Para comprender
QUE ES LA CIUDAD
Teorias sociales
Victor Urrutia
Avda, de Pamplona, 41
@@ 31200 cabin (Navarra)2.2. La perspectiva psico-sociolégica
Georg Simmel
‘as grandes ciudades y la vida intelectual» (1903),
ea Discusion, 0. 2, Bara, Barealona 1977, 11-24.
tras referencias: «espacio yla sociedad, en Sociolo-
la, Usados sobre las formas de socializacén, lanza, Ma-
‘Los problemas mAs profundos de la vida moderna sur-
gen do la pretensidn del individuo de alirmar la indopenden-
ededad ‘ecole iin ds ‘chores
So trata de la afrmacién de. icamento he-
redado, de la cultura exterior y da la técnica do la vida. Es la
ol hombre primitivo tenfa que librar para asegurar su ‘exis-
tencia fisica, El siglo XVIII incté a la Hberacién de todos los
‘inculos histéricos que unfan al hombre con ol Estado y la re-
La propia natualona del contenido de eta confrencis no hace noco-
seca teal, one Mga epoca do vanes y
dlasurollo de is ideas més important desde ol panto de vista ListSceg,
‘temporal, queso encuentran on mi Phlnophie des Gelfes
csnue 89ligién, a fin de que la naturaleza, quo os la misma en todos
Jos hombres, pudiora desarrollarse sin trabe algun; el siglo
XIK promovi6, ademds do la mera libertad, el aspecto de la
Givisién del trabajo de los hombres y de su rendimionto, que
couvierte al individuo en algo incomparable e imprescind!-
bie, ala vez que lo remite a una jn tanto més
‘estrecha por parte do los demas; Nietesche vio quizd en Ia ln-
cha despiadada del individuo o dol socialismo, procisamenta
en Ia supresién de toda competencia, la condiciOn del desa-
rrollo pleno del individuo. Peto en todos estns casas, el moti
vo fundamental ose] mismo: a resistencia del individuo a de-
Eiig anlar a aoe tole Beno
: 0 cusstion, «de os pro-
cductos de la vida espocificamente moderna, la cuestién, por
asi decrlo, del alma del cuerpo do la cultura tal como se mo
jane on Is actualdad con respecte ussras rans ctx
jade, la respuesta tendré quo invostgar la igualacién quo
estas formaciones crean entre los contenidos individuales y
supraindividuales de la vida, la adecuacién de la personali-
dad con la que ésta tiene que conformarse frente a los pode-
res exteriores.
El fundamente psicol6gico, sobre el que se lovanta el tipo
deta giao rans Cs sa ia
sificacibn de la vida neroiosa que resulta del répido o inate-
rrumpido intercaiibio Ge impresiones externas @ internas. El
hombre oun s8F do Fes doe, 25 €5-
timulada por la diferencia entre la impresién del momento y
Ja anterior; las impresiones: tes, la nsignificancia de
sus frend, a roy habitual desu dcarso, con
sumen, por asf decirlo, menos conciencia que la répida
trac de imagenes cami, a rapa sparen
que existe entre las cosas que uno capta con la mirada, lo
inesperado do las impresiones que se nos imponen. La
cludad, precisamente al crear estas condiciones ~en
cruce de calle, el ritmo y la pluralidad que impone a la vida
‘eoonémica, profesional y social-, crea, en los fundamentos
senstbles de la vida animtca;en ol «quantum» de conciencia
‘quo nos oxige a causa de nuestra organizacién como seres de
diferencias, una profunda oposicién con la pequotia cindad y
1a vida rural, con el ritmo mas lento, més habitual, mas re-
gular de su vida sensible e intelectual
Ello explica, sobre todo, ¢} cardcterintslectualista de la
vida animica de las grandes cludades frente a la de las pe-
tunis dudades, quo apunta mis bien al sentient y las
relaciones afectivas. Estas ostin enraizadas on los estratos
més inconscentes del alma y crecen principalmente en la
tranquila armonia de los habitos ininterrumpidos. En cam-
90 PARA COMPRENDER QUE BS LA CIUDAD
bio, la sede del entendimiento son los estratos superiores,
conscientes, més claros, de nuestra alma; ol entendimiento es
l que mayor capacidad de adaptacién tiene de nuostrasfuar-
as internas, Para hacerse cargo dol cambio y oposicién de
Jos fenémenos no necesita de los sacudimiantas y de la con-
‘mocién interna, que es lo tnico que pormite al tradicional
‘sentimiento moverse al mismo ritmo de los fenémenos. De
‘esta manera, el tipo de habitante de a gran ciudad ~quo na-
‘turalments esti sujeto a miles de modiicaciones- se crea una
especie de. contra el desarraigo con quo lo
amenazan dbcrepancas de su medio am
el ontondimi ‘el aumento de Ja con-
De comer irre ats tolos fovineos ey a
Psat logan rouble me apart do
psfquico menos 7 de
[ad profancidaies do a personalidad.
sta intelectualizacién, como elomento preservador de la
vida subjetiva frente a la violactén de.la gran ciudad, so ra-
mifica en ima serie de miitiples fondmenos individuales. Las
grandes ciudades han sido siempre la sede de la economfa
del dinero porque la phuralidad y la concentraciGn del inter-
rain fbi sido pels ogar leecaso
‘importancia que no i com el escaso
intercammbio rural. Pero ls economia del dinero y el dominio
del entendimiento se encuentran en profimda conexién. Am-
bos time en comiin la objtividad pura en el manejo de las
personas y las cosas, que suele ir de una justi-
cia formal de una dureza sin contemplaciones. Elhombro pu-
ramente intelectualizado es indifrente frente a todo
‘quo es realmente individual, ya quo de aqui resultan condi-
ciones y reacciones que no pueden ser agotadas con el en-
tendimiento igico -precisamente de la misma manera como
en al principio del dinero no aparece la individualidad de los
fendmenos-. Pues ol dinero se interesa tan s6lo por aquello
‘que es es comin, por el valor de cambio, que nivela a toda
Gualdady peeularidad con ol erterio del mero cunt, To-
das las relaciones afectivas de las personas se basan en la in-
dividualidad do ostastitimas, mientras que las rolaciones in-
‘electualas caloulan con las personas como se calcula con nt-
‘meros, como si fueran en sf mismos elomontos indiforentes,
que s6lo tionen un interés do acuerdo con su rendimiento ob-
Jetivamente mensurable al igual quo el habitante do la gran
ciudad calcula con sus proveedores y compradores, sus sir-
vientes y, a menudo, con las personas con las que mantione
contacto social obligatorio, a. diferencia del circulo pequetio,
en el que el inevitable conocimiento de las individvalidades,
de una manera igualnents inevitable, un tono afectivo
fen comportamionto, que va més ald de is mera pondera-
én objetiva do prestacién y contraprestacion.
4 exec nal ios ili no
las relaciones primitivas se produce para el cliente que en-
carga Ja mereancéa, de manera tal que el productor y com-
prador se conocen reciprocamente. Pero la gran ciudad mo-
dderna so alimenta casi totanente de la produccion para el
mercado, es decir, para compradores totalmente desconoci-
dos, que no aparecen nunca en el horizonte visual del pro-
ductor propiamente dicho, De esta manera, el interés de am~
bas partes adquiere una despiadada objtividad; su egofsmo
econdmico que calcla intloctualmente no tiene que temer
rringuna distraceén par parte de los imponderables de las re-
Taciones personales. Y esto se encuentra an una relacién re-
ciproca tan notoriay esircha con la economia del dinero que
Ionina on as grandes cudadesy gue ha dasplazao als l-
timos restos do la producciGn propia y del intercambio direc-
to de productos, reduciendo dia dia el trabajo con los clien-
tes, que ya nadio podria decir a cioncia cierta si fue aquella
‘ctitud animica intelectual la que provocé a economia del di-
nero 0 si ésta fue ol factor condicionante de squella, Lo que
fs soguro os sélo que la vida de la gran cluded es el campo
‘mig foeundo para eta accién recfproca; hecho que quia
confirmar con la frase del més famoso historiador constitu-
tonal de Inglaterra: a lo largo de toda la historia inglesa,
Tondres no ha aciuado nunca como el corazén de Inglatorra;
‘a menudo ha sido su entendimiento y, siempre, su monedero.
Bn un rasgo aparentomente insignficante, en la supert-
cio de la vida, $e resnen, de una manera no menos earacte-
ristca, las mismas correntas antmicas, El esptritu moderno
se ha vuelto cada ver més calculador. Al deal de las ciencias
naturales, de convertr al mundo en un modelo de célculo, de
partes on formulas mateméticas, co-
rresponde la exactitudcaleuladora de la vida préctica, que le
In proporionado la economia de dinero; es eli que he
tanlas sopesan, calculan, deter-
‘nun nuscamens, rfucen los valores cata as
‘cuantitatives. A través de la esencia calculadore del dinero,
ha jo ons ean de os ents sales ac
in, la seguridad en la determinacion de y desi-
gualdades, a univodiad en los acuerdos yconvenis, una de
‘cayas manifostaclones externas es la difisifn del uso del re-
‘de holsilo. Pero estas son las condiciones de la gran ci
dad que, con respecio a sus rasgos , funcionan ta
to como causa cuanto como efecto. Las relaciones y cuestio-
nes del tipico habitante de gran ciudad suolen ser tan com-
Cee ee ea ieriaate ae,
{antas personas con intereses tan que afectan
reciprocamente sus relaciones y actividades hasta convertir-
Jas en un organismo méiiple- quo sin la més exacta puntua-
‘dad on las promesas y rendimantes el todo se derrumba-
‘ria en un inextricable caos. Si repentinamente 98 relo-
jes de Berk comonzaran a funcionar en total desacuerdo,
aun cuando hubiese un margen de sélo una hora, toda la vida
sonics y ‘Acsio: ‘algo que aparentomente 68
ar largo tiempo. so agregn
{eto gid a aan gn cor =
toda espera y a toda cita no en una palabra
tna espe Jp Ao poms cea dele ion ah
‘ludad no es concebible si todas las actividades y relaciones
reciprocas no estén ordenadas con la mayor puntuaidad,
dentro de un esquema temporal supra-subjetivo.
Pero aqui surge también aquello que s6lo puede consti-
tur tare de on conteradane: Sods cata uo das
puntos de la superficie dela exstencia, por més que parez-
‘an haber surgido en ella y desde ella, puede lanzarse una
sonda a la profundidad del alma, de manera tal que, final-
mente, hasta las més banalos exteriorizaciones estén vincu-
fadas,’ mediante lineas rectas, con las ikimas decisiones
acerca del sentido y estilo de la vida. La puntualdad, el cAl-
culo, la exacttud, que imponen las complicaciones y la am-
plitud do la vida de la gran ciudad, se encuentran an estre-
cha relacidn no s6lo con su carécter econémico-pecuniario &
intelectualista, sino que también tienen que afectar los conte-
rnidos dela vida y favorecer la exclusién de aquellas caracte-
‘istics impulsos irracionales,instintivos y soberanos que
pretanden determinar por sf mismos la forma de vida, on vez
de recibirlos como algo goneral, esqueméticamente procisa-
doe impuesto desde afuera, Aun cuando estas existencias so-
beranas, as{caracterizadas, no sean de ninguna manera im-
posibles en la ciudad, se oponen a ella en vrtud de su propio
lipo, hecho que explica el odo apasionado contra la gran cit-
dad do seres tales como Rustin y Nietzsche, Seres que cons-
eran qu al lr dea wi 9 ecw no esque.
camente peculiar y no en precisable; on
ffye dee misma fuente ol odio contra a eoonomia del d-
nero el intelectualismo de la existancia,
‘Los mismos factors, que on I exacttud y en la precision
sl segundo de las oma die, consayen une erat,
sumamente des , sjercen, por otra parte, una
‘Mnonc enormomente personal Quad no xia ningin
‘némeuo animico que de una manera tan absolut sea propio
csmucr 91de la gran ciudad, como la indiferencia. Ella es, por lo pron-
to, la consecuencia de aquellos estimulos nerviosos répida-
mente cambiantes, que se excluyen reciprocamente de sus
oposiciones, y de los que nos parece surgir el aumento de la
intelectualidad de la gran ciudad; por esta razén, también las
personas tontas y fundamentalmente muertas desde el punto
de vista intelectual no suelen ser directamente indiferentes.
Al igual quo una vida de goce descontrolado trae como con-
socuencia la indiferencia, por excitar Ios nervios durante de-
‘masiado tiempo lo sus reacciones més fuertes has-
‘a que, nakment, se vuln incapaoes de reacién alga,
as{ también las impresiones més inofensivas, debido a la ve-
locidad y contraposicién de sus cambios, obligan a respues-
tas tan poderosas, desgarran Jos nervios de una manera tan
brutal que los obligan a entrogar la ditima reserva de sus
fuerzas y, al quedarse en el mismo ambiente, ya no tienen
tiompo para acumular otras nuevas. La incapacidad, que asf
surge, de reaccionar con la adecuada energia frente a los
nuevos estimulos, es precisamente aquella indiferencia que
‘muestra todo nifio de una gran ciudad en comparacién con
los nifios de ambientes més tranquilos y sujetos a menos
cambios.
A esta fuonte psicoligica de la indiferencia de la gran
ciudad se agroga otra que fluye de la economtfa del dinero, La
esencia de la indiferencia es la insensibilidad frente a las di-
ferencias de las cosas, no en el sentido de que aquéllas no
sean percibidas, como es el caso de quienes tienen abotarga-
dos sus sentidos, sino que no se percibe el si joy el va-
lor de las diferencias entre las cosas y, con ello, se acaba por
xo percibir las cosas mismas. Ante el indiferente se presen-
tan bajo una uniforme, opaca y gris apariencia, de manera
tal qué no parece tener valor preferir unas a otras.
Esto talante anfmico es el reflejo fie! de una economia del di-
nero que se impone totalmente; el dinero, al sopesar de la
misma manera toda la variedad de las cosas, al expresar to-
das las diferencias cualitativas entre ellas mediante la dife-
rencia del ecudntoy; al convertirse el dinero, con su descolo-
rida indiferencia, en comin denominador de todos los valo-
res, se transforma en el més terrible de los niveladores,eli-
mina el micleo de las cosas, as priva irreparablemente de sux
ridad, de su valor especifico, de su incomparabilidad.
‘Todas ellas fluyen, con el mismo peso especifico, en la
rriente monetaria en permanente movimiento, todas estén
en un mismo nivel y se diferencian entre sf tan sélo por el ta-
mafio de la superficie que ocupan. En el caso particular, esta
coloracién o, mejor dicho, esta decoloracién de las cosas pue-
de ser irreconociblemente poqueiia a través de su equivalen-
92 PARA COMPRENDER QUE ESLACIUDAD
cia en dinero; pero en la relacién que el rico tiene con res-
pecto a las cosas que son adquiribles con el dinero, quiz,
también en el carécter total que el espirtu piblico confiere a
estos objetos, se convierte en una magnitud perfectamente
apreciablo.
Por esta razén, las grandes ciudades, en las que en tan-
to sede principal de tréfico monetario, la posibilidad de com-
pra de las cosas se impone de una manera diferente a cuan-
do se trata de relaciones reducidas, son los verdaderos cen-
tros de ia indiferencia, En cierto modo, en ellas culmina el re-
sultado de la concentracién de personas y cosas, que provo-
ca.en el individuo una enorme exigencia a los nervios; mo-
diante el mero aumento cuantitativo de las mismas condicio-
nes, transforma este resultado justamente en su opuesto, en
ese peculiar fendmeno de adecuacién propio de la indiferen-
cia en ol que los nervios descubren su vitima posiblidad de
adaptarse a los contonidos y formas de la vida en la gran ciu-
dad, que no estén en condiciones de reaccionar ante ellos -la
autoconservacién de ciertos seres a costa de desvalorizar
todo el mundo objetivo que, al final, conduce inevitablemen-
te a la propia personalidad a un sentimiento de desvaloriza
cin igual.
Mientras que el sujeto tiene que adecuarse a esta forma
de existencia, su autoconservacidn frente a la gran ciudad
exige de él un comportamiento de tipo social no menos ne-
gativo. La actitud espiritual de los habitantes de la gran ciu-
dad entre sf podria ser calificada, desde un punto de vista
formal, como de reserva. Sion el permanente contacto exter-
no con innumerables personas tuvieran que dar respuesta
gon ants reseonesinteroas come en a pequeacudad en
‘que se conoce casi a todas las personas con quienes uno se
encuentra y con cada-una de las cuales se tiene una relacién
Positive, quedarian intornamente atomizados y eacrfan en un
estado animico verdaderamente inconcebible. En parte esta
circunstancia psicol6gica, on parte el derecho a ser descon-
fiados con respecto alos contactos fugaces y transitorios que
tenemos con los elementos de la gran ciudad, nos obligan a
aquella reserva que nos hace que ni siquiera conozcamos de
vista a nuestros vecinos de afios, actitud que, ante los ojos del
hhabitante de ia poquetia ciudad, se presenta como fria y des-
provista de todo sentimiento. Sino me equivoco, ol lado in-
forno de esta reserva exterior no es la indiferencia, sino ms
bien uma ligera aversiGn, mucho més frecuente de lo que
nuestra concioncia nos dice, una extrafieza y rechazo quo, en
al momento de um contacto algo mis préino, puede trans-
formarse en odio y lucha. Toda la organizacion interna de
una vida de relacion asi configurada se basa on una estruc-
tura escalonada de simpatias, indiferencias y aversiones,
tanto de corta como de larga duracién.
La esfera de la indiferencia no es, por otra parte, tan
grande como parece a primera vista; a actividad de nuestra
alma responde casi a cada improsién que recibimos de otra
persona con una determinada sonsacién cuyo carécter in-
consciente, fugacidad y cambio sélo parece ser absorbida por
una actita eee ae id, 6a noe sri an
yco natural como inso] mv ic le sugestio-
hes desordenadas y opuestas; de esas dos tpcas peligros de
Ja gran ciudad nos salva la antipatfa, el estadio latente y pre-
vio del antagonismo préctico; ella conduce a las distancias y
enios sin los cuales seria imposiblo lovar a cabo
este tipo de vida; su medida y sus mezclas, el ritmo de su
aparicién y desaparicién, las formas en como es satisfechs:
todo ello constituye, con'los motivos unificantes en sentido
eric, un oo inseparable del confomacién dea vide on
Ja gran ciudad: lo que aqui aparece inmodiatamente como di-
sosacion os, on realidad, slo una de sus formas elamentales
do socializacién.
Pero esta reserva con un cierto tono de oculta aversién
aparece uevamente como forma o ropa de un ser esi
‘tual mucho més general de la gran ciudad. Otorga al indivi-
duo un tipo y medida de libertad personal que no tiene and
logos en otras relaciones: se remonts, con ello, a una de las
grandes tendencias de desarrollo de la vida social, a una de
Jas pocas oon respecto a las cuales es posible encontrar una
formula aproximadamente general.
El estadio més primitivo de las formaciones sociales que
se encuenira tanto on Jas de la historia pasada como en las
que se constituyen en la actualidad es éste: un circulo relat-
vamente pequefio, fuertemente cerrado frente a los otros cfr-
culos proximos, extraiios 0, de alguna manera, antagénicos,
pero, en cambio, con una estrecha unién en sf mismo, que
permite a los miembros individuales s6lo un pequetio campo
de accién para el desarrollo de sus cualidades peculiares y
para movisnientos libres y auto-responsables, Asi comienzan
Jos grupos polticns y familiares, las formaciones partidarias,
las comunidades religiosas; la autoconservaciéa de asocia-
ciones muy j6venes exige una delimitacin estricta y una uni-
dad centripeta y, por tanto, no puede conceder al individuo
ninguna libertad y peculiaridad en el desarrollo interno y ox-
terno.
A partir de este estadio, la evolucién social se dirige si-
‘multéneamente hacia dos lados diferentes y que, sin embar-
40, se corresponden. En la medida en que el grupo crece -nu-
rmérica, espacialmente, en importancia y en contenidos vita-
les-, se afloja su unidad intorna inmediata, so suaviza la da-
reza de la delimitacién originaria on contra de los demés, a
través de las relaciones reciprocas y de las conexiones; al
‘mismo tiempo, el individuo gana en libertad de movimionto,
mucho més alié de la primera y celosa restriccién y obtiene
una poculiaridad y particularidad que permite y requiere la
divisién del trabajo en el grupo, quo so ha vuslto mayor. De
acuerdo con esta férmula se han desarroliado el Estado y el
cristianismo, los gramios y los partidos politicos e innumera-
bles otros grupos, por mas que, ente, las oondicio-
nes y fuerzas especiales de los individuos hayan modificado
el esquema general
Pero me parece también claramente reconocible en el
desarrollo de la individualidad dentro de la vida urbana, La.
vida en las pequofias ciudades de la Antigiedad y de la Hdad
Media impuso barreras al movimiento del individuo y de las
relaciones con ol exterior y, hacia dentro, a la independencia
y diferenciaci6n, con las cuales el hombre moderno no podria.
‘i siquiera respirar, aun en la actualidad, el hahitante de la
gran ciudad cuando se desplaza a la pequefia ciudad siente
Una cieria estrechez simular, al menos en su estilo, a aquéll.
Cuanto més pequetio es el circulo que constituye nuestro am-
biente, tanto més limitadas son las relaciones con los demés
‘cuando ells aspiran a liberarse de estas limitaciones, con
tanto mayor temor controlan las acciones, la vida, las’ con-
vieciones del individuo, con tanta mayor rapide la peculiari-
dad cuantitativa 0 cualitativa puede rebasar los marcos del
todo.
De acuerdo con esta direceién, la antigua polis parece
haber tenido el cardcter de la pequofia ciudad. La perma-
nente amenaza de su existencia por parte de los enemigos,
prdximos o lejanos, trajo consigo aquella rigida coherencia,
en la relacién politica y militar, aquolia vigilancia del ciuda-
dano por parte de los otros ciudadanos, aquellos celos de la
totalidad con respecto al individuo cuya vida particular podia
mantener quizé intacta cuando més, através del despotismo
con respecto a su propia casa. La enorme movilidad y excta-
cién, el peculiar colorido de la vida steniense, puede expli-
carse, quiz4, por el hecho de que un pueblo de personalidad
incomparablemente individualista procuraba imponerso
frente a las presiones internas y externas de una pequetia,
ciudad desindividualizante. Esto creaba una atmésfera de
tensién en la que los débiles se mantenfan sumisos y los més
fuertes se sentfan estimulados para lograr una apasionada
csmue. 93autoafirmacién. Y precisamente por ello, leg6 a florecer en
Atenas aqulo que uno podria describ prosimadamente
como