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COLEGIO MAYOR SECUNDARIO PRESIDENTE DEL PERÚ

TEXTO ARGUMENTATIVO
La pena de muerte: un recurso facilista e irresponsable

María Rosa Lorbés


Instituto Bartolomé de Las Casas

Como si no hubiera problemas más urgentes en el país, incomprensiblemente,


el nuevo gobierno ha colocado en la agenda de sus primeras semanas la
implantación de la pena de muerte para los violadores de menores que
concluyan con el asesinato de éstos. No podemos dejar de expresar nuestra
posición respecto a este tema, porque la discusión que se ha generado en
torno a él muestra que lo que está en juego va más allá de la respuesta
“supuestamente eficaz” a la violación de menores, sino que implica un
determinado enfoque de la democracia, de los derechos humanos y de los
convenios que protegen estos derechos a nivel internacional.

En primer lugar diremos que, por principios, no estamos a favor de la pena de


muerte en ningún caso. Ningún ser humano puede arrogarse la atribución de
decidir la muerte de otro. Quienes somos cristianos sabemos que El “no quiere
la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”, que “Dios hace salir el sol
sobre buenos y malos”. Recordamos también las palabras de Jesús contra la
ley antigua del “ojo por ojo” señalando que la novedad del evangelio era,
precisamente, el amor a los enemigos. Respecto a este tema uno de los
documentos oficiales eclesiales más recientes, “El nuevo compendio de la
doctrina social de la Iglesia”, (2005), del Pontificio Consejo de Justicia y Paz
del Vaticano dice (nª45) “la Iglesia ve como un signo de esperanza la aversión
cada vez más difundida en la opinión pública a la pena de muerte, incluso como
instrumento de legítima defensa social, al considerar las posibilidades con las
que cuenta una sociedad moderna para reprimir eficazmente el crimen, de
modo que, neutralizando a quien lo ha cometido, no se le prive definitivamente
de la posibilidad de redimirse”

Los derechos humanos no dependen de la bondad o la maldad de las


personas

Estamos en contra de la pena de muerte porque creemos que los derechos


humanos son derechos universales e irrenunciables, independientemente de la
bondad o maldad de las personas. De otro lado la pena de muerte no es eficaz,
no es disuasiva, pues estudios estadísticos comparativos muestran que, en los
países en los que se ha implementado, los actos criminales no han
disminuido después de la aprobación de esta sanción. Existe, también según
estadísticas, preocupantes casos de error judicial, es decir personas que han
sido matadas por el Estado, demostrándose a posteriori que eran inocentes.
Desde el punto de vista jurídico y legal, la pena (privación de la libertad) está
orientada la rehabilitación del reo; cuando en lugar de una pena se le impone
la muerte, no hay rehabilitación posible y más que de pena habría que hablar
de venganza por parte de la sociedad.

Con ello no estamos diciendo en absoluto que un crimen como la violación y el


asesinato de un menor no deba ser severamente castigado. Es un acto
repudiable e inhumano que merece la mayor de las condenas, que podría ser
incluso la cadena perpetúa. Entendemos plenamente el sentimiento de
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indignación que nos provoca como ciudadanos un hecho como ese. Pero “las
ganas”, “la emoción”, “nuestros impulsos” no son siempre los mejores
consejeros para tomar decisiones. Enfrentar ese problema y proteger a
nuestros niños es responsabilidad de todos nosotros: de la familia, de la
escuela, del municipio, del ministerio del interior y de un poder judicial
rápido, transparente y eficiente.

De otro lado está el aspecto jurídico internacional, es decir, el Perú reconoció


en 1981 la competencia contenciosa de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, CIDH, y se acogió al Pacto de San José, según el cual los países
firmantes no pueden ampliar las causales para aplicar la pena de muerte.
Para aprobar la medida que propone le Presidente García el Perú tendría que
denunciar ese Convenio Internacional. Lo cual sería muy grave, pues los
derechos de todos los peruanos quedarían sin respaldo internacional.

En cualquier país los poderes del estado, poderes necesarios para servir y
proteger a la sociedad, puede incurrir, eventualmente, en abusos. La CIDH y el
Pacto de San José surgieron, por acuerdo de los países firmantes, el Perú
entre ellos, para acoger las quejas de aquellas personas que consideren que
sus derechos han sido violados en su país. Salirnos del Pacto supone dejar
indefensos a todas las peruanas y peruanos frente posibles atropellos. Ante
la Corte Interamericana han sido llevados casos como el de la Sra. Mestanza,
que murió a causa de una esterilización que se le practicó contra su voluntad,
los reclamos de los pensionistas, el caso de la Cantuta ó el problema de los
estafados por Clae. Si no hubiera una instancia internacional que controle
estos abusos, los ciudadanos estaríamos desprotegidos frente a los excesos del
estado. Hoy son los violadores. Mañana puede ser Ud. o yo, cualquier
ciudadana o ciudadano.

* Editorial de la revista Signos

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