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Son muchos los puntos oscuros que rodean a esa investigación policial que condujo a
las detenciones del 13 de marzo, pero no es momento ni lugar de ponerse a analizarlos.
Tiempo habrá de ello. En este artículo, vamos a dar por buena esa versión policial y,
partiendo de ahí, vamos a ver que, en realidad, las cosas simplemente no cuadran.
También hablaremos de algunos otros datos relevantes que se le ocultaron a la opinión
pública y analizaremos, a la luz de este año y medio de investigaciones, las detenciones
del 13 de marzo.
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Como vamos a ver, la versión oficial no cuadra por ninguna parte. Pido perdón al lector
por lo prolijo de las explicaciones que siguen, pero son necesarias para comprender
cómo se realizó la investigación policial y los resultados a que condujo.
Lo primero que hay que entender es que en la mochila de Vallecas había un teléfono
marca TRIUM y que dentro de ese teléfono había una tarjeta SIM de Amena (con un
cierto número telefónico). El teléfono y la tarjeta SIM son dos cosas distintas,
pudiéndose por ejemplo usar un mismo teléfono con distintas tarjetas SIM de diferentes
compañías. Si se cambia la tarjeta SIM a un teléfono, cambiará el número telefónico.
Lo primero que hizo la Policía fue analizar a través de quién se habían vendido ese
teléfono TRIUM y esa tarjeta de Amena. El teléfono y la tarjeta habían seguido rutas de
comercialización totalmente distintas.
La versión policial, reflejada por el juez Del Olmo en sus autos, afirma que las tarjetas
telefónicas de los móviles empleados en las mochilas-bomba provienen de un lote de 30
tarjetas Amena que la empresa Uritel vendió a una tienda denominada Sindhu
Enterprise, la cual las vendió a su vez al locutorio de Lavapiés perteneciente a Jamal
Zougham. De esas 30 tarjetas, 15 llegaron a activarse (es decir, hicieron una primera
llamada y ya podían funcionar normalmente a partir de ahí), mientras que otras 15 no
llegaron nunca a realizar una llamada.
Lo primero que llama la atención es que Jamal Zougham se quedara una de las tarjetas
del lote de 30 para su propio teléfono y luego esperara tranquilamente a que la Policía
fuera a detenerle el 13 de marzo y le encontrara el teléfono encima. Si hubiera vendido
las tarjetas sabiendo que eran para un atentado, ¿habría hecho algo tan estúpido?
Pero también llama la atención otra cosa: los números en las explicaciones policiales no
cuadran. El día 11 de marzo había 12 mochilas en los trenes más la mochila de Vallecas,
lo que da un total de 13 mochilas. Sólo se ha podido documentar que en Morata se
encendieron 7 tarjetas telefónicas. ¿Qué pasa con las otras seis mochilas? Incluso si
sumamos las 5 tarjetas de las que no se sabe nada y que la Policía "supone" que también
se encendieron en Morata, seguimos teniendo 12 tarjetas, no 13. ¿Dónde está la tarjeta
que falta?
Pero es que si tiramos del otro hilo, el del teléfono hallado en la mochila de Vallecas,
resulta que las cosas no cuadran tampoco. Ese teléfono de la mochila pertenecía a un
lote de 80 teléfonos TRIUM T-110 que una empresa llamada Telefonía San Diego
vendió en octubre de 2003 a Bazar Top (la tienda de los dos indios detenidos el 13 de
marzo). Bazar Top llevó 12 de esos teléfonos a liberar a Test Ayman, una tienda
propiedad del policía Maussili Kalaji, y entre esos 12 teléfonos liberados estaba el de la
mochila de Vallecas. Bien, veamos a quién se vendieron.
Ante la carencia de datos, vamos a suponer que eran búlgaros. El día 4 de marzo, el
dependiente indio vendió a esos mismos "búlgaros" 6 teléfonos LIBERADOS y el día 8
de marzo les volvió a vender otro teléfono liberado más. Así pues, el total de teléfonos
que el indio vendió a esos "búlgaros" es de 10 (7 liberados y 3 sin liberar). Está
demostrado en el sumario que los 7 teléfonos liberados fueron utilizados con las 7
tarjetas SIM que se encendieron bajo el repetidor de Morata de Tajuña.
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A partir de aquí empiezan las preguntas: si los teléfonos móviles fueron vendidos a unos
"búlgaros", ¿cómo llegan a manos de los mercenarios marroquíes? ¿Qué pintan esos
"búlgaros" en toda esta historia? ¿Para qué querían esos "búlgaros" los otros tres
teléfonos sin liberar? ¿Se ha podido seguir el rastro de esos tres teléfonos?
Independientemente de esto, ¿puede alguien explicarnos cómo cuadran los números?
Porque lo que vemos es que:
A la luz de estos datos, ¿le parece al lector que Rodríguez Zapatero se ajustaba a la
verdad cuando afirmó ante la Comisión 11-M que todo estaba claro? No sólo no
sabemos qué explosivos se usaron en los trenes, sino que tampoco está claro qué
teléfonos se emplearon.
Pero entonces, ¿qué tarjetas y teléfonos se usaron en las otras seis mochilas que faltan
hasta completar las 13? ¿Es posible que en el 11-M hubieran participado dos
"comandos" distintos, cada uno de los cuales se hubiera encargado de preparar una parte
de las mochilas?
Con respecto a estas preguntas, hay un detalle del sumario que llama poderosamente la
atención y al que nadie parece haber dado importancia. En uno de sus primeros
informes, fechado el 12 de marzo, en plena confusión posterior a los atentados, el jefe
de los Tedax hace una afirmación que tiene una enorme relevancia. Como ya sabe el
lector, en los trenes estallaron 10 bombas, mientras que los Tedax hicieron detonar otras
2 en las propias estaciones: una en El Pozo y otra en Atocha. Pues bien, en ese informe
de Sánchez Manzano se afirma directamente que la bomba que los Tedax hicieron
detonar en Atocha
.
¿Se trata de una confusión de Sánchez Manzano? Porque si no es una confusión, el
escenario que tendríamos es: 6 bombas en los trenes que utilizaban teléfonos móviles y
otras 6 que posiblemente usaban otra cosa (¿un temporizador, quizá?). Esto abonaría la
tesis de los dos comandos, pero además nos lleva a una pregunta que ha estado desde el
principio rondando la cabeza de quienes han investigado el 11-M: ¿por qué se
emplearon teléfonos móviles para activar los detonadores de al menos una parte de las
bombas, cuando se podían haber utilizado temporizadores, que son mucho más seguros
ë ? ¿Quién tenía interés en que acabáramos localizando a través de los
móviles al comando de Morata, cuyos miembros se terminan suicidando en Leganés?
Por supuesto, los indios fueron puestos en libertad en abril de 2004, pero cuando sus
nombres ya habían sido revolcados por el fango y cuando su detención había sido
convenientemente aireada y utilizada.
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¿Y qué pasa con los otros tres detenidos del 13-M, los marroquíes del locutorio de
Lavapiés? Pues que la Policía no detuvo a quienes habían adquirido las tarjetas
telefónicas usadas en los atentados, porque el 13-M no se sabía quiénes habían
comprado las tarjetas. Ni tampoco detuvo a los miembros del comando de Morata que
puso las bombas, porque aún no estaban identificados por aquel entonces. A quien
detuvo fue a quienes vendieron, supuestamente, esas tarjetas.
Dos de esos tres marroquíes serían puestos en libertad por el juez pocas semanas
después de los atentados, porque vender unas tarjetas telefónicas no constituye,
obviamente, un delito. Lo cual quiere decir que la razón por la que se detuvo a Jamal
Zougham el día 13-M (la venta de las tarjetas) no es considerada por el juez como
indicio de que Jamal Zougham estuviera relacionado con el atentado.