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Tantra para Occidentales - El amor y el sexo en la Nueva Era

TANTRA PARA OCCIDENTALES

EL AMOR Y EL SEXO
EN
LA NUEVA ERA

Ricardo Daulah (Spain, 1993) Ediciones Obelisco.


El discípulo:
—¿Puede la persona que aspira a crecer espiritualmente hacer el amor,
mantener relaciones sexuales, cuando lo desee?

El Maestro:
—...¿Deben volar los pájaros? Pues de la misma manera que las aves
deben volar porque está en su naturaleza cruzar el cielo, el ser humano
ha de unirse a su par o sus pares opuestos para conocerse más a sí mismo,
y para llegar a conocer más lo superior a él, El Todo...

El discípulo:
—¿Qué diferencia a un ser humano que renuncia al sexo para buscar lo
divino, de otro que no renuncia y quiere buscar lo mismo?

El Maestro:
—...El primero expresa su amor de una forma, y el segundo de otra. Lo
importante es buscar lo divino, no hacer el amor o no hacerlo... Pero hasta
en la unión entre una mujer y un hombre debería hallarse siempre lo
superior al ser humano, Lo Sagrado...

(Al Maestro).
INDICE

1—La sexualidad,¿un problema para el buscador espiritual? pág 1

2—Del sexo instintivo a la sexualidad ideal...............pág 68

3—EL amor sexual como Energía


—Las nuevas técnicas sexuales—................................ pág.103

Epílogo

(El sentido esotérico de LOS MODALES DEL AMOR) ...........pág. 136


1. La sexualidad, ¿un problema para el
buscador espiritual?
Uno de los principales problemas con el que tarde o temprano se
encuentra todo buscador espiritual es cómo abordar el tema sexual del
modo adecuado.
De repente, el buscador de sí mismo se da cuenta de que no puede
continuar adelante en su trabajo interior si no soluciona de alguna manera
útil y práctica —como nos planteamos en esta obra— el instinto que
empuja a querer poseer el cuerpo de otra persona, en nombre de la
atracción física que sentimos hacia él o hacia ella o en nombre de lo que
actualmente entendemos por amor.
El instinto sexual conduce a desear hacer el amor a quien se desea; a
desear introducirse en ella o ser penetrada por él, para sentir placer en
ambos casos junto a la pareja elegida.
El ser humano actual, en su mayoría, desea unirse a un o una amante (o
más) solamente para satisfacer su deseo de sentir placer rápido del modo
que sea. Por otra parte, es una idea extendida hoy en día entre las mujeres y
los hombres, sobre todo a partir de los estudios sociológico—sexuales
modernos, que el sexo "bien hecho", gratificante, ha de conllevar "un gran
placer físico".
Se da todavía mucha importancia al orgasmo físico humano, demasiada
importancia, como vamos a demostrar en esta obra que usted, amable
lector, tiene ahora entre sus manos. Y no, no vaya a tachársenos de
moralistas a estas alturas de nuestra vida dedicada, en gran parte, al estudio
esotérico. Porque no pretendemos exponer que el orgasmo humano sea
algo abominable desde el punto de vista del crecimiento interior, o desde la
perspectiva del crecimiento espiritual humano. Lo que vamos a exponer es
todo lo contrario, según los parámetros de la nueva espiritualidad que se
avecina sobre el mundo.
Los esotéricos, los religiosos, los hermetistas, los védicos... Todos los
verdaderos buscadores de la verdad de la vida humana saben,
fehacientemente, que los hombres en el mundo necesitan comenzar a
abordar ya una nueva manera de ser, de vivir, de pensar, sentir, y,
finalmente, una nueva forma de amar. Ante las sociedades materiales en las
que vivimos inmersos, muy pronto —es nuestra modesta creencia— los
hombres y las mujeres nos iremos decantando por fórmulas más
espirituales, con tal de ser más felices y vivir mejor sobre nuestra Tierra.
La Nueva Era, en la que nos iremos introduciendo más y más en las
próximas décadas, como saben los astrólogos, exige ya nuevos
comportamientos a las personas. Un nuevo espíritu irá creciendo más y
más en los seres humanos, a medida que nuevos valores y nuevas tomas de
conciencia nos sitúen a todos ante ideas que sustituirán las ideas caducas,
pertenecientes muy pronto, cuando entre todos lo queramos, al pasado. Un
día las personas —ya lo están haciendo en muchas partes— cambiaremos
nuestra vida actual para ir sustituyéndola, cada vez más, por métodos,
modos y maneras más sanos y naturales, más espontáneos y
trascendentales (con tal de abordar cada cual su propio crecer interior).
Las librerías especializadas en temas esotérico/espirituales están
abastecidas actualmente de textos ciertamente interesantes, desde los que
se propone una nueva ternura humana, auténticas definiciones del amor,
verdaderos mensajes directos y claros desde múltiples autores, que hablan
de lo que llegará a ser el futuro del hombre en la Tierra: un futuro del ser
humano como creador de sí mismo.
Nos sabremos relajar, nos sabremos querer individual y colectivamente;
nos sabremos situar sobre el mundo, en definitiva, como seres dotados de
espíritu. Y, en ese tiempo, lo normal será hallar seres humanos crecidos
interiormente, nobles y llenos de amor, en vez de seres ambiciosos,
desleales e innobles. Seres humanos que, en la anunciada NUEVA ERA,
serán sencillos, naturales, serenos —así puede creerse desde el ideal más
alto que podamos concebir—. Y cada cual, sin duda, mantendrá su
personalidad, como diferente manifestaciones de la energía superior —
divina—(podemos llamarla como queramos) de la que todos somos partes
("hijos", si se quiere).
Pero serán las de todos personalidades, en ese nuevo mundo,
proyectadas más hacia el conocimiento de lo que es La Vida en el Cosmos
y sus Leyes, que hacia acciones destructivas de la Naturaleza y de nosotros
mismos, como sucede en la actualidad *.

(*A causa únicamente —desde el punto de vista esotérico/espiritual—


del estado de semiinconsciencia, o de falta de autoconciencia individual y
colectiva, en el que aún vivimos la Humanidad. El hombre no es culpable
de sí mismo y de sus "errores" en el mundo, desde el punto de vista de Las
Iniciaciones Mayores. Comienza a ser responsable de sí y de sus actos,
cuando se inicia correctamente, cuando es iniciado en los más altos
conocimientos, siempre referidos al crecer interior y/o espiritual. Esto sólo
sucede cuando, primeramente, el hombre inicia un proceso de cambio
interior hacia un pensar bien, sentir bien y hablar bien, lo cual origina un
proceso de transmutación interna que sitúa al ser humano (a cualquiera que
lo intente y lo logre) ante la verdad de la vida, ante la verdadera realidad de
estar vivo en el mundo.
El hombre es resultado de su evolución pasada, y esto es inalterable,
siendo así como siempre vamos "de menos a más". Y, esto, también en lo
referido a nuestro nivel de autoconciencia personal, desde los estados
inferiores de conciencia (la conciencia animal) hasta los estados cada vez
más superiores de la misma (en el proceso hacia el hombre mental,
dominador de sus instintos, el cual puede entonces acceder al Gran
Conocimiento de las más altas Iniciaciones (para pasar a ser un hombre
espiritual). Y, como puede, atraerá por Ley de Vibración hermética, por
afinidad espiritual acaso, su Maestro, el cual, donde quiera que esté su
discípulo, como está dicho esotéricamente, lo encontrará).
En ese tiempo próximo el hombre amará a su pareja, o a sus parejas, de
modo diferente a hoy. Aún en nuestros días, el ser humano no logra vivir
en toda su plenitud lo que la sexualidad es en realidad. Saben los ocultistas
de pensamiento más profundo que todo lo existente sobre la faz del mundo
es representación simbólica y significativa de una idea perfecta y superior.
Para expresarlo en palabras más asequibles para el ciudadano de a pie y no
iniciado en conocimiento esotérico, lo que existe aquí tiene su "doble"
ideal allí, en lo invisible. Estaríamos introduciéndonos de esta forma en el
terreno de los arquetipos de C. G. Jung, incluso podríamos llegar a
remontarnos al gran mundo de las ideas tal como las concebía Platón, si
desarrolláramos lo anterior, lo que no es propósito de esta obra destinada al
gran público. Existe la materia porque existe su "contrario", el espíritu —
todo está formado por pares de opuestos en la realidad esotérica— del
mismo modo que existe la luz porque existe el Sol, la fuente que la origina.
De esta manera, la sexualidad humana como idea posee su ideal mayor,
que es, sin duda, una sexualidad perfecta.

El hombre y la mujer alcanzarán poco a poco sus ideales en el mundo. A


esto tiende la Humanidad, aunque sea difícil de creer a veces. Pero lo
tendremos que ir haciendo en base a nuestro propio esfuerzo... Esto es lo
importante. Porque por mucho que se conozca sobre LA NUEVA ERA, si
el ser humano no va adecuando su vida a las nuevas formas y maneras que
se impongan desde el sentido común de cada cual, no habrá Nueva Era que
valga. Esto es así. El buscador espiritual llegará hasta esta obra después de
haber comprendido que desea conocer lo trascendente en su vida. Habrá
conocido ya, quizá, los secretos del Yoga, ayudado por un buen profesor;
habrá intentado actitudes vegetarianas, habrá tal vez leído bastantes obras
sobre mundos alternativos o formas diferentes, esotéricas y hasta mágicas,
de concebir la vida, la realidad que a todos nos rodea. El buscador
espiritual, si es sincero/a, se habrá dado cuenta en un determinado instante
de que su sexualidad "ha cambiado" o "tiene que cambiar", si quiere
progresar en su senda interior, en su crecimiento interno o espiritual. No es
posible imaginar que hubiera alguien que pretendiera progresar en su
búsqueda interior manteniendo activamente (o de pensamiento) una
sexualidad instintiva, siendo así, por ejemplo, que conociera mucho sobre
las grandes leyes ocultas de la vida pero que, seguidamente, maltratase a su
esposa o intentase seducir a una mujer para engañarla (proponemos estos
dos casos, frecuentes en nuestras sociedades, como podríamos haber
ofrecido muchos otros sobre lo mismo). Y lo que se trata, a la vez, es de
desmentir a quienes suelen afirmar, con razones más o menos profundas,
que una vida espiritual o interior exige un abandono de las actividades
sexuales. Porque no es así, salvo que alguien, libremente, decida que para
él sí lo es. Todo en la vida debiera estar constituido por actos libres, de tal
forma que quien quisiera buscar a Dios de un modo místico lo hiciera sin
problemas, al igual que quien quisiera buscarlo mundanamente —en su
vida cotidiana—. Y la sexualidad, que tiene su ideal superior como antes
expusimos, no tiene que ser nunca considerada como algo que detiene, en
su caso, los procesos iniciáticos, religiosos o trascendentes... Las sectas,
"destructivas", en este sentido, aprovechándose del auge en occidente del
budismo tibetano y la metafísica hinduísta, malinterpretando sus líderes —
por falta de inteligencia personal y por ambición— las bases ocultas de los
más grandes conocimientos orientales, equivocan ciertamente a sus
adeptos, a sus seguidores, cuando controlan sus actividades sexuales. Los
equivocan en esto, y en más en muchas ocasiones, como se sabe. El
hombre actual está conformado por su personalidad, su pasado cultural, sus
tendencias genéticas y, también, por su sexualidad. Es un todo en este
sentido. Un todo inseparable. Su evolución personal ha de desarrollarse,
por tanto, integralmente, no por partes. Se crece con armonía y desde la
propia voluntad lúcida o no habrá crecimiento interior en ningún caso, sino
sometimiento a preceptos y dogmas que pueden ser malentendidos y,
desgraciadamente, hasta manipulados por seres sin escrúpulos. Esto,
deforma el Conocimiento de los grandes Maestros iniciáticos legados
desde el pasado hacia todos los tiempos. Nadie que se acerque al
crecimiento interior —al crecimiento espiritual— debe renunciar a sí
mismo. Porque desapegarse del ego no significa abandonar quien se era
para ser otro de repente, un "otro" sometido a leyes y dictámenes nuevos.
Abandonar el ego sólo significa observarse a uno mismo —a una misma—
y abandonar aquello que no nos enaltece como seres humanos destinados
un día a crear en nuestro alrededor bellas sociedades, en las que reine el
amor, la armonía y la justicia universal destinada a todos los seres. No
significa someterse a alguien que, pongamos por caso, pidiera a una de sus
adeptas que hiciera el amor con toda la comunidad de hombres existente en
su tierra prometida... ni significa, en otro caso más individual, renunciar
"para siempre" a la propia sexualidad con tal de sentirse cercano a lo
trascendente. Lo que se hace reprimiendo, violentamente saldrá tarde o
temprano, con la misma fuerza con la que fue reprimido el deseo. Sin
embargo, desde el punto de vista iniciático, sí puede llegar a decirse que
quien sabe retener la energía que se desprende de su poder sexual (en el
sexo está situado en el espacio intermedio de la cruz de los genitales y el
ombligo), quien se siente capaz de hacerlo sin represiones internas, sin
ansia, acumula un gran poder energético en su interior. De ahí la ciencia de
El Tantra en Occidente que, en su estudio de las actitudes sagradas
humanas, propone para la sexualidad del hombre y la mujer todo un mundo
de sabia sensualidad.

Los secretos sagrados del acto sexual


El Tantra llegó desde oriente a EEUU y Europa hace poco más de dos
décadas para ser malentendido y tergiversado finalmente, ya que por
algunos fue tomado como una panacea universal de cara al sexo fácil. De
ahí que se le tenga "miedo", y haya quien lo asocie a orgías continuas y aún
a desatinos mayores.
El Tantra, en su versión moderna, devuelve a la mujer su sexualidad,
desvelándole que ella es fuente mágica del deseo para el hombre. Ella es
quien lo "hechiza" a él, ella es quien lo "encanta". Cuando una mujer es
mínimamente consciente de su verdadero poder como hembra humana ante
el varón, se convierte prácticamente en una "estrella". Esto es algo
experimentado por muchas divas cinematográficas, sobre todo las más
deseadas. Prácticamente, y de modo mágico y perteneciente al mundo
oculto humano, cuando la mujer desea o ama se produce un estallido de
energía allí donde estos hechos se sucedan. La mujer, como fuerza creadora
que es (ella trae la vida a la Tierra) es todo un caudal de energía palpitante,
desde el punto de vista iniciático. De ahí que cuando una mujer admira,
desea y ama a un hombre, si logra estar a su lado, pueda conducirlo hasta
lo más alto de sí mismo y de las sociedades. Piénsese en Cleopatra, en
Josefina, en las mujeres que anduvieron en el pasado histórico al lado de
hombres que modificaron, tanto para bien como para mal en su momento,
el curso humano. Pueden recordarse casos no lejanos, como Marilyn
Monroe, una gran fuerza femenina manifestada que, al no encontrar a una
pareja a la que amar como ella podía amar (esto es, enaltecer) nunca fue
feliz y acabó por autodestruirse (o finalizar, tal vez para llamar la atención
del hombre que la despreció y al que ella pretendía para ensalzarlo aún
más, esto es, el Presidente Kennedy de aquellos días). Nótese que cuando
una mujer desea a un hombre no es lo mismo que cuando un hombre desea
a una mujer. No, no es igual. El deseo femenino es poderoso, es una fuerza
que se desata, es una energía tal que, una vez dada, una vez nacida, no
puede detenerse. Si el hombre la acepta, si el hombre la asume, puede tener
la seguridad de que triunfará sobre sí mismo y si, además, respeta hasta el
fin a la mujer que lo ama, llegará a conocerse a sí mismo. Esta es la magia
del amor. Ésta, así de sencilla. El iniciado en El Gran Conocimiento, en
todo aquello concerniente a lo oculto en la vida, deberá conocer la magia
del amor si quiere progresar en su camino interior hacia Las Sendas
Sagradas, que son las que conducen al verdadero conocimiento de lo que
es en realidad la vida. Y de esa magia del amor hablamos aquí,
fundamentando sus bases principales con tal de que el buscador espiritual
no se pierda en el intento de mejorarse a sí mismo y con tal de que lo
trascendente llegue hasta su vida de un modo completo. El Tantra es una
vía perfecta hacia ese conocimiento de la magia del amor en pareja. Sin
embargo, no debe proponerse que todo el mundo se convierta en un
guerrero sagrado, como podría sugerirse desde esa ciencia ancestral,
ciertamente sublime. Lo que ha de hacerse, y es lo que queremos lograr
aquí, es traspasar los fundamentos ocultos del amor del modo más sencillo
y directo, para que aquello que nos viene dado desde la más remota
antigüedad —El Gran Conocimiento para el Hombre en la Tierra— sea
cada vez más conocido por todos.
En la Nueva Era desarrollada, adelantémoslo, el hombre habrá debido
remitirse a las fuentes antiguas, a las fuentes del conocimiento sagrado,
para comprenderse más —y hasta del todo— a sí mismo. Entre esas
fuentes del pasado sagrado, El Tantra habrá ocupado el lugar que le
corresponde en lo humano. Pero, de momento, es necesario que la gran
teoría sea reforzada en sus bases. De ahí esta obra, en la que exponemos
los fundamentos primeros en torno a lo que el amor y el deseo humano
ocultan ante las mujeres y los hombres, con tal de que El Gran
Conocimiento se difunda por partes. Y la sexualidad es una parte
fundamental del todo humano, ya que a partir de ella nacemos, con ella
demostramos —o hemos querido demostrar hasta el momento— que
amamos y con ella nos comunicamos entre los sexos contrarios (y hasta
entre los mismos sexos). El buscador espiritual ha de solucionar el
"problema" de su sexualidad si quiere avanzar perfectamente hacia sí
mismo, sin "atascos" y sin luchas inmisericordes contra su propio instinto
enfrentado a la parte espiritual que, como futuro iniciado, quiere fomentar
en sí. En esta obra, solucionamos ese "problema". Por lo menos, ese es
nuestro intento y nuestra intención al desarrollarla. En este gran tiempo
para la Humanidad, en el que grandes cambios van a producirse
paulatinamente —como se sabe desde el mundo oculto, y a partir de la
teoría existente y difundida sobre la Nueva Era en la que ya comenzamos a
vivir—, comenzar a practicar una sexualidad trascendente es fundamental
para los seres humanos (para todos nosotros). Porque el sexo instintivo,
más bien el que ahora se realiza en todas partes, denigra a la raza, la
"ancla" en su pasado instintivo/animal y no le permite otear otras
dimensiones en sí misma, en el interior de todos colectivamente y, también,
en el interior mismo de cada ser humano.
La teoría sexual tántrica es y será cada vez más la que fundamente la
sexualidad de la Nueva Era, porque en su cuerpo doctrinal profundo se
hallan secretos ancestrales pertenecientes por derecho propio* al Hombre y
la Mujer de todos los tiempos.

*Desde el mundo oculto/iniciático, se sabe con total certeza que el ser


humano, en su evolución desde la animalidad hasta su futura total
espiritualidad, en su proceso de encuentro consigo mismo y quien es él en
realidad a través de las Eras, los Tiempos y las épocas, va encontrándose
con Ideas nuevas que, de hecho, le pertenecen de antemano.
Nada de lo que el ser humano "inventa" surge de sí mismo, como es
sabido. Todo está ahí —ya lo indicaba del modo más claro Platón— y todo
va siendo alcanzado por las mentes humanas que son capaces de ir
alcanzándolo, ya sea por evolución personal o mediante técnicas iniciáticas
precisas, como las desprendidas de La Perfecta Iniciación Mayor, que es
aquella que proviene desde la más remota antigüedad y que está compilada
en los textos Vedas fundamentales.
Por eso decimos aquí "pertenecientes por derecho propio" al Hombre y a
la Mujer de todos los tiempos... El Gran Conocimiento está ahí para que,
quienes se acerquen hasta él, quienes lo logren después de innumerables
pruebas iniciáticas —por eso es necesario acercarse de modo voluntario y
preparado hasta la antesala de la Iniciación— vayan desentrañándolo,
conforme a sus dones, cualidades y disposiciones externas e internas.

Si esos secretos atávicos no se aplican en la sexualidad entre una mujer y


un hombre, ésta se devalúa, ésta (la sexualidad) nunca adquiere calidad y,
ante todo, profundidad. Esto no significa que todo el mundo deba
convertirse en tántrico de la noche a la mañana, sino que existen ciertas
conductas íntimas, profundamente sabias y ancestrales, que señalan a la
sexualidad como una de las vías trascendentes para el ser humano. Y esos
secretos hondos, conocidos y aplicados, convierten la sexualidad humana
(la habrán de convertir cada vez más con el paso de las sociedades
materiales a las sociedades espirituales) en un suceso trascendente, en el
que el sexo deja de ser instinto para convertirse, en el ser humano, en
experiencia profunda de ser quien se es. El Teólogo Védico y reconocido
Maestro español de Tantra, Antonio Javier Plazas, indica del modo más
bello en sus textos y charlas lo que caracteriza a la sexualidad más allá de
las apariencias: "Simbólicamente, la mujer es surco de tierra, que el
hombre ara con su semen (que es la semilla, la simiente)". En el Tantra, se
invierten los "roles" normales, los aceptados socialmente en la actualidad,
siendo así que el hombre es Conciencia y la mujer es Energía. El hombre
es manantial del que la mujer recibe, del que ella absorbe... Así, en la
verdadera sexualidad, la mujer no da, sino que ha de "luchar" por quitar,
por "absorber" la esencia del hombre simbolizada por su semen, que es
energía vital (energía que crea vida, ciertamente). "Voy a extraer, voy a
extraer..." es la frase que representa (simbólicamente) la actitud correcta de
la mujer ante el sexo con su pareja. Y la de él (la de el hombre) debe de ser
la de resistir sereno sin orgasmar. Y, más aún que sereno, receptivo, atento,
amable... inteligente. En el movimiento sexual tántrico —a aplicar en la
intimidad de las parejas que quieran conocer lo que es verdaderamente la
sexualidad humana— la mujer "rota" su pelvis sobre el pene, que se
mantiene en una erección álgida y constante. Porque, al querer sacralizar la
relación íntima entre el hombre y la mujer que así lo deciden libremente,
ya no puede hablarse sólo de esperma (semen), sino de energía nutriente
para la mujer (el semen de él pasa a la sangre de ella, en definitiva, cuando
lo traga o cuando el hombre lo deposita lanzándolo a través del útero hacia
sus entrañas al orgasmar). Cuando la mujer hace el amor con esta actitud
interior, cuando ella concibe el acto sexual como una forma de
manifestación en la vida física de su energía femenina —que es
poderosísima, a todos los efectos—, entonces se produce una alquimia en
la relación, pero esto con tal de que, como vamos a ver en esta obra, se
cumpla en la pareja con ciertos requisitos "a dos", fundamentados sobre
todo, primeramente, en El arte de vivir, como técnica para conocer lo
superior al hombre aquí y ahora, en la Tierra. El arte de vivir, como se
desprende y experimenta a partir de La Dharma védica, es como el cauce
del río por el que todo debiera fluir a nuestro alrededor, en nuestras
sociedades, si deseamos ciertamente comprender El Misterio de la Vida. Y
de El arte de vivir nacen los comportamientos, las palabras, las formas,
modos y maneras adecuados y correctos, con tal de que los seres humanos
conozcamos lo trascendente a nosotros mismos durante nuestra vida física.
Esto nunca debe olvidarse. De la misma manera, de esos modos y modales,
maneras y comportamientos, surge la sexualidad propuesta desde la más
remota antigüedad por el tantrismo, que sitúa a la mujer en lo más alto de
sí, en el ideal de sí misma, y al hombre, por su parte, como tierra de la que
la mujer extrae su vida a través del deseo y del amor profundo de ella hacia
él (amor que se da cuando el sexo deja de ser instinto a satisfacer entre
ambos miembros de la pareja, para pasar a ser un acto sagrado, un acto que
también permita el crecer interior y/o espiritual humano). Y, esto, en todos
los tipos de sexualidad que quisieran darse a partir de las fantasías sexuales
nobles, por ejemplo. De ahí que el Tantra pueda llegar a hablar de orgías —
cosa que aprovechan sensacionalistamente quienes deforman el gran
conocimiento antiguo sobre la intimidad humana, tratando de convertirlo
en una sexología "ramplona" basada antes en el famoso y ya pasado de
moda Punto G de la vagina femenina, antes que en las verdaderas caricias
profundas entre un hombre y una mujer (aquéllas que sirven para que cada
miembro de la pareja se enaltezca a sí mismo —a sí misma— cuando las
recibe y, más que nada, cuando las da). En el ideal, todo tipo de sexualidad
cabe entre las mujeres y los hombres, siempre que se dé respeto,
sacralización de la intimidad (en esta obra indicamos la manera como debe
hacerse) y, ante todo, nobleza entre los componentes de la relación íntima.
La actividad sexual, entonces, debe dirigirla la mujer. En la sexualidad
tántrica, la mujer es activa; su símbolo es ella (la mujer) encima del
hombre, y él, acostado bajo ella. El Tantra propone la sublimación del
deseo sexual, siendo así como el placer se torna meditación. En el sexo al
que se nos remite desde la antigüedad sagrada, ambos deben
autocontrolarse —sobre todo el hombre— y no orgasmar (por lo menos
rápidamente). Esto es más difícil para el hombre, pero es posible si existe
un afán de crecimiento interior en la pareja a través del sexo, antes que un
afán puramente instintivo (satisfacer el deseo solamente). Bajo la luz
tántrica, la mujer es la fuente del placer para el hombre. Ella es su diosa en
este sentido (simbólicamente), porque es ella quien lo "encanta" desde el
deseo que suscita en él. Y el hombre, para la mujer, es su príncipe noble, su
rey, en el momento de la relación íntima, siendo de esta manera como se
establece un juego sagrado entre ambos amantes. Y, al hacerlo de esta
manera, la sexualidad no sólo se embellece, no sólo se vuelve más
profunda en el seno de la pareja, sino que adquiere por sí misma valor de
trascendencia para el ser humano, siendo así como también el sexo, junto a
otras actitudes humanas en otras situaciones de la vida, ha de servir y sirve
para lograr el crecer interior o espiritual deseado.

El modo sublime de hacer el amor


En lo concerniente a la sexualidad humana a partir de El Gran
Conocimiento iniciático, se da una TRÍADA fundamental, tres
características a no olvidar ante cualquier relación íntima, se trate de una
aventura pasajera o de una unión entre parejas ya por algún tiempo unidas
(o largo tiempo unidas). Estos tres elementos fundamentales son: 1) LA
MENTE, 2) LA RESPIRACION y 3) EL SEMEN. Y esto ha de tenerse
muy en cuenta en la sexualidad humana que quiera trascenderse a sí misma
para pasar a ser sagrada entre dos candidatos a crecer interiormente. La
sexualidad trascendente es la que ha de conducirnos a todos a sociedades
más espirituales, una vez hayamos sobrepasado la sexualidad instintiva
(aquella que busca tan sólo la rápida obtención de unos instantes de
placer), para auparnos sobre una sexualidad de raíces sagradas, una
sexualidad igualmente excitante, pero mucho más aún, poderosa, profunda,
ideal y capaz de proporcionarnos experiencias sublimes.
Al tener esos tres elementos en cuenta (mente, respiración y semen), la
sexualidad gana en sensibilidad y en sensualidad, gana en profundidad y en
calidad humano/espiritual. En primer lugar, LA MENTE se agita más
cuanto más se agita la respiración. Esto quiere decir que una respiración
desordenada implica una mente en desorden, una mente que no es capaz de
disfrutar realmente de su entorno, de lo que ve, oye, huele, gusta y toca a
través de los sentidos. Y, para disfrutar realmente de la sexualidad,
mantener los sentidos (físicos y hasta psíquicos) despiertos y "tranquilos"
es fundamental. La respiración ha de ser profunda, honda y pausada si se
pretende disfrutar del sexo de verdad, de la sexualidad que nos está
destinada a los seres humanos en el ideal que siempre tenemos que aspirar
a alcanzar, si queremos comprender qué es realmente la vida más allá de
ninguna apariencia, de ninguna ilusión falsa).
Al darse esa respiración (que implica la serenidad precisa que demuestra
el estar en la vía del crecimiento interior), la mente del hombre observará
La "aventura" de la mujer sobre él (en la posición fundamental tántrica, tal
como antes decíamos). El hombre, al llegar así en el sexo con su
compañera, es entonces verdaderamente dueño de sí, sabe lo que hace,
comprende perfectamente, de esta forma, lo que tiene entre manos. Al
comprender que en lo simbólico ella es la energía suprema, la fuerza de la
Naturaleza que en la mujer está contenida, el hombre le ha de permitir
saciarse de él a través de su pene en erección, que será usado por la mujer
como ella lo desee, hasta que ella lo desee, de la manera que ella desee...
hasta saciarse. El control de la eyaculación del hombre, para esto, pasa a
ser fundamental. De ahí que los hombres que aún no dominan su
eyaculación deberían aprender y practicar ejercicios determinados con tal
de llegar a dominar su emulsión de semen y lograr realizarla como un acto
de voluntad (cuando el hombre así lo decida). En realidad, no es
complicado conseguir este objetivo. El hombre "domina" su eyaculación,
llega a efectuarla cuando lo desee, sencillamente, cuando logra hacer
desaparecer de su mente la ansiedad por obtener sexo rápido y fácil con tal
de "desahogar" su instinto sexual. Esto se consigue concibiendo a la mujer
no como un "recipiente" sexual, sino como una diosa simbólica y terrena
capaz de proporcionarnos placer, como una Energía poderosa a la que hay
que dar lo que desea, que es —en definitiva— enamorarse de su pareja,
tanto a través de las experiencias en la vida junto a él, como a través del
sexo. Cuando el hombre demuestra su respeto y su sentimiento a la mujer
por medio de una sexualidad profunda y dominada para que ella se sacie
como quiera de él y con él (el hombre), cuando él logra esto, puede tener la
seguridad de ser amado como sólo una mujer puede amar, pura, bella,
profundamente. Y, entonces, al entrar en esta dinámica, ciertamente
sagrada, esa pareja conoce lo superior a lo humano a través del sexo,
convertido en energía creativa entre ambos (energía que, desde el punto de
vista esotérico/mágico, tiene ciertamente vida propia...).
Se hace sexo con espíritu, sexo con alma, cuando se aúna LA MENTE y
LA RESPIRACIÓN tanto en los preámbulos del coito como en el
desarrollo de la relación íntima. Y, esto, lo superior al hombre, El Todo, La
Gran Energía, Dios —si así lo queremos llamar—, lo "ve" y lo aprueba,
según se desvela desde El Gran Conocimiento perteneciente a Las
Iniciaciones Mayores, que son aquellas que, al ser asumidas por el
candidato —o la candidata—, lo conducen a ser cada vez mejor de lo que
se era antes y, de este modo, a crecer interiormente y a espiritualizarse
también a través del sexo, como queremos indicar en esta obra que
pretendemos destinada a ser una humilde aportación para fundamentar de
modo práctico los primeros modos de actuación humana de cara a la Nueva
Era tan esperada y deseada y que, ciertamente, está ya aquí, entre todos
nosotros, según delatan múltiples signos conocidos por los esoteristas y por
los Maestros iniciáticos de todas las Tradiciones... —Esa Nueva Era que se
significa como una nueva fase para la evolución humana, desde su
"animalidad racional" asumida hasta ahora, hacia su humanidad más
espiritual que racional del futuro próximo—.
Pero, ¿y qué sucede con el tercer elemento de LA TRÍADA fundamental
a la que nos referíamos en párrafos anteriores? ¿Qué sucede con EL
SEMEN? Ni más ni menos, éste, el semen, se convierte en fuerza cuando
el hombre lo "domina", cuando el hombre lo "guarda" o lo "expulsa" de sí
a voluntad. En fuerza efectiva, no teórica. Esto lo saben muy bien los
yoguis experimentados, los maestros de maestros (formadores de
profesores), así como los meditadores y buscadores espirituales auténticos.
KUNDALINI—Shakti es la Energía que se despierta, ciertamente, en la
persona que sacraliza su vida, sobre todo a través de la Vía de cualquiera
de Los cuatro Yogas o a través de El Tantra. Y esa fuerza, que es poderosa,
nace, surge y se desarrolla a partir del último Chakra (Muladhara), centro
de energía situado, como es sabido y está suficientemente difundido en los
textos especializados, en la base de la columna vertebral humana, entre el
ano y el sexo tanto de la mujer como del hombre.

Cuando se efectúan relaciones sexuales basadas en el cariz sagrado que


se propone desde aquí, el hombre acumula con frecuencia su semen al
decidir voluntariamente, con placer incluso, no "soltarlo" durante sucesivas
ocasiones... para, así, dejar que sea la mujer la que disfrute sexualmente a
partir del pene en erección, a partir del cuerpo del hombre quien, por otra
parte, hará bien en ir abandonando poco a poco el afán de "dominar" a su
pareja o sus parejas sexuales mediante posturas de sometimiento total
(penetrar a la mujer por detrás, mostrando ella el trasero pasivamente y en
su totalidad al hombre, por ejemplo). Esto, con tal de ir dejando que, cada
vez más, sea ella la que trate de someterlo a él, "luchando por extraer" lo
que el hombre le niega simbólicamente, esto es, su fuerza, que está
representada por su semen...

El hombre es el que ha de ofrecer imágenes bellas y sensuales a la mujer,


una vez ésta lo ha excitado a él con sus desnudos lentos, sus poses
sugerentes, sus toqueteos, caricias, mordiscos, besos.
El Tantra auténtico, el no deformado por las interpretaciones interesadas,
propone que lo sugerido se realice comenzando desde las "tetillas" del
hombre, que son verdaderos "magmas" (centros) de energía masculina,
capaces de excitarse y de desatar una gran ola de placer en el hombre en
vías de realización interior, y que, por tanto, se deja besar, succionar, lamer,
lo que ella quiera... tras lograr "tener" una mujer verdaderamente excitada
ante sí. Y las imágenes bellas y sensuales que un hombre puede y debe
ofrecer a su compañera son las desprendidas de su "masculinidad" más
trabajada, esto es, aquellas que ofrecen a su compañera la realidad de su
serenidad interior, de su realeza noble ante sí mismo, en definitiva. Un
hombre que ofrece a su compañera en un momento dado el lamentable
espectáculo de verlo tratando de toquetearla nerviosamente, un hombre que
así no se domina, que así la trata, no logra su amor de verdad, el de ella. En
todo caso, la excita, puede llegar a excitarla en la zona sexual, pero no le
ofrece lo que realmente el hombre debe ofrecer a su compañera en la
intimidad, ya sea en el transcurso de una relación circunstancial o
definitiva: sus posturas reales de hombre (no acaso su machismo, por
supuesto), sus gestos más nobles, sus palabras más excitantes (y bellas), las
mejores imágenes que pueda darle a ella de sí mismo (el guapo, su belleza
limpia y serena; el intelectual, su inteligencia al acariciarla, al besarla...; el
seductor, sus pausas, sus silencios tranquilos; el hombre normal, el que no
se siente poseedor de cualidades especiales, su capacidad de enaltecerla a
ella por el simple hecho de ser mujer, que es algo grande, algo ciertamente
divino, ya que la Naturaleza toda es femenina, así como La Fuerza que
todo lo crea —nunca se olvide que es la mujer la que "trae" la creación de
los hijos al mundo, lo que simboliza su inmenso poder, en lo simbólico, por
el simple hecho de ser mujer—).
Durante el coito, el hombre que se retiene a sí mismo en gestos y
modales, el hombre que se da serenamente (respirando pausadamente) a la
mujer para que ella se sacie —la sexualidad de la mujer es mucho más
prolongada que la del hombre—, éste es y será el amado y deseado
realmente por ella. Ese hombre es el que será más hombre ante ella, y ése
el príncipe azul que ella deseará de un modo que a todo hombre
sorprenderá. Porque cuando la mujer ama de verdad a un hombre, lo dota
(sin ella apenas saberlo) de una gran fuerza interna. Ser amado y deseado
por una mujer temporalmente —o eternamente en el caso de las parejas
polares (destinadas de antemano a encontrarse en la vida)— es como
poseer un pasaporte hacia la vida superior, hacia el éxito ante uno mismo y
ante una misma —cuando ella ama de verdad y es correspondida...—). Y,
esto, no por el buen hacer sexual del hombre (no se confunda ningún
lector) sino por su forma de ser de esta manera fiel a ella, a la mujer, a lo
que ella representa en La Creación: energía cósmica manifestada.
Pero para lograr ese éxito en pareja, ese encuentro con lo sagrado
cuando dos personan determinan unirse en la vida, es necesario canalizar
adecuadamente la energía del amor o del deseo. Si el amor se convierte en
pasión desatada, no servirá para el crecer interior la relación del mismo
modo que si el deseo se convierte en excusa para denigrar
animalescamente (instintivamente) a la persona con la que se está. La
pasión desatada conduce a los celos, a las insidias "a dos", a los desafueros,
los malos tratos bajo la excusa, acaso, de vivir "peliculéscamente"... Por su
parte, el deseo convertido en denigración esporádica o continua de la
pareja, en sometimiento de otro ser humano, en juego "de poder" donde
uno vence y el otro es derrotado y sometido, no sirve más que para
fomentar en el interior (y en el exterior) la vida instintivo/animal, la zona
más instintiva de nuestro ser —actualmente— "animales racionales", esto
es "irracionales/racionales", seres que pululamos en la actual fase de la
evolución humana entre los instintos salvajes y entre la aparente lógica de
la razón.

Quien quiere crecer interior, espiritualmente, a través del sexo, no tiene


más que ir eliminando paulatinamente sus impulsos instintivos
(pertenecientes al pasado animal de la raza humana) para ir fomentando y
desarrollando los valores más racional/espirituales que haya dentro de sí.
Al hacer esto, se entra en una zona mágica, ciertamente, de la vida humana.
Por eso hay que evitar pensar "esto no es para mí; demasiado duro
renunciar a poseer a una pareja del modo como yo lo desee en un momento
dado...". Ha de saberse de antemano —pruébese y se comprobará— que
quien elimina su parte instintiva, quien se "trabaja" en este sentido
internamente, en efecto, descubre una nueva vida en su interior. Una vida
nueva, antes inesperada, antes no imaginada y ni siquiera intuida (ya que el
ser humano que aún no está en vías de crecer interiormente, posee una nula
conciencia real de las cosas que le son posible al ser que invierte su
existencia en el crecimiento de su alma). La dificultad para intentar llevar a
la práctica desde el propio interior la forma de ser y de amar que imperará
en la Nueva Era, por tanto, estriba —esto es importante que lo sepas
cuanto antes, amigo lector— en la pereza que produce dejar de ser
instintivo (lo cual es más fácil, ya que se trata en este caso de hacer lo que
"pida el cuerpo" en cada instante) para intentar devenir un ser cada vez más
espiritual. ¿Cuál es el secreto para superar esta pereza enorme, que en
casos alcanza los límites de la soberbia del hombre ante sí mismo?
Volvemos a repetirlo: Saber de antemano —como se desvela en la antesala
de La Iniciación Mayor principal ("La Perfecta Iniciación")— que hechos
mágicos y sorprendentes para el hombre no iniciado en El Gran
Conocimiento acaecen y suceden, ciertamente, sobre el hombre o la mujer
que logran iniciar por sí mismos los primeros pasos sagrados hacia su yo
interior, hacia su ser esencial, esto es, hacia su ennoblecimiento interno en
definitiva.

Los secretos de la eyaculación


Y, ¿cuándo, entonces, ha de eyacular el hombre? Porque alguien podría
preguntarse ahora, tras lo expuesto hasta aquí: "¿Y, en la nueva sexualidad
propuesta desde La Ciencia Sagrada manifestada en las Vías iniciáticas, el
hombre nunca "siente", nunca da rienda suelta a su propio placer, el que se
produce a partir de los espasmos y contracciones al eyacular? La respuesta
es sencilla, amigo lector: El error del que parte esa interrogante —habitual
en los primeros tiempos entre los candidatos a crecer interiormente—
estriba en lo siguiente: No es el placer de eyacular el que ha de buscar el
hombre, sino el de proporcionar placer a su pareja: el placer de dar, por
tanto. Esto, en primer lugar. Porque el hombre que proporciona placer de
verdad, que es el que nace en la mujer cuando se ha ido "más allá" de su
primer orgasmo (el de ella), es el que sabe disfrutar sagradamente (como
un iniciado ha de hacerlo) de ese placer que logra en ella. El que ha
comprendido que el placer sexual femenino es vital, es maravilloso y es, en
fin, poderoso.
Una pareja en la que ella esté saciada sexualmente del modo hasta aquí
indicado, es una pareja real, un tándem sacralizado, en el que ella
representa La Energía que le da vida a él, al hombre junto al que ella
decide estar, junto al que ella se siente "atada" (a partir de la sexualidad
que nace del respeto concreto que el hombre le debe a toda mujer con la
que se encuentre en el camino de su vida). Y esta pareja comprobará —
mágicamente, volvemos a repetir— que su vida (la de ambos juntos y por
separado) gana en numinosidad, en sucesos interiores y espirituales de alto
contenido iniciático. Porque lo sagrado estará con ellos, ahí, en el seno
mismo de su relación, si actúan así (si actuamos así), cuando el sexo se
realiza como aquí indicamos, a partir de los ancestrales conocimientos
sagrados que pueden ser enseñados a cualquier hombre o mujer que,
ciertamente, abran su corazón a lo sagrado (que es, por otra parte, lo que
debe hacerse si se quiere vivir comprendiendo cada vez más en qué
consiste en verdad la felicidad humana).
Sin embargo, contestando más aún a lo anterior, sí puede producirse la
eyaculación, en efecto, pero cuando el hombre lo decida, cuando lo quiera
voluntariamente... y, más que como un desahogo, comprendiendo la
expulsión de EL SEMEN como un impacto emocional a partir de la
necesaria unión preliminar (antes señalada y desarrollada) entre su
MENTE (la del hombre) y su RESPIRACIÓN. Siendo esto así,
realizándose el coito de esta manera, eyaculando cuando el hombre decide
que ha llegado el momento de "soltar" su fuerza contenida, no eyaculando
cuando el hombre quiera proporcionar placer sin cesar a su compañera, se
desata finalmente una energía poderosa entre ambos, una energía capaz de
conducir hacia estados superiores de conciencia en pareja, al haber
convertido el acto en una fuente de placer continuado a partir de la
columna vertebral relajada, en ambos, pero sobre todo en él —la mujer
suele disfrutar, sobre todo en su juventud, de una columna vertebral mucho
más dotada para la experiencia de encender sus centros de energía (Los
Chakras), ya que ella es mucho más flexible que el hombre, en general y en
el actual estadio de la evolución humana como raza animal destinada, paso
a paso, fase a fase, a ser un día una raza del todo cosmicoespiritual (dentro
ciertamente de algunos siglos, no demasiados en nuestra opinión y en
nuestra comprensión y análisis de la actual realidad).

Ella (la mujer, la energía femenina) es la que evoluciona sobre el hombre


durante el acto sexual; ella "extrae", lucha por "extraer" el semen
masculino (en la sexualidad ideal, que es la que debemos llegar a practicar
si queremos iniciar cualquier crecimiento interior/espiritual sin renunciar al
sexo); pero no ha de lograrlo cuando ella quiera, sino que es prerrogativa
del hombre "soltarlo" (el semen) cuando él lo decide. Esta es su fuerza
masculina ante ella, en sentido iniciático: su SEMEN, su fluido vital, que
es fluido cerebral en último término (es fluído creado por el hombre). Y
hay que saber —no olvidar nunca— que el SEMEN contiene VIDA en sí
mismo, contiene capacidad de creación de otras vidas, por lo tanto.
Simbólica y hasta prácticamente, el SEMEN es lo que une al hombre a lo
divino desde su cuerpo, ya que también a través del uso de él y a causa del
uso de él el hombre logra imitar (aunque en el plano material en el que
vivimos) a lo superior a él mismo. Lo logra imitar —esto es, amando como
El Todo mismo (Dios) amaría...— ya que el hombre crea vida a partir de su
semen, trae vida humana al mundo... Esto es, ciertamente, innegable. El
hombre, a través de su fluido vital, su semen, trae la vida a la Tierra y la
mujer, mediante el placer de recibirla femeninamente con sus múltiples
orgasmos logrados en la sexualidad ideal (que es la propuesta, ciertamente,
por el Tantra), la materializa, al cobijarla en sí y al dar a luz cuando
procrea. Por esta razón hay que hacer el amor, más que nunca cuando se
trata de desear procrear, tratando cada vez más de que el placer en la pareja
sea verdadero, profundo, sagrado... Porque, en este caso, la vida traída (a
partir de la calidad del semen expulsado tras ser retenido), la vida lograda,
será pura, de alta calidad interior, siendo así que el hijo o la hija serán
personas de muy alto grado espiritual, como indicamos en varios párrafos
en esta obra. Cuando se hace el amor con verdadero placer humano,
sintiendo la mujer que el hombre es suyo y que el pene del hombre es
poderoso (porque no cede a sus primeros "embates"), sintiendo el hombre
por su parte el placer de ser acariciado, succionado acaso, deseado por ella
desde el pelo hasta la punta de los dedos de los pies, en definitiva, cuando
así se efectúa el coito, lo más prolongadamente posible, el SEMEN que el
hombre va "fabricando" en sus testículos, en sus cavidades seminales,
posee un alto y mayor contenido energético. De ahí que, en este caso, sea
más dulce al sabor —y muy nutritivo, dígase de paso— para la mujer que
lo trague o lo absorba, pasando así a su sangre y llenándola
verdaderamente (cuando es tragado) del amor de su pareja, o de su respeto
en todo caso. Sépase que no estamos defendiendo desde aquí que sólo haya
que hacer sexo por amor o con una sola pareja, como repetiremos más
adelante, sino que, desde el punto de vista de Las Iniciaciones Mayores,
puede hacerse por atracción física, por atracción anímica —por atracción
de almas— o, simplemente, por amistad profunda si así se quisiera en un
momento dado... pero siempre, con el debido respeto, con la debida
sacralización, ya estemos hablando simple y llanamente de deseo y sexo
por placer, ya se trate simplemente de sexo por amor).
La expulsión del semen posee un componente térmico (de calor) que no
debe olvidarse. Esto quiere decir que a más respiración (a más agitada
respiración durante el coito), más fácilmente sobrevendrá la eyaculación.
La respiración "calienta" el cuerpo humano y el deseo de eyacular se
desata cuando la persona está muy "caliente" internamente, a causa de su
excitación. De ahí que la eyaculación precoz —problema de muchos
hombres en la actualidad, según todos los estudios sexológico/sociales—
se solucione del modo más sencillo y natural: conteniendo el hombre su
respiración (no deteniéndola, sino lentificándola al máximo, haciéndola
más honda, profunda, más voluntaria...). El hombre pierde el control sobre
su SEMEN, sobre su eyaculación, cuando ha perdido el control
anteriormente sobre su RESPIRACION... lo cual se produce, por supuesto,
a causa de no haber controlado su MENTE.

Se pierde el control de la mente en el sexo, durante el acto sexual,


cuando el hombre "no puede soportar" lo que ve ante sí... Lo que se traduce
en situaciones del tipo de no poder mirar serenamente los senos femeninos,
no poder acariciar a la mujer profunda, lentamente, no poder tocar
despacio, con sentido, los labios vaginales, el clítoris de la mujer, la zona
adyacente, su pelvis, su pelo en el Monte de Venus... También, en
situaciones tan instintivas como semicerrar los ojos mientras se posee a la
mujer, no poder mirarla a las pupilas mientras se está en su interior o
mientras se la penetra, esconder la cabeza al lado de la cabeza de ella a la
vez que se efectúan movimientos pélvicos bruscos sobre ella, etcétera,
etcétera... Cuando esto se produce, entonces el hombre fracasa y ella nunca
lo amará como una mujer puede amar, que es sublimemente. Pero cuando
el hombre domina su deseo mental de mujer, domina su mente ante ella,
respira entonces pausada y rítmicamente, profundamente y, por tanto,
domina su eyaculación, ya que él se excitará a sí mismo, agitando
voluntariamente su respiración, justamente cuando así lo quiera. Por tanto,
él podrá mantener su erección, y más y más cada vez, todo el tiempo que lo
desee. Del mismo modo, tendrá el hombre la fuerza de voluntad suficiente
como para "dar por terminada" su erección, sin eyacular, cuando quiera, lo
cual lo dotará de fuerza, de energía masculina, además de la energía
femenina que ella, al saciarse de él, le habrá infundido con su deseo de
mujer que ama y siente placer a causa de su resistencia (resistencia sexual
que no tiene secreto, salvo el control mental y respiratorio que hemos
desarrollado hasta aquí del modo más accesible al ciudadano no iniciado en
El Gran Conocimiento todavía, pero que se quiera considerar a sí mismo
como buscador de la verdad de su existencia —lo cual sólo se logra a partir
de un primer crecimiento interior hacia un posterior crecimiento espiritual,
para lo cual sacralizar la sexualidad, comenzar a sublimarla del modo
propuesto en esta obra, es vital y definitivo—.

El hombre, por tanto, debe eyacular y eyacula en la sexualidad ideal, tal


como hemos desarrollado hasta aquí, cuando lo decide él mismo de modo
voluntario y sereno (serenidad que no implica para nada frialdad, sino
dignidad ante sí mismo y ante su pareja, profundidad de trato). A cada cual,
según su necesidad, ciertamente. El hombre que necesite hacerlo más a
menudo (por potencia, capacidad...) hágalo. El que pueda no hacerlo
durante varias y sucesivas relaciones sexuales, hágalo. Lo importante es
conseguir no hacerlo cuando no se quiere hacerlo, con tal de aumentar el
propio poder de atracción hacia la mujer que ama o desea, la cual se
enamora más del hombre —de modo atávico— que así se domina a sí
mismo ante ella que, en realidad, esconde en sí a una Diosa (Shakti), como
desvela el Tantra. Y Shakti busca a Shiva (su Dios) para formar la pareja
perfecta, aquella que todo lo puede. También, es importante evitar eyacular
por simple "desahogo" de tensiones (como sucede en la masturbación, la
cual va acompañada siempre de un estado depresivo y de falta de energía
interna posterior a la misma). Las tensiones se palian relajando la columna
mediante el Hatha Yoga o cualquier otro método útil y práctico (aunque el
Hatha Yoga es el mejor método iniciador para las posturas físicas correctas,
que atraen lo sagrado a la vida del practicante). No ha de servir la
sexualidad para ello, para ningún "desahogo" emocional ni físico, por
tanto. La función verdadera de la sexualidad es dotar al encuentro más
profundo entre una mujer y un hombre de un componente sagrado, esto es,
la de acercar a los seres humanos a Dios, más allá de las interpretaciones
que nieguen la sexualidad humana tratándola como "pecado", las cuales
parten de malentendidos y deformidades de lo que es, desde siempre, y ha
de ser para siempre El Gran Conocimiento Humano, la Ciencia
desprendida de las leyes profundas que, ciertamente, rigen la vida.

El hombre, por supuesto, puede comenzar a practicar este tipo de


sexualidad controlada sin necesidad de airear (a su compañera, a sus
conquistas, a su esposa...) que va a efectuar sobre ella o con ella una
sexualidad tántrica o "la sexualidad de la Nueva Era". Así no saldría bien
—permítasenos indicar— ya que se trivializaría lo que es importante
realmente: llevar a cabo una sexualidad honorable, respetuosa y
trascendente.
Al practicarla, al incitar a la mujer a realizar lo aquí expuesto (sin
necesidad de declararse "tántrico" ni de creer, acaso, que "se haya
descubierto la pólvora..."), se comprueba que la mujer reacciona
maravillosamente, ya que el hombre la ayuda, en este caso, a encontrarse a
sí misma como la amante total que como mujer es, como ser capaz de
obtener y proporcionar grandes placeres, sensitivos y sensuales, físicos y
mentales, junto a su hombre, su compañero a lo largo del tiempo o,
también, solamente en un momento dado. Luego, para añadir "el resto", lo
necesario a efectuar por quien decida modificar la base de su sexualidad,
no habrá más que practicar lo que señalamos en la totalidad de la presente
obra, que pretendemos práctica y útil para el lector interesado.

Cómo ir hacia la nueva sexualidad


Cuando El Tantra propone que el hombre evite la eyaculación —pero no
el acto sexual— lo que está proponiendo es que quien ha de proporcionar
el mayor placer posible a la mujer al hacer el amor, es el hombre. La
manifestación exterior del deseo sexual del hombre, su pene en erección, es
una clara indicación de la energía que se suscita en esa zona baja de la
columna vertebral, cuando un macho desea a una hembra, cuando una
mujer y un hombre conciben unirse por sus físicos, acoplándose entre sí.
Sobre esa Energía es lo que trata El Tantra y la totalidad de Los Yogas,
sobre esa gran energía interior, ciertamente, a partir de la cual,
ennobleciéndola, dotándola de voluntad por parte del hombre, éste puede
crecer interiormente de un modo espectacular. La Energía que se convierte
en fuerza sexual cuando dos personas desean unirse, ya sea para
proporcionarse mutuamente placer, o ya fuera para concebir un hijo (hay
que saber que los hijos concebidos con amor bien hecho y basado en
profundos sentimientos son más sanos, y hasta bellos, que aquéllos que se
originaron a partir de uniones basadas en intereses creados o en
pensamientos antes extraños que naturales).

La sexualidad impide al ser humano avanzar en su camino interior, a


través de su propia senda sagrada y espiritual, cuando es malusada. Usar
mal la sexualidad es desperdiciar su capacidad energética, su poder interno
frente a cada mujer y cada hombre. Quiere esto decir, simplemente y del
modo más claro, que si dotamos de voluntad personal a nuestra función
sexual —haciendo el amor de una forma más profunda que ahora—
encendemos el centro de energía adecuado, el MULADHARA/Chakra,
situado en la base de la columna, y a partir de ese instante podemos
considerar que Kundalini (así se llama en las Tradiciones de Oriente a la
fuerza que despierta en el ser humano que la sabe buscar) se ha
desenroscado en la base de la columna. Es el primer paso, ciertamente,
para comenzar a crecer interiormente, mediante el proceso de ir
encendiendo, con las medidas adecuadas, con las tomas de conciencia
pertinentes, y uno a uno, la totalidad de los chakras, hasta llegar a la
coronilla, produciéndose entonces la entrada a la cueva de Brahma, que,
como saben los yoguis verdaderos todos tenemos situada, como espacio
libre entre los dos hemisferios cerebrales, justo bajo lo más alto de la
cabeza. Es el primer paso, sí, el ennoblecimiento sexual en definitiva.
Quien se ennoblece sexualmente comprende de inmediato los fundamentos
de la Nueva Era tan anunciada, y en la que la Humanidad —como se sabe
— ha entrado ya, aunque lo hace poco a poco y paso a paso. Pero la
espiritualización del mundo no es algo que pueda sucederse de un
momento a otro; es algo que ha de llegar por sí solo al corazón de cada ser
humano, cuando le sobrevenga su momento, ni más ni menos; ni antes ni
después, a no ser que alguno o alguna decida adentrarse por las sendas de
los conocimientos ocultos y secretos sobre la vida, en cuyo caso, si es buen
buscador, una buena buscadora, siempre llegará a encontrar lo que quiso
buscar. Sin embargo eso es algo que, como se sabe desde la ciencia
esotérica, siempre sucede así: "A quien llama se le abrirá", "Quien busca,
halla...", "Cuando el discípulo está preparado aparece su Maestro...", son
algunas de las frases de sentido profundo y velado que contienen lo que
acabamos de exponer. Son sentencias —nunca se olvide— que se cumplen
en realidad cuando el buscador desentraña su sentido velado. Sin embargo,
el desarrollo de los modales, las cualidades, las virtudes, o acaso los
poderes humanos, es algo gradual, así ha sido hasta el día de hoy y así
seguirá siendo, como ley natural. De otra forma, la evolución no sería
armoniosa y no podría haber Creación (el cosmos es armonía en estado
material, desde el mundo esotérico/espiritual). Por tanto, y para concluir lo
desarrollado en párrafos anteriores, quien aprende a hacer el amor de un
modo espiritual, de un modo no instintivo, sereno y tranquilo, desarrolla de
inmediato nuevas cualidades. Ante todo, la cualidad de saber amar, la cual
resulta imprescindible en la puerta de entrada (la puerta de oro), dicho sea
de paso, de cualquier Iniciación Mayor. Usar mal la sexualidad es como
lanzar a un abismo negro y sin fondo nuestra energía vital. Esto, desde el
punto de vista de todas las iniciaciones verdaderas. ¿Qué es "malusar la
sexualidad"? Es lo mismo que dotarla de emociones negativas: Mentir o
engañarnos a través de ella, utilizarla para dominar a otro ser humano —o
a otra u otras personas—; diseminarla o reprimirla desde estados de
conciencia innobles o efectuarla sin interés o sin respeto hacia lo que se
hace (durante el coito). Estas actitudes desaprovechan la fuerza que está
contenida en la energía sexual humana. Lo que queremos a partir de las
próximas líneas es ofrecer los pensamientos necesarios para que el lector,
por sus propios medios y desde sus diferentes personalidades, pueda
comenzar a iniciarse en lo que ha de ser el amor y el sexo en La Nueva—
Era. Pero ese "ha de ser" se cumplirá si las personas comenzamos ya, y
desde el libre albedrío, a aplicar lo que se sabe desde el mundo oculto, en
nuestra vida cotidiana y del modo más natural. ¿No sabemos, por ley
oculta, que cada persona sabe amar en la medida que sepa amarse a sí
misma? ¿No sabemos, por ley secreta de la vida, que cada cual atrae en
torno a sí aquello que desea, piensa y siente con la máxima intensidad? Sin
embargo, hacer uso de LAS LEYES OCULTAS sin haber dispuesto antes
nuestras actitudes es muy negativo para el ser humano. Entonces es cuando
se producen las disgresiones mentales, las psicopatías graves o los
desdoblamientos de personalidad, etc. etc que conducen a la magia
indebida y a las adoraciones falsas, los caminos interiores y espirituales
falseados. Por eso es necesario incidir sobre las actitudes humanas
incorrectas, tanto mentales como físicas, con el fin de lograr estados de
superación personal. ¿Cuáles son esas actitudes?: Muchas, ciertamente,
sobre todo en el actual estadio de la evolución humana (en comparación
con el ideal que podamos concebir de nosotros mismos, como raza, en el
futuro). Pero todas esas actitudes, usos indebidos de la fuerza del deseo, de
la vibración de la palabra, posturas vertebrales incorrectas, estados
mentales alterados, intranquilos o ansiosos, etc., van a parar finalmente
ante una sola, que compendia a todas las demás: la actitud sexual humana.
Hablamos en esta obra de las actitudes sexuales correctas que conducen al
hombre o a la mujer, a partir de ciertas premisas decididas desde la propia
libertad individual, a la antesala de un gran crecimiento interior y personal.
Y de esto se trata en la Nueva Era, en efecto: de ir creciendo poco a poco,
cada vez más, paulatinamente, sin forzamientos. Sólo que hoy en día, por
fin, nos hallamos ya ante un momento histórico de envergadura, como
presienten la mayor parte de los estudiosos esotéricos y espirituales. Las
sociedades están llegando a un cansancio en verdad palpable en cada uno
de sus individuos, una fatiga mental decadente y precisa. Ya es muy difícil
enamorarse entre los adultos, enamorarse entre sí de un modo de verdad.
Lo que esto significa, en nuestra lectura de la realidad, es que esa falta de
amor es precisamente la que va a atraer, está atrayendo ya, una gran fuerza
de amor que quiera cernirse sobre los seres humanos. No olvidemos que
los polos opuestos se atraen, tal como se asegura herméticamente. Por eso,
esta necesidad actual —en una etapa de tanta indiferencia colectiva— de
buscar nuevas alternativas desde el amor, desde la profundización en lo que
es el sexo humano es en realidad; por eso seguramente su interés, amable
lector, al acercarse a esta obra. Porque, en efecto, ya no hay amor en
ninguna parte. El amor, en La Nueva Era —ya es posible concebirlo— será
un sentimiento creador de vidas muy bellas; será un sentimiento
sustentador de todo lo que suceda entre las mujeres y los hombres del
mundo. Todos soñamos que, un día, esto sea así. Por eso el nuevo tiempo
lo trae al estar pasando en la actualidad, como difunden los astrólogos, de
la Era de Piscis a la Era de Acuario en que la Humanidad se dignificará
totalmente a sí misma, como está ya publicado desde obras muy
interesantes, tales como "La conspiración de Acuario", de enorme éxito
cuando apareció en el mercado hace ya algunos años. Se amará de otra
forma y se hará el amor de otra manera en un futuro no muy lejano. Es la
vía que le queda al hombre, tal vez la única, con tal de crecer interiormente
y situarse ante sí mismo de verdad. La Iglesia Romana, por su parte, en su
agonía debido a la época de la materialidad y del empirismo científico, lo
que hace cuando lanza sus mensajes calificados de "retrógrados" por la
mayor parte de los comentaristas, es intentar detener la ola de sexo
indebido que se está dando en el mundo, del modo más desordenado y
caótico, siendo así que ha aumentado mucho la incomunicación entre los
seres humanos en los últimos tiempos, tal y como si ya nadie tuviera nada
interesante, acaso, que decirse entre sí. Es uno de los signos que delatan
que la Era está cambiando progresivamente: esa falta de profundidad del
pensamiento actual de la mayoría. Ya no hay poesía, ya no hay belleza en
ninguna literatura, ya no hay inspiración artística verdadera... Ni siquiera
se hace bien el amor.
Quitando trascendencia al tema, los seductores y seductoras tampoco
saben muy bien qué hacer, por mucho que los considerados como grandes
amantes, en sus círculos de amistades tal vez, creyeran lo contrario de sí
mismos. La etapa del deseo instintivo va a ser sustituida, paso a paso, por
una nueva etapa, referida a un deseo de tipo espiritual. Cuando las personas
aprendamos a mirarnos, a vernos, a querernos por nuestros valores
internos, entonces estaremos creciendo interiormente. Y, en ese instante,
ese buscador, haya empleado la vía de crecimiento que haya empleado,
comprobará que su sexualidad también cambia. Cuando se relaja la mente,
como puede decidir hacer cualquier meditador, se producen efectos
paulatinos en el ser humano. Esto nunca ha de olvidarse. No somos los
mismos cuando estamos relajados que cuando estamos tranquilos, ha de
reconocerse. Por tanto, la sexualidad que se desea practicar, por un proceso
natural, no es la misma antes de iniciar el crecimiento interior que después
de iniciado el mismo. Quien crece interiormente, o está en vías de hacerlo,
lo que quiere es amar. Concebir un mundo mejor y comenzar a practicarlo,
casi como si existiera, en su mundo cotidiano: Interrelacionarse mejor con
la gente, comunicarse mejor con las personas junto a las que convive,
sentir más ternura, percibir cada situación, cada acto y cada palabra con
más autoconciencia de sí mismo... Esa es la gran tarea, la obra, que
emprende quien decide crecer interiormente ya sea bajo la supervisión de
un Maestro, quienes optan por las iniciaciones menores, o ya sea, como
nosotros queremos difundir, bajo la propia supervisión, sobre todo en
temas como el que tratamos aquí (el cambio de sexualidad que habrá de
conllevar consigo, necesariamente, el cambio hacia la Nueva Era que ya
está aquí).

Introduzcámonos cuanto antes, a fondo, en el tema: El orgasmo humano


actual en sus relaciones íntimas es sólo, solamente, la antesala de lo que
puede llegar a ser el placer sexual entre los hombres y las mujeres, en
cuanto se lo propusieran (en cuanto nos lo propongamos). No es el objetivo
del gran ser humano que el hombre y la mujer están destinados a ser como
raza, con el paso de la evolución, sentir "para siempre", generación a
generación, orgasmos tan físicos como los actuales. Los verdaderos
practicantes de El Tantra, como ciencia sagrada oriental, logran que sus
relaciones sexuales sean todo un ritual energético, una total ofrenda del
sexo a lo considerado por ellos como divino en su vía espiritual (de las
tantas que hay), siendo así que la mujer es considerada como manifestación
de la diosa/energía Sakti y el hombre como manifestación del dios Shiva.
Por tanto, los practicantes del verdadero Tantra sacralizan sus relaciones
sexuales, consiguiendo así alcanzar cimas y cotas de placer profundo muy
altas. Incluso, entre los iniciados tántricos —que pasan por pruebas muy
complejas— se intenta lograr encender mediante el modo como se hace el
amor la gran fuente energética humana que los yoguis llaman Kundalini, a
la que se considera simbólicamente enroscada como una serpiente en torno
a la base de la columna vertebral. Las técnicas amatorias tántricas son
ciertamente sublimes, en nuestra opinión. No creemos que haya un método
humano, en la actualidad, que trate mejor la manera ideal de hacer el amor
entre dos personas como lo hace El Tantra en su parte dedicada a difundir
su teoría sexual. Sin embargo, para los occidentales, nosotros creemos en
una adecuación, enfocada hacia una fusión final, entre las técnicas sexuales
tántricas y los actuales conocimientos de sexo alternativo surgidos en
América o Europa. Los españoles, permítasenos esta salida de humor, no
vamos a tratar de ser védicos de pronto, de la noche a la mañana por
ejemplo. Más bien, el europeo, el ciudadano occidental que quiera en la
actualidad comprender los procesos del crecimiento interior no deberá (no
podría, no sería lo adecuado) tratar de modificar su vida, sus hábitos y sus
ideales, en nombre de ningún acto de crecimiento interior y/o espiritual.
No es lo pertinente. Tomar lo mejor de cada filosofía, de cada pensamiento
noble que el mundo haya dado, es lo mejor para avanzar sin temor a
equivocarnos por cualquier senda.
¿Lo mejor de la sexualidad occidental no es la seducción misteriosa, las
fantasías sexuales sofisticadas, por ejemplo? Pues no renunciemos a ello,
ya que tanto nos gusta. Pero, ¿lo mejor de la sexualidad tántrica, por seguir
con el mismo ejemplo anterior, no es el tratamiento práctico de la energía
en pareja? Del mismo modo, ¿no es lo mejor del gnosticismo esotérico
cristiano su tratamiento desarrollado de "la pareja polar", como encuentro
"mágico" del buscador espiritual? Por tanto, ¿no podemos unir lo mejor de
aquí y lo mejor de allá, en un proceso de síntesis? ¿No podemos hacerlo
ya? Estamos convencidos de que sí, de tal modo que existen fundamentos
suficientes como para que cada cual comience a establecer una nueva
sexualidad en su vida privada. No una sexualidad "menor" en comparación
a la practicada hasta ahora, sino una sexualidad indudablemente mejor y
más satisfactoria, basada en las técnicas que analizamos en las próximas
páginas de esta obra, y que están inspiradas en los conocimientos ocultos
del ser humano, cada vez más desvelados en nuestras sociedades,
ciertamente.

El tema del orgasmo primero se desorbitó y posteriormente se ha dejado


un tanto de lado ante la actual idea que domina en nuestras sociedades, que
es la del proceso de la seducción como verdadero tema de interés para el
hombre moderno. Hoy en día se valora más en nuestras "falsas" sociedades
a quien sabe seducir que a quien sabe amar; se valora más al ser que sabe
imitar determinadas "poses sexuales" al uso (poses "atractivas",
"sugerentes"...), que a la persona que concibe el amor como un acto de
ideal unión, romántica y bella, entre dos enamorados o entre dos personas
que han sentido una fuerte y verdadera, profunda, atracción entre sí.
El resultado de todo esto es que, en la actualidad, las relaciones entre los
hombres y las mujeres, sobre todo en los países más desarrollados, está
llegando a un callejón sin salida. Nadie puede ser un buen amante en una
sociedad en la que sólo se valora el físico, por ejemplo. Un buen amante
sería el que, al estar junto a una persona, y más que nunca al estar en su
interior mediante el uso de la sexualidad, estuviera realmente con esa
persona, viéndola como es en realidad, queriendo conocerla más de lo que
la conoce, deseando proporcionarle mucho placer, el más posible... Pero no
un placer instintivo, de segundos jadeantes y sudorosos, acaso; no un
placer animal, en este sentido, o semianimal, pongamos por caso; sino un
placer anímico, un placer de verdad, que abarcase el cuerpo, pero también
la mente (abarcando así el alma). Las palabras bellas, las caricias perfectas
y profundas, las verdaderas miradas en los ojos, el verdadero placer al
contemplar un cuerpo del sexo contrario (o no) que se desnuda ante
nosotros —decimos "o no" porque no debemos dejar fuera de este análisis
a nadie, sea cual sea su actual tendencia sexual—... Todo esto tiene que
aplicarse, tras conocerse; ha de analizarse y supervisarse por cada pareja en
sus relaciones, de cara a no ver interrumpido el proceso del crecimiento
interior. Es de sentido común. Pongamos el caso de un yogui, o aspirante a
Yogui, que comience a percibir los beneficios de relajar su columna
vertebral mediante la práctica del Hatha Yoga, y que se inicie en la
comprensión de los positivos efectos que a su mente y a su corazón ofrece
la meditación (entre otras muchas posibilidades de versión occidental: la
relajación, la correcta respiración y coordinación física, etc, etc...), que le
proporcionará mucha más serenidad y paz interior, como es sabido por sus
practicantes. En el aprendizaje del buscador interior, cambiará su forma de
relacionarse sexualmente, del mismo modo que cambiaría la de quien, en
su vida, decidiera vivir de un modo más auténtico y noble, hastiado de la
desconfianza y la tensión general en la vida actual. Se seducirá más, se
hará mejor el amor y se será mejor anfitrión y anfitriona de las propias
conquistas —o de la única conquista, si se quiere—, cuando se haya
crecido interiormente. Esto es evidente y cae por su propio peso. Pero aquí,
en lo que nos vamos a introducir a continuación, nos referiremos ahora a
algo muy concreto e importante:
Cómo amar sin que el sexo atrase el crecimiento
interior.
Hemos vivido hasta hace poco bajo la cultura del orgasmo en materia
sexual. Ha habido que sentirlo y ha habido que "sofisticarse" cada vez más,
según el sentido de la teoría sexual al uso desde las tres últimas décadas,
para cada vez sentir más y más ese placer físico, el del orgasmo. Y, sobre
todo, lo hemos centrado en la mujer.
En el tiempo en el que a menudo se levantan voces hablando sobre la
nueva cultura del ocio que habrá que crear un día para la Humanidad, lo
que se lleva es, ciertamente, la cultura del placer sexual... y del placer cada
vez más imposible y cada vez más rápido. El hombre adulto que hoy en día
se siente "aventurero" de sí mismo es aquel que consigue "ligar",
"conquistar" o "seducir" con más destreza a una mujer, cuanto más joven y
atractiva mejor. Por su lado, la mujer que actualmente se siente cercana al
logro del placer es aquella que sabe que atrae hacia sí irremisiblemente las
miradas de los hombres más "atractivos" (desde el punto de vista de las
modas actuales).
Se produce un apego hacia la sexualidad como vía de escape colectivo.
Ya que la vida no nos produce placer, nos entregamos al sexo (a los deseos
sexuales), a las películas de contenido cuanto más erótico mejor, a los
programas retransmitidos por las ondas donde se vean muchas piernas
femeninas o donde los presentadores sean "los más guapos" de todas las
cadenas de las Televisiones.
Mediante la publicidad, creamos hombres y mujeres que no existen, los
cuales son bellos y bellas, los cuales sí se acercan al ideal que el ser
humano posee de sí mismo en el fondo de su inconsciente colectivo. El
hombre aún funciona (aún lo hacemos, sí) por imitación de su entorno.
Aún necesita ser como sus vecinos para sentirse protegido por la tribu o
por el resto de los animales, en este caso racionales. Buscamos la belleza
en nuestros ídolos, en nuestros hombres y mujeres ideales. La espectacular
italoamericana Madonna, cantante, actriz y excelente manager de sí misma,
ha llegado a ser en estos años 90 —aunque se halla ya en su declive
profesional después de haber amasado una inmensa fortuna— un símbolo
sexual para millones de mujeres en el mundo. Ella representó la
"liberación" total femenina para muchas chicas jóvenes, quedando ella
misma "atrapada", a su vez, por su propio rol en la vida, como todos y
todas, en definitiva. Ella, sin embargo, ha dramatizado la total liberación
sexual de la mujer. La ha concebido y representado con su vida, sus
declaraciones, sus gestos liberados en público desde su fama. Y, al así
hacerlo, se provocó definitivamente la separación que actualmente paraliza
el amor verdadero, el deseo profundo, entre las mujeres y los hombres,
que, en este sentido, están experimentando una transformación de sus
relaciones. Hay menos entendimiento que antes entre los sexos porque el
hombre ya ha llegado al límite de su machismo y la mujer al límite de su
liberación (en las sociedades occidentales más desarrolladas). Pero esto
significa que, también, se ha llegado a un bloqueo emocional entra varones
y hembras, entre mujeres y hombres. La Nueva Era, al dotar de
espiritualidad la mente humana, al traerla, sitúa a las mujeres y a los
hombres ante su propia espiritualidad, ante su propio crecimiento interior.
De ahí la necesidad de aprender a amar y de aprender a hacer el amor
conforme a criterios de verdadera altura conceptual.

El sexo adquirió una importancia inusitada en nuestras sociedades


modernas, justamente a partir de la liberación sexual femenina (ya que
duplicaba el problema a resolver, que ahora era cosa de dos y no ya, nunca
más, cosa del hombre solo como en los siglos pasados).
El sexo está implícito en nuestras publicidades televisadas, en millones
de anuncios situados estratégicamente en todo el mundo; anuncios de
sonrisas femeninas llamando al lector ávido de amor, al ciudadano de a pie
de cualquiera de nuestras grandes urbes; también, en nuestros mensajes
radiados por locutoras de voz sugestiva y por locutores de voces de galán.
El sexo se halla presente en todo momento, en nuestras ciudades; y, sin
estar esto tan mal, ciertamente —nos mantiene vivos e interesados en la
vida— cabría preguntarse si no nos estamos excediendo con tanta difusión
audiovisual de tanto contenido erótico sexual.
¿No habría que haber apostado más por el amor que por el sexo?
Entendiendo, claro está, que el amor, de momento y en el actual estado de
evolución humana, conlleva sexo en su manifestación entre los seres
humanos. Habrá de llegar un día en el que los espíritus que se amen entre
sí lo hagan de tal forma que se fundan al amarse, de tal modo que,
entonces, el y ella serán dos personas conocedoras de la verdad oculta que
afirma que el amor verdadero en el mundo es un reencuentro entre dos
entidades afines, entre dos fuerzas no sólo de la misma naturaleza —
espiritual— sino de la misma frecuencia de energía, de la misma vibración
energética, en definitiva.
Volviendo al corazón del tema que nos ocupa, comprendamos que la
insatisfacción general es palpable en nuestras sociedades actuales, en
cuanto a sexo, y puede que aún más de lo que lo fue en pasadas épocas de
restricciones morales en el mundo. Pocos, por no decir nadie, satisfacen su
verdadera sexualidad, aunque se suponga que sí. La persona satisfecha
sexualmente sería aquella que estuviera serena, que "eligiera" a sus parejas
voluntariamente cada vez que las desease —y que fuera "elegido", a su
vez, por ellas o ellos...—. En las actuales sociedades, la mayor parte de las
personas han de conformarse con una pareja —cuando no se quedan solas
por problemas de comunicación, etc—, ya que no saben seducir, no saben
atraer hacia sí a personas del sexo contrario. Este es un claro signo de la
decadencia del actual sistema de cosas, debido a la falta de valores general.
El hecho de que las mujeres y los hombres suelan sufrir de gran
incomunicación entre sí significa que existe una falta de entendimiento
mutuo muy grande... sobre todo, en el terreno sexual. Si las relaciones
sexuales fueran fluidas, queremos decir, naturales y espontáneas, si las
parejas fueran realmente felices, se notaría en el ambiente, en el aire de
cada local, de cada calle, de cada hogar.
La falta de entendimiento actual entre las mujeres y los hombres se debe
a que no se ha encontrado todavía el punto medio entre la liberación
femenina —la mujer como conquistadora que seduce al hombre— y el
machismo, de tan amargo recuerdo para las sociedades, encaradas ya hacia
La Nueva Era en la que otros valores y otros modales van a ir sustituyendo
y vendrán a sustituir a lo presente.
Una nueva sexualidad puede establecerse ya entre las mujeres y los
hombres, con tal de encarar La Era Espiritual que algunos —o muchas y
muchos— deseamos vistas como están actualmente las cosas en nuestro
mundo, dominado por las "crisis" económicas y por las guerras más
innombrables y cruentas —aún, y desgraciadamente—.

Se hace cada vez más necesaria una nueva sexualidad, decíamos, que no
sólo acercara más a los hombres y mujeres actuales de un modo mucho
más sensual y efectivo que hasta el momento y, sobre todo, en los últimos
tiempos; una sexualidad nueva que permitiese a la persona SER ella
misma; que les permitiese, a la mujer y al hombre, "dejarse ir" para saber
sentir verdaderamente y saber proporcionar realmente el gran placer de
amar, cuando se realiza sexo con una pareja a la que hemos conquistado o
seducido, o por la que nos hayamos dejado seducir o conquistar (aunque
sea nuestra pareja "de siempre", en un momento dado).
Actualmente, reconózcase, actuamos "como niños" permanentes en
materia sexual y amorosa. Esto, aunque nos creamos más o menos guapos,
atractivos o interesantes de cara al sexo contrario. Deseamos a una persona,
y la perseguimos, hasta la acosamos a veces, la admiramos tanto que la
queremos "para nosotros" con tal de situarla a nuestro lado y, sobre todo,
quizá en muchos casos, para poseerla y, así, amarla. Al realizar el acto
sexual, entonces, sudamos, jadeamos, nos desahogamos —en unos casos
más y en otros menos— "cabalgando" sobre nuestras parejas, amados o
amadas, seducidos o seducidas, deseadas o deseados en un momento dado.
Si nos ponemos de acuerdo ambos —en muchas parejas— hasta se
cumple el deseo, generalmente masculino, aunque a veces también
femenino, de penetrar ellos y ser penetradas ellas analmente con tal de que
la excitación íntima sea aún mayor que antes, esto es, máxima.
Todo lo anterior es, al fin y al cabo, lo que delata claramente que usamos
mal el sexo y que los actuales placeres en los que todos creemos, tales
como "el orgasmo" masculino, "el orgasmo múltiple" femenino, las
fantasías eróticas realizadas, no son nada en comparación con lo que debe
ser —y vendrá a ser en La Gran Nueva Era— el placer humano al unirse
íntimamente dos personas.

Hoy en día, en un mundo donde no se pueden ver cumplidos los sueños


—sencillamente porque no estamos sabiendo concebir un mundo ideal a
nuestro alrededor— el sexo ha adquirido una importancia desmesurada.
Los acercamientos entre hombres y mujeres son cada día menos originales.
En el caso de la gente más joven, representante de la actual modernidad, se
parecen mucho —aunque caricaturizadamente— a los acercamientos
preconizados desde series televisivas de tanto impacto subliminal y
sugestivo como "Melrose Place" o su otra versión, bajo el título de
"Sensación de vivir"... En el caso de la gente más adulta, sus acercamientos
se parecen más a una farsa grotesca entre "pícaros" que a un verdadero
ejercicio continuo e inequívoco de el arte de amar o de desear a una
persona por pura y llana atracción sexual. Todo está deformado y las cosas
no son como deberían ser tampoco en el terreno de la intimidad entre una
mujer y un hombre. Esto hay que decirlo bien claro, en efecto. Es lo que
creemos. Si el ser humano desea alcanzar un verdadero crecimiento interior
o una mayor conciencia espiritual de sí, debería "dominar" el tema de su
sexualidad, aplicando sobre la misma algunas ideas que permitirán que se
produzca la evolución interna necesaria hacia unas mejores y mucho más
inteligentes relaciones íntimas entre ellos y ellas, entre todos nosotros y
todas vosotras.

El acto sexual debería concebirse, en realidad, como un momento


culminante entre dos personas. Porque así lo es, ciertamente. Ya sea en el
marco de un matrimonio, de una pareja estable o en la simple situación de
una conquista de una sola noche (todos estos marcos, junto a otros muchos
más, igualmente lícitos), el hombre y la mujer deberían unirse de un modo
menos instintivo —racional— y más natural —intuitivo—. En la
actualidad existen tendencias sexuales a partir del tantrismo oriental en su
versión contemporánea, que propone una sexualidad metódica y sagrada,
convirtiendo el acto de unión entre él y ella en un acto de consagración
entre dos dioses representados por el ser humano, Shiva (él) y Sakti (ella).
Resulta inteligente y sabia la propuesta del método religioso tántrico en
su estudio de la sexualidad humana. Tanto, como otras propuestas de
sexualidad alternativa que pudieran darse, siempre que contuvieran en su
cuerpo teórico un mejoramiento del ser humano, mujer u hombre, a través
de la sexualidad.
Porque por mucho que creamos actualmente —o que la mayoría crea—
que hace bien el amor, no lo hace, ciertamente, como adelantábamos antes.
Puede que se sea un buen amante en términos convencionales; que "se
aguante" mucho realizando el acto sexual, que se tenga mucho "gancho"
con el sexo contrario y hasta que se posea un sexto sentido para atraer
sexualmente a gran cantidad de parejas... Daría lo mismo. En términos de
crecimiento interior, en términos espirituales, no se hace bien el amor
mientras no se sabe acariciar del modo correcto, del modo más sublime,
mientras no se sabe transmitir al amante paz, sensaciones múltiples,
instantes inolvidables o, en el caso de amores esporádicos, quizá,
momentos tan sólo repletos de gran respeto y gran capacidad de saber dar,
como inapelable definición de lo que es amar de verdad.

En la Nueva Era que se preconiza desde diferentes círculos intelectuales


y esotéricos —cada cual desde sus peculiares lenguajes o propuestas— se
hará el amor de modo diferente a como se hace hoy en nuestras ciudades y
en nuestras zonas rurales. El sexo no habrá de ser un acto en el que dos
personas se demuestran deseo, sino un acto a través del cual dos personas
se demuestran respeto profundo, afán de verdadero conocimiento de aquél
o de aquélla con quien se está haciendo el amor en un momento dado. Y,
esto, pudiendo ser las situaciones igualmente excitantes, por supuesto.
Queremos volver a dejar claro de antemano que no es lo que estamos
proponiendo desde este manual, que pretendemos que sea lo más útil para
el lector, concienciar a nadie de que deba eliminar el deseo sexual de su
vida, al proponer abandonar la actual forma de hacer el amor.
Quienes a veces entienden en sus búsquedas interiores o espirituales que
deben abandonar el sexo, se están equivocando. Lo que deben abandonar, y
esto es válido desde puntos de vista budistas, tántricos, cristianos, etc, es la
animalidad inherente al deseo sexual, tal como se concibe y se recrea hoy
en día entre los seres humanos. Los que en sus opciones sectarias
promueven y promulgan castidad entre sus adeptos, fieles o devotos, o
sexualidad controlada, llámesele como se les quiera, también suelen
equivocarse y equivocar a los demás, por tampoco conocer —o no querer
conocer— el verdadero sentido de la castidad; la castidad, desde el punto
de vista incluso del gnosticismo cristiano (lo decimos para los eruditos,
amantes de la investigación esotérica) se realiza voluntariamente cuando se
quieren alcanzar fines única y exclusivamente espirituales; esto es, cuando
se anhela lo místico y lo espiritual. Entonces, sí está probado que la
sexualidad, como sabe el Tantra, se puede "retrotraer", "trabajar" hasta
convertir el semen en energía "devuelta" a uno mismo, con lo que se podría
hablar de un camino sagrado que conduce desde la sexualidad hasta los
estados superiores de conciencia, tal y como está dicho en algunas obras
hinduístas publicadas, y desde hace tiempo a la venta. Pero en nuestra
actual Humanidad el deseo sexual es aún necesario para nuestra
supervivencia como raza, es evidente. Hemos confeccionado sociedades
que se sustentan en la satisfacción de nuestros deseos, por más materiales
que sean. De nuestros antiguos instintos animales —no olvidemos nunca
que lo fuimos como es ampliamente aceptado por la ciencia— hemos
querido conservar el deseo sexual no sólo como modo de reproducción,
sino como forma de placer físico. Al no haber dominado todavía ese deseo
ancestral y atávico —el instinto sexual—, no permitimos que cualidades
tales como la capacidad de amar y sentir placer al ver cosas bellas ante
nosotros crezcan en nosotros. Hará bien el amor quien conserva la calma al
hacerlo, quien no se excita físicamente, ni tampoco sólo mentalmente —
como los actuales "voyeurs", por poner un caso— sino emocionalmente.
Quien siente lo que hace y sabe dejar que lo se siente se exprese hacia su
exterior, ésta persona, mujer u hombre, es la que sabe hacer el amor; quien
hace el amor sin renunciar a crecer interiormente, queriendo ser consciente
de sus actos en todo momento, antepone tres ideas ante todo, en las
relaciones sexuales que quiera mantener:
1):Respeto hacia la pareja sexual.
2):Serenidad física y mental en la situación sexual.
3):Comprensión del cuerpo como forma de profundizar en el ser humano
con el que se pretende la unión sexual.

El respeto hacia la pareja sexual implica jamás "acosar" a alguien para


hacerle el amor de modo "engañoso". Esto denigra a la persona, y esto
humilla a los seres humanos entre sí, ya que "falsean" el verdadero sentido
de la mutua atracción. El ser humano es libre en nuestras sociedades, lo
cual está muy bien, a nuestro parecer, para elegir unirse a una sola pareja o
contraer matrimonio si lo quiere, vivir juntos sin contrato legal y hasta de
vivir solo e ir manteniendo diversas aventuras sexuales a lo largo de la
vida. Es así y así ha de ser —el que exista esa libertad— en todas las
sociedades, tanto modernas como más de vanguardia. Nadie debería decir
que lo ideal es que todos los seres humanos vivieran casados con una sola
pareja, o, lo contrario, que todos viviéramos amancebados constantemente
entre todos nosotros...
El camino de en medio, en el sentido descubierto por el príncipe
Sidharta Gautama, Buda, es siempre el ideal, en nuestra opinión. También
aquí lo es, como vemos. Lo ideal es que cada cual pudiera cumplir y llevar
a cabo su tendencia natural en el mundo, pero siempre respetándose
mutuamente los sexos entre sí. No nos referimos a un respeto que
implicara temor, sino a un respeto que partiese de la igualdad y que
concluyese en un trato sexual mutuo ciertamente profundo y sincero. El
sexo adquiere su verdadera dimensión, aún en las conquistas "de una sola
noche", cuando se realiza con verdadera sabiduría de las técnicas sexuales
que confieren a la intimidad un tono trascendente (técnicas que, adecuadas
a Occidente, apuntaremos y explicaremos con claridad en el tercer capítulo
de esta obra, con tal de que puedan ser practicadas por el lector cuanto
antes si quiere mejorar sus relaciones sexuales de cara a iniciar su propio
proceso de crecimiento interior).

La excitación sexual más instintiva (lo expresamos sobre todo para las
lectoras de esta exposición) es aún necesaria, con tal de sostener hasta el
último momento nuestras sociedades y su organización interna. Porque no
se puede pasar de La Era Antigua a La Nueva Era espiritual de la noche a
la mañana, para expresarnos de nuevo en términos claros. Quizá haya
quien se haya acercado hasta esta obra esperando, ya, leer técnicas sexuales
"increíblemente modernas" con tal de reanimar su actual sexualidad.
Ciertamente, "reanimar" la actual sexualidad humana es una de los puntos
contenidos implícitamente en La Nueva Era, tiempo que anuncia y
proclama una mayor espiritualidad en todos los órdenes.
Pero decíamos que no se puede pasar "de súbito" de una sexualidad más
bien semianimal a una sexualidad espiritual.
A los más puristas religiosos podría "ofenderles" leer la palabra
"espiritualidad" al lado de la palabra "sexo". Constituye un error esta
actitud. La sexualidad, según suponemos, ya no debe ser ningún tema tabú,
por lo menos individualmente; ya no debería de serlo, desde hace algunas
décadas tal vez, en Europa y América. Sin embargo, aún lo es. No
hablamos de sexo en nuestras reuniones o hablamos del todo mal de él,
deformándolo, salvo los más jóvenes entre sí. Todo lo cual denota y delata
un claro "atraso" colectivo en lo concerniente a las relaciones del ser
humano con su propia sexualidad.
La evolución sexual ha de sucederse en el ser humano paso a paso. Por
eso los ejercicios y técnicas, unidos a los modales del amor que
describiremos en páginas posteriores representan únicamente el primer
paso del hombre y la mujer hacia su serena, paulatina y voluntaria —así
será el proceso, a nuestro parecer— conversión espiritual. Esto, en La
Nueva Era que todos podemos comenzar a poner en práctica ya, aquí y
ahora, como dicta la sabia ciencia del Zen.
Una sexualidad desinhibida, una sexualidad "reparadora" para el ser
humano, una sexualidad que "llenase" interiormente a cada persona, sería,
digámoslo cuanto antes, algo ciertamente distinto a lo que ahora se suele
vivir en grandes y modernas ciudades, tales como París, Roma, Nueva
York, Madrid o Barcelona...
Lo que vivimos en las grandes urbes es una sexualidad a la que se puede
calificar de "material", ya que no nos eleva espiritualmente ni tampoco nos
sacia cuando la ponemos en práctica. La sexualidad actual, en comparación
—como pronto vamos a ver— a lo que podría ser la sexualidad ideal para
el hombre y la mujer, es un juego de niños caprichosos y, más que nada, un
poco perversos.
Todos nos divertimos en ocasiones, sí. Sobre todo, cuando vemos
cumplidas nuestras fantasías eróticas...: Ser seducidos, seducir, "ligar",
"tirarnos a", "atraer y hacerlo con dos a la vez", etc, etc (siendo múltiples y
variadas las fantasías eróticas de las personas en las actuales sociedades).
Pero, ¿nos divertimos de verdad, es el sexo una verdadera fiesta gozosa
para mujeres y hombres al formarse en parejas? Esta es una pregunta
crucial. ¿No hay miedo, recelo, entre muchas de las actuales mujeres frente
a los hombres que conquistan o seducen, así como frente a "sus" hombres
(sus parejas)? ¿No se produce una gran inseguridad entre los hombres
actuales, por su parte, frente a una mujer que el arquetipo impone como
liberada, joven, ejecutiva, buena profesional? ¿No hay, realmente,
enfrentamiento oculto entre ellas y ellos a causa de la falta de equilibrio
entre la libertad sexual femenina y el machismo masculino? Sólo cuando
cese ese enfrentamiento subrepticio (escondido, no apreciable a primera
vista), las parejas podrán amarse de verdad con el amor más ideal. Pero,
preparando ya ese momento, hemos de comenzar —ahora y aquí— a amar
de otra forma. Pero, sobre todo y ante todo, a la hora de nuestra sexualidad,
a la que nadie quiere ni queremos renunciar, por supuesto, ya que en
verdad resulta uno de los pocos placeres agradables de los que aún se
puede disfrutar en la actualidad del mundo (toquemos madera, por si
acaso) ... gratis.
La ley de la evolución humana, como se sabe en círculos esotéricos,
contiene armonía, como todas las leyes que rigen lo terreno y, también, lo
cósmico. Por tanto el ser humano, al pasar de una sexualidad instintiva —
la actual— a una sexualidad racional e intuitiva (emocional), lo hará con la
armonía más serena —la propugnada por la Nueva Era.
Lo ideal es que cada pareja o cada persona, individualmente, realizase,
ya, un esfuerzo cotidiano con tal de sentir y experimentar mejor sus
emociones, comprender más sus deseos y, ante todo, con tal de dominar
más sus instintos básicos —no decimos "instintos bajos"— como la
sexualidad, tan cosustancial a la raza humana como a los animales. Así, se
obtendrían otro tipo de placeres en la intimidad, aparte de los placeres
físicos. Desde el punto de vista esotérico/iniciático (el referido a las
Iniciaciones ocultas), un aspirante a crecer interiormente —mujer u
hombre— un aspirante acaso a crecer espiritualmente, puede hacer el amor,
con tal de que conciba el acto sexual desde tres ideas inalterables (ya
comprendido el respeto necesario que se deben entre sí, siempre, dos
amantes sea en la circunstancia que sea):

a): Cada persona está rodeada de sí mismo —de sí misma— todo el


tiempo y sin cesar, de tal modo que nuestra pareja en la intimidad puede y
ha de ser considerada como una proyección de nuestro deseo puesta ahí,
ante cada cual. Podemos cumplir a través de ella, nuestra pareja, frases de
sentido iniciador tan profundas como "amar al prójimo como a uno
mismo", "dar para recibir", "sentir y expresar las emociones para Ser...",
etc.
Esto significa que, al ser la mente creadora —aunque es Conocimiento
sólo tratado de dominar por los iniciados—, resulta que "cuanto deseamos,
nos llega"; aquello que "fabricamos" mentalmente (con pensamientos,
sentimientos y palabras) nos vendrá tarde o temprano. Y esto es así, por
mucho que le cueste creer a la persona aún no iniciada (que es quien no ha
tenido hasta el momento el deseo de acercarse al mundo oculto). Pero
quien, aunque sea por curiosidad, "se pone" a analizar su propia vida, su
pasado, descubre —si se da capacidad de análisis suficiente— que no ha
estado rodeado o rodeada más que de sus propias creaciones internas. Tal y
como si se hubiera (hubiéramos) proyectado constantemente, en la pantalla
del exterior, nuestro mundo interior.
De esta forma, nuestra amante, nuestro amante, es dos "cosas" al mismo
tiempo: por un lado, en efecto, la persona que está ahí, en cuerpo presente,
alto, baja, grueso, guapa o guapo... Pero, por otro lado, ella o él —él o ella
— es, también, y de modo indudable para quien profundice en la realidad,
una proyección (podría decirse que hasta holográfica) de nuestro interior
en cada instante de nuestra existencia. ¿No te has fijado, amable lector, que
de repente "te enamoras"... y resulta que ella o él es "tal como soñabas, tal
como había deseado" con intensidad desde hacía algún tiempo? En efecto,
suele suceder, siendo así que entonces nace o surge una pasión en la que
todos y todas solemos decir (decirnos) poco más o menos que lo mismo
(en nuestros diálogos de amor que, por cierto, cada vez se dan menos
debido a la hipnosis colectiva, que va "in crescendo" a causa de nuestros
Medios de comunicación audiovisuales —que cada vez nos dejan ser,
pensar y sentir menos...—): "Es como si te hubiera conocido desde
siempre...", "Te tenía en mi mente...", "Eres tal como soñaba que serías...",
etcétera, etcétera.

Sólo atraemos a nuestra vida aquello que ya está en nuestro interior. Y


este es Conocimiento oculto que debe difundirse completamente, de tal
modo que su aplicación inteligente en nuestra vida cotidiana sea un hecho,
más allá de su uso en Las Salas iniciáticas, tanto de índole menor como
Mayor. Por tanto, sépase que el objetivo real del verdadero amor (el que
sirve para que una pareja crezca internamente al encontrarse en la vida) es
que cada cual se encuentre consigo mismo —consigo misma— en cada
instante de su existencia, a partir de cada relación sentimental. ¿Para qué?
Para saber qué tal te tratas a ti misma —a ti mismo—, en primer lugar. Por
eso, "vence" en su combate particular con la vida quien, sabiendo amar y
amarse a sí mismo/a a través de los demás, se realiza sin cesar.
Aquí y así vienen a comprenderse y a confluir todas las frases esotérico
—religiosas de contenido iniciador profundo, provenientes de todos los
Tiempos, tales como: "Ama a los demás como a ti mismo", "Trata como te
gustaría ser tratado", "Aquello que siembres, aquello recogerás...", etc., etc.

En definitiva, amigo lector —o amiga—, ¿qué se trata de saber y aplicar,


en primer lugar y del modo más útil y práctico? Lo siguiente: Cuando
decidimos unirnos a una persona es porque El Libro de la Vida, desde su
magia, nos está ofreciendo una nueva página de sí mismo para que la
rellenemos con nuestros actos. No hay momento más numinoso, más
trascendental en la experiencia humana, que cuando creemos haber hallado
lo que hemos dado en llamar en esta zona del mundo nuestra "media
naranja". Es un impacto, realmente, y en cada ocasión —porque puede
producirse muchas veces en la vida—, hallarla. Siempre creemos que, por
fin, somos seres completos al enamorarnos (tal como concebimos
actualmente el enamoramiento). Esto se debe a que se está cumpliendo La
Ley —en esta ocasión, en lo referido a la unión entre nosotros, a los
encuentros entre los seres humanos—. Por tanto, si se trata bien —
sagradamente— a cada uno de nuestros amores, iremos completando un
Libro de nuestra vida realmente ameno e interesante porque, mágicamente
entonces (no se olvide) la vida nos irá discurriendo de modo cada vez más
"especial" (de nuevo, puede leerse aquí "mágico"). Y, si no lo hacemos así,
nos "embarrancaremos" y nos autodestruiremos (caso de las parejas largo
tiempo unidas, que parecen "disfrutar" de atacarse entre sí constantemente,
insultarse, vejarse y hasta humillarse en público —cosas que, en realidad y
desde lo esotérico/espiritual, uno no se lo estará haciendo más que a sí
mismo (a sí misma); del mismo modo, quien asume el papel de soportar a
quien insulta, veja y así humilla...—.

Al ser la pareja nosotros mismos en realidad, al ser una creación literal


(aunque simbólica) de nuestros sueños, deseos y anhelos con respecto al
amor y al sexo, debemos tratarla —mientras dure el sentimiento nacido—
casi como una emanación divina ante nosotros (es Dios, El Todo, en este
sentido, quien nos la da...). El aspirante a practicar La Gran Sabiduría
Oculta en su vida cotidiana deberá, en este sentido, "trabajarse" a sí mismo
—a sí misma— a través de ella o de él, su amor en un momento dado. Y,
cuando así se hace, la pareja se torna mágica, se vuelve, incluso, divina...
siendo múltiples, diversos y variados los sucesos que entonces les
sobrevendrán a ambos, de orden y de carácter maravillosamente sagrado...
b): Todo es Energía —como aclara el hermetismo y las teologías
hinduístas, tántricas y búdicas— de tal manera que, cuando estamos ante
una persona desnuda, nos hallamos ante una energía determinada. El modo
como nos relacionemos con esa energía manifestada en cuerpo físico,
determinará nuestra vida, nos determinará como seres espirituales que
somos... Y esto es muy importante de comprender, ciertamente. A la pareja
sexual habrá que tratarla con profundo amor y respeto, con caricias, con
placer físico, en efecto, pero sabiendo que ese placer físico se puede
retardar lo más posible, sobre todo en el hombre, con tal de acumular
energía y hacerla "estallar' o "fluir" a voluntad en un momento
determinado. En la mujer, ese placer se puede y se debe multiplicar, ya que
el orgasmo femenino es símbolo potencial de la gran energía que se
representa sagradamente —la Naturaleza es femenina, como la energía del
cosmos— en cada mujer, lo que viene a determinar que ellas sean, sin
saberlo la mayor parte de las veces, verdaderas fuentes de poderosa energía
revitalizante, y hasta transformadora (basta con examinar cualquier
ejemplo cotidiano) para los hombres que pasan por sus vidas.
Es en este sentido y por estas causas por las que, en la actualidad, se dice
de las mujeres, si son adecuadamente ambiciosas, pueden conducir a un
hombre hasta lo más alto o hasta el mayor de los desastres —como
prueban múltiples casos y como cada cual puede comprobar por su
experiencia personal diaria—. El hombre que se une a una mujer —y
viceversa— sabiendo que ellos dos son en realidad fuentes de energía,
cumplen un símbolo al erigirse a ellos mismos, a ambos, en imitadores
serenos de lo que es divino en la tierra, en sentido
religioso/esotérico/iniciático. Y, al ser esto así, comprobarán que su
relación íntima adquiere una dimensión profunda, hasta ese momento
desconocida por los dos amantes.
No hay tal "pecado" ante la sexualidad que, en nuestra opinión, y según
nuestra interpretación de los textos sagrados fundamentales, no viene a ser
la causa de el hombre "como ángel caído" en el mundo. Cuanto más tabú
es el tema sexual, más represión se da en el ser humano. La sexualidad es
una función natural entre los hombre y las mujeres, como lo es el comer, el
dormir, el pensar, el sentir, o como habría de serlo buscar la trascendencia
durante la vida física.
Pero no es una función en torno a la que tenga que girar el pensamiento
de las personas, y mucho menos su sentimiento o sus palabras mas duras
(cuando no soeces). La función sexual habrá de cumplimentarse, en los
nuevos tiempos espirituales tan anunciados y pronosticados —de lo que
nosotros tan sólo nos hacemos eco—, de un modo sereno y tranquilo,
cuando no bellamente sagrado.

Hacer el amor debería ser un acto bello, hondo, profundo, atávico, del
que nadie debiera avergonzarse (ni aún los más fantasiosos), pero tampoco
del que nadie debiera jactarse.
Sin embargo, hacer el amor conlleva "manejar" una serie de secretos
ancestrales, cuyo sentido secreto o sagrado se ha perdido totalmente, y más
que nunca en estos albores de nuestro siglo XX (aunque, en realidad, en
materia sexual aún no hayamos experimentado nunca, como raza, el
verdadero placer, que es más interno que externo, tan mental como sensual,
tan físico como espiritual (en la sexualidad ideal). Queda aún mucho por
descubrir y experimentar, como va a quedar apuntado y desvelado en las
próximas páginas. Porque, ¿qué se une cuando una mujer y un hombre,
cuando una pareja que se quiera o desee de verdad, desnudos, se
contemplan y excitan mutuamente, con la finalidad de proporcionarse
mutuamente placer? ¿Son los dos sexos lo que se unen, siendo que por
fricción se desate el placer de ella y el placer de él, como el gran objetivo a
lograr? Esto ha sido así hasta hace poco tiempo. Sin embargo, los amantes
de la búsqueda, investigación y desarrollo de nuevas alternativas, disponen
ya en los mercados de libros especializados — sobre todo en los mercados
de libros esotérico/prácticos— textos que ponen en alza términos y
expresiones como ternura, saber amar, saber sentir, acariciar, dar masajes,
abrazar, dar al hacer el amor..., Todo lo cual es fundamental y prioritario a
la hora de afrontar una nueva actitud ante el sexo.

y c): Una pareja, aunque sea circunstancial, es la oportunidad que nos


brinda la vida, desde su magia, para demostrar nuestras virtudes y
cualidades, no para demostrar nuestros atavismos y nuestros instintos más
perversos, acaso, en un momento dado. Quien sabe dar, proporciona mucho
más placer que quien, también en sexo, pretende tan sólo recibir.
La serenidad física y mental en la situación sexual, incluso en la
situación de enamoramiento —tal y como hoy concebimos a ambas en
todos los países y ciudades del mundo— es imprescindible, ya que esa
serenidad conllevará haber apaciguado, al menos un tanto, el instinto
sexual primario, el que arrastra a decir, pensar y sentir de modo poco
adecuado con tal de disponerse a crecer interiormente, modo quizá más
proyectado acaso para vivir una película de acción violento/erótico/familiar
que una historia de amor de verdad. Acariciarse con serenidad, mirarse con
serenidad, rozarse y hasta ausentarse el uno del otro, con serenidad. Este es
un gran secreto para los amantes y las amantes que quieran luchar en
nuestra vida física con tal de que su amor perdure y los enaltezca como
seres humanos. Amarse con serenidad tiene efectos mágicos fulminantes
sobre la vida de la pareja, que comprenderá entonces el mecanismo oculto
que convierte a las parejas polares —aquellas "unidas ya en el cielo", desde
el lenguaje del gnosticismo esotérico cristiano, una de las ciencias más
sublimes que existen en la actualidad en lo referente al crecer interior del
ser humano de un modo práctico (Boris Mouravieff, como autor principal)
—, las convierte, decíamos, en aspirantes a trascenderse ellas mismas (las
parejas) mediante la fuerza del amor, esa gran desconocida aún en la
actualidad.

La comprensión del cuerpo como forma de profundizar en el ser humano


con el que se pretende la unión sexual, es un arte que, cuando es dominado
por un verdadero amante espiritual, por un ser interesado en crecer
interiormente, eleva la unión de lo masculino y lo femenino a ritual de
acercamiento a lo superior al hombre mismo, lo llamemos como lo
queramos llamar. Este es ya uno de los mensajes originales de la Nueva
Era: El amor en pareja como encuentro en la Tierra de almas similares, de
espíritus perdidos entre sí, y que sienten que se reencuentran del modo más
bello y emocionante en la vida terrenal. El amor como encuentro de iguales
entre sí es uno de los más hermosos sucesos que pueda experimentar una
persona. Las parejas que se han sentido unidas durante años saben de esto,
sin necesidad de haber estudiado a fondo religiones o temas ocultos. El
amor sostenido en el tiempo, el amor que ahonda poco a poco en el otro
miembro de la pareja, es transformador siempre hacia la experimentación
de la trascendencia, por ambas partes, por ambos miembros de la pareja.
Ese es el amor de la Nueva Era, ese va a ser indudablemente. Por eso
debemos aprender a amar, aprovechando cada oportunidad que nos brinde
la vida, aprovechando cada instantes sin vacilar. Utilizar el amor y el sexo
para sublimar la vida, para embellecerla, es un acto que funde dos pares
opuestos, desde el punto de vista esotérico, y que por tanto equilibra al ser
humano.
Queremos dejar bien claro que el acto sexual adquiere su mayor
dimensión, desarrolla todo su potencial, cuando se dominan ciertas
técnicas precisas, de las que trataremos seguidamente aquí, amable lector,
con tal de proporcionarle más resortes para encarar con éxito sus relaciones
íntimas, en un contexto de decidido crecimiento interior o espiritual. La
idea a recordar es la siguiente: Crecer interiormente no implica dejar de
hacer el amor, evitar sentir deseo sexual *.

(*Salvo que se haga voluntariamente con el fin de alcanzar a poseer una


enorme despensa energética interior, que puede convertirse, ciertamente, en
la antesala de la real experimentación de destellos de "iluminación", como
han sabido y experimentado los verdaderos místicos, como saben y
desarrollan a veces en sus teorías de filosofía práctica religiosa los lamas,
monásticos sinceros, los que sean —esto siempre— hombres espirituales
de nobleza probada.
El objetivo final de esta obra es el de proporcionar métodos, modos,
modales y maneras, que sirvan para afrontar la sexualidad de cara a La
Nueva Era espiritual, que tanto se anhela desde los ambientes alternativos,
desde los pensadores vanguardistas y desde el mundo oculto (esotérico), el
cual espera al hombre para desvelarle, al final del camino de esta era
humana, decenas y decenas de ideas maravillosas a partir de Las Grandes
Leyes Ocultas (ampliamente difundidas en la actualidad, en gran cantidad
de obras de índole esotérico/iniciático). Sublimar la sexualidad,
embellecerla, supone alcanzar un nuevo estado interior, a partir del cual es
posible comenzar una verdadera iniciación hacia el gran crecer espiritual).

El amor no posesivo
Saber amar no posesivamente (de un modo sensible) en el trance de
hacer el amor es indispensable. Esto implica haber superado un proceso de
cierto crecimiento interior, ya que sin que se haya producido esa
transformación en el ser humano éste no podrá avanzar espiritualmente de
ningún modo. Pero hay que saber que el ser humano se relacionará con el
sexo contrario de otra manera cuando posea mayor autoconciencia de sí
mismo.
Y como se trata de ser lo más prácticos posibles para que el lector tenga
la mayor cantidad de información útil, con tal de efectuar por propia
voluntad el gran cambio en sí mismo hacia una sexualidad más
trascendente, más espiritual en último término, vamos a comenzar por
precisar una serie de diferencias básicas entre la sexualidad instintiva (la
que practicamos hoy los seres humanos) y la sexualidad emocional (la que
dota de su verdadero sentido —como veremos— a la intimidad entre un
hombre y una mujer).

Diferencias básicas entre:


1) La sexualidad instintiva 2) La sexualidad emocional
Rápida Lenta
Tensa Relajada
El orgasmo como objetivo El orgasmo como energía
SATISFACCION SUPERFICIAL SATISFACCION PROFUNDA

Y no; no ha de ser un problema la sexualidad para el buscador espiritual


sincero. Entre otras cosas, porque será capaz de concebirla como un acto
natural entre los hombres y las mujeres y, sobre todo, como una
oportunidad única de ejercitarse en el amor de verdad (aunque sea en el
transcurso, para ser claros, de una aventura sexual, tal como hoy
entendemos la intimidad esporádica entre hombres y mujeres).
EL amor de verdad es el amor que sabe dar. El problema comienza
cuando la persona "se complica", e intenta justificar su vida en el mundo
según su mayor o menor número de conquistas sexuales o aventuras
sentimentales. Ante todo, lo que debería ser tomado en cuenta siempre es
que, cuando dos personas se desean o se sienten mutuamente atraídas entre
sí, lo que se está produciendo, sin lugar a dudas y desde el punto de vista
ocultista, es un verdadero encuentro espiritual... Un encuentro entre dos
energías —como adelantábamos antes— que han "conectado" en un
instante determinado. No hace falta —salvo estudiosos abnegados— que
cada cual se ponga entonces a analizar qué tipo de "encuentro" con su
propio destino le ha deparado la vida en cada ocasión (aviso para
navegantes) sino, más bien, que cada cual sí tratase entonces del modo
correcto a la energía (la persona) que ha atraído hacia sí en cada
oportunidad. Porque tal como tratamos a nuestros amores, así somos, así
seremos, y así, en definitiva, podremos ser juzgados... por nosotros
mismos. Lo anterior no debe olvidarse nunca. Por tanto, el buen buscador
en su interior de lo espiritual tratará a sus parejas sexuales no sólo como le
gustaría ser tratado a él mismo (a ella misma), sino como un amante que
sabe dar. Y este dar, este ofrecer, abarca un gran placer, tanto físico como
emocional. Abarca orgasmos para quien los pretenda, por supuesto, y
abarca, incluso, la posibilidad de mantener relaciones esporádicas (el
camino del crecer interior no es imposible para nadie) si un ser humano,
aspirante a iniciarse, así lo deseara y decidiera.

La cuestión es convertir cada encuentro sexual en una pequeña obra de


arte, realizada "a dos". Para ello, habrá que saber conocer realmente a la
persona con la que estamos, habrá que saber unirse perfectamente a ella. Y
no estamos hablando de un "saber conocer a fondo" a nuestros amantes, a
cada uno de ellos o de ellas acaso. Quizá, estemos viviendo en un
momento dado una situación en la que no importan ni los nombres ni las
direcciones de quienes se desean. Pero el acto sexual en sí ha de ser un acto
de gran sinceridad y un acto de gran desarrollo emotivo para ambos,
además de un acto puramente de placer, si se quiere sentir la felicidad de
ser a través del acto de amar, sabiendo amar.

Examinemos a continuación cada una de las diferencias que antes


señalábamos, y que del modo más claro establecen dos tipos de sexualidad:

1): Una sexualidad no regida por la voluntad del ser humano


—Que actúa instintivamente, desde la parte baja de la columna vertebral
cuando no está comprendida la importancia de MULADHARA/Chakra, la
fuente de la energía humana, en la base de la columna vertebral, como
tanto ha expandido ya el budismo esotérico.

2): Aquella sexualidad más dominada y controlada,


—Desde la persona que convierte su vida en un continuo crecer interior,
con tal de mejorar como ser humano durante el transcurso de su vida física
en nuestro mundo actual—.

La sexualidad instintiva es rápida porque se basa en una falta de dominio


—sobre todo por parte de los hombres— de sus movimientos pélvicos al
realizar el coito.
Hay que pensar que, cuando hacemos el amor, lo que en realidad se
mueve es "la cola" de nuestra columna vertebral, su zona inferior. Nuestro
cerebro capta la información suficiente exterior como para arrastrarnos
instintivamente hacia el deseo de poseer o amar físicamente a una persona
y, entonces, se inicia el mecanismo instintivo de nuestros movimientos
pélvicos, que pueden llegar a ser seguidos más o menos sincronizadamente
por la mujer, la cual, sin embargo, al estar más evolucionada que los
varones en este sentido, no siente tanto la necesidad de moverse
compulsivamente cuando el pene masculino se halla en su interior. La
mujer no pierde tanto "los papeles" como el hombre, en general, cuando
ella hace el amor. Ella es más consciente de la ternura, del amor aplicado,
de las sensaciones infinitas que puede proporcionar unirse sensualmente a
la pareja amada. El hombre es más "tosco" en lo referente a este tema. Él
se excita "hacia fuera", su pene lo obliga a "seguir" su impulso cuando "se
levanta", demostrando excitación instintivamente. Él ve los senos
entallados de una señorita y siente deseos de poseerla. Ella, en cambio, ve
a un hombre que le gusta y siente que le gustaría amarlo y ser amada. Las
actuales poses femeninas, tratando de demostrar que ellas también saben
llevar la iniciativa sexual con los hombres, son pasajeras. La mujer sabe en
el fondo de sí misma que al abandonar la feminidad se abandona a sí
misma, y la Naturaleza siempre la "llamará" hacia su condición de mujer,
más allá de modas o avatares del siglo que a cada cual toque vivir. La
fuerza de la Naturaleza —lo decía claramente Schopenhauer— tiene su
propio movimiento interno y actúa con sus propias leyes sin cesar. La
Naturaleza posee su propia voluntad creadora, por eso nos sostiene en el
mundo, por eso tiende a la vida, creando múltiples formas distintas, por
ejemplo, en el reino animal. Pero la Naturaleza va desapareciendo cada vez
más de nuestro mundo "altamente" civilizado y tecnificado, como lo
queremos calificar los propios seres humanos. Va desapareciendo, en la
misma medida que nos vamos alejando de nuestros comportamientos
ideales, más espontáneos y naturales. De hecho, esos comportamientos no
los hemos cultivado nunca. En su evolución, el ser humano no ha hecho
más que iniciarse a sí mismo.
Nos hallamos en el alba de lo que el hombre ha de llegar a ser y a hacer
de sí mismo. Por tanto, nada hemos perdido porque nada hemos tenido. Es
la propia persona, cada individuo de nuestras sociedades, quien en estos
albores del siglo XX puede —y debería— transformarse a sí mismo en un
ser mejor. Ya tenemos a nuestro alcance una inmensa red
intercomunicativa —que creemos mal usada, sin embargo, todavía—. Ya
podemos viajar rápidamente por los aires, podemos —o creemos poder—
reflexionar, tomar decisiones (aunque no demasiado sensatas aún, en la
mayor parte de los casos)... Pero aún no hacemos mínimamente bien el
amor, aunque creamos que sí.
Nuestra sexualidad instintiva es rápida porque tiende al placer
momentáneo, a las conquistas fulgurantes por el placer de poseer a una
persona determinada, ya sea por su atractivo, su encanto físico, su status
social o su poder de ayudarnos a vencer el atávico malestar ante la vida, de
la cual apenas conocemos nada pese a los continuos y cada vez más
sofisticados descubrimientos de la avanzada ciencia materialista. Es una
sexualidad rápida, que tan sólo "dura" —según los criterios actuales— o se
prolonga muchas horas seguidas en la adolescencia, o cuando todavía se es
un hombre o una mujer joven. Después, tiende a convertirse en la mayor
parte de los casos en una "carga", si no en un conjunto de reproches ocultos
hacia la relación de pareja en sí. Y, esto, por no saber amar en realidad,
idea ésta, la de saber amar, ya preconizada en el pasado por pensadores de
la talla de Ovidio, Sthendal o Erich Frömm, sin ir más lejos...

No sabemos realizarnos a través de nuestra sexualidad actual. Y esto es


importante que se asuma sin complejos, sin rechazos a la idea antes de
profundizar en los argumentos que vamos a exponer a continuación del
modo más claro. El movimiento bajo de nuestra columna vertebral cuando
realizamos el acto sexual es instintivo. Y, mientras permanezca siendo
instintivo, el ser humano no podrá amar de verdad a su pareja, ni podrá
realizarse a sí mismo —o a sí misma— a través del sexo. Al acoplarnos de
este modo instintivo, atávico, no abrimos del todo los ojos, los
mantenemos semicerrados, realizando gestos como de dolor pero que son
de placer con nuestra cara; fruncimos los labios, jadeamos, gruñimos,
forzamos la eyaculación o, en casos, ni la forzamos, siendo entonces
"eyaculadores precoces", según la teoría sexual al uso hoy en día.
Lamemos la zona vaginal y el clítoris y labios adyacentes de nuestras
parejas femeninas y deseamos que ellas laman, besen, succionen nuestro
pene. E, incluso, se llega a pagar en el mercado del sexo por ser lamidos y
succionados por el glande o pagamos por ver cumplidas las propias
fantasías erótico/sexuales. Además, nos perdemos en ideas variopintas, que
van desde "el orgasmo múltiple" hasta la posible retención voluntaria de la
eyaculación por parte del hombre, creyendo que el placer masculino
consiste en los espasmos que se sienten al expulsar semen y en las
corrientes nerviosas que nos inundan. El orgasmo ideal sería aquel que
encendiese nuestros centros energéticos, dicho sea de paso, aquél cuyas
energías "refluyesen" hacia dentro. Esto se logra cuando dos seres
humanos, amándose verdad, respiran al unísono al entregarse mutuamente,
o complementan entre sí el sonido de sus respiraciones, de sus voces, de
sus vibraciones anímicas, ciertamente. Las prácticas de unión espiritual
iniciática entre una "pareja polar", esto es, que se considere a sí misma
como un encuentro entre iguales, entre porciones pertenecientes a un
mismo espíritu,
son altamente beneficiosas para las personas que las practican. Consisten
en vibrar la voz al unísono, cantando juntos o al hablar, al orar e, incluso, si
se hace tal como están los tiempos hoy en día, al rezar... Sin embargo, este
es conocimiento que se vendrá a aceptar del todo, en nuestra opinión, en
poco menos que una década, no ahora. Nadie querría aceptar claramente en
las actuales sociedades materialistas que una pareja cuerda rezara unida a
su divinidad, fuera la que fuera. Por eso, de momento, lo que hay es que
lanzar ideas sencillas, que aceptemos todos. En eso nos esforzamos en este
pequeño manual, amable lector.
Por otra parte, existen múltiples tratados sexuales que se decantan en la
actualidad —y desde hace ya algunos años— por una sexualidad libre, sin
tapujos, excesiva probablemente en muchas ocasiones ya que se inunda a
las gentes de gran cantidad de información detallada sobre un tema que,
ciertamente, sólo puede practicar y aprender cada cual desde sus propias
tendencias y características internas, si realmente se supiera amar y hacer
el amor, o se intuyera cómo hacerlo bien.

La sexualidad instintiva es también tensa porque no es utilizada en la


actualidad para relajar a las dos personas y proporcionarles, a ambas,
instantes de poderoso intercambio energético y sentimental. La sexualidad
es utilizada en las sociedades actuales —en un hábito que se ha extendido
hasta las sociedades hasta hace poco tribales— para crear tensión entre dos
personas, tanto desde el momento en que dos personas se sintieron atraídas
mutuamente hasta los instantes en los que se desean íntimamente tras
conocerse.
En la actualidad, se practica una sexualidad "peliculera": Hacer el amor
en el lavabo femenino de una discoteca hipermoderna, tener un amante y
hacerlo con él con nervios y con prisas —"con pasión", se dice—,
intercambiar la pareja con otra pareja amiga o desconocida... Éstas son
situaciones —podríamos haber nombrado otras muchas de la misma índole
— "de película". Nos las creamos, en efecto, nosotros. No son reales.
Porque el objetivo de hacer el amor —aparte de cumplimentar el instinto
de procreación humana llegado el momento— es sentir placer, sí, pero no
solamente el placer orgásmico que se produce en el hombre al eyacular
hacia fuera, y en la mujer al hacerlo hacia dentro. No solamente ese placer,
sino otros más que, en conjunto, forman parte de la verdadera sexualidad,
la que deberíamos practicar las mujeres y los hombres cada vez en mayor
grado, si queremos trascender el actual estado de cosas en el mundo,
realizando una transformación personal hacia el necesario crecimiento
interior para que la raza humana pueda afrontar la entrada al tercer milenio
con garantías de sentir y vivir mejor de lo que ahora siente, de lo que hoy
en día vive.
Léase con atención lo siguiente, que consideramos muy importante:

Realizaremos a continuación —con tal de abundar más en las diferencias


básicas existentes entre la sexualidad instintiva y la sexualidad que debería
considerarse como el ideal a alcanzar— una exposición clara en torno a
una serie de "olvidos" vitales que los hombre y mujeres actuales
"cometemos" indebidamente en nuestras relaciones más íntimas:
2. Del sexo instintivo a la sexualidad ideal
Nos hemos olvidado del placer de oír cosas bellas . Nos hemos olvidado,
o, simplemente, no queremos saber que también puede darse en las
relaciones de pareja, sean las que sean. Incluso al conquistar a una
desconocida, o a un desconocido, un fin de semana cualquiera, incluso
entonces, el acto de seducción debiera ser un acto repleto de palabras
poderosamente bellas. En vez de "qué buena que estás", por ejemplo, como
método para tratar de excitar a la pareja, o, la mayor parte de las veces,
para tratar de excitarse el hombre a sí mismo, lo que habría de decir, en vez
de eso, decimos, es "me gusta tu pelo", por ejemplo. Y quien escuchara ese
"me gusta tu cabello" sentiría, así debiera ser, ya, gran placer interno.
Decirnos lo que nos gusta de la otra persona, expresar nuestros mejores
pensamientos y sentimientos, nos produciría placer en nuestro entorno
íntimo, el de las parejas más normales, el de todas las parejas al fin y al
cabo. Lo lastimoso de las películas de amor, tanto las maravillosas de antes
como las más modernas, es que nunca nos mostraron —a ninguno en
ninguna de las generaciones de la era de la TV.— lo que sucedía "después".
En este sentido, nos vendían la parte clara del amor, pero no su cara oculta.
Y es que como un ser humano no haya realizado cierto trabajo interior
como el que desvelamos en estas páginas —entre otros de la misma índole
acaso— no será feliz en su pareja, sobre todo cuando pretenda que ésta sea
estable. No es lo mismo mantener una aventura sexual, en la cual el ser
humano puede (podemos) interpretar todo tipo de "roles" y fantasías, que
mantener una pareja larga, llevándose bien en el tema íntimo. Esto es algo
comprobado, imaginamos, por todos.
El problema es que no se han hecho películas, siguiendo en la misma
línea de pensamiento, que hablaran de la profundidad que puede adquirir la
relación entre una mujer y un hombre, una vez deciden formar una pareja
que dure, en principio, de por vida. No se ha hablado suficiente sobre el
"después", siendo así que como no se profundice un tanto en lo que es la
vida, y lo que debe ser la función de la sexualidad humana, lo más
probable es que se acabe siendo infeliz. La unión entre una mujer y un
hombre, bajo los parámetros evocados por la Nueva Era, es algo muy
importante. Pero no importante, de tal modo que deba durar toda la vida o
que deba ser un lazo inquebrantable que haya que mantener hasta el final
de la existencia. No, no es este nuestro pensamiento. Lo que queremos
decir es que cada ser humano debe hacer el amor según su tendencia, según
sus fantasías, siempre que no dañen a nadie, según sus deseos en
definitiva... Así es. Decir lo contrario significaría poco más o menos que
imponer una forma de amar, lo cual es en todos los casos desdeñable. Sí,
así es, la libertad sexual es imprescindible, ciertamente; pero una libertad
sexual que conduzca a un mayor respeto de las personas, tanto en la
intimidad entre sí como en sus relaciones exteriores, en trabajos, en
hogares, en las calles... Y el amor en la intimidad de las parejas bien
avenidas, las que saben que su unión puede llegar a simbolizar el amor en
la vida de la Tierra, debería ser un acto creativo y, ante todo, profundo. Y,
esto, insistimos, aunque se tratase de dos personas que se acaban de
conocer y deciden intimar, aunque se tratase de una aventura anónima, o
como lo queramos llamar y seguir viviendo así en este tiempo en que nos
ha tocado a todos vivir. Aunque fuera un acto sexual nacido de la más pura
atracción, ese acto debe ser respetuoso y profundo, nunca lo contrario.
Llevar a la práctica una sexualidad rápida y excesiva —por no querer
llamarla sudorosa y ramplona— supone, simbólicamente, una denigración
del ser humano que la efectúa de esa manera. No lo entendamos esto
exageradamente. No estamos diciendo que la persona que siga lo que le
dicta su instinto en materia de sexo y en un momento dado lo haga mal.
No. Simplemente, queremos decir del modo más claro que lo hace, ya, de
un modo "pasado de moda", para emplear una expresión al uso. Lo
vanguardista y moderno, lo espiritual, lo concerniente a la Nueva Era,
ciertamente, es hacer el amor con siete modales principales ante todo:

Los 7 modales del amor de verdad

1) La sinceridad, 2) la serenidad, 3) la sensualidad, 4) la sensibilidad, 5)


el uso sensual de la voz, 6) las técnicas íntimas basadas en saber dar y
darse y 7) las técnicas sexuales basadas en el amor como Energía.
Hablaremos a continuación del sentido exotérico de esos siete modales
(su sentido convencional), con tal de repasar nuestra actualidad sobre lo
que es importante aplicar a la hora del amor, tanto en el momento de
enamorarse como a el instante de intimar. Al final de la obra, ya en las
postrimerías del tercer capítulo, ofreceremos el sentido esotérico, y por
tanto crucial para la vida, de los cuatro primeros modales —que son
básicos—. Ahora, expondremos lo siguiente:

La Sinceridad se aborda como modo de ser francos con nuestros


semejantes, pero más que nunca, con nuestra amante, con nuestro amante.
Sinceridad para dejarse conocer realmente y sinceridad para entregarse a la
relación con la propia verdad por delante...
En un mundo ideal, los seres humanos harían el amor a partir de
afinidades iguales entre sí, porque de esta forma encontrarían un gran
placer al relacionarse, y "reconocerse" iguales, o parecidos,
"reencontrándose" entre los demás seres humanos. También, a partir de
afinidades contrarias, por supuesto, si continuáramos con este
razonamiento. La cuestión sería complementarse anímicamente —desde el
alma— no físicamente —desde los cuerpos—. En nuestro mundo actual,
deberíamos comenzar a hacer el amor profundamente, como animamos
desde esta obra, los seres que tuviéramos algo interesante que aportarnos
entre nosotros, desde la admiración mutua y real que sintiéramos (tanto él
hacia ella, como ella hacia él). Y, esto, por encima de las atracciones físicas
que, en realidad, son un "invento" propiciado por las diversas modas
imperantes. De esta manera, devolveríamos su trascendencia al sexo entre
los seres humanos (nunca aún la ha tenido en realidad, ya que pocos hasta
el momento han tratado la sexualidad como un verdadero arte sagrado).
Hacer el amor debiera ser, cada vez más, un acto de honramiento de las
personas entre sí. Un acto de gran placer también, por supuesto, ya que
continuamos siendo seres humanos con nuestras actuales funciones físicas,
que hemos de cumplimentar hasta el fin de esta etapa evolutiva de la
Humanidad, según nuestra capacidad de conclusión. Existe el sexo y, por
tanto, debe darse el sexo por el momento. Es claro. Sin embargo, la
sexualidad no debiera desarrollarse en el sentido de excitar cada vez más
nuestros instintos animales, sino en el sentido más claro de excitar cada vez
más nuestra curiosidad por el mundo, por la vida y por lo humano, debido
a los pequeños y grandes placeres que el hecho de existir nos debiera
causar constantemente desde nuestro alrededor. Alguien que en su propia
existencia y en su entorno sentimental quisiese amar de un modo más puro
y más noble, con tal de ayudarse de la fuerza del amor para crecer
interiormente a gran velocidad, lo que debería hacer es seguir lo que aquí
estamos diciendo del modo más simple, pero al mismo tiempo importante.
El amor es una fuerza, es energía poderosa —como esbozamos en el tercer
capítulo de esta obra— y, por tanto, hay que conocerla para aplicarla bien
sobre lo humano.
La sinceridad de pensamiento y palabra es vital para hacer del acto
sexual entre una mujer y un hombre un acto simbólicamente sagrado, un
acto de enaltecimiento de los participantes en el amor que se consuma
físicamente. Desde el punto de vista hermético, la sinceridad atrae la
sinceridad, las palabras serenas atraen palabras serenas y, por tanto, el acto
sexual ha de nacer de la sinceridad y de la serenidad del deseo. Entonces,
en estas condiciones, aparte de gratificante para ambos miembros de la
pareja, la sexualidad se convierte para el aspirante a crecer interiormente
en un gran reto personal ante sí mismo o ante sí misma. El deseo de poseer
el cuerpo de otra persona se convierte en deseo de profundizar en el
interior de quien realmente es la persona que nos gusta en un momento
dado. Y en este instante se alcanza una suerte de estado superior de
conciencia, a partir del instante exacto en el que el ser humano renuncia a
una sexualidad instintiva, con tal de asumir una sexualidad más
trascendente, más completa, de más calidad. Una sexualidad mucho más
serena, debido a que se supiera todo el tiempo, sin olvidarlo, que las
vibraciones serenas producen beneficiosos efectos para el ser humano que
las propaga desde sus pensamientos, desde sus sentimientos y desde sus
actos.
La voz del hombre ha de serenarse mucho durante el acto sexual, a la
vez que dijera palabras sentidas y sinceras sin cesar o a la vez que dedicara
caricias profundas, amables y hasta excitantes a su pareja. Al serenarse la
voz, las situaciones se calman en torno al ser humano, lo que produce otro
estado de la realidad alrededor de los amantes. En este contexto, es posible
amarse del modo correcto, que es con gran profundidad. Al amarse así, dos
personas acariciarán sus cuerpos entre sí eliminando daños, eliminando
tensiones mutuas cotidianas, diciendo palabras bellas, hermosas acaso,
veraces siempre, sintiendo que el orgasmo físico a veces ya no es lo más
importante en primer lugar, sino los sucesivos placeres psíquicos incluso
que se podrán ir sintiendo, experimentando, en las condiciones señaladas.
Entregarse mutuamente con amor humano, dejando el deseo en segundo
lugar: Este es el objetivo humano prioritario, si se quiere, si queremos
crecer todos como raza lanzada a gran velocidad hacia lo más lejano del
cosmos —o lo más cercano, si fuéramos hacia un solo punto central—. No
puede evolucionarse con velocidad; ni siquiera puede hacerse
contraviniendo las leyes de la evolución humana. Quiere decirse, que no
puede "forzarse" el proceso. El ser humano evoluciona a su paso y sólo a
su paso. Lo que sí puede conseguirse es avanzarse a lo que ha de ser y
procurar ir incluyendo cualquier evolución en nuestra vida de un modo
paulatino, de una forma comedida incluso, con tal de no provocar grandes
desequilibrios en nuestro entorno. Nadie puede cambiar de la noche a la
mañana, resulta evidente. Del mismo modo nadie va a transformar su
sexualidad de una fase instintiva a una fase más sensual acaso, más
sensitiva, de un rato para otro. Esperamos que nunca haya quien lea esta
obra y, al momento, quiera poner en práctica, al verlo lógico y de sentido
común, lo expuesto hasta aquí. No lo lograría. Es necesario un aprendizaje
sereno y tranquilo de aquello que un día nos traerá serenidad y tranquilidad
interior. Del mismo modo, una transformación a mejor de las relaciones
sexuales ha de hacerse con la serenidad del que sabe lo que hace y para
qué, con la tranquilidad de quien prefiere crecer interiormente y ser más
consciente de la realidad que aquél que prefiere no saber, no conocer la
vida y alimentar más y más y sin límite su ego... sin nunca aprender a
amar, que es lo peor ya que La lección que se viene a aprender en esta vida,
sea uno un ciudadano japonés o un ciudadano americano, uno ruso u otro
español, es la lección del amor. Y, esto, por mucho que entre todos nos
empeñemos en creer que ya amamos o que un día, pronto, lo haremos, en
cuanto queramos... Porque no, no es así, no. Desgraciadamente, damos en
pensar, no es así. Amar de verdad sitúa al hombre ante su propia carencia,
la más dramática y profunda en su psicología como raza, la de que no
sabemos amar porque, lo que es más atroz, nadie nos enseña en nuestro
crecimiento físico (por edad) y en nuestro crecimiento mental (por
experiencia). Y no porque lo hayamos olvidado, sino porque nunca lo
hemos sabido, en realidad. Nunca se olvide que los seres humanos estamos
evolucionando desde un pasado remoto hacia un futuro lejano y en este
presente, en el momento exacto en el que vivimos, no estamos sino en un
punto determinado de nuestro crecimiento colectivo como raza cósmica,
destinada a ser grande, ya que evolucionamos de menos a más, de lo menor
hacia lo mayor, de lo instintivo hacia lo espiritual, ciertamente, centuria a
centuria, década a década, año a año...

Las caricias en el amor sexual son importantes como modo de


demostrarnos a nosotros mismos que sabemos tocar, tocarnos en realidad,
sin complejos, sin temores, con los ojos bien abiertos, con sensualidad
desde nuestros labios y con serenidad desde nuestras miradas... Más bien,
imitando a nuestros actores de cine favoritos los cuales nos enseñan (de
modo inconsciente por su parte) cuáles son nuestros ideales colectivos a la
hora de relacionarnos y amarnos (en las películas donde haya escenas de
amor de verdad, o las hubiera, de las cuales cada vez quedan menos y
menos, ciertamente...).
Una mujer sabría con rapidez si un hombre la ama de verdad o no si él le
habla mirándola a los ojos al dirigirse a ella, si él la acaricia suavemente y
profundamente cuando haya de hacerlo así también, y si él, en último
término, se introduce en ella, al penetrarla sexualmente —mientras el
hombre tenga que seguir penetrando sexualmente en la evolución
imparable desde la animalidad hasta la total humanidad— con un respeto
irreprochable, y, esto, por muy apasionadamente que lo hiciese en un
momento determinado.
Hasta en las fantasías sexuales compartidas a dos en una pareja hay que
respetarse en último término, ya que, si no, lo que el hombre y la mujer
"crearán" a su alrededor con sus estados mentales será problemas, dramas,
equívocos, celos, pasiones desatadas... Una vida falsa, en realidad; sobre
todo, desde el momento en que la persona sabe que la vida real es llana,
simple y sencilla. Tanto, que consiste sólo en amar. En amar... tras haber
aprendido a amar, como decíamos. Amar la Creación, en efecto, lo que no
es tan fácil como pueda parecer. Lo que se necesita para aprender a amar,
incluso para aprender a hacer el amor en pareja, es una gran nobleza
interior, que nos relacione siempre noblemente con la vida, con nuestro
interior y con los demás. Al estar "junto a alguien", un ser humano como
nosotros, como nosotras mismas, tenemos una excelente oportunidad para
ejercitar nuestra capacidad de amar. Y aunque se trate de una aventura
esporádica lo que estemos viviendo, ¿por qué no efectuarla desde la
sinceridad? ¿Por qué no hacer el amor para aprender a amar al mismo
tiempo? La energía que desprenden dos seres que se funden entre sí es
ciertamente extraordinaria, desde el punto de vista iniciático hacia los
conocimientos de índole superior. Ciertamente, cuando dos personas de
sexo contrario se unen se genera un calor infrecuente, un desprendimiento
de energía fundamental. De ahí que los hijos, cuando son concebidos a
partir de actos profundos de amor, nacen con más suerte personal —sin
excepción— que aquellos otros que son concebidos más instintivamente
(en términos generales y sin querer dogmatizar con lo apuntado en la línea
anterior, simplemente como referencia que sería interesante ser investigada
—así lo proponemos— por el sociólogo interesado...).

El hombre ciertamente ha olvidado también el placer de recibir caricias y


darlas. Creemos que acariciamos a nuestra pareja cuando amamos, pero no
es así en realidad ni absoluto. Tomemos como punto de referencia lo que
vemos en las películas cinematográficas, donde muchos de los guionistas y
creadores actuales reflejan —de modo inconsciente por su parte— lo que
debería ser el acto sexual ideal entre una mujer y un hombre: ciertamente,
procesos de seducción muy interesantes basados en palabras sinceras e
inteligentes, en pausas, en miradas, en sabias esperas y en caricias
interminables,... El cine de hoy nos muestra ideales actitudes sexuales en la
intimidad de los personajes. Actitudes, como sería fácil probar con
ejemplos cotidianos, que pocos imitan en las ciudades que estamos creando
a la vanguardia de nuestras sociedades. Se sale "anonadados" de las salas
cinematográficas, pero sin la idea de "imitar" o llevar a cabo en la propia
existencia lo que se acaba de visionar y oír del modo más "estéreo" posible
(dado los avances de la técnica) en la historia de amor entre el protagonista
y la protagonista, y en lo referido a su sexualidad. Y, ¿por qué nos gusta
tanto ver en la pantalla algo que luego no practicamos en nuestra vida
diaria? ¿No será que el ser humano se siente aún incapaz de ser quien él
es? Porque si dos actores pueden interpretar en el cine un gran amor o una
relación muy profunda repleta de matices y de buenos tratos entre ambos
—aún en medio de los mayores dramas—, ¿por qué no podemos todos los
demás vivir sinceramente lo mismo en la vida? Pues no; ellos —muchos, al
parecer— prefieren tener como héroe a "Rambo" —como ideal a imitar
incluso a la hora de seducir— mientras que ellas prefieren tener como ideal
a Richard Gere, sin exigir de antemano que su chico, su hombre un día
quizá, tenga al menos algunas de las cualidades y disposiciones que ese
actor —al que admiramos por su labor cinematográfica y por su gran
dedicación a la causa budista tibetana, y al que honramos por sus obras
desde aquí, al nombrarle—. Claro que no todos los varones van a poder
parecerse a ese actor norteamericano de ojos para muchas mujeres
sensualmente rasgados, casi orientales; pero sí, al menos, podrían besar
como él besa en la pantalla, mirar a sus parejas como él las mira, seducir
con inteligencia y con pausas. Habría que profundizar sobre las más
interesantes técnicas de seducción, las que fueran ideales para una época
como la nuestra, de tanta falta de intercomunicación entre mujeres y entre
hombres, de tanta incapacidad para vivir el amor y el sexo de un modo
mucho más natural, relajado y sereno, en todos los aspectos, tal y como
vamos a tratar de desmenuzar, aunque de un modo general, en esta obra.
Lo que aseguramos de antemano es que el lector que ponga en práctica los
modos y maneras que le estamos señalando logrará sentir mucho más
placer que antes en sus relaciones sexuales, del mismo modo que verá
aumentado su poder de seducción personal y su particular encanto sexual.

Nos olvidamos, también, de el placer de ser uno —o una— mismo,


desnudo/a ante otra persona. Fingimos "poses de conquistadores", con lo
que ello conlleva de pérdida de naturalidad y espontaneidad en las
relaciones. La mujer llega ante su primer acto sexual con los hombres
actuales más preocupada de su cuerpo que de la sinceridad de su pareja, y
el hombre, por su lado, llega más preocupado de su ego conquistador que
de su capacidad de amar de verdad. No se vivencia, en este sentido, lo que
habría de ser el placer de sentir que otra persona se nos entrega del modo
más profundo, al desnudar su cuerpo ante nosotros. Ello, en una sociedad
ideal, requeriría todo nuestro amor, toda nuestra sensibilidad, nuestras
palabras más sinceras y nuestras caricias más sabias y profundas. Sin
embargo, es obvio que la mayor parte de las personas —más todavía las
que no están implicadas voluntariamente en un proceso de crecimiento
interior serio— andan más preocupadas de conquistar y seducir que de
aprender a amar del modo correcto, con tal de que ese amor los haga más y
más sensitivos y con tal de que la propia sexualidad se convierta, al
practicarla, en una verdadera fuente de energía interior hacia el bien, hacia
lo noble, hacia lo espiritual.
Se puede realizar una búsqueda espiritual comprometida y repleta de
experiencias vitales y, al mismo tiempo, hacer el amor de un modo
gratificante, excitante e, incluso, reparador de las tensiones acumuladas en
nuestro cuerpo y en nuestra mente a causa de los males diarios que a todos
y a todas nos acosan, más que nunca, actualmente.
El placer de intercambiar energía de un modo consciente es otro de los
olvidos lamentables a la hora de hacer el amor.
Saben bien los practicantes modernos de El Tantra que todo es energía
en constante transformación —del mismo modo que lo sabe ya la física
cuántica y que lo supo y difundió el gran sabio Einstein—. Los seres
humanos somos también Energía manifestada, y del modo más concreto.
Por intercambios energéticos, atraemos aquello que pensamos, decimos y
sentimos, como se sabe también desde la ciencia oculta ya desvelada. Por
esos mismos intercambios, nos atraemos los unos a los otros o,
simplemente, nos rechazamos sin miramientos.
Somos aquello que sentimos y tanto nuestros sentimientos como
nuestros pensamientos son, en definitiva, formas de la misma energía. Por
tanto, como preconiza El tantrismo cuando es bien entendido y aplicado —
olvidando ritos ancestrales y concentrándose en las necesidades de la
actual época humana—, la relación entre una mujer y un hombre es mucho
más importante de lo que le pueda parecer a un "profano", a un hombre
material, a un no crecido interiormente, en definitiva, a un hombre no
iniciado.

El sexo como energía

El hombre es energía masculina y la mujer es energía femenina, siendo


ambas ciertamente complementarias. De este modo, la unión entre ambas
energías, al encontrarse en la vida, debería ser perfecta, con tal de lograr
trascender el actual estado de las relaciones humanas, en la intimidad de las
parejas. Adelantemos que la sexualidad puede sublimarse o, también,
sacralizarse, con tal de convertir la vida en una ofrenda sagrada a lo
superior al hombre (como se sabe desde el estudio profundo de las
religiones). Esta es, poco más o menos, por ejemplo, la visión tántrica del
amor sexual. En palabras sencillas y más cercanas al lector no iniciado
completamente, el hombre y la mujer deberían de ser conscientes de la
energía que representan y, más que nunca, al unirse sexualmente. De este
modo, tratándose mutuamente como aspectos desprendidos de lo divino,
"imitando" una unión entre seres divinos antes que entre seres puramente
materiales, la pareja lograría :

1) Espiritualizarse —de hecho, se logra alcanzar estados superiores de


conciencia a través de una sexualidad en pareja creativa y al mismo tiempo
controlada, como saben los practicantes del amor profundo, cuando
encarnan en sí (dramatizan, llevan a cabo...) la denominada "pareja polar".
Vibrar perfectamente unidos (vibrar los sonidos/semilla, los mantras
ancestrales adecuados, besar con amor todo el cuerpo de la pareja, sus
manos, sentir placer al escucharle o al escucharla, peinarle, bañarse
mutuamente unidos, crear ambientes basados en luces sensuales (azules,
verdes suave, rojas), basados tal vez en velas de colores, concebir la
música como un componente excitante de los sentidos internos humanos...
Todo ello, forma parte de cuanto una pareja debería tener en cuenta en su
intimidad, en la habitación donde ellos vivieran su unión como un acto
importante, en el que la penetración pasaría a ser una anécdota, y en el que
lo importante son las sensaciones, las emociones, las palabras bellas que
ambos pueden llegar a dedicarse. Si el hombre logra, no eyacular pero
proporcionar mucho placer sexual a su pareja por caricias interiores y
exteriores sobre ella, acumula un gran potencial energético en su interior,
que podría "reciclar" hacia sí mismo mediante sencillas técnicas
respiratorias, como las desveladas por el yogui y autor Ramacharaka, en su
obra titulada "La ciencia de la respiración".

2) Concebir el amor de verdad en el seno de la pareja misma y ser, al fin,


inmensamente felices. La pareja que lograra acariciarse del modo correcto,
mirarse del modo más amoroso, respetarse en todo momento, masajearse
mutuamente del modo adecuado, crear un mundo profundo entre ellos,
estaría logrando acercarse de lleno a lo espiritual, percibiendo un
crecimiento interior muy grande en su seno. Esta pareja vería (verá, si
practica entre sí) elevarse su nivel de autoconciencia personal, tanto en lo
referido a la vida como a la muerte, en lo externo como en lo interno. Nos
extenderemos más adelante en lo que acabamos de apuntar; de momento,
incidamos en otro más de nuestros lamentables "olvidos" actuales a la hora
de amar íntimamente: El placer de hablar de amor o de sentir amor durante
la sexualidad. En efecto, lejos de centrarse el placer en el orgasmo como
objetivo de placer rápido y seguro "a lograr", debería estar centrado en el
placer de intercambiar las mutuas energías sexuales. En concreto, la
energía que "se desata" en las personas al sentir el orgasmo humano es
poderosa. Y mucho tiene que ver con la energía vital, llamada Kundalini
por los meditadores y yoguis. No ha de jugarse con ella (lo cual no
significa que no se puedan mantener relaciones sexuales ocasionales, en su
caso, cuando se sigue una vía de crecimiento interior o espiritual, como
vamos dejando claro a lo largo de esta obra).
Cuando dos personas se desnudan la una ante la otra para unirse
sexualmente han de saber de antemano que van a realizar o están
realizando un acto que debería ser considerado como sagrado, o sea, no
perteneciente a los "inventos" del hombre, sino tan natural como la vida
misma.
No queremos considerar aquí que haya que ser religioso/a para poder
hacer el amor con garantías de alcanzar mucho placer, tanto interior como
exterior. Sería una "boutade", un absurdo, creer algo así. Sería deformar lo
que queremos decir, y ocultarlo bajo la capa negra del cinismo humano. Lo
que estamos queriendo decir del modo más claro y directo, y hasta lo más
coloquialmente posible, es que todo acto humano debiera ser un acto de
respeto, en primer lugar, hacia sí mismo y, en segundo lugar, hacia la
Naturaleza que nos acoge como seres vivos y que, en teoría, debería
rodearnos por todas partes.
De esta forma y así, también el acto del amor sexual, también la
sexualidad entre una mujer y un hombre, debiera de ser, más que nada, un
acto de verdadero encuentro entre dos personas. Un acto en el que dos
seres "abiertos" a la vida, de repente, se sintieran atraídos, tanto desde su
mutuo pensamiento como de sus mutuos sentimientos —desde sus energías
interiores y vitales (de vida). Pongamos el ejemplo de una mujer joven,
quizá separada, madre de un hijo, que ha salido de su apartamento para
tomar una copa en el día en que él, su ex marido, cuida al niño de dos o
tres años, no importa para nuestro ejemplo. Pongamos que ve a un hombre
para ella atractivo ante sí, un hombre por el que se siente irresistiblemente
atraída y que, además, es del "estilo" que a ella le gusta", posee "las
cualidades" que ella da en admirar en un ser humano. Pongamos que lo
desea, lo llama con la mirada, lo atrae hacia ella —pocas mujeres se dan
cuenta de que, desde la óptica ocultista ancestral (la visión del verdadero
ocultismo) ella es poderosa a la hora de seducir; lo que una mujer desea —
esto no debiera olvidarse nunca, como no lo olvidaban los aspirantes a las
Iniciaciones más antiguas de la Humanidad, en los más remotos tiempos—
tiende a hacerse realidad tarde o temprano, dependiendo esto último
solamente de la intensidad de su sentimiento, de su pensamiento; de su
deseo íntimo —el de ella—. No se debe olvidar que La Energía que da vida
a todo, según Las Tradiciones orientales, es femenina. Los budistas
tibetanos la llaman Tara; los budistas hinduístas la llaman Shakti. La
todopoderosa Shakti, la gran energía divina que al unirse a Shiva, el tercer
miembro de la Tríada hindú (Brahma y Vishnu, los otros) lo energetiza
todo a su alrededor. Y, en ese momento, cuando Shakti y Shiva son un uno
—simbolizado por una pareja al unirse sagradamente— se trasciende la
sexualidad humana, que adquiere así otra dimensión en la pareja,
proporcionando la oportunidad de experimentar un crecimiento interior por
medio del sexo humano. Cuando dos amantes se unen de verdad
espiritualmente "funden" la materia simbólicamente y entran en el amor
espiritual a través de su amor carnal inclusive. Lo importante, está visto, es
amar. Porque el sexo con amor transmuta el interior del hombre y la mujer
que unen sus sentimientos y sus pensamientos, y no solamente sus cuerpos.
Siendo como somos manifestaciones de energía, ¿no es la sexualidad
también un intercambio indudable de la propia energía interior, entre las
dos personas en el trance de ser amantes, ya sea ocasionalmente o
teóricamente "para toda la vida" si hay compromiso interno, simbolizado
mediante el enlace matrimonial?
Luego, al ser esto así, como se sabe en la teoría sexual de Oriente, el
acto sexual entre una mujer y un hombre puede —y debe, en nuestra
opinión— llegar a convertirse en un perfecto trasvase energético entre
ambas personas, lo cual puede lograrse mediante un tratamiento adecuado
del cuerpo de la persona con la que estemos. Al acariciar con toda la palma
de la mano la piel de nuestra amante, de nuestro amante, hay que lograr
una cada vez mayor conciencia de lo que se hace. Hasta el momento,
acariciamos o para proporcionar un gran placer rápido —directamente
entre los labios sexuales situados en la pelvis femenina, esto es, sobre el
clítoris de la mujer— o, por el contrario, para proporcionarnos un gran
placer a nosotros mismos, a la vez que vemos a diez centímetros de
nuestros ojos un pecho, un seno, una mama de mujer, cuando no cosas más
oscuras que ese apéndice femenino, a los que tanto usos se le da. El amante
que consigue hacer el amor con la persona a la que admira, siente y sentirá
siempre mucho más placer en todos los órdenes, que el amante que lo que
logra es acostarse con la persona a la que mental e instintivamente desea,
sin apenas dominio de ese deseo.

Antes, al hablar del hecho de sacralizar el sexo como posibilidad


humana, no nos referíamos a que hubiera que situar, acaso, un altar en las
habitaciones donde hacemos el amor con el fin de ofrendar la relación
íntima a ningún dios (aunque puede hacerse así, si así se desea y si la
invocación nace de las técnicas de la magia blanca y/o del perfecto
conocimiento o intuición de las técnicas tántricas, a emplear entre las
parejas que deseen hacer el amor imitando a los dos dioses más seductores
que existen entre los actuales en las religiones del mundo de hoy, esto es,
los anteriormente nombrados Shiva y Shakti (damos los datos para el
estudioso que se quiera acercar al conocimiento de El Tantra como Sala del
Rey tras haber superado los laberintos de Los Cuatro Yogas, pertenecientes
a la ciencia que un día se deberá llamar El Gran Yoga Universal, una
ciencia exacta, ciertamente, entre las más exactas de las ciencias, según
intuirá todo aquel que la conozca)—.
Para crecer interiormente a través del amor sexual, bastaría con que los
amantes, conscientes de la trascendencia de su acto al fundirse
sexualmente, lo aprovecharan para ejercitar el amor de verdad, el que ni
exige promesas para toda la vida ni no las exige.
El acto de amor y de sexo más sincero es el que se propicia sin interés
ninguno y partiendo de una atracción cierta, de un sentimiento profundo
acaso o hasta de un deseo ocasional, sucedido entre dos personas, quizá,
del modo más azaroso y/o espectacular. Pero siempre con respeto y
siguiendo ciertas pautas. Llegará el día —estamos seguros de ello— en el
que los seres humanos, al conocerse y gustarse entre sí, no se desearán "a
toda costa", incluso poniéndose "trampas" entre sí, "midiendo" quizá la
capacidad adquisitiva del otro, midiendo las medidas de caderas o de pecho
de ella... Cuando La Nueva Era comience a elevarse sobre los horizontes
de la vida humana, se hará el amor con las personas a las que admiramos,
con aquellas de las que realmente podamos aprender cosas interesantes,
aquellas que, en un momento dado, por poner otro caso, nos llenasen
interiormente.... Unirse con personas que no nos sean nada afines trae que
el intercambio energético efectuado llene al hombre de energías inútiles.
Por eso —y ahora se entenderá claro lo que queremos decir— cuando se
era adolescente y se hacía el amor, sentaba tan especialmente bien por
entonces —¿recuerdan nuestros lectores más avanzados en edad?—. Hasta
se embellecía, se iluminaban los rostros, las pupilas, los labios...; sin
embargo, hubo probablemente un día en el que la sexualidad, pese a
resultar igualmente excitante, igualmente atractiva, "menguó" en su
capacidad de llenarnos de vida y de sensaciones. Se nos dirá ahora, o se
nos podría decir: "Evidentemente, por aquel entonces, en los tiempos de la
juventud (de los veinte años, acaso), descubríamos la vida a cada instante,
y por eso todo nos embellecía, cualquier descubrimiento, cualquier nueva
experiencia íntima parecía llenarnos de vida...". Y al hablar así, se olvida,
finalmente, que la vida debiera ser, ciertamente, un lugar de
descubrimientos continuos, incluso sentimentales, sexuales, íntimos...
Si no es así, es porque no sabemos amar del modo correcto. Digamos ya,
a continuación, las cualidades y características que ciertamente definen,
desde el sentido común, lo que es o debería ser la verdadera sexualidad
humana, ya sea en el contexto de una pareja que pretendiera mantenerse
unida a medio o largo plazo, o en el contexto de una pareja que crea en la
propia independencia personal de cada uno de sus miembros, esto es, en la
total libertad de acción y en la no pérdida de libertad en nombre del amor.
Pero todas las actitudes son —y lo deben ser siempre— respetables y,
sobre todo, tenidas en cuenta llegado el caso. Del mismo modo que sólo
inicia un crecimiento interior quien le llega "su momento", sólo vive el
amor y el sexo en total libertad quien así quiere hacerlo, quien así se siente
capaz de hacerlo. Cada cual es muy dueño —somos dueños— de ponernos
nuestros propios límites, evidentemente. Si alguien prefiere casarse y tratar
de sostener un matrimonio de por vida, adelante; sea intentado. Si alguien
lo que prefiere, por su parte, sea tener múltiples parejas ocasionales, ir
"picando" aquí y allá, adelante; séa también así. Pero tanto en el uno como
en el otro caso, tanto en el primer ejemplo como en el segundo, hay que
hacer las cosas bien. Es el modo de dominar la propia pasión desmedida en
un momento dado, el instinto, lo que es vital si se quiere ser un buen
amante sin renunciar a la búsqueda interior que, en el ser humano, dígase
ya, ha de ser permanente, no hoy sí y mañana no, como será fácil de
comprender por nuestros lectores. En nuestra opinión, nadie debe exigir o
decidir que se hayan de mantener "parejas fijas", indisolubles, con tal de
amar de verdad o en nombre del amor verdadero. Todo lo contrario. Ha de
depender de cada cual, ciertamente, en sociedades realmente libres, optar
por si quiere mantener una sola relación para toda la vida junto a alguien
que sienta como él o ella, o si prefiere mantener aventuras múltiples y
variadas. Eso y la vida entera, en terminología hinduísta y budista, ha de
pertenecer siempre al karma de cada cual, al destino personal de cada ser
humano. Pero lo que sí ha de hacerse, lo que sí ha de lograrse se haga lo
que se haga, se opte lo que se opte y se decida lo que se decida como
posición personal frente al mundo actual es, únicamente, hacer bien lo que
se haga. Pongamos un ejemplo muy gráfico, el de un hombre que se halle
en el apartamento de su amante, mucho más joven que su mujer, mirando
el reloj, sufriendo internamente por si un día ella se entera de su aventura
erótica, siempre pendiente de los detalles, de los cabellos en las solapas de
su chaqueta o de su jersey. Un amante así, al engañar, se engaña a sí
mismo. Porque no es un buen amante, pese a mantener dos relaciones en su
caso, en este ejemplo. El buen amante de verdad, si quiere mantener
aventuras diversas, posee la fuerza interior de vivir solo o sola y no
comprometerse con nadie realmente. O sea, es sincero o sincera con las
personas con las que se relaciona y está. Éste, el que así actuara (podríamos
haber imaginado una mujer en nuestro ejemplo y hubiera sido el mismo
resultado y la misma conclusión), es el que podría desde bañarse despacio
con su amor, hasta ser acariciado profundamente, acariciar con suavidad,
sin prisa, con tiempo por delante; cumplir, si ambos lo quieren, las
fantasías eróticas de ambos; generar en torno a ellos todo un ritual de
sensaciones, serenas y auténticas, antes que otra cosa. Sin embargo, aquél
que estuviera pensando en otros detalles ajenos al acto sexual profundo, en
otras cosas, en prisas, en miedos, en temores presentidos, en perversiones
indescifrables, no es un buen amante y no alcanza nunca las cimas que el
amor sexual reserva a quien sepa unir crecimiento interior a una sexualidad
placentera de verdad, la que todos los seres humanos podrían alcanzar, a
poco que se esforzasen un poco en lograrlo. Desarrollaremos en el tercer
apartado de este libro —a continuación— los ejercicios precisos que,
realizados en pareja, ayudan a desarrollar un gran carisma personal a la
hora de hacer el amor con quien se desee, y con quien nos desee también,
evidentemente.
Pero nombremos antes un penúltimo gran "olvido" del ser humano, a la
hora de relacionarse amándose entre sí. Se olvida mucho más de lo que
sería de desear ni más ni menos que el placer de profundizar con amor en
un ser humano en la intimidad. Cuando las parejas que llevan largo tiempo
unidas comienzan a no sentir deseo sexual entre ambos, algo "falla" en el
seno de esa pareja; y se trata de un "algo" muy importante: profundizar en
el ser humano con el que se está, con el que se ha decidido estar. Ese acto
de profundización es un acto de amor. Y todo acto de amor que el ser
humano logre encender en torno a sí, a partir de sí mismo, de sus actitudes
y decisiones, es una chispa capaz de proporcionarle, iluminar ante sí acaso,
los secretos de la felicidad durante el transcurso del ser humano en su vida
sobre la faz de la Tierra. ¿Cómo se va a pretender ser feliz junto a una
persona a la que se le dice "te amo", si no profundizamos en esa persona?
Profundizar significa aquí conocer a fondo a ese ser y, aún así, amarlo,
desearlo por lo que él o ella es, por lo que ella o él son en su más profundo
interior. En este sentido, la motivación real de las parejas de amantes
debería ser ayudarse a crecer interiormente y de modo mutuo. En vez de
llegar a despreciarse, a insultarse, quizá a odiarse secretamente, lo
pertinente debería ser en todos los casos, llegar a quererse, a admirarse por
las luchas y victorias interiores, llegar a ser "dos en uno", dos personas
realmente unidas interiormente... Y, esto, hasta en las parejas formadas
tácitamente sólo por algunas horas, póngase por caso una sola noche. Hasta
una aventura sexual debiera servir para sentirnos más experimentados en el
crecer interior que antes de vivirla. Esto, en el ideal humano, claro está,
somos plenamente conscientes de ello. Sin embargo, en nuestro tiempo
bastaría con que dos personas conocieran que el acto sexual es un ritual
profundo entre dos personas, que el encuentro humano entre sí posee
siempre un componente fuertemente numinoso (sagrado, ya que se trata de
dos fuentes de energía se atraen entre sí, se "reconocen" en un momento
determinado...). Y, esto, sin entrar en detalles en torno al análisis esotérico
del amor que atribuiría a éste un componente de "encuentro con el mundo
de la ilusión" y, por tanto, un componente de "trampa" para el hombre o
para la mujer..."Trampa" que cada cual habrá de saber vencer de la mejor
manera, del mismo modo que propone el ancestral juego de "El Lilah" —
desde hace tiempo a la venta en las librerías españolas especializadas en
temas esotérico/espirituales—, que se trata de una fórmula oriental
verdaderamente entretenida para ciertos buscadores espirituales, en la
actualidad. Pero el principal "olvido" humano a la hora de amarse entre sí,
hoy en día más que nunca incluso, es el olvido inmenso del placer de
comprender la fuerza real del amor verdadero.
Permítasenos recordar un caso que conocemos, algo que no olvidamos
con facilidad, ya que se debió a uno de esos hechos que marcan la vida de
una persona. Le ocurrió precisamente a un investigador del mundo
espiritual que se sentía muy audaz, el cual le hizo una pregunta directa a un
Maestro espiritual oriental, que, sin tener que hacerlo, lo estaba honrando
al dirigir su atención hacia él en un momento determinado. Le preguntó:
"¿Es el amor una fuerza poderosa que, si se llega a sentir, lo puede
transformar todo alrededor?" (Esta era la pregunta que más inquietaba al
osado preguntador en aquel momento, y por eso le salió sin ni siquiera
respirar al formularla). Y el Maestro exterior aquél, que era un hombre
muy carismático, tan de repente como tan repentina había llegado la
pregunta hasta sus oídos, le respondió contundentemente así: "Te lo juro".
El investigador quedó iluminado por aquella respuesta. Conoció lo
superior a sí mismo. Luego, dejó de prestarle atención el gran sabio aquél,
que hasta "juró" —siendo él oriental— para que el buscador espiritual que
anhelaba saber la verdad de la vida no tuviera ninguna duda del
convencimiento con que había confirmado lo que le había sido preguntado.
Cualquier búsqueda, sea por la vía que sea, llegará siempre al mismo
punto, y sólo al mismo punto sin cesar: al amor. Todas las religiones
hablan, en último término, del amor del hombre entre sí y para con la
Naturaleza en la que vive. Todas las religiones —nos referimos a las más
extendidas— hablan de la posibilidad que el ser humano posee de volver
los ojos hacia sí mismo para encontrar en su interior a lo superior a él
mismo. Pero es que hasta el hermetismo, la alquimia, la simbología oculta,
los diversos estudios esotéricos de la realidad que nos circunda, todo, viene
a referirse, en último término, a la fuerza del amor como la energía básica
que lo mueve todo, todo el tiempo. ¿Como va a percibir este hecho la raza
humana si no sabe amar? ¿Cómo vamos a poder amar a alguien, si no nos
sabemos querer antes a nosotros mismos? ¿Cómo vamos a hacer el amor
bien si no sabemos amarnos a nosotros, querer nuestros cuerpos,
respetarnos interiormente...? Estas son preguntas inquietantes, que todo ser
humano debiera realizarse con tal de comprender más, con más
autoconciencia de sí mismo y de la realidad, lo que viene a ser la vida,
ciertamente, para el hombre. En el mundo del futuro, en el mundo ideal, el
ser humano habrá comprendido las leyes del amor universal y, entonces,
conocerá ya sus secretos más profundos. Hoy, deberemos conformarnos
con empezar a aprender a amar, como modo de iniciar un relanzamiento
como raza perdida en el cosmos. De ahí este texto que usted, amable lector,
tiene entre las manos, que se refiere únicamente a cómo hacer el amor en
La Nueva Era. Pero otros muchos textos deberán salir a la luz,
próximamente, hablando de qué más cosas debería ir integrando en su vida
cotidiana el hombre para su desarrollo interior y espiritual. Este nuestro,
compréndase sólo como un pequeño grano de arena en lo que confiamos se
convierta pronto en una playa muy bella, de armonía y paz entre los
hombres, a los que consideramos, nosotros incluidos, todos hermanos entre
sí, más allá de ningún enfrentamiento (los cuales, todos, deben cesar
cuanto antes, nos permitimos indicar desde aquí, si la raza entera quisiera
perfeccionarse a sí misma y cesar de sufrir).

Lo que queremos concluir, al ir ya finalizando este segundo capítulo de


la obra, que el orgasmo como placer "a conseguir" debería convertirse
paulatinamente en orgasmo como energía "a expansionar" a partir de la
unión entre un hombre y una mujer, entre una mujer y un hombre, como se
quiera.

Y sería ni más ni menos que así como se pasaría finalmente desde una
SATISFACCION SUPERFICIAL hasta una SATISFACCION
PROFUNDA, en la sexualidad humana.

Realizando de modo cada vez más natural todo lo anteriormente


expuesto, se llega a un estado en el que la pareja puede concebir el sexo en
toda su dimensión energética y relajante para el ser humano, y nunca todo
lo contrario. El objetivo de venir a la vida es aprender a amar, y esto está
claro, ya que es lo que, ciertamente, ninguno sabemos hacer en realidad.
No, no lo sabemos, y somos conscientes de la severidad de esta afirmación,
que podría causar furor a algunos o algunas. Siendo ese el objetivo,
amemos, pues; Amémonos. Pero no confeccionando esta vez idearios y
slogans del tipo de los años sesenta "Haz el amor y no la guerra", sino
amando, sin proclamar nada a nadie. Amando nuestro entorno desde ya,
aquí y ahora, sin dilación y cada vez más. sabiendo mirar la mañana, los
pétalos de una flor, el mar cuando vamos a la playa, el vuelo de las aves...
la piel de nuestro amado o de nuestra amada, cuando la acariciamos;
sabiendo ver, en definitiva, con los ojos interiores, con los ojos más
profundos, con la mirada del alma, diríamos, para así ir creciendo cada vez
más en el sentido correcto y sereno. Y cada acto de entrega sexual debería
ser un acto de respeto humano, y esto siempre, en efecto.

El sexo puede usarse realmente como una verdadera "toma de contacto


fisicomental" entre los amantes. Y, en la medida que así se use, será más
placentero de un modo real. Habitualmente, se ama sin "darse cuenta" de lo
que se siente, de lo que se ve, de lo que nos está ofreciendo la persona a la
que hacemos el amor. Se suele estar más pendiente de las propias
sensaciones —aunque muchas veces se llegue a creer que no— que de las
sensaciones de la pareja. Es como si el ser humano se introdujera en una
especie de diálogo mental "menor", pudiendo efectuar, si así lo quisiera, un
diálogo interior de índole ciertamente "mayor", en lo referido al tema
sexual humano, que es el que tratamos en esta pequeña obra, en su parte
final ya, que esperamos que sea del todo clarificadora e informativa para el
lector. Ese diálogo interno equivocado podría semejarse a este ejemplo:
"Mira qué pechos tiene, mira cómo se mueve para ti, cómo se desnuda
sabiendo lo que a ti te gusta; y mira ahora, observa bien, cómo te acaricia,
y lo atractiva que es..." (es un ejemplo, como hubiéramos podido escoger
cualquier otro del mismo tono y de la misma índole). El diálogo acertado,
en una sexualidad ideal, sería el siguiente (tomando con referencia el
apuntado anteriormente): "Estamos aquí ella y yo —yo y él— en una
situación muy estética; nos acabamos de conocer, y ella es muy sensual;
me gusta su sensualidad, habla de una persona interiormente dotada para
sentir y crear sentimientos a su alrededor; me gusta su cuerpo, me hace
pensar en cosas bellas su atractivo tan natural, su forma de ser humano..."
Claro que ésta es la situación ideal, a partir del ejemplo planteado. En una
situación más cotidiana, conforme a nuestras sociedades actuales, el
aspirante a crecer también a través de sus relaciones íntimas en pareja, o en
sus sucesivas parejas, debería pensar poco más o menos que así
(continuamos desarrollando el ejemplo anterior): "Es una mujer que quiere
ser acariciada mucho, me doy cuenta por su forma sensual de desvestirse
ante mí. Su cuerpo habla de una mujer que ha sufrido bastante, su forma de
moverse... He de cuidarla, le daré un masaje antes de acariciarla...Así, así,
la invito a sentarse a mi lado y jugamos los dos a dejarnos llevar por los
instantes. No hay complejos... Tenemos asumido que nuestros cuerpos (en
este caso) no son ya demasiado jóvenes; no, no importa... La belleza del
paso de los años y de la experiencia es la que está impresa en esas
arruguillas que tiene en torno a sus labios... Esta mujer debió de ser muy
especial cuando era joven, se lo diré; así, en el oído; se lo digo, mira cómo
sonríe, me gusta su sonrisa... me gusta tanto como sus caderas, como su
sexo... Le hablaré; quizá le guste hablar ahora, soñar..."
No pretendemos decir que todo el mundo deba pensar igual, ni mucho
menos. Esto debe de quedar claro de antemano. Pero sí, sugerimos seguir
la misma línea de pensamiento en el tema de hacer el amor, con tal de que
se mantenga el crecer interior deseado. De este modo, el sexo se puede —y
debe— convertir en el momento más comunicativo entre dos personas, no
en el momento de más alejamiento interior entre las mismas. Esto, lo
anterior, cae por su propio peso. Eliminar los complejos, los
"colgamientos" del ayer sentimental, las manías, las inseguridades es vital,
por tanto, para empezar a hacer bien, y del modo correcto, el amor.
Eliminar gestos y actitudes instintivas en el sexo, también es fundamental
para el buscador de lo transcendente, como objetivo principal en la vida.
Tocar con toda la amplitud de las palmas de las manos el cuerpo de la
pareja, eliminando los movimientos nerviosos, dejando paso a
movimientos serenos de los dedos, a movimientos acariciadores, más bien,
profundos, ya sean masajes o besos, toques o abrazos, sobre el cuerpo de
nuestra pareja... Esto es fundamental; "ver" a nuestro amante, a nuestra
amante, en la situación que sea, ya decimos, pero "verlo/a" de verdad, esto
es, sin nerviosidades internas de ésas que hacen que pongamos "ojillos" —
los ojos semicerrados, la mandíbula tensa, los hombros no relajados...—
ante la situación sexual... salvo cuando se bebe alcohol, por ejemplo, el
cual, ciertamente, es usado en nuestras sociedades, casi de modo
inconsciente, como deshinibidor de las relaciones íntimas actuales entre
muchos hombres y mujeres, sobre todo jóvenes (a los cuales, no se les
enseña a amar del modo correcto, del modo más profundo, en sus centros
de estudios desde la niñez; aún, se deja que aprendan por sí solos, en sus
"pandas" y grupos, en sus "peñas" y "escapadas", la sexualidad, lo cual está
muy bien, ya que habla de la libertad que se quiere dar a cada estamento
social, y esto, por encima de la edad de las personas. Sin embargo, al no
existir maestros verdaderos de sexología enfocada hacia un verdadero
crecimiento interior humano, las personas jóvenes se pierden enseguida en
su peregrinar sentimental, siendo así que tenemos a chicas de dieciséis
años, de repente, ya decepcionadas del amor tras vivir una grave crisis
sentimental (por haber creído erróneamente que el amor iba a ser la
panacea universal de su vida y sus sentimientos...) o a múltiples chicos que
van por la vida, en la actualidad, imitando la forma de amar de sus héroes
cinematográficos, cuando no de sus ideales sociales para su futuro como
ciudadanos. Esto no está mal, no, para quien no quiere crecer y para quien
evita situarse ante su yo superior, ante su yo ideal. Sin embargo, quien
desea crecer se ha de plantear las cosas, poco a poco, de modo bien
diferente. Una buena educación sexual básica para nuestros escolares sería
aquélla que hablase de la unión íntima entre los sexos como un acto
totalmente natural, y a la vez mágico, profundo, trascendental, entre los
seres humanos, acto que conduce —así debiera reconocerse porque así es
— a una profundización "mágica" entre dos personas, a partir de la cual se
puede: 1) Desarrollar la propia energía interior, aprendiendo a amar como
un gran ser humano ha de amar y 2) Desarrollarnos como mejores seres
humanos tras cada relación íntima que, además de placentera, deberá ser
honesta y profunda, con el fin de que el acto sexual se transmute,
simbólicamente, en un verdadero acto sagrado entre la mujer y el hombre.
Entonces la sexualidad adquiere sentido, entonces. En ese momento. Y, ahí,
todo cabe; desde cumplir las fantasías eróticas en pareja para trascenderlas,
para apartarlas poco a poco, al ritmo de cada cual, y así crecer
interiormente al tener una "traba" interior menos, hasta... un "revolcón
instintivo", incluso, de vez en cuando. Y no se sorprenda el lector aquí, no,
por favor. Conocimos en el pasado a un gran maestro de Hatha Yoga el
cual, ante el tema sexual, con voz lenta y pausada, sin abandonar su
permanente juego de El Lilah con la vida —juego al que ya nos referimos
anteriormente, de índole ancestral— solía decir en ocasiones en un
determinado momento de su propio proceso de evolución espiritual:
"Hombre, un revolcón con la pareja de vez en cuando no importa. La
cuestión es que ese revolcón no te cueste todo lo ganado anteriormente en
tu búsqueda espiritual, de tal modo que tengas que volver a empezar...".
Sabio consejo aquel a sus alumnos, en nuestra opinión. De la anécdota a
la categoría no se pasa fácilmente; más bien, siempre hay unas fases;
queremos decir con esto que de la sexualidad instintiva a la sexualidad
ideal no se puede llegar en un abrir y cerrar de ojos, como es evidente. No
se le puede pedir peras al olmo, para dejarlo claro hasta para el lector al
que le gusten las expresiones lo suficientemente llanas y gráficas, con tal
de comprender claramente el contenido de lo que lee. Hasta cuando vamos
a veranear en las vacaciones laborales o de estudios necesitamos unos días
para acoplarnos a los nuevos ritmos de vida, al descanso que, al principio,
"se nos viene" encima. En materia sexual, no se puede realizar un cambio
total de hoy para mañana. La evolución humana es la evolución humana,
un tema muy serio en todos los casos. Sin embargo sí podemos —y
debemos— tratar de "adelantarnos" desde ya a esa evolución personal, que
está destinada a ser un día colectiva, por nuestros propios medios.
En eso consiste realmente crecer interiormente, en disponerse a ser
mejor de lo que se era antes de comenzar el proceso de "depuración"
interior. Una proceso de "depuración" que, en último término acaso,
después de eliminar paulatinamente pequeños y grandes defectos de
nuestra personalidad nos situará, de modo ineludible —nos lo
planteábamos en las primeras líneas de esta obra— ante el tema sexual.
Como no hay pautas marcadas de antemano —como las que se pretenden
sugerir desde aquí— es muy probable (y así suele suceder) que la persona
se sienta inmensamente "perdida". No sabrá si continuar haciendo el amor,
si dejar de hacerlo, si seducir, si esperar a que lo o la seduzcan, si ...No
sabrá qué hacer o qué no ante el tema sexual, en definitiva. Los
meditadores, partidarios de filosofías orientales, notarán "bajones" súbitos
en su deseo sexual; asimismo, los practicantes de cualquiera de las
disciplinas del Gran Yoga, que andarán enfrascados en sus meditaciones
loabilísimas "con los ojos abiertos" (todo el tiempo), con sus buenas obras,
con sus ejercicios físicos y respiratorios, con tal de aumentar su nivel de
autoconciencia, al fin y al cabo, como se sabe. Y, por último, también los
partidarios de las técnicas biodáncicas, los que busquen y usen técnicas
occidentales de relajación psíquica, etc, etc. Nadie explica que la relajación
psíquica y física, cuando se efectúa del modo correcto, incide directamente
sobre el deseo sexual. ¿Cómo no va a ser así? Nuestro actual deseo sexual
es compulsivo, más instintivo, bastante más, que emocional (salvo en las
mujeres más románticas —las jóvenes, en gran mayoría— las cuales
tienden a saber amar por naturaleza, aunque la relación sentimental con los
hombres suele infundirles, ya desde sus primeros contactos con ellos,
ciertas inseguridades vitales de malas consecuencias psíquicas y/o
anímicas... Esas compulsiones provienen de un estado nervioso y
expectante con respecto al sexo, desde el interior de las personas. Y es esto
lo que hay que solucionar. Esto, si se quiere dar el paso desde el sexo
instintivo hacia una nueva sexualidad, asumida poco a poco por los
hombres con armonía.
Porque, misteriosamente, cuando el ser humano comprende su interior,
el deseo sexual instintivo se transforma, se transmuta, en deseo de amar.
En ese instante, la persona se transforma a sí misma, se inicia por sí sola
en la verdadera vida. Se convierte en un buen amante en la intimidad, en
nombre del amor, del cual ha comprendido su esencia, su néctar, palabra
preferida por un Maestro al que admiramos en el pasado y al que
aprovechamos para honrar ahora desde aquí. Palabra que significa esencia.
El amor es la piedra filosofal, alquimistas modernos. El amor, así de
sencillo. El amor de verdad, no cualquier amor, ciertamente. No el amor
voluptuoso ni interesado, no el amor presumido ni el amor por temor, sino
el amor regenerador, el amor, en primer lugar, hacia uno mismo y, en
segundo lugar, hacia el exterior, hacia el mundo, hacia las personas y hacia
nuestras parejas, en último término.
Por tanto, aprender a amar en el sentido correcto es, en nuestra modesta
opinión, el sentido real de la vida del ser humano sobre la faz de La Tierra.
Esto es lo que creemos. Y, como lo creémos lo expresamos, con la mejor
de las intenciones, sin ningún sentido oculto —lo decimos para el buscador
espiritual que se empeñe en descifrar la realidad todo el tiempo, dándole
vueltas a lo mismo—. Amar es la respuesta a toda búsqueda interior
porque si no se sabe sentir y expresar ese poderoso sentimiento, sobre todo
en el amor sexual, no se puede progresar interiormente (y mucho menos
espiritualmente). Por tanto, ahí está él; ahí está ella... la persona que
amamos actualmente (todos y todas tenemos siempre algún amor). ¿Nos
atrevemos a crecer a través de él o de ella? ¿Nos atrevemos a expresar
nuestro amor en alto a nuestra pareja? ¿Nos vamos a atrever nada más
cerrar esta obra? Respóndase usted mismo —tú mismo— amable lector.
Ahora lo comprobará. Conozca su forma verdadera de relación sexual, al
contrastarla con la que será en la Nueva Era por venir, ya tan anunciada y
presagiada. Y propóngase —proponte— cambiar desde ya algunos hábitos,
algunos pequeños desfases, lo que usted quiera de cara a adecuar sus
actuales sentimientos a los que son, o pueden ser, sus nuevos ideales. ¿Por
qué no? No cuesta nada intentarlo. ¿Aprender a amar? No es algo tan
trabajoso —no debiera serlo—. Más bien, algo sencillo si nace desde la
nobleza interior de cada cual.
Iremos directamente ahora a LAS TECNICAS SEXUALES básicas que
se desprenden de concebir el amor como una fuente de Energía
regeneradora para el ser humano.
Las personas hemos de comprender la sexualidad en su verdadero
sentido —y así lo entiende cada vez un mayor número de personas
preocupadas por el destino de la Humanidad en el futuro—. Ofreceremos a
continuación las pautas claras que, en materia sexual, debería aplicar,
experimentar, quien quisiera unir en su vida sexo y espiritualidad y salir
bienparado, con el objetivo cumplido, del intento. Los hippies de los años
sesenta/setenta lo acabaron confundiendo finalmente todo debido a que no
supieron dotar de un cuerpo teórico sus ideas pacifistas y sus ideas sobre el
amor. Quisieron ser demasiado sensuales, y acabó con ellos finalmente el
mismo modelo de sociedad del que huían, el cual los engulló como un
lobo. Los hippies pasaron a ser el movimiento mundial más libre de este
siglo, ciertamente, la revolución cultural que superó al existencialismo
pesimista al surgir mundialmente quienes se negaban a hacer la guerra
para, simplemente, "hacer el amor".
Pero hoy por hoy, las cosas son muy diferentes a aquel entonces. Como
no se trata de analizar la actual realidad en esta obra, digamos solamente
que lo que en la actualidad puede hacerse para crecer interiormente sin
renunciar a la vida, al amor ni al sexo, viviendo como hoy en día vivimos,
es aprovechar la menor oportunidad para intentarlo, para hacerlo
constantemente. Las parejas tienen una buena oportunidad ante sí cada vez
que hacen el amor, con tal de limar asperezas de sí mismos y de sus
incapacidades a la hora de sentir. De esta manera, al demostrar verdadero
deseo sensual, verdaderas ganas de gustar a la pareja y excitarla con besos,
masajes, caricias profundas, palabras muy bellas, miradas sensuales y hasta
perversas, si se quiere, en un momento dado, al tomar la relación sexual
como un campo de pruebas personal, ésta se convierte en un elemento más
del propio crecimiento personal. Cuando una relación se convierte en un
desahogo de nuestras frustaciones o en un acto de vanidad, cuando no en
una forma de humillar a la pareja, estamos sentando las bases más
perfectas para nuestro hundimiento total interior. Dejarse llevar por el
instinto del animal que tenemos dentro es retrasar toda disposición hacia el
crecer interior correcto, que enaltece a todo humano que lo intenta. Aplicar
la voluntad, sin embargo, reteniendo el instinto y sustituyéndolo por deseo
de ser y de amar, sitúa al hombre frente a sí mismo y frente a la verdad de
las cosas. En ese instante puede crecer y, de hecho, comienza a hacerlo,
siendo mucho más consciente de la realidad. En ese punto, el esfuerzo
consiste en lograr sentir, sin temer sentir, esto es, demostrar lo que se
siente, siendo la pareja sexual el mejor marco para, ejercitándose en el
crecer interior, hacerlo.
Y al demostrarse entre sí la mutua capacidad de sentir, la pareja se
enaltece y cumple con su verdadero objetivo: Unir lo femenino a lo
masculino en un acto sagrado que sitúa al ser humano ante sí mismo y ante
la posibilidad de su propio crecer interior y/o espiritual. Cuando lo
masculino y lo femenino se funden, se cumple un volver a la unidad
fundamental. Se trasciende la dualidad, desde el punto de vista del mundo
de los símbolos. De esta forma, así tomada la sexualidad, dota a la pareja
de la fuerza necesaria para crecer juntos, volviéndose numinosa, y hasta
mágica, su relación en el mundo.
3. EL amor sexual como Energía
Las nuevas técnicas sexuales

Técnicas sexuales basadas en la ternura son imprescindibles para todo


aquél o aquélla que deseen mejorar sus relaciones sexuales. Acariciarse las
manos, acariciarse el cabello al abrazarse, escucharse con amor sereno y
apacible, proporcionarse masajes liberadores, hablar de amor
tranquilamente, concebir la unión sexual como una unión espiritual, en
definitiva... Todo esto es importante. Tan importante, como el uso sensual
de la voz como modo de expresar las cosas bellas del entorno sexual que se
esté experimentando (viviendo con una pareja en un momento
determinado), que es vital —ese entorno— para que un acto sexual genere
energía desprendida de los dos espíritus que se unen, al imitar un instante
perfecto entre dos seres humanos.
Las Técnicas de placer sexual desprendidas de los conocimientos
íntimos tanto orientales como occidentales sirven para enaltecer la
sexualidad humana. Al tratar a la pareja como una fuente de energía
sagrada —sobre todo a la mujer—, como propone El Tantra, la pareja se
dignifica conociendo la verdadera vida, que se sitúa entre ellos como
premio por amarse como ha de amarse. —Sólo quien ama se salva: gran
mensaje bíblico/ancestral éste, que aún nos abruma a todos. Gran mensaje,
en verdad, tan grande, creémos, como tan poco seguido—.
Amemos a nuestra pareja o a nuestras parejas... de verdad. No para
conquistar, no para seducir a más personas que nadie, no para ningún otro
fin que no sea el de crecer interiormente "a dos" (y esto, cada vez que se
inicie una pareja, en cada ocasión) ...Entonces, la sexualidad nunca más
desalentará ni el amor jamás decepcionará, nunca más nos "dañará" o
"debilitará". Más bien la sexualidad habrá de conducir hasta un estado de
gran sensibilidad mantenida entre el hombre y la mujer en su intimidad
sexual, destinada a ser en la Nueva Era mucho más placentera que hoy en
día, mucho más honda.

Los malentendidos sexuales en la actualidad


De algún modo, en el presente, hemos dado en concebir tácitamente que
oír frases excitantes consiste en hablar de sexo de manera "fuerte", de
forma erótico/sensual; también, en oír frases del estilo, ni más ni menos,
digámoslo directamente, de las películas de nuestros mercados
pornográficos en el mundo civilizado. Ciertamente, resulta excitante para
muchos y para muchas escuchar esas palabras, pero se trata de una
excitación que incide más en el ser humano cuanto más se halla éste en un
estado interior aún instintivo, y poco "trabajado". De ahí que el buscador
espiritual suela tropezarse con la "traba" de su propia sexualidad, en un
momento u otro de su búsqueda interior y personal. ¿Pueden conciliarse
dos actitudes tales como meditar en una sala de Hatha Yoga, por ejemplo,
tras cantar mantras iniciáticos acaso, y luego verse convertido o convertida
en todo un amante "apasionado"? ¿Puede una persona querer mejorar
internamente sin "revisar" a fondo su comportamiento sexual? Resulta
evidente que, más bien, no. Conocimos el caso de un meditador aspirante a
profesor de Yoga, un hombre joven especialmente alto y muy creído de su
atractivo, que acosaba a una alumna felizmente casada por su parte y, esto,
en la propia escuela a la que él y ella acudían casi diariamente con el fin de
iniciarse en los vericuetos del camino espiritual (en este caso, por La vía
yóguica). El hombre se había enamorado de una mujer casada y feliz. No
se daba cuenta de su apego grande, todavía, hacia las pasiones
desordenadas. Un verdadero buscador de sí mismo, de su propia porción de
espíritu, es alguien que se sitúa por propia voluntad por encima de su yo
inferior, de su yo pasional, para dibujar ante sí y concebir en su propia
mente su YO SUPERIOR, que es lo que en realidad está buscando. Al ser
esencial, a ese Yo Superior, primero se le concibe y luego se le imita, si se
quiere crecer internamente en el transcurso de una sola vida.
El ser humano actual no sabe —no sabemos— que oír palabras bellas de
amor es mucho más excitante, en realidad, que oír o pensar palabras
"fuertes" o exentas de sensibilidad. Hágase la prueba mental ahora mismo,
si se quiere: ¿No se disfrutaría más oyendo que alguien nos dijera "eres una
gran persona, por eso te amo tanto..." que oyendo que alguien nos dijera
"eres tan guapo que te deseo siempre...? ¿No se disfrutaría más oyendo
durante el acto sexual palabras bellas de amor que oyendo frases soeces, y
que no empleamos habitualmente en nuestro trato social? ¿No llena más el
placer profundo —que es placer del alma— que el placer superficial —que
es el que resulta de complacer a los instintos?. Se trata de dejar claro que lo
que entra por nuestras orejas son ondas que vibran en determinada
frecuencia, incidiendo en nuestro cerebro de determinada forma y, muchas
veces, en la misma intensidad que como entraron en nuestro interior... Si lo
que oímos es bello, sentiremos bellamente; si lo que oímos no es tan bello,
sentiremos de otra forma y no tan hermosamente como en el ejemplo
anterior como resulta obvio. El tímpano recoge lo que oímos y lo convierte
en vibración que nuestro cerebro, desde su tálamo, recoge e interpreta,
siendo así que "escuchamos". Lo importante de este proceso se halla en lo
oculto, esto es, que aquello que oímos, en aquello nos convertimos poco a
poco (al igual sucede con aquello que pensamos, sentimos y decimos...). Si
somos despreciadas o despreciados, si no nos dedican bonitas frases hacia
nuestras personas, nos estaremos defendiendo mentalmente de lo que
estamos oyendo sin cesar. No podremos abrirnos sinceramente a la persona
con la que estamos y con la que queremos intimar. "Eres tan
desagradable"... Una frase como ésta, dicha entre amantes, entre parejas, es
nefasta para su relación, créasenos de antemano. Genera estados de ánimo
en el interior de quien escucha algo así, de la misma forma que cuando nos
dicen que hemos sido muy buenos o buenas en algo sentimos una gran
alegría, y hasta una enorme explosión emotiva interior.
Dos personas que se dispongan a amarse, a hacer el amor, deberían
disponerse al mismo tiempo, de modo automático en el ideal, para
proporcionarse todo tipo de caricias, para dedicarse las frases más bellas
que sean capaces de decirse entre sí; dos personas que fueran a convertirse
en amantes, deberían sincerarse entre sí, no deberían ocultar lo peor de sí
para tratar de proporcionar "imágenes" a la persona, al ser humano con el
que se está. La sensibilidad de la Nueva Era se impone ya en la intimidad
humana, o debería ir imponiéndose cuando antes, si queremos entre todos
modificar nuestro entorno y crear mejor vibraciones a nuestro alrededor, en
el transcurso de nuestra vida hacia el tránsito de las futuras generaciones
sobre la faz de nuestro planeta.
Es necesario, pues, que los amantes se respeten entre sí del modo más
conveniente al entregarse entre sí, al quererse, al hablarse, si se quiere
hacer el amor y al mismo tiempo seguir cualquiera de las sendas, laicas o
sagradas, hacia el crecimiento interior deseado.

Los secretos del amor ideal

Crece interiormente quien apunta hacia el ideal de sí mismo y poco a


poco, con armonía, lo alcanza. Esta es una idea a no olvidar cuando se
quiere aprender a amar. De la misma manera, obtiene cada vez más placer
del amor quien imita un romance ideal con su pareja, se esté en la situación
en la que se esté, y con sinceridad. No hay que asimilar "romance ideal" a
"amor de película" o amor sustentado en la capacidad económica (de quien
todo lo puede comprar, por ejemplo). El romance ideal es el que nace entre
dos personas que, al unirse, se reconocen de antemano. Desde el punto de
vista esotérico cristiano, este tipo de encuentros son trascendentales en la
vida de una persona (y se producen una o más veces en la vida de todos).
¿Quién, alguna vez, no se ha sentido sorprendido ante una persona,
sintiendo como si "ya la conociéramos" al aparecer en nuestra vida? Aclara
la ciencia de la alquimia interior, desde el significado simbólico y oculto de
las cosas, que cuando sucede el encuentro perfecto entre dos personas
significa que se está produciendo, en realidad, un encuentro con uno
mismo —con una misma—, un paso más hacia la búsqueda interior. Se
trata, por tanto, de un encuentro perteneciente a los secretos de la vida y,
como tal, es —o debería ser— tratado como importante y vital, como
sagrado.
De este modo, la relación entre dos amantes afines se convierte en un
juego sutil y maravilloso. Cuando saben amarse dos personas que quieran
comprender la vida —cuando cada cual desea profundizar en el otro para
aprender ambos a ser a través de ambos— entonces pueden "jugar"
realmente a vivir. En ese momento, la vida se pone a su favor y ella misma
les va otorgando, paulatinamente, todo aquello que deseen con sinceridad,
todo aquello que sean capaces de desear con amor y viviendo del modo
más natural, más tranquilo y espontáneo...

La energía del amor sexual ha de servir para transmitir amor cierto desde
nosotros mismos, del mismo modo que la chispa enciende la piedra de
nuestros mecheros. ¿De dónde, si no, un hombre podría obtener la fuerza
necesaria para encender su espíritu y poderlo "usar"? La puede obtener de
su instinto sexual dominado, en efecto, lo que se traduce por una
sexualidad sincera y basada en el amor como energía manifestada, esto es,
palpable en todo momento, y más aún en las relaciones íntimas entre dos
personas que no quieran pasar por la vida sin verdadera consciencia de sí
mismos.
El error de la ciencia materialista consiste en no creer en el Espíritu —
como en tantas otras cosas— porque no lo "ve" y porque no lo puede
"medir" en sus laboratorios. Este empirismo ha de finalizarse poco a poco,
a medida que la intuición humana vaya adquiriendo más importancia. Pero
en lo concerniente al espíritu humano, hay una pregunta importante por
hacer: ¿Cómo se quiere una prueba tangible del Espíritu si, antes, no es
desarrollado a partir del alma, esto es, a partir de nuestros mejores
sentimientos? Del mismo modo que si queremos encender una hoguera
deberemos alimentarla, si queremos ser seres espirituales, deberemos
"alimentar" nuestro interior. Y entonces sí se será consciente de la
dimensión espiritual humana, pero no antes. No, no antes. La sexualidad,
en este sentido, es vital, ya que es a partir de ella como el hombre y la
mujer pueden (podemos) dignificarnos y comenzar a engrandecer nuestra
alma. El hombre que autocontrola su sexualidad —no de un modo represor,
sino racional y sensible— siente un permanente calor en sí mismo, una
fuerza que antes no poseía; está más dotado intelectualmente —el instinto
no socava su capacidad de razonar con su súbita imperiosidad— y, además,
es mucho más espiritual que los demás. Es un firme candidato a conocer lo
trascendente de la vida, aquello que le da total sentido al existir en este
mundo.
Las técnicas sexuales precisas para afrontar una sexualidad más
poderosa y bella se desprenden del conocer que la unión sexual es más de
lo que parece en realidad. Se cumple un símbolo —o se debería cumplir si
se actuara del modo correcto— cuando una mujer y un hombre se unen
físicamente al hacer el amor. Y si lo hacen en nombre del amor, un amor
realmente sentido, ambos amantes "fundirán", desharán, la animalidad de
su cuerpo, transmutándose ellos mismos, diluyéndose cada cual en energía
vital manifestada. El sexo, así, se trascendentaliza y adquiere su verdadero
sentido en el ser evolucionado interiormente. El sexo, de esta manera, dota
de espíritu a la pareja: el espíritu de la energía del amor, que es logrado,
obtenido en el corazón, cuando el hombre y la mujer unen sus sentimientos
sinceros al unir sus cuerpos. Y, cuando esto sucede, la energía de la vida,
en forma de calor, se manifiesta a través de la columna —lo que conduce a
grandes placeres internos, cuando se han logrado abrir las vías o canales
que unen entre sí los siete centros energéticos vertebrales (los chakras)—.
Como se sabe, los siete chakras (que dan vida a la energía humana) están
situados sobre siete puntos determinados de nuestra columna: Lo alto de la
cabeza (la coronilla) y la parte posterior de la misma, la nuca, la garganta,
el pecho, el plexo solar y la zona última de la columna vertebral.
Quien despierta sus chakras, descubre en sí una energía antes
desconocida. Ha despertado su espíritu, su propio espíritu, en definitiva.
Pero para lograrlo, ha tenido que aprender a amar, tal como sugiere la
teoría de la Nueva Era. Cuando se hace el amor manteniendo bloqueos en
la columna —que determinan incapacidades tanto físicas como
emocionales—, la energía sexual que se manifiesta se concentra en la zona
sexual de ambos amantes. No fluye, no se eleva por los nadis (los canales
de la energía) humanos, hacia la cabeza. Es por eso por lo que se siente
tanto deseo de ser tocados y acariciados sexualmente, tanto manual como
oralmente, acaso, cuando se enciende el instinto sexual no dominado. Toda
la energía despertada a través de lo que llamamos excitación, se
reconcentra en la zona baja, siendo así como se "pone a funcionar" por sí
solo el movimiento de la columna que conduce a "los golpes de la pelvis"
hacia adelante, con tal de introducirse el pene (el lingam) en la vagina (el
yoni). Sin embargo, ha de saberse que el modo de trascender este estado de
cosas, más semianimal que perteneciente a hombres y mujeres superiores
interiormente, es ofreciendo paso, otorgando una salida a la energía
despertada mediante el sexo. ¿Cómo? Abriendo nuestros chakras,
flexibilizando cada vez más nuestra columna. Y esto se logra, como sabe
cualquier estudioso de la teoría yóguica o del arte de la meditación,
incidiendo sobre las emociones positivas y los pensamientos más nobles,
demostrándolos a nosotros mismos, demostrándonoslos... de tal modo que,
mágicamente, insistimos, se producirá entonces —cuando el esfuerzo por
mejorar así es sostenido en el tiempo— un cambio definitivo en la
alquimia interior. Del mismo modo que cuando una persona se vuelve
vegetariana se tranquiliza al poco tiempo porque introduce energía natural
en su cuerpo de un modo constante, de ese mismo modo, cuando una
persona vive y siente, ama, de un modo más natural, establece un nuevo
trato, un nuevo pacto con su entorno. Se elevará su autoconciencia
personal, así como su conciencia del mundo, alcanzando estados superiores
de visión global de la vida y del mundo. La condición, repitámoslo, es abrir
convenientemente los siete centros energéticos humanos, lo cual está
definido y aclarado en múltiples textos ya a la venta en los mercados, y que
versan sobre Yoga, Meditación, Kundalini, los chakras y la energía interior
(así como el Tao, el Zen, etc). Todo lo anterior, ciencias para la Nueva Era,
indudablemente, y aún otras muchas más, son manuales que enseñan al
hombre a conocer su interior.
Un día, se sabrá amar en el mundo, ya que las sociedades tenderán a
mantenerse en paz entre sí y a respetarse mutuamente en todos los sentidos,
en nombre de la justicia universal. Será cuando hayamos conseguido crear
sociedades ideales en nuestro mundo, al haber crecido interiormente
mediante procesos iniciáticos como los que se vivencian al abrir los
chakras humanos del modo adecuado.
Sin embargo, el proceso del despertamiento de los Chakras es
habitualmente largo, y, si no existe anhelo de conocimiento, mucho más. El
Hatha Yoga, que cultiva la parte física del hombre, practicado
correctamente junto a un buen maestro, despierta poco a poco esos centros
de energía vital, descongestionando las tensiones del cuerpo y permitiendo
al hombre sentir más la vida dentro de sí. La flexibilidad física humana es
signo de la evolución interior de cada persona, cuando no habla sobre el
estado psíquico interior de las personas. A mayor flexibilidad física, más
flexibilidad y naturalidad en las ideas, más capacidad de amar desde una
perspectiva amplia y serena.
El tiro con arco para los príncipes orientales era sagrado. Cuando
soltaban la saeta, lo que lanzaban por los aires etéricos no era una flecha,
sino su espíritu hacia la diana (de un modo simbólico). Nos referimos a
aquellos tiempos tan lejanos en los que las Tradiciones sagradas orientales
crearon obras tan sublimes como los Yoga Sutras de Patanjali, los libros
vedánticos, o las primeras formulaciones de El Tantra.
Estos antiguos conocimientos sobre técnicas ancestrales son los que
están renaciendo de nuevo en nuestra época, en forma de temas sobre lo
oculto, ciertamente, pero también desde textos sobre la relajación en
pareja, sobre los masajes adecuados, reparadores de las energías
circulatorias y musculares, que dos personas que se aman pueden ofrecerse
mutuamente. Asimismo, esos conocimientos profundos también han
tomado forma de actividades de crecimiento interior o espiritual que
pueden realizar las personas "a dos", esto es, las parejas de amantes entre
sí, logrando alcanzar múltiples experiencias en la intimidad.
Cuando un hombre y una mujer se unen físicamente, sépase, es como si
dos fuentes de energía creativa se fusionaran entre sí, intermezclando sus
componentes. De esta forma, si hacemos el amor con una persona
interiormente tensa porque acaso nos miente o nos oculta algo, aunque sea
su propia infelicidad interior, su propio fracaso profesional quizá,
absorberemos su tensión y la haremos nuestra, "se nos contagiará", para
entendernos sin complicaciones. Por eso las técnicas del Tantra actualizado
para occidente, recomiendan una gran sensualidad en el seno de la pareja,
la mayor que cada cual pueda otorgar por su parte. El aprendizaje de la
sensualidad, que ha de hacerse de un modo natural —no imitando
permanentemente a los ideales más materiales sino a los más espirituales
—, es una fuente de satisfacciones para el ser humano. Pero, ¡cuidado!. No
hablamos de una sensualidad —en absoluto— confundida como
verdaderas disgresiones sexuales, sino como la capacidad de enamorar o
gustar más a quien nos desea y deseamos.
La verdadera sensualidad, finalmente, es aquella que ofrece imágenes
bellas. Una mujer que te mira a los ojos al irse a desnudar y que, aunque
supiera que ya empieza a ser menos bella que antes, ofreciera con ternura
su cuerpo a un hombre que lo tomase respetándolo —por ser el vehículo
físico de su amor— se constituirían en una pareja ideal. Una pareja que
entraría a la Nueva Era sin problemas, por mucho que sus relaciones
sexuales actuales estuvieran actualmente basadas en la nada absoluta —por
fatiga y falta de energías ya de ambos— o por fantasías sexuales cada vez
más sofisticadas.

(Las fantasías sexuales ejercitan la imaginación humana; por tanto, son


buenas, siempre y cuando no conduzcan a denigrar a una de las dos partes
de la pareja, lo cual indicaría un psiquismo obturado, una relación que no
permite que fluya libremente la energía por el interior de la columna
humana).

Al sexo hay que llegar pensando y sintiendo, deseando los dos amantes
lo mismo, exactamente lo mismo. Por eso parejas de mucha energía acaban
unidas entre sí en edades adultas, después de alguna o algunas
separaciones. Son parejas perfectas candidatas a experimentar procesos de
crecimiento interior, ya que son inquietas y buscan verdades en la vida,
huyendo de lo que no les llena, sin conformarse, y permaneciendo siempre
interiormente independientes. Las energías similares se atraen entre sí,
siendo de esta manera que las mejores parejas suelen ser, al final, aquellas
en las que los dos miembros sean interiormente, en cuanto a sus energías
vitales, parecidos o iguales. También se dan parejas de dos personas muy
distintas internamente entre sí, y que han logrado uniones muy hondas y
permanentes. Los iguales o los contrarios son los que forman parejas
polares, ya que se complementan entre sí, produciéndose entonces un
verdadero encuentro mágico, desde el punto de vista esotérico.
Hay que saber que lo que se produce cuando dos seres humanos se
encuentran de esa forma es un choque en lo invisible entre dos energías.
Así ha de concebirse para poder aplicar este asunto en la vida diaria de
quien quiera aventurarse en el crecimiento interior necesario que lo
conduzca a las puertas de su sentido trascendental o espiritual de la vida.
Cuando la pareja cumple con LOS MODALES DEL AMOR (véase el
epílogo final de esta obra), se trate de una aventura ocasional y pasional
acaso, de una relación sexual fija y a la misma hora con alguien o, al fin y
al cabo, de una relación marital (matrimonial), cuando sucede así, se
"desatan" potentes energías alrededor. Estas energías son generadoras de
vida física cuando la pareja decide concebir un hijo (y, si lo deciden por
amor, tendrán hijos muy bellos interiormente, como ya hemos afirmado en
alguna otra parte de esta obra). Estas energías son, también, generadoras de
crecimiento interior, ya que "limpian" los canales de los centros de energía
humanos. Sentir bien enaltece al hombre o a la mujer que siente bien, en el
sentido correcto, que es el de sentir serena y equilibradamente (no
fríamente, no apasionadamente).

En La Nueva Era se hará el amor más que nunca, sépase desde ya. Pero
se hará bien el amor y se hará, ante todo, entre las parejas que se sientan
complementarias, por ser opuestas o afines.
Pero aclaremos qué es eso en lo que ha de convertirse el acto sexual, eso
que ha de representar en un futuro que será mejor para el hombre?: Ni más
ni menos que un acto sublime —bello— cuando no en un acto sagrado —
un acto de amor—. En esto puede —y debe— convertirse el sexo, en
nuestra opinión, si se quiere conciliar el deseo sexual y el crecimiento
interior y/o espiritual.

Ejercicio en pareja
(Inspirado en la práctica tántrica)

La pareja se sienta frente a frente —en La Posición del Loto de El Yoga


o no, la cuestión es estar cómodos—. Están desnudos y se miran. Miran sus
zonas sexuales sin tensión y, por supuesto, sin rechazo o sin cansancio.
Con excitación contenida, ya que se trata de acariciarse lentamente,
profundamente, con la palma de las manos, recibiendo la excitación
verdadera, la de estar recibiendo amor por parte de alguien que nos lo da,
un amor que, cuando quiere crear, es capaz incluso de concebir un hijo. La
pareja que, en el caso de nuestro ejercicio quiere concebir únicamente
placer —siendo perfectamente válido mantener relaciones sexuales así, a la
vez que acceder a toda Perfecta Iniciación—, ha de aprender a eliminar los
instintos automáticos para ir sustituyéndolos por instintos sexuales, sí,
ciertamente, pero controlados desde la serenidad. Excitarse al ver
desnudarse al amante o a la amante, no por su físico (tal como se halla el
actual estado de evolución física de la mayor parte de los humanos adultos)
sino por las imágenes que sabrá ofrecer al cumplir las fantasías sexuales
(es bueno que los dos miembros de la pareja conozcan todas las fantasías
sexuales del "partnaire", de esta forma, tendiendo a cumplimentarlas —
menos aquellas imposibles o indignas de realizar— ya que ello libera de
tensiones emocionales e, incluso, de bloqueos vertebrales y energéticos que
llegan a darse por reprimir lo que en realidad se quería practicar en
cuestión sexual. La pareja así dispuesta, tras acariciarse, gozará de sus
cuerpos, totalmente, sin restricciones ningunas, pero con profundidad. El
hombre, reteniendo su eyaculación sin esfuerzo. La mujer descubriendo,
cada vez y edad a edad, que su placer sexual esconde, ciertamente,
posibilidades pudiéramos decir que ilimitadas. Un cuerpo de mujer
"encendido" sexualmente es una fuerza muy poderosa para quien sepa
verla, una fuerza que atrae hacia sí todo tipo de suertes, según sea el estado
mental de la mujer excitada.
El juego consiste, finalmente, es aprenderse a contemplar, acariciar,
aceptar en la desnudez, en aprender a ser uno o una con la otra persona, en
la intimidad, evitando "ir hacia" la penetración como único objetivo sexual.

—La respiración ha de ser sosegada y profunda, de un modo voluntario


incluso, al principio. Si la respiración se dispara durante el acto sexual
entre aspirantes a crecer, se la contiene. De este modo, el ser humano
dignifica cada vez más su acto sexual, respirando relajadamente mientras
hace el amor, mientras acaricia o es acariciado. El placer, de esta forma, es
más intenso—.

Todo noble buscador de sí mismo tarde o temprano se topa, ciertamente,


con el uso que hace de la sexualidad como problema. Entonces, la concibe
como un dilema de cara a su crecimiento interior. Es así; siempre lo será en
la verdadera búsqueda de uno mismo —de una misma—, aquélla que
conduce al conocimiento de sí mismo por parte de cada mujer, de cada
hombre que tome la crucial decisión en su vida de crecer interiormente y
vivir mejor que antes, con tal de crear entre todos un futuro brillante para
la Humanidad a partir del total conocimiento de lo que es la vida humana
en realidad, un tiempo para mejorar cada cual. Y puede hacerse, hermanos
del mundo, puede hacerse. No lo dudéis ni un sólo instante, porque el que
duda es como aquél que se siente ciertamente enamorado de una mujer,
pongamos por caso, y nunca se atreve a decírselo. Pasan los años, y nunca
osa declarar su amor a la mujer a la que desea con el cuerpo y con el alma
desde su espíritu, desde su sensibilidad humana (representante del espíritu
en el cuerpo del hombre). Pero ya en la vejez —al menos sí pudieron
convertirse finalmente en amigos— ella va y le pregunta de repente: —
¿Sabías que siempre te he amado? Pues como éste es quien duda en
nuestro mundo, como saben los estudiosos de la realidad desde las leyes
ocultas de la vida. No se sea como esta pareja nunca, jamás, ciertamente,
de cara a la Nueva Era tal como es necesario que todos la entendamos.
Hay, sí, que declarar nuestro amor cuando lo sintamos.

En la sociedad ideal del futuro —cuando entre todos consigamos


concebirla y crearla— en esa sociedad, decimos, los hombres y mujeres no
se medirán por sus físicos, sino por sus almas, por sus espíritus, por sus
palabras y por sus ideas. De este modo, las parejas serán compatibles y
perfectas, porque fluirá a través de ellas el gran amor universal. Las parejas
sabrán que cuando la unión sexual es pura, repleta de amor, los hijos son
muy bellos interiormente desde el primer instante que vienen a la vida y las
relaciones son realmente regeneradoras y reparadoras hasta del paso del
tiempo (las buenas relaciones íntimas rejuvenecen, ya que otorgan un gran
caudal de energía interior a las personas).
Esto sabrán entonces, en efecto, del mismo modo que el verdadero
alquimista supo en todos los tiempos que si quería transmutar piedras en
oro lo que tenía que hacer primero era transmutar su cuerpo denso hasta
espiritualizarse a sí mismo. Hay mucho que transformar con armonía y
sosiego en la vida del aspirante a crecer interiormente. Sirva este manual
para que, partiendo de la propia sexualidad (como el instinto humano más
difícil de dominar después del instinto de supervivencia —el que nos
obliga a comer diariamente lo que sea con tal de no morir—), quien se
haya acercado hasta este texto con el afán de conocer un poco más los
entresijos del crecer interior, sepa cómo hacerlo y pueda finalmente
lograrlo.

Una sexualidad no dominada, no sublimada y embellecida por propia


decisión, "animaliza" al hombre, lo devuelve a lo que entendemos
actualmente como el remoto pasado de los seres humanos en la Tierra. Sin
embargo, una sexualidad amplia y profunda lo ensalza, sin necesidad de
renunciar al placer físico en pareja; más aún, aumentándolo; otorgándole
calidad, fuerza, sensibilidad.
Y el ser humano que se deja enaltecer a partir de su propia sexualidad
cada vez más dominada —aunque sea poco a poco, sin forzar los
acontecimientos (nadie que fuerce, crece en el sentido iniciático)— éste
accede a una realidad superior en sí mismo —en sí misma—. Esto, si se
quiere "ir de solitario o solitaria" por la vida —como se dice hoy
coloquialmente— en cuanto a temas sentimentales tal y como hoy en día,
en el presente siglo, los concebimos.
De la misma manera, la pareja que aprovecha sus ratos de amor para
decirse aquello que sienten en realidad —en un ambiente adecuado, sobre
todo, con la música que a ambos gusta y relaja, con las luces más
sensuales, etc, etc—, para abrirse mutuamente el corazón desde el fondo,
esta pareja, decimos, se reconocerá finalmente como parte de lo mismo, se
reconocerá como dos que son un uno y lograrán muy pronto —con
humildad sabia— ser felices e irradiar felicidad a su alrededor desde su
unión perfecta y repleta de energía, la cual se expanderá por sí sola
alrededor del modo más gratificante, mágico y positivo (hasta será
percibida por los demás).
La pareja que sabe amar logra un gran crecer interior para ambos.
Porque tomar el cuerpo que se desnuda ante nosotros o ante nosotras como
un templo para la vida misma —ya que es la vida misma la que se
manifiesta a través de ese cuerpo— es demostrar que se sabe amar y
agradecer a la vida que nos permita sentir, ver, acariciar, ser acariciados,
fundirnos con placer físico en la vida de otra persona por medio de la
sexualidad, como hecho sagrado, importante cada vez, profundo y
tranquilo, bello... Y la vida devuelve lo que se le da, del mismo modo que
al hombre le regresa siempre —nunca se olvide esta idea hermética tan
bella— aquello que se emite desde uno mismo —o una misma—.
Desde el punto de vista del hombre interior, de la persona que se decide
a buscar lo trascendente en su vida, el deseo instintivo ha de ir
trasmutándose —por propia iniciativa personal— en un deseo cada vez
más voluntario, esto es, originado a partir del libre albedrío y la propia
voluntad de cada cual.
Cuando se pretende iniciar un verdadero proceso de crecimiento interior,
que conduzca a una mayor autoconciencia (un crecimiento personal) y si se
quiere también a un posterior crecer espiritual, la propia sexualidad se
convierte en un problema, en efecto.
¿Impide llegar a conocer La Verdad, acercarse a lo divino, desear hacer
el amor...? ¿Por qué los hombres y mujeres considerados más santos
hicieron —o hacen— renuncia explícita al sexo? ¿Si medito
regularmente... pero hago el amor con verdadero deseo, ya sea con una o
más parejas, impediré mi crecimiento interior y/o espiritual? Estas son
preguntas normales para el buscador —o la buscadora— que tiene la
intención de luchar —apostar fuerte en su vida— hasta lograr conocerse a
sí mismo —o a sí misma—.
En el laberinto de la búsqueda del conocimiento oculto, el candidato a
crecer puede llegar a "contactar" con ideas que pretenderán impedirle la
sexualidad con tal de experimentar "beneficiosos efectos" internos, o con
algunas otras que, por el contrario, le desarrollarán del modo más sensual
la conveniencia de participar en ciertas tendencias orgiásticas con tal de
obtener experiencias de "iluminación" total. Es el signo de quien busca La
Verdad, si la busca con ahínco: ir topándose ante muchos caminos falsos.
Porque el "dilema" de la sexualidad como impedimento hacia el
crecimiento interior y/o espiritual, parte más de un problema psicológico
humano que de lo que son en verdad las cosas. Se trata de un problema
falso en sus términos, inexistente en realidad. Porque en la medida que se
sepa comprender la intimidad entre una mujer y un hombre —o al revés—
como un acto natural, en esa misma medida, nos estaremos acercando a la
verdadera naturaleza del sexo humano.
Para el buscador espiritual que no quiera perderse en los vericuetos de
las sutiles trampas de Mäya (la ilusión en que vivimos, en términos
búdico/hinduístas), su uso de la sexualidad puede y debe convertirse (en la
actual fase de la evolución humana) en uno de los principales pilares de su
crecimiento interno, como ser vivo que se sabe dotado de conciencia del
mundo y de limitada autoconciencia de sí. Si no se hace así, de nada valdrá
ningún esfuerzo que se pretenda hacer, ninguna actitud que se quiera tomar
con el fin de crecer interiormente con tal de llegar a percibir la verdad de la
vida en la mente y en el corazón (lo cual eleva ciertamente la inteligencia
humana, y le permite al hombre la comprensión paulatina de todo lo
oculto, de todo Lo Sagrado).

La sexualidad comprendida como un "desahogo" físico ha de pertenecer


poco a poco al pasado humano. En cambio la relación íntima entre los
sexos, entendida y asumida como un mágico y poderoso intercambio de
energía, es una idea básica y principal para quien quiera situarse en otra
dimensión de sí mismo —de sí misma—para quien decida disponerse a
aceptar La Nueva Era que está cerniéndose, con la lentitud como se abre
una flor al amanecer, sobre el corazón humano...

La idea predominante por décadas en cuanto al "gran placer físico" que


ha de conllevar toda sexualidad "bien hecha", es, por tanto, incompleta
desde el punto de vista de las prácticas por las que se debe regir
automáticamente La Nueva Era, como creemos que ha quedado
demostrado a lo largo de la presente obra. Y hemos sido muy claros,
amable lector; claros en las palabras y en los términos que hemos
empleado para tratar de un tema tan delicado. Hemos llamado "pene" al
sexo masculino, al igual que en las más importantes tradiciones sagradas
orientales —por ejemplo, El Tantra— lo llaman el "lingam". Y hemos
llamado vagina a lo que en las tradiciones del Este, como se sabe, llaman
"yoni". Consideramos que entre candidatos a crecer, entre buscadores de la
verdad de la vida, no hay que temer a las palabras... salvo a aquéllas que
nieguen lo que es superior al hombre —no tomarás el nombre de Dios en
vano...— o aquéllas otras que emitan vibraciones negativas alrededor (algo
ampliamente sabido entre los esotéricos y ocultistas versados). Por tanto,
no haya rechazo ante las palabras que hemos empleado; ni siquiera haya,
en su caso, morbosidad. ¿Cómo puede hablarse del sexo y del espíritu en
una misma obra?, podría preguntarse alguno o algunos, aún a estas alturas
del siglo. Creemos que puede hacerse, si se cumple la ley de la oratoria
antigua usada entre los filósofos griegos, por ejemplo, la que aseguraba
que todo aquello que sea dicho desde la propia sinceridad, todo eso tiene la
fuerza de la verdad. Y nosotros hemos hablado desde lo que creemos
sinceramente y desde lo que, pese a todas las dificultades que puedan
presentársenos diariamente, tratamos de practicar. Cuantos más seamos los
que practiquemos una forma mejor de amar y de hacer el amor, antes
lograremos ser más felices; sobre todo, ahora que comenzamos a intuir
claramente que el amor de verdad no tiene porqué implicar debilidad para
el ser humano que lo siente y lo practica desde la naturalidad.

El amor y el sexo debilitan cuando son empleados mal, ciertamente,


cuando no nacen desde la sensibilidad del corazón, sino desde el interés del
cuerpo humano.

Deseamos haber aclarado ideas al lector que se haya acercado hasta esta
obra, resultado de una larga experiencia personal en el mundo del crecer
interior y/o espiritual. Nadie tiene que hacer perder nunca el tiempo a
nadie, y menos nosotros, como autores que hemos pretendido ofrecer un
manual básico que ojalá le haya resultado ameno y ágil hasta aquí, ya a
punto de despedirnos, aunque no sin antes proponer aún algunas
consideraciones más sobre lo que la sexualidad humana es en realidad, y
sobre su enorme trascendencia sobre el crecer de los hombres y las
mujeres. Esta obra consideramos que deberá ser útil para el lector
interesado en iniciarse por sí mismo en los secretos del gran crecer interior,
o no habremos logrado nuestro objetivo. Al tratar aquí sobre la sexualidad
humana que es correcta desde el punto de vista de cualquier Iniciación
Mayor o Menor y a partir de la Tradición esotérica que sea —oriental u
occidental— nuestra intención ha sido poner un escalón de ayuda para
quien crea que "crecer internamente es muy difícil" o que, "en cuestión de
sexualidad, intentar conocer lo trascendente exige demasiado...". Porque
no; no es así. Se trata, sencillamente, de que cada persona desee disfrutar
de una mayor autoconciencia de sí mismo y de lo que es en realidad la
existencia. Entonces, a partir de aquí se llega a comprender la verdadera
dimensión energética que se encierra en la sexualidad humana.

—Cuando dos personas se unen físicamente, abandonando los


movimientos pélvicos, llamémoslo en "la postura de la quietud",
traspasándose sensaciones, siendo capaces de mirarse entre sí, llegando a
vibrar juntos sonidos elementales (mantras semilla) —tales como "OM"—,
experimentan sensaciones nuevas, que son regeneradoras y que conducen a
un placer nuevo: el placer surgido de la verdadera unión entre los amantes,
esto es, una unión espiritual.
Al "reconvertir" la energía sexual —que es desordenada— en energía
emocional, en verdadero deseo de fusión con la persona junto a la que se
está en un momento dado, se produce un trasvase energético de amplias
consecuencias. Se produce un equilibramiento interno, una relajación
profunda y una elevación de la fuerza vital, y hasta intelectual, de las dos
personas que han dominado su instinto y que se aman de un modo noble,
esto es, de un modo más humano que animal. Al principio, renunciar al
movimiento instinto, al sexo por el sexo —en la pareja que así lo decide—
puede resultar costoso. Sin embargo, se convierte en un acto de lucha del
hombre contra sí mismo, del animal contra el animal. Cuando se vence en
esta lucha, se inicia, de modo automático, el proceso del crecimiento
interior más espectacular, ya que se conciben las cosas de otra forma, y se
entiende el sexo, cada vez más, como uno de los actos sagrados más
grandes a los que el hombre puede acceder. El sexo se convierte, entonces,
en una verdadera invocación blanca, esto es, en una llamada a lo superior,
por imitar como amaría lo superior al hombre en la Tierra. Imitar lo que
concebimos mayor, es comenzar a crecer, obviamente. Imitarlo en la
sexualidad es, por tanto, imprescindible para mantenerse en pie en
cualquier vía iniciática.

Y, ¿cómo se logra el gran objetivo de crecer a través del amor de verdad?


No teniendo miedo a saber, no temiendo por más tiempo a la intuición
humana, al mundo esotérico desvelado, en definitiva, dejando que la
Naturaleza —tal como es su objetivo— fluya por los canales de nuestro
ser, tras conseguir abrirlos convenientemente, lo cual se logra siendo
naturales a la hora de amar, siendo serenos a la hora de cumplir nuestras
fantasías sexuales, siendo nosotros mismos, desde lo mejor que seamos
interiormente en todo instante. Y también estudiando la vida desde su
sentido simbólico, ciertamente, una de las asignaturas más bellas que un
día —así creemos que debiera ser— se impartirán en las aulas de nuestro
mundo.
Ir hacia una sexualidad ideal, hacia una forma de usar la sexualidad y de
hacer el amor que nos permita mantenernos espiritualmente despiertos, no
exige otra cosa que eliminar de nuestros actos y deseos sexuales todo
vestigio de semianimalidad atávica, a partir de un trabajo tranquilo y libre
sobre aquéllas de las reacciones primarias que se nos manifiestan aún, a
partir de nuestra manera de ser, como básicamente instintivas...Las mismas
nos hablan, sin duda, de los últimos vestigios de nuestro pasado homínido.
Y en esto —en ese ir eliminando— consiste ni más ni menos la evolución
humana sobre la faz de este planeta que, como si se tratara de una
maravillosa nave azul en la que andáramos todos embarcados, vaga
aparentemente sin rumbo y a gran velocidad hacia los espacios más lejanos
y por entre los misterios de los cosmos estelares.

Y ningún crecer interior y/o espiritual debe exigir al aspirante a recorrer


la senda hacia sí mismo que abandone su personalidad. Por supuesto, de la
misma manera, tampoco que abandone su sexualidad.
En nuestra opinión, suelen producirse ciertos malentendidos lamentables
en la actualidad entre algunos buscadores de lo trascendente, los cuales, al
tratar de adecuar sus vidas a los nuevos conocimientos espirituales —ya
sea que los reciban a partir de Tradiciones orientales u occidentales— dan
en creer que el objetivo es "aniñarse" con tal de ir eliminando el ego y, así,
ir desprendiéndose de la personalidad adquirida a lo largo del proceso
desde la juventud a la madurez. Pero nada más lejos de la realidad. El
propio Cristo, Maestro entre Maestros de conocimiento oculto como ya es
sabido y aceptado por los conocedores de su vida antes de que comenzara
su predicación, cuando dijo "Dejad que los niños se acerquen a mí" se
estaba refiriendo a algo muy concreto. Traducida a lenguaje "pagano", a
lenguaje no iniciado, el sentido de su célebre frase es este: "Quienes sean
como los niños que se acerquen hasta el gran conocimiento, ya que ellos lo
comprenderán y asumirán". Pero ese ser como los niños significa ser
alegres, nobles, personas que concibiéramos la vida como el juego que es y
que quisiéramos comprenderla para crecer... tal como los niños, en efecto,
que quieren saber para hacerse "mayores". Es, por supuesto, una traducción
muy libre, pero es correcta y nadie podría negarla. Queremos incidir en
esto porque es frecuente que los líderes de ciertas sectas calificadas como
"destructivas" se aprovechen de frases como ésas, o de otras de parecido
sentido referidas al desapego a efectuar sobre el ego para lograr crecer
interiormente, con el fin de tergiversar lo que, en principio, es muy
sencillo. Cada cual debe conservar su personalidad, como cada cual debe
conservar sus tendencias sexuales, su forma de amar, sus sueños, sus
proyectos, al acercarse al crecimiento interior ya sea individualmente o a
través de un grupo que sostenga los mismos ideales. Lo que hay que
transformar es el sentido de toda tendencia personal. Si se quiere crecer
interior y/o espiritualmente la persona deberá, como resulta obvio,
trascendentalizar sus actos, convertirlos en más puros y más nobles. De
esto se trata, no de eliminar su fondo interior y ser acaso ingenuo como
pueda serlo un niño, con tal de recibir una supuesta "iluminación". La vida
en la Tierra no está hecha, a todas luces, para que la gente no tenga
pensamientos y quede vacía de sí misma sino, más bien, para que las
personas tengamos los mejores pensamientos posibles cada vez, así como
para que acumulemos las experiencias que, por ley kármica, nos toque a
cada cual. En esto radica todo el secreto de la sacralización de la propia
existencia para convertirla en una senda iniciática sobre la que transitemos
hacia lo transcendente, lo numinoso, como decía el Maestro Dürkheim, por
mucho que haya quienes quieran darle la vuelta al asunto hasta lograr hacer
creer que para crecer espiritualmente haya que "vaciarse" de todo
contenido anterior para quedar sujeto el buscador, acaso, a un líder grupal.
Esto no ha de ser así, y se debe a un malentendido. Un Maestro verdadero
es aquel que no vacía de sí mismo a su discípulo, a su aprendiz, sino aquel
que lo llena de la verdad inmutable, la que siempre es, la que está ahí desde
los siglos de los siglos y que nada ni nadie podrá cambiar. Por tanto, una
persona interesada en crecer interior y/o espiritualmente puede hacerlo sin
dejar de ser quien es, sin abandonar su antigua personalidad, su sexualidad,
sin abandonar familia, amistades, etc, etc. A menos, claro está, que alguien
decidiera tomar —por su libre albedrío— un compromiso mayor y unirse a
grupos iniciáticos con tal de experimentar una vía espiritual determinada.
Los hay y, ciertamente, muy buenos y adelantados. Pero esto habría de
sucederse, siempre, sin excluir desde la propia sabiduría la posibilidad
cierta de que cada persona, cada ciudadano, puede acometer el crecimiento
interior por sí mismo, sin necesidad de ayuda exterior (ayudándose de
textos esotéricos, tomando clases de Hatha Yoga impartidas por un buen
maestro, conociendo nuevas alternativas, etc, etc, pero manteniendo una
independencia personal, en una época tan confusa desde el punto de vista
espiritual, como la que vivimos en todas partes).
Las decisiones a tomar para crecer interiormente, por tanto, son
sagradamente personales. Un Maestro puede indicarlas a su modo y
manera, puede "despertarlas" en aquel al que conciba como situado sobre
el primer umbral hacia sí mismo, pero nunca deberá imponerlas. Un
aspirante a crecer interiormente es alguien que ya busca "algo más" en la
vida por sí mismo —por sí misma—. Por tanto, lo que necesita son
instrucciones adecuadas, claras, directas —sobre todo en occidente, donde
hemos querido ser hasta el día de hoy tan poco intuitivos y tan racionales
—. Y este libro, fruto de nuestra experiencia personal a lo largo de nuestro
intento de crecimiento espiritual, ha querido hasta aquí ofrecer esas
instrucciones básicas, en este caso, para solucionar el deseo que más apego
produce sobre todos los seres humanos, sobre todos nosotros y nosotras,
las personas, esto es, el deseo sexual.

No se da una oportunidad a la sensibilidad humana. Y esto es


ciertamente grave, sobre todo teniendo en cuenta que quien cree en la
nueva espiritualidad cree de antemano en la sensibilidad humana en su
entorno y frente a los demás. Es claro que el actual juego erótico y de
mutua atracción entre las parejas está más basado en intereses creados o
por crear, que en un verdadero juego sensual desde el principio de
conocerse entre sí y hasta el fin de la relación. Y esto no conduce más que
a una degradación de la idea que más interesa a todo auténtico buscador de
la vida interior, que es la de el Amor con mayúscula, la única fuerza de la
que los seres humanos podemos obtener la llave para "la salvación", esto
es, el conocimiento de la verdadera realidad que nos rodea durante la vida
física.
La nueva espiritualidad traerá grandes ideas a la raza humana, como
sabe todo aquel que, mediante la verdadera meditación, haya trascendido la
realidad para percibir la conciencia cósmica —el fluir eterno del océano de
la vida— (en la verdadera meditación, cesan los pensamientos para
observar sin deseos el propio interior y lo que entonces sucede). Entre esas
grandes ideas, algunas hablarán al ser humano de su auténtica falta de
autoconciencia personal hasta el día de hoy. Engullir al comer sin apenas
masticar, movernos desordenadamente al caminar, hablar sin reflexionar,
interrumpirnos sin escucharnos... hacer el amor sin sensibilidad... ¿No es
acaso todo esto más propio de seres semiinstintivos que de seres realmente
evolucionados? Quien se autodomina en todos esos trances cotidianos
puede considerar de antemano que es ya firme candidato a crecer
interiormente y darse cuenta de la verdadera realidad de la vida durante su
estancia en el mundo. Esa verdadera realidad, que le hablará de que la
existencia es un tiempo, ni más ni menos, que para mejorarse interiormente
—repetimos, ya que es un dato importante— como única posición digna
del ser humano frente a la vida. Y, quien lo intenta, quien comience a
lograrlo, se eleva espiritualmente, sin ninguna duda. Y de antemano
concluimos que comenzar por mejorar nuestras relaciones sexuales es
primordial. En una ocasión, conocimos a un joven candidato a profesor de
Hatha Yoga que, en sus horas de ocio, se dedicaba a ejercer de "chico
atractivo" en la zona donde vivía, procurando atraer hacia sí las miradas —
y algo más— de las mujeres más dotadas de la zona por donde él vivía. Y,
esto, sin importarle si eran casadas, solteras, muy jóvenes o más mayores.
A nosotros nos parecía que no era aquélla una actitud adecuada para un
futuro profesor del noble arte del Yoga; sin embargo, nunca conseguimos
convencerle de nuestro pensamiento. Su deseo lo dominaba, en nuestra
opinión. No porque quisiera gustar al sexo contrario, por supuesto, sino
porque quería gustar en todo momento y siempre a las mujeres. No era
dueño realmente de sí, sino que era esclavo de sí. El dueño de sí busca
aquello que siente que le interesa o, más bien, espera aquello que sabe que
le ha de llegar tarde o temprano, aunque sea por la ley de vibración
hermética (lo que vibra de modo semejante se atrae entre sí). El dueño de sí
no fuerza los acontecimientos, y a la hora de la atracción sexual se
comporta del modo más natural. Esta es la forma ideal de actuar de quien
quiere crecer interiormente y, al mismo tiempo, no renunciar a su
sexualidad. Hay que dar lo mejor de uno o una misma a la persona que
decida acercarse a nosotros y ofrecernos lo mejor de sí misma y, esto,
aunque se trate de una conquista de una sola noche. Esta actitud, en ningún
caso ha de ser negativa de cara a un crecimiento interior. Hacer el amor de
modo compulsivo, sudorosamente, jadeantemente, no es en absoluto lo
deseable para el buscador de lo trascendental que, en todo caso,
demostraría, si así actuara, que no sabe lo que se hace o que no da
demasiada importancia a su búsqueda trascendental. Por el contrario, hacer
el amor con sensualidad —a partir del propio carácter y forma de ser de
cada cual, por supuesto— es lo que nos incluirá en los parámetros de la
nueva espiritualidad en lo referente a la intimidad entre un hombre y una
mujer. Nos referimos a una sensualidad abierta, en la que cabe "todo", por
supuesto, desde un mayor uso de la capacidad de contemplación del cuerpo
desnudo de la pareja fija o circunstancial, hasta el cumplimiento querido o
tácito de las fantasías sexuales por parte de la pareja que así lo desee. Lo
importante es que la sexualidad no denigre al propio ser interior y que, a la
vez, ensalce a la persona con la que estamos. Es esto lo más importante. Al
convertir el acto sexual en un verdadero intercambio se logra trascender el
puro deseo animal para "reconvertirlo" y transmutarlo en deseo espiritual
del ser con el que nos hallamos en la intimidad. Para esto, son válidas tanto
las fórmulas de la sexología tántrica como aquellas derivadas del
acercamiento al sexo humano de un modo inteligente y, ante todo, creativo.
Dejarse conducir por el deseo sexual hasta el punto de no ser dueños de
nuestros pensamientos y actos, es el mayor error que puede cometerse
desde el punto de vista iniciático y esotérico. En primer lugar, porque esa
sexualidad no "llena" al ser humano; por eso las parejas convencionales
suelen acabar mutuamente insatisfechas, la mayor parte de las veces, aún
sin saber que es a causa de que la sexualidad que practican entre sí los
"animaliza" más y más a ambos.

La sexualidad que verdaderamente sacia al ser humano es aquella que


nutre interiormente de sensaciones, de imágenes y hasta de palabras
inolvidables, llegado el caso. Hay que solucionar los "olvidos" graves que
cometemos en la actualidad en nuestras relaciones íntimas con respecto a
nuestras parejas —ver el segundo capítulo de esta obra—. El buscador
espiritual, el que quiere conocer más sobre la vida, ha de concebir el sexo
como un poderoso intercambio de energía vital con otra persona,
insistimos, y, en este sentido, se entregará a la relación con sus sentidos
abiertos y sabiendo dar. Porque sólo quien sabe dar, recibe lo único que nos
llena realmente al ser humano en el transcurso de nuestra vida física: la
satisfacción de haber dado. Sólo el acto de amar "llena" al hombre y lo
eleva sobre sí mismo*.

—*Ya lo dramatizó Cristo en su crucifixión, "dando su vida por amor".


El sentido esotérico de su acto es uno de los más sublimes (si no el que
más) que se hayan dado sobre la faz del mundo, en el transcurso de la
historia humana conocida. También había llevado esta idea a la práctica
medio milenio antes del Maestro Jesús el príncipe Sidharta Gautama,
ciertamente, quien fue capaz de abandonar el palacio en el que vivía
rodeado de todo tipo de belleza para enfrentarse al mundo, vencer al
sufrimiento y encontrar la vida finalmente en el interior de sí mismo,
dando al mundo el secreto de "la salvación humana" desde el punto de
vista oriental—.

El acto de dar, el acto de darse, es el más sublime que pueda acometer el


ser humano durante la ensoñación de su existencia terrena. Cualesquiera
otras acciones no sirven más que para enredarse de nuevo en la ley kármica
y en el mundo ilusorio de Mäya, tal como es concebido por hinduístas y
budistas. En otros términos de más fácil comprensión para el occidental no
iniciado en conocimiento oriental semivelado, el objetivo humano es darse
cuenta de la verdadera naturaleza de la realidad de las cosas en la vida. La
existencia de cada persona transcurre siendo diferentes "yoes" en cada
etapa de la vida y a medida que se crece. Por tanto, sólo mejorar
internamente, sólo crecer en el sentido correcto, libera al ser humano de lo
inconcebible de no dominar su propia vida. Por eso, lo que se acumula en
el transcurso de la misma, es aquello que damos. ¿Y qué acto más
poderoso existe que el acto de amar? Ninguno. De ahí, que La Nueva Era
traiga una sensualidad mucho más rica que la actual. Dar amor de verdad
—no amor interesado— es trascender la propia materialidad y enaltecerse
ante la existencia misma, que premia, de modo categórico, a quien así
actúa, a quien vive dando o dándose. Y, esto es aplicable al amor físico
entre las parejas. De ahí que quepa preguntarse cuál es la verdadera
función de la capacidad de sentir placer de nuestros cuerpos: ¿Sentir un
orgasmo que en el hombre dura unos instantes y que en la mujer se
multiplica por algunas sensaciones más internas, en su caso? ¿De eso se
trata la sexualidad humana? ¿Para eso existe como posibilidad a partir de
nuestros cuerpos físicos? Resulta evidente que no. Y la evidencia queda
reafirmada cuando, tras sentir encendidos los chakras vertebrales, el
buscador o la buscadora comprueban que el placer en la sexualidad es y
tiene que ser integral. Total. Todo el cuerpo es una máquina perfecta de
proporcionar placer hondo en pareja y en la intimidad, cuando la unión se
realiza de modo conveniente y con la disposición adecuada (del mismo
modo, es posible concebir y usar el cuerpo como una maquinaria muy
precisa para crecer internamente, ya que quien libera su físico de tensiones
se sitúa más que nunca ante su propia mente con tal de incidir sobre la
misma con tal de conocerse internamente. En otras palabras, quien vence la
animalidad de su cuerpo oye claramente la voz de su mente y eleva así su
conciencia de la realidad manifestada).

Venzamos el miedo a SER para aprender a AMAR y, así, poder


descubrir la magia que se esconde tras los secretos de la vida y de la
existencia humana en cada uno de sus instantes, tras los misterios de El
Velo de Isis en definitiva —tal como los desveló Madame Blavatsky en sus
grandes obras principales—.
Una nueva sexualidad, más sincera y profunda, más emocional y menos
instintiva que la practicada por las mujeres y los hombres en nuestro actual
estado de evolución, nos conduciría —nos habrá de conducir un día— a un
mundo mejor. Un mundo, a partir de la Nueva Era humana que está
naciendo por sí misma ya, pese a que en muchas partes no lo parezca
todavía. Sin embargo, los espíritus más sensibles de este siglo perciben ya
claras muestras de los cambios fundamentales que, poco a poco, van a ir
produciéndose aquí y allá, cada vez en más partes, en el interior de las
personas. El inconsciente colectivo necesita abandonar el sufrimiento de
vivir en un mundo sin esperanza y el mundo oculto sabe que el secreto para
lograrlo es, sencillamente, aprender a amar. Todos esos cambios son
posibles, sépase, debido al estado alcanzado por ese inconsciente colectivo
herido, situado ante la realidad de soportar diariamente lo insoportable (en
palabras de Dürkheim) en la actualidad.
Pero sepa el hombre, sepamos todos, que hemos vencido en este siglo.
Sí, hemos vencido, pese a toda apariencia, puesto que hemos logrado
situarnos en la frontera de una nueva espiritualidad, actualmente estudiada
y tratada de ser practicada por millones de personas en todos los países del
mundo, desde Oriente hasta Occidente.
Pero esa victoria humana lograda por encima de todos los riesgos
asumidos por el inconsciente colectivo a lo largo de los últimos cien años
aproximadamente, será el tema de una nueva obra en la que trabajaremos
un día con tal de difundir esa idea de síntesis histórica, que creemos
ciertamente interesante. Hay que avanzar por pasos, sin embargo, en el
largo camino hacia la espiritualidad humana. Y el primer paso es mejorar la
intimidad humana lo más posible y sin cesar. Sirva para ese gran objetivo
esta obra que usted, amable lector, ha tenido la bondad de leer hasta el
final. Este es nuestro deseo, en efecto; este ha sido al escribir lo que
pensamos, lo que sentimos, aquello a lo que aspiramos de modo ideal con
tal de que un día nuestros hijos y nuestras hijas puedan vivir felices en el
transcurso de la vida física sobre la faz de este hermoso planeta al que
llamamos la Tierra.

Ojalá se cumpla. Y ojalá cada hombre y mujer empecemos ya a seguir,


una vez comprendido el gran proceso del que hemos apuntado ideas
fundamentales en esta obra, el camino hacia el interior de sí mismo —de sí
misma—. Y, esto, a partir de la propia gran capacidad de amar de cada
cual, a partir de su conciencia y su libre albedrío personal, en primer lugar.
Y, finalmente, a partir de su propia capacidad sexual, dos capacidades
sagradas éstas, en efecto, destinadas desde siempre a ser llaves mágicas de
aquéllas y aquéllos que quieran —que queramos— conocer por fin los
maravillosos secretos de la existencia humana en el mundo, los fascinantes
e inacabables misterios de lo que es siempre infinitamente superior al ser
humano en todos los tiempos: La Fuerza de La Vida.

OM
(Barcelona —España— 4/4/1994)

(A mi hija, Indra)
Epílogo

EL SENTIDO ESOTERICO DE LOS MODALES DEL AMOR


(La sinceridad, la serenidad, la sensualidad, la sensibilidad)
1. La sinceridad

—Que atrae la sinceridad a la vida—

Porque la sinceridad atrae la sinceridad en la vida de cada persona, de un


modo mágico incluso, como se sabe desde la alquimia blanca ancestral, y,
sobre todo, como está difundido por las religiones actualmente más
esparcidas por el mundo, como el cristianismo, con su mensaje de amor
desde hará pronto dos mil años, el Hinduísmo y el Budismo, con su
mensaje de serenidad, el Mahometanismo e Islamismo y, también, desde
las sabidurías y los conocimientos de ciencias maravillosas, tales como La
Ciencia Hermética de Hermes Trismegistos, hombre/dios de Egipto y la
Ciencia del Gnosticismo (conocimiento) esotérico cristiano, entre otras
menores.

La sinceridad es vértice común en el que confluyen finalmente todas las


religiones y todas las ciencias ocultas, actualmente semiveladas. Es
conocimiento éste que se sabrá cada vez más a medida que avance la
Nueva Era. ¿No ha de ser importante ser sinceros en el amor con nuestras
parejas, aunque fueran de una noche, con tal de volver la relación
importante, con tal de embellecerla, de enaltecerla ante toda religión
incluso, ante toda ciencia esotérica acaso?
Del mismo modo que quien convirtiera su vida en una pequeña obra de
arte diaria lograría comprender la esencia, el néctar de la existencia, el arte
de vivir, en definitiva, de esa misma forma quien ama a su pareja bien ése
"se salva", tanto en términos esotéricos como espirituales. Por eso es tan
importante ser sinceros en el amor —o sería tan importante—. Porque la
sinceridad de una mujer y un hombre significa que crean una unión
poderosa en el Éter, a partir de sus cuerpos unidos sexualmente en nombre
del amor.

Ser sinceros es muy importante al amar. Si se siente así, se hace el amor


con quien se desee —y acepte y quiera, claro está— pero con sinceridad.
Esa sería —y ha de ser en La Nueva—Era— la sexualidad que abriría poco
a poco los centros energéticos necesarios para que fluyan perfectamente las
energías de la vida, de la Naturaleza, a través del hombre y de la mujer.
Hacer el amor sin desearlo de veras, pensando en otra cosa acaso, o en otra
persona, es no decir la verdad, callarla. Y esto produce bloqueos internos
en las personas. Bloqueos, sépase, graves. La Nueva Era es
fundamentalmente sincera, ya que los sentimientos del hombre irán de un
lugar a otro con más facilidad que nunca, al renovarse nuestro Éter, como
se sabe y comienza a difundirse y ser asimilado).

Ser sinceros en la relación sexual implica no exigir que el otro sea como
se desea que sea, sino que la persona "amada" sea quien ella es en realidad.
Y al unirse dos personas de este modo, auténticamente, entran en lo que en
términos esotéricos se conoce como LA VERDAD de sí mismos. Como el
secreto desvelado es que AMAR transmuta —amar de verdad— no hay
mejor ocasión para comprobarlo que cuando se "ama" a una pareja.
Fundirse físicamente por amor es, así, un acto de enaltecimiento personal,
que dota de una gran energía interior. Esto, del mismo modo que fundirse
"desordenadamente" con una pareja —ocasional o fija— debilita y apaga
el espíritu interior.

2. La serenidad

—Que atrae la serenidad a la vida—

Se trata de expander serenidad alrededor, cada cual en su medida, según


su situación personal, pero realizarlo. Y al amar así, al calmar el interior
relajando el exterior, el ser humano comienza a experimentar otras
vibraciones personales. Comprenderá otra forma de ver la vida. Otros
mensajes exteriores provenientes de la Naturaleza que, aunque no la
veamos ya la mayoría en el final de este siglo XX, está en todas partes a
nuestro alrededor y, desde el punto de vista oculto, nos habla sin cesar,
ciertamente.
Quien ama con serenidad a su pareja, centrándonos en el tema que nos
ocupa principalmente en esta obra, es aquel que jamás la golpea, mucho
menos pélvicamente. Nuestro cuerpo, que tiene su mente ("la mente del
cuerpo", que nos permite realizar todas las funciones automáticas) sufre
cuando lo maltratamos. Por eso entrar en la Nueva Era exige dejar de
maltratarnos los unos a los otros y, primeramente, para empezar, al
desearnos sexualmente como actualmente lo hacemos. Sin embargo,
vivimos en unos tiempos en los que llegamos a oír que violan a niños para
filmar las imágenes y venderlas y no sentimos nada al oírlo, lo cual es muy
grave y habla claramente sobre la sordera de la Humanidad actual, que es,
precisamente, como gran paradoja, lo que sitúa al hombre de este año
2.000 hacia el que nos encaminamos ante lo insoportable, ya no sentir.
Muchos creen que un no sentir general, un no saber o no poder sentir,
podría llegar a ser un día la causa de sociedades autoritarias sin límite. Pero
nosotros creemos que nunca va a ocurrir así: La Humanidad ya venció en
los campos de batallas físicos —donde hasta ahora se han dilucidado las
batallas de las ideas— al nazismo, como gran encarnación de El Mal
destructivo. Ya vencimos a los autoritarismos, aunque aún nos quedan los
últimos vestigios en algunos de nuestros países repartidos por la faz de la
Tierra que habitamos. No vamos a luchar nunca más contra ellos por tanto,
sépase, porque el inconsciente colectivo se encarga de detener cualquier
brote de aquellas ideas en cuanto levantan la mano a alguien en cualquier
parte. Nuestros antepasados no demasiado lejanos nos transmitieron la
memoria de lo que hay que hacer en caso de rebrote de aquellas ideas
nefastas, cuyas consecuencias aún arrastramos todos en nuestro
inconsciente colectivo que, desde entonces, ha estado y está afectado —lo
cual nos impide amar—. Por nuestro pasado tenemos miedo a sufrir, por
eso. Y por ese miedo, por ése, tenemos miedo también a la vida. Y, al
temer a la vida, creamos nuestro miedo a amarnos, nuestro miedo a amar.

Sin embargo, simbólicamente, ocultamente, el buscador espiritual logra


su objetivo ante sí mismo y ante el mundo de la vida, cuando quiebra ese
miedo y logra amar la vida. Esto nunca debe olvidarse. Es El Gran Secreto
de la Vida, ciertamente. Cuando el ser humano ama de verdad significa que
ha trascendido su instinto físico, que ha dominado su miedo a SER, a estar
vivo, y que más que acumular experiencias lo que quiere es comprender
cada vez más la existencia. A partir de esta actitud, una persona se
convierte en buscadora de la verdad. Y, quien busca, halla, tal como está
escrito en los textos religiosos y tal como adelanta el mundo oculto (el cual
sólo permanece oculto hasta que el ser humano decide excavar en sí
mismo, en su mente y en su corazón...)

3. La sensualidad

—Las caricias que liberan de tensiones y excitan—

Acariciar el cuerpo de la persona a la que nos unimos sexualmente o a la


que queremos seducir, o excitar, significa que sabemos amar, que sabemos
expresar ternura y que los mejores sentimientos hacia ese ser al que nos
unimos son los que sentimos.
Un matrimonio, una pareja que se proponga mantenerse "fija", ha de
acariciarse mucho siempre, sobre todo en la intimidad, en efecto.
Acariciarse al pasar, al rozarse, al quererse, quizá incluso en el momento
de no desearse sexualmente... Acariciar para demostrar constantemente
sentimientos.

Las caricias, acompañadas de masajes, conducen rápidamente a la pareja


hacia los primeros umbrales de su crecimiento interior. Esas caricias dadas
durante la sexualidad de la pareja, éstas ante todas, son amor manifestado
en la vida. Y, al ser amor, son poderosas. Tienen el don de crear amor
alrededor, el donde de curar incluso —en los seres más perceptivos— y el
don de transmitir el amor con la sola presencia incluso, con su modo de ser
y actuar en la vida, como les sucede a los grandes Maestros de las antiguas
Tradiciones ancestrales.
Para que no se diga que no vivimos en el mundo moderno o que no lo
hemos conocido: Un hombre que seduzca desde su carisma noble a una
mujer en este tiempo —si esto aún es posible en alguna parte, salvo entre
los adolescentes y los niños— y que fuera capaz de acariciarla al entrar en
el coche, aunque fuera un instante, al pasar, al rozar su pelo tal vez, quién
sabe... Un hombre así, enamoraría realmente a esa mujer, la fascinaría al
suscitar su admiración. Y cuando un hombre enamora a una mujer hay que
saber que se están sucediendo cosas mágicas en el entorno de esa pareja.
Se estará entrando en otra dimensión, en la dimensión del amor. Claro que
si se entra en esos territorios mentales y sensitivos sin haber serenado un
poco las ideas y los pensamientos, así como los deseos, se percibirá de
todo: espejismos, al fin y al cabo. Se sentirán celos, se sufrirá por ideas
contrapuestas, se amará/odiará a la pareja... Llegará a pasar "de todo",
cuando no se cumpla —uno de los dos o los dos— con las imágenes
mentales que queremos que dramaticen y vivencien para nosotros él o ella.
Pero quien lo que quiere es conocer los secretos vericuetos de la
dimensión amorosa que nace dentro de sí, a partir de la pareja que forma en
nombre de un sentimiento sincero y sereno, cumpliendo así los dos
primeros modales básicos del amor, cumple el rito de magia blanca
fundamental para vivir bien y ser feliz: Amar. Y, ¿no son las verdaderas
caricias amor manifestado, amor capaz de manifestarse desde un corazón
humano? Luego, acaríciense las parejas; háganlo y "no vayan al grano" en
sus relaciones sexuales.
Al hacerlo, al acariciarse, al saberse contemplar, al saber enterarse y
satisfacer las fantasías sexuales de cada cual —siempre que no dañen a
nadie, ni siquiera a terceras personas—, se entrará en una descubierta
sensualidad, la cual es imprescindible mantener viva siempre en el seno de
las parejas, si lo que se quiere es sentir la necesaria excitación interna que,
encendiendo los centros de energía, en este caso sobre todo el chakra final
de la columna, pueda llegar a realizar la transmutación hacia el crecer
interior en pareja.

4. La sensibilidad

—El sentimiento que dota de energía interior—

El hombre sensible y buscador de sí mismo ofrece su parte femenina


despierta a la mujer a la que quiere seducir, porque a lo femenino, sépase,
sólo puede conquistarlo realmente lo femenino. Y la mujer sensible ofrece
su parte masculina también despierta a su hombre. Este es un acto de
mutua sensibilidad, porque ambas partes abren el corazón a sus parejas al
mostrarles su lado oculto. Quiere esto decir que un hombre es sensible
cuando es capaz de comprender lo femenino y viceversa (sin que esto
tenga nada que ver con temas de homosexualismo o bisexualidad).
Un hombre que se abre a las cualidades femeninas en sí mismo, a las
mejores, por supuesto, tales como su rapidez mental (la de ellas), su gusto
estético, su capacidad de amar y soñar, su permanente esperanza en el
mañana..., un hombre así, se completa, ciertamente, y al revés.
Cuando la pareja se concibe entre dos personas como una forma de tener
una oportunidad permanente de ejercitar la sensibilidad entre sí, es muy
reconfortante convivir con alguien, ya que entonces la vida se convierte en
un juego permanente de ambos, mujer y hombre, sorteando todas las
trampas "mayásicas" de la vida con tal de ir siendo mejores y mejores
interiormente, a través del cómo amamos, cómo pensamos, sentimos y
actuamos. En esto consiste el secreto del vivir desde el punto de vista de
las LEYES OCULTAS de la existencia. En esto tan sencillo y, al mismo
tiempo, tan importante.

La sensibilidad, en este sentido, dota de energía interior, ya que actúa


como detonante de nuestras mejores emociones. Al oír música con "los
oídos abiertos", al mirar un mar oyendo el oleaje, sintiendo su distancia
infinita, al sentir el placer de ver en la mañana la piel de nuestro amor
sobre las sábanas, se va "encendiendo" el interior humano. Al percibir "los
pequeños detalles" demostramos que sabemos sentir en calma. Y, esto, en
sexo es muy importante. Cuando se hace sexo instintivamente, no se "ve"
nada de lo que pasa. Sólo, se experimenta el hecho de saciarse del sexo
deseado. Sin embargo, cuando la sensibilidad permite "ver" lo que pasa
con calma, el sexo se convierte en una fuerza interior desatada, que nos
llena.
Al saber amar, las emociones van siendo alimentadas,
convenientemente, como si el corazón se fuera llenando tan sólo de
sentimientos nobles y de nobles sensaciones. Cuando este bagaje se une a
un bagaje mental de la misma índole, esto es, cuando el corazón contiene
lo mismo que la mente —que es cuando se siente y se piensa de la misma
manera— entonces "se enciende" la llama sagrada del amor hacia sí mismo
por parte del hombre. Porque quien primero no se ama a sí, a nadie podrá
saber amar, ciertamente. Entendiendo este amarse a uno mismo —a una
misma— como un trabajarse interiormente con el fin de mejorar. Y, al
encenderse la llama, el ser humano comprueba que ahora sí está dotado de
su propio espíritu, antes dormido en su interior. En este instante, puede
iniciarse el gran proceso del crecimiento interior, máxima exigencia de La
Nueva Era que ya está aquí.

Saber sentir, saber pensar, saber Ser... Saber amar. Son los cuatro
ingredientes esotéricos que conducen a la alquimia interior necesaria, con
tal de crecer interiormente. Y, al producirse este crecer, al ponernos de esta
manera en sintonía con La Nueva Era, el hombre y la mujer dan por sí
mismos el gran paso hacia adelante, por su libre albedrío, siendo así que
perciben entonces su propia trascendencia interior, su YO SUPERIOR, su
Ser o su ser esencial.

A partir de ese instante, El Gran Libro de la Vida se abre ante el ser


humano. Y finalmente comprende, así, quién es él en realidad: El Dios/La
Diosa, El Todo, La Unidad. Y, esto, cada ser humano, cada mujer y cada
hombre.

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