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El Ojo Breve/ Las 13 sillas

Por

Cuauhtémoc Medina

(03-Jul-2002).-

Cuarto Festival de Arte Sonoro. Hábitat Sónico. 14 de junio-7 de


julio, 2002. Ex-Teresa Arte Actual, MUCA Roma, Galerías de la
Colección Jumex.

Martes 18 de junio, 2002. 19:59 hrs. Sonando las palmas, Juan


Hidalgo (Palmas de Gran Canaria, 1927) camina hasta colocarse
frente al altar/escenario del antiguo Templo de Santa Teresa. Lo
esperan ya, en el ábside de la capilla, 13 sillas colocadas en
círculo, cada una con un pañuelo doblado sobre el respaldo. En el
borde del estrado hay una hilera de platos sobre la que él enciende
una ramita de incienso, como preparando un terreno ritual.

Primero, Hidalgo fue sentándose en cada una de las sillas


desdoblando el pañuelo. Tras una pequeña espera, se golpeaba
súbitamente la boca con la mano, a fin de provocar un ruido
sordo. Era un gesto que -según me contó el artista- derivaba de
un chiste político privado. En los últimos años de su vida, el
general Francisco Franco tenía que sostenerse la mano firmemente
para no andarse trompeando involuntariamente con el parkinson.
Los golpes de mano de Hidalgo eran una forma de producir
música a costillas de un déspota decrépito. Claro: en el concierto
mismo ese gesto no era un símbolo, sino tan sólo un medio
rítmico.

En sus siguientes recorridos por las sillas, Hidalgo llevó a cabo


rutinas igualmente simples, pero que adquirían una especial
intensidad al ser interpretadas en el estrado. Cambiando de sillas,
se limpió con los pañuelos cada uno de los siete orificios
corporales, empezando por la uretra y terminando por el culo.
Más tarde, ató las sillas entre sí con la ayuda de paños de colores
brillantes, como creando una guirnalda. En el cuarto y último
movimiento fue cortando con tijeras esos enlaces, dejando cada
silla con la mitad de un trapo colgando a cada costado.

Cada una de esas acciones era llevada a cabo con la más aplicada
modestia, sujetando los movimientos a un ritmo pausado. Si el
concierto tenía sonidos, éstos eran incidentales: el roce entre el
cuerpo y los objetos, el corte de las tijeras, las sillas golpeando la
alfombra.

Tal parecía que, más que brindar un espectáculo, Hidalgo


cumpliera una determinada combinatoria: como si hiciera una
especie de ofrenda, digamos una puja budista. Sus mismas pausas
tenían ese control escénico que dan más de 40 años de ser músico
experimental.

Hidalgo se sentaba entre dos columnas mirando fijamente su reloj;


su inactividad acentuaba nuestra atención. Nos obligaba a ver el
escenario como si fuera una especie de instalación y reprimía toda
aparición de tedio al hacernos conscientes de nuestra percepción
del tiempo.

Y, ¿qué es la música si no una determinada (y acentuada)


experiencia del tiempo? Juan Hidalgo esperó a ver que se
consumieran los ramitos de incienso y se paró en el centro del
escenario, para levantar muy lentamente los brazos. Luego, sin
advertencia, y sobresaltando a todos los asistentes, gritó con
todos los pulmones. Ese aullido marcaba el fin del ceremonial.
Nada que ver con el "tan tan" del compositor tradicional.

Tres cuartos de hora tomó la presentación en México de una de las


leyendas vivientes del arte/acción contemporáneo: el hombre que,
con Walter Marchetti, lidereó al grupo ZAJ desde 1964.

Al paralelo que los artistas del happening y Fluxus, ZAJ asumió la


herencia de Duchamp y John Cage como excitación a una actividad
que no se restringía a ser experimental, sino que acabó siendo
paradójica, anarquista y polimorfa.

ZAJ hizo música a partir del "amor a las alusiones", "las vulgares
acciones cotidianas y... los modos de acción no lógicos". ZAJ
convirtió el "traslado" de objetos en obra artística. ZAJ circuló sus
conceptos y paradojas en hermosas tarjetas impresas en papeles
de colores, que desafiaban la estrechez moral, sexual, gramatical e
intelectual.

Las 13 sillas de Hidalgo fueron uno de los puntos altos de la


cuarta edición del Festival de Arte Sonoro, que esta vez se abrió a
una convocatoria abierta para que artistas locales presentaran
proyectos de instalaciones. Si bien es natural en los eventos de
arte experimental que confluyan lo extraordinario, lo tentativo y lo
fallido, el procedimiento de sumisión libre arrojó exhibiciones un
tanto vagas.

El tema de este festival (Hábitat sónico) podía ya interpretarse


como una invitación a hacer ambientaciones con objetos
cotidianos, como sugerencia de emprender una antropología
costumbrista de los sonidos urbanos (Sonido ciudad. Tres actos+
del Centro de Creación Radiofónica), o como motivo para utilizar el
radio como medio de expresión lírica.

Fueron pocas las obras que realmente captaban la atención. Luz


María Sánchez colocó cuatro ventiladores relativamente potentes
en un cuarto del MUCA Roma, solución por demás sencilla para
generar una situación de nostalgia casi cinematográfica.

En Ex-Teresa se proyectaba un video de Artur Zmijewski que


documentaba el intento de enseñar a cantar a un coro de
sordomudos en una iglesia de Varsovia. Sus guturaciones y notas
falsas eran más inspiradoras que cualquier música sacra.

Como señala Manuel Rocha, el curador del encuentro, el arte


sonoro ha dejado de ser una disciplina nueva en México. Al
formularse a partir de una convocatoria abierta, esta edición
demostró que el nivel medio de la práctica contemporánea ha
vencido el "oculocentrismo" de la tradición plástica. Pero también
deja traslucir la dificultad de los artistas e instituciones
participantes en definir lo sonoro como un territorio consistente
de producción.

El festival parece haber llegado a un punto donde tendría que


proponerse un salto de calidad y densidad. Si éste quiere
democratizar la participación artística requiere costear la
producción de obras ambiciosas. Quizá requiere empezar a ser
concebido como una suma de varias curadurías bajo un mismo
paraguas conceptual, en lugar de un solo evento.

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