete o una sortija, a
joyero; ¡Un conejo!, a un cazador; ¡un zapato!, a un zapatero; ¡Una nube, que las esperanzas eran remotas; ¡Una
copa!, que la pretendía un bebedor, ¡Un naipe o un dado!, un jugador; ¡Unas tijeras!, un sastre; ¡Un castillo!, un
militar, y así sucesivamente; y cuando no se podía descifrar nada se decía que el futuro no le estaba claro, o que
le era incierto.
Para la lectura y el descífraje del rompecabezas huevístico, había especialistas hembras y varones que eran
así como lectores de oráculos o de bolas de adivinos, a quienes se les llamaba “lectores de huevo" y se les daba
el mayor crédito a sus predicciones. En muchos casos, y éstos para los menos crédulos, daban ganas de reír las
posiciones que tomaban los especialistas, para descifrar la enigma o la 'lectura del huevo".
Al fin y al cabo la imagen no era otra cosa sino lo que cada quien quería representar y en muchas
ocasiones daba la coincidencia que la predicción se cumplía y aumentaba la creencia, mientras que en otras nada
se acertaba y se tenía que recurrir a la excusa para poder quedar bien.
Con la finalidad de darle mayor énfasis a la creencia se decía que el huevo para tal predicción tenía que ser
gallina negra, primeriza, y puesto a las 5 de la mañana, a las 9 ó a las 11 del día 23 de Junio, porque en otra ma-
nera no era del todo efectivo.
LAS FIESTAS DE SANTA ANA
Entre las festividades más antiguas que se celebran en la Isla de Margarita está la de Santa Ana del
Norte:”la abuela" o "la Viejita" como también le dicen. Desde épocas remotas se viene llevando a cabo con la
mayor religiosidad durante los días 25 y 26 de Julio de cada año y su correspondiente octavario, sin que nada del
mundo, ni las sequías más prolongadas, ni los tiempos más calamitosos hayan logrado desviarlas ni dejarlas de
hacer.
A las fiestas de Santa Ana del Norte concurría gente hasta de los más apartados rincones de la Isla y de
Costa firme. Muchas familias provenientes de los sitios más lejanos se venían preparados para pasarse hasta
quince días, aprovechando la gentileza y campechanería de los norteros, que durante esos días ponían todo a
disposición de los visitantes, desde las casas hasta los conucos que siempre estaban repletos de todo lo necesario
para la subsistencia.
Las habitaciones eran remozaditas de antemano para esperar a los amigos y a sus acompañantes y los
residentes se sentían orgullosos al contarse entre la que mayor número de personas habían recibido durante las
fiestas y con la satisfacción de que se habían ido complacidos y contentos para la vuelta en la próxima ocasión.
Las fiestas de Santa Ana, no eran sólo religiosas sino también populares. En lo calles y en los alrededores
de la Iglesia se exhibían palos ensebados, burriquitas o "burros de palo", juegos de sartenes y papelones, carreras
de sacos, tiros al blanco y todo cuanto creaba el ingenio insular para divertirse. Había música, cantos y bailes de
cuerdas y de viento, ventas de panes, confites, café, cacao y comidas criollas, bazares, obsequios y cañandonga y
se oían constantemente el retumbar de cohetes, cañones, cohetones, tracas, bombiadores, tarros, minas y pa
palmas y cuanto fuego pirotécnicos inventaban los expertos fogateros del lugar, que de paso estaban
considerados como los mejores de la región.
A los niños los llevaban para que vieran los dos viejos bancos laterales que estaban colocados en la nave
principal del templo y en los cuales, según la historia, se había sentado el Libertador Simón Bolívar con los
notables y sus acompañantes de la expedición de Los Cayos de Haití en 1816, cuando se proclamó la Tercera
República, lo que renovaba anualmente la lección de Patriotismo y mantenía fresco el sentimiento de libertad.
Las festividades de Nuestra Señora Santa Ana, se mantienen latentes en el sentimiento y cariño del pueblo
neoespartano, aunque con las reformas que el tiempo les ha obligado imponer, que tampoco han sido muchas, si
consideramos. que las salves y las misas se siguen celebrando con la solemnidad del tiempo de antes y lo
procesiones del día y de la octava, continúan recorriendo las mismas calles en medio de una multitud de
feligreses que las acompañan hasta el final.

LAS FESTIVIDADES DE LA ASUNCIÓN


Las festividades de Nuestra Señora de La Asunción, la Virgen de La Asunción o "La Patrona", como
también se te decía y se le sigue diciendo, eran las únicas, en la Isla de Margarita, que tenían una característica
netamente religiosa. En ellas casi no se consumían licores ni se bailaba, ni se ponían mesas de juego en las
calles, ni había parques de diversiones, ni bazares, ni nada por el estilo y sin embargo la gente estaba pendiente
de ella y concurrían masivamente de todas partes de la Isla y hasta mas allá de sus costas.
Misas, vísperas, salve o rosario y retreta el 14, y la vocinglería de los vendedores de maní y de semillas de
merey, de empanadas, de café, de cacao, de dulces, de panes, de arepas y barrigas de viejas y de cuantas
meriendas se producían en las propias casas asuntinas, y la profusión de fuegos artificiales: cohetes, cohetones
de luces, cañones, tracas, cámaras, bombiadores, tarros, ratones, minas, palmas y los tradicionales globos,
sumados a los repiques y más repiques de campanas, eran la distracción de propios y extraños; y el 15 lo mismo
que el 14, más los maravillosos sermones y la procesión por varias calles de la ciudad engalanadas y
embanderada con la insignia de la Virgen. Igual sucedía el 21 y 22 de agosto, aunque con más pompa y mayores
derroches de fuegos artificiales y de la vocinglería.
Todos los asuntinos trabajan durante el año a la parte con "La Patrona", desde el empleado público, hasta
el ama de casa, pasando por el agricultor y el simple jornalero, ya en el mes de junio, cada quién estaba
depositando lo que le correspondía a la Virgen, bien por la venta del cochino gordo, de la tabla de yuca, de los
papelones, del suelo o de la bodega, del aceite de coco o del almidón. Había dos juntas receptoras: una de
mujeres para el Día y otra de hombres para la Octava. Y la competencia estribaba en ver quien la realizaba
mejor. Siempre se comentaba que el "Día" nunca se había podido ganar la "Octava" ni siquiera en el banquete
que brindaban a los más representativos, o en los "paseos de música".
La gran satisfacción de toda la gente era preocuparse por estrenar ese día o lucir sus mejores galas,
adquiridos con la plata que les había ayudado a ganar "La Patrona". A los niños y a los adolescentes, como un
mandato de familia, se les inculcaba el cumplimiento del deber que tenían para con la Virgen, y contaban de
muchos milagros a devotos, como también de castigos a profanos e incrédulos.
Las fiestas de nuestra Señora de La Asunción, de "La Patrona", han ido cambiando en su estructuración.
Ahora las organiza una sola "Junta" y se acabó la competencia entre "Día" y "Octava" y hasta la obligación de
estrenar o de vestir las mejores galas, para el 15 y 22 de agosto ha dejado de ser una obligatoriedad. Solamente
han quedado los Mayordomos que cotizan regularmente para “Las Fiestas”, que mantienen en parte la tradición.
LOS GLOBOS DE LA PATRONA
Nuestra Señora de La Asunción es por antomasia "La Patrona" en la Ida de Margarita. Así la conoce todo
el mundo y la señalan al nombrarla. Las fiestas de "La Patrona" eran famosas y muy rumbosas, como decía la
gente del tiempo de antes. La Iglesia y la Mayordomía trabajaban todo el año para contribuir con el realce de las
fiestas. Día y Octava por lo regular. La última mejor que la primera porque allí se echaba el resto. Las mujeres
mas pobres engordaban sus cochinos y los agricultores sembraban sus "tablas" de yuca para la Virgen. El todo
estaba en que nadie se quedara atrás. La gente de los pueblos circunvecinos concurrían masivamente a lo fiestas
puramente religiosas, aunque acompañadas con inmensa profusión de fuegos artificiales. Tenían gran resonancia
y tenían mucha singularidad los globos de "La Patrona". Personas expertas se ocupaban de elaborarlos con
anticipación. Papel de seda muy delgado, transparente y de diversos colores, que iban cortando en franjas
arqueadas e iguales, para después unirlas con almidón o pega de harina, un aro fuerte para la boca y un
mechurrio que antes del gasoil o del kerosén, prendían con sebo o con aceite de coco quemado, con borra y
todo; era lo indispensable, para que los hombres encargados de manejarlos, los fuesen conduciendo
cuidadosamente y echándole viento por debajo con su sombreros para que se inflara y el humo y el aire caliente
los ayudaran a tomar altura sin que se dañaran prematuramente.
Quizás en La Asunción fue la primera parte de Margarita donde se utilizaron esos aparatos para adornar el
cielo durante las noches festivas. Los habitantes de Tacarigua y de otros sitios ubicados del portachuelo para
abajo, que no podían remontar hacia la Ciudad, se quedaban en sus pueblos para ver los globos pasar o
quemarse en las alturas. Algunas veces lograron rescatar algunos sin dañarse y los volvieron a zumbar en fiestas
de otros lugares. También mas de una vez los citados globos provocaran incendios en sementeras y matorrales :
Guaitoroco, Las Taguas, La Huerta, El Río, El Rincón, Matahambre y El Manantial, entre otros, fueron en
muchas ocasiones víctimas de los globos de "La Patrona. Hubo hasta una pareja de tacarigueros recién casados,
que por haber perdido todo el cañaveral de su “sierra-manantialera” por causa de los benditos globos de "La
Patrona”, del viaje se fueron para Costa firme donde formaron familia numerosa sin que volvieran nunca mas a
su lugar de origen.
Todavía hay mucha gente que se acuerda de los viejos globos de “La Patrona” y a cada paso los añoran.
EL CULTO A LA VIRGEN DE “PAPACHÉ”
EN TACARIGÜITA
La Tacarigua de Margarita es una sola, a pesar de estar formada por tres núcleos poblados y cada uno de
ellos dedicado a una advocación del culto católico: San Sebastián, en Tacarigua Adentro; El Corazón de Jesús,
en Tacarigua Afuera, y La Virgen de "Papaché" -o lo que es lo mismo, El Dulce Corazón de María-, en
Tacarigüíta o El portachuelo.
Este culto o devoción a La Virgen de "Papaché” en Tacarigüita, no es nada nuevo, pues tenemos
entendido que ya en la última década del siglo próximo pasado, el señor José Núñez y su esposa Florencia
Velásquez (Na Lencha), dueños de una de las fincas agrícolas mas prósperas de la región, celebraban
anualmente, con gran pompa, y durante la primera quincena de Agosto, después de las festividades del Sagrado
Corazón de Jesús de Tacarigua Afuera, que para esa época se efectuaban en Julio, un rumboso velorio de
canto en honor al Dulce Corazón de María representada en una estampa o cuadro enmarcado en rústica
madera que existía en la capilla del Sagrado Corazón de Jesús, y desde donde la trasladaban en procesión hasta
la casa de habitación y de allí al sitio del trapiche del aludido José Núñez, a quién la mayoría de los lugareños
nominaban con cariño y con respecto “Papaché”.
No es de dudar de dudar de estos comentarios de la tradición oral, debido a que en una vieja escritura que
hemos logrado ojear, encontramos que el velorio que se celebraba en el penúltimo año del próximo pasado
siglo, en honor a dicha divinidad, se disolvió intempestivamente cuando unos militares de la tropa de linea
acantonada en La Asunción, irrumpieron dentro del público en busca de un fugitivo de la justicia.
Algún tiempo después, la familia Morao Alfonzo, de Porlamar, amigos íntimos de la casa de los Núñez
Velásquez, de Tacarigüita, donde acostumbraban temperar durante algunas épocas del año, atraídos por la
benignidad del clima, decidieron reemplazar la vieja estampa por una imagen de bulto, mandándola a encargar
fuera de la Isla con sus familiares que se ocupaban de la navegación y del comercio exterior.
Traída la estatuilla del "Dulce Corazón de María" a la Isla de Margarita, Misia Prisca de Morao,
aprovechó la oportunidad en que la designaron madrina de una nieta del señor José Núñez, de nombre Lucina e
hija de Zenona Núñez Velásquez, para hacerla bendecir y entregársela a la ahijada como regalo del bautizo, y
desde entonces, que fue allá por el año de 1915, se sustituyó el antíguo cuadro, y comenzó a hacérsele el
afamado velorio a la nueva santa, que con gran fervor entronizaron en un sencillo nicho que le elaboró Ladislao
Romero y el cual colocaron sobre un pequeño altar en la propia casa de familia, a la usanza de la época y donde
empezó a ser venerada devotamente por todos los campesinos y a pasar de boca en boca lo portentoso de sus
milagros, sobre todo entre agricultores, como el propio José Núñez, de quién se cuenta que le pidió le salvara
una cosecha que estaba a punto de perderse por insolación, descargándose en la misma noche el aguacero
ansiado, mandándole éste, en recompensa, a elaborar una mazorca de oro.
Es digno de hacer notar que después de envejecidos el señor José Núñez o "Papache" y su esposa
Florencia (Ña Lencha), dejaron de hacérseles los anuales velorios y solo se llevaban a cabo esporádicamente
cuando alguna persona particular o familiar se los ofrecía como acción de gracia. Entre estos últimos se cuenta
el que se le hizo por ofrecimiento de Guillermina Nuñez, quién después de muerta dizque le reveló el
incumplimiento a Diego Velásquez, contándose con mucha insistencia, que en este acto y tan pronto como em-
pezó el canto, apareció cerca del altar una pajarita rara, admirada por todos los presentes, que no se retiró hasta
la mañana cuando el último cantador terminó su décima diciendo: "Ya el velorio está cumplido/ ánima descansa
en paz".
Muchos años después de muertos sus abuelos y su tío Marcos, que era el que había quedado como
custodia de La Virgen de "Papaché", como la habían confirmado propios y extraños, la dueña Lucina, que vivía
en Tacarigua Afuera con su mamá Zenona, la trajo hasta su residencia, donde siguió exhibiendo sus 18 milagros
(exvotos) todos de oro, entre ellos: mazorcas, manos, piernas, pechos, ojos, niños, clavos, etc., y luciendo un
retocado que por algunas roturas que tenía, le hicieron el Ing. Luís Rivero Núñez, su esposa Emilia Salinas y el
pintor José Ramón Ordaz.
Últimamente un grupo de estudiantes universitarios, acompañados por algunos pueblerinos entusiastas,
amigos e interesados en el rescate de nuestra tradiciones, se han dado a la tarea de celebrar nuevamente los
velorios de La Virgen de “Papaché" y revivir el perdido culto a la Virgen María representada en su Dulce
Corazón.
LA TRADICIÓN DEL SAN RAMON NONATO
Con el arribo de los españoles a las costas margariteñas, arribaron también los santos del Santoral
Cristiano. Los nativos incorporados a las nuevas creencias pacientemente los fueron adoptando y, haciendo una
mezcolanza con sus ritos autóctonos o tradicionales se encargaron de irlos popularizando. Entre los llegados
estuvo un San Ramón Nonato, y no Donato como muchos pretenden hacerlo conocer, que fue puesto bajo la
custodia de una de las primeras familias forasteras que se asentaron en el Valle de Tacarigua, donde se convirtió
con el andar del tiempo en el protector de las parturientas, desde el día en que por obra y gracia de una
casualidad tuvo su primera intervención en una de sus guardianas que lo invocó en el preciso momento en que
se hallaba al borde de la muerte por no poder parir.
Se cuenta que el San Ramón Nonato era lo último que invocaban cuando el parto venía al revés y el caso
se veía casi perdido, por que si estaba considerado como el máximo poder para ese trance, no era justo que lo
estuvieran molestando por cualquiera simpleza y sin ninguna necesidad aparente. Llegado el momento
angustioso, corrían a buscarlo a la casa donde había hecho su último milagro y lo traían en "volantillas"
aprovechando la circunstancia de que no era grande sino mediano y de un material livianísimo, fácil para su
conducción. Lo colocaban boca abajo sobre la barriga de la embarazada y empezaban todos los concurrentes a
suplicarle a viva voz que hiciera el milagro de desembarazar rápido a la pobre preñada.
Si el caso resultaba favorable y el alumbramiento se llevaba a cabo sin que el niño ni la madre sufrieran
algún percance, lo dejaban allí depositado, haciéndole sus alumbrados con espermas y aceite de coco, hasta que
se presentara el caso en otra parte y lo vinieran a buscar, de lo contrario, lo regresaban sin penas ni glorias al
sitio de donde lo habían traído.
En estos menesteres estuvo el Santo de aquí y de allí durante muchísimos pero muchísimos años, hasta
que los médicos empezaron a hacer más milagros que los que él hacía y la gente despreocupándose de su estada
hasta olvidarse definitivamente en donde había quedado por última vez.
En la actualidad nadie o casi nadie sabe donde para el San Ramón Nonato, protector de las mujeres en
trance de alumbramiento, que fue tan popular y tan querido en La Tacarigua de Margarita en épocas pretéritas. 1
algunos hasta tercamente dudan de la veracidad de sus milagros y de la existencia del referido santo.
Desapareciendo esta añeja tradición como han desaparecido muchas otras de igual procedencia.
San Ramón Nonato nunca tuvo capilla propia en esta región insular, ni se le hicieron misas ni se le sacó
en procesiones; su única misión era la de hacer parir a las mujeres embarazadas después que se habían agotado
todos los recursos disponibles, obteniendo como recompensas sus alumbrados de esperma y de aceite, el
hospedaje hasta que se le presentara una nueva oportunidad de intervenir, y un velorio de canto en la casa
donde se encontraba, el último sábado del mes de agosto, todo con la colaboración de los labradores del cerro
que habían distinguido con su nombre, en la parte norte de la comunidad tacarigüera.
EL CULTO DEL ÁNIMA SOLA
El "Anima Sola" tiene muchos devotos en la Isla de margarita. No hay pueblo donde no se le mencione ni
sitio donde no se le venere. Hasta gente bastante allegada a la Iglesia Católica adoran al "Ánima Sola". Es una
devoción viejísima y muy popularizada. Muchas personas la invocan sin conocerla. Otras lo hacen conscientes
de haberla visto en una estampita donde la representan de medio cuerpo hacia arriba y entre llamaradas o
“lenguarás” de candela. Los devotos nunca la juntan con sus demás santos y santas. La ponen sola en su
adoratorio, casi siempre, en un rincón, donde le prenden velas y mechas de aceite de coco. En sus días
señalados, los creyentes piden favores que consideran que otros santos no están en capacidad de concedérselos
Los brujos y hechiceros la utilizan para sus prácticas profanas y en estas creencias también es tomada muy en
cuenta. Todas las rogativas van acompañadas de su oración. Esta tiene muchas variantes, pero la mas
generalizada es la siguiente:
"Anima Sola, ánima de paz y guerra, ánima de mar y tierra, ánima de sol y luna, ánima de viento y
calma, ánima que está obligada con Dios resolver los problemas del mundo, ante ti yo juro y me conjuro y te
imploro mi deseo de que todo lo que quiera se me cumpla. Anima la más sola del Purgatorio, que todo lo ves
y todo lo escuchas, yo te compadezco en tu dolor y quiero aliviarte en tus sufrimientos ofrendándote todas las
obras buenas que he pasado, pase y pasaré en esta vida para que pagues tus culpas y pecados a Dios y
alcances su gracia divina, esperando me concedas el beneficio de (aquí lo que se pide) y al concedérmelo
cumpliré tu Santa Ley amándote por sobre todas las cosas y a su Divina Majestad misericordia infinita para
mi salvación amén". Se rezan 3 Avemarías y 3 Padrenuestros gloriados con bastante fé y concentración
espiritual para que la súplica pueda llegar al cielo porque de lo contrario no tendría ningún efecto y mas bien
podría revelarse contra el o la suplicante.
A algunos devotos del "Anima Sola" se les pregunta acerca del origen de dicho culto y no saben dar razón
y simplemente se limitan a responder que lo que si pueden asegurar es que es milagrosísima. Otros responden
que es un espíritu desesperado condenado al infierno, capaz de conceder todo lo que se le pida, buscando
congraciarse con Dios para lograr su descanso eterno. Otros se refieren a que es el alma de un ser que vivió en el
mundo sin familia. Mientras que otros tantos, entran en detalles explicando que el "Anima Sola” fue una
persona de cuerpo y alma, que existió en carne y hueso, sin asegurar dónde ni cuándo, y que cayó en pecado por
que no hizo en la tierra lo que Dios manda, Que fue una mujer quisquillosa, adulante, cuentera, mezquina,
avara, codiciosa, envidiosa, maula, hipócrita, intrigosa, egoísta, y para usted de contar, que no cumplió ni uno
sólo de los mandamientos de la Ley de Cristo y que al morir y pretender entrar al Reino de los Cielos, es decir,
llegar a la presencia de Dios fue expulsada por éste, ordenándole purgar sus penas en el Purgatorio pero
completamente sola, aislada de las demás ánimas, - de allí el origen de su nombre- , pero con la obligación de
escuchar a todos los que le invocaran y ayudarle a resolver sus necesidades, intercediendo ante el mismo Diablo
de los Infiernos si era pesib1e.
El "anima Sola" volverá a la presencia de Dios Todo Poderoso el día que termine de pagar su penitencia
haciendo las obras que dejó de hacer mientras estuvo en la tierra y para ello tendrá que hacer un milagro mayor a
la hora de cada llenante de Luna y varios menores durante los cuartos o pases y en la aparición de la Luna
Nueva; pero como son tantos los pecados del género humano sobre la faz del planeta, porque la gente cada día
se han ido alejando mas de Dios y tornándose más terca, hereje y mala, el "Anima Sola" no tiene esperanzas dee
pagar sus culpas ni en miles y miles de años, y de allí que tendremos " Anima Sola" para mucho tiempo.
EL CULTO A LA VIRGEN DEL VALLE
El culto a la Virgen del Valle en la Isla de Margarita es tradicional. Data desde el comienzo mismo de la
dominación española. Los indios guaiqueríes de Palguarime fueron los primeros nativos que se sumaron
fervorosamente a dicho culto. Tenían a la imagen como enviada del cielo por sus primitivos dioses para que les
salvara de las tropelías que cometían con ellos los invasores. (La relación histórica asegura que fue hecha en
España y traída para la Iglesia de la Nueva Cádiz de Cubagua de donde fue conducida a Margarita por el Padre
Francisco de Villacorta a raíz de la destrucción de aquella opulenta ciudad). Poco a poco el culto se fue
extendiendo por toda la región margariteña y expandiéndose hacia la Costa Firme y hasta todos y cada uno de
los sidos donde sus devotos iban en son de trabajo o de comercio.
Sus festividades principales se enmarcaron entre el 7 y el 16 de Septiembre de cada año (día y octava).
Algunos aseguran que el 8 del citado mes fue la entrada a Margarita de la imagen procedente de Cubagua; otros
que ese fue el día que los indios la consiguieron en un matorral situado en el puesto donde lo plantaron su
primera capilla, que es el mismo donde se encuentra la actual iglesia en la que se le venera con fervor y con fé; y
hay otros que sustentan la tesis que en esa fecha la hallaron. pero en la llamada cueva del Piache que está en la
cúspide de uno de los cerros que contornan al Valle del Espíritu Santo, antes Valle de Charaima. Sea como fuere
el culto a la Virgen del Valle de la Margarita, como también se le dice, se ha extendido tanto, que en !a
actualidad se le venera como Patrona del Oriente y Sur del País , de los marineros en general y de la Marina de
Guerra Venezolana, en particular. Las festividades de la Virgen del Valle han sido por una tradición una
verdadera feria popular. Tres días antes de los señalados, empezaba la gente de todas las edades, sexos y
condiciones sociales a dirigirse a El Valle, en bestias o a pie, con sus petacas y algunos bastimentos necesarios
para su estada allí. Solitarios o en conjuntos que por todo el camino desgranaban sus melodías ancestrales:
gaitas, polos, malagueñas, sábanablancas, galerones, jotas, puntillantos, zumbaquezumbas, fulías, ensaladillas,
estribillos y cuanto la tradición mantenía vivo en materia de música y de cantos con los cuales continuaban en el
pueblo durante todo el tiempo que durara la fiesta.
El hormiguero humano. La movilización constante de la gente apretujada en el estrecho espacio, y la
vocinglería de las mujeres, le daban un tono especialísimo al evento, promocionando sus confites y demás
menudencias: arepas y barrigas de viejas, tunjas, suspiros, roscascubiertas y saboyanos, coscorrones, besos y
golfiados, panes dulces y salados de todas las clases y tamaños y para todos los gustos; pandelaños sancochados,
chacos cocidos, café y cacao calientes, empanadas de cazón, guarapo de caña y de piña, raspados, merengadas,
mangos, nísperos, caimitos, cocos y lechosas. Comidas al gusto y al aire libre: frijoles guanaruchos, menuditos,
colorados o boca e' santo, con o sin carne de cochino, caldos de gallinas, de patos o de pavos; hervidos de res,
de conejo o de chivo, pollos asados a braza viva y un sin fin de variedades de la culinaria insular, propias para el
deleite de los apetitosos paladares.
Los bailes de cuerdas y de viento, donde jóvenes y viejos danzaban hasta el delirio. Los juegos de
guarañas y ruletas, los bazares de mano y bolsa y los caballitos mecánicos eran diversiones favoritas para
muchos. Las bebidas embriagantes y los refrigerios eran la afición de otros. El riachuelo cristalino que
sutilmente se deslizaba por entre las piedras invitaba al baño reconfortador y los dormitorios en esteras de junco
y de cachipo tendidas en calzadas y aceras sin que nadie se atreviera molestar a los durmientes, eran la nota
peculiar.
Las misas, los sermones, las plegarias, la cantidad de clérigos y la procesión de la imagen alrededor de la
Iglesia o de la plaza, ponían el tono místico a los actos, y el pago de promesas, el de la encentrada fé. Gente que
nadaban en lo seco como si hubiesen estado en alta mar y en medio de embravecidas olas. Niños que lloraban al
pie de la madre que simulaba las agonías mortales. Marinos que sujetos a una tabla braceaban llamando a la
madre de Dios. Velas encendidas por doquiera. Rodillas en tierra que penosamente movilizábanse en penitencia
desde la calle hasta los pies de la Virgencita. Pañuelos hábilmente añudados portando la dádiva generosa o bien
ganada, o el exvoto de oro o de plata según el milagro llevado a cabo. Rosarios y oraciones por todos los sitios,
y al final saludos a la Virgen una y otra vez. Besos a distancia. Peticiones, recomendaciones; y las compras de
estampitas, de juguetes de barro pobladeño, de cesticas sanjuaneras, de muñequitas de trapo, de medallas y de
otros recuerdos, para retomar llenos de satisfacciones al punto de donde habían salido, y donde debían
prepararse para la venidera fiestas, era la mayor curiosidad de propios y extraños.
Todo esto, narrado a grandes rasgos y como a vuelo de pájaro, eran las Festividades anuales de la Virgen
del Valle de la Margarita.
LA FIESTA DE LOS GUAIQUERÍES
Margarita es quizás la región del país donde se celebran más festividades religiosas o santos, santas y
divinidades. Hay pueblos que tienen más de un patrono y familias que han mantenido bajo su responsabilidad,
un culto especial, a través de los años.
Asimismo hay festividades que se conocen, no por el nombre o apelativo de la Imagen que se venera, sino
por el de la comunidad humana o raza que desde tiempos inmemoriales las vienen llevando a cabo: como es el
caso de la “Fiesta de los Guaiqueríes".
La “Fiesta de los Guaiqueries" es conocida en toda Margarita y hasta fuera de ella, se celebra anualmente
en honor a Nuestra Señora del Valle o simplemente a la Virgen del Valle. Se efectúa con fervor, gran
entusiasmo, y extremado recogimiento, en el Poblado de Porlamar y se toma como fecha el 9 de Septiembre o
sea el día siguiente de las del Valle del Espíritu Santo o Valle de la Margarita.
Algunos aseguran que fue un día como ese cuando los Guaiqueríes de Paraguarime" en las adyacencias del
“Pueblo de la Mar", consiguieron la Virgen dentro de unos matorrales cercanos a la “Cueva del Piache" en los
predios de "Charaima" y se la llevaron a su poblado para hacerle la fiesta que en la nueva creencia consideraron
digna de su divina majestad; otros dicen que ese fue el día de su llegada a esta "tierra de gracia" y puesta bajo
el cuido de los aborígenes insulares; mientras que otros sostienen que esa era la primera fecha escogida por los
religiosos que la veneraban en Cubagua hasta que la alta jerarquía eclesiástica decidió que fuese el 8 de
Septiembre, a ruego de blancos pudientes.
Sea como sea, lo cierto es, que los descendientes de los primitivos pobladores insulares, asentados en el
“Poblado de Porlamar", han venido, a través de las generaciones, celebrando fervorosamente sus festividades
anuales en honor a la Virgen del Valle el 9 de Septiembre, con el mayor esplendor y fé cristiana, manteniendo
una congregación que se encarga del culto, para lo cual han erigido hasta capilla propia, que ya todos conocen y
aceptan como la Iglesia de los Guaiqueríes".
EL CULTO AL SANTO DEL CARACOL
Juangriego, es el segundo puerto en importancia de la Isla de Margarita. En Juangriego hay un barrio que
se llama Guirigüire. En Guirigüire hay una esquina que es conocida por propios y extraños como la esquina del
"Santo del Caracol”.
Cuentan las viejas leyendas que allá por el año de 1.870 y mientras el país se debatía arruinado entre los
andrajos de las contiendas fratricidas, un señor de Juangriego, de nombre José Encarnación Vizcaíno, junto con
otros compañeros, pescaban cerca del Morro de Barcelona. Como se acercaban las festividades octavarias de la
Virgen del Valle, resolvieron retornar a la Isla. El Señor Vizcaíno recogió unos cuantos caracoles para traérselos
como juguetes. a sus hijos. Arribaron al puerto el 14 de Septiembre cuando ya las festividades habían empezado.
Los caracoles fueron sacados de los bolsillos de la ropa de trabajo por su compañera Cleta Rojas y echados al
patio para divertimiento de los muchachos.
Al poco rato uno de los pequeños retornó asombrado con una piedra rara encontrada dentro de uno de los
caracoles. La Madre al tomarla, también se tornó asombrada, porque a primera vista notaba en la piedra rara,
reflejada la silueta de una figura que le parecía celestial, y lo mismo te sucedió a un señor de apellido Borra que
por casualidad se encontraba presente, y quién la tomó para sí, con intenciones de engastarla y hacer un
relicario.
La señora desde ese momento entró en una especie de congoja o de incertidumbre por haberse
desprendido de la piedra, hasta que un pariente de su compañero José Encarnación, de nombre Manuel
Vizcaíno, utilizando la persuasión y el halago reconquistó el hallazgo y lo trajo de nuevo hasta la casa de la vieja
Cleta, quién desde ese momento recobró los ánimos, se tomó pacífica y condescendiente, muy contraria a lo que
era antes, y lo guardó devota y celosamente en el fondo de un viejo baúl, dentro de una caja de fósforo donde
tenía unas pocas monedas de plata.
La muerte sorprendió al pobre José Encarnación años después y la necesidad obligó a la vieja Cleta a
recurrir a las pocas monedas que guardaba, y cual no sería nuevamente su sorpresa al ver sobre la superficie
tersa de la rosada piedra, ahora con trazos mas definidos y de contornos limitados por un cordoncillo de color
intenso, la silueta que claramente representaba la Ascensión del Divino Señor al Reino de los Cielos.
La noticia cundió en un momentico por toda la ciudad y fue corriendo de boca en boca hasta por los mas
apartados caminos de la Isla. La aparición de un nuevo Santo era el plato del día. Caravanas de creyentes
acudían diariamente a la Casa de la aparición a contemplar el hallazgo y salían convencidos. Las súplicas y las
rogativas no se hicieron esperar. Se le hizo adoratorio especial en la pared del cuarto, donde recibían dádivas y
exvotos y se le ofrendaban oraciones, flores y alumbrados, y cada día se hablaba de “Milagros" y mas
"Milagros".
Los sacerdotes no se opusieron al culto que se empezó a rendirle. Se escogió para celebrarle las
festividades religiosas, el 14 de Septiembre, por haber sido ese el día del hallazgo. Ahora se le hacen el 31 de
Mayo. La fe en la aparición no ha decaído y hasta se dice que la piedra es viva porque ha ido poco a poco
aumentando de tamaño. El sitio ha tomado mucha significación, al extremo, que para distinguirlo lo han
bautizado popularmente como "La Esquina del Santo del Caracol", y se la ha erigido hasta capilla propia.
EL CULTO A LA VIRGEN DEL PILAR EN
MARGARITA
“Los Robles" es quizás uno de los pueblos mas viejos de la Isla de Margarita. Su nombre oficial es El
Pilar pero casi nunca se le dice así. Allí se venera desde tiempos inmemoriales a la Virgen del Pilar de Zaragoza.
En su iglesia existe una estatuilla de oro macizo de dicha Virgen, regalo de Juana la Loca (1.479-1555) Reina de
Castilla y Aragón desde 1.504, hija de los Reyes Católicos Fernando e Isabel, esposa de Felipe el Hermoso y
madre de Carlos V.
Las festividades patronales de "Los Robles" se celebraban con gran pomposidad y regocijo, el 12 de
Octubre de cada año, con su correspondiente octavario; de allí que en el calendario popular margariteño
aparezca Octubre como el mes del Pilar. El pueblo es acogedor y la iglesia permanecía abierta de par en par
durante los días de fiesta. Todavía acude mucha gente de todos los lugares de la Isla a los actos religiosos de
esos días: marinos, criadores y labriegos, sin excepción, se observan entre los demás concurrentes. Cada quién
va a hacerle a la Virgen sus ofrendas y a llevarle sus "Milagros” a suplicarle, y a implorarle a sus plantas la
mejoría para sus bienes y personas. La Virgen tiene fama de milagrosa; los campesinos tienen mucha devoción
en élla y la llaman muy cariñosamente, no sabemos por qué, "La Pilarica".
En tiempos pasados, cuando los margariteños se dedicaban con mayor fervor a las faenas pesqueras y
agrícolas, los trabajadores de la tierra, de manera muy especial los de Tacarigua, cada 11 de Octubre por la
tardecita, se dirigían en caravana hacia la población de Los Robles para estar presentes en el inicio de las
festividades de la "entrevíspera" y darse cuenta si durante las horas de la salve o cualesquiera otras de la noche,
la luz de la Luna que se infiltraba escurridiza por las claraboyas de la Iglesia, le daba en el cuerpo a la Sagrada
Imagen, para venirse al pueblo colmados de contento, tan pronto como terminaran sus promesas, a preparar la
tierra, tanto cuanto pudieran, para las sementeras de invierno, con la creencia, metida dentro de ceja y ceja, de
que el tiempo iba a ser bueno en demasía y las cosechas por demás abundantísimas, porque entre La Luna alegre
y la Virgen risueña, se los habían pronosticado. Pronósticos que casi nunca fallaban en su totalidad.
De la Luna no iluminar en esa noche a la Imagen Bendita, seguro que se regresaban en la mañana
siguiente, a caja destemplada, a lamentar la mala suerte y muchos a preparar sus "capoteras" para irse a buscar a
Dios en otras partes como costafirme o los Caños del Orinoco.
Los margariteños de los tiempos de antes, hasta la labranza de la tierra, la hacían guiados por alguna
inspiración divina. La devoción de la Virgen del Pilar de Los Robles (La Pilarica) era una de ellas.
LA CONMEMORACIÓN EN MARGARITA
DEL DIA DE LOS MUERTOS.
En diferentes partes del mundo y de manera muy especial donde imperan las creencias cristianas y rige el
calendario eclesiástico, el 2 de Noviembre de cada año se conmemora como "Día de los Fieles Difuntos".
En esta Isla de Margarita, de por sí tradicionalista, en los tiempos pretéritos la liturgia de ese día se
mezclaba con algunos ritos o creencias ancestrales que le daban una significación bastante particular a los actos
de esa solemne fecha. Desde el despertar mismo del alba y luego de la misa mañanera, que se complementaba
con la visita obligatoria del sacerdote oficiante y su acompañamiento a los recién aseados cementerios y de los
responsos que cada quien mandaba a cantar o a rezar, según sus posibilidades económicas, en honor al alma de
sus seres amados idos para la eternidad y con el místico propósito de ayudarlos a salir del “Purgatorio",
continuaban todo el día, incesantemente las plañideras campanas, descargando al aire sus agudos y lamentinos
sonidos, para recordar a los venerables difuntos. En los lugares donde había campanero fijo, iba cada quien
pagando en numerarios las campanadas que se iban dando, mientras que donde no los había, cualquier humano
fungía por los momentos de este oficio, para cumplir con la sagrada y tradicional obligación, siempre
enmarcado dentro de una especie de código especial, que limitaba el tiempo y ordenaba campanadas dobles y
sencillas alternadas para las hembras y doble separados por intervalos regulares para los varones adultos,
mientras que a los "angelitos", solo complacíanseles con cortísimos repiques.
Además, era también visible en ese día, la romería de personas de todos los sexos, edades y condiciones
sociales, viajando hacia los camposantos a colocar flores y velas encendidas y a invocar oraciones y letanías
sobre las tumbas de sus seres queridos. Asimismo, se miraban los rostros compungidos y las lágrimas se vertían
en torrentes y la renovación del pesar era como una obligatoriedad, mientras que las vestimentas y pañolones
fúnebres hacían del ambiente una nota de propia luctuosidad. Cada cual se esforzaba moralmente en demostrar
ser los más condescendientes en ese momento en la casi seguridad que las invisibles almas de sus antepasados,
salidos de sus eternos recogimientos, los estaban contemplando corno entes reales, y los congraciarían o los
amonestarían después, por sus comportamientos.
Llegadas las horas de la noche, los familiares se concentraban en las casas solariegas de sus mayores y
desde los mas humildes hasta los mas poderosos o acomodados hacían alarde de sus creencias autóctonas y
como en un rosario de familia, en un semicírculo humano, entonaban preces y alabanzas y ofrecían sufragios por
el descanso eterno de sus fieles difuntos y para que brillase para ellos la luz perpetua, iban encendiendo en un
rincón del cuarto, velas de distintos tamaños y por orden jerárquico, invocando en cada ocasión el nombre del
alma de quien se la ofrecían, mientras que los que menos tenían o mas arruinados estaban, se conformaban con
prender mechitas de algodón sobre un aripo lleno de aceite de coco o pabilitos de cera previamente
acondicionados, para luego, absortos, irlos contemplando y siguiendo con la vista el ritmo de su extinción, en la
ancestral idolatría de que la que primero se iba consumiendo era porque el alma de su recomendado mas la
estaba necesitando.

Era también creencia o superstición, por demás arraigada, que durante esa fecha tenían que suspenderse
todas las actividades laborales por pequeña e insignificante que fuesen, pues, quien intentase desvirtuarlo, por
mofa o por incredulidad, solo recogería, si era pescador, entre sus redes, calaveras humanas, y si agricultor,
osamentas de variadas especies, y se citaban como hechos reales nombres de personas víctimas de sus
testarudeces.
Y en algunos pueblos, como para arraigar mas la fé o cerciorarse del tradicional mandato, hombres y
mujeres honorables osaban disfrazarse, para visitar, enfundados en sus negras bayetas y largos romantones, las
diferentes casas, simulando ánimas salidas de ultratumba, que venían a cerciorarse si habían llevado a cabo con
regularidad los actos para ellos consagrados, y entonando plegarias, simulando campanadas y recibiendo
pequeñísimas dádivas como recompensas se despedían hasta el siguiente año.
Y aunque la vieja costumbre no se ha desarraigado por completo ya se te nota mucho de la transformación
operada por el factor tiempo, que todo lo cambia, lo aniquila y lo destruye.
LAS TRADICIONALES "VELACIONES” Y
ENTERRAMIENTOS DE MUERTOS
EN LA ISLA DE MARGARITA
En la Isla de Margarita se sentía gran devoción por los muertos pero a la vez se les tenía mucho temor. Se
creía que los muertos salían. Que los muertos venían al mundo. Que hablaban con algunas personas con
facultades para mirar y percibir conversaciones de difuntos. Que revelaban las promesas que habían dejado de
pagar a los santos', lo mismo que las misas, los velorios y algunas otras cosas relacionadas con las creencias
religiosas. Que comunicaban en sueños, donde habían dejado enterrados sus tesoros. Que proporcionaban
favores a quienes los invocaban con sinceridad, pero que hacían malquerencias a los que no habían perdonado a
la hora de la muerte y hasta se creía que podrían andar en penas por cualquier cosa terrenal, como también por
haber dejado hijos u otros familiares pasando trabajos en el mundo; por eso, todos querían estar en paz con los
que se estaban muriendo.
Desde el momento de escucharse los primeros dobles o señas de campanas, los hombres se aprestaban a
coger sus herramientas para dirigirse al cementerio a tomar parte en la sepultura y muchos contribuían con sus
botellas de ron, sin tomar en cuenta que hubiesen sido o no amigos del difunto. De allí el dicho de que con la
muerte todo se acababa. Las mujeres se dirigían a la casa del muerto y empezaban a ayudar en la limpieza o aseo
de piezas, salas, cocina, corredores y patios como si el fallecido hubiese sido de su propia familia.
De seguidas venía la "Velación de cuerpo presente". Al muerto lo “componían", lo vestían y lo ponían
dentro su cajón o urna de madera, -según las posibilidades económicas-, en la sala o en un cuarto, con cuatro
velas en candeleros o simplemente en botellas, por los costados. Improvisaban un altar con una mesa y una
sábana blanca adherida a la pared, donde exhibían a la Virgen del Carmen y un Crucifijo en medio de Santas y
Santos diferentes. Los dolientes, o sea, los familiares, se colocaban muy cerca de la caja mortuoria para ir
recibiendo el pésame de todos los que concurrían, Las mujeres y las muchachas se iban ubicando dentro de la
casa, sentadas en silletas rústicas y los hombres y muchachos buscaban el patio, acomodándose en bancos y
taburetes o en lo que encontraban a mano.
El rosario de ánimas y el de María Santísima era entonado por las mujeres dentro de la casa, a cada
momento, para pedir al Divino Señor el descanso eterno del alma del difunto. Afuera los hombres jugaban
dominó y truco, y echaban chistes, adivinanzas, cachos, pasajes, cuentos e historias. Muchas veces se confundía
el llanto de los dolientes con las grandes risotadas de los presentes. En una o más ocasiones se acercaban los
deudos a los de afuera para solicitar un mejor comportamiento y otras veces se sumaban a los grupos de
chistosos y echadores de cachos y narradores de historias para también reírse.
Los que llegaban a cumplimentar, nunca lo hacían con las manos vacías. Traían papelones, café, cacao,
velas, aceite de coco, tabacos, aliños, aguardiente, etc.,etc., cualquier cosa que sirviera para el velorio. Entre
rezo y rezo se repartían tacitas o pocillitos con café, guarapo aliñado muy oloroso, las mas de las veces con
hinojo o "citronera", cacao y biscochos o galleticas dé soda, que eran una novedad para entonces. También
obsequiaban muy a menudo tragos de aguardiente o de anisao, y tabacos o calillas millaneras y últimamente
cigarrillos baratos. Toda la noche la pasaban diligentes mujeres en estos menesteres, de la cocina a los asistentes
y viceversa, atendiéndoles bien para que aguantaran y no fueran a haber críticas.
Los que tenían necesidad de ausentarse, se acercaban al difunto y le pasaban las manos por la cara, por sus
manos y por los pies, para que no les saliera en el camino, ni les asustara en la noche y nunca tomaban tal
determinación solos sino "aconvoyados".
El entierro siempre se hacía al día siguiente del fallecimiento. Salta de la casa para la iglesia y el
cementerio entre llantos y sollozos de familiares, amigos y conocidos, en hombros de personas que se iban
turnando, y quienes estaban en la obligación de pasar de regreso por la casa para recibir obsequios iguales a los
de la velación y despedirse de los dolientes. Se decía que si no lo hacían, era como si no hubiesen ido al
entierro.
Estos obsequios no eran solo en la primera noche ni en el regreso del enterramiento, sino que se
continuaba durante las nueve , quince o treinta noches, según las posibilidades de los deudos. I se acostumbraba
que en la casa del difunto se quedaran pernoctando familiares, amigos y vecinos durante toda esa temporada.
Los hombres, envueltos en sus bayetas negras y las mujeres enfundadas en sus largos "romantones", dormían en
el suelo, en camas improvisadas con sillas y algunos en hamacas, chinchorros, esteras y catres, y lo hacían con la
puerta abierta o entrejuntas, en la creencia de que el ánima tenía que venir a visitar el altar y debía encontrar
libre acceso.
Al final de la jornada, o sea, la última noche, se quitaba el altar con un acto similar al del día de la
velación, pero continuaban la lucecita de aceite de coco y encendidas las velas que habían sobrado, durante
mucho tiempo, en lo que denominaban el duelo familiar.
Esta tradición se ha ido extinguiendo en Margarita, quedando apenas reflejos de ella en algunos pueblos
interioranos y barrios de las ciudades, al extremo que ya muchos muertos son velados en salones alquilados a las
empresas funerarias.
LAS "VELACIONES" Y ENTERRAMIENTOS DE
ANGELITOS EN LA ISLA DE MARGARITA
Las "velaciones" y enterramientos de angelitos en la Isla de Margarita se diferenciaban en muchos
aspectos de los de adultos. A los angelitos no les prendían luces ni les rezaban, porque consideraban que eran
seres inocentes, que no habían cometido pecados en la tierra y que, por lo tanto, su alma iba derechito al otro
mundo a formar parte del coro de ángeles que tenía el Dios de los Cielos. No se les invocaba para exigirle
favores ni había el presentimiento de que atemorizaran a nadie con su presencia.
Al morir un muchachito, -que no pasara de los siete años-, las señas de campana se las daban con largos
repiques que significaban alborozo en el Reino de Dios. No era permitido el llanto sino simplemente sollozos a
la parentela más cercana, porque de lo contrario era condenarlo a no ser recibido en el Santo Cielo.
La urnita o el cajoncito tenía que regalárselo su padrino y el vestidito su madrina, para ganar con ello una
luz que les iluminara el camino del cielo a la hora de la muerte. Si nacía muerto o moría al nacer, siempre le
buscaban los padrinos y le echaban el agua del bautismo para llenar ese requisito. La cajita mortuoria la forraban
con tela azul o la pintaban del mismo color para los varoncitos, mientras que para las hembritas, utilizaban el
color rosado; igualmente hacían con el vestidito. Una y otro los adornaban excesivamente con encajes y ramitos
de flores artificiales, teniendo en cuenta que prevalecieran siempre los nominados colores..
El cuerpecito muerto lo "componían" y después de vestido, adornado y hasta encoloretado su rostro, para
que llegara bien bonito a presencia de Dios, lo colocaban en su cajita mortuoria sobre una mesa forrada con una
sábana blanca, sin cintas de luto, ni santos ni luces, a un costado de la sala, para que los que iban llegando lo
pudieran besar y observar mejor. Los niños les iban trayendo diversidades de flores naturales, que colocaban a
su alrededor, lo que contribuía a emanar un perfume característico, que denominaban olor de angelito.
Las "velaciones" se limitaban cuando más a un día y una noche, y durante ese tiempo se obsequiaba café,
cacao, guarapo aliñado, bizcochos, galleticas, vino, anisao y aguardiente, tabacos, calillas y cigarrillos. Los
hombres jugaban en el patio truco, ronda y dominó, y tanto hembras como varones, para pasar el tiempo,
echaban chistes y adivinanzas, y contaban cuentos, pasajes, cachos y narraban historias. Los niños practicaban
los juegos propios de su edad.
La sepultura la abrían amigos de los padres y de los padrinos y el cadáver lo conducían a la iglesia y al
cementerio en brazos o al hombro de niñitos, según el caso, y no era de rigor que los asistentes regresaran a la
casa.
No se acostumbraba el “mampulorio” como en Barlovento, ni los familiares se vestían de luto y cuando
más les era permitido usar durante los ocho primeros días trajes de colores serios, es decir, que no fueran
despampanantes. Se creía que los padres al igual que los padrinos del angelito, tenían asegurada una luz que les
iluminara el camino del otro mundo a la hora de la muerte, pero a la madre le estaba vedado lavar los domingos,
porque perdía esa gracia.
Se tenía la creencia de que Dios les pegaba las alitas al llegar a su presencia, pero que se le caían si la
madre dejaba de cumplir cualquiera de las disposiciones antes señaladas.
Las personas mas viejas aseguraban que según versiones de sus antepasados, la noche de Santa Ana,
pasaba el coro de ángeles celestiales por la banda del Norte, pudiéndose percibir sus armonías solo por las
personas que no estaban empecatadas, pero sin mirarlos, porque únicamente el día del juicio final se harían
visibles ante los ojos del mundo.
Estas tradicionales costumbres y creencias, al igual que muchas otras, actualmente están en franca
decadencia, al extremo de ser muy contados los que en los pueblos las practican o las recuerden.
EL CULTO A LOS RESTOS APARECIDOS
En Margarita, desde que el mundo es mundo, como decían los viejos, se cree mucho en la existencia del
espíritu. Para los rnargariteños el espíritu vive rondando el cuerpo de donde se desprendió hasta que se acabe el
último vestigio, no solo de sus huesos, sino del sitio donde estuvieron recogidos, o hasta cuando reencarne
definitivamente por mandato de Dios.
También se cree mucho en la purificación que hace el agua a los cuerpos vivos o muertos, y que el agua
mas pura es de la mar, por que diariamente tiene contacto con el padre Sol y con la madre Luna, quienes se
recogen en ella para quitarle todas las impurezas.
De allí que los primitivos pobladores margariteños, cercanos a las playas; echaban en la mar los cuerpos
muertos, a purificarlos antes de darle sepultura; costumbre que fue mermando por la constantes prédicas de los
venidos de mas allá de los mares, quienes consideraban, en sus credos, que esas prácticas eran demasiado
macabras.
Con todas esas reprimendas, el margariteño siguió creyendo en la existencia del espíritu y de sus poderes
sobrenaturales; en la vida que se lleva en el mas allá, donde todos tienen la facultad de verse y conocerse, sin
hablarse, pero con el privilegio de saber todo lo que sucede en la tierra e infiltrarse en la conciencia de los
mortales para ver lo que llevan por dentro y lo que piensan, y de hacer contacto con sus huesos o con el sitio
donde estuvieron depositados por última vez.
Por eso, cuando la mar arroja restos humanos a la tierra, se asegura que ya están purificados, y la gente los
recoge para darle sepultura en el mismo lugar donde los encontraron y donde siguen venerándolos e
implorándoles favores como si fuesen santos.
Y así como en los distintos caminos de Margarita, aparecen cruces de muertos de una u otra forma, en casi
todas las playas, se hallan restos humanos arrojados por las corrientes marinas, y que manos piadosas le dieron
sepultura y las pusieron por nombre "restos aparecido" por desconocer a quienes pertenecieron en la vida real.
Hay "restos aparecidos" que la fe pueblerina han hecho famosos, como los de La Guardia, que dieron
hasta su nombre al pedazo de playa donde los encontraron y a los cuales les pagan promesas en acción de
gracias, les llevan velas y aceites, les hacen súplicas y hasta les construyeron una capilla, mediante colectas
populares; y otros, como los de Juangríego, que fueron bautizados con el nombre de DOMINGO DIA por haber
sido encontrados precisamente en día domingo.
De todas maneras, a los restos aparecidos, en la Isla de Margarita, no solo se les dan sepultura mas o
menos decente, sino que también se les tiene y se les demuestra consideración y respeto.
EVOCACIÓN A LAS PASCUAS DE ANTAÑO
EN MARGARITA
Al entrar diciembre, es como si llegase junto con él un sin número de evocaciones o remembranzas
pascuales, o como si cuidadosamente fuésemos escudriñando los viejos y entelarañados almanaques del
recuerdo para por su intermedio ir comparando las alegres pascuas del pretérito, llenas de euforia, objetividad,
colorido, alegría y sano esparcimiento para toda la población, con las monótonas, pesadas y sin ese sabor a fiesta
típica de los últimos años.
Es como si recordásemos aquellas épocas amenas, cuando desde los primeros días del último mes del año,
empezaban a deambular por las calles, callejones y veredas, los "disfrazados", como seres bajados de lo ignoto,
sin saber de donde salían, para ir visitando de incógnita los ranchos y casas de la localidad, con su mensaje de
fiesta navideña, entre su hablar atiplado y sus raras indumentarias, muy características por cierto, que cubrían
desde la cabeza hasta los pies, y hábilmente confeccionaban a base de antaños fluxes, levitas, tapasoles,
carrieles, mapires, etc.etc., que les ayudaban a encubrir su procedencia, y seguidos a distancia prudencial por la
turba de jovencitos lugareños ansiosos de descifrar la enigma.
Es traer a la mente las "parrandas" de pueblerinos provistos de cuatros, maracas, furrucos, cumbios,
charrascos, los más de fabricación casera, y sus legiones de aguinalderos, sencillos e improvisadores,
desgranando a viva voz los propios sentimientos de tradición nativa, tales como: "si me dan pastel/ me lo dan
caliente/ porque pastel frío/ empacha a la gente"...; y sus gaitas margariteñas o "gueitas", como solían decirles
los mas conservadores, típicas y llenas de sabor nativista, envolviendo en sus diez versos toda la historia de un
año o de un suceso resonante o de una cosa extraordinaria; sus polos, malagueñas, sábanablancas, zumba que
zumba, jotas madrugadoras y sus lamentinas y lloriqueantes "rnacongas" de despedida.
Se trae además a la memoria, la desbordante animosidad de los parroquianos, sin distingos de ideas,
sexos, profesiones o condiciones sociales, que como en una conjunción de pasión sin límite, de unidad
proletaria, de familiaridad concentrada, se entregaban de lleno a las tareas caseras, para la preparación exquisita
del ron con ponsigué, del "anisao", el café y el cacao conque obsequiar a los parranderos visitantes; o en las
matanzas de los cochinitos previamente cebados, para la elaboración de los "pasteles", que en su hinchado
vientre contenían la sabrosura de la carne en picadillo y guisada: con tomates grandes y chiquitos, "culantro"
(Cilantro), hierbabuena, ajíes dulces y picantes y cuanto Dios criaba en los huertos familiares, útiles para poner
a prueba su arte culinario.
Es como mirar tras el prisma del recuerdo, las calles alegres, días y noches, con las parrandas; y la
chiquillería y la adolescencia, tras las diversiones, especies de pantomimas folklóricas, que simulaban:
gigantescos turpiales, guayamates, pavo reales, iguanas, culebras, burriquitas, barcos, vapores, canoas o cosas
irreales o fantásticas, productos de la fauna, de la flora o del mar circundante, movidos con destreza por
bailadores naturales tan criollos como los mismos actos que escenificaban; y sus cadenas de guarichas y
guarichos, de trajes fastuosos y despampanantes, gorras y banderitas multicolores, para irlas colocando entre los
seguidores y percibir sus pequeñas dádivas; sus diablos y diablitos, portando rabos de res o de cabuya, cuernos
de toros, largas uñas de hojalata, máscaras de "taparo" y barbas de chivatos, con el vestido pintado de
manchones azules y rojos, que provocaban el temor de los incautos infantes; con sus cazadores provistos de
mochilas de lona y escopetas de "palanca de coco”, sus doctores viajando en "burritos de palo" y sus brujas y
brujos pintarrajeados de achote y ollín de aripo ligado con manteca.
Es como patentizar la misma época de los ingenuos regalos humildes, de los aguinaldos de pan,
adornados y encintados, simulando corazones, matrimonios, coronas, frutas, peces y barcos o cuanto la destreza
de las amasadoras creaban, con la obligación del intercambio o devolución de cosa parecida y la data del "pie"
(moneda sencilla) para quien lo llevaba; aguinaldos que mas de una vez llegaron a forjar un idilio o una
amistad indisoluble.
Lamentablemente, todo esto ha ido desapareciendo con la incursión de lo exótico, foráneo o "navegao”
como se le quiera llamar, quedándonos apenas un simple remedo estilizado en salones y teatros, ya sin el sabor
característico de lo autóctono ni una pizca siquiera del verdadero ancestro que le dio luz, forma y colorido en el
añorante pasado, sino convertido en una mera fantasía creada a la fuerza y no con la patenticidad real de lo que
verdaderamente fue nuestro folklore margariteño; por eso, quienes lo conocieron vivo y efectivo y hoy
contemplan lo que se ha dado en llamar su resurgimiento, en vez de alegrarse lloran hasta caer en el
anonadamiento ... ! I no es para menos.
LOS DISFRAZADOS
Disfrazado viene de disfraz...Disfrazarse en Margarita era una cosa tradicional; remontaba a época
inmemoriales y ni siquiera se tenía seguridad, acerca de la procedencia. Durante los meses de Noviembre,
Diciembre y Enero, era mucha la gente que se disfrazaba en la Isla de Margarita. El propósito principal era
divertirse durante las “Pascuas Navideñas". Se disfrazaban hembras y varones, niños, jóvenes y hasta viejos, no
les importaba ni el sexo ni las condiciones sociales.
Los disfrazados empezaban a salir durante el día y la noche de los muertos, se ataviaban o enfundaban con
cualquier pieza negra u oscura que les ocultara su fisonomía natural. Atiplaban la voz cuanto podían y se
echaban a las calles para visitar las casas, simulando ser ánimas salidas de ultratumba. Solicitaban dádivas al
son del "tuntún de la calavera", pero al sentirse descubiertos volvían hacia el lugar de partida y se quitaban la
indumentaria.
Los disfrazados eran seguidos por turbas de muchachos y mozalbetes con el propósito de descubrirlos,
pero sin ocasionarles daño. Del día de los muertos se retiraban y volvían a mediados de Diciembre para
mantener la tradición pascual. Los disfraces también se acostumbraban durante las diversiones, para simular a la
vieja, al viejo, al brujo o al doctor; al cazador o pescador o a cualquier otro personaje del drama representado.
En las oportunidades que más se disfrazaba la gente era el día de Pascua, el día de Inocente y antes de partir el
año, igualmente los días de Reyes, el día de Santa Inés y si era posible el día de la Candelaria.
Casi siempre los varones se disfrazaban de hembras y las hembras de varones. Se ponían trajes
extravagantes, desfiguraban su andar y ocultaban la cara tras de máscaras o mantillas de colores diferentes. En
muchas ocasiones usaban desechos de ropas pasadas de moda, para demostrar longevidad. Entonces salían a
relucir corno por arte de magia, fluxes de pambiche, casimir, casinete, alpaca y hasta levitas y pumpás,
guardados corno reliquias en los fondos de los baúles, maletas y petacas. Las más de las veces cargaban un
bastón o tolete, no sólo para amenazar a la gente sino también a los perros que los seguían en caravanas. En
Margarita, muy poco se disfrazaban durante el carnaval, y los disfraces de Diciembre se han ido
descontinuando, al extremo que en la actualidad casi se desconocen, siendo rarísimos sus presentaciones y no
con la graciosidad ni la chispa humorística de los del tiempo de antes.
LOS TRADICIONALES AGUINALDOS
«AGUINALDO: “Regalo que se da por Navidad. Villancicos de Navidad"...

En la Isla de, Margarita han existido, quizás desde la llegada de los españoles, los aguinaldos cantados,
-villancicos en otras partes-, muy famosos por cierto. Los entonaban unos con más y otros con menos salero o
melodía, pero se divertían con ellos y divertían al pueblo.
Para cantar aguinaldos se formaban parrandas y parrandones espontáneos, sin que se sometieran a ensayos
previos la mayor parte de las veces; es decir, improvisados. Cuatros, maracas, charrascos, furrucos, tambores y
cumbios eran los instrumentos preferidos, sin descartar los bandolines, bandolas y guitarras, si los había. Lo
demás era garganta y palmaditas de mano, todo acompañado de traguitos de ron con o sin ponsigué, pastelitos
calientes, dulces de lechosa o de cualquiera otra cosa que se prestara para eso. Podían tomar parte hembras y
varones, sin que fuera criticado ni por nadie ni por nada del mundo. Los aguinaldos cantados se componían de
un cuarteto donde rimaba el segundo con el cuarto, como el famoso, "si me dan pastel / me lo dan caliente /
porque pastel frío / empacha a la gente", o el otro muy humorístico por cierto, que decía: "ábrame la puerta/
querido compadre / que si no me la abre / le miento la madre", y la respuesta inmediata: "la puerta está abierta /
y deje la bulla/ que si no la deja / le miento la suya.
Pero también había en Margarita el otro tipo de aguinaldos, o sea, el regalo de Navidad. Estos dependían
de las posibilidades económicas que tuvieran cada quién. Unos más y otros menos grandes y vistosos. Los más
pobres se limitaban a los aguinaldos de pan. Venían la vende pan de La Asunción con sus maras repletas de
corazones, coronas, matrimonios, muñecas y muñecos, niñas y niños, barcos, vacas, palomas, iguanas, caballos
camellos, manos chocadas o agarradas y hasta pechos. Por otra parte, cruzaban gallinas, patos y pavos, de un
sitio a otros, con sus enormes lazos o cintas colgados de las patas; al igual que las prendas de vestir o de lucir.
Eran tantos y tan variados los aguinaldos, que muchas veces los recibidos en una casa, inmediatamente los
enviaban a otra y así sucesivamente empezaban a peregrinar hasta que se quedaban en una parte o se
destrozaban. Al portador de los aguinaldos lo denominaban "paje" y como "pie" se conocía la módica propina
que se les entregaba, que la más de las veces era una simple "mariquita". Los aguinaldos como si se regían por
un código natural que contemplaba el envío o la retribución, durante los días de Pascua, Año Nuevo, Reyes y
Santa Inés. También había los aguinaldos jocosos o de mamadera de gallo, que los llevaban a cabo el día de
Inocentes y se enviaban y recibían cosas insignificantes, extravagantes o ridículos, que parecían loqueras o
muchachadas.
La tradición de los aguinaldos de regalos en Margarita, ha ido desapareciendo al igual que tantas otras
cosas buenas que conformaban nuestra tradición.
EL "RON PONSIGUÉ" Y LA "GUARAPITA”
Otra de las costumbres que estaba muy arraigada entre las comunidades margariteñas "de los tiempos de
antes", era la de preparar sus propias bebidas embriagantes o estimulantes con que complementar sus
festividades o actos trascendentales, entre los cuales valdría la pena mencionar, y de manera especial, las
Pascuas Floridas o las del Nacimiento del Niño Jesús.
No solo el "Chinguirito" y el "anisao casero" formaban parte del grupo indispensable de esas bebidas, sino
también el "ron ponsigué" y la "guarapita". El mencionado y muy popular "ron ponsigué" lo preparaban a base
de ron blanco, del destilado en los alambiques llamados de "culebra" o en los "cachicamitos emboscaos"
(clandestinos) que tanto abundaban y funcionaban en la Margarita de entonces. Dicho ron lo echaban en
garrafones, damesanas o damajuanas y cuantos envases de vidrio, de loza o de madera de corazón encontraban,
y le añadían los ponsigués cosechados en los conucos o corrales, que no estuvieran muy maduros o “culecos"
para que no pusieran el líquido baboso, ni rotos para que no lo tornaran borroso, y le agregaban pedazos de
madera de roble, de castaña y de algunos otros árboles, con la finalidad de cambiarle o variarle el sabor y el
aroma. A estos envases los enterraban bajo de algún árbol frondoso de los que no botaran totalmente las hojas
durante el año o en algún rincón de la cocina o de los cuartos de las casas, donde los mantenían hasta por
espacio de seis meses o más, buscando que con el calor de la tierra el contenido se "curara" bien y quedara más
sabroso. Era norma especial, que los envases quedaran "marchantes" es decir, sin llenarse totalmente, para que
tuvieran donde fermentar, sin peligro de que se reventaran.
La "guarapita" la preparaban con ron y vino, en las proporciones de dos tantos del primero por un tanto del
segundo, agregándole jugo de "naranja cajeta" o zumo de limón, al gusto y una pequeña cantidad de azúcar
prieta o de papelón raspado. Luego batían bien batido todo este contenido y lo echaban en envases de vidrios o
de loza para mantenerlo en "curtiembre" por espacio de quince o más días, antes de tomarlo; con la precaución
de que si se les "emborronaba", se les "cortaba" o les tomaba olores raros, no lo ingerían, porque consideraban
que se había echado a perder y era dañina para el organismo, y atribuían estos percances a las miradas de
personas envidiosas o de mujeres con su indisposición mensuaria.
Estas bebidas "curtidas" las mantenían como un "reservorio" en casi todas las casas, para celebrar sus
festividades o actos íntimos, y también para brindar a los parranderos que llegaran en tiempos de Pascuas. A las
bebidas no “curtidas" que además, llamaban "crudas" o "sorochas” no las apetecían mucho, aunque en algunos
casos las bebían dizque por necesidad.
Ahora preparan el "ron ponsigué a base de siró y esencias especiales y a las "guarapitas" con fórmulas
"navegadas" que no tienen ni el olor ni el sabor de las del tiempo de antes, y a las cuales algunas personas del
pueblo en su picaresca filosofía han dado en llamar "motriaconas".
EL TOQUE DE LAS GUARURAS
GUARURA: F. Venez. Bocina de caracol. (Tomado del pequeño Larouse Ilustrado).

En el argot popular margariteño. GUARURA, equivale a decir: instrumento musical primitivo con una
sonoridad de largo alcance, confeccionado con la concha o caparazón de un caracol o botuto marino.
Había GUARURAS de diferentes especies y tamaños; se tocaban en cualquiera época del año y con
finalidades diversas. Con tres de ellas: la grande, la mediana y la pequeña, se acompañaban las danzas o bailes
del barro, cuando en Margarita se hacían las casas de bahareque.
La confección de la GUARURA, requería de mucha habilidad, porque el procedimiento era lento, paciente
y minucioso. Primero se empezaba por buscar y escoger el caracol o botuto, que fuera de los mas vibrantes;
luego se procedía a cortarle cuidadosamente la punta o maruto y a limárselo con un esmeril o con una piedra de
las utilizadas para amolar los machetes conuqueros, hasta formarle bien formada la embocadura o boquilla, de
manera que al apoyarla en los labios, no se escapara el viento y se convirtiera en "peorra" o inservible, que era lo
mismo. La embocadura o boquilla de la GUARURA, no podía ser ni demasiado grande ni extremadamente
pequeña y la variedad de las tonalidades que desprendía, las lograban a merced de los labios y del movimiento
de la mano que colocaban en la parte hueca o concavidad natural del caracol.
Tanto los tocadores de GUARURA como la mayoría de la gente del pueblo, se jactaban de conocer la
infinidad de toques que se daban con el rústico instrumento: como la aparición de los cardúmenes, la calada de
trenes, la entrada de piratas, las invitaciones a fajinas y a cayapas, las gravedades de personas, las muertes y
hasta los jolgorios o parrandas.
Se cuenta que cuando el Libertador arribó, por primera vez, al puerto de Juangriego, se tocaron
GUARURAS desde lo alto de los cerros de la localidad, que se fueron repitiendo por cumbres y hondonadas
como clarinadas celestiales, y las cuales contribuyeron a que en un santiamén, acudieran gente de todos los
rincones de la Isla a testimoniarle su afecto y reconocimiento al Padre de la Patria.
El margariteño usa la GUARURA como el llanero el "cacho despuntado", para comunicarse en las
distancias con sus demás semejantes. En todo el Oriente del país era conocida la GUARURA como instrumento
de paz y de guerra, y al mayor de los caracoles terrestres se le denomina en estas tierras, "Guácara", y no se usa
como GUARURA.
LAS CAMPANAS Y LAS MISAS DE AGUINALDOS
En la Isla de Margarita, lo campanas era una cosa sagrada, formaban parte de una fé, de una creencia y
hasta de una superstición; por eso no se podían tocar de noche, es decir, después de "la Oración".
La Oración se tocaba en Margarita a la hora del "Véspero" que era precisamente, cuando se iban
extinguiendo los últimos rayos del Sol y empezaban a aparecer los primeros signos de la noche, o lo que era lo
mismo, entre "tiñe o no tiñe".
Al escucharse lo primeras campanadas de "la Oración", los niños corrían despavoridos a juntarse con sus
mayores para pedirles la bendición y entregarse al recogimiento. En Margarita la bendición se echaba con la
señal de la Cruz, se recibía con los “brazos cruzados" sobre el pecho y terminaba con el beso en el revés de la
mano.
Solo se permitía tocar las campanas después de "la Oración" en casos excepcionales, como los indicadores
de alarmas y de tragedias colectivas; y en las "misas de aguinaldos" que se llevaban a cabo entre el 15 y el 30 de
Diciembre de cada año. En las cabeceras de Parroquias donde habla "cura" fijo, las "misas de aguinaldos" eran
diarias o interdiarias, según las posibilidades económicas de la feligresía, y donde no existía, la gente se
conformaban con abrir la puertas de lo capillas, para después de escuchar las letanías de alguna "rezandera",
entonar los aguinaldos, y en caso contrario, llevarlos a cabo al descubierto en el sitio más céntrico o concurrido
de la localidad.
La hora preferida para las "misas de aguinaldos" era el segundo canto de gallos, que equivalía a las tres de
la madrugada poco más o menos. Las campanas se echaban al vuelo con fuertes y prolongados repiques, para
que despertara todo el mundo. I las parrandas de aguinalderos empezaban a entonar su melodías predilectas,
para después seguir hasta el amanecer por calles y casas de familia. Los pasteles recalentados eran el "bocado"
favorito y los tragos más apetecidos los de "ron ponsigué", "chinguírito"y "anisao casero". En algunas casas se
obsequiaba: café, cacao y hasta leche de vaca recién ordeñada, como también dulces de lechosa , de piña, de
toronja, de jobos y de otras cosas parecidas.

Los muchachos y las muchachas casaderas aprovechaban la oportunidad para "pelar la pava" o "comer
gofio y beber agua", como también se le decía; o para hacer el amor a escondiditas, y los viejos para añorar sus
tiempos idos. A los niños se les permitía incorporarse a las parrandas, únicamente "al amanecer de Dios" para
que fueran aprendiendo.
La melodía de los cantos y la armonía de los instrumentos, entre los cuales se destacaban los cuatros,
maracas, charrascos, bandolas, bandolines, guitarras, furrucos, cumbios y tambores, se oían hasta el "levantar
del día” cuando los grupos se disolvían, para que sus integrantes cumplieran con el trabajo y con la preparación
para la venidera madrugada.
El misterio de las campanas y las misas de aguinaldos, marcaron toda una época grandiosa en la Isla de
Margarita. Las primeras todavía perduran, aunque sus plañideras sonoridades no encierran ya la sensación de
antes, mientras que las otras han ido desapareciendo lentamente al extremo que si todavía se celebran algunas,
ya no son por las madrugadas, ni con la devoción ni el encanto, ni mucho menos con el sentimiento de los
tiempos pasados.
LOS NACIMIENTOS, PESEBRES O
PORTALES DE ANTAÑO
Las pascuas de antaño en Margarita eran mas solemnes, aunque más pobres que las de ahora. Menos
lujosas pero con mayor devoción.
En todas las casas de familia, por humilde que fueran, se adoraba al “Niño Dios". Los Nacimientos,
pesebres o portales, como también se les llamaba en recordación al “Portal de Belén” eran imprescindibles.
Unos mas sencillos, otros mas despampanantes. La mayoría arrinconaditos en el "Santo Suelo". Algunos, sobre
pisos de ladrillos. Casi todos con sus rústicas talanqueras del alto de las rodillas y su pequeña enramada, techo
de palmas o de hojas de caña dulce, con su "Niñito Jesús" y la Virgen María y el casto José, es decir, la Santa
Familia dentro, entre pajas secas y toallas sencillísimas. Por los alrededores piedras ordinarias, caracueyes de
corazones enrojecidos por la sangre de los inocentes degollados por Herodes, según las añejas creencias,
hierbas mortecinas, ramos de olivo y de guayacán simulando árboles vivos y cantidades de pastorcitos arriando
sus manadas de carneros, de cabras, de reses y de mulas. La paloma del Espíritu Santo o de la paz. La Tucusita o
Turcuchita de la Virgen. El Gallito de la Pasión. El burrito negro de San José y otros animalitos, todos
artificiales y en su mayoría de fabricación casera.
El caminito de tierra por donde venía bajando del oriente, uno tras otro y en sus flamantes camellos, los
tres Reyes Magos: Melchor, Gaspar y Baltasar. Uno negro, barbudo y viejo; otro blanco, lampiño y joven y el
otro jipato y de mediana edad, siguiendo la ruta que le señalaba una resplandeciente estrella hecha de cartón
abrillantado o de hojalata, , para traerle al "Niño" sus ricos presentes, de incienso, mirra y piedra preciosas.
Pedacitos de espejos completos diseminados por todo el espacio simulando lagunas con sus patios de variados
colores. Lucecitas de aceite de coco nadando en vasos de agua pintada de rojo, amarillo y morado, la mas de las
veces. Flores de1 monte o de los jardines y frutas y frutos silvestres regados por entre las piedras y los caracue-
yes. Así eran los Pesebres, Nacimientos o Portales del tiempo de antes, que se empezaban a construir, con gran
regocijo, desde el 15 de Diciembre y se desmantelaban el 21 de Enero, día de Santa Inés. Donde se adoraba al
Niño y a la Santa Familia, todas las noches después del 24 y se cantaban aguinaldos, jotas, polos y malagueñas,
sábanablancas, gaitas y fulías y se obsequiaba café, cacao, ron blanco o con ponsigué, anisao, panes, calillas,
dulces de lechosa, de jobo , de pandelaño y de cuanto Dios criaba, y se le pedían favores y sé obtenían milagros.
Todo esto ha ido desapareciendo lentamente con el transcurrir del tiempo y las incursiones de otras
creencias y de otras costumbres y de otras suntuosidades a la Isla de Margarita, al punto, que ni siquiera con el
incentivo de Organismo públicos y privados, han logrado restablecerse totalmente. ¡Bendito sea Dios, Margarita
espléndida, como te nos haz ido escurriendo de entre las manos tan tranquila y silenciosamente!
EL NIÑO JESUS DE UNA Y OTRA EPOCA
Según versiones de personas viejas y muy dignas de todo crédito, el Niño Jesús que se adoraba dentro de
la comunidad campesina margariteña, cuarenta o más años atrás, era más divina, más celestial y más puro que el
de la época presente, y quizás también más misterioso o enigmático. Cada quién lo percibía a su manera, pero
todos coincidían en que era una realidad y que vivía en los Santos Cielos al lado de sus padres San José y la
Virgen María, donde nacía todos los años a la misma hora en que nacía en todos los Portales, pesebres o
Nacimientos formados en las Capillas y en las casas de los pueblos.
Ese Niño Jesús Celestial, era para los muchachos de aquellas épocas, tan misterioso, que se le atribuía el
don sobrenatural de recorrer todos los caminos del mundo en una sola “pestañada” o despabilada de ojos, para
traerle su regalo a los niños buenos que vivían sobre la tierra, y que habían sido seleccionados por él, sin
distingos de razas, ni de posiciones sociales ni de riquezas materiales, para recibir esa regalía; y a quien no se le
podía pedir mas nada de antemano, porque era un pecado, ya que el Niño Jesús sabía lo que le podían traer a
cada criatura, de acuerdo con sus posibilidades y tomando muy en cuenta el comportamiento de cada quien,
durante el año; y, porque era otro pecado y más grande, que los niños se convirtieran en pedigüeños.
El Niño Jesús de esa época, para algunos, era tan pobre como todos los niños pobres de la tierra, y para
otros, tan rico como todos los niños ricos del mundo; y se decía, era creído sin protestas ni reservas, que los
regalos que traía, se los entregaba el propio Dios Padre Celestial, el cual, con todo su poder, se los ayudaba a
cargar por los "elementos", hasta dejarlos en los sitios señalados.
Nadie era capaz de disgustarse por lo que le traía el Niño Jesús, ya que, cada quien consideraba que eso
era lo que le correspondía, ni mucho menos molestarse porque no le trajera nada, cosa que obligaba al niño de
entonces a pensar mas acerca de su comportamiento durante el año y a buscar la manera de mejorarlo para el
año que seguía. Asimismo cuando unos se sentían dichosos por haber estado entre los escogidos, los otros se
reconfortaban el alma con la esperanza de otra oportunidad mejor.
Muy pocos eran los niños que no estaban pendientes del "Bendito Niño Jesús de las Alturas", y con toda y
esa picardía infantil que los envolvía, el día 24 de Diciembre, se recogían mas temprano que nunca pero tratando
de no cerrar los ojos para verlo llegar, y aunque el sueño siempre los traicionaba, al despertar, lo primero que
hacían era buscar y rebuscar, con la mayor de las alegrías, bajo la hamaquita de lona o el chinchorrito de
moriche o de cocuiza, o debajo del catrecito de tijera, o sobre el "soberao” o arriba de la barbacoa de palitos
montañeros o de la esterita de juncos, de cachipos o de eneas, tendida en el Santo Suelo, el regalito dejado por
el Niño Jesús, y el cual, la mas de las veces, no era otra cosa sino unas alpargaticas nuevas, unos zapaticos de
cuero de chivo o unas tabacaleritas, un sombrerito de cogollo blanco o pintadito, un camisoncito de
“pancaliente", de “mondongo" o de "zaraza" barata, un pantaloncito de dril o de “saco de harina" o una simple
camisita; o un trompito o una china o un volador forrado en papel de colores o un machetico encabado con
alambre dorado, como para que se distinguiera un poco de les de uso diario.
Para esa época, los muchachos que no pasaban de los doce años y que no se habían echado la cola todavía,
creían ciegamente en el Niño Jesús, quizás, porque vivían en un mundo de ingenuidad, sin que se les hubiera
distorsionado el pensamiento con las lisonjeras cartas pedigüeñas y mucho menos con competidores al estilo
San Nicolás, Papá Noel y Santa Claus, que a cada momento se encuentran atravesados por donde quiera con sus
mochilas repletas de baratijas y propagandas, ya no solo para niños sino para adultos y ancianos.
LOS SANTOS INOCENTES
Los Santos Inocentes, que fueron tan famosos y tan milagrosos en tiempos pretéritos, dan la impresión que
se han ido perdiendo poco a poco. Ahora como si fuera contados los que los rnencionan, y en algunos lugares ni
siquiera los recordaron ni para bien ni para mal, y pensar que antes, tanto que mentaban a los pobrecitos
Inocentes, y se hablaba a cada paso de la degollación o degollina que había ordenado un tal Herodes Rey de los
Judíos para acabar con todos los niños menores de dos años, donde debía encontrarse, el que según revelación
que le habían hecho unos adivinos Reyes Magos, ya había nacido en Belén para ser Rey de los Reyes, y el cual
se salvó por obra y gracia de otra revelación divina que sus padres San José y María tuvieron a tiempo y huyeron
despavoridos a tierras lejanas acompañados únicamente por un viejo y macilento burrito negro que poseían .
Desde entonces a todos los niños degollados se les consideraron Santos y como no se pudo recoger el nombre de
cada uno de ellos porque fueron muchos y algunos ni nombre tenían, se les llamaron Santos Inocentes y se
acordó celebrarles sus festividades el 27 en la noche y el día 28 de diciembre de cada año. Así nos los contaban
los abuelos y así lo seguimos repitiendo, sea o no la verdad histórica, para conocimiento de las presentes y
futuras generaciones.
Igualmente había la creencia de que todos los niños muertos se transformaban en ángeles porque no tenían
penas ni pecados que pulgar, con más razón los que habían sido convertidos en Santos, por lo tanto, sus
festividades se tenían que celebrar alegres y despampanantes; y de allí que se aprovechaba la circunstancia para
usar en las de los Santos Inocentes las más agudas o grotescas bromas y chascarrillos. Los adultos se disfrazaban
de niños, y portaban cotizas, zapatos y medias de diferentes clases, a las camisas, blusas y pantalones les
adaptaban mangas, piernas y bolsillos de variados colores y hasta llegaban a cortarse el pelo y la barba a
tijereretazos para hacer reír a los demás. En las parrandas, los viejos usaban instrumentos de niños y viceversa y
los cantos eran sin rima y hasta sin melodía, como simulando locura de muchachos. Los regalos o "aguinaldos”
se limitaban a sorpresas o chucherías y en mas de una ocasión le fueron enviados a familias honorables, serias y
representativas, paquetes muy bien confeccionados, conteniendo cosas insignificantes y sin ningún valor real o
importancia material. Pero lo mas curioso de todo era el deseo que se sentía de sorprender distraídamente a los
demás, para reírse a sus costas a mandíbulas sueltas, y así, cuando se brindaba café, cacao o cualquier otro tipo
de bebida se le añadían muy disimuladamente sal, ceniza, picantes u otros líquidos repugnantes, lo mismo en las
comidas y hasta en los pastelitos recalentados. Los bodegueros no se quedaban atrás y a los clientes les vendían
kerosén por aceite o manteca, ron por vinagre, sal por azúcar o lo contrario, papelón con pimienta, cazabe con
ají chirel; y en todas partes sin excepción se daban noticias sensacionales o alarmantes, y se inventaban cosas y
se indicaba algo que las personas no llevaran encima como : qué animal es ese que te pica, qué tienes allí, cómo
se te rompió la camisa, qué te pasó en ese ojo, y así sucesivamente, solo para después decir, si el individuo hacía
caso a lo indicado, caíste por inocente o te agarré inocentemente. Se dice que ni las parejas más respetables ni
los novios más queridos se escapaban de esas bromas, las cuales nunca o casi nunca degeneraba en discordias,
salvo en casos muy especiales, los cuales se encargaban de subsanar amigos íntimos de los afectados en la forma
más pacífica, de modo que no quedara un mal recuerdo de ese día porque era considerado como un pecado o un
desaire a los Santos Inocentes.
Todas estas cosas han ido desapareciendo a medida que las Pascuas Navideñas han ido perdiendo el
candor y el entusiasmo de antes.
LA DESPEDIDA DEL AÑO VIEJO
EN MARGARITA
Desde pleno mediodía del 31 de Diciembre comenzaban en Margarita los preparativos para la despedida
del año viejo. Se suspendían todas las actividades ordinarias y se daba comienzo a las festivas. Se empezaba por
hacer el café tinto y el cacao espeso, para tomarlo solo o con pan, con arepa recalentada o con cazabe, a fin de ir
espantando el sueño. Se iniciaba la tendida de los pasteles de modo que estuvieran calienticos durante la noche y
no fueran a enfermar, porque como dice la copla popular: ... "pastel frío empacha a la gente". Se horneaba o se
acondicionaba de cualquier manera la cabeza con todo y papada del cochino casero y se montaba la olla para el
sancocho de gallina criolla. Se trasegaba el ron blanco, la mistela, el ponsigué, el chinguirito, la "lecheburra" y
el anisao, para los parranderos y para los de la casa, que por ningún respecto podían ser de los de menos. Se
ponían a enfriar los dulces de lechosa, de pandelaño, de cereza, de jobo, de ciruelas y de cuanto Dios criaba. Es
decir, se arreglaba todo el para que para la noche no los agarrara desprevenidos y fueran a caer en condenación.
Temprano mismo comenzaban a templar los instrumentos: cuatros, maracas, charrasco, tambores,
tamboritas, cumbios, furrucos, triángulos, bandolas, bandolines y hasta guitarras. A la mínima señita se juntaban
los parranderos y se echaban a la calle o se quedaban en la casa. La comida y la bebida se servían en abundancia
y junto con los músicos, cantaban todos los que sabían o medio sabían, así fueran mujeres, hombres, viejos,
niños, ñecos o patulecos. De momento a momento y casi sin cortar, se escuchaban los aguinaldos, los polos, las
malagueñas, las fulías, las gaitas, las zumbaquezumbas y cuanto se les venía a la mente, dejando para lo último
las jotas y las macongas lloronas para despedir al "pendejito".
Los que estaban fuera calculaban el tiempo suficiente para el retorno a casa, de modo que el partir el año
los encontrara todos junticos como la Ley de Dios mandaba y la obediencia estaba comprometida a hacerlo. A la
hora del cañonazo o del repique, aumentaba la algarabía y como en una singular locura, venían las bendiciones,
los abrazos, los besos, los apretujones, las palmaditas en la espalda y el "Feliz Año Nuevo", o los llantos tristes
y melancólicos por los muertos y los ausentes. Y de allí los vaticinios o adivinación del porvenir Si el que
entregó lo había hecho con lluvia, seguro que el tiempo seguiría lluvioso. Si seca había sido la entrega, la
"pelalomo" se asomaba a las puertas. Si había sido con viento la despedida, en viento todo se transformaría. Si
la luna había estado clara, claro que la bondad seguiría clara; y si había sido oscura, continuaría la tenebrosa
noche, y así sucesivamente a todo se le buscaba su significación.
Todas estas cosas tradicionales han ido desapareciendo lentamente, por lo tanto, ya casi no se oyen los
cantos populares, ni se ven las diversiones, las parrandas, las comidas típicas y todo o casi todo lo que
representaba la verdadera identidad margariteña.
EL CALENDARIO POPULAR
MARGARITEÑO
La Isla de Margarita, quizás por su misma condición de Isla, que durante muchas épocas del año se
mantenía casi aislada de la tierra firme, no solo geográfica sino también espiritualmente, conservó muchos
rasgos autóctonos, ancestrales, bastante peculiares y muy característicos, que hacían diferenciar a sus nativos de
los de otras regiones del país. Sus costumbres, sus tradiciones, sus mitos, sus creencias, sus hábitos, su música,
su artesanía y baste su manera de expresarse, eran algunos de ellos.
Son innumerables las personas diseminadas sobre la faz de la tierra, conocedoras de que los nombres de
los meses, según el llamado Calendario Gregoriano, son: ENERO, FEBRERO, MARZO, ABRIL, MAYO,
JUNIO, JULIO, AGOSTO, SEPTIEMBRE, OCTUBRE, NOVIEMBRE Y DICIEMBRE, y los de los días:
LUNES, MARTES, MIÉRCOLES, JUEVES, VIERNES, SÁBADO Y DOMINGO.
Sin embargo, no tenía nada de raro, ni mucho menos de asombroso ni sorprendente, que entre la población
campesina margariteña se escuchara nombrados, de la siguiente manera:
A ENERO, -el mes primero
A FEBRERO, - el mes mocho
A MARZO, - el mes de la cuaresma
A ABRIL, - el mes de las flores.
A MA YO, - el mes de la Cruz y del Cristo.
A JUNIO, - el mes de San Juan
A JULIO, - el mes de Santa Ana.
A AGOSTO, - el mes de la Patrona
A SEPTIEMBRE - el mes de la Virgen.
A OCTUBRE - el mes de "El Pilar”
A NOVIEMBRE, - el mes de los muertos.
A DICIEMBRE, - el mes de las pascuas

Mientras que a los días, como para no dejarlos fuera del ordenamiento del habla popular, los señalaban
así:

AL LUNES, - día de las ánimas


AL MARTES, - día de maldición.
AL MIÉRCOLES, - día de martirio.
AL JUEVES, - día de pasión.
AL VIERNES, - día de abstinencia
AL SÁBADO, - día de los pobres.
AL DOMINGO, - día de la Gloria y del descanso
A las fases o cuartos de la Luna los denominaban PASOS; a los días, los dividían en SOLES y en
TINIEBLAS y el lapso mensual lo llamaban LUNA. Mientras que a los vientos predominantes, les decían,
NORESTES Y SURESTES, y las cuatro estaciones del año las reducían a dos: VERANO e INVIERNO, que era
corno decir, época de menos lluvia y época de más cantidad.
Este vocabulario popular, con el paso del tiempo y las incursiones en la Isla de culturas extrañas, ha ido
poco a poco desapareciendo, al extremo de que hoy es conocido solamente por poquísimos nativos.
EL VIEJO LENGUAJE DE LAS SORTIJAS
Yo no conocía el viejo lenguaje de las sortijas, hasta el día en que una señora de mi pueblo entrada en
años, se puso a contármelo punto por punto y detalle por detalle, y otra señora de un pueblo vecino, también
anciana, me lo confirmó, corno se dice en el argot popular, con todos sus pelos y señales.
Muy orondas me dijeron las señoras, una y más veces, que las fulanas sortijas tenían su lenguaje. Que las
sortijas hablaban por si solas. Que las sortijas se expresaban como si fueran seres vivientes. Que a las sortijas no
era necesario motejarlas, ni amenazarlas, ni obligarlas, ni reprimirlas para que dijera lo que significaban.
Una sortija puesta en el dedo índice o "lambe cazuela" de la mano derecha de una dama, indicaba que esa
dama estaba soltera, divorciada o viuda, pero en disposición de aceptar marido o cuando menos noviazgo, o lo
que era lo mismo: que estaba buscando lo que no se le había perdido. Pero que puesta en el de un caballero,
fungía como indicativo de que al raro le estaba quebrantando o carcomiendo su pobre humanidad.
Una sortija colocada en el dedo medio o "del corazón", demostraba que la dama estaba casada o cuando
menos, comprometida y merecía respeto y consideración, aunque no era un pecado decirle algún secretico en el
oído a ver si resolvía cambiarse para la posición contraria o arrepentirse de su determinación. En el hombre era
símbolo de mandonería y machismo.
Una sortija acomodada en el anular o "de la gracia", simplemente denotaba fantasía o adorno, aunque
fuese de un material o mejor dicho, metal muy fino y de valor o viceversa. A excepción de los anillos, que antes
eran sinónimo de poder u opulencia y ahora de profesionalización u oficio de importancia.
Una sortija ensartada en el dedo meñique o "chiquito", anunciaba que era quizás un recuerdo de familia,
pero que no le servía en el dedo que le debía corresponder, o que la persona que la llevaba estaba padeciéndo de
una cruel enfermedad, que ameritaba compasión y lástima y merecía que le indicaran cualquier paliativo para
sus dolencias. Las sortijas de casco de burro negro, de hueso de danta y de corozo seco, fueron de gran utilidad
para las afectadas de hemorroides o "almorranas".
Una sortija exhibida en el dedo pulgar o "gordo" no demostraba otra cosa sino coquetería o demencia, y si
era posible locura grave o pazguatería decrépita.
Las sortijas llevadas en los dedos de la mano izquierda lo que denotaban era que la persona manejaba con
frecuencia la zurda, o que tenía los otros dedos maltratados, como también, que poseía demasiadas y por su
faramallería no encontraba donde ponérselas.
El viejo lenguaje de las sortijas, fue una de nuestras primeras cosas tradicionales que tendió a desaparecer,
triturado por la poderosa maquinaria del llamado progreso.
LAS DIVERSIONES MARGARITEÑAS
Margarita es rica en manifestaciones folklóricas. Las tradiciones están muy arraigadas en el alma del
pueblo. Creemos no exagerar al decir que la cultura margariteña es milenaria. Que viene desde sus primeros
pobladores aborígenes pasando por los colonizadores españoles hasta nuestros días. De allí emanan la cantidad
de diversiones margariteñas representadas en pantomimas a semejanza de cosas reales o irreales, de especies de
la fauna y de la flora o de la mitología insular.
Desde épocas antiquísimas, el período de diversiones margariteñas se iniciaba el 15 de Diciembre y
terminaba el 22 de Enero. Se llevaba a cabo para despedir el año viejo y recibir el nuevo y se
consubstancializaban con las festividades religiosas de Pascuas, Inocente, Reyes y Santa Inés.
Las diversiones estaban conformadas de la manera siguiente: la pantomima, el bailador, las guarichas y
guarichos, el matador, las lloronas, el curandero (médico o brujo), el diablo, la barredora, el abanderado, los
músicos y algunos otros personajes secundarios.
La Pantomima: la elaboraban simulando a lo que querían representar, con una armazón de varitas de
madera y arcos de cañabrava verde, forrada con sacos de "jeniquén" (henequén), adornada por fuera con papeles
de colores o pintura y se le dejaba por la parte de abajo un hueco para que el bailador metiera la cabeza hasta los
hombros. A los barcos y a la burriquita le hacían un hueco mayor de modo que pudiera pasar hasta la cintura del
bailador. Las culebras las elaboraban con raíces y ramas retorcidas adornadas o pintadas. Y a los toros, monos y
osas las representaban a semejanza de esos animales: en el primer caso acomodándole a una persona los cachos
y el rabo del animal y pintándole la ropa de varios colores, y en los otros revistiéndola de barba de palo o estopa.
El bailador: accionaba algunas pantomimas poniéndoselas en la cabeza o pasándoselas hasta la cintura y
haciendo piruetas danzantes con ellas. A otras las representaban personalmente y a la culebra la bailaban
abrazada o sujeta al cuerpo. En los primeros casos el bailador no necesitaba disfrazarse.
Las guarichas y guarichos: iban disfrazados con vestimentas despampanantes muy largas y
complementadas con flores, cintas, encajes y papeles de colores con la cara descubierta pero bien encoloretada y
llevando en la cabeza grandes gorras cónicas hechas de cartón o corteza de cañabrava, adornadísimas como las
vestimentas y portando en las manos banderitas de diferentes colores. Tanto las gorras como las banderitas las
entregaban a los mirones cuando iba a comenzar la pieza y la recogían al terminarla y percibían como dádiva de
un centavo a una locha que iba a su fondo particular. A la diversión se le pagaba de una mariquita a un real. El
número de guarichas y guarichos no tenía limitación pero siempre se requería que fuese par porque de lo
contrario se vaticinaba la muerte segura de uno de los integrantes. Estos se encargaban de cantar los versos de la
diversión al compás de la música, formando un círculo o cabuya alrededor de la pantomima ejecutando una
danza rítmica de medio paso pero muy movida.
El matador: vestía a la usanza de su representación y se encargaba de dar muerte al animal a la
terminación de los versos. El animal caía simulando estar agonizante.
Las lloronas: eran personajes disfrazadas de cualquier manera. Empezaban a dar alaridos tan pronto como
el animal caía v corrían a buscar el curandero (brujo o médico) implorándole que salvara el animalito.
El Curandero: hacía su aparición, algunas veces montando un caballo de palo o en carreta acompañado o
no de ayudante y con mejunjes y oraciones o con medicamentos ficticios hacía revivir al animal. Entonces las
guarichas y guarichos volvían a hacer el círculo y entonaban las gracias o despedida. Se podía continuar
bailando en ese sitio o en otro según la conveniencia.
El diablo: era un personaje que cubría su cara con una máscara de casco de taparo o de hojalata, portaba
cachos y dientes horribles, rabo de cabuya o de res y unas larguísimas uñas también de hojalata, que sonaba
constantemente y llevaba pintada la ropa con colores subidos. Se encargaba de formar y mantener el círculo
poniendo a raya a los mirones. Era el azote de las cocinas que quedaban solas y el terror de los muchachos que
se escandalizaban al verlo.
La barredora: se presentaba disfrazada de vieja, simulando barrer el sitio para el acto. Todos estos
personajes bailaban en el círculo muy cerca de las guarichas y algunos llevaban la cara y brazos pintados con
tizne enmantecado.
El abanderado: únicamente se limitaba a preguntar en las casas o a las personas si iban a mandar a bailar
y en caso afirmativo se quedaba allí con la bandera hasta que llegara la diversión para luego proseguir su
recorrido.
Los músicos: se ubicaban a un lado del circulo y tocaban cuatro, maracas, charrasco, furruco y cumbio y
algunas veces, bandolín, bandolas y guitarra. El cumbio y el furruco casi siempre eran hechos con taparos
quitada la tercera parte superior por donde les ponían el cuero sujeto con guarales, eran pequeños para poderlos
aguantar con una mano a la altura del pecho y ejecutarlos con la otra. Estos eran muy diferentes a los de
Barlovento y a los del Zulia.
Cuando la diversión era de un barco, las guarichas fungían de tripulación y terminaba con un anclaje. I si
era algún pez o cosa por estilo, el matador se transformaba en pescador. En las diversiones cada personaje
desplegaba o imprimía la mayor graciosidad que pudiera, en mímicas voces o payasadas. La armazón de las
diversiones casi siempre se guardaba de un año para otro.
LAS TRADICIONALES CACHAPAS
La Isla de Margarita es una región de tradiciones. Todavía en la Isla de Margarita se defienden, contra
viento y marea, algunas tradiciones. Una de esas tradiciones está representada en las famosas cachapas. Las
cachapas margariteñas se remontan quizás a la época de los primitivos pobladores llamados Guaiqueríes, que
según la narración histórica eran asiduos cultivadores de maíz, especialmente de la variedad conocida como
"negro" o “morado”.
Las cachapas margariteñas las hacían anteriormente para uso personal y como obsequio de familias; eran
como unos discos grandes y no muy delgadas. Ahora se venden por todas partes y son pequeñas y delgaditas. No
es extraño encontrar personas de cualquier edad o sexo por las orillas de las carreteras principales vendiendo
cachapas. El pueblo de Tacarigua como sí es actualmente el abanderado de esta actividad. Hubo una época en
que se elaboraban en todas o casi todas las comunidades céntricas donde se cultivaba el maíz en la Isla de
Margarita. En los actuales momentos han quedado relegadas a pocos pueblos y a contadas familias. En los
tiempos pasados se hacían las cachapas con maíz criollo acabadito de cortar y se molía en piedras, que fueron
desplazadas por las máquinas de mano de las conocidas con el remoquete de "corona", se tendían sobre hojas de
plátano verde y con todo y hoja se cocinaban sobre aripos cercadeños, a fuego vivo de "chamizas" y no de leña
gruesa ni de raja o penca como también se le decía. Ahora se elaboran con maíz “navegao", sin importar el
tiempo que tenga de cortado, se tienden directamente en budares de hierro traídos de otros lares, puestos sobre
cocinas eléctricas o a gas, salvo algunas personas que todavía usan la fórmula primitiva.
Para que la masa no cogiera mal sabor y se pusiera ácida o amarga, las mazorcas se iban desgranando,
moliendo y tendiendo rápidamente: ahora se contrarresta todo ese mal a fuerza de azúcar y mantequilla o leche,
que les quita la mayor parte de su originalidad.
Pero de todos modos, la tradición de las cachapas en Margarita se mantiene latente y Dios quiera que
pueda perdurar por muchísimo pero muchísimo tiempo más.
LAS EMPANADAS DE CAZÓN
Las empanadas de cazón son tradicionales en la Isla de Margarita. Vienen "desde que el mundo es mundo"
como diría el vulgo. No se sabe quién las ideó, ni en qué época, ni en qué lugar las hicieron por primera vez, ni
quién se comió la “templera", ni quién o quiénes las popularizaron.
Lo que si se sabe es que se hallan de "cuarta a cuarta": en las esquinas, en las aceras, debajo de las matas,
al aire libre o dentro de cobertizos. En fin, para mejor decir, están en todas partes y lugares, porque hasta en
“palanganas" andante por las calles y callejones se encuentran las muy mentadas empanadas de cazón,
Una mesita de mala muerte, un anafe cercadeño, un caldero mediano, una garrafa con manteca o con
aceite de cocinar, la masa blanca o amarilla previamente acondicionada, uno o dos pañitos e igual número de
recipientes bien limpios, un tenedor de cabo largo, el cazón en picadillo guisado de antemano, un saco con
carbones para alimentar el fuego y una mujer con una enorme flor atrás de la oreja, es todo lo necesario para
poner a marchar la empresa.
Primero fueron a centavo, después a locha, más tarde a medio, luego subieron a tres lochas, al poco
tiempo se fueron a real, a real y medio, a bolívar, a tres reales y hasta cuatro reales las cantan ya, y "palante que
el muerto pesa" es la contestación de las vendedoras cuando se les pregunta acerca de la subida de precios.
Empezaron a hacerlas de cazón y las han intercalado con queso, carne molida, caraotas, raya, palagar,
guacuco, catalanas y cuanto Dios crea en los mares y en la tierra, buscando complacer a los consumidores que
cada día aumentan mas y más; pero siempre son las famosas empanadas de cazón, las predilectas de propios y
extraños, especiales para matar un "ratón" o para "paliar una “hambrazón", según los cantares populares.
La forma es la misma en todos los sitios. Casi una media luna barrigoncita o preñada, pero el gusto varía,
porque allí está el secreto profesional, que le dan cada una de las empanaderas. Antes eran comida de pobre o de
muchachos, pero ahora han invadido hasta los sitios más selectos y los salones más encopetados o exigentes. Ya
no hay fiestas por grandes o pomposas que sean donde no se pavoneen orondas las empanadas de cazón ,
normales o en miniaturas. Dios que las conserve sanas y salvas frente a la extranjerización, para mantener con
ellas una de las mas puras tradiciones margariteñas.
LAS PARRANDAS MARGARITEÑAS
La Margarita de antaño era muy aficionada a las parrandas. Decir parranda en Margarita era como referirse
a jolgorio o fiesta popular para conmemorar actos de destacada trascendencia. Fueron famosas las parrandas que
se escenificaban durante las pascuas floridas. Las que se llevaban a cabo en las festividades de la Virgen del
Valle en las épocas cuando la gente se conducía a pie hasta el santuario desde los más apartados rincones de la
Isla. Asimismo tuvieron grandísima resonancia las que se formaban en cada una de las festividades patronales o
velorios de canto en los pueblos, caseríos y ciudades insulares. Igualmente las que se hacían para celebrar las
buenas caladas de los trenes de pesquería o las abundantes cosechas conuqueras de los campos interioranos.
Las parrandas se formaban con personas de ambos sexos y edades diferentes que iban reuniéndose
espontáneamente con el ánimo de divertirse entonando sus melodías folklóricas o populares como en una
verdadera feria de camaradería. Las parrandas por lo regular se componían por los músicos, los cantadores, los
ayayadores y los mirones.
Los músicos; eran las personas encargadas de ejecutar los instrumentos típicos de la región o
entronizados en élla, como cuatros, maracas, charrascos, cumbios, furrucos, triángulos, bandolas, guitarras,
bandolines, tambores y alguno que otro aparato de percusión o de cuerda de menor significación. El cumbio era
un instrumento formado con un taparo (tapara) al cual le quitaban la tercera parte superior, por donde le
adaptaban un cuero seco de conejo sujeto con una ruedita de bejuco y templado con cabuyeras; cuando llevaba
cuero por ambas puntas o cabezas lo denominaban tambor o tambora. El furruco era muy parecido al cumbio
pero con una varillita corta y muy bien encerada colocada en el centro del cuero, por donde la accionaban con
una mano, de allí su notada diferencia con los usados en Barlovento y Occidente de la República.
Los cantadores: eran los individuos de garganta privilegiada que habían nacido con el don o la gracia de
vocalizar las melodías de la región como gaitas, polos, malagueñas, fulías, sábana blancas o sabaneras, punto o
puntillanto, jotas, galerones, zumbaquezumbas, ensaladillas, corríos, macongasy aguinaldos. Corrientemente se
conseguían personas que aunaban las dos facultades, música y canto, lo que les permitía divertirse hasta solos, y
de allí que se originara quizás el dicho muy popular de que músico que toca y canta alguna ventaja lleva. Los
aguinaldos se cantaban única y exclusivamente en tiempos de pascuas floridas.
Los ayayadores: eran simplemente las terceras personas que no siendo músicos ni cantadores formaban
parte de la parranda con el solo propósito de ir coreando las interpretaciones con un lacónico estribillo
acompasado con palmaditas de mano.
Y los mirones: eran todo el grupo de observadores que sin ser músicos, ni cantadores ni ayayadores se
plegaban a la parranda como parte integrante de ella.
La parranda, propiamente dicha, era la más genuina expresión folklórica-musical margariteña. No tenía
número determinado de componentes ni actuaban mediante ensayos ni convenios previos. Cada quien aportaba
lo que tuviese a su alcance inclusive los instrumentos musicales y se cantaban de todo y podían participar
libremente los que quisieran y se consideraran con facultades sobresalientes para ello. Solo se ponía como
condición expresa acogerse a “la rola" que no era otra cosa sino respetar el ordenamiento y esperar el turno que
le tocara a cada cantador.
Las parrandas actuaban indistintamente en un sitio o recorrían las calles y callejones o visitaban las casas
de sus parientes, de sus amigos o conocidos y en muchas ocasiones llegaban hasta incursionar en conucos o
sitios de recreación, y solo recibían como obsequio tragos de bebidas espirituosas como anisao, chinguirito o ron
con ponsigué, como también refrigerios, meriendas y suculentos sancochos. En algunos casos estos menesteres
los obtenían los parranderos de sus propias economías.
De las auténticas e ingenuas parrandas de antaño a los conjuntos musicales de hoy hay enormes
diferencias hasta el extremo de casi no parecerse en nada. Valdría la pena revivirlas mediante una verdadera
concientización popular para demostrar a los visitantes que somos poseedores de un riquísimo acervo musical
folklórico.
LOS EXPENDIOS DE CARNE AL AIRE LIBRE
En la Margarita del pasado había épocas de hambrunas pero también había épocas de abundancia. En las
épocas de hambrunas la gente echaba mano a sus capoteras y se iban a salvar a Costafirme o a otras partes del
país. Pero en las épocas de abundancia Margarita se autoabastecía. En los tiempos de frescura los campos
reverdecían y los conucos producían de cuanto se necesitaba para la dieta diaria. Hasta las carnes eran
abundantes y por donde quiera se miraba venderlas al aire libre. Especialmente las reses, los chivos y los
cochinos se exhibían beneficiados como excitando a la gente a que las adquirieran o las cambiaran por cualquier
otra cosa. Porque también se veía con sumo agrado las permutas.
Eran las épocas de "las vacas gordas". No había necesidad de que viniera carne de otras partes del país,
con las que aquí se producían era lo suficiente para el consumo interno y todavía sobraba para salpresar y hasta
para salar, y más bien llevar para otras regiones.
No había mercados ni mataderos, apenas los de Porlamar, Juangriego y La Asunción, por ser los mayores
centros poblados y donde se "remataba" la plaza que equivalía a obtener oficialmente derechos de exclusividad
para la rnátanza y expendio. Los demás eran puestos de venta, en enramadas o debajo de árboles donde se
guindaban los animales descuartizados y acabados de sacrificar. No había limitaciones; todo el que quería
ejercer la profesión de "matador" o sea matarife, podía hacerlo. El único requisito consistía en pagar a las
autoridades el derecho de "degüello" que de paso era baratísimo: un real por un chivo, real y medio o un bolívar
por un cochino y tres o cinco reales por una res.
Los pesos mecánicos o de agujas poco se conocían. Los que se usaban eran la de totumas y las más de las
veces se tenían por lujo. Casi nadie compraba por kilos ni por libras. El expendedor cortaba a la vista lo que el
cliente requería y cobraba lo que consideraba justo. Cuando más se presentaba un pequeño regateo sin que se
ofendiera ni uno ni otro y "san se acabó". Los reales al peco y la carne a la totuma, y para la casa a prepararla
como mejor le pareciera; en sancocho, en seco o a la braza.
No se hablaba de sanidad ni de fiscalización pero nadie, absolutamente nadie, era capas de engañar a otro
vendiéndole carnes malas. Si por alguna circunstancia la res se descomponía iba derechita a los zamuros. I si el
cochino, al darle el corte por el cachete, salía con "chipo" o “Lázaro" como también le decían, no lo utilizaban
ni para la manteca. En muchas ocasiones era el mismo comprador quién se servía lo que necesitaba y dejaba el
pago en su puesto, aunque no lo estuviesen viendo.
Eran las épocas de la Margarita ingenua, de la gente honrada incapaz de hacer tracalerías ni a propios ni a
extraños.
LA PEDIDA DE LA MANO
Todo en el mundo se rige por principios, por normas, por códigos, por leyes y por costumbres. Unos
escritos y otros orales. Algunos venidos desde tiempos inmemoriales y otros completamente nuevos o
remozados.
En todas estas cosas Margarita no podía ser la excepción. Hasta el amor parecía que estaba reglamentado.
Primero fue "el clavado de la estaca" para formalizar los compromisos; método que nadie, absolutamente nadie,
aseguraba haber conocido sino simplemente "haberlo oído decir"; como tampoco sí era originario de la Isla o
traído a través de los mares, luego "el pedido de las manos" o "de la mano", cuando el método anterior empezó
a caer en decadencia.
"Las pedida de las manos" o "de la mano" era un acto solemnísimo, aunque no se necesitaban Jueces, ni
Alcaldes ni Escribanos para llevarlo a efecto. Solo se requería la presencia, cuando menos, de dos padres de
familia o personas de reconocida honorabilidad para solemnizar el acto; todo esto allá por los años "en que a la
palabra se le tenía como un documento escrito".
La ceremonia, aunque impresionante, era por demás sencilla. Bastaba con que la pareja ya hubiera
convenido en llevar relaciones y que el pretendiente se hiciera acompañar con las dos personas de rigor hasta la
casa de la prometida para formalizar el compromiso, con la consabida frase: "aquí estamos, para pedir "la
mano" o "las manos" de la señorita fulana (se pronunciaba el nombre) para el caballero zutano (también se
pronunciaba el nombre) que nos acompaña y por el cual respondemos".
El acto se llevaba a cabo por ante el padre o a falta de éste ante la madre o del hermano mayor o de un tío
o de cualquiera otra persona que por esos momentos estuviese asumiendo la representación de la familia, quien
se encargaba de contestar, después de asegurarse del consentimiento de la solicitada: "la tienen ustedes".
De allí venían los brindis, los obsequios, la música, la fiesta, y el coloquio en general como en un consejo
de familia y en muchas ocasiones hasta se le celebraba "tornaboa". Desde ese momento la pareja se declaraba
en noviazgo público, claro que con los recatos propios de cada época. No quería decir, que estos compromisos
no podían "romperse" en algunas ocasiones, exponiendo las partes motivos de peso, que los indujeran a ello
para poder ser aceptados, sin que quedara el reconcomio de que la hembra había sido "mentada", que era la que
siempre cargaba con la peor parte.
Parece que este método en los últimos tiempos como si ha ido perdiendo vigencia o cayendo también en
desuso.
LOS MATRIMONIOS O BODAS EN MARGARITA
A pesar de que los matrimonios en la Isla de Margarita, con mucha frecuencia se realizaban «por detrás de
la Iglesia", como lo dejaba entrever Andrés A. Level en una crónica de finales del siglo pasado cuando decía que
1os hijos naturales eran en mayor número que los legítimos", sí se efectuaban de vez en cuando enlaces con
todas las de la Ley, aunque respetando sus viejas costumbres o tradiciones.
Sobre todo en los núcleos menos poblados o campesinos, casi nunca las parejas presenciaban el
matrimonio civil que era el preferido, sino que concurrían primero por ante el Registro Público a otorgar
poderes a personas de reconocida honorabilidad para que se casaran por ellos. También era costumbre muy
generalizada formalizar los matrimonios en las horas de la madrigada, para lo cual las autoridades se trasladaban
con tal finalidad hasta las residencias previamente indicadas, lo que dio motivo a que la misma gente del pueblo,
con la mayor de las ingenuidades bautizara esos actos como robados o "robaos". La más de las veces los
matrimonios no eran sino simplemente para regularizar una unión concubinaria desde mucho tiempo
constituida.
De todas maneras los matrimonios o bodas, se llevaban a cabo con gran solemnidad, pompa y regocijo.
Tanto las parejas como los "padrinos” que eran muchos, lucían sus mejores prendas domingueras y se
derrochaba, hasta más no poder, bebidas embriagantes, caratos refrescantes, comidas y manjares de todas las
especies para los invitados, al igual que para los que formaban las "barras" de mirones y de muchachos , que por
curiosidad se iban acercando.
Los anisaos caseros, los chínguiritos, los rones con miel, las chichas y los vinos de diferentes clases, que
eran las bebidas mas generalizadas, se empezaban a preparar con anticipación; las cuentas de pan surtidos con
roscas, bollitos, galletas y biscochos, y los confites, entre los que resaltaban los suspiros, las roscas cubiertas, las
tunjas, los gorfiaos, los coscorrones, los saboyanos y los besos, se encargaban previamente; mientras que las
matanzas de gallinas, pavos, patos y hasta chivos y la preparación de dulces de jobos, de ciruelas y de lechosa
empezaban uno o dos días antes.
El día de los acontecimientos, lo primero que hacían era poner un guardián en la puerta de entrada, para
que no dejara pasar a "Noto'er mundo" e inmediatamente a la hora señalada, empezaban las reparticiones de
todo lo que tenían. Salían a relucir los brindadores y las brindadoras con las garrafas y los galones de bebidas,
las maras con los panes y los confites y hasta las jarras con el cacao y el café caliente para terminar con el
banquete.
Lo interesante era que nadie saliera descontento o sea hablando; que hubiera hasta para que los presentes
pudieran llevar para sus casas y que se reservara un poco para la "tornaboa". El otro día, todavía se enviaba su
parte de matrimonio a los vecinos que no habían podido concurrir al acto.
LAS TORNABOAS
TORNABODA: "Día y fiesta que sigue a la boda".

En la Isla de Margarita eran una costumbre por demás inveterada y muy tradicional. Se celebraba con gran
pompa y regocijo. "Los ricos como ricos y los pobres como pobres", pero en partes se llevaban a cabo. "Los
mas más y los menos menos", pero en ningún momento dejaban de hacerlas. Brindis. Música. Cañonazos.
Cohetes y sancochos hasta más no poder, estuvieran o no presentes los novios, siempre se realizaban. Los
familiares y amigos de los desposados se encargaban de promocionarlas y hasta de atenderlas, en caso necesario.
Eran como una réplica de las fiestas de los "guiqueríes" o de los "montañeros” que se ponían en práctica
después de las celebraciones patronales. La mayoría de la gente "preparada” o no, muy poco pronunciaban el
vocablo " Tornaboda" sino simple y llanamente decían “tornaboa”.
Las "tornaboas” no se limitaban única y exclusivamente a escenificarlas después de las bodas o
matrimonios, sino que se extendían a cualesquiera otras actividades resonantes, corno las terminaciones de las
casas de bahareque. En estas se reunían el día siguiente del embarrado o "barro", un grupo seleccionado de
invitados, no muy numeroso, pero de los más laboriosos o expertos en el trabajo, para dar los últimos toques a la
obra, como eran los de quitar los andamios, tapar los huecos, repellar o sea alisar las paredes a mano limpia,
arreglar el piso o "suelo", terminar el fogón, concluir la troja, arreglar los colgaderos y hacer cualquiera otra
cosita que no se había podido rematar el día anterior. A todo esto también lo llamaba "tornaboa” e igualmente lo
realizaban entre derroche de alegría, con carcajadas, "cañandonga", bailes, cañonazos, cohetes y sancochos a
granel.
Igualmente acostumbraban hacerle "tornaboa" a los bautizos, a los cumpleaños, a los compromisos
matrimoniales o "pedidas de mano",y a todo lo que ameritara continuar lo fiesta el siguiente día del acto
principal,
Las tornabodas o "tornaboas", con el andar del tiempo fueron desapareciendo, como han ido
desapareciendo tantas cosas buenas de la Margarita autóctona, al extremo que ya son contadas las personas que
formaron parte de ellas o que las conocieron y solo uno que otro antañón las añora y las comenta...
LOS CABO E´CITAS
Claro que los muchachos de ahora, la juventud, para mejor decir, no saben lo que es un "cabo e'cita"; pero
creemos que no halla un viejo que sea capaz de decir que no conoció o que no recuerda a los famosos "cabo
e'citas".
Los “Cabos de Citas", o simplemente los "cabo e'citas", como se les mencionaba por todas partes y
lugares, eran los encargados de colaborar con la justicia y con el orden público, durante las épocas pretéritas,
dizque ya superadas, en las calles de pueblos y ciudades y en los barrios y caseríos pequeños-
Los "cabo e'citas" aran así como la cuarta persona del Jefe Civil ya que la segunda tendría que ser el
Secretario y la tercera el policía o el Comisario en los caseríos de mayor densidad de población. A los "cabo
e'citas" se les extendía su nombramiento, ad-honorem, o lo que es lo mismo, sin ganar un centavo; se les
entregaba su bastón de mando, que no era otra cosa sino el tradicional rolo policial, se le dotaba de autoridad se
le señalaba su zona de actuación y a mandar se ha dicho. Cuando más, se les regalaban dos pares de
alpargatas al año, uno a mitad de Diciembre y otro en las fiestas patronales, y alguna que otra cuestioncita, sin
mayor importancia, de las que se obtenían mediante multas o por cosas parecidas.
El "cabo e'cita" tenía que resolver los problemas o querellas menores de su jurisdicción y de resultar
graves, pasarlas a la autoridad competente o sea el jefe Civil; hacer las citaciones correspondientes para los
“retenes", para la limpieza de los caminos, de los frentes de las casas, de los pozos públicos y para que se izara
la bandera nacional en los días ordenados por la Ley y llevar el control de los que cumplían y de los que no lo
hacían, para que sus superiores les aplicaran las sanciones correspondientes; claro que todo esto tenían que
realizarlo después de terminadas sus tareas cotidianas de trabajo, porque no podían atenerse únicamente a lo
oficial.
No importaba que los "cabo e'cita" fueran o no analfabetos, pero nadie, absolutamente nadie, era capaz de
irrespetar su autoridad, y pobrecito de aquel o de aquellos que por ironía del destino o por cualquiera otra
circunstancia se atreviera a hacerlo. El cargo de "cabo e'cita" era de obligatoria aceptación pero de libre
remoción, se tenía como deber para con la patria y solo una excusa muy bien justificada podía eximir a las
personas de esa obligación.
Los "cabo e'cita" estuvieron su vigencia hasta la caída del Gral. Medina Angarita, cuando se empezó a
reformar el Régimen policial y a dotar a las comunidades de mas “Guardianes del Orden Público" a sueldo y
uniformados.
Todavía en algunos pueblos interioranos pueda que existan esta clase de servidores públicos.
LOS COMISARIOS
Durante las épocas remotas, en la Isla de Margarita los Comisarios eran los encargados de administrar
justicia, de guardar el orden en cada uno de los Caseríos que no tenían el rango de cabeceras o capitales de
Municipio, Parroquias, Departamentos, Cantones, Partidos Capitulares o Pueblos.
Había "Comisarios Mayores" o de "Primera" para los Caseríos mas poblados y “Comisarios Menores" o
de "Segunda" para los Caseríos pequeños y los barrios. Los primeros estaban dotados de más representatividad y
por lo tanto los segundos debían estar subordinados a ellos y acatar sus órdenes.
Se escogía para Comisarios a las personas de más honestidad en las comunidades que tendrían que mandar
y se les exigía que fueran partidarios de la causa que estuviera imperando. En su gran mayoría los Comisarios
eran analfabetas o cuasi analfabetas. Muy contados eran los que medio sabían rasguñar su nombre y no
importaba que las lecturas las hicieran con un forzado deletreo para mascullar las palabras silabeadas o
entrecortadas en un forzado tartamudeo.
Los cargos de Comisarios eran adhonoren o a base de pírricos sueldos que les entregaban en son de
regalías o dádivas. Su único símbolo de autoridad o de mando era el "rolo de policía", la más de las veces mal
labrado o simplemente "hachabado" por ellos mismos, el cual exhibían en su casa de habitación o en los
momentos que salían a tratar de imponer la autoridad o de mantener el orden. Nunca tenían "Despachos
Oficiales" y atendían en su propia residencia, durante las tardes, después de haber concluido sus faenas laborales
y en los días domingo.
Los Comisarios se encargaban de transmitir los mensajes emanados de sus Jefes, de oír querellas y de
arreglar, por los medios que le dictara su conciencia, los problemas de menor cuantía dentro de su comunidad y
de pasar a la Superioridad los que no consideraba de su competencia.
Algunos Comisarios llegaban hasta ser vitalicios y aunque ancianos se les respetaba, se les temía y se les
escuchaba sus determinaciones y nadie o casi nadie era capaz de contrariar sus designios ni de oponerse a la
imposición de sus penas. Se cuenta que algunos Comisarios enviaban los oficios en blanco y las
recomendaciones orales con quién o quienes cumplían las comisiones. I otros que leían en voz alta, ordenes que
no aparecían escritas por ninguna parte, con el solo propósito de impresionar o de intimidar a sus oyentes.
Claro que ya la época de los Comisarios pasó a la historia y no nos queda de ellos sino simplemente sus
recuerdos; pero si nos ponemos a comparar aquellos tiempos con estos, nos encontramos con una distancia
como del cielo a la tierra y lo menos que podríamos hacer es echarnos a reír. Pero tenemos que pensar que como
toda regla tiene su excepción, quizás entre los Comisarios también había sus excepciones, aunque fueran muy
contadas. Todavía quedan algunos Comisarios, pero ya no son ni la sombra de los del tiempo de antes.
LAS CULEBRAS Y CULEBRONES
En la Isla de Margarita, como en otras partes de Venezuela, también hay cantidades de culebras y
culebrones que merodean por montañas, sabanas, breñales y hasta por dentro de los mismos centros poblados.
Entre las más conocidas están: la macaurel, grande y gruesa corno ninguna otra, cazadora de chivos, conejos y
gallinas, muy cotizada por su cuero para cinturones, brazaletes y cintillos, y por su aceite para aflojar: tendones
y coyunturas: las guanaimas blancas o cenizosas y las negras, muy largas pero más delgadas que lo macaureles
y sin ninguna utilidad aparente; las cascabeles, de maraquita en el rabo, que según los decires de mucha gente,
quitada viva, sirve para el mejoramiento del asma o fatiga; la verdegallo, de crestica y barbilla que remeda a la
de los espueléricos de donde ha derivado su nombre, muy peligrosa porque se esconde entre el follaje para
atacar a sus presas; la conejera, también llamada sabanera o huevera, azote de los conejitos recién nacidos y de
las posturas de las aves y cuando están "entiempadas" enemigas acérrimas de las personas; las ratoneras, amigas
de ocultarse en los tejados para alimentarse de cuantas alimañas allí puedan meterse; las dormilonas, que la
mayor parte del tiempo la pasan en profunda siesta sin ofender ni mortificar a nadie, y la bejuca, delgadísima
como las enredaderas con quienes muchas veces las confunden y odiosas con las mujeres embarazadas a
quienes persiguen para cuerearlas fuertemente con la parte trasera.
Hay otras como las coralitas, y las mapanares, de las que se comenta que su picada o mordida es mortal,
aunque jamás de los jamases se ha dicho que en esta tierra ha muerto alguna persona por causa de ellas; y la
morrona o bachaquera de dos cabezas, que se deja meter tranquilamente dentro de cualquier envase,
especialmente botella, para acompañarla con ron, que luego utilizan los curanderos en el tratamiento de las
dislocaciones de músculos, torceduras de tendones y fracturas de huesos y en la prevención de otros males,
haciéndoles tomar, de cuando en cuando, sus traguitos a los pacientes.
Algunas de estas especies están a punto de desaparecer, como desapareció la “mamona” a quien se le
atribuía que ordeñaba a las mujeres paridas que dormían en esteras y les entecaba a los hijos hasta matárselos.
Las picaduras o mordeduras de las culebras en Margarita las trataban los curanderos con oraciones,
maraqueos y ensalmes, sin dejar que los afectados se dejaran mirar, ni siquiera de soslayo, por las mujeres
preñadas.

FIN

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