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Pero también existen los días que se consumen con una avidez feroz,
apetito singular que engullen los minutos como por encanto. Este
fenómeno acaso no tan extraño, -el estar animado en una biblioteca-,
tiene aunque no se crea, muchas posibles causas.
¡Un levantarse con aire renovado!, con nuevo talante, presto para el
estudio. ¡Bueno!, esto sucede en año nuevo por las promesas de ser
mejor, pero al igual que las dietas tienden a dejarse a la primera
semana. Es por ello que terminando diciembre se llenas las iglesias y
los gimnasios, ¡por pecadores! Buscamos redención. También la
biblioteca es un lugar para expiar ciertas culpas, pero son pocas las
personas que se saben culpables… ¡de no saber! ¡De su grosera
ignorancia! Así que se proponen ¡ahora si! ir a la biblioteca a estudiar;
bueno, ya dijimos que ello sólo dura una semana.
Ésta es una de las razones por la cual se puede ser feliz en una
biblioteca, por estar influido por un espíritu de renovación. Otra razón
-acaso más sincera-, es en verdad disfrutar de la lectura, y tener la
suerte de encontrarte con un buen libro. Aunque suene paradójico, el
encontrar un buen libro es una suerte en la biblioteca. Te puedes
encontrar desde enciclopedia que aún hablan de la Unión Soviética,
hasta manuales groseros de divulgación, marketing, y los infaltables
libros de superación personal. Pero si logras sobrevivir a Juventud En
Extasis de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, podrás sobrevivir a casi todo.
Estas almas en busca de este espacio son del tipo más variado; desde
los amargados, solitarios… hasta los profundos. Aún un chico frívolo
habrá confundido la biblioteca con un antro, pero pronto encontrará la
salida. Yo en lo particular en estos años le he descubierto un nuevo uso.
Pero hay que dejarlas ir, y esperar que regresen otro día. Si repiten el
patrón y te observan, has levantado interés, si no, no. Si eres agradecido
por los dioses y se vuelve a acercar hay que actuar. Una observación al
respecto… ¡soy muy lento!, por lo general tardo meses antes de
decidirme, ¡lo cual es pésimo!, pues si despertaste algún interés, éste ya
se habrá desvanecido.
Tuve que esperar hasta la semana entrante para que ella se sentara a
estudiar. Lo hizo otra vez cerca de mí. Yo estaba resuelto a acercarme,
así que me levante y mientras urdía algún plan me clavo muy profunda
su mirada azul, ¡quede como en éxtasis!. Así que me sentía desnudado
en mi primera intensión, por lo que actué arrebatado. En plena vesania
ya no era dueño de mí. Me dirigí a ella con una arenga inconexa,
ininteligible, ¡pero apasionada!
Le dije que su cabello caía como la lluvia sobre sus hombros, para
depositarse convenientemente en su espalda… que la cadencia de su
paso era señorial, ¡como un embrujo!. Y que el tiro de gracia es que me
veía, ¡que volteaba a verme! Y ahora que clavaba su mirada en la mía
había perdido toda duda y cordura… ¡Yo también la había afligido de
alguna forma!. Finalmente el torrente de palabras perdieron en fuerza, y
pronto le dio paso al silencio. Mi mirada suplicante deseaba una
respuesta suya, pero ella me miraba sorprendida, un enigma se
entretejía en su frente a modo de un ceño pronunciado… y finalmente
dijo.
No salía aun de mi estupor por lo cual no creí esas palabras, y pensé que
sería una chance de ella, un buen chascarrillo. Me reí destensando mis
hombros no así mi voz. Y después de forma terrible le dije.
Ella de pronto estallo en una sonora carcajada que tenía más de burla
que de sorpresa. Yo me sentía reducido apenas a nada. ¡Un pingajo de
hombre!; y le clave una mirada dolorosa para que no siguiera con el
escarnio. Ella vio lo lívido de mi rostro, y cierta cólera en mis ojos,
atenuando las risas. Y se dirigió a mí de forma juguetona.
El poeta mezquino
Adriel