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CONFORMACIÓN PRODUCTIVA DE LOS TERRITORIOS RURALES.

REFLEXIONES A PROPÓSITO DE LA PONENCIA DEL PROFESOR


TULET1
Jaime Forero Álvarez2

1. INTRODUCCIÓN

La expansión acelerada de la globalización en las últimas décadas ha influido en que, de


forma reiterada, en la literatura reciente se conciba un espacio agrícola moldeado por la
agroindustria trasnacional y se asuma que la configuración de los territorios rurales 3 esté cada
vez más determinada por una especie de nuevo capitalismo excluyente que crea economías de
enclave cuyos productos se dirigen a los mercados de exportación. En América Latina el
ejemplo más notable de este proceso de homogeneización de los espacios rurales por el
capital es la agroindustria de la soya en el sur del continente. La contraparte de este proceso
de homogeneización y hegemonización sería la reducción a la marginalidad de quienes no se
han ido de los campos y el vaciamiento de los territorios en los cuales las multinacionales no
han penetrado. Otros tratadistas, como el profesor Bernardo Mançano Fernández (2.009)
plantean una especie de dualismo entre la desterritorialización de los espacios4 conquistados
por el capital trasnacional y los territorios que los campesinos, indígenas y comunidades
negras tratan de preservar y reconstruir5. A mi manera de ver, estas dicotomías entre espacios
transnacionalizados y desterritorialización de las comunidades rurales o entre las fuerzas del
capital transnacional y la resistencia campesina corresponden a lo que sucede en ciertos
espacios rurales específicos. Pero cuando se pretende que ésta es una característica

1
Publicado en Fabio Lozano V. y Juan Guillermo Ferro M. (editores) Las configuraciones de los territorios
rurales en el siglo XXI. Editorial Javeriana. Bogotá. 2009
2
Profesor titular, Facultad de Estudios Ambientales y Rurales, Universidad Javeriana, Bogotá
3
De acuerdo con varios autores, el “territorio”, en este ensayo, es definido como la apropiación material y
simbólica del espacio por grupos sociales. La apropiación material implica las relaciones entre individuos,
grupos, clases sociales y organizaciones dirigidas a: 1) la producción de hábitats; 2) la producción, distribución y
consumo de bienes y servicios; 3) el manejo y la apropiación de los recursos naturales –y de los servicios
ambientales–; 4) el acceso y la posesión de la tierra; 5) el acceso y la posesión de bienes inmuebles construidos.
En la medida en que los grupos sociales que se relacionan en los procesos de producción y apropiación material
del territorio no son homogéneos, sino estratificados y diferenciados internamente, con intereses contrapuestos o
no necesariamente armonizables, la apropiación material –así como la simbólica– del espacio es conflictiva. En
el espacio rural intervienen propietarios, empresarios, arrendatarios, aparceros, asociados, patrones, obreros,
empleados, jornaleros, campesinos productores independientes, comerciantes, financistas, prestamistas,
trabajadores informales, hogares dispersos, hogares en núcleos urbanos, etcétera, etcétera. Las vivencias
individuales y colectivas de esos actores y grupos sociales producen representaciones simbólicas diversas y
comunes de un espacio en disputa. Como estas vivencias son, en parte, producto de la actividad económica –de
la producción y de las formas de acceso a bienes y servicios– las relaciones económicas inciden, a su vez, en la
producción de las representaciones simbólicas del territorio
4
Utilizo el término “espacio” desprovisto de significaciones culturales, para referirme, al espacio físico.
5
La desterritorialización entendida como el vaciamiento de territorios antes pertenecientes, en este caso, a
comunidades rurales. Con ella se pierde el control del espacio físico y se construyen o reconstruyen las
representaciones del territorio perdido.
generalizable a todo el espacio rural de cualquier nación latinoamericana o a todo el espacio
rural latinoamericano se oculta la complejidad de la conformación productiva de los espacios
rurales así como la gran diversidad de realidades sociales y de representaciones simbólicas
que forman parte de las territorialidades de los países de América Latina.
De acuerdo con Jean Christian Tulet (2009) la soyización del espacio agrícola es apenas una
de las fuerzas que confluyen en la modelación de los paisajes y en la producción de
territorios6. Territorios rurales que albergan una enorme diversidad de formas de producción,
y en los cuales gran variedad de actores han tejido una nutrida red de relaciones
empresariales, económicas y sociales.
Tulet (2009) descarta el paradigma del desarrollo agrícola basado en la hegemonía del capital
agroexportador, al mostrar con claridad cómo el mercado interno es el motor del crecimiento
del sector agropecuario y de la configuración productiva de los territorios rurales
latinoamericanos. Si bien es cierto que en las últimas décadas las importaciones tienen un
peso creciente en el consumo de alimentos, el abastecimiento masivo de los países
latinoamericanos proviene sustancialmente de las fincas de los empresarios familiares o
campesinos y de los cultivos, ganados y galpones avícolas de los empresarios capitalistas7. De
otro lado, como lo ha mostrado Alexander Schejtman(1.999), a pesar de haberse presentado
un cambio sustancial en los patrones alimentarios latinoamericanos, en ciertos países como
Colombia productos tradicionales como la papa, el plátano, la panela, la yuca, el fríjol, el
tomate, la cebolla, el maíz y el arroz continúan teniendo un gran peso en la canasta de
alimentos. Y en forma generalizada ha crecido, en todos los países, el consumo de hortalizas y
de algunos frutales que son abastecidos, precisamente, por los productores nacionales.

2. DIVERSIDAD DE FORMAS DE OCUPACIÓN PRODUCTIVA DE LOS ESPACIOS


RURALES

2.2. 2.1. Producción familiar y empresariado capitalista en las montañas andinas y


mesoamericanas

La expansión de la producción hortícola y de los cultivos tradicionales, así como la


conservación de la caficultura y de una parte sustancial del maíz, especialmente del destinado
al consumo humano, explican la dinámica de la economía rural de las montañas andinas y
mesoamericanas en donde la modernización productiva se ha basado en una revolución verde
que no cesa de renovar su oferta de material genético y de insumos agroquímicos. La
adopción y la adaptación de estas tecnologías se han venido haciendo, desde la mitad del siglo
veinte, mediante un cambio técnico continuo que ha involucrado no sólo a los empresarios
capitalistas, sino también a buena parte del campesinado. Para producir hortalizas y algunos
frutales los campesinos han desarrollado unos sistemas de producción a muy “pequeña

6
Como se dijo, el territorio es producido por grupos sociales que se apropian material y simbólicamente del
espacio.
7
En Colombia se tiene por ejemplo, una balanza agropecuaria positiva (las exportaciones son mayores que las
importaciones) y una dependencia alimentaria del 20 % (definida como el valor importado sobre el consumo
aparente de acuerdo con unos cálculos gruesos hechos por el autor con las estadísticas oficiales de producción
y comercio externo.)
escala”, intensivos en el uso de agroquímicos y de mano de obra, y soportados en una
infraestructura de riego improvisada, o espontánea si se quiere. Me aventuro a decir que estos
sistemas de riego, que no han sido captados por las estadísticas, equivalen en Colombia a un
tercio de la superficie correspondiente a los distritos de riego “formales” construidos con
apoyo gubernamental.
En la agricultura de montaña de cada país, y con sus propias particularidades, tienden a
presentarse, entre los altiplanos y las laderas, similitudes y diferencias que vale la pena
puntualizar. Hasta donde he podido ver, en los altiplanos, en medio de un espacio rural cada
vez más urbanizado, predominan formaciones empresariales en las que concurren y se
interrelacionan empresarios agrícolas –bien sea productores, financistas y comercializadoras
con comunidades tradicionales indígenas que se involucran en nuevos procesos productivos y
con agricultores familiares que sin dejar de aprovechar, para el autoconsumo, algunos
productos de su finca atienden, con versatilidad, las señales de un mercado urbano alimentario
en expansión y cambiante. Por otra parte, en las laderas andinas y al parecer en las
mesoamericanas se tiene, por un lado, un tejido empresarial similar al de los altiplanos pero
con predominancia de un productor campesino perteneciente a comunidades rurales
consolidadas. Por otro, en esas mismas laderas, tal como sucede en Ecuador, Perú, Bolivia y
Colombia, se presentan movimientos de colonización que conectan cada vez más a las
montañas andinas con la selva húmeda.
Por último, según lo que hemos podido observar, en el caso colombiano y muy indirecta y
tangencialmente en otros países, se está dando en la actualidad un vigoroso proceso de
introducción de tecnologías que minimizan o revierten el impacto sobre los ecosistemas
causado por el sobrelaboreo y por la utilización, muchas veces desmedida, de pesticidas y
herbicidas. Con esas prácticas agrícolas que podríamos llamar sostenibles los productores
mejoran el balance económico de la producción agropecuaria mediante el ahorro de costos
monetarios a la vez que, en algunos casos, obtienen precios en ciertos nichos de mercado que
premian estas prácticas agrícolas. En no pocas ocasiones, otro factor que incide en la
adopción de tecnologías sostenibles es la difusión o recuperación de ideas ambientalistas entre
campesinos, indígenas, empresarios y entre los neo rurales, esos grupos de personas que han
abandonado las urbes para construir una nueva vida en los espacios rurales. Una evaluación
de la evolución reciente de los sistemas de producción sostenibles que no se restringiera a las
cifras de los productores certificados y contabilizara también a quienes no están reconocidos
por las entidades certificadoras, muy posiblemente nos sorprendería con la enorme magnitud
de este fenómeno y exaltaría el papel que han jugado tanto las ONG como algunas agencias
estatales –sobre todo locales– en la promoción de estas prácticas e ideas.

2.3. Los procesos de colonización en las selvas húmedas

Tulet (2009) señala que la deforestación debida a la expansión de los frentes de colonización
no ha sido tan arrasadora como se piensa. Pero habría que ir más allá de las proporciones
entre la selva tumbada y la selva conservada, y puntualizar sobre las consecuencias del
abatimiento de ciertos ecosistemas estratégicos. Es claro que el beneficio privado derivado de
la implantación de ganaderías extensivas es mínimo en relación con los altos costos sociales
que significa, por un lado, la desterritorialización de los pueblos desplazados por el avance
colonizador y, por otro, la pérdida de una enorme riqueza natural y sus servicios ambientales.
Al respecto conviene anotar que frente a la ganadería extensiva que se impone como una
fórmula funcional para el control del territorio colonizado mediante la utilización de los
suelos como un recurso extractivo y el empleo de muy pocos trabajadores, los cultivos
ilegales tienen un impacto insignificante. Por ejemplo, en Colombia mientras sembramos
menos de 200.000 hectáreas en coca, amapola y marihuana, tenemos más de 40 millones de
hectáreas en praderas para albergar un hato de menos de 30 millones de cabezas. Si miramos
las proporciones, las cosas son todavía más contundentes: 0,8 cabezas por cada hectárea en
pastos y 200 hectáreas dedicadas al pastoreo por cada hectárea sembrada en cultivos ilícitos 8.
Por supuesto que en las regiones en donde se cultiva la coca la inestabilidad de los
productores y la emergencia de actores armados le imprimen unas características muy
especiales a esos territorios. Allí, tanto los cultivadores de la hoja como quienes basan su
economía en ofrecer bienes y servicios a las demandas de bienes servicios derivadas de la
actividad ilícita, luchan también por su reconocimiento como ciudadanos con pleno acceso a
sus propios derechos.

En los frentes de colonización se presenta un proceso de deconstrucción y construcción de


territorios como producto de las contradicciones entre los indígenas –desplazados,
proletarizados o reducidos a nuevos poblados–, los colonos que tratan de fundarse como
productores familiares y que luchan por ser reconocidos como ciudadanos con acceso pleno a
sus derechos económicos y civiles, los terratenientes que compran o despojan de sus mejoras
a los colonos y los empresarios que intentan, no siempre exitosamente, construir pequeños o
enormes proyectos productivos o comerciales.

No se puede decir que el proceso de colonización vaya generando en todas partes una
estructura social dominada exclusivamente por los neo terratenientes. Si bien es frecuente que
a la economía extractiva, muchas veces ilegal le sigue una ocupación del espacio por la gran
ganadería extensiva, se ha podido constatar, al mismo tiempo, que surgen y se consolidan
grupos productores familiares y de empresarios agrícolas que ocupan, con otros modelos
productivos, el espacio rural. Se extiende, por otra parte, un complejo tejido de empresarios
dedicados a todo tipo de actividades en los nuevos conglomerados urbanos. Se conforma de
esta forma un poblamiento en el cual la relación la población urbana supera ampliamente a
la rural. En fin, lejos de ser territorios marginales, los frentes de colonización corresponden a
una ocupación mediante la cual diversos actores sociales moldean nuevos paisajes rurales y
urbanos y van configurando diversas territorialidades.

2.4. Los enclaves agroindustriales de las transnacionales

8
En la dinámica sociopolítica de la producción de drogas el problema grave para los ecosistemas lo han
suscitado las fumigaciones, que parece que no le generan beneficios sino a quienes venden los herbicidas y bajo
cuyos efectos se ha propagado el conflicto armado por nuevas zonas del territorio colombiano. Realmente hay
que darle toda la razón a quienes proclaman que fumigar las tierras cocaleras es no solamente un delito contra la
humanidad, sino contra la vida en todas sus manifestaciones. No sé si abuse de este foro pero no me abstengo de
decir que mientras no se llegue a una solución de raíz para el problema de los cultivos para uso ilícito no
podremos aclimatar la posibilidad de reconstruir nuestros tejidos sociales y las territorialidades (en las regiones
en donde se cultivan los “ilícitos), hoy por hoy moldeadas bajo el imperio de los violentos. A falta de substitutos
sintéticos de los estupefacientes que producimos, no se ve una solución diferente a la legalización de las drogas.
Sobre la agricultura exportadora de enclave, se ha dicho que el capital agroindustrial
internacional crea espacios globalizados en donde la conformación territorial está por fuera
del dominio de las sociedades nacionales y locales. Por una parte, me parece que esta es una
visión muy reducida de la globalización porque lo cierto es que que una actividad económica
está globalizada no sólo cuando produce para exportar, sino más bien cuando funciona dentro
de un sistema económico abierto al intercambio y la circulación mundial de información,
servicios, insumos, bienes finales y capitales9. Por otra parte, pienso que para entender cómo
es la configuración de los espacios rurales en donde predominan las economías
agroexportadoras de enclave resulta útil apartarse de la tiranía de las preconceptualizaciones,
para apreciar sus matices y diferencias. Así, por ejemplo, parecen ser muy diferentes los
territorios en donde predomina la agroindustria de la soya en Brasil, Argentina, Paraguay y
Bolivia de aquellos en donde se ha desarrollado desde mucho tiempo atrás la agroindustria
bananera de Colombia, Ecuador y Centroamérica o la floricultura colombiana y ecuatoriana.
Y es imaginable también que éstos deben ser diferentes a territorios mexicanos como el
sinaolense, en donde se ha desarrollado esa horticultura de exportación que ha sido
caracterizada por algunos autores como agricultura de enclave o como cuasi maquiladoras
dependientes de inversionistas estadounidenses. Tengo la idea, por lo que he podido observar
en algunas publicaciones, que si entramos en estos territorios vamos a encontrar en cada caso
una configuración muy diferente del espacio agrícola, así como una multiplicidad muy
diversa de actores que producen sus propias territorialidades.

2.5. El capitalismo agrícola tradicional

Tratando de completar esta rápida visón de las diferentes ocupaciones productivas de los
espacios rurales latinoamericanos, hay que hacer mención al capitalismo agrícola –digamos
que “tradicional”– que se ha venido desarrollando desde mediados del siglo veinte –y aun
antes en ciertos países– y que ha ocupado algunos fragmentos de pampas, planicies, terrazas
aluviales, valles intercordilleranos, sabanas caribes y de todo ese conjunto de tierras en donde
ha sido posible la mecanización en el laboreo de la tierra. Sus productos actualmente se
dirigen tanto al mercado interno como al externo: arroz, maíz, trigo, azúcar, algodón, plantas
oleaginosas, café, cacao. En cuanto a su estructura empresarial, no sé si pueda decir lo mismo
para otros países, pero en el caso colombiano hay, y ha habido, una concurrencia de muy
diversos actores: unos pocos cultivadores a gran escala, que no concentran una parte
sustancial de la superficie cultivada, medianos empresarios y productores familiares.

9
Para ilustrar con un ejemplo esta idea, traigo a cuento las gallinas de doña Etelvina, en una ladera colombiana.
Doña Etelvina tiene unas cinco hectáreas en potreros, maíz, fríjol, café y pan coger, y cría permanentemente
cincuenta gallinas ponedoras nacidas en los grandes galpones de la avicultura nacional (que depende
genéticamente de las “bioindustrias”) multinacionales y alimenta a sus animales con mezclas preparadas en una
altísima proporción con maíz, soya y otras materias primas importadas. Doña Etelvina se conecta a este
complejo sistema avícola internacional cuando compra las pollitas en un pequeño negocio de productos
pecuarios del pueblo. Además, está vinculada a la agroindustria internacional de alimentos balanceados porque
compra el concentrado que, junto con algunos productos de su finca, le suministra a las ponedoras de manera tal
que los huevos “campesinizados” por esta mezcla de alimentos son reconocidos en el mercado local por su
calidad especial y obtienen mejor precio que los colocados, en esos mismos mercados, por su competencia: la
gran industria avícola nacional. En fin, creo no equivocarme cuando digo que doña Etelvina es no sólo una
productora globalizada, sino una avicultora competitiva en un mercado local globalizado.
Concurren también en la actividad productiva y en la ocupación del espacio territorial
procesadores, que producen directamente sólo una fracción de las cosechas que pasan por sus
plantas. Igualmente participan los financistas, los comerciantes y una amplia red de
proveedores de servicios que completan el panorama empresarial de las regiones en donde se
han conformado en muchas ocasiones verdaderos clusters.

3. CONTRIBUCIONES PARA UNA INTERPRETACIÓN DE LA CONFIGURACIÓN


PRODUCTIVA DE LOS TERRITORIOS RURALES

Sin pretender haber agotado la presentación de la diversidad de espacios productivos en


América Latina, creo haber mostrado con suficiencia para los propósitos de mi argumentación
que lejos de existir uno o dos tipos de espacios uniformes, lo que caracteriza la economía de
nuestros territorios rurales es su gran heterogeneidad, producto de la concurrencia de
múltiples actores. Teniendo en cuenta estas circunstancias, para tratar de contribuir con una
mirada económica a la explicación de la naturaleza de la conformación territorial de los
espacios rurales, me parece que hay que abandonar las ideas dualistas de espacios
homogéneos globalizados dominados por las agroindustrias trasnacionales con su contraparte:
los espacios desterritorializados o los territorios de la resistencia campesina. Como dije al
principio de este texto, si bien es cierto que estas visiones corresponden a lo que pasa en
ciertos contextos, resultan contra evidentes cuando las enfrentamos a otras realidades.
Pienso que puede ser útil, en este orden de ideas, tener en cuenta que el sistema
agroalimentario latinoamericano obedece a una estructura cambiante en la que hay no uno
sino varios centros de poder que interactúan:
o Las agroindustrias transformadoras y exportadoras, nacionales y multinacionales.
o El gran comercio detallista, que como es sabido surge por fuera del ámbito del capital
agroindustrial y tiene, por un lado, serios conflictos con las agroindustrias por el
control del mercado alimentario y, por otro, guarda una relación funcional y armónica
con buena parte de los consumidores urbanos.
o El mercado abierto, que gira alrededor de las centrales y plazas de mercado mayoristas
y que sigue siendo estratégico en el abastecimiento de sectores populares y de parte de
los consumidores de medianos y altos ingresos.

Es una estructura de poder multipolar en la cual los diversos agentes se disputan los
mercados nacionales e internacionales, establecen –a veces– relaciones de colaboración y
tienen, a la vez, relaciones conflictivas que se resuelven por la vía de la competencia
económica o por el cabildeo para ganar puestos de privilegio en la asignación de recursos
públicos. No es excepcional que en un mismo espacio, en donde se adelanta una misma
actividad productiva agropecuaria y hasta en una misma empresa agropecuaria, confluyan
múltiples agentes pertenecientes a estos tres centros de poder que absorben cuotas de las
cosechas y productos pecuarios. No se puede decir, entonces, que cada uno de estos sistemas
–el agroindustrial, el de los supermercados y el del mercado abierto– moldee sus propios
espacios productivos. Por fuera de estos centros de poder subsisten y emergen continuamente
una multiplicidad de mercados locales rurales, de intercambios recíprocos entre vecinos y
parientes y de mercados emergentes urbanos en donde se encuentran directamente
productores y consumidores y que forman parte, muchas veces, de las estrategias de
resistencia campesina.
Quiero terminar dejando en claro que ni el panorama que he presentado de las diversas formas
de ocupación productiva de los espacios rurales ni la interpretación que he aventurado sobre
la regulación de estos espacios, por diversas estructuras de poder, son suficientes para brindar
una explicación completa de la dinámica territorial del mundo rural latinoamericano. Y dejo
al buen juicio del lector decidir si cumplí con el propósito de hacer una contribución a esta
interpretación.

REFERENCIAS.
Bernardo Mançano Fernández, 2009. “Territorio, teoría y política” en Fabio Lozano V. y Juan Guillermo Ferro
M. (editores) En Las configuraciones de los territorios rurales en le siglo XXI. Editorial Javeriana. Bogotá.

Schejtman, Alexander. 1994. Economía política de los sistemas agroalimentarios latinoamericanos. FAO.
Santiago de Chile.

Jena Christian Tulet, 2009. “Reconfiguration productif des territoires ruraux en Amérique Latine” en Fabio
Lozano V. y Juan Guillermo Ferro M. (editores) Las configuraciones de los territorios rurales en el siglo XXI.
Editorial Javeriana. Bogotá.

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