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546 JOAQUÍN DE ENTRAMBASAGUAS

de Lope dándole un carácter de vejez, que no puede


achacarse a error, seguramente, sino a broma afec-
tuosa con motivo de la popularidad a que habían
llegado los romances del Fénix, que, como en la
Historia de los bandos de los Zegríes, de Pérez de Hita,
se confundían con los antiguos (4).
«Marte, dios de los espadachines y rufianes, cuyos
actores se perfuman con mosto y sangraza de estos
vilísimos hombres, amaba, ¿a quién diremos?, a aquel
estrellón lucido y despejado que sale cuando el sol
se pone. ¿Pensará v. m. que me falta un texto caste-
llano para confirmar mi opinión? Pues engáñase,
porque allá entre los romanzones antiguos, que ya
tienen roña y polilla, hay uno que dice:

Sale la estrella de Venus


al tiempo que el sol se pone (5).
Y el mismo famoso romance es aludido en La sabia
Flora Malsabidilla (6), con estos graciosos versos,
que confirman cuan familiar le era al autor:

Aquel hijo tan desnudo


de la estrella doña Venus,
que, aun estrella, es tan salida,
que es la que sale primero,
(4) Madrid, 1621. Ed. Uhagón. Madrid, 1894 («Sociedad
de Bibliófilos Españoles», Serie Primera, t. XXXI, pág. 133).
(5) Con respecto de la indiscutible atribución a Lope
de Vega de este romance que se hizo famoso en su tiem-
po, véanse los Apuntes... de Mille y Giménez, ya cita-
dos (pág. 356).
(6) Obras. Ed. Cotarelo, t. I, pág. 461.
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dio un flechazo a don Apolo


dios tan prudente y tan cuerdo
que de cochero se vio
por no sufrir a un cochero.
Otro romance del Fénix: «Mira, Zaide, que te aviso»,
no menos célebre, de los que, con nombres moriscos,
relatan la historia de sus amores con Elena Osorio o
Filis, se cita en El caballero Puntual (7), y a su autor
como al «Príncipe de los cómicos», en la misma obra (8);
y, en fin, de un romance más del Fénix, tan popular
como los anteriores, «Hortelano era Belardo», se citan
dos versos—«Que necesidad obliga — a lo que el hom-
bre no piensa»—, en La ingeniosa Elena (9).
En la novela El necio bien afortunado, de la misma
época (10), se encuentran dos interesantes alusiones,
en que se nombra al Fénix, con no disimulada esti-
mación, en un apasionado elogio, donde comenta
unos versos suyos:
«Así como me sentí celoso, lo tuve a mal agüero,
pensando que estaba en los umbrales de la discreción,
acordándome de lo que dice Lope de Vega Carpió,
oráculo de las musas españolas y Príncipe de su florida
y luciente monarquía:
Hombre que sin celos ama,
o no quiere bien o es necio,
(7) Obras. Ed. Cotarelo, t. II, pág. 29.
(8) ídem. Id., t. II, pág. 52.
(9) Madrid, Juan de Herrera, 1914 (fol. 46).
(10) Madrid, 1621. Ed. Uhagón, ya citada, págs. 252
y 321.
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porque la desconfianza
es madre de los discretos.

»Según eso, decía yo, discreto debo ser, pues tengo


celos; algún gran mal me ha de venir, pues soy dis-
creto.»
Y otro pasaje en que, como libro, el más a mano
que se tiene, se cita una de aquellas célebres «partes»
de comedias del Fénix:
«Eso basta por arenga», dijo el más despejado; y
tomando un libro intitulado Comedias de Lope, le
hizo hincar la rodilla y le dio con él tres golpes en la
frente, diciendo: «Doctor Ceñudo, ¿queréis ser dis-
creto?» A lo cual él respondió: «Sí quiero.» Y añadió
el otro: «Pues Dios os haga discreto, que yo no puedo.»
. No es, pues, extraño que Lope de Vega citara a
Salas Barbadillo encomiásticamente en el Laurel de
Apolo ( i i ) , dedicándole los siguientes versos, de los
cuales parece deducirse que el autor de La ingeniosa
Elena no consiguió ningún mecenazgo que valiera la
pena y le sacara de apuros, a pesar de las dedicatorias
de sus obras (12):

Si a Salas Barbadillo se atreviera


mi indigna voz, que por tu gusto canta,
(11) Ed. «Biblioteca de Autores Españoles», t. XXXVIII,
pág. 214.
(12) Casi todas ellas van dirigidas a diversos persona-
jes cuyas influencias se comprenden fácilmente: Patrona de
Madrid restituida (Madrid, 1609), a D. a Mariana de Padilla,
Duquesa de Cea; La Hija de Celestina (Zaragoza, 1612) y
La Ingeniosa Elena (Madrid, 1614), a D. Francisco Garsol,
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o la sonora candida garganta


de los cisnes tuviera
que el verde margen que el Caistro bebe
cubren de pura nieve,

Caballero de Santiago y del Consejo de Su Majestad, y


la primera de ambas, en otra edición (Milán, i6i6), «al
muy Ilustre Sig. Filippo Trotti»; El Caballero puntual
(Madrid, 1614J, al Duque de Sessa, el mismo protector del
Fénix que acaso le presentaría a él; la Segunda Parte del
mismo (Madrid, 1619), al Duque de Cea; la Corrección de vicios
(Madrid, 1615), Rimas castellanas (Madrid, 1618) y La Sabia
Flora malsabidilla (Madrid, iÓ2r), al Marqués de Cañete,
también mecenas de Cristóbal Suárez de Figueroa; El sagaz
Estado, marido examinado (Madrid, 1620) y Fiestas de la
boda de la incansable malcasada (Madrid, 1622), a D. Agus-
tín Fiesco, «Cavallero Novilissimo de la República de Ge-
nova»; El Caballero perfecto (Madrid, 1620), «a estos Reynos
juntos en Cortes», nada menos; El subtil cordovès Pedro de
Urdemalas (Madrid, 1620), a D. Fernando Pimentel Reque-
séns; Casa del placer honesto (Madrid, 1620), al Duque de
Osuna; El necio bienafortimado (Madrid, 1621), a D. Fran-
cisco y D. Andrés Fiesco, parientes, sin duda, del D. Agus-
tín, ya citado; El Cortesano descortés (Madrid, 1621), a
Pablo y Jorge Espinóla, «Cavalleros de La Sereníssima Re-
pública de Genova»; Don Diego de Noche (Madrid, 1623), a
doña Policena Espinóla, dama de la Reina; La Estafeta del
Dios Momo (Madrid, 1627), a Fray Hortensio Félix Para-
vicino; El Curioso y Sabio Alexandro (Madrid, 1634), a Ga-
briel López de Peñalosa, «del Consejo de su Majestad y
su Secretario de Estado de la Augustísima casa de Borgoña»,
y. Coronas del Parnaso y Platos de las Musas (Madrid, 1635),
al Conde Duque de Olivares. No obstante la afirmación de
Lope, debió de recibir de ellos algunos favores, sin duda,
ya que reincidía a veces en el mecenazgo.
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yo te pintara un hombre
que ha puesto con su nombre
temor a las estrellas,
a quien quitaron ellas
que no pudiese oír sus alabanzas;
tales son de los tiempos las mudanzas;
porque si las oyera,
no fuera humilde cuando más lo fuera.
¡Oh fortuna de ingenios, breve llama!
Pues no le dais Mecenas, dadle fama.

Ahora bien, en la narración titulada La peregri-


nación sabia (13), inserta en la última obra de Salas
Barbadillo, Coronas del Parnaso y Platos de las Ma-
sas (14), aparece un pasaje que hasta ahora no me
(13) Ed. Icaza. Madrid, 1941. El mismo editor supone en
el Prólogo {págs.XXXVIÍ y XXXVIII) que La Peregrina-
ción sabia debió de escribirla en su juventud el autor, si
bien no señala fecha ni aproximada. Más adelante trataré
de la que puede adjudicarse a la citada narración.
(14) «Coronas | del Parnaso | Y | Platos de las | musas. |
Las Coronas del Parnaso ¡ al Excelentísimo señor Conde
Duque, ¡ gran Canciller. | Los Platos de las musas | a los
venerables ingenios, ornamento y felicidad de la Patria. ¡ Alon-
so Gerónimo de Salas | Barbadillo criado de su Majestad, se
los I ofrece y consagra. | Año 1635. | En Madrid. En la Im-
prente del Reino, j A costa de la Hermandad.»
Un vol. en 8.° Portada -f- 8 h. s. n. de Preliminares -f-
310 h. n. de Texto.
Contiene el texto: Trofeo de la Piedad, fábula en verso;
El Ramillete, poesías; La peregrinación sabia, fábula en
prosa; Los Desposados disciplinantes, novela Jacaranda; Doña
Ventosa, El Caballero bailarín, El Prado de Madrid y baile
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parece haya sido comentado por nadie, y que de-


muestra, mejor aún que los ejemplos antes citados,
el afecto del autor por Lope de Vega y su intervención
a favor del Fénix en una famosa guerra literaria, de
que ya hube de ocuparme en otra ocasión (15):
En la larga lucha del Fénix con los preceptistas
aristotélicos, en que los enemigos personales del poeta
oponían a su obra las doctrinas clasicistas de aquéllos,
hubo Lope de responderles, como es sabido —tras un
virulento ataque satírico, que descubrí, y varios es-
critos, entre los cuales es el más importante la famosa
Expostulatio Spongiae (1618) (16)—, con una bella
alegoría definitiva, que constituye la primera parte
de La Filomena (17), en la cual se relata la lucha del

de la Capona y El Padrazo y las Hijazas, entremeses; Epís-


tolas en prosa (Primera Parte); Victoria de España y Francia,
comedia; Epístolas en prosa (Segunda Parte); El Galán tram-
poso y pobre, comedia.
Se trata de un volumen formado, sin duda, con diversas
obras del autor escritas anteriormente, en diferentes fechas.
(15) Véanse Una guerra literaria del siglo de oro. Lope
de Vega y los preceptistas aristotélicos (en Estudios sobre
Lope de Vega, t. I, Madrid, 1946, págs. 63-580, y II Madrid,
1947, págs. 7"4n), y su amplificación en un aspecto, Censura
coetánea de una poesía de Lope de Vega, en la misma obra,
t. II, ya citado, págs. 413-504.)
El presente estudio viene a ser complemento de los alu-
didos, y es posible que no se agoten en él las noticias de las
repercusiones que debieron de tener en su tiempo tan apa-
sionantes episodios de la agitada vida del Fénix.
(16) Cfr. Ob. cit., en Estudios sobre Lope de Vega, t. I,
Págs. 345-58o-
(17) Madrid, 1621. Ed. O. S., t. II, pags. 423-467.
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Ruiseñor —Lope de Vega— y el Tordo —Torres Rá-


mila, el paladín principal de la guerra, con su Spon-
gia—, en que el primero tiene a su lado tres hombres
doctos: el Águila, Francisco López de Aguilar; el
Gallo, Simón Chauvel, francés, y el toledano Francisco
Peña Castellano, todos amicísimos del poeta; y el se-
gundo, la Abubilla, Cristóbal Suárez de Figueroa, cuya
perversa índole era proverbial, quien había sido el
promotor inicial de toda campaña contra el Fénix.
Filomena o el Ruiseñor, es decir, Lope, defiende con
arte las obras que ha escrito, y el Tordo, esto es Torres
Rámila, expone pedantescamente sus doctrinas aris-
totélicas, consiguiendo sólo que los jueces se pongan de
parte del poeta, a quien había intentado eclipsar inútil-
mente la fama omnímoda de que por entonces gozaba.
Conociendo estos antecedentes es ya fácil interpre-
tar el siguiente pasaje de La peregrinación sabia (i8),
ya aludida, al que anotaré los puntos que necesiten
especial explicación y dedicaré el correspondiente co-
mentario aclaratorio:
«Así estuvieron algún tiempo breve hasta que vie-
ron pasar un perro y un caballo, que a poca distancia
se detuvieron y sentaron, y dijo el perro:
»—Espantóme de que hayamos sido los primeros
que hemos llegado a la Academia, porque el tordo
suele ser siempre el más prevenido.
»Apenas le nombraron cuando bajó de un árbol
y tomó lugar enfrente de ellos; apareciéronse después
un águila, un ruiseñor y un (sic) tórtola, que se pu-

(iS) Ed. Icaza, ya citada (págs. 44-50).

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