EN LOS OJOS
Brujería y superstición en
Aragón en el siglo XVI
I N S T I T U C I ~ N«FERNANDO EL CATOLICO.
Excma. Diputación de Zaragoza
PublicaciOri núrnei-o 2.096
dr la Iristitucióri <<Fernandoel Católicon
(Excma. 1)iputacióii dr Zaragoza)
Plaza de España, 2.
50071 ZAKAGOZA ( k:spaiia)
Tíii.: [34] 976 28 88 78/79 - Fa:[34J 976 28 XX 69
ifc(ajc1pz.e~
FICHA CATALOGRÁFICA
[ TAUSIET, María
610 p. : il. ; 21 cm
ISBN 847820-547-0
O María T'aiisiet.
O De la presente cdicióri: InstituciGri .<Frrnaiidoel (:atblico>>.
I.S.B.K.:84-7820-547-0
D q h i t o Legal: 2 2 . 1 36/2000
Ricardo G M C ~CÁRCEL
A
Los últimos arios del siglo )í\Ifueron testigos en casi toda Eiiro-
pa de un aumento alarmante del número dr aciisados por delitos
de ¿rt-tijeria y .su~)mstición.AragOn no constituyó una excepción en
este sentido; es aquí, por el contrario, y especialmente en cl área
pirenaica, donde se localizan algunos de los primeros trsli~nonios
de la persecucií)n peninsular-, así como algunas de las más atroces
campañas contra lo que se consideraba una plaga que había que
combatir al margen de los fueros traclicioriales del reino. Dos cir-
cunstancias coritribuyeron de forma decisiva a agravar la sitiiación:
por un lado, su vecindad con las regiones de Béai-n y Gascogne
-donde era creencia común tanto que habitaban iiiriumerables
magos de reconocido prestigio corno que tenían lugar los más
terribles aquelarres-; por otro, el arraigo y la persistencia en tie-
rras más meridionales de una podcrosa cultura morisca. Ambos
fenórncnos se sumaron a las ya aburidaritcs manifestaciones de
carácter mítico-religioso al margen de la ortodoxia, todo lo cual
convertía al reino eri un marco propicio para la acción judicial.
En realidad, se trataba de sustituir los restos de viejas costmi-
bres y creencias, o incluso de formas de vida muy cercanas al
paganismo, por los valorcs emanados de la cada vez más aserita-
da aliari~aentre el altar y el trono. 1.0s recién creados estados
rnodernos deseaban imponer ahora su autoridad en ~ l r mimdo i
diversificado y complejo. N o obstante, los rní)viles de la persecu-
ción f~lerorinumerosos y a menudo contradictorios. Pese a la
imagen que se ha trarisniitido habitualmente, los representantes
del poder no fueron los únicos responsables de la qiie llegó a
conocerse como <.cazade brujas)?;de hecho, sin la colaboración
interesada de las capas populares resulta inconcebible cl 6xito de
una campaña contra dos delitos dificilmente identiíicahles.
Por un lado, el concepto de úrujená servía para designar a los
individuos malvados por antonomasia. Desde el punto de vista
de la Iglesia, el Mal tenía un nombre -Satán, el adversario de
Dios- y, por tanto, brujos eran quienes pactaban con él y de
tanto en tanto se reunían en su presencia para perpetrar todo
tipo de abominaciones. Sin embargo, desde la perspectiva de los
aldeanos qiie servían como testigos en los procesos por brujería,
los acusados eran los artífices, n o del Mal en un sentido leológi-
co, sino de la Desgracia. Esta no se hallaba personificada en un
ente sobrenatural, determinado y único, como único era el Dios
verdadero segím la doctrina cristiana. Por el contrario, se mani-
festaba en fenómenos concretos y múltiples como enferirieda-
des, impotencia, esterilidad, epidemias, catástrofes naturales, ctc.
Para la inmensa mayoría, tales adversidades se debían a la voliin-
tad de ciertas mujeres cuya sola maldad podía producir los efec-
tos deseados en quienes elegían corno víctimas.
La influencia y el poder atribuidos a las brujas se reflejaban
claramente en la doctrina de la fascinación, conocida comúri-
mente corno <.mal de ojo>>o <<aojaniierito?). La creencia e n la
capacidad de aojar se basaba en la suposiciOri de que las malas
intenciones, qiie inevitablemente salían al exterior a través de la
mirada, bastaban para provocar todo tipo de desgracias. BruJas
eran quienes tenían ponzoña en los ojos y, por tanto, no necesita-
ban valerse de ningún tipo de veneno o instrumento material
para lograr sus perversos fines. Metáfora por excelencia de la
brujería, la mirada ponzoñosa representaba la inalevolencia de
quienes eran capaces de cometer los más ominosos crímenes sin
esf~ierzoy, lo que resultó aún más peligroso de cara al enjuicia-
miento de las acusadas, sin dejar ningún resto o prueba material
de carácter objetivo.
También en el Béarn del siglo XVT el término <posoern
(emponzoñador) era sinónimo de *sorciern (brujo). No hay que
olvidar, sin embargo, que el concepto de brujería propiamente
dicho únicamente se aplicó a las mujeres. Nos hallamos en una
sociedad en la que la polaridad masculino/femenino simbolizaba
lo superior frente a lo inferior, no sólo entre los demoriólogos,
sino también entre los representantes de la cicricia de la época,
incluidos los médicos. Para la mayoría de los teóricos del siglo
XVi, cualquier mujer, por el solo hecho de serlo, reunía todos
aquellos valores opuestos al mundo civilizado que los hombres se
esforzaban por crear: la naturaleza indomable frente a la cultura.
Su debilidad y tendencia al vicio, se pensaba, hacían de las muje-
res presas fáciles de Satanás, quien se valía de ellas para trastocar
el orden divino. Prueba de ello es que en Aragón, el calificativo
de *brujon se reserví> para ocasiones muy excepcionales, casi
siempre relacionadas con abusos de carácter grave, Aun entonces
se mantuvo la tendencia a utilizar formas dimiiiutivas (ebrujón* o
«brujoten) que atenuabari la fuerza expresiva del término, ya que,
en uri sentido absoluto, brujas sólo podían serlo las mujeres.
Por lo general, los varones relacionados con la magia eran lla-
mados hechiceros o nigromarites, esto es, no tanto malvados por
naturaleza corno poseedores de ciertos conocirriientos y técnicas
adquiridos. No obstante, para los miembros del clero toda marii-
festacibn de carácter sagrado que se hallara fuera del control de
la Iglesia, esto es, toda super.rtición debía ser condenada como
una forma más de maleficio, ya que sc consideraba inspirada por
el derrioriio. Supersticioso era literalmerite lo que había sobrevi-
vido (del latín sufxrstare, cstar sobre) y para la Iglesia combativa
de entonces toda siipen4veiicia pagana era identificada con el
reino de Satanás. Bajo el término superstición Iiallaremos, por
tanto, una infinidad de comportamientos y creencias presentes
en la sociedad aragonesa del siglo XW: desde la llamada hechice-
ría (qiie, a diferencia de la brujería, comportaría el coriocimien-
to y el uso de ciertas técnicas para ser efectiva), hasta las más
diversas formas de curar o dañar (saludadores, santiguadores,
medicineros, herbolarios ...); desde las prácticas de los nigroman-
tes cultos, que recurrían a los coiiocirriientos astrológicos y las
tormas de adivinación procedentes de la Antigüedad, hasta los
1112srudimentarios conjuros de rnagia amorosa transmitidos de
generación en generación.
Si el concepto de supmslicicin era fundamentalmente religioso, el
de hijenú, por el contrario, remitía a una visión del mundo mucho
más antigua en la que el poder y la filerza de ciertos individuos
-esto es, su magia- bastarían para explicar todo tipo de fenóme-
nos extraordiriarios. No obstante, en el siglo XVI, la progresiva
extensión de la idea del pacto demoníaco había acabado por con-
vertir la brujería en una ~supersticiónnrriás. Con frecuencia, ambos
delitos aparecían confundidos en uno solo. Teniendo e11 cuenta
quc los dos se consideraban diab6licos en mayor o menor grado,
distiriguir hasta qué punto alguien era b r ~ q oo hechicero, sortílego,
adivino, ponzonero o saludador a menudo tenía niuclio más que
ver con circunstancias determinadas relacionadas con la animad-
versión hacia los acusados que con sus propios l-iechos.
Tanto la brr~+r.iu (crimen imaginario por antonomasia) como
la sup~ritirihn(el m i s ambiguo de los delitos) expresaban de for-
rria sinibólica miiclios conflictos q u e n o e r a n asumidos c o m o
tales ni social ni individualmente. Para intentar cornpreriderlos,
nuestro recorrido nos llevará de lo general a lo particular. Así, la
Primera Parte (Ortltn) estará dedicada al ariálisis d e las tres prin-
cipales institiiciones responsables d e la perseciicih: Inquisición,
justicia episcopal y justicia seglar. En la campaiia c o n t r a los
numerosos desordenes demoníacos (esro es, e n el sinibólico
combate entre Dios y Satanas, o entre las nuevas leyes y unas cos-
tumbres destinadas a desaparecer) el Estado y la Iglesia colabora-
ron por igual, aunque sus objetivos y ámbitos d e actiiacií~nfue-
ran diferentes e n cada caso.
A nivel estatal, la ,justicia iiiquisitorial, iristr~irneritopor exce-
lencia del poder real, fue fundamentalmente la encargada del
control político y social. Su obsesión por la herejía protestante y
por- las manifestaciones d e la cultura morisca así lo atestiguan. La
vigilancia estrictamente religiosa quedó al cuidado d e los repre-
sentantes de la justicia c$isco@l, cuyo ámbito territorial se reducía
a la diócesis. En teoría, la principal tarea d e los obispos consistía
en fijar iiii límite entre lo sagrado y lo profano, con el fin de pre-
servar y acrecentar el poder d e la Iglesia. Sin embargo, n o hay
que olvidar que la creación d e los nuevos obispados aragoneses a
finales del siglo X\!I obedeció también a móviles políticos, deter-
minada e n gran m e d i d a p o r el m i e d o a la influencia d e los
protestanres del sur d e Francia y a los inoriscos ya residentes. Por
lo que respecta a la jvstiria seglar, SLI cometido esencial consistió
en mantener el orden público e n las poblaciones. A finales del
siglo XVI y comienzos del X\iII, e n una época d e violencias y d e
todo tipo de desordenes, d e reyertas entre bandos, d e catástrotes
naturales y miseria, los juicios y condenas d e numerosas mujeres
acusadas d e brujería sirvieron sobre todo para desviar la aten-
ción de otros conflictos d e carácter eminentemcritc social.
La diferente personalidad d e las tres institiicioncs coiislitiiye
un hecho incuestionable. 1.0s jueces seglares, responsables d e u n
buen níimero d c condenas a la pena capital, llevaron a cabo la
represión más cruel. En el otro extremo, los obispos -cuyas scri-
tencias fueron por lo general bastante benignas- representaron
la cara más,justa de la persecución. No obstante, dichas difereri-
cias pueden resul~arengaiiosas si n o se tiene presente la comple-
rnentariedad, e incliiso corriplicidad tácita, existente entre los tres
organismos judiciales. Sólo así se explican, por citar algunos ejem-
plos, la utilización por parte de los jueces seglares de las ideas de
los teólogos acerca del demonio, la costiinibre de la wclajación al
brazo seglar., practicada por la Inquisicióri o incliiso, si apurarnos
la argumentación, la iriexistericia de juicios eclesiásticos contra los
excesos y desirianes cometidos por un buen nílniero de.jueces
seglares en sus campañas pirenaicas contra la bnijer-ía.
Pero, como veremos en la Segunda Parte (D?scirdenes), las acii-
saciones también sirvieron a los intereses del comím de las geri-
tes. De otro modo, nunca hubiera podido alcanzar tanto Cxito
una persecución iristitucional basada precisarriente en la colabe
racibn popular c.analizada a través de las denuncias lanzadas por
iinos contra otros. Los organismos ,j~idicialeseran í~tilesa
muchos individuos como instrumentos de los que valerse para
ejercer la vengariza contra sus enemigos o disfra~artensiones
con determinados vecinos o parientes con quienes la convivencia
había llegado a hacerse imposible. En realidad, tras la lectura
detallada de los procesos, podemos afirmar que el verdadero
protagonista de los mismos file el conflicto en cualquiera de sus
maiiifestaciories, ya fueran las riñas entre liabilarites de una mis-
rria localidad o los numerosos probleriias existentes en el serio de
la familia, ya los desacuerdos en el interior de la propia concien-
cia, patentes sobre todo en la culpabilidad proyectada en terce-
ras personas.
.Junto a la eriorriic diticiiltad para mantener relaciones perso-
nales satishctorias, las acusaciories contenidas en los procesos
revelan asirriisnio las condiciones de pobreza e insalubridad en
que vivía buena parte de la población. El recurso a lo imaginario
(ya fuera por medio de la consul~aa los profesionales que vivían
de la magia, ya mediante fantasías ancestrales corno la del viaje
nocturno a iin Más Allá repleto de manjares y delicias, o la de los
auxilios enviados por solícitos espíritus familiares) suponía, por
ericirria de todo, un intento de escapar a una realidad adversa.
~ á o smenos imaginarias, rriás o menos reales, las numerosas
denuncias que llenarán las páginas que siguen nos han obligado
a descender progresivamente hasta esferas difícilmente accesi-
bles: desde la vida comunitaria en lugares públicos corno calles,
hornos o tabernas, hasta el interior de los escenarios domésticos
donde se clesarrollarori los dramas más diversos; desde el umbral
de la alcoba hasta los lechos compartidos, doridc n o era raro qiie
las criaturas no deseadas perecieran asfixiadas <.pormano de
br~ijan.Ciertos relatos de carácter onírico (pesadillas, ensoñacio-
nes) en los qiie invariablerrieritc se narraban las luchas que los
testigmcreían haber mantenido cuerpo a cuerpo con las acusa-
das, nos hablan también del alcance simbólico que llegaron a
adquirir las tensiones entre miembros de una misma vecindad.
Este libro no habría sido posible sin el estímulo inicial de la
Dra. Isabel Falcón; sin la amabilidad d e un gran número de
archiveros y bibliotecarios y, en especial, de d ~ ~ ~ g i i sGil,
t í nque
resolvió muchas de mis dudas de transcripción paleográfica; ni
tampoco sin la disponibilidad del Dr. ,4rigel Gari, a quien agra-
dezco la generosidad con que siempre ha compartido sus conoci-
mientos. El apoyo del Dr. Eliseo Serrano, que me animó a
ampliar el campo de estudio y a abarcar las tres,jiisticias iinplica-
das en la persecución de los delitos exarninados, ha sido decisivo
para el resultado final. Agradezco también los valiosos consejos y
sugerencias de Mercedes hrtal, Inmaciilada Cantín, Matilde Can-
tín, Begoña Chaves, Dr. Jaipe Contreras, Fran~oisDelpecli, Car-
los González, Dr. Miguel Angel Motis, Dra. Christine Orobitg,
Miguel Ángel Pallarés y Hortensia k'agüe. Casi siempre desde la
distancia, la comprensión y el coraje de Angelines Carlés sin~ie-
ron para allanar miichos obstáculos. Por último, la paciencia y la
sabiduría d e Antonio Tausiet y Luis Gago, así corno su ayuda
constante a lo largo de diez años de investigaciones, exceden los
límites de cualquier agradecimiento.
ORDEN
Pedro Cariisio'
Otto B K ~ \ ~ ~ N W (d.),
R ~ : ~&Y¡IL
R Pttn ( h t ~ ~S.].,
i . I < ~ J ~d. urfu.
( ~ ~vol.
I / I4,PFI-i-
burgo, 1Ierder. lXlJ6-1023, pp. 100-101.
Sin embargo, para que pudiera producirse un despliegue de ac-
tuaciones,judicialescomo el que t1n70lugar por esas fechas, fue ne-
cesaria la existencia de una legislación que lo arriparase. A su vez, las
medidas legales se basaron en conceptos que habían sido forjados a
través del tiempo por los irilelectualcs asociados al poder, eclesiásti-
cos en su mayor parte. De este modo llegó a crearse toda una doc-
trina acerca de la brujería y las siipersticioiies eri la que fbndamen-
tar una persecución encaminada, como tantas otras, a lograr un
control estatal sobre los cuerpos y las almas de los súbditos de aque-
llas inonarquias que luchaban por fortalecerse. No preteridcmos
resporisabilizar únicamente a las altas instituciones judiciales de la
persecución de que fueron objeto tarito br~ijoscomo supersticiosos.
Sin el apoyo de los rriierribros de las comiinidades rurales doride te-
nían lugar las acusaciones, dicha persecución nunca habría logrado
el éxito que tiivo en determinadas Lonas. Tampoco es nuestra in-
tención que se identifique la teoría (doctrina, legislación) con la
práctica (decisiones .judiciales) que, como veremos especialmente
en el caso de hagóri, coincidieron muy pocas veces. No obstante,
para corriprcnder el espíritu y el lenguaje de los iristrumentos o caii-
ces legales que sirvieron a la persecucion y para poder situar los p r c ~
cesos aragoneses dentro del contexto ideológico europeo, se hace
necesario trazar a grandes rasgos la evolucióri de la magia y de sil
considcración antes y despiiés de que el cristianismo se convirtiera
en religión oficial, hasta llegar a los acontecimientos que tuvieron
lugar sobre todo a partir de finales del siglo.l\\?
' Véarise h d r é BERY,\RD, Sorrim> Grrc..\, París. Fayard, 1991 y Aiirie-Marie Ti.-
PET. L a m(/<@dnns la p o v w lr~tznu,París, Hcllcs Lettres, 1976.
núrrienes iabulosos que reunían características de mujer y de ani-
mal, cuyas actividades maléficas las hacían objeto de temor y u n re-
curso para asustar a los niños. Se<qínla leyenda, Lamia había sido
una joven hermosa, arriada por Zeus, pero Hera, celosa, la persiguió
y dio muerte a todos sus hijos. Desde critonces Lamia se rehgió en
una gruta y, por envidia de las otras madres, trató de matar a sus
criaturas devorándolas o chupando su sangre. A las lamias en gcrie-
ral se las ha imaginado cori cola de pez o de dragón, o cori patas d e
ave, entre otras rnuchas versio~ies.El mito pasG de Grecia a Koma y
después a la Edad Media, llegando hasta nuestros días, por ejemplo,
en ciertas zonas del País Vasco, tal y corno atestigira José Migiiel de
Barandjaranl. El término strix remite a iina familia de rapaces noc-
turnas, concretamciite la que hoy se llama familia de las estrígidas,
que comprende el bnho, el mochuelo y la lechuza. A las striges ro-
manas, mujeres-ave, se incorporaron las características maléficas de
las lamias, y unas y otras se asociaron al cortejo nocturno y volátil d e
Diana. Hoy en día, la palabra italiana utili7ada para designar a la
bruja es strqu, cuya raíz resulta indiscutible.
Claro está que, ,junto a las creencias e n todos esros seres míti-
cos, existieron tarribién mujeres de carne y hueso, curanderas y he-
chiceras (hobarine, maleficae), que practicaban un tipo d e medici-
na popular cri el que la magia era la protagonista; otras veces
utiliraban sus conocimientos y fama para actividades menos berie-
ficiosas, corno los envenenamientos o conjuros dirigidos contra
sus enemigos o los de sus clientes. Aunque n o eran idcritificadas
exactamente con los genios que hemos descrito, sí se consideraba
que guardaban alguna relación con los mismos. Numerosas obras
de la literatura griega y latina describían a estas hechiceras, aun-
que quizá la mas eiriblemática sea El nsno de oro d e Apiileyo, escri-
ta en el siglo 11 de nuestra era. El libro planteaba precisamente el
tema de la relación entre lo fantástico y lo real, ya que trataba d e
las metamorfosis o cambios de forma". I.ucio, el protagonista, se
transforma en asno por medio de u n ungüento, al igual que la
dueña de dicha pomada, la hechicera Panfila, tomaba la forma d e
10
Hechos d e los Apóstoles, 19, 6-12.
restaba importancia al tema de la magia y de la intervericióri del
Demonio, que se limitaría a engañar a sus seguidores haciéndoles
«ver. lo que no existía realmente. Un buen ejemplo de dicha ac-
titiid es el famoso texto conocido como Canon Episcopi,que se lia
conservado en dos ediciones de los siglos x y X1, aunque proba-
bleiiiente proceda de un capitular franco más antiguo. En el año
906 apareció incluido en uria colección de instrucciones destina-
das a los obispos y sus representantes; cien ahos más tarde volvió
a ser recogido con mínimas variantes por Bucardo, obispo de
Worms, en su Decreturt~,y riiás tarde circularía ampliamente por la
literatiira canónica. El texto, como indica su título, iba dirigido a
los obispos, a los que encargaba expulsar dc sus parroquias a bru-
jos y encantadores, y en la edición del siglo XI decía así:
«A fin d e que los obispo5 expulsen d e sus parroquias a bru-
jos y encaritadores. N o hay que callar que ciertas mujeres mal-
vadas, convertidas e n seguidoras d e Satanás (1 Tim. 3 , 15), se-
ducidas por las fantásticas ilusiones del demonio, sostienen que
por la nochc cabalgan sobre cierta bestia junio a 1)iana o Hero-
díadcs, diosa d e los paganos, y iiria gran niuliitud de mujeres;
quc recorren grandes clistariciiis en el silencio d e las noches pro-
fundas; que obedecen las órdenes de la diosa como si fuese su
seliora; que son Ilaniadas en determinadas noches para que Ic
sirvan.»"
Dicha edición añadía a las anteriores el nombre de Herodía-
des, la causante de la muerte de San Juan Bautista, según los es-
critos bíblicos. Ello significa que las antiguas creencias asociadas
a la diosa Diana de los romanos se reinterpretaban y reactiializa-
han adaptándolas a la cultura prcdominarite eri el momento.
Otras versiones posteriores citaban a la Holda germánica, cono-
cida también conio Perchta o Bensozia. Pero lo que nos importa
destacar ahora es que la brujería se consideró durante mucho
tiempo como una fantasía diabólica, a la que, aunque corideria-
ble, no había que conceder crédito alguno. Esta file la t.esis defen-
dida por San Agustíri, para quien muchos casos de magia no se ba-
saban sino en lo que llamó un wnsueño imaginativo??provocado
por el Demonio. Dicha interpretación fiie la que predominó du-
rante la Alta Edad Media, época durante la cual se siguió practi-
cando la magia, uria magia duramente condenada por las leyes ci-
viles, pero a la cual todavía no se prestó la atención que atraería
eri siglos posteriores cuando /a no sólo el poder civil, sino tarribiéri
34
el eclesiástico se unieron para corribatirla. t@ié factores coritribu-
yeron para que se produjera un progresivo cambio de actitud por
parte de la Iglesia hacia la riiagia y concretamente hacia sus mani-
festaciones más popiilai-es, esto es, la bi-ujcría y la superstición?
Hacia el siglo XIII, en una Europa mucho más urbana e inter-
comunicada mediante redes corrierciales, y con una cultura cos-
mopolita que florecía en las recién creadas universidades, fueron
principalmente dos los factores que infliiyeron en la nueva pos-
tura. Por una parte, cl auge de la magia ~ u l t a y,
» por otra, el éxi-
to quc obtuvieron ciertas herejías, entre las cuales destacó, por la
fuerza de su organización, la de los cátaros o albigenses. De eii-
trada, ninguno de estos dos hechos parece tener mucho que ver
con los cargos que después se irnpiitarían a las br~;jas,pero si ana-
lizamos ambos factores entenderemos la evolución que condujo a
la Iglesia a proceder contra determinados comportamientos prác-
ticamente ignorados durante siglos. En el fondo, el canibio de
actitud no suponía sino una manifestación rnás de la nueva situa-
ción político-religiosa: a medida que la Iglesia se volvía más inflii-
yente, se iba asentando y tenía menos que conquistar y más que
rriantener, trataba de lograr un control cada ve^ rnás delimitado
de todo cuanto pudiera oponerse a su poder.
La denominada miagia culta,, o a l t a rriagim, qiie general-
mente se distinguía con estos riorribres de la practicada en los am-
bientes riirales, alcanzó un gran desarrollo desde los siglos XII y
XIII en adelante, coincidiendo con la afluencia de textos proce-
dentes de Bizancio y el mundo islámico. Se recuperaba así un
conjunto de conocirriientos de origen oriental que habían sido ol-
vidados, tales como la numerologia, la astrología, la filosofia y ma-
temática griegas, la alquimia o la cábala. Muchos de estos saberes
se incorporaron al saber enseñado en las universidades y fiieron
aceptados conio uria h r m a de conocer y dominar el universo n a
tural. La idea básica sobre la qiie se fundaba dicha magia hereda-
da de los fil6sofos neoplatónicos, consistía en la corivicci6n de
que todo el universo se hallaba íntimamente relacionado entre sí
mediante vínculos por los cuales unos elementos se sentían atraí-
dos hacia otros, ya fiiera por similitud o por iiiia armonía espc-
cial. Segím Roger Bacori -uno de los más lúcidos defensores de
la también llamada <.magianalural), en el siglo XIII-, la magia re-
suelve el f~mcionarriicntodel cosmos eri la f6rmiila de la sim$atía
universal,es decir, en la cadena de correspondencias y semejanzas
entre el mundo terrestre y el murido celestial. Dicha coricepción
sc resumía en el famoso principio hermético scgíin el cual: ((Lo
que esta abajo es como lo que está arriba, y lo que esta arriba es
como lo que está abajo.." El antecedente de dicho principio es lo
que los griegos de la Alejandría del siglo 111 d. C. habían denomi-
nado eciericia de Hermes Triniegisto» (el tres veces graride) , que
venía a ser una enciclopedia de todos los conoci~riientosuniver-
sales basados en una observación de los hechos riaturales':'.
( h m o ciencia optimista y experimental que aseguraba un gran
poder sobre la naturaleza a sus practicantes, timo muchos seguido-
res; algunos de ellos tan conocidos como Alberto Magno, Kaimiiii-
do Lulio, Arnaldo de Villanova o Enrique Cornelio Agrippa quien,
siguiendo la línea de numerosos escritos en los que se relacionaban
los más diferentes objetos mediante supuestas afinidades - q u e hoy
resultan extrañas para nuestra mentalidad-, confeccionó prolijas
tablas de simpatías. Así, por ejemplo, al Sol le correspondían el oro
y el jacinto; a la Luna, la plata y la esmeralda; a Marte, el hierro y la
amatista; a.Júpiter, el estaño y el berilo, etc. De esta forma, relacio-
naba los cuatro elementos (Tierra, Fuego, Aire y Agiia) con los pla-
netas o cuerpos celestes, así currio con las piedras, metales, plantas y
animales. También, por supuesto, con el lior~ibre,aunque éste, en-
tendido como rriicrocosmos, como espejo dcl universo, como intér-
prete pridcgiado del *lagos*, poseería la facultad de convertirse en
lo que deseara, por ser punto dc encuentro de las fuerzas que rigen
el universo y tener aderriás conciencia de ellas. En palabras de Agriy
pa, q u i e n conozca las cualidades de los elementos y sus conibiria-
ciories, conseguirá operar maravillas y dominar la magia r1at~ral.n'~
No obstante, para lograr las prometida5 maravillas no bastaba
con conocer íhicamente el inundo material. El mago debía a ~ i -
mismo tener presente el mundo de los espíritus. Siguiendo la in-
15
Idrm, ihidpm, pp. 118-149.
Ili
El bizariho Miguel Psellos ( 1 018-1078) fue ruio de los iiifis iiiipor-taiiies fi-
lósofos de su época y autor de iiria obra enciclopkiica coiiipar-able a la de Alhrr-
to Magno o Toiiiás de Aquino. Su ti-atado L)t~I)u~monzDus alcan76 gran popularidatl
durante el Renariniicnto gracias a la traducción ric Marsilio Ficirio que se publicó
en Vcriecia en 1197.
tarribih una siistancia corporal muy ligera. Pero el problema de la
corporeidad demoníaca no llegó nunca a ser resuelto por la Igle-
sia, a pesar de debatirse en Concilios como el de Letrári y de ser
objeto de constantes disputas entre los teólogos.
En cualquier caso, uno de los requisitos más importaritcs para
el mago era nombrar aquellos seres con quienes quería ponerse
en contacto; los demonios venían a representar las dimensiones
ocultas del mundo, de ahí que darles nombre significara, de al-
gún modo, sacarlas a la liiz, traerlas a la existencia. Como en toda
magia -también en la deriorriiriada <<baja,,-, el poder de la pa-
labra se consideraba algo esencial. Segíh Agrippa, *en las opera-
ciones de magia se riecesita el nombre particular de las cosas [...]
toda palabra tiene su propio significado [...] y su nombre puede
obrar maravillas si se profiere en el lugar adecuado, en el mo-
mento justo y con cl rito correspondiente.^"
Los magos, por tanto, utilizaban a los demoriios para conseguir
sus fines, los invocaban con siis nombres para dominarlos y hacer-
los autuar y obedecer. Todo ello se realizaba en nombre de Dios, ya
que El había creado el universo y todos los espíritus que lo habita-
ban. La práctica de la magia, de hecho, se entendía como u11 largo
ejercicio de devoción religiosa. De ahí qiie antes de un coriuro o
invocación, el mago se preparase con un período de castidad, a y i -
no y oración. Y no sólo eso: también los iristr~irrieritosutilizados pa-
ra la opcracih -ci~l-iillos, vestimenta, cirios, pergaminos, etc.-
debían ser tilmigados, hisopados y consagrados. N o obstante, debi-
do al creciente éxito de dichas prácticas, que se vio favorecido por
su presencia en las universidades y cn las cortes reales, la magia co-
menzó a ser vista corno un sistema de creencias que rivali~abacon
el propuesto por la Iglesia oficial, con lo c i d no tardó mucho en
condenarse. Y para ello tuvo, asiinismo, que reinterpretarse.
Segúii Santo Tomás de Aqiiino, los magos se engañaban al
pensar que controlaban la situación: los demonios fingían obe-
decer porque les convenía, pero eri realidad eran ellos quienes
determinaban el resultado final. Ninguna operación mágica po-
día llevarse a cabo sin la ayuda demoníaca, y por ello era riecesa-
rio que existiera iin pacto implícito de colaboración entre el rna-
go y los demonios. Se pasó de considerar qiie el mago dominaba
a los demonios a afirmar qiie los adoraba. Al mismo tieinpo, cada
vez se iba concediendo mayor protagonismo a la figura de un es-
píritu del mal cuyo poder se alzaba sobre el resto, de ahí que el
Diablo -en singular- sustituyera cada vez más a los derrioriios
-en pliiral-; así, no tardó en hablarse, para referirse a la magia
ritual, de un verdadero culto al Diablo. A partir de entonces, las
sanciones no tardaron en producirse: en 1277, y a pesar de qiie
algurios componentes de la Iglesia no se mostraron riada conven-
cidos, el Papa, el arzobispo de Canterbury y el obispo de París
condenaron la magia ritual por diabólica; y en 1320, el papa Juan
XXII, obsesionado por el miedo a ser el blanco de conjuras teri-
dentes a eliininarlo por cualquier motivo, volvió a condenarla, es-
ta vez como herética, con el objeto de que también la magia ritual
pudiera ser perseguida por los iiiquisidores. h i n q u e , en la mayor
parte de los casos, nada o casi riada tuvieran que ver los ritos aso-
ciados a la magia culta cori los propios de la magia popular y las
creencias supersticiosas, la e v o l i ~ i h ndoctrinal y Icgal que se esta-
ba produciendo cori respecto a la alta magia influyó más tarde en
la doctrina y las leyes aplicadas a la brujería y la superstición.
Algo semejante podemos decir con respecto al segundo de los
factores que coritribuyeron a la gran persecución o <<caza de brii-
jaw: la lucha contra las herejías. Estas, que se manifestaron conlo
corrientes de pensamiento diferentes a los dogmas que la Iglesia
iba definiendo, y que desde los primeros siglos de existencia del
cristianismo habían concado con numerosos adeptos, no empeza-
ron a ser vistas como un peligro importante hasta mediados del si-
glo XII, coincidiendo con el establecimiento de los cátaros en el sur
de Francia. Arites de esa fecha, a diferentes grupos de herejes (ma-
niqueos, pelagianos, paulicianos, bogomilos, etc.) se les habían
atribuido, al igual que les sucediera a los primeros cristianos, las
aboriiiriaciones más viles: orgías sexuales con asesinatos de niños
y canibalismo, principalrriente. Sin embargo, la Iglesia, qiie du-
rante la Alta Edad Media perseguía, por lo general, más persiia-
dir que obligar, no tornó ninguna medida radical en su contra: la
excomiinión canónica era el anico modo de expresar sil condena
y el rechazo que le inspiraban estos grupos de disidentes.
A partir del siglo X11,con el auge de las herejías diialistas, que
intentaban dar una solución al problema del bien y el rrial, a las
aciisaciories anteriores se añadió la de rendir ciilto al Diablo. Y por
las mismas fechas llegó a aplicarse al hereje la categoría de traidor
o reo de lesa majestad divina, idea procedente del derecho roma-
no que sirvió para amparar todavia más la persecución legalIx.'ká
IX
En 1199, inecliari~ela decretal Vm;qr.r.nfi,in scvtium, Iiiocencio 111 hizo de la he-
rejía un nimm rr~c~ir\lntis,basánciosc cn el trataniieiito qiie el I>ci-echoRorriario con-
cedía a quienes se consicirraba que aieritaban contra la vida de los erriperadores.
en el siglo XIII comenzó una campaña, dirigida especialmente con-
tra los cátaros o albigenses, que habían ganado un gran número de
adeptos en el Languedoc y habían llegado a tener obispos propios,
de ahí que se consideraran a sí mismos como una Iglesia aparte de
la romana. En 1209, el papa Inocencia 111predicó una cruzada cori-
tra los albigenses; en 1215, el Concilio de Letrán pidió a todos los
príncipes seculares que aplicasen la pena de muerte a cualquier ti-
po de herejes y, finalmente, en 1231, el papa Gregorio IX y el em-
perador Federico 11 acordaron que el pontífice nombrase inqiiisi-
dores con poderes especiales para descubrir y destruir a los herejes
del Sacro Imperio Romano Germánico. Qiiedaba así constituida la
Inquisición medieval; en España se introdujo en 1232, aunque se
consideró innecesaria en Castilla y sólo hizo una aparición simbó
lica en Aragón, qiie por estar más cercano a los principales focos de
herejía, se pensó que debía ser mejor controlado que otras zonas.
En principio, las disposiciones doctrinales y legales contra los
herejes nada tenían en común con la magia, pero, como vimos, és-
ta llegó a asociarse en el siglo Xni' cori la herejía para poder facili-
tar su persecucibn. ?Bajo qué pretexto? @iik tipo de magia podía
considerarse herética y cuál no? No hay que olvidar qiie muchas
clases de magia seguían gozando de iin gran prestigio incluso en-
tre los mismos miembros y representantes de la Iglesia, y que no p c ~
día generalizarse la condena indiscriminada a la magia cuando la
propia Iglesia utilizaba en sus ceremonias litúrgicas un gran núme-
ro de fórmulas rituales y de símbolos propiamente mágicos. Por
tanto, el problema de distinguir la herejía en la magia resultaba un
tema peliagudo. Conlo bien ha señalado Henry Charles Lea: *De-
finir dónde comenzaba y terminaba la herejía en todo esto, deci-
dir entre Dresunto conocimiento de los secretos de la naturaleza v
auténtico recurso a los malos espíritus, no era fácil, y por común
consentimiento la decisión se hizo en torno a si en cada caso había
pacto expreso o implícito con el demonio..'" No obstante, la defi-
nición y el reconocimiento del supuesto pacto volvieron a ser de
nuevo decisiones arbitrarias. Corno si con ello se resolviera la cues-
tión. en 1398 la Universidad de París declaraba aue había oacto im-
plícito «en todas las prácticas supersticiosas cuyo resultado no se
puede esperar razonablemente de Dios o de la naturaleza.),"' En re-
alidad, se estaba dejando la puerta abierta para qiie iin buen nú-
mero de comportamientos de distinta natiiraleza pudieran perse-
giiirse a partir de entonces de manera incondicional.
19
IIeriry Charles LEA,Hi.~torind~ la Inqui.sitirin esfioñola,vol. 1I1, Madrid, Fiin-
dación Universitaria Española, 1983, p. 573.
PO
Idnn, zhidpm, p. 573.
La idea del pacto cori el Demonio alcanzó un gran desarrollo en
los tratados teológico-jurídicos de la época y llegó a ser la base de las
persecuciones .judiciales contra la brujería, especialmente a partir
del siglo XV, momento en que aumentó el riúrnero de procesos en
toda Europa. Sin embargo, tal idea suponía un filerte contraste con
la mentalidad campesina referida a la brujería. Para los habitantes
de los medios rurales, el brujo o bruja lo eran por sí misnios; sus po-
deres, ya fueran para curar, influir de modo positivo o dañar -esto
es, practicar makfin'ur+, radicaban en su persona, sin que fuera ne-
cesaria una explicación trascendente para acusarles en determina-
das ocasiones de pe judicar a sus semejantes. Es cierto que entre los
practicantes de la magia rural no dejaba de ser común la invocación
a ciertos espíritus, ya fueran expresión de fuerzas mágicas, antiguos
dioses paganos, ánima5 de los antepasados o incluso santos. Pero la
nueva versión eclesiástica, según la cual se definía la brujería preci-
sanierite por el pacto con el Demonio, debe relacionarse rnás con la
evolucih de la propia Iglesia que con el pretendido cambio de las
creencias y prácticas populares.
En el siglo XV, especialmente a partir de 1447, que h e la fecha
en que se puso fin al prolongado cisma con el acceso al trono pon-
tificio de Martín V, la Iglesia fue mostrando un progresivo autori-
tarismo. Los nuevos papas emprendieron el rearme político de sus
estados, se negó la doctrina del conciliarisrrio (que anteriormente
había atribuido un poder a los obispos que debía ser respetado iri-
cluso por los papas) y, en general, se empezó a perseguir sistemáti-
ca~nentecualquier coriducta o creencia que supusiera la menor di-
sidencia con respecto a un edificio doctrinal que no cesaba de
aquilatarse día a día, excluyendo todo comportan~ientosituado al
margen de las verdades admitidas como dogma. Como expresó
Franco Cardini con gran acierto: .Al acumular victorias, la Iglesia
había prolongado tanibién el frente de sus adversarios.." En con-
secuencia, se iriterit0 fortalecer el nionoteísmo que siempre había
caracterizado a la religión cristiana, pero al qiie nunca se le había
dado un cariz tan extremo. Y nada mejor para acentuar los rasgos
de un Dios f~iertey autoritario qiie resaltar la figura de un o p e
nente a su medida, el Diablo, quien, a pesar de sus numerosas ca-
pacidades (que los demonólogos no cesaban de detallar), acaba-
ba siempre por ser derrotado por el Todopoderoso. Si la cultura
popular siempre había tendido hacia el politeísmo (m'as o menos
42
Eri realidad, pasó a convertirse en la versión i<oficial~ de las
más recientes teorías de la Iglesia con respecto a la brujería, ya
que contaba con todo el apoyo del Papa. Inocencio VI11 liabía
promulgado una bula en 1484 en la que fijaba precisarrieritc los
poderes de los iriquisidores para reprimir lo que ya empezaba a
verse como una plaga. I m terminos cori que se refería a los actos
de los brujos destilan una coriviccióri tan firme en las aciisaciones
iorrriuladas que no es de extrafiar que dieran lugar a las crueles
persecuciones que tuvieron lugar después en las regiones citadas:
«Recienteinrnir tia venido a nuestro conocimieiiio, no sir1 que
hayamos pasado por im gran dolor, que en algunas partes de la. alta
hlcmania, en las provincias, villas, territorios, localidades y di6cesis
de Maycnza, Colonia, TI-ews,Saliburgo y Brcma, cierto número tle
Iwrsonrzs dcl uno y otro sexo, olvidando su propia salud y apartáii-
dosr de la fe católica, se dan a los drnioriios íricubos y súcubos, y por
sus encantos, hechizos, conjuros, sortilegios, crírrienes y actos infa-
mes, rlrsiruyeri y r r i a t m cl fruto en el vientre de las mujeres, gana-
dos y otros aniriiales de espccies diferentes; d e s t r i ~ nlas cosechas,
las vides, los hiirrios, los prados y pastos, los trigos, los granos y otras
plantas y legunibi-esd i la tierra; afligcn y atormentan ron dolores y
maks atroces, tanto iriirrior-es como cxtcriores, a estos inisriios
hornbrcs, mujeres y bestias, rrbario.; y animales, e impiden que los
hombres pucdan engendrar y las rriujrres concebir y que los inari-
dos ciirriplan el dcber conpgal con sus rriujeres y las mujeres con
siis maridos; con boca sacrílega reniegan d r la t que han rccibido
en el sariio lxiiitismo; n o temen cometer y prrprir-ar; a instigación
del enemigo tlrl g6rier.o humano, otros n~uchosexcesos y crírriencs
abominables con peligro de sus almas, desprecio de la 1)iviria Ma-
jcstad y peligroso escáridalo [te muchos.»"'
Parece claro que ya no se dudaba sobre la realidad de la bruje-
ría"". Si durante los prirrieros siglos de la Edad Media se había ha-
blado de ilusiones o ensueños imaginativos; si la infertilidad de los
ca~npos,la falta de fecundidad de las mujeres o las enfermedades se
h a b h i asociado a determinados genios o riíimenes, ya fueran restos
de divinidades paganas, hadas u otros sercs fantásticos, ahora, por el
contrario, se acusaba a seres de carne y hueso. Todos los atributos y
pautas de cornportarriieiito quc desde la Antigüedad habían carac-
Z P ~ F D P X ~ ,
B O V R G E A TGgno
Sumptibus CLAVDII , ~ ~ Mercusjj
~ Galli.
26
Gaspai- N.%\:AKKo.i'Tihu)z«l dr supmtl~cidnIndino..., Hiicsca, Pcdrn Blusón,
1630. fol. 20.
46
mimes. Además, se iricluía el canibalisiiio, los sacrificios de niños
de corta edad v la profanación de elerrieritos sagrados.
Todo cuanto la Iglesia quería combatir cn los comportamientos
de sus díscolos feligreses era exagerado hasta el niáximo y encori-
traba cabida en esa extrema parodia a la inversa de la liturgia cris-
tiana que constitiiía el sabbat. La inversión se aplicaba de modo ge-
neral y específico. En la misa cristiana intervenían el pan y el .vino;
eri los rituales de las brujas sc usaban excrementos y orina. En la
Iglesia católica, como decía Martin de Castariega, *besan los síibdi-
tos la mano a sus mayores y señores espiritualesy ternporales, y al Pa-
pa le besan el pie en señal de absoluta y total obediencia y reveren-
cia, y a Dios eri la boca, en señal de amor [...] Pues para el Denioriio,
que es tirano y señor qiie de sus súbditos hace burla y escarnio, rio
resta salvo qiie le besen en la partc y lugar más deshonesto del cuer-
po.." Así, la famosa reverencia al Demonio (el beso en el culo) no
tenia otra fiinción que resaltar y acentuar la nialigriidad de los su-
puestos brujos. La aplicücibn de ungüentos para vohr tambikn en-
contraba su contrapartida en las unciones sagradas, como el mismo
sacramento de la cxtremaiinción. Si los místicos qiie se habían ha-
llado alguna vez en contacto directo cori lo divino podían aparecer
estigmatizados,como signo de su participacion en la pasión de Jc-
sucristo, las brujas llevaban grabada en alguna parte de su cuerpo
una señal que el Diablo les hacía como signo material del pacto. Y
así sucesivamente con todo el resto de episodios que se suponía que
tenían lugar en estas reuniones, juntas o coriveritículosdemoníacos.
Idasdescripciones de las mismas fiieron aburidarites y diversas se-
gíln las zonas geográficas. En palabras de C;. R. Q~~aif'e,.<lasbrujas
alemanas mostraban inclinación a lo escatol6gico. Todos los des-
perdicios humanos -sangre meristrual, semen, heces, vómito, ori-
na y LIS- terlían propiedades mágicas [...] En Ginebra, las briijas
se especializaban en propagar la peste. En Inglaterra no existían
aquelarres y en Escocia eran diversiones campesinas en las que fal-
taban los aspectos horrendos. Comer, beber y bailar eran los ingre-
dientes principales y lo sexual era ima extensión de la obscenidad
normal de los carripesinos.»'VJna de las más completas descripcio-
nes sabbáticas que han llegado hasta nuestros días es española y tie-
ne su origen en el famoso auto de Ce de Logroño de 1610. Durante
los dos días quc duró, los acusados se extendieron mucho en sus
27
Martíii TIF (:,\SI ir<:^, iiaindu muy solil- hirv fnndndo de lus .suprrstitlono y hu-
rhizr&zs ... il%d., 1529). Madrid, Socicdacl de BiLilií>filos Espaiioles, 1946, p. 51.
28
G. R. QLLAIFE. Mr1,14iay rnult./iczo. 1.c~brujos y el fanotisrno r í h ' ~ G o Barceloiia,
.
Ed. Critica, 1989, pp. 78-79.
confesiones y se tardó un día entero en leer las sentencias. Entre
otros espectadores, se encontraba allí el impresor Juan de Mongas-
tón, quien al año siguiente publicó un resumen de dicho auto que
hacía hincapié en los aspectos relacionados con la brujería. El con-
tenido de su texto se hallaba con~pletanienteacorde con las convic-
ciones y actos de las autoridades iriquisitoriales y fue publicado, al
parecer, con afanes pedag¿&ico?". Una vez detallados ciertos aspec-
tos del acto, como el número de participantes, la procesión, los ser-
mones, etc., Mongastón continuaba diciendo:
«Y porque se tenga noticia de las grandes maldades que se co-
meten en la secta de los Bruxos, pondre tanbien una breve rela-
cion de algunas de las cosas mas notablcs quc apuntamos algunos
curiosos quc con cuydado las ibamos cscribicndo en e1 tablado, y
son las siguientes: Relacion de las cosas y maldades que se conie-
ter1 en la seta de los txi~xossegur1 se relataron eri sus writericias y
conlesiones.»."'
A partir de ahí nos hallamos ante uno de los mas impresio-
nantes relatos sabbáticos, cuyo resumen podría ser el siguiente: el
sabbat tiene lugar tres días a la semana, lunes, miércoles y viernes,
y a él acuden participantes de todas las edades. Los más ancjanos
se ocupan de buscar nuevos adeptos y enseñar a los jóvenes. Estos,
cuando consienten, son llevados por los brujos maestros ante la
presencia del Demonio, que tiene una apariencia monstruosa y es-
tá scntado en un trono; entonces, los novicios reniegan de la fe ca-
tólica, adoran al Diablo besándole en el culo y a cambio son seña-
lados por él en el cuerpo y en la niña de los ojos. Además, reciben
un sapo vestido q u e es un demonio en aquella figura para que sir-
va como angel de la guarda al brujo novicio que ha renegado.."'
Para renegar hay que haber llegado a la <(edadde discreción». Pe-
ro también hay niños en el aquelarre, que previamente han con-
sentido en ir a cambio de algunas golosinas. Su tarea consistirá en
guardar una gran rnariada de sapos que los brujos y el Derrioriio
I!i
Véase Manuel FLKSANDEZ NIETO(ed.), Procm a la hrujm'a. En torno al .4tlt0
&Fr dr Zugar~ovrmrdi.Logrovio, 1610, Madrid. Ed. Tecnos. 1989, p. 23.
loc br-z~j~s
~ I J
:<u
De eata Rrkicicír~exia~eridos gerriplares en la Biblivteca Nacional de Ma-
drid. l!rio sr cnciiriitra r n la sccción d c mariiiscritos, tiene la signatura 718. D-
118, está ericuadei-tiadojuri~ocori diversos rriariusci-itos g co~riieri~a en la p. 271
del tomo 1-11 qiic se ciiciirntra. b:stá iiiconiplrto, ya qiir Ir falta el íiltirno folio. El
otr-o, corripleto. corista de catorce folios y lleva la s i g r i a ~ i ~ ~ a 2248-71. La pi'c-
V/C\
scntc cita rst5 1-ccogidad e rstc iíltimo rjcmplar.
" l a s citas incluidas cn el prcwntc rcsiiincn han sido toniadas de la rdición
ya citada, publicada por- Manuel Fer-nánclez Nieto en Madrid, Ed. Ternos, 1989,
pp. 30-71.
han recogido por los campos para hacer venenos y ponzoñas. SG-
lo aciiden sin prestar su consentimiento las criaturas que todavía
no saben tiablar, y ello si quienes las acostaron no las santiguaron
o protegieron con agua bendita o reliquias. Entonces los brujos las
pueden sacar. de sus camas y les chupan la sangre o los ahogan.
Los sapos constitiiyen un elerricnto fimdamental. Por una par-
te, como heinos visto, se usan -junto con otros componentes-
en la fabricacihn de venenos para destruir frutos, animales y per-
sonas. Por otra parte, vestidos de paño o terciopelo, encarnan a los
demonios que acompañan a cada uno de los brujos. Estos los ali-
mentan y después los azotan con unas varillas para que se hinchen;
a continuación, los brujos los pisan o estrujan para que vomiten:
un agua verdinegra con la que cada brujo se untará la cara, manos,
pechos, 6rgarios gcnitales y plantas de los pies, antes de volar o c e
rrer hacia el aquelarre. hderriás, la marca con que el Demonio se-
ñala en la niña de los ojos a los novicios rio es sino a n sapillo que
sirve de señal con que se conocer1 los brujos iinos a otros..
F.1 aquelarre coriiieriza *como dos o tres horas antes de me-
dianoche* y dura hasta que es hora de cantar el gallo, despuks
de medianoche, que se vuelven todos a sus casas acompañados de
sus sapos vestidos.))Durante este ~ienipo,los asistentes danzan al
son de tan~borily flau~a;tienen relaciones sexuales unos con otros
<<sin consideracion a grados o a parentescos. y también con el De-
monio; azotan a los que habían dejado de ir a otros aquelarres, e in-
cluso van a azotar a sus casas a los que rio han ido; salen a los carni-
nos metamorfoseados en figuras de animales para espantar a los
viariclantes; van a las casas donde no se bendice la mesa antes de co-
rricr, o no se da las gracias después, y cometen todo tipo de destro-
zos; aciiden a los cementerios portando antorchas - q u e son hrazos
de riilios muertos sin bautizar- pala recoger restos de difiintos y co-
merlos después, o para utilizarlos como ingrediente de las ponzo-
ñas; dividen a los muertos en tres partes antes de comerlos: una la
asan, otra la cuecen, la tercera la comen cruda declarando los pa-
dres que han comido a sus hijos y los hijos a sus padres.; cliupari la
sangre y extraen el seso de los niños más pequelios, etc.
1.a inversión de la liturgia cristiana se n~anifiestaen multitud
de aspectos: los asistentes no pueden, en el aquelarre, nombrar a
Jesús ni a la Virgen ya que, si alguno lo hace, al punto se disuelve
la reuriiOn; en las vísperas de las principales fiestas del año litúr-
gico hacen solemne adoración al Demonio .<ytodos se confiesan
con í.1, y se acusan por pecados de las veces que tiari entrado a la
iglesia, misas que han oído, y de todo lo demás que han hecho co-
mo cristiarios, y de los males que, pidiendo, han dejado de lla-
además, acostumbran oficiar uria misa al Demonio qiie imi-
ta a la cristiana, sustituyendo cada elcmcnto por su contrario.
1.a fantasía sabbática ponía en esceria uri conjunto de acciones
que representaban las cualidades opuestas a aquCllas qiie la Tgle-
sia católica pretendía inculcar. Si bieri es cierto que no todos los
elementos pertenecientes al sabbat procedían dc las obsesiones
de los jueces sino que muchos de ellos -corno las orgías sexua-
les, la danza, el vuelo, las metamor-fosis- se hallaban arraigados
en la cultiira folklórica tradicional, la diabolización sí que consti-
tuía iin fenómeno totalmente nuevo. Alprios estudiosos relacio-
nan las exageraciones de los relatos sabbá~icoscon las pretensio-
nes didácticas de la Iglesia. Según G. R. Quaife, .el bien no podía
enseñarse por comparación con el bieri absoluto. El hombre n i m
ca alcanzaría unos ideales tan imposibles y ello le desilusionaría.
La sociedad sólo podía instruirse cómoclamerite [...] comparán-
dose con el mal absoluto: esto es, con la inversión directa de los
valores dominantes en ella. 1.a bruja personificaba estos valores
invertidos y su existencia y sil persecución afirmaban y fortalecíari
los supuestos morales básicos de la sociedad.^"'
Cria vcz completado el mito de la brujería y teniendo eri cueri-
ta que también eran condenadas otras conductas consideradas su-
persticiosas, el camino para la persecución se vio allanado por lo
que respecta a las posturas teóricas. Pero todavía era necesario al-
go mas para facilitar en la práctica la búsqueda y captura dc los
pretendidos aliados de Satán. El gran cambio legal vino de la ma-
no de los cambios doctririales, se prodijo por las mismas fechas y
corisistió cri una nueva forma de llevar a cabo los procesos crirrii-
nales. Si durante la Edad Media había predomiriado la forma acu-
satoria en el procedimiento crirnirial, eri la Edad Moderna ésta se
iba a ver sustituida por la forma inquisirorial. ;Qtié suponía real-
mente dicho cambio? ( h a n d o se sigue el principio acusatorio eri
la iniciación de un proceso, es el individuo que acusa quien debe
tomar la iniciativa y conducir el caso por siis propios medios, sin
el asesorarriiento de un letrado. Ello significa qiie el acusador ha
de hacer acopio de las pruebas que conduzcan a la condena y, si
finalmente no consigue demostrar su acusación, se arriesga a sii-
frir una pena tan severa como la que le hubiera correspondido al
acusado si el juer se hubiera convencido de su ci~lpabiliclad.Por
el contrario, en el procedimiento inqiiisitorial es el juez quien to-
ma la iniciativa para el descubriniierito dc la verdad judicial, con
32
G. R. QCAIFE, (.ii.,pp. 82-83.
$J.
50
Francisco de Gap, <<Mucho hay que chupar>>, Chpricho riiirri. 45. Lna de
las acusaciones clásicas atribuidas a las I)I-ujascra la cle c1iii~)arla sangre
y el seso d c las criatii~aaiiidefcnsas.
lo cual, quien acusa declina su resporisabilidad y, en ese sentido,
rriás que en acusador propiamente dicho se convierte en denun-
ciante. La irivestigacih o &iquisición)> (inquisitio) la lleva a cabo
la rriisma.jiisticia procediendo de oficio.
Como es natural, dicho cambio iio se produjo de un día para
otro. El origen de esta riueva forma de juzgar se hallaba en el Dere-
cho Canónico. Los jueces eclesiásticos habían seguido desde sicrri-
pre el principio acusatorio, heredero dcl Derecho Roriiario, pero
con el tiempo se adoptaron otros recursos procedentes del Derecho
Germánico, co~riolas ordalías, que se utilizaban para decidir sobre
la culpabilidad o inocencia de los reos cuando no se encontraban
pruebas tangibles. Así, por ejcniplo, el acusado podía ser arrojado
al agira y, si flotaba, significaba que el agua, como símbolo de la pil-
reza, rechazaba al criminal; hundirse se consideraba entonces iin
signo de inocencia. Existían también otros tipos de pruebas, como
la llarnada del *hierro candente» (judir;iumfnri mnden~is),segíin la
cual el acusado debía sujetar una barra de hierro al rojo vivo, o la
«prueba caldariajj ( n q z u w ~ r v m t i s )en
, la que había que sumergir un
brazo en agua hirviendo durarite un tiempo determinado. En arri-
bos casos, el miembro lastirriado era vendado luego por unos días y,
si uria vez quitadas las vendas no se ericontraba cicatriz alguna, el re-
sultado se corisideraba nilevarriente una prueba de inocencia. Entre
los aristócratas, las coritiendasjiiciicialcs se decidían más a menudo
mediante un combate o duelo. Se suponía quc quien moría era el
culpable, pues así lo habría decidido Dios. De ahí que diclias orda-
lias se denominarari también $ i i c o s de Dios),"'.
Hacia el siglo XIIl estas aritiguas formas de orclalía fiierori con-
denadas por la misrria Iglesia y se sustiiuyeron por otro procedi-
miento, la purificación canhica: se le exigía al acusado qiic jura-
ra ante Dios que era inocente mientras un número específico de
«corripurgantes>)-ayudantes de juramento- jiiraban a su vez
que el jurameriio era digno de confianza. Pero a niedida que las
visitas episcopales a las diócesis se fueron tomando más en serio,
coincidiendo con las siicesivas reformas pastorales que tuvieron
lugar desde mediados del siglo XV y sobre todo a finales del siglo
XVi, tras el Coiicilio de Trento, los obispos corrienzaron a recha-
:i:i
Para riii mayor coiiociriiiriito ctc las ordalías. véaiirc Kohert BARTI1.1 1 , 'lt-iril
by/ir12nnd w i t k i'hr mrdimol jiulirznI o n h : Oufirtl, (:laiv.ri<loi Pi-ris, 1986 r; &laLui-
sa LEDI:SMA. wkcrca de las ordalías y dcl duelo jridicial "dc csriido y l>asrim"cn rI
Ar-agón incdievalu, en i%tudio.\ pn homrnnjf>nl I h Anlonlo H r , l l r c i ~12.lirrtinri,
~ Zarago-
7x,Ed. Ciiivei.siclad dc Zarago~a,198(i, pp. 909-1006.
zar que los inculpados pudieran librarse por la mera periitericia
(purgntio ralloniru) cuarido carecían cle acusador. Eritonces los ca-
sos pasaron progresivamente a ser investigados por el juez, con lo
que nos liallamos ya ante el procedirriicnto inqiiisitorial que, eri
España, empezó siendo conocido como ~ ~ p e s q i ~ i s a ~ " ~ .
Dicho procediiniento fuc adoptado también por. lü justicia real.
Así pues, no debemos confiinclir el sistema iriquisitorial con la iris
titiición coniúrirricnte conocida co111o eIriquisición,>(Santo Oficio
de la Inquisición Espaiíola) . Los llarriados ~inquisidoresnpor anto-
riorriasia pusieron en práctica un método qiie no les pertenecía en
cxcliisiva, pero que dada la escenograíia, la propaganda y el boato
con que fue rodeado, llegó a corisiderarsc casi como privativo del
Santo Oficio. En realidad, el procedimiento penal inquisitivo, qiie
constituía iin arma autoritaria e intimidatoria siti igual, fiie aclop
tado tanto por la iglesia como por el Estado, especialmente en un
niomeritu eri que se buscaba el fortalecimiento del poder real fren-
te a la resolución de los conflictos entre las partes directamente in-
voliicradas. Como escribi0 Francisco Tomás y Vilicnte: <<No perda-
mos de vista que en el proceso inquisitivo el juez tiene por lo nienos
tanto de policía como de oficial administrador de,justicia.~:"
El cambio de procedimiento, de aciisatorio a inquisitorial, atectó
a Ia brujería de Somia xnuy directa. Ha); que tener. eri cuenta que ésta
era muy dificil, cuando no imposible, de probar. Mientras había
predoniiriado la forma acusatoria, habían sido muy pocos los que se
habían arriesgado a acusar a alguien de br~~jeríi"'. 2Lóino encontrar
pruebas de que la erifermedad de un pariente kiabia sido causada por
los 11echizc)s de una vecina? ;iCónio derriostrar qiie un niño liabía
muerto a consecuencia de un mial de ojo,),o que cierta torincnta de
p n i z o había sido provocada por los conjuros de alguien interesado
en los perjiiicios que ocasionaría? Ante la gran dificultad para pre-
sentar pruebas referidas a delitos semejantes, muchas de las riñas eri-
tre habitaritcs d r una niisma aldea que más de una vez se traducían
en imputaciones de br~?jeria, acababan por ser enterradas y transfor-
'3 1
\!í.asc,jcsiis LAI.IKDE I?i7rznrión Iii.\tóric.c~cd clmrcho rrfmñol, Karreloria,
AKAI)~A.
Kd. Arit-1, 1978, p. 883.
:ih
Sobre rsrc tcina, véase Normaii (;oH\, o$. ( d . , p. 213. Según dicho aiitoi;
<'Avcces había q~iieiiesasuiriíari los i-iesgos, coi1 rcsultados dciasti-oim; por ejerii-
plo. err Estrashiirgo: e n el aiio 1451, un honihi-c que liabia acusado a una mi!jcr
rlc mcclq'icinwi. corno n o fiie capa7 d c liiritlarrieiitar sir acusación, tiie al-I-estado,jii7-
gado por caliiiniiias y ahogado rri el río.. .
rriadas en odios duraderos o, en ocasiones excepcioiiales, se manifes
taban cri forrria de liricliarriieritos al rriargeri de la,justicia oficial. A
partir de la generalizaciOn del mCtodo iriquisitorial, los coiiflictos iri-
ternos de los aldeanos eilcontrai-on un cauce legal. (hialqiiiera podía
calurririiar a su vecino o acusar a sii enemigo de herejía o de brujería,
y librarse así de rriaiitciier uria disputa persorial. A pesar de que la re-
lación con Satank constituía la base del crin~<:nde brujería scgúri las
teorías doctrii-iales, n o era necesario clemostrai- que alguien había
pactado cori el Diablo (lo cual podía ser iina empresa bastante al--
dila); el jiiez mismo se cricargaba de rriariterier dicha acusación, que
aparecía invariablemente en boca del fiscal encargado del proceso.
Pero, ?quién o quiénes porlían actuar coino jueces ante tal crimen?
A lo largo del presente capítulo heinos seguido la evolución
doctrinal referida a la brujería y la supers~iciórieri geiieral, que n o
puede separarse de las medidas legales desliiidas a acabar con di-
chos comportamientos. Tanto al hablar de la ideología corno d e
las coriderias foriiiales o de la pi-,lctica,jiiclicial,la Iglesia ha sido la
gran protagoiiistci de nuestro relato. Ello n o significa que sólo los
jueces eclesi5sticos se encargaran de scritericiar los casos de bruje-
ría y supel-stición. Si bien los de siiperstición propiamente dicha
(criteiidida é s d~m i ~e r i t e e n su vertiente religiosa) fueron consi-
derados, en eti:<:to, coiiio iiii asunto de fe, los casos d e brujería
(que e n la realidad n o se distingiiían clai-anlcntc de los ariteriores)
irivolucraron tanto a la Iglesia como al resto de poderes píiblicos.
El Estado asimiló por lo general las posturas doctrinales d e la
Iglesia con respecto a la brujería g asumió las condenas contra és-
ta, resporisabilirái~dosetambién d e la pcrsccucióri. Iglesia y Esta-
d o -en iiombre de Dios y del poder- se unieron a la hora d c
acabar cori uri criiiieii que, tanto la una como el otro, considera-
ban extrcmadarriciite peligroso. No obstante, e n la práctica, la se-
paración d e jiirisdicciones se inantuvo. La justicia seglar y la ecle-
siástica actuaron d e manera simult;iiiea, pero por separado. ( h d a
cual decidía irideperidieri~errieii~e d e la otra, aunque casi siempre
se prestai-an aguda mutila. Pero la diversidad d e jurisdicciories n o
radicaba sólo e n esta division esencial. ( h m o veremos e n el capí-
tulo siguiente, e n las sociedades del Antiguo Régimen la justicia
se liallaba rriuy fraccioiiada y, con í'recuencia, eran varios los jiie-
ces con coinpetencia para Iiaccrsc cargo de un iiiisiiio cleliricuen-
te. Teniendo e n cuenta que todos se sentían amenazados por la
br~ijeriay que a todos correspondía legalmente su eliminación, la
abiindancia d e triburiales que se ocuparon de la misma n o clebe-
ría causarnos extrarieza alguna.
LOS AGENTES DE LA PERSECUCI~N:UN SOLO DELITO
PARA MUCHOS JUECEV7
.Y7
y siiprrsricióii almi-cciaii casi sicmprr corisideradas conio iin deli-
Kt-i~jci-ia
to úiiico. dada la coiifiisiirii exisierite -iiiclitso por parle dc los riiisrrios jucces-
cnri-r bl-i!jos. hrchicrros, adivinos, sortílrgos, o cirrro tipo de ciiraiideros ciiyas ac-
tuaciories se liallal>aripr-oliibidas por la Iglesia. No olistaiik. nosotros distirigiiirc-
mos ambos coricrptos. c:n la mrdida de lo posible, a lo largo de iiiiistso estudio.
'iil
Jacqucs K É s r c . \ ~ . K o s i i . ~IJoli/iquo
~, /irr+ do) / ~ r o p m/~ci~-olr,\
( / e l'klytuw ~ u i n f ~
(trad. esp., I'ulílirci clrtluciílo dr //ro/~iarprrlaf)rc~.\dr 10 Srig7.adn E\tniuwi. Madrid.
1743, p. 11).
Iglesia nunca llegó a traspasar toda su potestad a los seriores lai-
cos, por más que éstos se considerasen defensores d e la cristian-
dad y actuasen e n nombre de Dios. Desde el principio se reservi)
la autoridad sobre ciertas parcelas y, por tanto, el derecho de jiiz-
gar las infracciones relacionadas cori las rriisnias. Además, los ecle-
.,
siasticos sólo podían ser juzgados por la propia Iglesia, salvo e n
los casos de homicidio. De este modo, podían distinguirse básica-
rricrite dos tipos d e jurisdicción: la seglar y la eclesiástica.
La jurisdicción eclesiástica se ocupaba, e n teoría, d e los asun-
tos propiamente espiritiialrs, a diferencia d e la jurisdicción se-
glar, cuyo ámbito d e acción se hallaba ligado a lo temporal o tran-
sitorio. No obstarite, e n la práctica, la 1glesia.juzgaba todo tipo de
delitos cometidos por sus rcpreseritarites: los superiores de las ór-
denes monásticas tenían competencia sobre el clero regular, y los
tribiinales episcopales, sobre el clero seglar. En cuanto a los dcli-
tos conietidos por el resto de la población, los límites d e la jirris-
d i c c i h eclcsiAstica n o se lialbbari cornpletaniente definidos y de-
pendían mucho de las costunibres locales. De cualquier modo, la
nóniina de asiintos que podían ser jiixgados por la Iglesia era cx-
terisisirria. Bueria niuestra cle ello son los ejemplos que Jerónimo
Castillo de Bovadilla aportaba e n su f'uliticu pnm Corr(:gidur.e~ ... La
introdiicción a los mismos decía así: (*Veamospor numero de ca-
sos [...] e n que cosas pueden los obispos y sus vicarios y otros jue-
ces eclesiasticos proceder contra legos y contra sus bienes,,'"'. La lis-
ta que seguía a continuaciim abarcaba materias tan diferentes, y
e n ocasiones tan ainbigiias, como la violación de la paz píiblica o
d e la iriniunidacl eclesiástica, el escándalo, la tiranía de los señores
sobre sus vasallos, el robo, el juego, la mentira -falsos clérigos, Tal-
sos liniosneros, falsas reliquias, talsos milagros, falsos pesos y rne-
didas, ialsos docuiiientos (la insistencia en la vigilancia del cn-
gaño revelaba una obsesión muy característica de la Iglesia por
reservarse el poder d e decidir sobre qué era lo auténtico), la si-
monía, el quebranto de juramento, el sacrilegio, el vender armas
a los ~eneinigosd e la fe. o ti-atar con ellos e n tiempo de guerra,
la usura, la inobservancia d e las fiestas religiosas, etc.
Pero junto a estos y otros delitos, reservados únicamente a la
justicia d e los eclesiásticos, existían lo que los.juristas de la época
denominaban res mixtae, esto es, asuntos e n los que se mezclaban
las facetas temporal y espiritual, o que atañían tanto a la Iglesia
como al Estado. 1.0s delitos que se considcrabari eriglobados deri-
tro de dicha categoría pertenecían al llamado rr&i /ion' (fuero
mixto) y podían ser jiizgados por todo tipo d e ~ribunalcs,ya frie-
ran seglares o eclesiásticos. Para evitar posibles conflictos, se re-
conocía que el derecho a juzgar tales crírricncs de dificil defini-
ción pertenecía al primero que iniciara e1 procedimiento. En
palabras del jurisca Castillo d e Bovadilla: «En los casos niixti Sori
en que el juez cclcsiastico y el seglar tienen,jiirisdicciori, perlerie-
cera el conocimiento al que drllos pi-eviniere la causa, lo qual se
corifirrria por una (hnstitiicion d e Pio V del a ñ o 1566>>4'.
Entre dicho gCnt:ro de delitos se encontraba la bri~jeria,así co-
mo otras formas d e practicar la magia o la adi\:iriacióii como, por
cjcmplo, la llamada astrologia jidiciaria. TarribiCri se incliiían la
blasfemia y comportaniien~ossexuales tales como el adulterio, el
amanceba~iiierito,la sodoirlía o el incr:sto. Por lo que respecta a la
magia y la br~ljería,arribas podían ser, pues, juzgadas por dos tipos
de tribunales: los episcopalcs, como representantes de la autoridad
espiritual, y los seglares, como representantes de la ~erripoial.Ya vi-
rrios cónio, en la práctica, los,juicios por dichos crírrieiics rio abun-
daron mientras prevaleció el procediniierito acusatorio. Pero desde
finales de la Edad Media, y sobre todo a partir del siglo XV, las co-
sas cambiaron con la gerieralizacií~ndel procedimiento inquisite
rial y con la creación d e un tcrccr tipo de ti-ibiinales que S~ierona
su vez de.sigriados con el nombre d e Santo Oficio cle la I~iquisicióri.
Los ~riburialesd e la Inquisición ejercían su autoridad corno de-
legados del Papa y, en principio, n o representaban sino otra facc-
ta rrris de laJiirisdicción eclesiástica. No obstante, eri la práctica
constitiq~eronuna nueva forma d e poder que se cricontraba a ca-
ballo entre la autoridad espiritual y la temporal. Dentro de Eiiro-
pa, la Inq~iisiciórinioderria sólo tuvo Cxito en algunos países y h e
precisamente en aquéllos dímde el papado colaboró de modo efi-
caz con la autoridad secular, especialmente Italia, Portugal y Espa-
ña. La Inquisición espaiiola sc caracterir6, m & que ninguna otra,
por su caricter político, ya que el Iriqiiisidor General era riorribra-
do por el Papa, pero a propuesta de los Reyes. Dicho inquisidor ac-
tuaba en todo el ámbito de la monarquía. de rrimera que la In-
quisición se convirtio en la única institucióri judicial comíin a
todos los reinos hispánicos, circuristaricia que hizo de ella un foi--
midable instrunie~itode uriificaci0ri en manos de la corona.
El hecho de que los inqiiisidorcs fireran nombrados a iniciativa
de los reyes coristit~lírzu11 desacato para los obispos y para los dere-
chos de la Iglesia misma, pues la furición del nuevo tribunal con-
sistía teóricarriente en perseguir la herejía, algo que los obispos Ile-
vaban practicando desde la oficialización del cristianismo. Si en un
principio el origen de las Inquisiciones medievales se había debido
a la desconfianza de los papas respecto a la sinceridad y eficacia de
los obispos para acabar con la herejía, la situacisn en la Edad M e
derna era muy diferente. Al menos en España, la iniitilidad episce
pal no podía mencionarse corno pretexto, ni en los años tinales del
siglo cuando Tiie fiindada, ni mucho menos después, tras las re-
formas cpiscopales realizadas por los niisrnos Reyes Católicos con
la eficaz colaboración de Cisneros. Así pues, como defienden mii-
chos autores, la fiiialidad de la Inquisición española, a pesar de su
naturaleza religiosa, fue principalmente política y social"'.
Pero, mas allá de las iriterpretaciones acerca de los furida-
mentos eri que se apoyaban los distiritos tribiinales existentes en
la Espaíía moderna, lo qiie si es claro es que sobre los delitos de
brujería g otras formas de superstición pesaban básicamente tres
formas de poder (inquisitorial, episcopal y seglar) que, aunque
coiricidentes en cuanto a la persecución de dichos crímenes, par-
tían de distirilos presupuestos y se encarriiriaban a oejetivos tam-
bién diferentes. <Porqué y para qué fueron juzgadas la brujería y
la superstición por cada uno de los poderes involiicrados?
1. En primer lugar, la Inquisición, tribunal creado especial-
mente para la erradicación de las herejías, consideraba qiie den-
tro de su ámbitojurídico se encontraba todo coniportaniieiito qiie
atentase contra los dogmas de la Iglesia; y la brujería, según las de-
finiciones de los más expertos dcmoriólogos, consistía precisa-
mente en renegar de Dios para a continuación pactar con el Dia-
blo. De ahí qire su corripetericia para la persecución de brujos u
otros supersticiosos se basase en la acusación de apostasía. Siendo
este el furidarrierito para qiie muchos inocentes f~ierancondena-
dos -como tendremos ocasión de comprobar más adelante-, di-
cha idea también sirvi6 para que, cuando no interesaba la perse-
cución de ciertos acusados, se considerase que al no desciibrirse el
delito de abjuración o apostasía, no era asunto que compitiera a
unos inquisidores ocupados en cuestioixs de mayor gravedad.
42
Véiéaiiw, cntrr otros, Angel Ai.<:-\i-i,<Hereja y,[c~-arqiiía. La poli.niica sobrt.
cl '~rihiitialde la Iiiqiiisici6li como drsacato y usiirpacií>ii dr. la jiirisdiccióti r p i s
cupal., eii.10~6Antonio ES(:LI>I.KO (d.), I'~tfilr<\juridiroc (IP LB Inquiric.ión q f ~ ~ i i o l r ,
Madrid, Universidad C.oriipliitiiisc. 1989, pp. 71-72: Ricardo C.AK(.~.A C~K .
.I;I ( 1.n In-
qzhir~cit~,Madrid, t'd. Aiiaya, 1990. p. 11; Hriii-y I i l \ i i : ~ , 1.0 Inquz~~ncín rspcirioln,
Karcrloria. Ed. Cr.ítica, 1985, p. 183.
Si en una primera etapa la persecucií,ri de la brujería, cntcn-
dida como herejía furidamental, corrió en gran medida a cargo
de los distintos tribiinales inqiiisitoriales extendidos a lo largo de
los reinos hispánicos, a medida que avanzó el siglo XVI los proce-
sos contra dicho delito fi~eroridecayerido. Ello reflejaba los inte-
reses de Liria iristituciOn cuyo principal cometido era, eviclente-
mente, el control político y social de los grupos o tendencias
considerados más peligrosos y llegí, uri rriorrierito en que desde
las altas instancias inquisitoriales, represeritadas por el llamado
Consejo de la Suprema, tanto la brujería como determinadas for-
rrias de supcrsticih pasaron a considerarse delitos menores cuyo
juicio debía corresponder, según expresión liabiiual, al ~ordiria-
rion, esto es, al juez que actuaba como representante del obispo.
Habilualrrierite se considera qiie el momento clave para el
cambio de actitiid por parte de la Inquisición española con res-
pecto al delito de brujería se sitúa en 1614, fecha eri que, tras cl
famoso auto de fe de Logroño realizado a raíz de la proliferación
de la br~geríaen el País Vasco, el (hnsejo de la Suprema decidió
aceptar las sugerencias de Alo11so de Salazar y Frías. El que fuera
apodado como a b o g a d o de las brujas>>*' había demostrado a ti-a-
vés de seis detallados iriforrries la irrealidad de la mayor parte de
las acusaciorics que se hallaban en el origen de tantas condenas
contra supuestos brujos y brujas. Su postura (*he tenido y terigo
por más que cierto que no lia pasado rii sucedií,, real y corporal-
mente, ninguno de los actos deducidos o testificados en este ne-
gocio~")fue asumida en términos generales por la Inquisicióri es-
paiiola a partir de entonces, como se demuestra eri las nuevas
instrucciones publicadas por la Suprcrrla y remitidas posterior-
mente a todos los tribunales regionales, admirable c l o c ~ i m e ~ l t o ~ ~
en palabras de Herii-y Charles Lea4'.
Pero a pesar del indudable mérito de dichas instrucciories,
que siiponian una postura racional y escéptica con respecto a la
brujería en un momento -comierizos del siglo X\!II- en qiie to-
davía muchos tratadistas se esforzaban en dar cuenta de los Cabu-
losos poderes de los supuestos aliados de Satán, los arguriieritos
-1:i
\'Case Gurtav HL\ NIS<;SFN, E1 ~~Lio~y(~do
d~ /a 5 triZ1ju~.L>ruj~rf(l710 \MIP 1nqili.ririóri
r~pntiola,Madrid, Ed. z21iariza, 1983. p. 9:W.
"' i'Casc ..1 .o5 cscl-itos dr Aluiiso Cala~arD , eii Manuel FI(KX.INDI:Z
Nii..ro (d.),
I'rutao a lu Irni~rría,Madrid. Ed. Trcrios. 1989, p. N.
'" Hciiry Chai-lcc 1 m, Hi5fo1indr IU Iriquzrzticiu r\/x~liola.vol. 111, Madrid, Fiiii-
daci6ii Viii\ersitxia Espailola. 1!)82, p. 629.
que aparecen en las mismas n o constituyen e n rriodo alguno una
novedad dentro d e la historia d e la Iriquisicióri española. La
lerancia. que reflejar1 hacia dicho delito se puede advertir ya a lo
largo de la centuria anterior y e n la mayoría d e los casos dicha ac-
titud, qiie tanto admirara a Lea por compar-ación con lo que su-
cedía e n otras regiones europeas, rio refleja sino un casi total de-
sinterés por parte del Consejo de la Siipi-en-iaante u n asunto cuya
irivcstigaci6n se consideraba tina pérdida del tiempo y d e las
energías necesarios para otras cuestiories rrias acuciarites. Los mis-
mos inqiiisidores establecía11 a veces una dikrencia entre briije-
ría y hechicería, criglobando dentro d e esta ultima a todo tipo de
curanderos y charlatanes qiie aplicasen oraciones y ritos no pres-
critos por la Iglesia o la medicina oficial. Tanto uria conlo otra se
consideraban e n principio derrioníacas, pero poco a poco se fiie
dyjarido ta111bií.n de dar importancia a los casos d e hechicería
(qx-occdcr en semejantes cosas l...] podria ser perjudicial al Sari-
to Oficio porque se impiden los negocios principales de heregia
por ocuparse d e cosas desca calidadn"'). Eri cuanto a los d e brilje-
ría, unas veces se corisidcraban indemostrables; otras, producto
de la demencia d e los propios reos.
Diirante el siglo X\rI se observa e n la corresporidericia entre el
Consejo de la Suprema y los tribunales regionales im constante ti-
ra y afloja cori respecto a la decisión d e enjuiciar o n o a brujos y
supersticiosos. Son los inqiiisidores provinciales quienes niariifiel
tan la voluntad de seguir persiguiendo unos crirrieries que, aun-
que tipificados como herejías, rriuy pronto dijarían de interesar a
quicrics llevaban las riendas d e la institución. <Por qué? Quizá por
el bajo nivel adquisitivo qiie caracterizaba generalrrierite a los
conder-iados, con lo cual las corifiscaciories n o podían ser muy
cuantiosas: q u i ~ apor la a u x n c i a de una verdadera organización
entre los acusados que siipusiera iin peligro real contra deternii-
nadas formas de poder: a pesar de tantas y tarilas páginas escritas
por los dernoriólogos e n torno a dicha organizacih (sectas d e
1 1 r ~ j sabbats)
o~ nunca se encontraron priiebas d e la misma; quizá
por descubrirse que, más que una ideología activa e n contra de los
dogmas d e la Iglesia, lo que liabía detris d e la brujería y la su-
perstición eran corirliict;~~, formas de vida, creencias mucho más
difusas que las que caracterizaban el pensamiento d e los herejes
recalcitrantes.
4,
Carta del Coiiwjo dc la Suprema al inquisidor ,jiiaii Gon7á1~7(1537).
AHN, Iriq., 1,ih. 322, fol. 118.
De todos es sabido que, e n Esp~zria,ni siquiera el combate d e
las herejías fue el priricipal cometido d e la Inquisicióri. MAS que
de herejías propiamente dichas hay que hablar d e supervivencias
de otras religiones, Ienórnerio rriariifiesto entre jiidaizantes y riio-
riscos, que fueron los dos grupos más perseguidos por la iristitu-
cibri eri pos de la unidad político-religiosa del Estado centr a 1'lsta
q u u e pretendía crear. La actividad d e la Inquisición española,
aunque no est~iviei-aexclusivamente centrada e n lo político, Leri-
día a controlar las creencias y comportamieritos que se conside-
raba qiie amenazaban clirectanierite el orden esrablecido. Deter-
minadas formas de supei.stici0n podían constituir u n peligro,
pero, por lo geiicral, sil erradicación, que se hallaba fuertemente
ligada a los esfiierzos misioneros d e cvangelixac.i6n, corría tani-
bién a cargo d e otra fuerza, la del clero ordinario, cuya cabeza vi-
sible se hallaba representada por el obispo de cada dibcesis.
2. La labor pastoral d e los obispos se vio fuertemente apoyada
en España por las nunierosas órdenes religiosas, que contrib~iye-
ron a lo largo del siglo XVI a cristianizar un país e n el que pcrvi-
vian muchos restos d e creeiicias pagarlas y donde gran parte de
los conversos seguía ponierido en práctica sus antiguos credos.
Además, la presencia del clero era todavía iriuy escasa eri amplias
zorias rurales; en palabras de Henry Karrieri: «Gran parte del Cris-
tianismo español era solarriente un barnim4'. Desde principios de
siglo, la Iglesia espaliola hi7o esfiierzos para extender su infliien-
cia, pero el impulso que i-ealrnerite cairibi6 el panorama religioso
del país se produjo a partir d e 1564, ciiando Felipe 11 impuso los
decretos del Loricilio de TI-entoy forzó a los obispos y a las órde-
nes religiosas a que se relorniarari sistcrriáticamente. I.as conse-
cuencias derivadas d e la Reforma católica iniciada e n Trento fLlc
ron numerosas y n o sólo afectaron a las élites eclesiásticas, sino
que irifluycron muy directamente e n la vida cotidiana de las po-
blaciones y de los individuos.
El principio furidanierital e n el qiie descansaban todos los
cambios era el de obediencia a la autoridad, lo que oblig0 a re-
forzar la disciplina e n todos los órdeiics. Se trataba d e reorgani-
7ar a todo el cuerpo eclesiástico de la manera nias efectiva, par-
tiendo de las altiasjerarquías para llegar hasta los lirzbitantcs de los
rriás alejados confines. Para ello e m iieccsario, en primer lugar,
un mensaje claro y, por tanto, íinico. De ahí la centrali~acióiid e
la liturgia, con todo lo que ello suponía con respecto a la elimi-
nación de variantes locales, tanto en la forma de celebrar la misa
como en las advocaciories de santos 11otras formas ciiltiirales que
hasta entonces se habían mantenido en vigor, sin que por eso se
considerasen f~ierade los ritos adniitidos por la Iglesia uriiversa14'.
En segundo lugar, era necesaria una reforma en la educacih de
las iiientalidades y las costuiiibres. Fue entonces cuando se impu-
so la obligación de que cri todas las misas dominicales el ofician-
te predicara un sermón; t a m b i h debía existir en cada núcleo de
población una escuela de catequesis para los iiiilos. En cuanto al
problema de la escasez de sacerdotes, se dispuso que en cada
obispado se construyera un seriiiiiario episcopal parü los aspiran-
tes al saccrducio que carecían de bienes econóinicos.
Por iiltirno, se liacía imprescindible reforzar la fimciOri del
episcopado como intermediario entre el pueblo y la Santa Sede.
La determinación concreta de las relaciones entre los obispos y el
papa fue una de las mayores dificultades del (hncilio tridentino.
No olvidenios que durante el Cisma había prevalecido la teoría
conciliarista, según la cual el concilio primaba sobre el papa y, en
corisecuencia, los obispos eran radicalmente independientes de
Gstc. La cuestión de la autonomía episcopal gener.6 aburiclantes
polGmicas durante el desarrollo de las sesiones conciliarcs. No se
llegó a ninguna foririulación teórica coricluyerite pero, desde cl
punto de vista práctico, el papa volvió a sil antigua posición: todas
las proniulgaciones de rcforrria terminaban siempre con la cláu-
sula .salva sempcr. Sedis Apostnlim auc.toritu~e(salvada siempre la au-
toridad de la Scde Apostólica) y además se dispuso que tanto los
obispos como el resto de poseedores de prebendas pastorales es-
tilvierari obligados a prestar jurairierito al sumo pontífice4". Pero
aunque, de esta forma, el episcopado se sumió de nuevo en una
mayor dependencia frente al papado, de hecho recibió una auto-
rio~níamayor en otro scritido. Como ya apimtábarrios, su papel de
intermediario entre e1 Vaticano y el bajo clero, que se hallaba eri
iil
1 \ ' I I . I F ~I t . El 1)rrrtho pmnl r l /o
Fi-aiicixw T o ~ 4 5 ~ nwnmq~iiucl/~.r»liitn(ti&\
X1% X7'IIj X17111). Madr-id. Ed. Ternos. 1999, p. 229.
64
decir, los pecados. Eri un sistema teocriitico, e n el que los teólo-
gos ociipaban puestos d e gran responsabilidad eri la vida política,
contaba más el jiiicio moral que la consideración más o menos
objetiva del daño social producido. Así, por ejernplo, la sodomía
estaba rcpiitada corno uno d e los delitos más graves. Tal compor-
tarriiento, es evidente, n o implicaba necesariamente ningún daño
a terceros, pero la Iglesia lo tachaba d e crimen contra naturnm, ya
que así se consideraba todo acto sexual que n o colaborase con la
creaciGri divina; aderriiis, en la Biblia se decía que Dios había cas-
tigado a Sodoma y la jiisticia temerla debía actuar segím la ley ex-
presada e n las Sagradas Escrituras"'.
Rlasierriar constitiiia tarribih iin grave delito, ya que suponía
tina oferisa directa a Dios y, por tanto, un crimen de lesa majestad
diviria. Asimismo, se consideraba un atentado contra Dios el he-
cho de practicar la adivinacióri, ya que dicha actividad se irirriiscuía
en iin ámbito -el del conocimiento del futuro- que sGlo a Dios
correspondía. Incluso los animales podían juzgarse como cidpa-
bles y oknsores d e la moral: poseemos testinioriios de procesos
contra las langostas protagoriistris d e algima de las ab~mdaritespla-
gas que asolaban perióclicamen te ciertas comarcas. Eri una d e las
causas contra dichos irisectos, la iricoada e n 1650 eri la abadía d e
Parrack que se hallaba sitiiada eri los montes del Escorial, se lia-
cia responsables a las langostas de la perdidlz de muchas limosnas
para las alrrias del Purgatorio, debido a las cat5strofes económicas
que su aparición había siipiiesto para los habitanles del término".
lambién se corisideraba culpables tanto a los animales como a
los seres huiiianus en los casos de bestialidad". E1 pecado de luju-
" VGase Fi-aiicisco TOMAS Y V I I . IN~I.L. <'Elcrimeii y pecado contra iiatitra., eri
Fraiicisco T o ~ i YsV ~ L . I ~ N81TdI.;, SVXObarrocoj o t m ~h ~ ~ m ~ q m i po rnw~t \w d ~ ~ n aMa-
~,
drid. Ed. Aliarira. 1990, pp. 33-5.5.
i3
Sobi-cel terna de la rrspoii~;1bili<lac1 rnonil ati-ihitidaa los animalcs. &se G. R.
($.wE; 1.n~Irruja\ J vl/i~nlno/i.\nrntri@oso, Barrcloiia, Ed. Crítica, 1989,
i2,fqi(~ rnrcl~<fino.
pp. 61-62 Según dicho autor, ..cerdos que liabían iiiatado a algún nitio ei-an sorrieii-
dos ;r i i i i juicio en toda regla. v. en cuanto a los casos de bt:stialidacl. .el animal solia
correr la rniviia suri.Le que el s <hiiiriario~~.
~ Uno de lo5 e,jeriiplos más impi-esioriaiites
par;i iiiirstr;i actual scwsihilitlad es qiiizás el i;\so de i ~ i fraric.6~
i que, cri iiiia fecha t;iri
urdía conio 17.50, <liiieacusado de coinrki l~estialidadcon iiiia biirra. Amigos del arii-
mal liicirruir coniparcrci a terligos que dcclai-al-o11qiie el compor-~ariiieiitode la Ix-
Ira era exrclcnte. El ~ri1)irrialaccptii estor trstiiimriioi y la 11urra f i ~ epircsta en liber-
tad. rU 1ioirit)re lo alioi-caron. ri« por h c s t i a l i ~ ~siiiod por cstnpr-o.,, L n a obi-n de
ubligada consulta sobre el rnisrno tema es la de E. P. ~:\:AM, I h cri»zinnlpmtre-i~Ii«nand
iol~i/nlf~itni\hrnrnf -fnnininlí (l%d., 1'306) I .oiicl~-es, Faher 8c Fahei; 1988.
ria cometido con una bestia era visto corrio uno de los crímenes
más graves, ya que suponía, según los tedogos, una clara ofensa
contra Dios por comportar un atentado directo contra sus leyes. Di-
cho crimen constituye un buen ejemplo para observar cómo, a pe-
sar del nulo daño social que tal coriducta acarreaba (no ocasiona-
ba perjuicios econOmicos, ni peligro contra la seguridad general, ni
ofensas a particulares), los poderes temporales se resporisabiliza-
ban también de su persecución. Durante los siglos corresporidieri-
tes al Ancig~ioRégimen, todo delito implicaba concurrentemente
ofensas a Dios, a la Kepública y a las víctimas individuales, en caso
de que las hubiera. Así, la práctica de la superstición, que en priri-
cipio afectaría solamente a la majestad divina, podia ser vista corrio
uri peligro público. En 1592, los Procuradores de las cortes caste-
llanas pedían remedio contra los qxcados,,, -errores. y delitos>,
cometidos en el reino .por la maldita arte de la quironiancia y otras
semejantes supersticiones levantadas por el demonio.^"
Así pues, cualquier conducta que acacase los furidarrieritos de
la Iglesia católica podía ser juzgada por los poderes laicos. Si ello
siicedía para comportamientos como los citados, lo era aíin con
más ~riolivoal tratarse de brujería, ya que nadie albergaba duda
algnna con respecto a la competencia de la justicia seglar para su
persecución. Primero, porque constituía una grave herejía y, por
corisiguie~ite,un delito de lesa majestad divina. Segundo, porque
se creía que dañaba los intereses del Estado (no olvidemos que se
acusaba a las brujas como culpables de catastrofes como pestes,
plagas, etc.); el Estado estaba representado en la persona del rey
y todo cuanto atentara coritr-a sus intereses se estimaba como le-
sivo contra su majestad, de ahí que fuera tambikn un delito de le-
sa majestad humana. Y, en tercer lugar, porque, segíin los denun-
ciantes, dañaba a víctimas concretas, ya que se suponía que las
brujas causaban muertes, eriferrriedades, impolencia sexual, etc.
La perseciición de la brujería por parte de la justicia seglar tenía
todos los argumentos en sil mano. Pero, ?quiénes fiieron en con-
creto los poderes ericargados de llevar a cabo dicho cometido?
;iQuí: organismos existían en nuestro país con autoridad para juz-
gar, además de los tribunales eclesiásticos tradicionales y la In-
quisición? No debemos olvidar que España era una comunidad
de riaciories y que, aunque existía un solo Estado, una sola Mo-
narquía y un solo soberano, había diversidad de reinos y de siste-
5.1
VCase Francisco TOMAS
Y VUIEYTE.
El Utrwh» j!ur~(il(16, la monarquía obsolu-
lo..., p. 224.
66
mas jiirídicos. Cada ~ r i a c i ó nse~ ~
hallaba coristituida por los ~ n a -
turales. de la zoria, esto es, por quienes habían (macidon allí y pe-
se a que rio existió una manifiesta voluntad de separación o inde-
pendencia del resto de los riúcleos que integraban España, sí que
1 hubo iin decidido iritcrés por mantener el propio derecho junto
a las instituciorics peculiares de cada reino.
Se ha discutido mucho hasta que punto se implantó el llama-
do (absolutismo))en la Esparia moderna. El término, derivado de
la expresión latina UD solutus, quería indicar que el príncipe esta-
ba exento del control de las leyes, pudiendo hacer respetar su vo-
luntad cuando así lo deseaba. Esta coricepción del poder; proce-
dente del Derecho Romano, pretendió imponerse en ocasiones
por algunos reyes hispáriicos. Ya Juan 11 de Castilla había afirma-
do en el año 1439, refiriéndose a las leyes de dicho reino: «Tan
grande es el derecho del poder del re): que todas las leyes e todos
los derechos tiene so sy, e no lo ha de los- -hombres, mas de Dios,
cuyo lugar tiene en las cosas temporales.. "' Yla rriisma idea seguía
presente en juristas posteriores, como Jerónimo Castillo de Bova-
dilla, para quien menospreciar al rcy equivalía a menospreciar a
Diosíti.Segíin dicha concepción, por encima de los organismos
encargados de la justicia en los diferentes reinos, podía prevale-
cer la decisión iridividiial del monarca, como representante de la
voluntad divina. Pero, como bien señala Henry Kameri, el pre-
tendido ~~absoliitismo~ espaiiol -sobre el que tanto se ha insisti-
do, principalniente en referencia al reinado de Felipe 11- no era
tal, ya que *la ley estatal o real no e n la siipreina de Esparla.. De
hecho, existían importantes esferas jilrisdiccioriales que se regían
por otros derechos y <<la Corona estaba obligada a respetar esas es-
feras distintas de autoridad., con lo que su capaciclad de actuü-
ción encontraba considerables obstáculosíí.
Además de la jurisdicción real (que en la práctica se Iiallaba
mu~7limitada por las instituciorics y el derecho propio dc cada rei-
rio o nación), existían tarribién otras: la militar; la hacendística, la
universitaria, la mercantil, etc., pero sobre todo la seílorial y la
municipal. Todavía durante los siglos XVI y XViI los señores kii-
dales seguían gozando de dorriinio ji~risdicciorial,actuando ellos
mismos como jueces de sus respectivos do~riiniosterritoriales.
53
Véase Francisco T o ~ i Ys V~.íi\r.ir:srr:,
Alonuol rlp Hi~loncrdel Uvrrrho b.'i'lpariol.
Madrid, Ed. Tecrios. 1983, p. 286.
56
.-
Jerónimo C A ~ T I Io uk Bmwii.i-\, y.cit., p. 225.
"' VCase Heni-y K w r . ~La
. /nqrrisi~.iórz t,sp«iLol(c..., p. 211.
Otra fuerte liereiicia de la epoca medieval era el dereclio local con-
suerudinario. Durante la Alta Edad Media las normas,jurídicas sólo
tenían vigencia en ámbitos espaciales muy reducidos: uria tierra se-
iiorial, una aldea, una villa, uria ciudad. Dichas normas, que co-
rriúri~ricntccran conocidas con el nombre de Sileros, se fiieron ex-
tendiendo con el tiempo a otros liigares a medida que avanzaban las
repoblaciones de cristianos que seguían a la reconquista de nuevos
territorios. Fue así corno llegaron a fi~rmarsetiieros cuyo ámbito es-
pacial era muy extenso, por ejemplo, los vigentes e n el territorio
aragonés qiie, basados fiiridaiiientaliiierite e n el fuero municipal
de Jaca, exteridier-ori su poder a lodo el reino a partir de 1247. Sin
e~nbargo,ello no significó cn todos los casos qiie se derogasen los
fueros municipales anteriores. En Aragón, por ejemplo, siguió pre-
valeciendo el derecho local sobre el general del reino.
Teniendo presente la pluralidad d e 1a.justicia seglar, podernos
volver a interrogarnos sobre qué orgariisrrios, d c eritrc los citados,
maiiifestarori un mayor iritcrks por perseguir los crímenes de brii-
jería y superstición. No hay apenas estudios e n profundidacl sobre
el tema referidos a nuestro país, pero sí contamos con algunas rio-
ticias al menos para Galicia, el País f i s c o , Navarra, Cataliiña ):
por supuesto, AragOn'H. En unos casos fiieron los jueces delega-
dos del rey quienes tomaron la iniciativa; e n otros, los mis~rios
concejos. En Galicia, e n la comarca d e Lage y Viriiarizo, e n La Lo-
ruña, el merino de Lage prendió eri 1611 a uria m ~ i j c dr e sesenta
años, pobre y vagabunda, a la que sometió a tormentos brutales
hasta que denunció a doscientos cómplices d e la .secta.. La In-
quisición, enterada de los hechos, exigiG que se remitiese su c m -
sa junto con las d e cirico mujeres más, acusadas también d e brii-
jcría. Aunque los inquisidores provinciales manifestaron su
desconfianza hacia las aciisadas (.Nos parece que n o es menor el
daño que el demonio tiene hecho eri este reino, e n esta materia,
que e n el de Naxwrra~),esperaron a recibir instrucciones del
(hnsejo d e la Suprema antes de actuar (<.Rogamosa V. S. a\-',isar-
ix
Srgíh Josk Drlrito y Piñiicla, que al 1ialil;rr de la pei-sec~icióride la hrnje-
ría eri Espana irisisw rri sil siiavidad con respecto a lo que siicidía cri otros paísci
por las niisnias tcchas, <<iiiay«rrigor tiivieroii los castigos en La Riyja ) Navarra,
tierr-;isclásicas del brrijisnio español desde tiempo lejario. Td1nbii.n firroii niiiy c -
x-ci-oscii ;\ragóii y (:araliina. Y no procedían del Sanw Olicir) ;illí. sino de loa tri-
biiii;~lesciviles. Los rriiiriicipios aragoneses irripusieron a los aciisados de hi-iljcria
pcnas tic pi-isiiiii. rol-iiiciitr)y iiiiierte. En Cataluña, qur por biis riiyros exc1uí;t de
rri~iciiascausas crirriiiialcs a la Iriq~iisici61i.el poder civil ahorcaba a totlas las sii-
piicstai brujas.,. (xí-asc.lost.L~ti.tiioY PI<LHA, 1.0 uitl(c r~1igio.wr.,\j~c~,i»l(~
bajo r.1 runr-
to I'PIzFP.Srrntos! prrnrlor~c,Madrid, Ed. Espasa Calpc. 1967, p. 217).
nos lo que debemos hacer e n este negocio.). Finalmente, el (km-
sejo orclerió que se suspendieran las causas. La misma actitud se
impuso eri otros procesos posteriores que tuvieron Iiigar e n Can-
gas eri 1626. Gracias a la intervención iriquisitorial se evitó, por
tanto, e n tierras gallegas, el clesarrollo de dos epidemias que hil-
bieran podido acarrear consecuencias i~icalculablcs,tal y corno
ocurrió cri Ziigarramurdi e n k c h a s muy cercanas"".
Los rriqor parte de los datos sobre la iritervcnción de lajusticia
seglar en el delito de brujería nos sori coriocidos a través de docii-
rncntos inquisitoriales, ya qiie por lo general éstos se han conserva-
do mucho rriyjor que los procedentes de otras justicias. M , por lo
que respecta al País Vasco, sabemos que e n 1528 el inquisidor ge-
riera1 Manrique orderií) al inquisidor de Calahorra .que fuera tanr-
bién a Vizcaya con plenos poderes para investigar; pues 10 pedían las
autoridades civiles, aterrori~adaspor los rriuchos daños que ocasio-
naban las brujas.. O que, en 1555, *la Suprema eiwió al tribunal de
Logroño dos i-iierrioriales, hechos eri pueblos d e Guipúzcoa, qiie re-
clainabaii una persecución de brujas, acusando a varias personas.,>""
No sori los únicos testimonios del gran iriterCs de la jiisticia por la
persecución. A lo largo de todo el siglo se repiten otros nuevos ma-
riif'estarido la rnisrria actitud, que se ve frenada e n tiiuchos casos por
la actuación de la Tnqiiisicióri. N o obstante, tarribi6n hubo casos en
que los jueces seglares actuaron sin corclzpisas. El proceso de Cebe-
rio, en Vizcaya, que tuvo Iiigar entre los años 1555 y 1358,y en el que
fiieron coridcnados a tormento diecisiete mujeres y cuatro hornbres
por brujería, constituye una d e las escasas rriuestras de la actuación
de la justicia seglar conservadas en el País Vasco"'.
No ocurre lo mismo e n Navarra. Allí los testirrionios sobre pro-
cesos seglares contra bi-ujas soii abundantes y se remontan, ade-
más, hasva el siglo xIlr. La mayor parte d e los conservados fueron
iilcoados por el Consejo Keal, aunque tarribi6n poseemos noticias
que nos hablan d e la actuación d e determinados coriccjos por su
cuenta, sin licencia real alguna. A la vista de los datos conserva-
dos, parece evidente que eran los pcquciios coricejos quienes irn-
pulsaban la persecución. Solamente en el siglo XVI, y antes de
1525 (Iierrios de suponer que a petición de tales concejos) fileron
apresadas mas de ciento cincuenta brujas por el Consejo Real, el
cual firmó en dicha fecha una sentencia absolutoria general.
Otros ejemplos, en los que aparecen me7cladas la justicia inquisi-
torial y la episcopal, nos hablan de la misma tendencia"'.
Cataluña constituye un caso especial en los estudios sobre brii-
jería y justicia seglar. Sin ser éstos muy abundantes, sí sor1 lo sufi-
cientemente significativos como para que podamos concluir que
allí los autén~icosencargados de la represión fueron los concejos,
los seiiores y, en dctcrnliiiados casos, los iriisnios vecinos. .Juan
Blázquez Migiiel habla de .una auténtica locura de caza de bru-
jas en Cataluña, calculándose que en poco más de veinte años
unas cuatrocientas personas, la mayoría mujeres, fiieron ahorca-
das por las autoridades muriicipales.~"" Sebastián Cirac Estopañán
insiste también en el abuso de podcr por parte de los concejos ca-
talanes en relación con el crimen de brujería"'. Antoni Pladcvall i
Forit"' cita ejemplos de justicia señorial y, según Níiria Sales"", al
menos en la comarca del Capcir, los verdaderos perseguidores
eran los vecinos de los distintos pueblos, apoyados eri ciertos c.n-
debinujws o saludadores que se jactaban de poseer poderes para
dctcctar quien era bruja y quién no lo era. A tal extremo llegó la
sitiiacihn en dicha comarca que el propio rey Felipe 111, en 1620,
escribió una carta al virrey del Principado en la que le decía:
<<Terigoe n t e n d i d o que hay g r a n cantidad de b r u x a s en csc
principado y particiilarinente e n los c o n d a d o s d c Rosscllón 7; Cer-
ti2
Véase Floi-encio I ~1..
W 1.0 l»-ujcr.NI
A I rn Mníiorm ~1 $7~1dorumrntm. Pamploriü,
Ed. Diputación Foral de Navarra, 1978.
ti4
Sehastiári (:IK\(: ~+:STOP,\"IAT. /,O\ p ~ o m o rILP hcrhir~riami la Inyuisi(ibn dr (.'(LA-
tilln 10 .\'u~r~n (I?il>unulrs dr Iblnloy Cuenm), Madrid, CSIC. 194% p. 255.
íií
I>icho autor estudia algunos d e los procesos por l x ujería llevados a cabo
entre 1618 y 1622 en las cornar-cas de Vic. I.oi agrnrcq d c dicha persecución fiie-
rori,jiirccs qcglarc-Sde diferentes baroriías y concejos (.<bar-oriiesd e la M i t ~ ade Se-
va i del Br-ulb, 'justicia del terme de Chhrcr~%. eprocilrador general del terme
d i Kiipit i Siisqiicda.~.etc.). \Téase Antorii PIA»K\.\I.I. r FOKT,<~Per.seciicii> de bl-iii-
xes a les corriar-qiies de Vic a priiicipis del ~ c g k XVII., M o ? i o p f f j ~rlrl
, ~ ,Víont.rmzl;, 1
(19%), pp. 93-16.i.
Mi
Núria S.~I.ES, <.Elhisbe cl'Alet i Ics hriiixrs drl Capcir.. f i r ~ r y u ~ s19 , (1987).
pp. 133-1 43.
daña, y avi6r~ioscconsiderado en la timria que se podría remediar
tan gran clario se ha ofrescido un iiiedio, que es conceder perdón
general a los que liuviescn incurrido en ese pecado, por ser tantos,
para castigai- a los que reincidiesen despuks ron rriapr rigor.»'"
Pero el mismo virrey parecía estar de acuerdo con la actitud
del rey, y también los obispos catalanes, que fueron consultados
con motivo de la carta. Segíh el obispo de Solsona, Fray Joan Al-
varo, aragonés g antiguo abad cisterciense de Veruela,
-Esta materia de brujas es dificultosísinm y quüntos ailtows es-
rribrri dellas lo dizen desta manera, particularmente un inquisidor
que, hxierido experiencia en una tiiujer-que ella misma había con-
fesado ser bruja, halló ser gran parte dillo falso, y que todo son eni-
bustes y eriilxlrcos del demonio para llevar-almas al infierno y bu';
ca para esto sujetos más débiles y flacos, que son las m~ijeres,y
ordinarianiente viejas, y todos los.jueces seciilare.;, querihdolo lle-
var jurídicamente, se engañan en muchas ocasiones, porquc por
miedo de los tormentos confiesan y muchas mueren sin culpa..""
Así pues, pese a que los estudios sobre brujería yjusticia seglar
en nuestro país son POCOS y apenas conocidos, bastan algunos tes-
timonios y datos, en ocasiones de sorprendente ferocidad, para
hacernos comprerider que, al menos en el norte de la península
-donde, por razones históricas, el poder real tuvo menos peso,
fue lajusticia tradicional (la local, señorial o mimicipal, basada en
los antiguos fiieros) la responsable de las coriderias más graves
contra brujos y br~gas.0 al menos lo iritentí), como podernos
leer en algunas causas procedentes de otras justicias. Ello rio sig-
nifica que tanto la Inquisición como los obispos no llevaran a ca-
bo también sil tarea; de hecho, contamos con abundantes testi-
monios de la persecución por parte de dichas instituciones.
El problenia de fondo se hallaba no tanto en el tipo de,justi-
cia encargada de cada caso (seglar o eclesiástica) corno eri el ori-
gen de las acusaciones y en la capacidad decisoria de los organis-
mos judiciales encargados de recogerlas. Uria buena parte de los
inquisidores provinciales g de los corriisarios episcopales perisa-
ba como pensaban los jueces locales causantes de algunas de las
peores masacres, pero su poder de decisión no se correspondía
en absoluto con el que tenían dichos jueces, que no habían de
consultar a ninguna instancia superior ni atenerse a otra ley que
la que ellos mismos dictaban, ya fuera por la presión de determina-
dos sectores de la población o, iricluso, por defender sus propios
intereses. A este respecto contamos con un documento excepcio-
nal procedente del ya citado obispo d e Solsolla, quien, al ser cori-
sultado acerca de los sucesos acaecidos e n Ca~rzlufia,escribio:
«Ha llrgado el excesso a. tal extremo q u e n o ha faltado letrado
que se l-ia concertado con algunos jurados d e las villas que. dán-
dole quince o veinte escudos, se r i i c a r @ a r i d e todo el proceso y
gasto, y, si llegaba la prueba q u r la aliorcarr, Ir dal~arilo coriveni-
do, y como la tierra d e suyo está tan cargada d r parcialidadrs y rria-
licia, con esto se ha aumentado más, porque h a n procurado unos
cori otros rrialiciosamcntc exarquearse y imfamarse deste delito.),""
" No obstante, pacr uii roiiocirriiciito <I<xdlatlod r laa froriteras del trilxirial ~ i i -
ragoraiio i-csulia otiligado referii-se a la ohr-a citada d e Pilar Siiichez 1.6pez. segúii la
cual: ~ E r rcsiiincii,
i dcsdc pi-ilicipios del siglo Xvii el distrito d e i\ragóii coiiipi-tdía
la sigiiiriitc áira: las di0ccsis d e Hiicscn, L.~?iitka,,bcay Eai-b;c\tri~,estas dos íiltimas
eiigiclas r r i 1571 a pai-tii- d c la tlcwrierribi-ación d e las dos aritrr-iores y de la iiicoqx-
ración d e lugares procedriites d e las ahadías txeritas d e Saii Jiiaii d e la Peiia, Moii-
teai-ag6ii y Saii \,'ictoriáii; I;r diócrsis de Taramiia, cxcliiida DLL L O I I ~castellaii;~:el ar-
zohis&o rlc Zarago~a,<lescoiiraiido Aliaga. Fortdriete, Piral-qiic, Villarroya d e los
Pinares, Liiiares d i Mora, Mil-avete, Pucrtoiniiigalho y (:astelvispal, así coino los i i i -
claves iio ai-agoiirscr d e Cortes en Navai-i-ay Olocaic e n Valciicia; lo.; arciprestazgos
de .Arira y la Valdoiisclla, iiicliiidos respectivamciite e n las diócesis d e Sigiieiiza y
Pamploiia: los 1iigai.c.s a r a p i e s e s d c la tlihx\is tle Crgell (Arcii, C:alaclr-unes, Casta-
ilesa. Galmsa, Moiitaiiaiia. Pcralta d r la Cal. Pilzári. Piii-i-y) Rocafort) y los tlc la aln-
día nirlliirr d c kger (Raells, Baltlclloii, (:mnpoi 12115, Chserras dcl Cas~illo,(:astilloii-
i-ay,Eaiaiiá. Esropiiiáii, k'ct v Firieariaa) (vease Pilar S.~\(:tit.z1,oi.i z, r,/,. d . ,p. 3.3).
.
j
i :i
.Aunque iio ptiede Iiablai-se d e ti ilmriales establcs debido a la iriultitiid d e
hasta la creación del tribiirial iriqiiisitorial de Madi-id eii 1630. scgiiri Jainir Con-
treras yJean Pirrre Drdieu (tqGeografia de la Iriqiiisición cspaiiola: la formación
, (1980). pp. 37-93), los triburiales perma-
de los distritos 1470-1820.,. ~ i s p o n i n40
nentes y las tecl~asdc sil rstablecimiento fueroii, eri Castilla: Scvilla (1482), Cór-
doba (1482), Toledo (1483). 1.lereria (1485), Valladolid (1488), Miii-cia (1 4X8),
Cuenca (1489), Las Palmas (15051, Logroiio (1 51 'L), (;ranada (1.526). Santiago
(1574) y h4adrid (1640); y rn Aragóri: ~ i r a ~ o (1482).
za Valerici~~ (1482), Barcelo-
iia (1484) y Mallorca (1488).
'" , In,yuisic.irír~rs$clfioln. Barcelona, F.d. (Xtica, 1985, p. 191.
H m r y K A ~ N I,a
15
Corrio destaca Ricardo Gai-cía (;árcrl, <cmrrrcemención la ausericia de la
jur-isdiccióii penal de la (hroiia de hragóri., sobre todo si se tierie en ciieiita <<la
heterogeneidad rir loq planteamientos periales castellaiios y ar-agoiieses, con una
inarcada dulcificación de la rior~riativaeri la Corona de Aragóri I-csprcto a Casti-
Ila. (véase Ricardo GAR(:IA j m i d a d m PI rzdo X7.% Ln Inqui.~iciónm
C . i ~ ( : t lHrr~jin
,
Ihlenciri, 1530-1609,B~arcelona.Kd. Pcniiisirla, 1980. p. 183).
Coilvencidos como estaban los inquisidores de hallarse en po-
sesión de la verdad y de la misión apostólica que el papa les había
encomendado, no escatimaron ningún medio a sil alcance para
conseguir el fin que les guiaba: la erradicación de la herejía. Pe-
ro no siempre era fácil localizar dónde se hallaba. Por eso, la pri-
niera tarea de todo tribunal consistía en llevar a cabo una inquisi-
ción o averiguación previa al despliegue,judicial que seguía, hasta
lograr la conversión o la condena de los inculpados. Como el San-
to Oficio era una institución nueva, g a diferencia de los jueces
episcopales no contaba con una red de representantes parro-
qiiiales distribuidos por todo el territorio, tuvo que arbitrar un
modo para conseguir e s t x presente en todos los lugares que se
encontraban bajo su jurisdicción.
En los prirrieros tiempos de la Inquisición aragonesa, varios in-
q u i s i d o r ~-acompaiíados
~ del personal suficiente para detener y
procesar a los reos «in situ,)- habían batido sirnultánearnente el
reino, dejando establecida una peqiiefia dotación de ministros en
las ciudades más importantes. Pero la posterior centralización de
la actividad procesal en Zaragoza supuso la pkrdida de la itine-
rancia del tribunal. Como coniperisacióri erripez6 a firncionar un
sistema de uisi~usque, en teoría, debían realizarse anualmente,
mediante el traslado de uno de los inquisidores a una zona del
distrito para recordar a los habitantes la presencia del Santo Ofi-
cio y propiciar las delaciones que la lejanía del tribunal dificulta-
ba. En la práctica, dicha periodicidad no se cumplió, ya que la
mayoría de los inquisidores intentaba retrasar la partida o eludir-
la, cuando no saltarse el turno establecido, lo cual provocaba f're-
16
P L ~ AL)zr-rc.loriz~m
Nicolaii l.:l~i.i<ic.~-FI-ancisco , znquisitomm, Avinóri, 197&
Roma, 1578 (trad. esp., 13 manual dr 10.c inljui.tidor.c~c.Karcelona, Ed. Muchriili, 1983,
p. 152).
cuentes discusiones que la Suprema debía ericargarse d e zanlar.
Casi ningíin inquisidor solía estar dispilcsto a pasar h e r a d e Za-
ragoza los cuatro incscs que establecía la norniativa e n un reco-
rrido itinerante plagado d e iricornodidades.
No obstante, poseenios tcstirrionios d e varias visitas rcali~adasa
lo largo del siqlo Xlil e n el distrito de Aragón" qiie sigiiicrori el
procedimient<: habitual, esto es, un inquisidor salía d e la Aljafei-ía
acompaliado de iin notario del secreto, un alguacil y un riiincio.
El notario, para tomar las dcclaracioiies tanto d e los <:spoiitárieos
como de los delatores; el alguacil, para proteger al inquisidor; y el
niiiicio, para servir de correo. Cuando dicho cortejo llegaba a un
lugar-, lo primero que: hacía era dirigirse a las aiitoridades seglares
y eclesiásticas y presentar sus crcdciiciales. Después se leía uri pi-e-
g6n dirigido a todos los habitantes; e n 61 quedaban convocados
para escuchar la lectura del ~ d i c t nqiie habitualinerite seguía al ser-
irión o al recitado del credo durante la misa dorriiriical, uno de los
escasos momentos d e la vida cotidiana e n que se cricoritraba reii-
nida la mayor parte d e la poblacióii. El edicto estaba constituido
básicamente por uria lista de herejías acorripaiiacla de la invitación
a denunciarlas, ya fiicrari propias o ajenas.
Eri los priiiieros tiempos de la Inqiiisición, los cdictos solían
ser llamados d e gracia., dado que ofrecían la posibilidad a los
denunciantes de confesar en un detcririiriado plazo -nor~iial-
mente de treinta o cuartilla días- y, en consccuericia, d e ser re-
conciliados con la Iglesia sin sufrir los castigos qiie, cri opiriióii de
los inquisidores, iiierecerian. Dicha práctica se impuso para csti-
millar las autodcriuricias (qiie aportaban uria iiiterrsarite infor-
riiacióri, ya que denuriciarse a sí mismo n o bastaba, ~ i i i oque ha-
bía que dar los iiombres d e quieiies participaban del iriisirio
error) e ir fariiiliarizando a la poblacibii con el concepto dc hc-
rejía y los nuevos metodos. Con el correr del tiempo, los antiguos
.edictos de gracia. tilerori siendo sustituidos por los llamados
e d i c t o s d e fe., que n o contemplaban gracia ni perdón alguiio y
qiie día a día iricorporalsan nuevos delitos, con lo que sil lectiira
solía alargarse cada vez rriás ya que, además, f~icroriiricorporáido-
se progresivamente todas aquellas costumbres tanto judías coiiio
moras que pudieran delatar a los posibles herejes neoconversos.
1.a llegada del inqiiisidor siiponía uria alteración considerable
en la vida sotidiaria d e los lugares afectados, pues implicaba un
delicado cxarricn d e conciencia por un lado y, por otro, un acica-
te para sacar a la 1117 antiguas rencillas entre los habitantes que,
de este modo, podían acusarse unos a otros y vengarse d e sus ene-
migos muy f5cilrrierite. Pero rio todas las deriuricias provenían del
odio; había casos en qiie lo que espoleaba las coiifesiones era el
temor a ser deniinciado por otro o, incl~iso,el propio temor de
Dios, al que siempre se invocaba como argurrierilo justificativo d e
cualquier acci6ii. El miedo era, por tanto, el primer rriktodo
psicolbgico utilizado por la Inqirisicibn para extender sii poder.
El segundo, como se pondrá de manifiesto al detallar las diferen-
tes etapas d e los procesos inquisitoriales, fue el secreto. Según
IIenry Kaitieri:
-El rasgo q u e distinguía a la Inquisición era su absoluto se-
creto, lo q u e la liacia niás propensa a los abusos q u e cualquier
otro trihunal [...] Inclnso las varias instrucciones d e la Inquisi-
ciíiri, auriqiie tiierori impresas, se distrihuyeron d e m o d o muy res-
N o es de extr-~liai.que, debido
iririgitlo y iio viiroii l a ¡ti/ ~>iil>licii.
a rsto. la ignoi-aiiria del piiblico sobre los iriiiodos y rocedi di-
niientox del tribunal hiera g i n r r a l . ~ ' x
Un proceso podía iniciarse d e tres maneras: tras iina aciisa-
ción de parte (en la que el acusador debía probar lo que decía),
tras tina delación o denuncia (efectuada a partir de sospechas sus-
citadas por el corriportarriieiito del acusado, aunque el denun-
ciantí. no aportase prueba algiina) o como resultado de iina pes-
quisa"'. En este último caso el tribunal actuaba ~=2.oJ7cí0, es decir,
por propia iniciativa. Corno yci explicartios eri capítulos antcrio-
res?el procedimiento acusatorio había ido decayendo pi-ogresiva-
mente a lo largo de la Raja Edad Media e n los procesos crimina-
les. Y en cuanto a la delacibn y la pesquisa, e n realidad veriian a
traducirse en lo mismo ya que, una vez presentada la denuncia, el
delator perdía toda su rcsporisabilidad y eran entonces los inqiii-
sidores quienes pasaban a asumirla. Además, debido a la práctica
del estricto secreto inquisitorial, se ocultaba tanto el rionibre del
denunciante conio los del resto de los testigos. Eritre estos últi-
10
S011r.c el prc~ccdirnivr~~~~ iuquki~wial,\ikuisr,Jeaii Pierrr D ~ N I I<<1,'11iq111- .~,,
sitioii e l le ( h i t . Xiialysc foi-iiirllcdc I:i pi-ocetliii-citiqiiisiior-i;dc(Y) caiisc rlc t'bin,
~ 10 C / L WI / I , t d / í : q ~ ~23
J F I I J I ! 01, c (1987). pp, 227-251; Miguel h g e l MOTI\ Do-
1nur.K y,José Eriricliie PAS.\M.\R l.\/.\no, eAiidisis mcrodológico tlcl proccso iiiqiii-
sitoiial desde tina pcrspcc~i\ajitríclico-for-rrial~~, eii \ Y J o r n c i d a \ clí. Afrlorlologi« .s«l~r~
J I I V ~ I Purngorwtrr\.
I Zar-agom, 1W3. pp. 137-450 y Ki-iitio.&.i i i . 1 K \ K.\K( HI. I . n t i l IJI-o-
rnos figuraba aquel ya que, pasado algíin tiempo, era convocado
para efectuar una deposición formal.
Una vez localizado el posible hereje se buscaba injiwmnción
coniplerrientaria, que era aportada por los mismos inquisidores o
por algunos comisarios que colaboraban con el tribunal salvando
así las distancias y los problemas de acceso a niuchos núcleos dc
población incliiidos en el distrito. Después solía tener lugar la 11a-
mada culificución, un exanlen de los hechos reprochados al de-
riuriciado por teólogos expertos (los calificadores), que eran los
encargados de determinar hasta qué punto dichas acusaciones
constituían o no una 1iere.jíía La calificación no era indispensable
y, de hecho, se omitía cuando se consideraba que no existía nin-
guna duda sobre la naturaleza del delito. A continuación tenía lu-
gar la fase denominada clamosu, puesto que suponía un llama-
miento forrrial al reo por parte del procurador fiscal, que asumía
el papel de acusador: El rriisrno fiscal redactaba una orden de pri-
sión contra el acusado, que inmediatamente era puesto bajo cus-
todia en las cárceles inquisitoriales. El arresto iba acorripariado dc
la inmediata confiscación de SLLS bienes. Por ello, la ejecución del
mandato de captura debía ser hecha por el alguacil, acompañado
del receptor y el escribano de secuestros, que era el encargado dc
hacer iina relación escrita de todas las pertenencias del reo e im-
pedía que éste llevara consigo objetos peligrosos a la cárcel.
Las prisiones iriquisitorialcs (es decir, el espacio físico donde a
partir de la detención los acusados habían de iniciar una nueva vi-
da) eran conocidas coino cárceles s ~ m t u s .Esto significaba que d ~ -
rante el tiempo que duraba el proceso los reos desaparecían para
el público, ya que Ics era prohibida toda comunicación con el ex-
terior, no pidiendo ser nunca visitados por parientes ni aniigos"".
También estaba prohibida en principio toda corriunicaci6n entre
los prisioneros. Sin enibargo, muchas veces fiie necesario alojar a
varias personas en una sola celda; en dichas ocasiones se intentaba
no agrupar a condenados por un niisnio delito para evitar posibles
intercambios de inforniacióii. El objetivo de los inquisidores era
conseguir la conversión de los reos mediante el aislamiento; ello
provocaba en la mayoría importantes alteraciones psicológicas que
iban desestructurando su personalidad, con lo cual sustit~lirlapor
iina nueva no suponía una tarea demasiado dificil". Todo el secre-
211
Vease Cecil R o T ~ I.n
~ , Iyzizcznón ~.cpa?ioln,Barcrloiia, t:d. Mai-tíiiez Roca,
1989, pp. 78-79.
2I
Sobre c1 Lema de la coriversibii la desestructuracióri dc la prrsonalidad,
véase el interesanrc <.pigrafr dr,Jcaii Piei-re DELULL,
«LTn lmage de cer.veau%>,eii
to y el misterio con que se seguían las diversas partes del procedi-
miento estaba encaminado, de hecho, a lograr un testirrioriio que
en la mayor parte de los casos era contrario a la voluntad que el
acusado había mariifeslado originariamente: nos referimos a la
confesión, que se consideraba la prueba por excelencia.
La prisión podía decretarse a cualquier hora y sin indicar al
reo por qué se le prendía. Hubo más de un caso en que el dete-
nido no supo el motivo de su ericarcelarnicnto y debió esperar
meses o incluso años antes de que su proceso se iniciara y pudie-
ra escucliar de labios del fiscal las acusaciones de que había sido
objeto. Teniendo en cuenta las largas escancias de algunos reos en
la cárcel, la deficiente alimentación, la falta de higiene, el trato re-
cibido por los carceleros y la edad avanzada de algunos presos, no
es de extrañar que muchos no vivieran para conocer los resulta-
dos de su proceso. No obstante, éste seguía adelante y en todo au-
to de le figuraban las efigics y los hiiesos de individuos que ha-
Kan fallecido (algunos por suicidio) durante su estancia eri las
rriazrnorras inqiiisitoriales. Pese a todo, hay que tener en cuenta
que no todas las cárceles eran iguales; algunos tribunales conta-
ron con excelentes edificios -entre los que destaca la Aljafería,
sede del tribunal zaragozano- cuyos calabozos, en corriparaci6n
con los de la justicia seglar y episcopal, presentaban unas condi-
ciones bastante aceptables. Prueba de ello lo constituye el hecho
de que no era extraño que los condenados por las otras jurisdic-
ciones hicieran lo posible para ser.juzgados por la Iriquisici6n con
la sola finalidad de ser trasladados a una cárcel más benigna"'.
Tras el eilcarcelainiento, la siguiente etapa de un proceso in-
quisitorial era la audiencia del reo, que tenia lugar a lo largo de di-
ferentes sesiones. IdaI~m'rnerav a que los inquisidores se ponían en
contacto con el preso (lo antes posible, en teoría no más tarde del
tercer día de estancia en la cárcel), éste era interrogado acerca de
su estado civil, profesión y lugar de residencia. Otros datos de su
biografía servían para conocer el nivel cultural y religioso que te-
nia; así, por ejemplo, se le preguntaba si se confesaba y comiilga-
ha anualmente y se le ordenaba que recitase el Credo, el Padre
Nuestro y el Ave María. A veces se le planteaban ya en la primera
entrevista algunas ciiestiones directamente relacionadas con el
dclito del qiie había sido acusado: como su Porrn~ilaciOnestaba en
manos del arbitrio de los inquisidores, existía una gran variedad
de interrogatorios.
Lo que n o variaba era la prlictica d e las nmonr~~ui-iones.
Basán-
dose supuestamente e n la recomendación bíblica de la correc-
ción fraterna2", la justicia eclesiástica es~ablecíala obligación de
requerir al reo por tres veces para quc dijera la verdad y confesa-
se su delito antes d e serle presentada la aciisacióri fiscal; dichas
moniciories o aclvertericias debían tener lugar eri días diferentes
para dar tiempo al aciisado a qiie recapacitase sobre su actitiid.
Pero n o olvidemos que e n muchos casos los reos n o tenían riiri-
guria idea acerca d e los cargos que pesaban sobre ellos cuando se
les planteaban las arrioncstaciones, con lo que éstas se convertían
e n otro medio mas d e intiniidacidn, reflejo d e un espíritu que ya
riada tenia e n comíln con el defendido en el Nuevo Testamento
al tratar del perdón de las oferisas.
El número de veces e n que se debía recibir e n audiericia al reo
quedaba al arbitrio d e los inqiiisidores aunque, cri principio, te-
nía que coricedcrse sii deseo de ser- escuchado siempre que lo so-
licitara. Ciiando el acusado estaba dispuesto a exponer su dclito
espontáneaniente, se le recibía en coniesión. Pero si esto n o ocii-
rría se pasaba al siguiente acto procesal: lu c~cusnciónjiwmnl )or,imr.
t~ cí~1j.ccnl.En ella aparecían detallados u n o a u n o los cargos cori-
tra el acusado eri u n lenguaje extremadanierite fornial y
estereotipado. La declaración del fiscal encargado del caso venia
a ser iin resiimen d e cuanto habían dicho los testigos y habían
averiguado los jueces por sí mismos e n relación con el delito o
los delitos d e que se tratase. No obstante, cualquier condiicta
que pudiera añadir alguna inforriiacibri sobre la condición de
mal cristiano del reo se aiiadía tarnbi6n corno agravante de la he-
rejía por la que se le acusaba. Normalmente, solía ser el docurncn-
to mejor escrito en un proceso; ello no quiere decir que fiiera el
más veraz pues, si lo comparanius cori las testificaciones corres
pondientes, observaremos la presencia de elementos nuevos o d e
interpretaciories que n(? tenían otro fiindairiento que la propia
ideología d e los jueces. Este era el escrito acusatorio qiie se leía al
'" -Si tu hermaiio Ilrga a pcc;ii: vrir y rcpitri<lelr.21 solas iír coi1 el. Si tc cs-
ciictia, hahrrís ganado a t u tierrnario. Si iio tc crciiclia. toiiia to<lavía contigo u n o
o dos, pira que todo asiirito qiictit. zanjado por la palabra de dos o trrs trstigos.
Si Irr dcsoye a ellos, díselo a la coniiiiiidad. Y si harta ;i la coiiiuiiidatl desoye. sca
para ti como el gentil y cl piih1ic;rrio.n M[. 18. 15-17.
reo para que diera sil respuesta a iodos los al-tíciilos que se le irri-
p~itaban.Para preparar dicha respiiesta o clef'eiisa, el acusado te-
nía derecho a valerse d e un abogado que le asesorase.
Siempre quc reo lo pidier-a, debía tener Iiigar el nornh-umirn-
to dr u n nhngado. Este se prodiicía, asirnisino, m& ~ c que z u n reo
negal-ia el delito de qile se le acusaba. Lo más frecuente era que c1
acusado eligiei-a, a silgerencia de los inqiiisidores, lino de los dos
o trcs I~tt-adosadscritos al tribiinal; en cualquier caso. el abogado
debía dar pruebas d e n o ser hereje rii infame y tenía que estar es-
pecialmente facultado para actilar en 109 triburidcs del Santo Oíi-
cin. Para preparar la defensa del reo. el abogado podía liablai. con
él, pero siempre e n presencia tic: los inquisidores y dcl notai-io,
que levantaba acta d e todo lo acordado. Eii realidad, el cometido
principal del abogado no era la defensa del reo sino, al igiial que
los inqiiisiclores, iriieiitar descubrir si su defcridido era ciilpable o
no cle herejía. Si lo consideraba inocente, utilizaba todos los me-
dios legales para probar su inocencia, pero si lo consideraba ciil-
pable hacía c~iarltocstaba e n su mano para lograr qiie corifesara,
se arrepintiera y pidiera la penitencia coi-resporidierite.
lJna vez instruidas las citadas diligericias, el proceso entraba en
m a nueva fasc en la qiie se traiaba dc probar lo que se había diclio
liasta entonces. N corriierizo de esta ,faw p r o h t o n n , las dos partes
(o sea, el procta.ador fiscal y el acusado) ticbíaii ratificar su a c c i h
anterior y demandar la publicaciói~ de las pruebas pertinentec;.
Nori~lalmente,en el Derecho Penal, al esta- en juego la vida del reo,
se exigía que las pruebas para demostrar la culpabilidad f~ierariah-
soliitamente claras, a diferencia de lo que potlia ocurrir en los pro-
cesos civiles. Pero en los delitos de brujería y siipersticih, debido a
la dificultad de encoiiirai. pruebas ii~ateri:rles,valían las pi-esiincio-
rics o indicios. En gericral, la prueba más utilizada era la testifical.
Aunque las (leclaraciones d e los testigos ya se habían produci-
do con anterioridad a esta etapa -gran parte de la información
previa a la acusaci0n fiscal procedía d e aqii6llas-, un testirnonio
no podía ser tormalmente alegado si no era ratiíicxio por la per-
sona de quien proveriía. La mtifircrc.ión ( 1 10s
~ t ~ ~ t i gsuponía
m qiic
cada u n o de cllos debía confiiiriar el contenido de sus tleclai-a-
ciones bajo.jiirainerilo, delante de1,jriez o d e un comisario, al rrie-
nos veinticuatro horas despuks de hahei-las proniiricixio. Al testi-
gu que vacilaba o contradecía la declaraci0n anterior, el
inquisidor podía castigarlo con cárcel y tormento; ello no sigriiíi-
caba que dichas declaracioiies se invalidast.ri, sino qiie finalnien-
te quedaba al arbitrio d e los inquisidorcs e1 decidir cuál de ellas
era la que consideraban iiiás ?justada a la verdad.
No existía un acuerdo total sobre cuántos testigos eran válidos
para probar una acusación, aunque en general predominaba la
opinión de qiie con dos era suficiente. Alg~iriostestigos se corisi-
deraban menos idóneos; tal es el caso de los enemigos, el cónyi-
ge o parientes (cuyos teslirrionios sólo se aceptaban en contra del
reo), los excoinulgados, los herejes, los menores de edad, etc."
Sin embargo, en determinados casos también sus declaraciones
podían ser admitidas. Los relatos de los testigos (que casi siempre
se limitaban a contestar uri cuestionario que variaba en f~mcióri
dcl delito que quería investigarse) no solían ser del todo espon-
táneos. '4 la ratificación de los testimonios seguía sii publicación,
quc llevaba aparejada la lectura al acusado de todo lo que los tes-
tigos habían manifestado sobre el.
Segíin el derecho comíin, en la publicación debían indicarse
los nombres de los testigos, para que el reo pudiera preparar nie-
jor SLI defensa. El misrrio Papa Sixto IV así lo había establecido
también mediante una bula del 18 de abril de 1482. Pero, como
bien es sabido, a pesar de todo, el secreto iriquisitorial se aplicó en
este punto con todo rigor, tal y corno se refleja en las iristrucciones
de los lnqiiisidores Generales, que terminaron consagrando la
práctica de silericiar los nombres de los testigos baslíridose en el
argumento de que así se evitaban represalias y venganzas. Pero
ello suponía una rricrma más para la deknsa del reo, al que tam-
bién se le ocultaban los elerricnros de las declaraciones testificales
qiie pudieran servirle para reconocer a alguno de los testigos.
En cuanto a la defp~~sudel rm -contrapeso de los testimonios
aportados por la parte aciisadora-, podía desarrollarse siguiendo
varias de las tjcticas legales disponibles que, en esencia, podían re-
sumirse en dos: apor.taciOn de nbonos, o sea, de testigos de abono en
favor del reo, o presentación de tnr/7,n.s,es decir, de argumentos, que
demostraran que los testigos de la acusación no eran fiables. Estos
eran los dos instrumentos más utilizados en el documento que el
acusado y su abogado aportaban como prueba de inocericia. Sor-
prendentemente para nuestra actual mentalidad, demostrar que el
reo no había conietido el crimen del que se le acusaba era el pro-
cedirriierito menos utilizado eri la defensa. Existía también la posi-
bilidad de alegar causas eximentes o atenuantes, como, por ejem-
plo, la minoria dc edad, el amor, la pasión, la borrachera o la locura.
Gerieralrricntc, una vez presentadas la aciisacion y la defensa, y
si el reo o el fiscal no hacían ninguna petición más, se consideraba
la causa concliisa y lista para ser sentenciada. Pero en determinadas
ocasiones (cuando existían algunas pruebas o indicios de qiie el
reo había cometido el delito de herejía y se negaba a confesarlo)
podía añadirse como instrumento probatorio el so~ri.etzmientoa lor-
twa. Esta solamente debía realizarse cuando se daban ciertas con-
diciones: que hubiera suficientes pruebas o indicios de que el reo
era culpable (pero en el caso de la brujería, la decisih dependía
totalmente de la subjetividad deljiiez), que se hubieran agotado to-
dos los demás rriedios para inducir a confesión al acusado (amena-
zas, promesas), que el acuerdo de so~rietirriientoa tortura filera
adoptado por los inquisidores y el ordinario del lugai; y que el tor-
mento se practicara eri presencia de este filtimo.
Los métodos de tortiira empleados por la Inquisiciori españo-
la no eran especialmente duros en comparación con los utiliza-
dos por las otras.justicias; en contra de lo que muchas veces se ha
pensado, se trataba de métodos tradicionales y poco originales.
Los tres principales fuerori la garrurha (qiie consistía en colgar al
reo por las miiñecas de una polea que había en el techo con pe-
sas, que podían variar, sujetas a los pies; la víctima se alzaba len-
tamente y luego se soltaba de un tirón para dislocar sus miem-
bros), la toca o tormpnto del agua (qiie obligaba al acusado a tragar
agua vertida leritarriente de un jarro, metiéndole una toca o paiío
por la boca hasta la garganta) y el potro (se le ataba a una ban-
queta con cuerdas que envolvían todo el cuerpo y que el verdugo
tensaba gradualrrierite de manera que mordían y atravesaban la
carne de la víctima).
Los manuales de inquisidores recorrieridabari prccaucih en la
aplicacih del tormento; había qiie tener especial cuidado en que
el reo no quedara inútil, tanto si resultaba inocente como culpa-
ble. Estaba prol-iibido repetir la tortura, salvo que posteriormente
aparecieran nuevos indicios; no obstante, podía continuarse un
tormento a lo largo de tres días, como si se tratara de un solo ac-
to. Tras el suplicio podían ocurrir dos cosas: que el acusado cori-
fesara o que no lo hiciera. En el primer caso, para que su confe-
sión se considerase válida, debía ratificarla al día siguiente. Se
suponía que esta era una forma de asegurar la verdad y la diber-
tadn del reo. Pero realmente no era así porqne, si éste, al verse li-
bre de la presión inmediata del tormento, se desdecía y negaba lo
confesado durante la tortura, podía ser torturado de nuevo y en-
tonces se consideraba que se trataba de una continuación de la
tortura anterior y no de una nueva.
Llria de las costumbres in5s valiosas para el historiador actual
era la priictica. que la Inyiiisición tomó d e la jiisticia seglai; de re-
al inqiiisidor y al obis-
gistrar todos los dí:tallcs d e la torti~ra.,Junto
po se hallalm siempre i i i i notario que iba levantando acta dctalla-
da de todo lo siicediclo, lo ciial nos acerca especialmente a la
psicología de los jueces y de las víctimas, coiiio teridremos ocasión
de comprobar en algiirio de los procesos estiidiados. 'Tras las dili-
gencias probatorias, e1 proccso quedaba .<listo para scntciicia~
aiinque, eri el caso de qiie todavía <:1 reo iio hubiera coiifesado,
antes de dictar seriteiicia el ,jilez debía haccr todo lo posible por
coiisegiiir la coiit¿.sióii. No olvidemos qiw 11110 de los oejetivos
priricipales del procedimiciito iiicjiiisitorial era precisaincrite oh-
tcricr el recoiiociiniento del delito poi. parte del reo cidpable.
Antes (Lc dictarse la sentencia definitiva, cl proceso había de ser
rxaiiiiiiado nilevamente por los inqiiisidorcs. el ordiriario del 111-
gar y los Ilainados ronsz~llort~s tlrl Santo Ojcio, q i crari
~ expertos en
Teología ) e n Derecho, tanto cari6riico como civil. Sii decisión o
voto rlr.jit~i/izlodebía ser iinini~iic.Eri caso de que esto n o ociiri-ic-
ra, el proccso se remitía al Coiisejo de la Siiprerria. No obstante,
con el tiempo, esta coiisiilta terminó por oinitirsc cri la Inquisición
espaiiola, ya qiie las senteiicias c r m elevadas directamente a la Su-
prciiia. LA srrt/eirc.in (I$ni/i7w debía ser ~.cclactadapor escri to y con-
tener todos los errores conSesaclos por r:l reo o que le hubiesen si-
d o probados. Todavía en esta etapa se i~ianteníael farrioso secreto
iriqiiisitoi-ial, va qiie tanipoco la seiiteiicia podía contener rii los
iioiribrcs de los testigos i i i las circiinstaiicias por las que el reo pii-
cliei-a dediicir sus rioirihies.
En caria smtciicia se cornl~iiiahaiitres tipos de penas: osfiritzrcr-
ks (al?jiir-aciíin,i-econciliacióri, penitencias clivei-sas);ro,-l,orclZrs (pi-i-
sióii perpetua, de5tieri-o, galeras, látigo, siispensión de fiincioiies,
relíijaci0i-i) y f i n m c . i ~ r . r r(coiifiscación,
~ multas). La sanción más tTe-
ciieiite era la nbjz~,nc.ióu,que iba acornpañ;ida de otros castigos, se-
gíiii la gravedad del caso. Su sentido era borrar con ella la sospecha
de l.icr.ejía o irifairiia en el reo. La alji~racióri,de aciierdo con la
gravedad del delito, se s~ibdiviclíaen tres tipos: ~zljuracióildr l m i , (Ir
.oriwi~rrltiy 7 ~ i o I f w ~Aurique.
~1. iina vez finaliiado el pr.ocesr,, el reo
Siiera sólo levemente sospeclioso de herejía (por iio Iiakr- piiiebas
legitirrias sino solaiiiente indicios Ietes) estaba obligado a aljiirar;
bien cri público, si la sospecha liabía sido píiblica (y entonces lo ha-
cia iin día festivo en la iglesia), bieii en privado (en el palacio del
ol~ispoo del inqiiisidor), si la sospecha había sido privada. Cori ma-
yor rrioiivo, los reos veliementcrricrite sospechosos o violcntarrierite
sospechosos debían asimisiiio abjiir-ar a~iiiqueno l~iihierasido pro-
I~aclosu delito. (hrrio bien ha expres;ido h4ichcl Fo~icaiilt,
<<Ladcinostraciíin en materia penal no obedece a un sistema
dualista -verdadero o talsr+, sino a un principio dc gradación
continua: un grado obtenido en la den~ostraciónformaba ya uri gra-
do de culpabilidad e implicaba, por consiguicntc, un grado de ras
tigo. Ti.1 sospechoso, conlo tal, merccia siempre deirr~ninado
castigo: no se podía ser inoccntcmente objeto d e una sospecha.^)"
Cuando la abjuracih era solemne iba precedida de un sermOn
del inquisidor; después, el reo, vestido con el sambenito -17oz co-
rrupta de saco b u i d d e , que era una vestimenta penitencial con
una cruz delante y otra detrás, se colocaba en un lugar bien visible
para todos los feligreses y tras serle leídas las herejías de que se Ic
acusaba, debía abjurar de todas ellas. Eri consecuencia, volvía a ser
admitido en el seno de la Iglesia, pero tambiCn tcriía que cuniplir
algunas penitencias. Las rnás comunes eran llevar el sambenito a
partir de entonces, pagar una multa pecuniaria que casi nunca su-
peraba los cien ducados, sufrir un destierro temporal, ser azotado
(lo niis frecuente era recibir de cien a doscientos azotes, al consi-
derarse que cuatrocientos ya podían ser mortales), ericarcelado o
pasar un tiempo remando en las galeras del rey; en cualquier ca-
so, la penitencia no excedía de dos o tres años.
Si la sospecha llegaba a concluir en herejía forrnal, el reo, siem-
pre que se considerase <.herejeconfidente arrepentido., era admi-
tido a ,reconciliación,. Esta también suponía la absolución y rcadrrii-
sión en el seno de la Iglesia mediante abjuración, pero las penas
qiie llevaba aparejadas eran mucho más duras que las anteriores.
Además del hábito y la cárcel (que la mayoría de las veces era
perpetua, con lo que la readmisión no dejaba de ser una ironía), se
decretaba la confiscación total de sus bienes muebles y raíces, así
como la inhabilidad para gozar de oficios, honores y dignidades.
Dichas penas fueron las que se aplicaron más frecuentemente a los
conversos, tanto del .judaísmo como del islamismo, que fiieron
quienes siifrieron la persecución inqiiisitorial con más cr~deza'~'.
El reo que, después de haber sido declarado hereje formal o
vehementeniente sospechoso, rciricidía tras su reconciliación en
los mismos hechos era considerado relapso y, al igual qiie los he-
rejes no arrepentidos, acababa sien* wlnjado al b r a secular,
~ ~ lo
que suponía su condena a muerte. Esta era ejecutada por la jus-
ticia seglar, puesto que la Inquisición, por ser iin tribunal ecle-
'5 hlichel Foi ( : \ I T T . Viglrcrg ccc.\l&r, Madrid, Bd. Siglo XXI, 1994, p. 48.
Y(,
Véase Mercedes G.4~c:i \ ARFNAL.,Inquisi(i6r~y morisco\. 1.o.r prorfwc del t r i b w
n d (Ir Curr~ca,Madrid. Ed. Siglo XXI, 1983, pp. 19-45,
siástico, no estaba autorizada por el Derecho Can6nic.o a llevarla
a cabo; sin embargo, ello no parecía coritradecirse con el hecho
de q u el~ Santo Oficio aceptase plenamente la responsabilidad
de dichas condenas. El castigo rriáximo era la rriucrte en la ho-
guera, pero los que morían realmente bajo las llamas erari una
pequvña proporción de los .relajados», pues qiiienes se arre-
pentían en el último momento eran antes estrarigulados y, ade-
más, miichos de los condenados a muerte lo hierori en efigie, es
decir que, ya fuera porque habían fallecido durante eljiiicio o
porque habían coilseguido huir, lo único que se quemaba era sil
irriagen. Evidenteniente, dicha costurnbre, que no existía en los
tribunales seglares -el Derecho Civil no conterriplaba la posibi-
lidad de dictar sentencia definitiva contra los ausentes-, ericori-
traba su hndamento en la publicidad y la ejeinplaridad dcl cas-
tigo, que era lo único que realmente se daba a conocer, en
contra de lo quc sucedía a lo largo de las difereritcs etapas del se-
creto proccdirniento que venimos describiendo. En palabras de
hlichel Foilcaiilt,
(<Elsupliciojudicial hay que co~nprenderloiarribi6n como un
ritual político. Forma parte, así sea en un modo menor, dc las ce-
rcmonias por las cuales se manifiesta cl poder [...] En las cere-
monias del suplicio, el person+jr pi-iricipales el pueblo 1 ...] Un
suplicio que hubirse sido conocido, pero cuyo desarrollo se man-
iiiviera en secreto, no liabría tenido sentido.^^"
Por íiltimo, no dcbemos olvidarnos de que, a diferencia de lo
que ocurría en la Tnquisicióri medieval, también la sentencia po-
día ser absoliltoria. Pero como la absolución completa sigriificaba
de alguna manera el reconocimiento de un error, era más fre-
cuente la suspensión del caso. El riúrnero de absueltos y, sobre to-
do, de suspensos fue creciendo con el paso del tiempo en todos
los delitos"'. Y la briqería coristitiiyó imo de los ejemplos más re-
presentativos, corno corriprobareinos al tratar de la evoluci6n en
la actitud de los inquisidores del tribunal de Zaragoza respecto a
dicho crimen.
jiA q u t nos referimos cuándo hablarnos de iin tribunal del
Santo Oficio? ¿Quienes lo iormaban y cuáles erari sus fiinciones?
En primer lugar habría que distinguir dos grandes categorías
dentro del personal iriquisilorial: oficiales y rniriistros. Los prirne-
ros recibían im salario fijo por su trabajo, micntras que los segun-
dos podían ser remunerados por alguria tarea concreta o actuar
voliintariamente. Segíln las instriicciones, entre los oficiales debía
liaber uno o dos inquisidort,~,que eran los jueces propiaiiieri~edi-
chos, aiinqiie e11 Zaragoza se llegaron a dar cita en algiinas oca-
siones hasta cuatro iriquisidores al rriisrrio ~ierripo"'.Noririalrrieri~e
se trataba cle,j~iristasque habían recibido una formación iiiiiversi-
taria y que antcriorrncritc habían va ejercido furiciorics cri la ad-
ministración episcopal de jiisticia. Siguiendo un orden ,jerárqui-
co, tras ellos se sitiiaba í:1 ji.wzl, cuya timciOn era actuar como
acusador píiblico; n o obstante, con el tiempo sería coilsiclerado
cada vez más importante, Ilcgando a nivelarse su salario y prc-
eriiirieiicias con los de los iriquisidores a rriediados del siglo XIiII.
Poi- debajo de dichos cargos se hallaban el resto d e timciona-
rios LI oficiales: los cliierentes rlotnizos (los rld s~creto,o secretarios,
que tomaban acta de las dcclaracioric~;e1 de secuestros, que regis-
traba los asuntos relacionados con el embargo d e bienes y la ha-
ciciida cn gciicral; el del juzgado, que debía hacer el iriveritario de
bienes confiscado a cada reo e n concreto); el rtceptor; adiuinistra-
doi- de los ingresos y los gastos; el o l p a r i l , encargado d e etrctuar
las cletericiories e n el distrito; el alcaide o carcelero; el nuncio o
mensajero, responsable del correo y de proceder a las citaciones;
el despuzwro, encargado d e la aliirieritacióri de los presos e n las
cárceles secretas; y, por fin, desempeñando labores relacionadas
(ic rriancra rriás iridirccta con el f~lricioriarriieiitoestricto de la jus-
ticia, u n rnkdiro, u n cirzya71o, arios cap~llarles,que cada día cele-
braban una misa cri la sala de audiciicia, y el portero. El riúrrici-o
de oliciales podía variar en hinción d e las necesidades pero, e n
cnalqiiier caso, jamás excedía la cifra d c veintiocho personas'"'. Así
pues, resulta claro que una buena parte del personal inquisitorial
se hallaba integrado por agentes n o retribuidos económiramen-
te. Erilre ellos des~acabarilos caliJi~zldowsy los c.o~ls?<llol.m, a los que
ya nos referimos al detallar las diferentes etapas procesales. Tan-
to urios coriio otros erciri teólog-os -con frec~le~icia rriierrihros de
órdenes religiosas-, y su función consistía e n proporcionar a los
jucccs una <:valuaciOri dcl grado de Iicrcjía d e los actos reprocha-
dos al aciisado, en el caso d e los calificadores o, en el d e los con-
sultores, eri erriitir uri juicio p r e h a la sentencia.
Sin embargo, la contribiición de los teólogos n o bastaba para
domir~ar1111 espacio tan vasto como era e1 abarcado por cada uno
de los distritos iriquisitoriales. Si, cn su vertiente estrictamente jii-
dicial, el Santo Oficio podía considerar-se en gran medida iina i n s
titiicióri autónoma, para las tareas d e vigilancia necesitó del auxi-
lio de otras fiierzas. Además d e la íntima colaboración con las
otrasjiisticias, que resulta patente e n u n buen níimero d e los pro-
cesos estiidiados, cada triburial tiivo que irriplicar directamente a
un gran sector d e la población para ser cfectiuo. De entrada, cual-
quiera podia y debía colaborar mediante el sistema d e denuncias
pero, además, la Iriqiiisición corito con una red d e agentes loca-
les qiie se encontraban distribuidos por el distrito y que cuniplian
tareas policíacas d e control d e la población. Unos cran los comi-
savios, sacerdotes localcs que esporhdicamente actuaban para los
diferciites tribunales, sobre todo en la rase iristrilctora, ya que re-
cababan información d e todo tipo, recibían las denuncias y las de-
claraciones d e testigos e incluso podían detener a un reo sin es-
perar a la orden d e prisión oficial. Pero junto a cstos clérigos, al
servicio d c los iriquisidores estaban también los fnmilium, colabo-
radores laicos cuya misión consistía e n escoltar al inquisidor, de-
nunciar a los herejes y proceder a su arresto'".
Desde principios del siglo XVI, la Inqiiisicióri de Zaragoza de-
sarrolló su aparato policial local hasta líniites desconocidos. Por
los censos elaborados a mediados de dicha centuria", sabemos
que los familiares empezaron a proliferar sin ningún control, a pe-
sar de la resistencia d e la noble~ride hragóri y la insistencia del
Consejo de la Supren?a para quc el tribunal rcdiljera el número de
sus ministros laicos. Estos sc concentraban fiindameritalmente e n
las grandes localidades y en las áreas donde la población era más
densa. Así, en el Pirineo y el pre-Piririco la penetración inquisito-
rial fue escasa, rnieritras que al sur del Ebro, donde se concentra-
ba la mayoría de la poblacióri morisca, la red se hacía rriucho más
riipida. La familiatura comportaba una serie de privilegios que
eran los que la hacían atractiva para qiiienes la aceptaban; entre
ellos podría destacarse el derecho a portar armas, d e lo cual se de-
rivaron conflictos con la justicia seglar, ya que los farriiliares n o
distinguían entre sil uso para el servicio del triburial y el iiso pri-
vado. Otro privilegio muy preciado era la exención de los tribu-
nalcs ordinarios en las causas civiles y criminales. Según Pilar Sári-
chez I.ópez,
«el rápido incremento de familiares que se dio en Aragón y en
otros reinos guardaría un cicrto paraleli&o con las ordeiaciones
masivas de coronados. Una gran parte de las personas que recibían
la tonsura lo único que pretendían era acogerse al fiiero eclesiásti-
co. Una vez tonsurados, sc qucdaban con las 6rderies menores y su
vida acostumbraba a distar bastante de las exigencias del ministerio
religioso.»":'
Además, los familiares se distinguían en el orden social por
otras prerrogativas: ocupar lugares preferentes en las iglesias, al
igual que los gobernantes municipales y los miembros de la rioble-
za; pertenecer a la cofradía de San Pedro Mártir de Zaragoza, de la
que solamente eran miembros los rriinistros iriquisitoriales,etc. To-
do ello hizo que muchos individuos se hicicrari pasar por familia-
res mediante la elaboración de cédulas falsas, unas veces para cvi-
tar ser detenidos por la justicia real, otras para obtener ventajas
sobre sus vecinos o simplemente para atemorizar a sus enemigos
amenazando con eriviarlos al Santo Oficio. Como veremos en mu-
chos de los procesos aragoneses por brujería y superstición, una de
las funciones que la Inquisición desempeñó en la sociedad espa-
ñola h e la de canalizar odios y disputas internas a través de imajus-
ticia que en principio estaba dispuesta a aceptar cualquier deniin-
cia siempre que apareciera disirazada de herejía. La Inquisici6ri no
era la única vía jurídica que permitía dar rienda suelta a los en-
freritamientos personales utilizando un procedirriiento aprobado
por la ley, pero sí fue quizás la más popular. A pesar de la mayor
dureza de los jueces seglares y de la presencia visible en las pobla-
ciories de los delegados de la justicia episcopal, casi sierripre que
alguien mencionaba la posibilidad de ser,jiizgado por algím com-
portamiento en relación con los dclitos de brujería y superstición
sc refería a la justicia inquisitorial y no a las otras.
La InquisiciGn parecía representar así la amenaza por excc-
lencia; incliiso en el interior de las relaciones familiares se utili-
zaba como recurso para la venganza. En uno de los testimonios
más atroces sobre la violencia cotidiana en el Aragón de finales
del siglo XV, el proceso iriquisitorial contra Juan Garcés, a quien
se acusaba entre otros cargos de practicar la astrología y la adivi-
nacibn, uno dc los testigos declaraba haber oído decir al rco di-
rigiindose a su mujer e hijastro: .Marranos, jodios, que yo vos fa-
re levar a la Inquisiciori>~,
a lo cual le respondieron: <<Si
nosotros
banios alla, 170s no qucdareis atras.>>"Como ha serialado Henry
Kameri al referirse al grado de aceptación quc la Inquisición tuvo
eri general entre la población, -el tribunal no fue un cuerpo ini-
puesto tiránica~nente,sino la expresión de los prejuicios sociales
que prevalecían en el seno de la sociedad.n'\A pesar de la oposi-
ción que generó en algunos sectores, sin el apoyo de toda esa in-
niensa mayoría de gentes que proyect0 en ella sus desdichas ): la
utilizó como un blanco de hostilidades y resentimientos, rio h a
bría podido rriaritericr su enorme eficacia durante tanto tiempo.
Domingo Frrrrr'"'
R
1
PI-occso contra Juan Gürcés. Torre los Kcgros. 1497. AHPZ. C. 22-4, fol. 21.
Pí
Heriry KAMEN, »i,. Nt., p. 377.
:M
Proceso coiitr-a Narboria Darcal. Cenarbc. 1498. AHPZ. C. 23-1, fol. 3r.
d e superstición hemos incluido aquellas causas eri que se juzgan
coriductas que tienen que ver con la magia (nigroniaricia, heclii-
ceria, adivinación, iiivocación de demonios) o con lo que los rriis-
rrios iriquisidores denoniinan sup~isticion.e;\,refiriéndose casi siem-
pre a dctcrrriiriadas prácticas tanto religiosas conlo mágicas de los
rniisiilmanes o judíos recieriteiiieiite coriverticlos al Cristianismo.
I,a blasfemia era corisiderada por la Inquisición como un cleli-
to diferente; no obstante, hemos decidido incluir tambiGn la cau-
sa contra Tomás Ronifant, ya que mucstra ahiertarrierite el tipo de
relaciones que muchos de sus contemporííncos cstableciari con el
De~iioriio,protagonista al fin y al cabo de todos los procesos canlo
de br~ljeríacoino d e supersticibn. Nada niás contuntlcrite para
aquellos jueces que las declaraciones de este mei-cader oscense
afincado en Zaragoza, quien reconoció mediante confesión haber
manifestado con frecuencia: ~Keriiegod e la piitajoclia de la virgen
Maria y del putojodio,de Jesucristo y tomo al diablo por Selloi- y a
Dios por enemigo.^:" Esta, que podríamos definir como una clara
formulación de apostasía, era cii realidad la acusación que subya-
cía e n el resto de los procesos estiidiados pues, aunque n o siempre
se cosisiguieran pruebas tan diáfanas, todos los reos crari coritern-
plados corno aliados de Satanás e n mayor o menor grado y todas
sus actividades como resultado del pacto demoníaco.
Pcsc a que del período que nos ocupa sólo se han consr:rvado
niieve de los procesos iricoados por el Tribunal d e Zaragora por di-
chos delitos, conocurios la existencia de, al menos, 84 causas más
gracias fiindamentalmente a los rcsúrrieries coriocidos como rvkacio-
nrs da causa que el consejo de la Suprema ordenó redactar a todos
los tribunales provinciales a partir de 1540. Del totzil de causas loca-
lizadas, 32 fueron abiertas por brujería y el resto por diversos h' rerie-
ros de supcrsticiories. Ya q ~ estas~ e últimas compi-endían iin canipo
tan extenso y variado de prácticas y creencias, las hemos clasificado
e n cinco grandes apartados segúri el tipo de reos: clérigos n i g r e
mantes (13), hechicería masciilina (22) y ferrieriiria (11), supersti-
ciories,iudaicas (3) y supersticiones moriscas (13)": La primera con-
clusión que resulta obvia a la vista de dicho conjunto dociirrierical es
que la iiirrierislz riiayoría de los procesados por brujería fiicrori rriu-
jeres; sólo dos de los 32,juzgaclos por dicho delito craii hombres. Eri
cuanto a los a c ~ ~ s a d opor
s superstición, predominaban clararricrite
los varones (41 tic los 62 reos j u ~ g a d o spor superstición).
ií
Proccso contra 'Tomás Donifaiit. Zai-agom. IWS. AHPZ, C. 28-1, tols. 4 SS.
'"kkia claificaci6ii tan d o 131-ctcrittcrrsaltar c1 elenieiito dcfiriidor de ca-
da reo qiir corisidrrainos mas relevatitc (así, por -jerriplo. sil coiidicihi tic cle~-i-
Analizaremos e n primer lugar los escasos datos que nos apor-
tan las referencias a los procesados como brujos por el tribunal
zaragoLario. Casi todo lo qiie sahenios de ellos, con excepción d e
Narbona Darcal y Dominga Fer-rer (*La coja))),cuyos procesos se
han conservado hasta hoy, se rediice a la sentencia. Resulta muy
significativo que, así como e n los,juicios incoados a finales del si-
glo )í\i y diirante la primera niicad del X\/1 (concretamente hasta
1535) cl destino d e los corideriados por cste delito acabó siendo
invariablemente la lioguera (se trataba de myjereb e n todos los
casos), a partir de la segunda mitad del siglo )í7.7 la situación cam-
bió por- corripleto y una buena parte de las causas de las que te-
ricmos noticia terminb bien con la absoliición de los reos, bien
con la suspensión del proceso por falta d e pruebas.
Aparte de lo mucho que pueda decirse acerca de la cvoliición de
la actitud inquisitorial con respecto al delito dc brujería, y sin negar-
lo qiie la mayoría d e los liistoriiidorcs se ha esforzado e n poner de
manifiesto, esto es, que España fiie lino d e los países donde antes se
acabó con la caza de brujas gracias al creciente cscepticisino y a la
teiriplanza qiie los inquisidor-es niostraron hacia dicho delito, lo
cierto es que ya desde el principio de la perseciición inquisitorial de
la brujería se advierte, al menos e n el tribunal de Zaragoza, un he-
cho decisivo: la presencia cleterniinante de la justicia seglar. De nin-
gún modo resulta casual que e n la r n q o r parte de los,juicios inqiii-
sitoriales aparezcan consignadas referencias a las olas persecutorias
provenientes de los poderes miinicipales. Era muy frcciiente qiie,
junto a las avrrigisaciones hechas por la Inquisición, se incluyera el
proceso seglar al que pr-e\iarricritc había sido sometido el reo, o por
lo menos algunas de las testificaciones resiiltantes de las pesquisas
reali~adasaritcriormen te por las autoridades laicas.
Ya desde el prirricr momento se tiene la irripresi0n d e que h e -
ron muy pocas las veces e n que la Inquisici6n tomó realmente la
iniciativa e n la persecucióri de la brujería, limitándose más bien a
hacerse cargo de i i r i estado d e alarma que proverlía de hiera de
la institución y qiie reflejaba otros iniereses. N o obstante, con el
tiempo, la colaboración del triburial con los poderes seglares fiie
debilitái~dosey los casos d e br~ijeríafiieron, por una parte, rnu-
cho menos frecuentes y, por otra, se considerarori cada vez como
45
Proceso conti-a Tomás Bordant. Zaragoza. 1501). AHPX. (:. 'LX-1, fol. 3.
'" Proceso contra Catalina Aznae Zaragoza. 151 1. NIPZ. C. 28-6, fol. 21.
la acusada <criuriquacozia eri el fortio d c los nombrados [...] corno
antes de las dichas malenconias y riiiya solia hazer algunas vezes.),"
La aciisación de practicar la magia coristitiiía una excelerile excusa
para derribar al contrario por medio de la justicia ciiarido rio se cn-
contraban olros pretextos más sdidos. Si no hiera por las detalladas
lestificacioncs que aparecen en el proceso a Jiiari Garcés, a quien se
j17gÓ entre 1497 y 1499 por nigromante y astrólogo, aderriis de ju-
daizante", podríamos I l e ~ a rficilrrieritc a coiicliision<:s crrOneas
acerca de sus capacidades niiigicas y de sii conocimiento de los ciier-
pos cc1cstí.s. N o obstante, a medida que avanza la lectura de los más
de doscientos folios que integran el proceso que le fue iilcoado, va-
mos cobranclu coriciericia de que, una ver riiás, nos encontramos
arile im enfrcritarriicnto entre grupos irreconciliables.
Se trataba en aqiiella ocasion de tina auténtica giierr-a civil de-
clarada en la localidad tiiroleiise de Torre los Negros entre dos
bandos de familias ricas que, como era cost~irribree n aquella épo-
ca, habían llegado incluso a contratar rnatoncs d e oficio (se habla
d e veirite gasconcs) para eliminarse miitiiamente. Tras sucesivos
intentos fallidos de todo tipo (piiñaladas, incendios), Aria1 de
Tri?jillo, el principal acusador -e\ideiiteiiicritc tarribih el d e
riuiiciarite e n este caso- se había hecho pasar por ministro d e la
IriquisiciOn obligando a testificar e n contra d e su enemigo .Juan
(;arcés a ciertas mujeres del pueblo. Teriieriilo e n cueiiia la per-
tenencia del acusado a una de las farriilias niks ricas del Iiigar, se
piiede corripreridcr que fuera sencillo encontrar gentes dispiies-
tas a decir lo qiie Artal quería bajo soborno. Muchos d e los tesii-
gos d e la íiciisacióil eran deiiclores del reo y testificaron cri su
contra con la esperarira de ~ i tcricr
o qiic pagarle nunca, tal y co-
rno prorrictía su principal enemigo y caiidillo del bando contra-
rio bajo sil disfra7 inqiiisitorial.
El motivo central de los eillientamieriios se hallaba dirccta-
mente relacioiiado con u11 probleriia d e iiria I-icrcncia. El acusa-
clo, Juan C;arcCs, haKa rccibido a la rriiiei-te de su padre el usu-
fructo de iin molino harinero del que esperaba liaber llegado a
ser propietario. Pero, e n sus íiliirrios afíos de vida, estando ya miiy
viejo, el padre se habría dejado influir por el cura del lugar, iiiás
cercano al bando d e los Artal, quien le acorisejaba que traspasa-
se dicha propiedad a manos del marido d e la hermana d e Artal,
como así ocurrió. La fairiilia de los Artal intentaba ahora que los lii-
jos del acusado abandonasen el molino, pero éstos no queríari irse.
Tras el recurso a varios métodos violentos, parece que la Inqiiisi-
ción se biiscó, una veL más, coriio una posible arma -quizás la más
eficaz- para acabar cori uria sitiiaci6n qiie sólo podía deciclii-se
mediante la iritcrvcrici0n de algíin factor -jerio a las ya rnedidx
fuerzas dc ambos contenclientes.
El acusado reunía dos cal-acterísticas que bicn podían api-ove-
cliarse por SUS cricmigos para hacer oir su causa ante los iriquisi-
dores. Por un lado, su afición a las ciencias ocultas, con especial
preí'erencia por la astrología, lo que, tal y como había declarado el
rriisrrio Juan Garcks, le había llevado a liablar a sus vecirios de la
existencia d e días aciagos para r e a l i ~ a rdctc:rminadas ceremonias.
Por otro, SLI especial relación con el cura coniesor cle la localitlad
-el mismo que aconsejara a su padre el carribio de heredero- lo
liabía apartado en algiiria rricdida d e la Iglesia, pues había dejado
de confesar y comiilgar con la frecuencia debida desde que fuera
desheredado. Ambas acusaciories figuratmi <:n la demanda criini-
rial presentada por el fiscal, lo que a primera vista convertía al reo,
sin lugar a diidas, e n un hereje. Incluso podiari alcgarst: priiebas
de su falta d e ortodoxia, puesto que en más de i ~ n aocasión se le
liabia oído decir q u e era loco el que corifesava trda la verdad a
los clerigos.~'"En cuanto a las acusacio~iesde astrólogo y adivino,
poseía dos lit~ros,e1 lino titulado Lilm d~ las sign$/it.angns de los eclip-
. x c - dp los tr.upno.r y el otro conocido sirripleriicntc como I,urmr'o, el
primero liabia sido calificado por el fiscal de .libro de nigronian-
tia* y, corrio bicn sabemos, la simple posesión de uno de ellos se
coiisideraha motivo suficiente para ser co~ideriado.
Poclríanios seguir aportarido cjimplos que pusieran d e niani-
ficsto la decisiva iniportancia d e la aceptación social de uri reo a
la hora de ser llevado a la Iriquisicióri. La gravedad de las aciisa-
ciorles de que era objeto dependía, mucho más que de su viricu-
1.aci61i
.. con el mundo d e la magia o la supersticióri, de la rclaci6n
con sil entorno rriás irirriediato. Esta circiinstancia, qiie solainen-
tc r<:siiltaperceptible a través de la lectura d e los escasos procesos
coinpletos que se han coriserwido, piicdt: observarse asimismo e n
los procesos iricoados por las otras justicias, como tentireinos oca-
109
sibn de corriprobar: Pero, volviendo a los nucve procesos inquisi-
toriales contra la brujería y la superstición, hay que destacar, ade-
rriás de la denuncia implícita, otra etapa procesal de gran interés
que tampoco aparecía reflejada en las relaciones de causa: el du-
cutnento de abjuración.
No siempre se conserva dicha pieza, que en ocasiones resulta
esencial para conocer aquello que los inqiiisidores consideraban
lierético en relación con el delito dc que se tratara. En la mayor
parte dc los procesos lo único que se consigna es la obligación de
abjurar junto a la penitencia correspondiente. Normalmente, la
abjuración consistía en que el reo reconociera públicaiiiente ha-
ber cometido los delitos por los que había sido condenado y ju-
rase que nunca más los volvería a repetir, haciendo mención ex-
presa de la voluntad de cumplir las penitencias que el tribunal
considerara que debía inipoiierle. Así sucedió en la causa contra
Tomás Bonifant, quien rehiisb toda herejía en general en estos
términos:
~anathcmatizoy abjuro generalmente toda specic de heregia e
apostasia que se Ievariie contra nuestra santa fe catholica e ley
cvangelica de riiresiro redemptorJesu Christo e iglesia ronrana..'"
Más tarde continiió detallando el contenido de sus blasfemias,
así como las circuristaricias en que habían sido pronunciadas o
siniplemente pensadas (algunas vczes rio lo dezia con la boca y
lo dezia con el corazon>.):
<<eseñaladamente abjuro aquella heregia o palabras hcrcticales
nefandissimas de que soy havirlo por vehemente sospechosso por
quanto por m i propia conlesion consta: estando jugando y ririyen-
do con rrii rrr y e r por muchas vezes y en diversos Iiigares proriimcie
estas palabras: reniego de la puta jodia de la virgen Maria.."
En casos como éste, la abjuración no ariadía nada que no se
supiera ya; en realidad no era sino un resurrieri de cuanto se ha-
bía averiguado a lo largo del proceso, todo lo cual debía ser re-
chazado solemnemente por el reo, sin más. No obstante, en el
proceso incoado en 1510 contra Pedro Bernardo, un mercader
~ f l o r c n t í nestablecido
~ en Zaragoza, se inserta un docurriento de
abjuracibri especialmente interesante ya quc, tras el relato de los
cargos y de las circunstancias en que se produjeron, se nos rriues-
tra una verdadera síntesis de la doctrina oficial que la Inquisición
511
Prr>cesu contra Tomás Konifant. Zaragoza. 1509. AHPZ. C. 28-1, fól. 1 Ir.
íI
Ihidrm. fol. 1lv.
debía aplicar en los procesos contra todo género de supersticio-
sos, y especialmente en aquellos en que el Demonio se convertía
en el eje principal.
El reo había sido acusado de nigromántico, sortílego e irivoca-
dor de demonios; una vez más, una cuidadosa lectura dc las actas
revela claramerite que nos hallamos ante otro ejemplo de denun-
cia solapada, proveniente en esta ocasión de alguien muy cercano
al acusado: el clérigo con quien el florentino había aprendido to-
das las artes mágicas que lo conducirían finalmente a acabar sus
días en la cárcel, un gascóri conocido como mosén Pedro. Dicho
clérigo -al que inspiraba timdamentalmente iin ansia de ven-
gan7a hacia qiiien había sido su colaborador- se había concerta-
do con un tal Rainiundo de Janias, que se hacía pasar por oficial
de la Inquisición, para juntos aprovecharse del mercader. Ambos
habían amenazado a Pedro Bernardo con denunciarlo si no les da-
ba lo que le pedían. Cuando el acusado se negó a ello (<<que rlo les
daria mas porque no tenia riada, que todo era de su hermano,))=,
intentaron quc la Inquisición se hiciera cargo del caso, lo que fi-
nalmente consiguieron, aunque no sin esfiierzos.
Instigado por mosén Pedro, Raimundo acudió a la Mjafería y
habló con el fiscal de la Inquisición diciendole que, si t~ivicrapo-
der para ello, 61 podría apresar a uno que hacía invocaciones a los
diablos. El fiscal, sin mostrar mucho interés por el asunto, res-
pondió: *Cosas son essas que tocan al ordinario sino que ya se
fallasen en la obra, y assi seriar1 cosas leves, pero, con todo, lo ha-
blare con el inquisidor para que os otorgue un poder si le parecie-
re.» El inquisidor, que estaba enfermo, se desentendió del caso y lo
remitió a un tal maestre Pascual, fraile de la orden de Predicadores,
Este, por fin, .<aunquetuvo la misma opinion del dicho fiscal, otor-
go comission y poder. a Rairriurido «dandole fuer~asde alguazil
para las dichas invocaciones et sortilegios.»Una noche, Raimundo,
acompaííado de tres hombres y guiado por mosén Pedro, se pre-
sentó en casa del mercader, pero, aunque encontró abundantes
pruebas de su afición a la nigromancia (entre ellas <<un libro de
alquimia y de otras cosas, chiquito, en pliego menor,,), y a pesar
de que el mismo Pedro Bernardo confesó .que dizieridose ciertas
palabras en la forma que esta aqui, que se puede sacar oro y pla-
ta de la mar),, no se atrevió a tomarlo preso, ya que *no se fallava
en la obra, visto que no havia visto sino el aparejo y no res en fe-
c h o . ~No obstante, contó lo sucedido al inquisidor y éste, una vez
7"
Proceso contra Pedro Bernardo. Zaragoza. 1510. AHPL, (l. 28-5. tol. O.
restablecido, [(maridopublicar uri edito e n la Scu d e Caragola, que
quien supiesse cosas de invocaciones de demonios y de sortilegios
y de adevirios o otras cosas, que lo viniesse a notificar al iriquisi-
do^"'. Así, de este modo, y tras diversas insistencias, el florcritirio
Pcdro Bernardo llegó a ser apresado, juzgado y, finalmente, cori-
denado a cárcel perpetua por el triburial zaragozano.
Dicho cjeiiiplo nos mueslra miiy bien la ambigiiedad de los in-
quisiclores ante los casos de superstición. No siempre existía una
postura clara de iriterés o rechazo. Pero si, como hemos visto eri el
clérigo gascón ); sil aliado, alguien manifestaba iin especial empe-
iio por dcriunciar a otro, el tribunal contaba con los medios y con
IajustificaciOn doctrinal siif cienles para proceder. Tanto es así que
del desinterés inicial hacia Pedro Bernardo se pasó, sin termino
medio, a su condena perpetua. <Cómoexplicar este corilraste? Una
de las rzuories podría hallarse en la excesiva rigidez a la hora de re-
conocer yjuzgar cada una de las herejías que se hallaban definidas
como tales y que el Santo Oficio debía combatic La siipeistición
era una cle ellas. Su perseciición rio se consideraba e n absoluto
prioritaria: para ello estaba el ordinario, es decir, el obispo; él se en-
cargaba d c velar por la vida religiosa de sus feligreses y era quien
debía atender aquellos casos í:ri que ésta se manifestaba de torrria
desviada. Pero, aiin así. la InqiiisiciOri también podía juzgar los ca-
sos de superstición. Dado que sil tarea se corisideraba superior, so-
lamente debía ocuparse de aquéllos en los que el Diablo figurase
cri un primer plano, de aquéllos e n los qiie e1 pacto demoníaco
fiiera patente y, por tanlo, pudiera hablarse sin ningún género de
dudas de la existencia dc apostasía, la mayor d e las herejías. Pero la
presencia del Diablo constituía evidentemente una cuestión tolal-
mcrile arbitraria. Como afirmó el Iiistor-iador Hciiry Charles I z a ,
<<Esque por erliorices al oirinipr-esente demonio se le echaba
la culpa dc iodo [...] Así se puede comprender que la defiiliciíh
de pacto [... 1 Ilegai-a a anipliarse hasta coiripreridrr lodo acto qiie
pudiera scr cliisificado corno siiprrsticioso: todas las viejas cura-
ciones por rriiijercs, todos los iradicionalcs usos y creencias que se
habían ido acuiiiiilando a ~ravbsde cr¿dulas generaciones adoc-
trinadaa rri poner su coritiariza en fr-ases iriiriteligiblcs y acciones
sin seii~ido;cualquier- efecto superior a los que i~aturalrrreritepue-
den pi-oducirse, si no ei-a atribui1)lr a Dios, por tirerra tenía que
explicarse por- u r i pacto con el deriionio.»"
El hecho de que circuilstancias tan diferentes fuesen incliiiclas
bajo la ambigua clasificación de superstición era uno de los rrioti-
vos por los que el Santo Oficio prestaba oídos sordos a muchas de
ellas ante la extrema coiifusi6n que había en torno a este delito.
Sin erribai-go, uila veL que la niaquiriaria de la Inquisición entra-
ba en tuncionarriiento, lo más probable era que siguiera adelan-
te, pues para probar la intervcnción del Demonio cualquierjiwti-
ficacióri era válida y además toda una ciencia derrionológica
servía de apoyo en los casos de necesidad. &\sí, por ejemplo, si se
tra~abade invocadorcs de demonios, entre los que se contaba el
rriei-cader Pedro Bernardo, el i2lanual de inquisidows reconocía
tres tipos: los que rendían a los diablos L I I ~culto de latría, quienes
les prestaban un culto dc dulíay aquellos que simplemente los iri-
vocabaní'.
El documento de abjin-ación que el mercader Pedro Berriardo
hubo de leer antes de ser reconciliado encontró sin duda inspi-
ración eri las palabras dc dicho inariual, aunque, cal y como po-
dernos advertir en las siguientes líricas, no se liniitaba a repetir los
contenidos del tratado, sino que constituía una versión personal
de los i~iquisidoresencargados del caso:
Konfiesso que la invocaciori y adoracion latria y todo sacriti-
cio sr ha de fazer y dar a nuestro creador y Santissirria Trinidad, y
la adorücion dulia a los santos y goverriadores assi eclesiasticos ct)-
mo seculares. liaviriido resoeto al creador aue los ha creado v e n
cuyo riorribre son santos y excrcitan la govektcion; y digo q& el
diablo ni es santo ni amigo de dios, antes esta obstinado en culpa
y malicia y iio tiene ofíicio ninguno en esle mundo de governa-
cion por dios, mas es siervo y cativo y falsador y enganyador de ria-
tura humana, e que darle niiigiria honra, sacrificio o adoraciorr,
latria o dulia o iIi\w.arlc es he&co y condenado por la Santa iiia-
dre
Tras la coniesiGri y el jiiramerito de no volver a repetir los crí-
menes coine~idos,Pedro Berriardo volvió a ser integrado en el se-
no de la Iglesia y, en corisecuencia, se decretó su absoluci6n. En
palabras de los propios inqiiisidores,
<<Porqueveemos agora el dicho Pedro Bernardo havrrse re-
pcntido de los dichos criniiri~sde heregia por el cometidos y tia-
ver confessado \; abjurado aqiiillos, en quarito ver y conocrr po-
.-
!I I
Nicolaii t:izit-~i<:~Francis<-o
Pk.\A, dr lo, r ~ i p i s r d o r ~ \liar-ccloria.
ninrz~~nl ,
Ed. Mucliriik, 1983. pp. 80-83.
76
Procc:so coriira Pedro i3erii;rrcIo. Zaragoza. 1310 . AHI'Z. C. 28-5, f'ol. 30.
demos con verdadero coraCon y entera voliiriiad, y querer ser res-
tituydo y reunydo al gremio de la santa madre iglesia, queriendo-
le recebir con misericordia, at~solvrriios[...] al dicho Pedro Ber-
nardo de la excorriuriiori eri que ha incurrido.."
No obstante, el perdón de los pecados quc el tribunal de la In-
quisición otorgaba a quienes declaraban haberse arrepentido, Ile-
vaba consigo también su pcriitencia. Al igual que en el sacramento
de la confesión, pero a una escala mucho mayor; se consideraba ne-
cesario que el pecador, en este caso el reo, purgase sus culpas, dio-
ra delitos, mediante un castigo adecuado. Finalmente, y a pesar de
la absoliición, Pedro Bernardo fue condenado a cárcel perpetua
aderriás de otras penas, entre las que figuraban la posible confisca-
ción dc sus bienes, la imposibilidad de obtener ningtin beneficio ni
oficio píiblico y la prohibici6ri de portar consigo signo alguno de
ostentación tales como oro, plata, pcrlas, ámbar, corales o piedras
preciosas.
Para comprender un caso como el de Pedro Bernardo, quien,
como tantos otros, más que perseguido por la justicia inquisitorial,
puede decirse que cayó en sus redes de modo casi fortuito, hay
que tener en cuenta varios factores. En primer lugar, que la In-
quisicibri tenía competencia por encima de cualquier otro tribu-
nal sobre los delitos de superstición; en segundo lugar, quc sc apo-
yaba en una detallada y extensa casuistica doctrinal, de manera
que casi cualquiera podía encajar en alguno de los delitos descri-
tos; y en tercer lugar, que la extrema popiilaridad del Santo Oficio
hizo de él un instrumento para las riñas y enfrentamientos perso-
nales de una buena parte de la población. De cualquier modo, la
ultima palabra la tenían los inquisidores; por ello, conocer su irlee
logía y su forma de actuar con respecto a los crímenes de brujería
y superstición resulta esencial si queremos entender los auténticos
motivos de las acciones jiidiciales que sirven de fundamento a
nuestro estudio. A través de los procesos que nos han llegado es
posible entrever en gran medida la postura de quienes tenían en
sus manos la posibilidad de decidir sobre las vidas de los reos con-
denados por delitos relacioriados con la magia, pero contarnos
además con algunos documentos -en su mayoría procedentes de
la corrcspondericia mantenida entre cl Consejo cle la Suprema y
los tribunales provinciales- que nos hablan de manera más di-
recta sobre los móviles de aquellos ,jueces, responsables de una
persecución que no siempre se caraclerizí, por su coherencia.
LA ACTITUD DE LOS INQUTSIDORES
En /LISC ~ I L S de
~ S bn*jas es necessario yr con nwi p~circurzs-
pwtion pvr rlrr g-~cln,imiedad que ay de opiniones escritas, 11n~uchas
mas por- C M T ~ U s(~c(1dus
~C de la expoiencia de estos tiempos.
Isiclro de San Vicente'"
3'1
IIeiiry Charles LEA. Hictorra d~ In Iwpiaic-irir? crpnriokc, w l . 111, Madrid, Ed.
Fiiiidación Lliiiversitaria Española, 1983, p. 604.
M
VCasr la llarriada Instrucrion .m/n-P/*I mntrrin dr />rim-os, eii AHN, S e t c i h Iii-
quisirión, I.ih. 1231, fols. 638-64.3. Vlast. asirriisrrio Gustav IIE~.NSMFN, I:'I o/>ngah(16,
las Drujns. BrulPní, rinsca u Inquisincin c\f~n,iofo,Madrid, Ed. Aianza, 1983, pp. 396327.
Lo que sí se rriariifestó desde el principio con respecto a los
mismos tiie iiiia situación de incertidiimbre que permaneció inal-
terable a lo largo de mucho tiempo. En consec~iericia,fueron mu-
chos los vaivenes y las coiitradicciories que p~iedeiiobservarse
tarito detrás d e los procesos corno cil los escritos que se dedica-
ron al tenia. Ello dio lugar a una actiiación judicial que oscilaba
entre el acoso y el escepticismo ya que, d e vez en cuando -y a pe-
sar de las numerosas advertericias ): llamadas a la rrioderacióri en
el juicio de dicho géricro de delitos- tanto la briyería como la
supcrsticiím seguían sirviendo d e excusa para asediar a ciertas
personas, cuya caída e n desgracia solía interesar por motivos muy
diferentes a los que comíinmerite aparecían en los arlículos cori-
tenidos e n la acusacibri del fiscal ciicargado del caso.
Esta falta de cokicrcncia entre unas y otras causas, la ausencia
misma de una política encaminada hacia un tratamiento concreto
de los delitos d e brujería y silpersticibn, encontraba sil fundamen-
to e n el ambiente icleológico de la época. A lo largo d e los siglos
y XViI se mariti~vouna ardierile polerriica entre quienes defe~i-
díari la realidad de los actos de brujería y quienes los atribuían a la
imaginación. Para los primeros, la presencia del Demonio en la \i-
da de cada día era un hecho indiscutible y por tarito n o les era di-
ficil asociar toda acción exlraordiriaria, fuera o rio rrialéfica, con la
iritervericióri directa de Satán, lo cual servía de justificación para
ciialqiiier condena. Para los segundos, muchos de los relatos de-
moníacos n o eran sino fi-iito de una iaritasía desbocada que podía
deberse a estados psíquicos derivados d e alguna eriferrriedad o a
seritirriieritos poderosos como el miedo. Otra explicación era que
dichos estados ilusorios fiieran provocados por el mismo Demonio
para confundir a ciertas personalidades débiles y acrecentar de este
modo sii poder sobre ellas. En cualquier caso, riuricrz se cuestioria-
ba la irifluericia derrioriíaca y, aunque un sector de la cultiira oficial
se inclinaba a dudar acerca de la presencia d e Satanás e n los actos
mágicos, nadie se atrevía a negar por completo su existencia.
Así, bajo los argumentos esgrimidos por los partidarios d e arri-
bas posturas existía i i r i coriseriso fundamental que impedía tomar
una decisión radical con respecto a los crímenes d e magia. De ahí
quc las acusaciones de brujería y siipei-stición siguieran sirviendo
durante m u c l ~ otiempo para condenai- a biien núniero d e gentes,
muchas de ellas víctimas d e los odios y rericillas d e su entorno
rrilís irirricdiato, a pesar d e los pasos dados por el coiisejo central
del Santo Oficio para que n o se cometieran abusos e n este senti-
do. Un biien ejemplo de la indefinición ideológica que caracteri-
zaba la actitud d e rnuchos jueces fue la fmiosa reuriióri de Gra-
nada de 1.526. Ante la contilsión existente entre los responsables
de los diferentes tribunales proviricialcs a la hora d e juzgar a los
acusados d e brujería -recientemente habían sido condenadas
cuatro br~kjase n Navarra sin apenas pruebas-, el coiisejo d e la
Suprema decidió reunir a diez personas doctas (entre quienes
se ericoritraba cl fiitiiro inquisidor general Feriiarido d e LJaldCs)
para que dieran su opinión sobre algurias ciiestioncs que habrían
de determinar las futuras actuaciories judiciales relacionadas con
la brujería. La cuestión central d e la reuriiím n o tenía nada qiie
ver ron la práctica judicial; por el coritrario, se trataba d e una pre-
gunta totalmente ideológica: ;iban los brujos a reiinirse con el
Demonio al aquelarre real o irnaginariamente?
Como es bien sabido, la rcspiiesta fue afirmativa por una rria-
yoría de seis votos, a pesar d e lo cual los partidarios d e la segun-
da postura, entre ellos el citado Valdés, se esfor~aroripor rcdac-
tar unas instrucciones para los S~ituroscasos de brujería que
obligaban a hacer averigiiacioiies muy detalladas antes de conde-
nar a n i n g í ~ nreo por cliclio delito. Quizás las dos decisiones qiie
más influyeron e n la actitud d e los jiieces provinciales hacia los
casos de brujería a partir d e entonces fiieron, por u n lado, la
proliibicióri de corifiscai- los bienes d e los acusados por este deli-
to riada rriás comenzar el juicio (lo cual eliminaba uri importante
alicierite para la persecución) y, por otro, la obligaciím d e c o ~ i -
sultar los casos a la Suprema antes d e la rxlajación al brazo seglar.
A pesar de la gran credulidad por parte de la mayoría de los in-
quisidores con respecto a las acciones de las brujas tal y como se
manifiesta eri tan extraordinario clocumeiito (uno d e los párrafos,
por ejemplo, recomendaba a los,jueces corifiar eri q u e n o les piie-
den liazer daño ninguno las dichas briixas)~'"),dichas instruccio-
nes supusieron uri avaricc y poco a poco, especialinente duraritc
la década de los arios treinta, consiguieron variar el panorairia d e
la persccuciím en los distintos tribunales, al irse vericiendo la re-
sistencia natiiral de los iriquisidores provinciales a incorporar las
novedades que incluíari. El cambio más patente observado eri el
Triburial de Zaragoza tiie, sin duda alguna, la supresi6ri total de la
aplicación de la condena a muerte, y ello n o sólo en los casos de
brujería, sino también e n los d e Iiecliiccría. No obstante, la impo-
sición de tal perla dependía directamente de la actitud de la Su-
prerria; al margen de dicha decisión, es posible rastrear tanto en
los procesos como en la correspondencia de dicho consejo con los
inquisidores provinciales la airibigücdad y las contradicciones a las
que ya nos hemos referido en otras o 'cslones.
~ '
-,
i
Proct.so conrr;r,liiari Foiitán. Hiiesca. l(i.iJ. ,WH. I.cg. i 7 ,
i
11' 1069. fol. 1.
poder ejecutivo se manifestaba por las brdeiics que, en caso de no
obedecerse lo establecido e n diclias constitz~cion~c,eran dirigidas
tanto al clero como al pueblo eri general. Estas solían conocerse
con el nombre d e ~rrccndaiosv se hallaban completamente liga-
das a la labor d e inspeccibri desarrollada e n las uisiías~ustorales,
diirante las cuales pretendía llevarse a cabo uri control cxhaiis-
tivo d e todas las cuestiones referidas a la orgariiracih
- eclesial
de cada diócesis. Por íiltimo, corresporidía asimismo a los obispos
juzgar el curriplirriicnto d e las leyes y irmidatos elaborados por
ellos rnisiiios, es decir, todo cuanto se corisidcraba directanlente
relacionado con la religihi. Pero, como ya vimos en p;íginas ari-
teriores, la nbmina d e asuntos jii~gadospor los tribiinales episco-
pales podía llegar a ser larguisiiria, ya que la Iglesia riiariifestaba
su presencia e influencia eri casi todos los aspectos de 112 vida de
las poblaciones, doride rio existía una separacibii clar'i entre lo re-
ligiow y lo civil.
Desde la iriisrria c r c a c i h de la institiicióri episcopal venía de-
noniinándose al obispo jurz nrdinnrio de s ~ diócesis i o, en ocasio-
nes, solarrierite or-din,nt7o,término qiie, qukrlis mejor que ningún
otro, sugería lo admitida que se hallaba la jurisdicci6n episcopal.
Tal aceptación file una d e las causas tiel rechazo d e algiirios sec-
tores hacia la Tnqiiisicióii, uri riuevo tribiinal eclesiástico cuya ju-
risdicción si que era exlr(~ordinnria,aiinqiie finalmente acabara
por imponerse sobre la episcopal gracias al apoyo proporcionado
por la iiioiiarqi~ía.Las actitudes d e rechazo hacia el Santo Oficio
se habían manifestado desde la misma fecha d e sil flmdación; con
el tiempo, la oposición había logrado ser acallada, pero a partir de
la segunda rriitad del siglo XVIII volvería a recrudecerse. Así, para
el escritor (;aspar Melchor d e Jovcllanos, la jin-isdiccibii d e los
obispos era <<mas natural, más autorizada, mks grata y respetable al
pueblo y más llena d e hiiniariidad y mansediimbre, como eriiaria-
da del poder que les ha dado el Espíritii Santo..'' En uno de sus
disciirsos, e n el que, corno tantos otros iliistrados -ciitrc ellos,
Voltaire-, atacó a la Iriquisición por considerar que suponía una
iisurpacióri de los derechos judiciales perteriecicritcs a los obispos,
aparecen definidos con bastante claridad los objetivos qiie desde
antiguo habíari venido guiando a la iristitución episcopal:
*I,os obispox, ayidadoa de s u s vicarios generales, dr s u s cabildos
y del respctahle cuerpo dr pki-rocos, podrían extendei- la vigilaricia
hasta los últimos rincones dc sus diócesis, perseguir la impiedad en
sus guaridas y aplicar los remedios riiás pronios y eficaces.."
Pero la realidad de fines del siglo XITy comienms del XVl se ha-
llaba muy lejos del ideal cxpres~idopor.Jovellanos. Como es bien
sabido, la Iglesia había atravesado una grave crisis a finales de la
Edad Media; la rriayoría de los obispos eran cort.esanos norribrados
por motivos políticos y rio residían e n su cliócesis ni la visitaban ja-
más, aunque sí se aprovechaban de las rentas procedentes del
diezmo. Lo mismo podía decirse de los beneficiarios ericargaclos
de las parroquias, quienes preferían la vida cómoda d e las ciuda-
des y encargaban el cuidado pastoral a u n clero mal pagado quc
intentaba aprovecharse d e la situacióri veridierido los sacramentos
y que era eje~riplo,con mucha fsecuencia, de una gran relajación
y brutalidad eri sus costumbres. La embriaguez, el concubinato y
la violencia eran comportarriieritos habituales entre una gran par-
te de los clerigos rurales; éstos deserripeñaban sus tareas como si
se tratase de un oficio más, aunque con el agravante d e n o estar
preparados convenientemente para ellas, pues por lo general no
recibían formaciGri alguna, ni teológica, ni pastoral, ni siquiera li-
túrgica. Muchos de los presbíteros rio sabían latín y recitaban tex-
tos que no comprendían como si d e f6rniulas rriágicas se tratase.
La Iglesia de España, gracias a los intentos de reforma del Car-
denal Cisneros, corioció cierta mejora a comienzos del siglo XVí en
lo concerniente, sobrc todo, a la restauración d e la disciplina y a la
renovación de las universidadcs. Eri teoría, el nombramiento d e los
obispos por parte de los Reyes Catolicos iba a obligar a estos a resi-
dir en sus scdcs y a que se foiiientara la enseñanza del clero. No
obstante, esta .reforma)), que tantos elogios ha recibido, n o fue tan
eficaz como la historiografia ha solido mariterier. Buen ejemplo de
cllo lo coristit~iyeel hecho del nombramiento por el rey Ferriarido
el Catdico d c su hijo natural Alfonso, d e nueve años, para la sede
de Zaragoza. En palabras dcl historiador Henry Kamen,
*Eri la Iglesia española del siglo >;VI eran corrientes los exil-e-
e nos de riqueza y pobreza, los clérigos carerites de fi>rmacióny los
abusos de la condición clericizl, todo lo c.iral silbraya el hecho de
que no se había procedido a riirigirria reforma importante. Hasta
fines del reinado de Felipe 11 no se hizo ningún csf~~crzo decidido
por reestrucrrrrar y dar nuevo vigor al catolicismo español.>>"'
75
Idem, ibidem, p. 334.
-i l.l
Hctiry KZMF\. TInn ~ o c z ~ ( l a conjlicliwn:
d E+uñ(~, 14691 714. Madrid, Ed.
..lliariza. 1989, p. 288.
La verdadera reforma empezó a tornar cuerpo a partir de la
promiilgación de los decretos elaborado? en el Concilio de Treri-
to (15451563). Para que la divnlgación de las recién creadas Ie-
ves f~ierarriás efectiva. Felipe 11 i h ~ i i l s óla f~mdaciónde nuevas
sedes episcopales por toda la península. En Aragón se erigieron
los obispados de Barbastro yJaca en 1571, y el de Teruel en 1577,
a lo que hay que aIiadir en el mismo año .la desrnenibraciGn del
obispado seg6rbe-Albarracín, que quedG transformado en dos
diócesis diferentes. Hasta entonces la corifiguración geográfica
de la iglesia aragonesa había tenido muy poco que ver con los 1í-
mires políticos. A lo largo de la Edad Media y hasta las ultimas
décadas del siglo XVI, en el reino de Aragón existían obispados
aragoneses qne englobaban territorios que no lo eran, y obispa-
dos foráneos que, a su veL, incluían territorios de Aragón. IIubo
algiinos interilos de ajustar los límites eclesiásticos a l o s civiles,
pero no prosperaron ya que se toparon con la oposici6n de algii-
110s obispos por el miedo a perder parte de sus territorios, y con
ellos, las rentas asignadas a los rriismos.
El cambio más importante prodncido durante la Edad Media
con respecto a los obispados aragoneses fue la creación eri 1318
de la metrópoli cesaraugustana, qiie hasta ese momento había
pertenecido a la provincia tarraconense. El arzobispo de Zarago-
za tuvo a partir de entonces como diócesis sufragáneas -es decir,
dependientes- las de Huesca, Tara~oria,Pamplona, Calahorra-
La Calzada y Albarracín-Segorbe (excepto esta íiltima, qiie de-
pendía de Toledo, todas las derrih habían estado ligadas hasta en-
tonces a Tarragona). Dicha situación se mantuvo sin variaciones
hasta el momento en que se erigieron las nuevas sedes episcopa
les. Cada una de ellas surgió por motivos diferentes, como vere-
mos a coritiriuacih.
La diócesis de Barbastro h e fruto de las irinurrierablcs peti-
ciones y pleitos que su población planteó a lo largo de varios siglos
hasta conseguir contar con un obispo propio. Desde principios del
siglo XIII estaba totalmente arraigada entre sus habitantes la con-
vicción de qiie la ciudad había tenido rango episcopal en los siglos
XI y X11. De ahí que la lucha comerizase contra el obispo de Hues-
ca, de quien dependían en aquel momento. El 16 de junio de
1289, el clero, losjurados y todo el pueblo de Barbastro habían he-
cho un compro~~iiso solemne por el que se obligaban bajo jura-
mento a rio pactar con el obispo de Huesca y a conservar todas las
libertades y privilegios de la iglesia barbastrense. En 1.317, fecha en
que el rey Jaime 11 presentó al papaJuan XXII un plan de rees
tructuración de los obispados de su reino, Rarbastro estuvo muy
ccrca de conseguir su propósito. Pero, como sabemos, al año si-
guicrite solamente se creó la metrópoli zaragozarla. Tras una mi-
ni~ciosaiii\;estigación encargada por el papa Juan XXII se había
llegado a la coiiclusión de que Barbastro jamás había sido obispa-
do; la confusión provenía d e quc durante los siglos X1 y XII los
obispos de Roda d e Isábena-Lérida y los d e Hiresca habían rcsidi-
d o en la ciudad de Barbastro con bastante frecuencia.
A pesar d e n o tener razones históricas a SLL favor, Barbastro ja
~riásrenunció a siis preterisiories. Diirante los siglos XV y XVi hii-
bo otros intentos que tarribi6ri fracasaron hasta que, con la subida
al trono de Felipe 11. la situación empezó a ser fworable porque
los intereses de Barbastro coincidían ahora con la política religio-
sa del rey. Eri las cortes de Monzóri d e 1564 ya se abordó el tema
de la e r e c c i h de nuevos obispados cri Aragón. Entonces volvió a
surgir la peticiOii de creación del obispado d e Barbastro, peticióri
cli~eFelipe 11 elevó al Papa. Este solicitó información sobre aque-
llas tierras y scgíiri el relato efectuado por el fabriqiiero de la Seo
zaragozana en 1566, don .Juan Pérez de Artieda, a quien fue en-
cargada la visita de inspección, parecía tilera d e toda duda que se
hacía necesaria la presencia de un obispo para combatir la signo-
rancia en las cosas de religiorin, la .falta d e doctrina
-- y d e pasto es-
piritiiab o .<lassupersticiones y liechi~eriasn".Uno d e los párrafos
de dicho iiiforrrie se refería a la sitiraciím d e abandono cri que se
encontraban los valles pirenaicos de Bielsa y Gistaín, que por eri-
torices pertenecían al obispado de Lerida, y que Barbastro recla-
maba como zona d e influencia del obispado en que pretendía
convertirse:
<<!\y iriiicha rudeza c ygrior-aricia r n las cosas de religion en las
diclias montañas y mueren los iiias sin el sacramerito de la co11-
tirriiacion [...] los obispos, poi- la aspereza de la tierr-a, suben tan
pocas vezcs que ay testigos que deposan que eri los iiempos de los
que oy viven no iiy rriemoria que haya subido el propio obispo a
visitar la val d i Venasque y Gistain.~"
Otro interesante pári-ati) advertía del peligro d e irifiltración
de herejías procedentes de la cercana Francia:
«Los pueblos d i las dichas montañas tarl \w-iriosde Francia se
podrian, lo que Dios no pei-mita, inficionar con mucha facilidad
del veiierio que ay en dicho reino de tantos errorcs y eregias, iua-
uor-rriiriir siendo tan grande el ir-aioy coinunicacion que ay entre
--
iI
Aricoriio D I ~ K ZGN[ . ~ I o I-<LTii
. . iirfurinr dcl iiglo XVi sobre rl ohisyxido d r
u . ( l<l.jT),pp. 273-295.
Hiicsca>,.Rwi.\ln . A y m . ~ ~ l32
7s
I / l f w l , ; b ¿ ~ l l ~p.
l ~ l280.
,
ellos y confrontando por cspecie de dom o quinze leguas los pue-
blos dc un reyno y del otro.>>?"
El informe era f-iancamente favorable a Barbastro; no obstan-
te, no fue accptado en Roma por defecto de citación y porque las
pruebas no eran convincentes. 1.a ansiada erección del obispado
tuvo que esperar al año 1571 y si firial~~icnte se consigui6 fue gra-
cias al decidido interés de Felipe 11 por controlar el Area fronte-
riza del norte de la Península a través de la cual podía filtrarse la
tan temida herejía protesvaritc. Esta fue tarribikri la razón que im-
pulsó la creación del obispado jacetario.
La ciudad de.Jaca había sido, más aún que Barbastro, residen-
cia habitual de los obispos de IIuesca durante el siglo X1 hasta
qiie, una vez conquistada IIuesca en 1096, se trasladó allí la sede
episcopal. con Hiiesca la dignidad catedralicia, titu-
lándose *oscensis et jacensiw, pero nunca había llegado a ser
obispado independiente. En 1566,junto con el informe de Juan
Pérez de k t i e d a , el rey Felipe 11 envió al Papa una petición per-
sonal en la qiie exponía los dos motivos por los que recomenda-
ba la creación de la nueva diócesis, esto es, la ausencia de clero
instruido y el temor a la herejía:
<<BratisimoPadre. 1 lav en cl reino d r Ar;igon dos iglesias ca-
irtlralei, la oscense y la jacetana, unidas entre si, cuyas diocrsis
inicien 75 leguas de latitud y 93 dc longitud, y esta la mayor parte
en los Montcs Pirineos, qiie dividcn cl reino de Aragon del reino
de Francia y del Principado cle Rearnc, y por la amplitud de la
diocesis y lo aspero y quiza esteril de sil tcrreno, nunca o raras ve-
ccs es visitado por el obispo, de donde se sigue que los clerigos
son cn su inayoria idiote y poco instruidos en la fe catolira, y los
habitantes rudos y casi totalmente igno~antes,lo cual, por la ve-
cindad de los hcrejes es niiiy peligroso.>.""
Realmente, la necesidad de predicadores p de instruccióri exis-
tía ya desde hacía mucho tiempo. El verdadero motivo para la
creación de las dos nuevas diócesis era evidentemente político, ya
que el miedo a la here-jía protestante fue el authtico instigador
que llevó a tejer la nueva red que a partir dc entonces se cerniría
sobre la vida de los habitantes tanto de la diócesis de Barbastro
como de la de Jaca. Se trataba de una estrategia política qiie se
manifestaba asimismo en los cambios producidos al siir del reino,
es decir, en la creación del obispado de Tcriiel y en la separación
de Albarracín y Segorbe en dos diócesis difercrites. En ambas LO-
nas existía un claro predominio de población morisca, lo que
constituía una de las más graves preocupaciones de Felipe 11, ya
que su principal temor consistía en creer que iba a producirse
una conspiración conjunta de bcarneses y moriscos en contra del
Estado católico que él defendía".
El obispado de hlbarracín había sido creado en 1172; en 1245
se unió al de Segorbe al ser reconquistada la ciudad en 1245 y res-
taurada su sede episcopal dos años después. Así permaneció has-
ta el año 15'77, en que Felipe 11 decidió pedir al Papa qiie fueran
desmembradas ambas diíkesis. 4 partir de entonces, Segorbe pa-
sí), como sufragánea, a depender de Valencia, mientras que Alba-
rracín quedó vinculada a Zaragoza. De este modo pasaba a estar
mejor controlada la numerosa poblaciGn morisca que habitaba
en ambas zonas. Esta h e tambien la causa de la creación del obis-
pado de T e r i d en el mismo año, cuya erección se quiso justificar,
como en otras ocasiones, por la falta de clero en dicha regibri, de-
bido tarito a la gran extensión territorial de la diócesis cesarau-
gustana corno al hecho de qiie Terucl se Iiallaba eri un extremo
de dicha diócesis.
Después de dichos cambios, la geografia de las diócesis arago-
nesas a finales del siglo X\ri casi llegó a coincidir con las fronteras
políticas del reino. No obstante, como puede comprobarse en el
mapa, aun quedaba una parte del territorio aragonés incluido en
tres dií~cesisforáneas: Pamplona, Sigüenza y Tortosa, cada una de
las cuales dependía de una metrópoli diferente". Como quedo
apuntado al comienzo del capítiilo, todavía en plena Edad Mo-
derna (y a pesar de la poderosa influencia del Concilio de Tren-
to y de la política de reyes corno Felipe 11 en el gobierno de la
Iglesia), cada obispo gobernaba como un scfior en el territorio de
su diócesis. Ello significaba qiic tanto las disposiciones acordadas
HI
S e g ~ í ~Antoiiio
i Domingirez Orliz y Kcriiard Vicenr, sil iiiqiiietud era
liiiidada. Ur~ossilos más tarde, corici-etamerite el 23 rlr enero de 1582, fue dete-
nido poi- los iriquisidoi-rs d e 2aragor;i ): el obispo de Segor-he cii Caudirl (piirblo
ialeiiciariu al noroeste d e Segorbr), un rriorisco aragonés Ilairiaclo %arnarriidillo,
lo cual pcrinitiíi desrnoiitar <<una wrdadci-a red de coiiiiiiiiraciories claiide+ms
cuyo centro sy encontraha en AragOn y cuyas ~aiiiificacionesse extendían a Cas~i-
Ila, Beai-rir y Mrica del Norte,,. 121 ario sigiiiriite, eri rriarzo dc 1583. la Iiiquisicih
dc lk1eiici;i drsciibrió a su vrz iiiia coiispiraciíiii eii la que estabari implicados rrio-
riacos y hrarneses (véaii Antonio DOMIM.[W:% ORTIZ y Beriiai-d VI<I.YT,Historia rlp
1n.s rnonsc.o,\. Ildo v trr~gzdz«d? WI(I m i m r i a . Madrid, b:d. 12liaiiza, 1984, pp. 62-63),
8"
hmploiia VI-% ~iitragáiieaalior-a dcl arzobispo d e Kiirgos, Sigiieriza scgiiía
drperidierido clc la metrópoli tolcdana y Torinsa, d r la de Tarragoria.
eri los sínodos pro\iriciales como el criterio seguido a la hora de
juzgar a los infractores era distinto en unos obispados y otros.
Mientras que la Inquisición aragonesa concentró su actiiación
en su único tribunal con sede en Zaragozi, la actividad de la jiisti-
cia episcopal sc dividió a partir dc las í~ltimasdécadas del siglo m1
en siete tribunales difererites. 1.0s procesos errianados de dichas
cortes cpiscopales, así corno otras noticias sobre la prrseciición de
la brujería y la siipersticiGri llevada a cabo eri cada una de las d i 6
cesis, constituyen la base principal de nuestro estudio. Pero antes
de detenernos en el ariálisis de los docurrienros centrados en di-
chos delitos, intentaremos trazar el recorrido seguido por los de-
legados episcopalcs para conseguir localizar a los autores de los
entonces llarriados .pecados públicos». Dicho iliricrario nos con-
ducirá desde las coiistituciories sinodales, a tra& de las visitas y
mandatos, hasta desembocar en el enjiiiciarriicnto de aquellos iri-
dividuos cuya conducta fiie objeto de una irivcstigación detallada
con vistas a la imposicióri de un castigo acorde con la supuesta gra-
vedad de siis acciones. Todo ello 110suponía sino la plasmaci6n de
la originaria labor episcopal de vigilancia o control de la diócesis,
Iabor pastoral que, como veremos en el capítulo que sigue, se acre-
centaría sensiblemente conio coriscciiencia de la Contrarreforma.
R'I
Sinodolr,~del obisi,l,«rlodu Bnr11ast1-o.1651. Zaragoza. BUZ. D. 21-
~~uuslilu&n~.s
120, fol. l.
de aquellas leyes qiie clebíari observarse eri el territorio encorrieri-
dado para sil gobierno. (;a& diócesis contaba con sus propias
coristituciones: éstas se aprobaban en los sínodos proviricides que,
prcsididos por el obispo, 1-eiinían periódicamente a los priricipales
representantes del clero, tanto secular como regular, para decidir
sobre las normas qiie regirían la \,ida de los Seligreses.
Aiinque se han coi-iservacloalgunas de las c~ot~stitztrion~c
sinoda-
1p.saragonesas de finales del siglo XV y primera rriitad del siglo
X\,T, la mayoría de las que kiari llegado hasta nosotros pertenecen
al período posterior al ~ériiiinode las reuriiorics del Concilio de
Trento. Fue entonces cuarido se irripuls6 la tarea pastoral d e los
obispos eri toda la pcníiisula, precisamente mediante la promulga-
cióri de los decretos tridentinos, que quedaron plasmados en las
constituciones aprobadas en cada diócesis. El contenido de las mis-
mas file repitiéndose, sin apenas variaciones, a lo largo d e todo el
siglo siguiente, lo c i d c o a d p v ó a la progresiva y coritiriuada ex-
tensión del espíritu contrarreforrriista. Si hubiera qiic destacar al-
go en estas leyes eclesiásticas seria, sin lugar a dudas, el fuerte ein-
peiio por establecer uria separacií)ii (por aqiiel entonces casi
imposible, dadas las teridericias más arraigadas de la religión po-
pular) entre los árribitos d e lo sagrado y lo profino. Eviclentemen-
te, el oejetivo era conseguir el control de aquellos aspectos consi-
derados sagrados. No puede decirse que dicha pretensión se
consigiiiei-a, ya qiie las resistencias a la religiim oficid todavía eran
muy fiiertes: basta con desenipolvai los dociirriciitos en qiie apai-e-
cen expresadas la opinión o las costiiriibrcs d e las clases popiilares
para darse cuenta del gran abismo cxistcnte enti-e lo qiie la Iglesia
predicaba y la religióri vivida por la inmensa mayoría.
N o obstrzrite, a pesar dc que diirante mucho tiempo siguió
practicáridosc <:l juego en el interior de las iglesias; d e que n o to-
dos los sacerdotes vestían la ropa talar; d e que, e n caso d e peligro,
las comadronas bautizaban a los recibn nacidos aun rio contando
con la autorización del obispo; de que eran riurrierosas las parejas
que convivían bajo el misnio techo sin liabcr cumplido con los re-
quisitos matrirrioriiales acordados en 'l'rento, etc., es decir, a pesar
de que la Iglesia rio lograba imponer sobre sil grey el dominio al
que aspiraba, lo cierto es que la infliiencia d e los nuevos decretos
trideriti~iosempezó a sentirse como una presión creciente que se
rriaiiifcstí) sobre todo e n el adoctrinarniento d e grandes masas de
poblacióii. ( h n o asegiira el historiador 1Ienry krrieri, .<amedia-
dos del siglo >;VI una gran parte d e los cristianos viejos [...] n o co-
nocían el Credo ni otras oraciones básicas de la Iglesia; a fines del
siglo XVII esa ignorancia era iriapreciablc.>~"'
Una de las Coriilas qiie adoptó el adocti-iiiamicnto postridentino
dentro de la canipaiia contra esa religiosidad popiilar qiie n o esta-
blecía una disliricióii clara critrc lo sagrado y lo profano (todo lo eri-
canii~iadoa la supcr\-ivcricia se consideraba d e algíln moclo sagrado,
p toda la cultura popillar se hallaba básicamente construida parci fa-
vorecer la supervivencia) fiie la liicha contra la Ilaiiiada sz~íJmtzción.Era
Cste un termino qiie la Iglesia había utili~adodesde antiguo, cuyo uso
se fiie ampliando v exteiiclierido cada vez más para referirse a
creencias y comportamientos muy diversos, ya que a finales del siglo
XVI incluía tanto a hechiceros, curanderos o adivinos como a qiiie-
nes ponían su confianza en los consejos dados por los niisnios. Tam-
bién se consideraban supersticiosos los clérigos que se apartaban
del ritual ordenado por la Iglesia. En realidad, esta intentaba nio-
nopolizar todo knómcno que rozara la sutil frontera con lo sobre-
natural, lo maravilloso o, simplcrrierite, lo extraordinario mediante
su sacralización, lo cual implicaba la apropiación de dicho tipo de
fenbrrierios, así como la traducción de una sigriificativa parte de la
realidad al lenguaje eclesiástico. En sil afán por hacerse con el con-
trol y la adrniriistración de lo sagrado, cualquier muestra de poder
excepcional que no se hallase en manos de los representantes de la
Iglesia, o qiie fiiera intcrprebda por éstos de forma dikrente, coris-
tituía una suerte de competericia que intentaba frenarse mediante
su prohibición y su calificación corno supersticiosa.
En las constitiiciones sinodales de la mayor parte de las diócesis
aparecía incluido un capítulo titulado De ~ortzlC@sen el que se de-
nunciaban las rriás variadas formas de siipersticih. N o siernpre se
repetía el mismo texto; cada sínodo provincial hacía hincapib eri a s
pectos diferentes, aunque siempre deritro del rechazo de cuanto se
hallase relacionado con lo que hoy en día incluiríarrios dentro de
la magia. 1Jn ejemplo de dichos capítulos, en el que se incidía e s
pecialmente sobre la importaricia de la supervisión eclesial para
distirig~iirentre lo qiie era supersticioso y lo que no, es el Titulo
XXYIIJ de las Conslili-cc.io.nesS i n o d u h del nhi~pndode Tmud (le 1627:
xi
Sinodola ( I d Obis~~(/cdo
O'~~r~slilucionrt tlr ii)ru~/(I627), Zaragoza, Pedro Ca-
harte. 1628. Biblioteca LTriiversitai-ia rir Zaragoza (BUZ). D. 25-19, rol. 248.
184
Dicho capítulo constituía la,jiistificación teórica para la perse-
cución jiiclicial de la supersticibri en cada diocesis. Pero, al igual
que vimos al hablar de la Inquisición, para que la actividad de los
jueces fuera efectiva se hacía necesaria la colaboracibn del pue-
blo. La justicia episcopal se ayudaba de comisarios, que no eran
otros que los párrocos de determiiiadas aldeas; a diferencia del
Santo Oficio, no coricaba con un cuerpo especial de espías como
eran los llamados jamiliarts, pero todo cristiario estaba obligado a
denunciar a quienes hubieran ido en contra de alguna de las le-
yes aprobadas en el sínodo provincial. Para divulgar entre la po-
blación el contenido de las constitiiciones se redactaba un edicto,
el llamado Edicto de los Pi~cudos,que debía scr publicado cada año
el prirrier domingo de (haresma. Este era el período que la Igle-
sia consagraba especialmente a la periitericia. Según el edicto del
obispo de Barbastro, Doii Íñigo Royo,
«En todo tiempo, y particularmentr en rsie Santo de la Qia-
resma, que para cllo principaln~enteinstituyo la Iglesia Koniana, t<b
dos tierieii obligacion dc confessarse, y arrepentirse de sus prcados,
ha~ieridopenitencia dcllos. Y como los publicos sean mas gravrs
[...] y asiriii~rriocausan escandalo [...] y a Nos, como a pastor, [...]
toque y obligue m i r a por la salud dc nucstras obejas [...] castigan-
do los pecadores inrorregibles y rebeldes y obstinados, [...] porque
podamos aplicar el remedio en lo que hwiere necesidad: A vos los
sobredichos y a cada uno de vos dezitnos y extior-tiirnosy amoncs-
tamos quc todos los que supieredeis o Iiiivirrrdrs entendido algu-
na de las cosas infra.escritas [...]las manifesteis ante
11corihiuacibri seguía una lista de todo aquello que los fie-
les dcbían denunciar. Gracias a los edictos es posible conocer el
tipo de cuestiones que rriás preocupaban a los obispos, ya qiie
eran avisos dirigidos al conjunto de la población. i1 diferencia de
las constituciones sinodales, donde se detallaban todos y cada
uno de los aspectos de la vida cotidiana que debían ser regulados
por la Iglesia, los edictos se limitaban a resaltar los comporta-
mientos qiie merecían especial castigo. Entre Cstos figuraban
siempre el amancebamiento, la blasfemia, la usura y, no siempre,
pero sí muy a menudo, todo lo que se eiiglobaba bajo el tCrmino
superstición.
Las coridcnas de tales pecados, cuya gravedad consistía priri-
cipalmente en el hecho de ser corisiderados públicos y por ello
motivo de gran escándalo, no sólo figuraban en las constitucio-
nes sinodales y en el edicto que se daba a conocer anualriiente.
Otro medio utilizado para promover las denuncias de los misrnos
era la lectura del llamado Edicto de Irisita; como el mismo nombre
indica, sii publicación tenía lugar durante las ijisitas pastorulrs
que el obispo estaba obligado a hacer a su diócesis c.ada arlo,
aunque realmente -la1 y como ocurría con las visitas inquisito-
riales- dicha periodicidad no se cumplía casi nunca. Tampoco
era siempre el propio obispo quien efectuaba personalnierite la
visita, sino que en ocasiones actiiaban en sil norribre los llamados
vi.~itadores,los cuales eran nombrados jueces delegados por las
numerosas atribuciones qiie tenían asigriadas. Antes de recorrer
la diócesis, acoinpaiiado de un fiscal, un nola-io y un rinncio, el
visitador-recibía el itinerario a seguir de nianos del obispo; en él
figuraban algunas anotaciones referidas a ciertos pueblos en los
que había que hacer una iiivestigaci6n detallada de algún aspec-
to concreto. La visita era aniinciada previamente en cada lugar
mediante dos cartas del obispo: una estaba dirigida a los curas y
capítiilos, y otra, a los jiir-ados. El objetivo de la misiva enviada a
los eclesiásticos era que tiivierari preparados todos los materiales
de la Iglesia qiie iban a ser irispeccioriados. En cilanto a los.jura-
dos, su fimcióri era la de anunciar la visita al pueblo para que
i ~ l e r aprovisto el hospedaje y todos se hallaran dispuestos a estar
en la iglesia cuando el visitador llegara y leyera el edicto.
,:En qué consistía exactamenLe la visita pastoral de una pobla-
ción cualquiera? Hay que tener en ciienta qiie a lo largo del siglo
XV1 las visitas fueron haciéndose cada vez r r i h prolijas, tal y como
reflejan los textos que se han conservado y que dan cuenta de las
rriismas. Aun así, todas ellas constaban básicamente dc la lec~ura
pílblica del edicto; la visita de las iglesias, hospitales, ermitas y ora-
t o r i o ~de las casas particlilares; y, por último, la llamada zirita serre-
ta, que es la que a nosotros más nos interesa por sil r-eperciisióriju-
dicial, ya que no era sirio una autkntica iriquisici61i o investipcióri
acerca de la vida de los habitantes del lugar. El medio ~ltilizaclopa-
ra lograr la información deseada cra la insistencia sobre la obliga-
ciGn que todos tenían de denunciarse unos a otros Dar el bien d e
la Iglesia; transmitir dicha idea era el principal corrietido de los
Ediclos de V i d a . Según el qiie h e leído en la diócesis de Tarazona
en 1548,
*Los peccados pirblicos corriiinnlenii son e deven ser extima-
dos por mas graves e muy peligrossos, y i r 1 mucho mas daño y de-
trimento de la consciencia del prelado si disirnula ? no hace toda
su devida diligencia en los corregir y castigar: Por ende, asi por
descargo de niiestra conciencia como por lo que toca al bicn y sa-
lud espiritual d e nuesiras almas y conscicncias, lo que debeys y
sois obligados a dezir es L.. ]
La priiriera parte del edicto se dedicaba a repasar la vida d e los
clérigos; había qiie aciisarlos e n caso d e quc n o ciirnplieran bien
con su ministerio, o si daban nial ejemplo con sil coinportamieri-
to. A continuacióri se hacia mención de los seglares, incidiendo
especialrrieritc sobre si sabían de alguno que hubiera cometido
delito de herejía, siiperstición, sacrilegio, blasfcmia, amanceba-
miento o usura. El párrafo dedicado a la siiperstición decía así:
~ E s s oiriisriio si sabeys de algunas personas hechizrrias, erican-
taderas, agoreras, soriilegas o quc saben y usan hazer ligatiiras, riia-
lcficios, encantainientos, conjuros, cnxalnios, santiguando de rrial
dc ojo o cortando el h a ~ oo, segando ia rosa, o mal de culehrilla, o
encomendando el ganarlo y las citi-a.;cosas perdidas y entrando rri
cercos usando d e adevinos, prokriericlose a dczir las cosas perdidas
o qiie estan por vcnir. O si sabeis d e alguno.; que tengan algunos li-
bros d e corijiiros, supersticiones, heregias, o qirr esteri reprobados
en derecho o poi. la iglesia, o que traFn algunas iiorriirias breves al
cuello, o en oiria parte, las vcngais exhibiendo e riiosiraiido para
que sean visras y exainiriadas, y si son buenas catholiras o no.,,"
El mencionado edicto tuvo éxito; tal y como piiede leerse e n
las anotaciones sobre la visita pastoral d e aquel aiio, tras su lectu-
ra fueron presentadas varias denuncias contra una riiujrr; Catali-
na la Milanesa, que fue acusada de hechicería y de brujería (co-
rno sabemos, la distinción entre ambas era solamente percibida
por los expertos tratadistas que se ocupaban clel terna y n o por el
grueso d e la poblacióii). Según constaba en la deriuricia presen-
tada por el agujetero Juan Miinnoc, Catalina había practicado la
rriagia amorosa (4htlielina la niilaricsa [...] havia hecho cierta
echiceria a la muger clel dicho sastre para hazer venir dicho su
marido que estaba abseriten); por sil parte, Garcia de Alniacari, tr-
jedor de liemos, manifestó haber sido curado (erisalrriado) poi- la
acusada d e dolor d e muelas y, a tenor d e las declaraciones d e Pe-
dro de Elvira, se hallaba corriímrrieritc admitido que Catalina era
xensarmadera publican. Hasta ahí las acusaciones d e hecliiccría.
Pero, adenilis, el rnismo Juan Munnoc aseguraba,
q i i c Joan Peres, yerno de la dicha p l i a n a , dixo y conleso a ri-
te deposantc que una noche. estarido r r i Agreda, ya que se queria
acostar, lo hizo vcnir su suegra a esia ciudad con una hcchizeria, y
Xí
Edicto de visita dcl ohispo d e Tai-a~oiia,,Jiia~i Goiizález dc Miiii6hrega. 111-
cluida cn la visita pasroral del aiio 1548. ALYI', (1. 7, 1 .cs. 5, 11226,
hls. 3-6.
'"biduni. fol. 5.
que lia\,iavenido cn aire, sin tocar pies eri suelo [...] y que se lo con-
to a ellos y le.; dixo esto: la bellaca de mi suegra lo ha hecho con sus
artes, que y o la tengo por una grande broxa y liechizera.~~""
Así pues, como decíamos al principio, la italiana era acusada
no sólo como hechicera, sino también como bruja. Ello revelaba
la mentalidad de la gran mayoría, para quien dichos adjetivos
eran utilizados más como insultos que como definiciones propia-
mente dichas, y para quien la posibilidad de realizar hechos con-
siderados tan extraordinarios como curar o conseguir cl amor de
alguien, se asociaba facilmente a prodigios tales como el de poder
volar o hacer volar a otros.
1)csconocemos lo que ocurrió después. Acerca del paradero
de (htalina sólo se conservan las denuncias, así corno una breve
mención a la intervención del Santo Oficio, por lo qiie supone-
mos que f ~ la~ Inquisición
e quien acabó por hacer-se cargo del
caso. De cualquier modo, edicto y denuncias eran dos hechos iri-
separables. Tal y como ocurría ante la lectura de los Edictos de
Gracia inquisitoriales, eran muchos los que corrían a autode-
nunciarse aritc el obispo o sus represeritaritcs tras la lectura del
Edicto de Visita, antes de que otros vecinos lo hicieran, espe-
rando así ser perdoiiados y no incurrir en la ternida excomii-
nión. En otros casos, el poder de la fama pública era tan fuerte
que, más que como una acción voluntaria, la autodenuncia podía
llevarse a cabo como una reacción ante el temor de un castigo in-
minente, tal era la influencia y la autoridad que la Iglesia demos-
traba ejercer sobre la conciencia de muchos de sus fieles. Un
buen ejemplo de la actitud descrita es el testimonio de la corifc-
sión de amancebamiento hecha por Jaime Pérez en 1594 ante e1
arzobispo de Zaragoza, Alonso Cregorio, quien por entonces se
hallaba realizando personalmente la visita pastoral a la diócesis:
<.Epila.A quinze dias del mes de septiembre de mil quinicn-
tos noventa y quatro alios, estando su Señoria Ilustrisinia eri visi-
ta de la villa de Epila, anie la presencia de su Ilustrisiina wrripa-
recio Jayrnc Perez, vezino del lugar de Urrea de Xalon, el qiral,
sierido preguntado por su Ilusirisirria cerca dc lo que se ha reve-
lado c«riforrne a los edictos de visiia que se publicaron en la pa-
rrochial de dicho lugar de Urrea de Xalon de que csta infamado
con Pascuala del Cosao [...J dixo qiie es verdad que entre los dos
ha avido amistad dr ires arios desta parte. y que de la amistad que
entre los dos ha avido hii riascido un niiio [...] y que en el lugar
estan escandalizados destr negocio y se rriurrriura del, y quc esta
aparejado de enmendarse de aqui adelarite.~~'"'
Tras la comparecencia de los infractores, lo 1112~común era
que cl obispo, o el visitador en su noiiibre, expresara solcrrinc-
mente la prohibición de repetir el corriportarriicnto denunciado.
Dicha actuación se conocía como mandato o n m ~ d n m i ~ n t así,
o ; los
mandatos constituían una fase intermedia entre las coristitucio-
nes siriodales y los procesos judiciales, los cuales se iricoabari so-
lamente en los casos en qiie se hubiera hecho caso omiso del
mandato episcopal o en aq~kllosconsiderados especialmente gra-
ves. En el ejemplo anterior,
%SuIlustrissima le mando que, so priia de esco~riuriiony de
cien ducados para gastos fiscales y de guerra coritra infieles por
cada vez quc contravinicre a lo que aora se le nianda o parte de
ello, rio entre en casca dc la dicha Pascuala del Cosso, ni de Iiigar
que ella entre en la suya del, ni dcbajo de un cubierto ni otro lu-
gar sospechoso, ni la Iiable a solas en piiblico, ni en secreto, ni la
envie recados, ni aya entre ellos otra corriunicacion chica ni gran-
de, para que cese el escandalo que dello resulta [...] el qual acep-
to de muy buena gana este dicho niaridato.*'"
Según la solernric bula coricedida por el Papa Sixto 17, los obis-
pos, al igual que los inquisidores, debían ocuparse de modo muy
especial de la pcrsecucióri de todo tipo de supersticiones. La tri-
ple labor ericomendada consistía en indagar acerca de las mis-
11r2
Bula Codi rl I h r c ~ otorgada
, por e1 Papa Sixto V cn 1585 contra la astrolo-
gía y la superstición. En palabras dcl historiador Herrry Charlcs Lra. <<enclln de-
nimciaba la astrología y todas las clerriás clases de adivinaciiiri, todos los ericanta-
riiientos mágicos. la itivoraciiiri y consiilta al demonio, el abuso de loa sacrarnciitoa,
cl pr-elesidido apresa~riieritodc deirionios c11 anillos. espejos p redornas, la obte~i-
cióri de rcspueslas de mujei-esdenioniacas, lisifáticns o fariáticaí; y orderiaba a todos
los prelados, obispos e inquisidor-eaperseguir diligentemente y castigar a los culpa-
bles.>>1,a bula rlo fue hirn acogida poi- la Iriquisicióri, quizás por temor a la conipr-
mas, instruir procesos en su contra y finalmerite aplicar un casti-
go a los culpables de practicar lo que aparecía definido como
«dañadas, vanas, eiigariosas y perniciosas artes y sciencias,,"". No
todas las fases prescritas por el pontífice se cumplieron, sin em-
bargo, con igual celo. Por los tes~irrioniossobre la actuación de
los obispos en territorio aragoriis sabemos de la diligencia en la
bíisqiieda de intormación, del menor interés por el procesa-
miento y de la casi inexistencia de castigos proporcionados a la
supuesta gravedad de los delitos descritos.
Sin descartar la posibilidad de que en el fut~irose hallen nuevos
procesos, los localizados eri Aragón hasta el rriorricnto son tan esca-
sos corisiderando la exterisi6n del territorio y el amplio límite tern-
poral al qiie nos referirnos, que hemos decidido incluir tarribih en
nuestro estudio los incoados a lo largo del siglo X\íII puesto qiie,
además, la casi totalidad de los rriisnios se enmarcar1 dentro de las
dos primeras décadas de dicha centuria. Con todo, la suma total de
procesos es de cuarenta y dos, cifra incomparablerriente menor que
la arrojada por las causas provenientes del Santo Oficio. Sólo entre
1497 y 1610, sabemos de la existencia de riovcnta procesos iiiquisi-
toriales y el elevado riúmero de los niisrrios constituye uno de los
principales motivos para excluir del presente trabajo los correspon-
dientes al siglo XWI. A q í como poseerrios abundantes noticias de la
persecución de la brujería y la superstición por el tribunal inqiiisi-
torial de Zaragoza a lo largo de todo el siglo X\l (y aun desde fina-
les del XV), la justicia episcopal concentró su actuación en las últi-
mas dicadas del siglo XlrI y comienzos del XViI, lo que coincide con
el niayor auge de la «cara de brujas. en el resto de Europa. Sólo he-
mos hallado un proceso episcopal anterior a 1560: el abierto en
1308 contra.Juari Gabriel por hechicería, sortilegio, riig~ornanciae
invocación de demoriios. Ello no debe extrañarnos si tenemos en
cuenta que, así corno la Inquisición había resiirgido cori fuerza a fi-
nales del siglo Xl;, la organizacióri diocesana se encontraba muy des-
cuidada en toda la península hasta que la recepción de los decretos
tridentirios imprimió u11 nuevo dinamismo a todas las actividades re-
lacionadas con los obispos, entre ellas la,judicial.
Otru hecho que sorprende a la vista de los procesos es la irie-
xistericia de causas procedentes de los Obispados de Jaca, Tarazo-
tcncia de lajusticia cpisropal, y por- ello sil publicación eii castellano sc posteigi, tias-
ta 1612 (vrasc Hriir-y Charles LFA.Hi~toriu(IP la Inyuiciticin c~.~,fml,arjrilu,
vol. 111, p. .577).
No obstante, en el Obispado dc Tararoria sc conserva iiiia versión mariii.;crita y fe-
chada a 10 de octiibr-e de 1586. lo qiic rriiics~r-ariria vez m i s I ; i pi-eucupacióri d r los
ohispos ar+yneses por cste géiier-o de delitos (véase ADT, C. 7, Lig. 7, n5).
LOS
VCase la Bula citada.
ria y '1Crisel. cuanto al tribunal de la sede jacetai~a,iin motivo
liipotktico que podría explicar dicha ausencia es el gran interés de
la justicia seglar por. la perseciicióii de la brujería en aquella zona,
así como la rapidez con la qiie actii6. Como tendremos ocasión de
comprobar eri la relación d e los procesos instruidos por los jueces
seglares eri Aragón, la mayor parte d e ellos tuvieron l ~ ~ g en a r lo-
calidades pirenaicas deperidieritcs d e la diócesis d e Jaca. No obs-
tanle, aunque dicha explicaci0n fiiera válida, n o sería suficiente ya
que, en primer lugar; los datos sobre la actuación de la jiisticia se-
glar son muy incorripletos (con toda seguridad, además de los cori-
servados, f~serorirriuchos más loi procesos seglares incoados eri
Aragón por brujería) y e n segundo lugar porque, por lo general,
la jiisticia d e los obispos solía ocuparse más de delitos relativos a
las supersticiones en u n sentido arriplio que d e la brujería propia-
mente dicha. cualquier caso, n o seria clescabellado pensar en
un desiriter6s real de los obispos jacetanos por la persecución de
dichos delitos teniendo e n cuenta la actuación judicial de otras
diócesis como Albarracíri o Barbastro, donde solarriente se han ha-
llado en ambos casos tres causas en el lapso de dos siglos.
Por lo que respecta a la diócesis d e Tarazona, n o hemos eri-
coiitrado rlirigún proceso, pero sí uria copia manuscrita de la bii-
la ya citada que Sixto V prorriulgó en 1586 e n contra d e la astro-
logía y la siipersticiór~.Contamos aderriás con la denuncia de
(Iatalina la hGlariesa, qiie e n 1348 fbe acusada de hechicería por
varios vecinos al visitador del obispo de Tarazona, auriquc final-
rrierite terminó siendo juzgada pc,r el Santo Oficio"". Ello revela
a primera vista uri rriayor interés por la información y el cuidado
pastoral que por la activiclad,juclicial. A diferencia d e las otras jiis-
ticias (iriquisitorial y seglar-), cuyo único fin consistía cri juzgar, la
carea principal de los obispos estribaba e n la predicación y el
adoctrinaniieiito, y por ello no siempre la iriforrnación acerca de
los pecados o delitos cometidos eri su diócesis tenía como rcsiil-
tado el enjuiciamiento de los afectados.
Eri cuanto a la diócesis turolense, según el Edicto dr lo.c P m ~ d o ~
de 1588, que figuraba e n las Constitucioiies Sinodales de 1627,
era obligacióri para todos los fieles acudir al obispo, vicario gcne-
ral o visitador «si saben que algunas pcrsonas inducidas por cl De-
monio sean Rriixas, o IIechizcras, y traten y usen dc hechi7erias,
supersticiones y ericaritaiiiientos, con obras o palabras, e n gran
1111
1.548. IZDT
Visila pastoral dcl ohispo d o n , J i i a r i Goiizálrr d r Mtiii6hr.e~;~
C. 7 , k g . 5 , n u 26. k~l.76.
desacato d e la honra d e Dios.>>"'"
Pero a pesar de la preocupación
por el prublcrna manifestada por los prtlados tiirolenses, n o he-
rnos hallado hasta el momento riirigún testimonio d e la persecii-
ci6n e n todo el obispado. Hemos de deducir, por tanlo, que la ac-
tividad de la justicia episcopal en relación cori los delitos de
brujería y superstición debió de ser rii~icfiomenos intensa qiie la
llevada a cabo por la Inquisicióri y por la justicia seglar.
A diterericia de los procesos iriqiiisitoriales, en ninguna d e las
caiisas episcopales apartce mención alguna a supersticiones jiidai-
cas y auriqile tres de los reos eran nioriscos, dicha circiinstancia no
pareció influir en el ánimo de los jueces a la hora de dictar serileri-
cia. Ello revela el distinto carácter de la persecución episcopal con
respecto a la inqi~isitorial:evidentemente, el Santo Oficio se hallaba
más ericarriinado a conseguir deteriiiiriados objetivos de índole po-
lítica y social que propiamente religiosos. Otra diieseiicia serisible
en comparación cori las causas inquisitoriales es la iniposibilidad de
establecer uriri clasificación qiie divida a los reos por brujería de los
juzgados por otro tipo de supersticiorics. Si bien es cierto que en al-
gunos procesos episcopales aparecen aciisaciones de br~ijería,estas
no siempre se corresponden con el prototipo clásico qiie incluía
pacto cori el demonio y asistencia al aquelarre. Por lo general, las
rriiijeres aparecían deno~riiriadascomo brujas y hechiceras, rriieri-
tras que los hombres eran calif cados íinicaniente de hechiceros o
nigroinarites. No obstante, ello no significa que los hombres nunca
fueran considerados brujos. Dicho tbrrriino, que aparecía aplicado
más bien conlo un insulto, se reservaba para ciertos iridividuos con-
siderados daiiirios por toda la comunidad. Eri resumen, podeinos
afirmar que, aunque en determinados casos se hiciera uso del tér-
rnirio hujmia, la mayor parte de los procesos episcopales no f~ierori
iricoados por dicho crimen e n uri sentido estricto, sino por el de su-
pmtición, que poseía coiiriotaciones mucho más aniplias.
Al igual que ocurría en las cansas inquisitoi.ialcs por siipersti-
ción, el riíiiiicro total de procesos iricoados a varones (23) es sii-
pesior al de caiisas contra rniijerrs (18). Dichas cifras son relativas
si tenemos e n cuenta que, así como las aciisaciones contra varones
eran por lo corriúri individuales, una acusaciGii contra tina mujer
llevaba consigo c.on frecuencia rrik y rriás aciisaciones contra otras
niiijerrs relacionadas con aquélla, ya fiiei-a por vínculos fiirriiliares
o de simple aniistad. Ello acrecienta el núniero de reos femeninas,
pero no el de casos o de situaciories conflictivas. Un buen ejemplo
de ello fueron los graves enfrentamientos que tuvieron Iiigar en
1.591 en la localidad turolense de Peiiarroya de Tastaviris; corno
consecuencia de los rnisnios fueron iricoados cinco procesos a
otras tantas mujeres, cuatro dc ellas pertenencientes a la misma fa-
rriilia y acusadas de brujas y hechiceras. Siis juicios h e r o n final-
mente sobreseídos, pero arrojaron un total de más de 550 folios
repletos de investigaciones por parte del tribunal del arzobispo de
Zaragoza sobre un conflicto que afectó tanto a hombres corno a
mujeres, aunque sólo estas íiltimas figurasen conio acusadas.
Una parte significativa de los varones,juzgados por superstición
pertenecía al clero. Así, por ejemplo, cirico de los sicte reos apresa-
dos por tal delito eri cl Obispado de Huesca eran presbíteros. Como
ya señalamos al hablar de la Inquisición, ello se explica por la supe-
rior formación cultural de dicho colectivo, su farriiliaridad con lo sa-
grado y, lo que quizá h e r a más iniporrarite desde cl punto de vista
de la justicia episcopal, la posición de poder que les proporcionaba
el cargo quc dcsempeiiaban. En ciertas ocasiones, el motivo para la
persecución de los eclesiásticos h e irenar los posibles LISOS sobre
el resto de la población; en otras, controlar una actuación que mii-
clias veces no sc diferenciaba en nada de la .<religiónsupersticiosa)>
del pueblo, y como la consideral~anlos obispos.
Aparte de dichas observaciones sobre los reos y la cronología
de la persec~ición,y aparte de la actitud de los obispos (para la
que reservarnos un capítulo específico), no es mucho más lo que
puede generalizarse sobre la persecución episcopal de la brujería
y la superstición en el territorio aragonés. Corno ya apuntábamos
anteriorniente, uno de los priricipalcs rasgos de la misma consis-
tía precisamente en su variedad y en la capacidad de adaptación
a cada caso concreto. Dicha variedad puede advertirse ya en el
origen o punto de partida de las causas crirriiriales. La mayoría de
los procesos se iniciaban a partir de nna denuncia o delación; así,
en el incoado a Francisca Castán, uno de los testigos declaraba
que un enemigo de la acusada,
ehahia venido de propossito [...] a esta ciudad de Caracoca
[...] a deriimciar y dar queja contra la dicha Francisca Castan, y
que habia procurado la prendiessen y que eiiiibirsse presa, corrio
de presente lo esta en las carceles arcobispales [...] para salir con
ello se habia gastado inuchos reales.*"'"
10ti
Proceso contra María Tolóri y Fraricisca Castán. Peiiaflor. 1609. ADZ, C. 5-
10, fol. 2M-i
A pesar de que los encargados de la,justicia episcopal actua-
han de oficio, realizar una denuncia costaba dinero. En opinión
del abogado defensor de Pascuala García, Pedro Guillén y sus
allegados (conocidos como los Giiillenes) habían tramado toda la
persecución, incluidas las acusaciones de brujería y licchicería.
Para ello habían buscado al notario de la curia, que llevaron al
pueblo para que tornase información, el cual no había querido
proveer nada sin que le diesen fianzas para pagar las costas del
proceso, que dichos Giiillenes aportarían. Según uno de los tcsti-
gos que declararon en defensa de la acusada,
« ( : o r n o 10s dichos Guillcncs son poderosos y ricos, se ajuntari
y hacen im ciivrpo coritra qualquierc persona a quien conciben
odio y mala volimiad, especialeniente si cs pobre.,>'"'
Pero tales denuncias (que coincidían con un tipo de compor-
tamiento qiie ya vimos al hablar de los procesos inqisisitoriales)
no eran el único medio por el que podía iniciarse una causa epis-
copal. Se conservan dos procesos, completamente diferentes eri-
trc si, cuyo origen, en palabras deljuez, fue uria reuelarión, que no
acusación. En el primero de ellos, incoado en 1591 por el arzo-
bispo de Zaragoza a Pedro de Salanova por hechicero, riigro-
rnante y ~upersticioso"'~, su propia riiyjer había acudido al palacio
episcopal para declarar que él no trabajaba y que era ella quien
le mantenía (adobando *calcas a la puerta de Toledon), que él
era bearnés y dc su tierra se había traído ..unos polbos [...] para
caminar [...] qiie le parecia eran de la yerba falagucra [...] que tie-
nen estos polvos una propiedad, que tocando a la muger en la
mano cori ellos sc ba la muger tras del hombre>),que adivinaba
por rricdio de un espejo (-que hay un espego en esta ciudad que
lo ha visto el y se ha mirado alli en donde se vcc todo lo que cada
uno haze, aunque este fuera de aqui, y que en su tierra hay otro es-
pejo como este.>)y que sc dedicaba asimismo a buscar tesoros cori
la ayuda de ciertos papeles. Según la esposa, su riiarido no sólo era
vago y hechicero -dos de las peores acusaciones en la época-,
sino que además la engaií;zba ( q u e en la presente ciudad vive
amancebado con una muger valenciana,,), e iricluso podía corisi-
derarsc un hereje ya que, según los términos de la reuelacion,
<<tiene
por cirrro qiie r i o sabe las oraciones porque nunca se
las a oydo dezir y que algunos diaa liaze como que esta malo y de-
Iilí
Proceso contra Pasciiala García y scis iriujcrcs más. Hri-rrn tlr los Nava-
rros. 1572. Al>%,C. 48-12, Sol. 1 7 3 ~ .
IOX
Proceso coritra Pedro de Salaiio~a.Zarago7a. 1591. ADZ, C. 37-20.
xa de oyr iriissa algunos dias de fiesta, y mas, le dizc a esta r e s
pondiente que si se va a confcssar, ansi que lc absuelva el confcs
sor, no por esso queda perdonada y absuelta si el marido no le ab-
suelve, assi que ha de venir de rodillas a pedir al marido perdon,
y entonces queda absuelta.»""'
Hasta ahí podría afirmarse que, salvo el hecho de denominar
rwelación a unas acusaciones que evideriterrierite eran fruto del
despecho, el proceso no se diferenciaba de muchos otros. No obs-
tante, la resolución del coriflicto tomó uri cariz bastante original.
Sin qiie mediasen otros testimonios fuera de los aportados por los
dos niieriibros del ~rialrirrioriio(más tarde fue iritcrrogado el pro-
pio Pedro de Salanova, qiie negó buena parte de las inciilpacio-
nes), el juez decidió eludir la sentencia y trasladar terriporalrrieri-
te la responsabilidad del perdón de dichos delitos a dos fiadores
que jurarori restitilir al acusado cri el plazo de un mes bajo pena
dc cincuenta escudos. Finalmente, como si de una comedia del
Siglo de Oro se tratara, anibos esposos se preserivaron arile el tri-
bunal, se reconciliaron y comprometieron a llevar tina nireva vida
a partir de entonces:
.Et cum his, ante el dicho Señor Oficial, parecieron el dicho
Pedro Salanova y María García y prometieron de vivir de oy ade-
lante como buenos y verdaderos coiquges, viviendo como tales y
hebitando entre si riñas y diserisioties y ad iti virerri ei vicwersa sr
perdonaron de todas las irijitrias Iiasiii el presrriir dia de oy, ex
qilibiis, eic.nl'"
La segunda de las rpuelan'unrs provocó en 1398 el enjuiciamiento
de uri saludador o saritiguador con dotes de adivino, quien ya en
1584 había sido advertido mediante un mandato del arzobispo de
Zaragoza de que si continuaba con sus curaciones ilícitas recibiría
corno perla, aderrias de la obligada excomunih, el pago de una
multa de 50 ducados y 200 azotes. Dicho mandato se produjo con
motivo de la visita del arzobispo Aloriso Gregorio a la localidad tu-
rolense de La Peña del (lid, que se hallaba incluida dentro de los li-
mites del arzobispado. En 1398,y como consecuericia de una nueva
visita pastoral (en esta ocasión a La Alrriuriia), uri kiorribre que que-
ría asegurarse de si su mujer era o no bruja, había confesado haber
acudido varias veces a La Peiia del Cid en busca de los corisejos del
adivino, cuya fama había llegado a sus oídos desde Blesa. Así, según
constaba en el proceso qtie finalmente le h e incoado al saliidador,
*I'.sterevclantc es casado en [...] Viicaya cori Catalina Lopez,
teniendo sospecha dc si era bruxa, porque de su madrc della se
drzia qrir l o era, para saberlo, estando en Klrsa y diziendole al-
gunas gentes que i i r i hombre de La Peña del Cid que se llama Jai-
me Royo ei-a adivino, fiie alla y Ic conto su intriiio.~~"'
Tarripoco en esta ocasión se trataba de una denuncia propia-
rnente dicha, sino más bien d e la contesión ante los represeritliri-
tes eclesiásticos de iiri estado d c perplejidad que Iiabia llevado al
mismo rmelcmte a dcpositar su confianza primero eri un saliidador,
cuyas prácticas eran condeiiadas por la Iglesia, y despues e n la m i s
rria Iglesia, ya que tras la corifesibn o rrn%nleln~ión
había expresado su
deseo de <.saber lo que esta obligado hazer e n coricieiicia~~.""
Eran miiclias las formas e n que podía iniciarse irn proceso
episcopal. En el incoado el ario 1591 a Domingo Agiiilar, el ori-
gen h e la cornpareceiicia del propio Domingo ante el r-epresen-
tante del arzobispo pidiendo una licencia para curar: No sólo le
fiie denegada sino que, tras ser interrogado acerca de sil manera
de actuar con los enfermos, su modo d e curar se declaró <<vano,
supersticioso y contra religibri y prohibido por todo el derecho di-
vino y humano y [...] invencion del diablo y muy perniciosso a la
Republica,,, motivo por el cual Domingo acabó siendo condena-
do a someterse a la vergüenza pública en la iglesia parroquia1 de
Caspe, rezar u n rosario y pagar iina limosna"".
En cuanto a la fase probatoria, aunque por- lo general la justicia
de los obispos se basaba principalniente e n las declaraciones testifi-
cales, todavía persistían e n pleno siglo XVI pruebas irracionales" ' ta-
les como la llamada corripurgación canónica"'. Dicha prueba con-
11 1
Pi-oceaci coiitm Domingo Agiiilar. ( h p e . 1591. ADZ. C. 31-15. fol. 4. Vi,;\-
se tariibitn María ' h i sii I , -L>oiiiirigo Agiiilar, un hrc-hic-ri-o
raspolino procesado
por la justicia cpiscopal a finales dcl sigo ><VI*,(:LL/&IIIO (h/)»/ino\,17
d~i-~'st~idzo\
(1992), pp. 57-68,
1l i
Pedro DL LOS Á\(.FI.FS,eii sil oh;i Comn/,~ndiodrl o d t w j~rrlitiriljp r i t l i c c r d p l
tnhunol /lC ) . d i ~ i 0 ~L(.>. (Barceloria, 1702),dcdicah;~1111 capíliilo titiilado <,Dela piir-
gacioii caiionica., a ritr tipo d e prucba. Eri 61 contraponía lo qiic toiisidrr;~l>a iina
epurifiracióii del dcliion coii otras priichas ii-r;\ci(~~rialrs. Segíiri 511s propias pala-
sistía en que el sospechoso jurase sobre los Evangelios que nunca
había conietido el delito del que se le acusaba y que uri riuiriero
determinado de compurgadores jurasen a su vez creer que cl
reo decía la verdad. Los conipurgadores debían ser católicos,
probos y de la misma c o n d i c i h social quc el reo"". En 1536, los
presbíteros Miguel Raro y Jimeno de V í i ~habían sido acusados
en el valle de Broto, donde cumplían sil ministerio, de m s ~ ~ r e r o s ,
conciibinarios, perjuros, jugadores, reriegadores, et de broxeria
et poricoriyeria.. El asunto se resolvió sin ayuda de testigos rii de
otras pruebas eri la iglesia parroquia1 de Broto mediante el jura
mento de doce clérigos que, urio a uno, declararon a los acusados
«inmiines, inocentes y sin culpa alguna [...] en los dichos crime-
ries de bruxeria y p ~ n z o q a r i a . > ~ " ~
La criorrrie variedad patente en los procesos episcopales ara-
goneses sc advierte sobre todo si coiriparariios los incoados en
una sede del tamaiio y la irriportaricia del Arzobispado de Zara-
goza con los procedentes de otros tribunales establecidos en dió-
cesis rriás liuiriildes corno, por ejemplo, la de Rarbastro que, al Iia-
ber sido creada eri fecha tan tardía corno 1371, evidentemente
contaba con una tradición judicial rriucho rrieiior. Resulta de gran
iiiterks a este respecto la lectura y comparación de uno de los jui-
cios tramitados por la sede barbastrense con cualquiera de los
procedentes del tribunal ccsarauguscario; nos referimos concreta-
mente al proceso de 160'7 contra Joan Urlliac, uri francés afinca-
do en Farilo (Huesca), por practicar la adivinacih y haccr cori-
jiiros prohibidos. Dicho proceso puede ser consideraclo ejemplar,
ya que se resume en nn documento brevísimo (consta sólo de
ocho folios) y a la vez completo: conocernos el origcn de la causa
(una visita del obispado), aparecen cimtro testigos, un interroga-
torio al reo y la sentcricia.
bras: .Entre las excepciories del Reo porieri los Doctoi-es la piirgacion o piiritica-
ciori del delito L...] N o hago iiiencion d i la purgacioii que Ilarriari vulgar, iiiwri-
rada por el vulgo, como es el poriei- la riiaiio subre un yei-ro ai-dicndo y scinrjan-
Les; porqiir estas las repriicha cl 1)crccho por sir. unas, contra toda biieria ruori,
y otras, supersticiosis. La Carioiiica fire institliida por los yagrados Canories para
purpi.sr el Reo dc la infamia, e indicios que contra el tiari resultado de la iiiiur-
niacion.n (p. 226). IIe ahí la justificacióii para tina cortiiirihrc ii-racional qiie toda-
tía seguía iiiaiitcriihdosc por los tribunales eclesiásticos eri plerio siglo X17.
116
Vease Aiitoriio PÉi<ilzR l i ~ r í n . -La
, cloctriiia jiiridica y el proccso inqiiisito-
1-ialn,eii,[osé Antonio t:s<.rnpno (ed.), Pnfilr.7 ((IP la Inquzsicicin ril,(~riol(~,hladr-id, Ecl.
Ciiiversidad Conipluteiise. 1989. p. 317.
I l i
Proccsn contra Miguel Raro y,[imerio d c Víu. B r o ~ o 1532. . ADH, 1190223,
fbls. 15 y 21.
Quizá lo primero que llama nuestra atención es que fuera re-
dactado íntegramente en castellano; ello lo diferencia del resto de
procesos a los que nos lierrios reterido hasta ahora -tanto inqui-
sitoriales como episcopalcs-, que se valían del latín, al menos en
las partes correspondientes a las fórmulas jurídicas que debían in-
troducir cada nueva fase del juicio. Dichas fórmulas se ohviaron en
este caso. Pero no solamente desaparecieron las formiilas latinas
propiamente jurídicas, sino también otras, escritas en romarice,
que figuraban en la mayoría de los procesos estudiados como, por
ejemplo, las que se ocupaban del supuesto pacto o vasallaje con el
demonio, un recurso característico de las causas por brujería y su-
perstición que, en la incoada a Joan Urlliac, se vio reducido a la ex-
presión .hacia cossas que se sospechava eran con ayuda del de-
monio.>~"Wada de lo que aparece en esta breve causa parece
haberse dicho con anterioridad. Tanto la scncilla redacción como
la falta de mención a ciertas etapas procesales (aciisación fiscal,
clamosa, amonestaciones, elc.) contribuyen a l-iacernos pensar
que nos encontramos ante la esencia de lo que constituía una cau-
sa episcopal, esto es, ante la estructiira o el esqueleto de un pro-
ceso en lenguaje coloquial, algo que no lierrios Iiallado entre las
causas judiciales procedentes de otras iristituciones.
No podemos terminar este capítulo sobre los procesos episco-
pales sin hacer alusión a la existencia de algunas tjses judiciales de
gran iriterbs, que tampoco hemos descubierto en el resto de los
procesos conservados. Nos referimos principalniente a los inverita-
r i o ~de bienes, por un lado, y a las llamadas costas, por otro. La lis-
ta detallada de los objetos confiscados a un reo en el momento de
su detención no sierripre se incluía en todos los procesos. Sil pre-
sencia pudo ser un rasgo característico del T~ibunülde Zaragoza,
ya que Uriicarriente consta en tres de las causas tramitadas por di-
cho arzobispado"!'. Entre los objetos consigriados (muebles, ropa y
otros bienes) figiiraban a veces algunos relacionados estrechamen-
te cori las acusaciones formuladas al reo. Así, por ejemplo, eri el iri-
veritario de Pedro de Salariova se incluían tina espada, una daga,
papeles escritos y sortijas: ?se trataba acaso de elementos utilizados
para trazar círculos mágicos que ayudasen al acusado a conseguir
10s tesoros que aridaba buscando? Una pregunta muy semejante
118
Proceso contra Joan Lli-lliac.Farilo, 1607. ADB. Lcg. 34" f'd 1
'lY Nos rcferiinus a las causas iricoadas por cl Ti-ibuiial del Arzobispado dc
Zaragoza coiitra Pedro d c Salariova (C. 37-20), Catalina Gallego ( C . 28-32) c Isa-
be1 Gomhal ( C . 4427).
podriariios plantearnos con respecto al cordón cle San Francisco o
a1 rosario perteriecientes al iriverilario de Catalina Gallego, objetos
religiosos que fAci111ieritepasahari a coiivertirse e n protagonistas de
unas ciiraciones qiie los jueces consi(icraror1 supersticiosas y abusi-
vas, sobre todo teniendo en c i ~ n t alas tasas exigidas a los pacicri-
tes. Segíin las declaraciones d e varios testigos, (htalina ciiraba con
un rosario e n la mano y midiendo la zona daiiada bien a palmos,
bien con trozos d e cuerda. También liguraba iin rosario entre los
objetos secuestrxios a Isabel Gornbal; del inventario de sus bienes
podríarrios destacar deterrriiriadas sustaiicias corno polvos de al-
mizcle envueltos e n un papel, hojas de Iiicrbab~ieriaguardadas en
el fondo de una manga, piedra imán, cabellos humanos, tina higa
de azabache, iin pedazo de cuerno, etc.""
Otro documento de gran valor qiie, al igual que los inventarias,
sólo se conserva en algiiiios de los procesos procedentes del tribu-
nal cesaraugilstano, es el que reflejaba los castos o rmtns que oca-
sionaba cada causa. Uno de los mandatos presentes e n las Consti-
tuciones Sinodales del Arzobispado d e Zaragoza de 1698 decía así:
<<Que en todos los Processos. al tiri de ellos, se eicrivari las ros-
tasque las partes deviereri pagar locaritis a la bscrivania y lkrr-
chos de Seritericia...
En el Arancel de los Derechos n o puede sehalarse cantidad fija
por las cediilas o peticiones que dan los Fiscales o (kmsindicos,
qxies a estos se les deve satisfazer por las partes litigantes, segiin
el mayor O 111erior trabajo que e n su iormaciori y p r o s e c i ~ i o nde
la Causa li~iviereiipuesto.>>"'
No obstante, la niayoría de los procesos que han llegado hasta
nosotros carcceri de dicho dociiiiieiito, lo que q ~ ~ iindique
~ á s que
antes de finales del siglo XWI todavía n o era de obligatoria apari-
ción. Tal y como se expresaba en dicha constituciOn, n o existía
una cantidad fija para ninguna de las etapas procesales, ni siqiiie-
ra para pagar- al fiscal o al abogado defensor, ya que sus salarios,
corno el resto d e los gastos, clepenclían de las diligencias que la
c~ziisahubiera ocasionado.
Cn buen cjcrriplo d e costas procesales son las corresporidien-
res a1 proceso contra Isabel Gorribal, ta11ibiCri conocida corrio Isa-
1'20
Sobre las I i i ~ a sdc a ~ a b a c h ry los ciiri-nos d r ;iriiiii;il, v k i w C:oiicípci<iii
c ~ \ i\.fi~wo (1~1Puvhlo I < . p f ~ f i o lMadrid.
.Al \ K ( . ~ > uK ~ C I A N(,. i ~ I f j ! o pdv r ¿ » ! ~ t ~ v l du! , Ed. hfi-
~iister-iode Ciil~iii-a,1987, pp. 27-28 y 33-34.
bcl de Ribache"?. La tramitación de su causa liabia supuesto iin
total de 624 siieldos'", ilna cifra bastanle alta teniendo e n cuenta
que el costo de miichos procesos n o excedía los 100 s~ieldos"~. Di-
cha cantidad se clistribuy6 del siguiente modo:
(<Experisahir1 proccssu procuratorih tiscalis c o n t r a Elissabetani
Bihache.
Et p r i m o ohlata ...........................................................................
Apellido .. .......................................................................................
Deirlairda .... ...................................................... ...... .....................
InPorinaciori s u m a r i a .................................................... . . .....
3 interi-ogacioriix rriu!; largas ............................................ .
Secuestro q u e se liiio de n o c h e ........................................
Picras testiuin d e l a plrriaria ...............................................
Recepciones d e tesiigos ............... ... ....................................
Pir/as proccssus ........................................... ..........................
Sentencia .......... ........................................................ .................
Nirntiis ................................................................................... .....
Intima .... ............................................ .
1Y2
);i cii 1597 (es dccii; oclio años
Dicha rriiijer. iiiorisca, Iiahia sido jii~gacl;~
antes) por el tritiiirial iiiquisi~i>rial
(le Zaragoza aciisxla de -irivucacií>iidc derrioiiim
hrrliireriaan. Su castigo había roiiistido eiiioiices ? i r ~.recoricilia~ioiicii I'c~rmiaeri
auto publico d r fkc con coriliscacioii <lebienes. Iiahito y carzrl cri Garagoca por (p1-
tro aíios, y en yieri acotes por las calles piililiras.. (AIIN. Inq. 1.ih. 990, h1. 1.5~).
123
En 2\ragó~i.rlui-ante los ,iglos XVI y X\TI. 1 libi-a 0 ihc iido equivalía a 'LO
suelrlos v i r r i siieldo, a 20 diiiíxros (vCaie (;iiiller rrio Kr.nohi>o \%YTI ziii.ins. <cNii-
rriisiiiática atagcincsa (-11 la Edad Modcrria~~. eii /.o mont&r c t r u , p n ~ rZaragoza,
. t.d.
Institiiri611~ F ~ i m a i i dcloCht6lico.. 1984).
1 24
Para hacernos iiiia idea aproxii~iadadc lo qiii. tlitlia cari~idadpodía s i g
nificar cii tbriiiirios realrs. ~lirernosqiic r.11 1571, segíiii consta (-11 I:i dcclar-aci611
de uno de los testigo? e11 el pioct.so a Pascuala Gai-ri;i (.L\DZ,C. 12-12. fol. Ih..),
100 siicldos eran el equivalente al pi-ccio de un ~isiio.
Al cabo de guaita y riimcio .................................................. 20
A el dueño del borrico ......................................................... 2
260
(j24,,'21
Las costas procesales nos sirven para completar datos que a ve-
ces no figurar1 en los procesos. Así, en nuestro ejemplo, una vez
hecha pública la sentencia, Isabel se había negado a cumplirla, siis
palabras habían sido exactamente q u e no consentia en ella.. En
la sentencia -una de las rriás duras dictadas por la,justicia episce
pal, conlo veremos en el siguiente capítulo- quedaban especifi-
cadas una a una las penas que la condenada debía cumplir, esto es,
xdozientos azotes por las ralles publicas y acostumbradas de la
presente ciudad y que lleve en su caveia iiria coroza que mani-
tiehte su delito y assi mismo la desterramos perpetuamente dc la
presmie ciudad y su arcobispado, y no lo quebrariir s o pena de
carcel perpeiiia, y qiie sera castigada como incorregible reiierita
misericordia en rrspecto de los azotrs, y mas le condenamos en
las costas processales cuya tassacion nos rcsscrvamos.J"'
Gracias a las costas podenlos estar seguros de que dicha sen-
tencia se ejecutó ya qiie no sólo se especificaba su cumplimiento
de modo explícito, sino que figuraba el precio que había costado
pintar el saniberiito, la coroza e incliiso el alquiler del burro en el
que fue pascada por las calles de Zaragoza para hacer pílblica su
vergiienm y servir de ejemplo disuasivo al resto de la población.
Al igual que ocurría con otras etapas procesales, la resoluciGri
de los procesos episcopales era muy variada. Muchos de ellos que-
daban sobreseídos"'; también había casos, como el dc Pedro de Sa-
lanova, que podían acabar con la recoriciliaci6n de los afectado^"^;
otros, aunque sentenciados, imponían castigos tan leves conlo oír
una misa, pagar una limosna y rezar un rosario""; algunos -los me-
nos- señalaban sentencias más duras, corno el destierro, el pago
de las costas procesales, los azotes, el servicio en galeras, etc. En
ningún caso se condenaba con la pena de muerte, ni directa rii in-
125
PI-ocesocoiitr-a Isabel Gombal. Zaragoza. 1605. .;U)Z,C. 41-27, fols. 112-113.
126
I h i d ~ m .fol. 34.
127
Por ejemplo, los cuatro procesos por hri!jcría iiicoados eri Peiiarrop en
1591 (:lDZ. C. 18-17; C. 31-34; C. 37-40 y C. 7430).
128
Proceso coiilfii Pedro de Salanova. Zaragom. 1591. ADZ, C. 37-20.
1%
Proceso contra 1)omingo Aguila~iCaspe. 1591. ADZ, C. 31-15.
directamente (esto es, mediante la relajación al brazo seglar, que
era el recurso utilizado por el Santo Oficio). Puede decirse que, cn
general, predominaba la herievolencia, sobre todo eri comparación
con el resto de iristitiiciones jiidiciales. Como ya adelantamos en el
capítulo arilerior, la propia Inquisicióri reconocía ser más dura que
los obispos en susjuicios. Un ejerriplo bastante significativo de la re-
lación existente entre las dos instituciones, así corno del reconoci-
miento y la colaboracióri que en ocasiones se produjo entre ambas,
lo constituye el proceso contra Cataliria h r i a n
Dicha mujer, habitante del barrio de San Pablo de Zaragoza y
más conocida como la Amara, había sido procesada por la Inqui-
sicion en 1511, acusada dc practicar la hechicería. N o obstante, y
quizá tras considerar que no se trataba de un caso tan grave como
en un priricipio pudiera parecer, se decidió finalmente remitir la
causa al ordinario, esto es, al arzobispo de Zaragoza, cuyo Vicario
General fue el encargado de interrogar por quinta vez a la reo,
que dijo arrepentirse de todo aquello de lo que había sido acusa-
da p de cuanto ella misma había confesado. La solucióri definiti-
va dada por la justicia episcopal ni siquiera puede considerarse
exactamente una sentencia; en el proceso figuraba bajo el título
de (<penitericia».Esta consistió en q u e la dicha h n a r a haya de
dapriar siete sabados y en aquellos visitar las yglesias y capillas de
Nuestra Señora del Pilar [...] en cada un dia dellos de los siete sa-
bados en recuerdo dc sus pecados., tras lo cual se la dio por libre
de la cárcel. El documento notarial añadía además: *por quanto
aquella es pobre y miserable persona, la dio por libre de las cos-
tas que se han fecho en este proce~so>~"~'.
La clemencia dc los obispos se niariifestaba en mídtiples as-
pectos. A pesar de las iiisisterites condenas de la si~persticióri,que
no dejaban de repetirse en las coristituciones de todas las diócesis,
predominaba una actitud indulgente en el momento de imponer
sentencia a la mayor parte de los reos. Otro interesante ejemplo
que nos sirve para acercarnos un poco mas a la mentalidad de los
obispos eri su fimción de.jueces es el de Francisco Nonso, un cil-
randero morisco juzgado eri dos ocasiones por el obispo de Alba-
rracín: la primera, eri 1593, acusado de heckiicero y supersticioso,
y la segunda, dos años más tarde, por reincidente. En palabras de
los niismosjueces, se había usado con él de mucha <<benignidad,,.
Tal era la sentencia correspondiente al primero de los procesos:
150
Procrso contra Cataliiia Azriar. Zaragoza. 1.51 1. AHF'Z, C. 28-6, fols. 49-50
VCase ivq~u*El oficio de tcrcrria: hccliicer-asy alcahiietaw.
4 t t c n d i c n d o los rrirriios del presente proccsso y la corifes-
sion dc Francisco Aloriso, acusado, aunque su culpa es grave y
consideradas las calidades que en el concurren 1 ...] corisiderada
su contricciori y biien proposito y enmienda que prorrieie y el san-
to tierri1)o de la sagrada passion, usando con el de iiii~chabenig-
nidad, lo condernnainos a qiic sea llevado soljre 1111 asno a la ver-
giirriqa, sin capa y bonete, por las ciilles acostiiinbradas desta
riudad, y a destierro de dos alios del presente obispado con con-
rninacion, si quebrantare el dicho destierro o siempre que volvie-
re a hazcr o dar riorriirias o a intentar de ningun gcncro de curas
[...] lo conderririairios desde agora por entonces en pena de do-
cientos a<otes y de ti-es años de galeras, c asi rriisrrio lo coridein-
narrios e11 las costas.^^'^^'
12 nuestros ojos dicha scntcricia bien podría considerarse, a pe-
sar de la benignidad altidida, diira o incluso injusta. No en vano,
y a pesar de la suavidad de la justicia episcopal en co~riparación
con la de otras instituciones, e11 algunos procesos los obispos no
hicieron sino utilizar uria posición de privilegio para apartar,
coino inmorales, a quienes no se doblegabari a lo establecido por
la Iglcsia. La competencia qiie los ciirandcros hacían a los minis-
tros eclesi5sticos y la amenaza al orden establecido que su activi-
dad podía suponer, eran dos de los niotivos por los que, en nues-
tra opinión, se llevó a cabo una persecución casi siempre
injustificable. No obstante, ello no ociirri6 siempre de este ino-
do: de lo qiie no cabe riiiiguria duda es de que cuando Fraricisco
-tras dos años en los quc no tiabía dejado de ejercitar sil profc-
siOri- fue nuevamente juzgado, los jueces hicieron prevalecer la
misericordia y 112 ~~benigiiiclad~ sobre ciialqiiier otra corisidera-
ción. Segíin constaba cri el segiirido de los procesos, y refirihdo-
se al obispo de Albarracín, ecl rriuy Illustre y Revereridissiino Se-
rior Don Martiri Terrern:
<<Attendido y considerado que tenga prcso a Fraricisco Aloriso
por aver- coritra~enidoa la sentencia en cl proceso iriseria, eii la
qual seriteiiria avia conminacion de dozientos acotes y tres arios de
galrras, y dicho Francisco Alonso sea viejo y tenga cimtro hijas pe-
qiieñas, que si lo echase a galeras se rrioririiiri de hambre, que, por
tanto, por dichos rcspcctos y otros a sil sriioria I->ienvistos, suspcn-
dio el efecto dc la execuciori de dicha sentencia de los dozicntos
acotcs y tres alios (le galei-asy de nuevo le mando a dicho Francisco
Alonxo que, so pena de otros dozientos aqotcs y de seis anos de ga-
leras y de ciento cinquenta esciidos aplicaderos a ai.biLrio de su se-
1.31
Proceso contra Fr;i~icisccil o i i s u . Albarraciii. 1.33. ADA, Lig. Y ,ri" 47,
fols. 3.5-31;.
ñoria, rio trate mas en curar dichas criatii~as,ni grandes, de riingun
genero de curas, ni de iioniina, ni haga cosa chica ni grande.*"'
Las amenazas de la justicia episcopal eran con frecuencia más
convencionales que reales y, aunque en aquella ocasión volvieron
a formularse con dureza redoblada, era evidente que nunca iban
a ponerse en práctica, dadas las circunstancias personales del reo.
Corno ya hemos ~nanifestadoa lo largo del capítulo, la benevo-
lericia de los obispos cn relación con los acusados dc brujería y su-
perstición fue muy grande por regla general. Sin embargo, hubo
dos aspectos -íntimamentc relacionados entre si y, a su vez, con
deterrriinadas prácticas mágicas- hacia los que mariifestaron una
especial severidad: nos referimos a la lisura y al engaño. En las p5-
ginas que siguen trataremos de demostrar cómo tales coriductas,
antes que la ,su@rsticid?i o la b7-ujmiu propiamente dichas, fueron
las que la justicia episcopal persigui0 y conden6 con más celo
consider5ndolas, no sin acierto, como una forrna de abuso y des-
potismo sobre el resto de la comunidad.
1:+ti
~Coinissionpara pt-occssar laa br~ixas,>, larazona, 25 de agosto de 1195,
r o Arlm C¿~rrrirrzr.s(1Igl-Xj), ADZ, fols. l33v:l Y4r.
en l l ~ g i ~ l (/e
'' Sobre los casos ciiya absoliici61i estaba reservada a los obispos, vtase <<De
los casos reser-vadosn de Mar-tín I ) F ilzr11ICLrET.4 NAVARRO, en SLI 4'bfm1id (ir r o n f ~ s e
re> y pnitrnlr.~,Salarriarica. 1556, pp. 757-780. Segírri dicho autor, *caso reservado
cs pecado c i i y ~ahsolucioii esta vrdada por- derecho hnmaiio a1 presbyrrro [...]
Que riiiigim caso ay reicrvado al Papa poi-qiie dizc San Antonio que riinica leyo
pecado alguno tan enorme, del cual no pueda ahsolvci-el obispo r...]
y sobre qua-
les son los casos r-esermdos a el, tiay. gran
.
contienda crirrr ICIS doctores..
I:>iH
.Cura y rasos pala regentes,,, Zarago~a,27 rlc febrero dc 1557, r n &@stru
(1eAcfo.cComzinn. (1554li58). ADZ, rol. I %v.
~ c c h i z e r o s,y fuperiticio-
Tos, familiares amigos
de Me11tira.
CAP. X XV I I L
RETENDE el demonio
conier~15do18 hberuia
que le arrojo del ciclo
al infierno, coiitrahazer
:on t i ~ s embultes y apariencia fa
~randczay Magefiad de Dios,y co
"0 mona h y a imitar las ceremo-,
liar .i culto de la Iglelia fama; y
¡
imdo que no le es pofiiblc vfur
(como quifiera} la Deidad, Te
adorar de los infelizes y cie-
OS que fe dexan de el engan'ar, da-
-
1 d4
Un\ i-cti.rimos a Migiiel Raro y,Jimerio de V u , que e~crcíairsu iiiiiii~tei-io
en Liiiás de Broto y Biiesa, tloa lucaliclader mi~ycci-caiias a Kiri-gas6 y pertene-
cientes asirnisiiio al vallr dr Kroto.
11,
Cesrsucla. Bilrgase. 1349. AL>H, l.rg. 9. n" 2161. fol. 6.
Proceso coii~i.a,Juari
1 llli
Pi-ocrso rontra Jirnerio de Víii. Ihiás de Bsoio. 1548. ADH. Leg. 2 , n"
1721. fol. 5v.
como si fuessen perros.. Otra a c u s a c i h muy repetida e n los pro-
cesos por brujería era la d e causar mal tiempo; también ésta fue
lanzada contra Jimeno (.invoco al diablo, por donde vino hun
viento y tempestad tan rezios con huri turbillirio tan grande que
se llevava los honibres que halli stavan.))).
Hasta aquí e1 arquetipo. Por los datos que conocemos, el reo
bien podría haber sido sujeto pasivo d e una campana dirigida con-
tra él por determinados enemigos que buscasen su caída e n des-
gracia. Sin embargo, bajo las violentas palabras de los testigos que
declararon c n su contra (resiilta muy significativo que nadie testi-
ficase a sil favor), fiieron apareciendo, uno tras otro, una serie de
abusos de todo tipo que pueden servir d e explicación a muchas de
las acusaciories. Además de las insinuaciones que hacía a las mil-
jeres que acudían a confesarse con él (.ha confessado a niiichas
[...] y en la confession induzia a la que le parescia bien para que
se hechasse con el.), se decía que estaba arriaricebado con la niu-
jer de otro, con quien se había repartido n o sOlo dicha mujer sino
tambirn la hacienda y los hijos d e ambos. De todos modos, frieran
o no ciertas tales aíirmaciories, la mayoría de las páginas del pro-
ceso se dedicaban a describir sus interesados negocios, así como
las extralimitaciones cometidas con los habitantes d e Linás de Bro-
to y otras poblaciones vecinas. El décimo articulo d e la denuncia
presentada por el fiscal recordaba al redactado contra el presbíte-
ro de Burgasé, al que anteriormente nos rekrimos:
<(Eldicho reo capto y crinlinoso fue era y es usurero y logrero y
[...] ha cinprcstado a muchas y diversas personas dineros, trigo, la-
na, ): otras cosas con que cl dicho deudor le huviesse a dar cierta co-
sa ultm f¿)r.terriy assi al tiempo de la pascua rcsccbbia cl dicho reo y
capto el dicho logro [...] ha tenido ): tiene tal industria en cometer
usura a fin que no venga a noticia de tuesta merced, seiior juez, ni
de otros officiales ecclesiasticos, que concierta con el que recibe del
dicho reo y capto la cosa emprestada que, ami la cosa emprestada
como cl logro, sc sume todo al principio, y que de todo,jiintoha he-
cho hazer cartas de encoinienda fingiendo que todo era depositado
o erriprestiido y era todo el contrario ct ansi es
Segun el demandante del juicio, u n tal García M a r t í n e ~ cier-
,
to molinero había firmado un pacto con 61 asegurándole que en
el plazo de un año construiría un molino harinero e n una locali-
dad muy cercana llamada Ayerbe de Broto. En el contrato se es-
pecificaba que el molino debería alirneiitl-irse con las aguas del río
Ara. García, por su parte, se había comprometido a qiie, en caso
de qiie funcioriase, pagaría al molinero mil doscientos sueldosja-
queses. Pero viendo el molinero que, tras coristruir el molino, no
conseguía que entrara el agua, decidi6 renunciar al pacto. En-
tonces, enterado mosén Jimcno de lo que ocurría, compró el mo-
lino al moliriero asumiendo los términos del contrato. A partir de
entonces era 61 quien debía encargarse de llevar agua al molino
si quería recibir los mil doscientos sueldos prometidos. Según el
relato de García, un día antes de qiie se cumpliera el año pacta-
do se produjo una gran tempestad con fuertes vientos y torbelli-
nos, lo qiie provocó una inundación que hizo que la acequia del
molino se llenara y éste pudiera moler. La reacción de cuantos lo
vieron -según los relatos de los testigos- frie de horror y e s
parito. En palabras de Martín de Huertolas,
«vim una tempestad y iin tiirbellino tan grande que [...] se es-
panto en grande manera de verlo y assi rriesrno vio todos los otros
rniiy espantados dc la cosa que habia acaecido y luego el dicho
inosaen Xinieno los llebo al dicho molino para ver si inolia, y \¡e-
ron que iorneri~oa moler con la multitud de la dicha
(llaro qiie aquello, según la declaración dc otro de los testigos,
*duro poco y luego se paro y nunca mas ha molido.. La opinión
general era que rnoskn Jimeno había causado con sus artes rriági-
cas aquella tormenta por sil propio interés (.<todosdixcron al
tiempo que lo vieron que debia haber parado algun barando [nii-
be] n). Hasta hubo quieri -como confesó Blas Ferrer- .espan-
tado de la cosa como abia sido, quiso dar de puiialadas al dicho
rnossen Ximeno de Viu creyendo, corno estaba puesto en tjma de
bruxo, lo habia echo con arte del diablo.. El presbítero, sin duda
alguna, concitaba la violencia de muchos de sus feligreses. Según
otro testimonio,
<(eldicho inossen Xiineno im dia, estando los dos en la carni-
ccria de la misma villa le toqiio al dicho Johan de las Canales con
su mano cn el braco encima la. ropa, y qiir Iiiego ki.abia adolecido,
y que tubo fantasia, por quanto [...] el dicho niosseri Xirrieno es-
taba en fama de bruxo, que le l~iibiessetocado con alguna rriede-
ciria, y creyendo10 assi dizc este deposante que lo quiso kiairr rna-
tar el diclioJotian de las Canalcs.~''"
Talcs arrebatos de ira encontraban su f~indarrieritoen el com-
portamiento del clérigo. Por lo que respecta al relato del molino,
pese a que éste nunca más volvió a moler, . J i ~ ~ i e nconsiderando
o,
que el contrato se había cumplido, pidió los mil doscien~ossuel-
dos a García, qiiieri arguyó que sólo los pagaría si se cuniplían los
t6rminos de la capitulación, esto es, ehazer dos muelas conti-
nuas.. Entonces Jirnerio, titiliando sus influencias, consiguió que
Garcia (%mancebode poca hedatn) tiiese juzg-ado y condenado a
pagar novecientos sueldos. Corno García no tenía hastante clirie-
ro en efectivo,
'<pagoqiiatrocientos y veinte sueldos jaqiicses y se obligo a cen-
sal cn XXIIII sueldos de pension por los cjriatrocirr~tosy ochenta
sueldos que restaba a deber- fksta curnplimierito de 10s nuebrcien-
tos sueldos jaqueses, y de aquellos ha pagado diez y iiucbe aiiyos
aniiales al niossen Xirncno rir Viu, y agora los paga a rriosseri Mi-
guel de Rai-o porque el mosseri Xi~nrriode Viii se los vendio.nl."'
Así pues, resulta evidente que tanto mosén Jimerio como mo-
sén Miguel eran dos grandcs negociantes o, como se decía por
aquel entonces, dos perfectos lvgreros o ilsureros. Ambos eran
calificados por las gentes del valle de *briixories)i,y.juritos habían
sido llevados a juicio doce arios antes tambiCn por usura y bruje-
ría, entre otros delitos1". Que dos hombres fueran acusados de
brujería constituye una excepción ya que, salvo otros dos detiuri-
ciados en 1610 a la Itiquisicióri por dicho delito1""el resto de los
varones aragoneses relacionados con la magia fueron juzgados
por cargos conside~adosmenos graves (nigroinaricia, hechicería
o silperstición). Como sabemos, el término brujería -reservado
casi siempre a las mujeres-, se relacionaba con los peores males
concebibles y la mitología que lo acompañaba (pacto con el de-
nionio, asisteiicia al aquelarre, vuelo mágico, etc.) constituía la
expresibn imaginaria del inmenso poder maléfico atribuido a los
protagoriistas de dichas fantasías. Puede explicarse la asociación
de tales mitos con los dos clérigos del valle de Broto si coilsidera-
mos la sensación de explotación que tenían muctios de los habi-
tantes del valle. Ello no significa, como veremos en otros casos,
que existiera siempre una correspoiidencia eritre la atribuciOn
del rrial y el rnal realizado. Muchos (y muclias) de los acusados
por briqería fiierori simples víctimas a quienes se culpó de desgra-
151
Pruceso c ~ r i ~ r Migiiel
.a Raro y Jiriiciio de \'íu. Bucsa y I .iiisia de K r o ~ o .
1536. ADH, ii" 2023.
($2
Nos referinius 21 García hlartíiier deJarque y a Jiiari García d r Tiergn, cii-
yas rclacioncs de causa se coriticiieri en el lihro 991 (AHN, liiq.. fols. 146 155).
cias qiie nada tenían qiie ver con su intervención. No obstante,
gran parte de los procesos episcopales fueron incoados contra iri-
dividuos que, de una u otra forma, habían estafado a sus vecinos.
La asociacih usura-magia se pone de manifiesto en un buen
número de los procesos episcopales por brujería y superstición.
Ninguno de los que citaremos niás adelante constituye un caso
tan ejemplar de dicha alianza como las causas incoadas a los tres
clérigos del valle de Broto. En ellas se advierte cómo los acusados
~itilizaronel temor de los demás a sus poderes riiágicos, no sólo
para sacarles dinero, sino incluso para efectuar prestanios y co-
brar- intereses, que era la definición de usura propiamente dicha.
Sin embargo, el término usura servía t a m b i h para designar un
comportamiento más amplio. No estará de más recordar- aquí las
dos definiciones que Luis de Molina aportaba en su Tratado sohe
los préstamos y la us7rrn. Según la primera de ellas,
*Parece que usura sigriifico prirncramrrite el uso 1 ...] Ydr aqui
se traslado el nombre para signilicar lo que con el iiso de una co-
sa se almienta corrio fruto de ella [...) Segiiri estos sigriificados, la
palabra iisiira no es nombre pcculiai- de un vicio l...] sino que l...]
se ha tornado esta palabra para significar la ganancia que procede
del prestarrio [...] (:orno quiera que esta clase de ganancia [...] sea
mala [...] se sigue, cirrtamen~r,que coristituye oljeto de vicio y pe-
cado. La usura t...] es ilicita o irijusta eri cuanto qiic l...]se toma
como algo debido y no entregado por propia voliintad. Pero la
gratitiicl o generosidad, aunque nazcan de prestarno como causa
motiva, se conceden de forma voluritaria y libre.-'"''
No sólo era usurero quien prestaba con interés; en realidad
cualquier intercambio ecoiiótriico injusto, esto es, cualquier in-
ter cambio en qiie no se guardara la igualdad en las prestaciones
se consideraba usurario. En opinión de Luis de Molina,
«La definicioii l...] se toma en sentido amplio, es decir, eri
cuanto se extiende no sólo al prestarrio forriial y verdadero sino
iarribien al virtual. Porque si algiiien wndiere a credito rrias caro
qiir lo exigido por el precio-justo riguroso, recibiendo la difcren-
cia o incremrnto por el retraso en el pago, como se presi<nie que
suelr suceder; el contrato de corripraventa seria iisurario.,,'"
Ii 9
I.iiis i ) hloi.i\
~ 1, =Sobre la iisiira: dctiiiicion y clases dr miiras, rii 'lisiado
s « hlos p1Alamo.5y la usnro. <:iieiica,1597 (véasc la edición iiioderrii7ada de Fran-
cisco G6tnc7 (hnacho pi~blicadapor el Instituto dc Eaiudios Fiscales, Madrid.
1989, pp. 37-38.)
Iil
Idtm, ibzdrnz. pp. 40-41.
Uno de los conceptos más frecuentes en la Cpoca era el de jus-
to precio. Según el rriisrrio, los bienes intercambiados en cualquier
trato humano debían ser equivalentes, de modo qiie no pudiera
existir abuso por ninguna de las partes. El poslulado de equiv-a-
lencia se interpretó durante mucho tiempo como exigencia de la
moralidad. Molina argumentaba que la coinpraventa se había in-
troducido para utilidad común de los individuos, ya que 11ad le
' es
autosuficiente hasta el punto de estar en condiciones de prescin-
dir de los bienes y servicios qiie los demás pucdcri proporcionar-
le. Pero nunca la utilidad común debía gravar a uno más que a
otro, pues el Derecho Natural exigía no hacer a nadie lo qiie no
se deseaba que le hicieran a irno mismo".'.
Otro interesantísimo concepto acuñado también por Luis de
Molina era el de la ~estimacióricomún*. Para llegar a un acuerdo
sobre cuál debía ser el pr~ciojusto,las dos partes debían poseer la
rriisrria información, una inhrmacibn objetiva y coniíin que no es-
tableciera diferencias entre unos sujetos y otros. Ello quería decir
que si una de las partes engañaba a la otra, el contrato pasaba a ser
usurario inmediatamente. Entre otros ejemplos, el autor citaba el
de quienes, deseando vender su asno, le colocaban rriercurio en las
orejas con el fin de hacerle parecer menos viejo a los ojos del corn-
prador, o el de los comcrciarites que, deseando vender su vino, en-
gañaban al comprador diciéndole que se trataba de un vino con
rriás años de los que realmente tenia, etc. Todo sujeto nial irifor-
mado podía ser engañado y de ocurrir esto, la transaccih econó-
mica era, efectivamente, fraudulenta. Uno de los aspectos que más
preocupaban a Molina era el de la libertad del individuo. Si uno
no poseía la información suficiente a la hora de contratar un servi-
cio de otro, no estaba actuando voluntariamente p por tanto, po-
día ser facilrricrite eslafado. Sin abandonar dicho argumento, cada
vez que alguien se movía por la fuerza, el miedo o la iliisión, po-
día ser estafado (lo cual era moneda común en muchos de los pro-
cesos por superstición). En realidad, dichas ideas, aiinque formu-
ladas quizás mejor que nunca, no eran sino 1111 compendio de lo
que había sido el pensamiento monetario de la filosofía escolásti-
ca medieval y expresaban una forma de entender la rrioralidad en
la economía que desaparecería totalmente a partir del siglo XVIlI.
Como bien supo expresar Francisco Góniez Camacho,
«A partir del siglo X\TI [...] se defiende la eqiiivalrricia como
exigencia de la racionalidad (equilit~riorcoiióriiico) y no de la
moralidad l...]a pariir dc entonces no se hablará ya de precio jus-
to sino de prccio de equilibrio. I'rr-o esto sólo significa que a par-
tir del siglo X\'iII el paradigma drl justo precio había sido susti-
iuido por rl paradigina liberal del librc mercado y, con ello el
p)stt"ado de rquiralencia había perdido su diinerisiím moral.»""
Fue entonces cimiido algunos teóricos, entre ellos el cClebre
Adam Smitli, defendieron una v i s i h optimista de la nueva ideo-
logía, según la cual podía confiarse e n uria mlailo irivisible>>que
arnionizaría los intereses individuales (para Siriith, i m a organiza-
ción feliz d e la econoniia se logra cspontárieamente e n toda so-
ciedad doride el horribre pueda actuar bajo el impulso d e sil in-
terés personal). Pero la visión de los escolásticos medievales y de
quieries, como Luis de Molina, seguían creyendo e n la usura en
1111 sentido amplio, n o era tan optimista; e n absoluto confiaba11
en una .mano iiivisible~c a p u de reconciliar los intereses iridivi-
diiales. Por el contrario, insistían e n una realidad inLis evidente: la
de que, con demasiada frecuencia, ~cilcsintereses entraban en
conflicto y qile sólo podían resolverse medianle el recurso a la ley
y la conciericia.
Pero, aparte de la moral de cada cual, jcxistían leves qiie cori-
siderasen la usura como un crimen? Las condenas de ésta se apre-
cian en la Penírisula Ibérica sobre todo desde principios del siglo
XIII. En el Lirnbito del Derecho Canónico, tuvo una gran influen-
: ~ (hegorio I>i e n 1234. Por lo que
cia la recepción de las i l ~ c r e t u kde
respecta a las leyes civiles, en la Cor-orla d r Castilla aparecía prohi-
bido expresamente el préstamo a interés ya e n las Parlidas, mien-
tras que e n la Corona de Aragóri fue el rey Jaime 1 quien elabor-6
disposiciones teiidentes a la erradicación de la iisura en todos sus
territorios. No obstante, e n el reino d c Aragón, riunque e n gene-
ral estaba prohibido el llamado ~pricstamopor razon d e logros,,,
tcrininó por permitirse durante los siglos XIV 7 XV una usura cori-
trolada a los ,judíos1". No olvidemos que ya desde finales clc la
Edad Media la vida econbrnica d e toda Europa había empezado a
cambiar cori el florecirriicnto d e las actividades bancarias, y qiie e n
el siglo X\!í los descubrin~ientosgeográficos acentuaron todavía
más el desarrollo de un incipiente capitalismo. Todo ello h i ~ qiie o
las reglas antiguas e n materia de usura comenzaran a resultar es-
crechas para muchos. Fue entonces ciianclo se avivo el forcejeo en-
trc la realidad económica y la ideología más estricta, y tanto las le-
yes civiles corno eclesiásticas se vieron obligadas a modificar sus
apreciaciones sobre la justicia d e ciertos actosi-".
Sin embargo, a pesar d e que en el siglo S V I ya se reconocía la
prodilctividad del dinero y de que los mismos representantes d e la
Iglesia estahan empezando a precisar raciorialrriente los elementos
objetivos qiie determinaban el interés de los pr¿.starrios, la actitud
básica hacia el significado d e la lisura e n su sentido rriás arriplio iio
ca~nbió.Las definiciones medievales d e la misma habían incluido
todos aquellos casos eri que, e n las relaciones ecoiiómicas, se olvi-
daba la guarda de la justicia y d c la igualdad eri las pres~aciories.
Así, por ejemplo, según San Ambi-osio, eiisiira es recibir mas d c lo
que se ha dado,> (usu'ru es1 p h ~ saccip~requnm dore) y e n opini6n de
San J e r h i m o , <(sellama usuia y exceso, cualquiera que sea éste, si
se percibió más de lo que se dio,) (usurtlm appella?-i et super abzcn-
daritiurr~p i d q u i d i l h d est, si nb eo qu,od dedmit plus nrr~perit)l.'".
La preocupación por las distintas formas de iisiira se manifes-
tí) en Aragóri por parte d e los obispos a lo largo d e toda la Edad
Moderna. Muestra de ello son las coristituciories siriodales d e las
distintas diócesis, e n las que aparecía siempre un capitulo titula-
do <<Deusurisn, así corno la existencia de un representativo níi-
mero de procesos crirriiriales contra usureros incoados por 1a.jiis-
ticia episcopal""'. Dicha p r e o c u p a c i h se advierte asirriisrrio e n
una buena parte d e losjiiicios siistanciados por brujería y siipers-
ticióri. Resulta muy significativo que d e las treinta causas por di-
chos delitos correspondicntcs a los siglos XVi y XWI que se con-
1 i'?
lirio de los teíiricos en rlitieries iiicjor sr. advitlr-leel pir~gi-esivocaiiibio de
postiira fiie Mai-tiii tlc A+lciirra (1492-1 W6), qiiicii, adeniás del capítulo que de-
dicaba a la usura eii su i k m l a l dr I«I~/P.\(JI-~, ;pvriilriilr.~.escrihiíi dos ti-atados mis
dedicados al terna: (,'on11wl».17» rotol~itnrjod~ niinlNoc (Salamarica, 15.56) y íhrn~izlntlo
W Y O ~ U ~ Orlz
~ Ous~<ra.s (Salarriarica, 1 3 6 ) . ..\iiriq~ieeri sris priirirros años kpilicitet;i
liahía clcf'ciiriido la coiiccpcióii nicdicval. mariteiiieiido criterios iriuy restrictivos
sobre la iisura y el créclilo, poco a poco fue cariihiaiido de opinión al wi. testigo
dc la ribida ric prccios qiic tiivo como cotiseciieiicia irimediatü la llegada de rrie-
tales preciosos pr-ocedeiites de Arriéi ica. Otros auwres que, como él, se ocupirrori
del tr.iiia iiiiciaiido i ~ i iiiiicvo pcnsamimto cc-orióinico en España fueron Tomás
de Mercado (Sumincl dr 1 1 - c h c ;c.onlrc~/»\,Sevilla. 1571) o Doiiiirigo de Soto ( L k Iu\ti-
tia rt Iirrr, 1iln-i ~ l i ~ u ~Salairiaiica,
rn, 1553).
ii'l
Vt.;ise,Jaccliieb 1.i; GOI.F,IA h o h ?; LL iiicla. Ií(o~loiní(iy wli~+k on 111 b,d(rfl A ~ P
dirr, Karcrloiia, b:d. G(disa 1987, p. 37.
l(,ll
Solaiiic.iite en el Arzobispado de Zai-;ig»m y cii e1 pci-iodo coiiiprciidido
ciirrc 1500 y l62.i se conservan un total de setenta proccsos por delito de usura
(véase ADZ, l a ar.cci<iri,2' s x i r ) .
servan en el Archivo Diocesano de Zaragoza, solamente diez de
ellas conserven la sentencia. Hemos de suponer que una buena
proporción de tales juicios acabaran siendo sobreseídos, tenien-
do en cuenta la ideología de los jueces acerca de la brujería. En
cuanto a las diez causas que iueron sentenciadas, siete de ellas ha-
cían hiricapié en la usura y el engaño, así co111o en la corisidera-
cióri de la magia como una forma dc impostura.
Cno de los casos que mejor representa la posición de los obispos
hacia el problema de la brujería y la siiperstición es el proceso in-
coado en 1605 por el tribunal del arzobispo de Zaragoza a Isabel
Gorribal (tarribiéri coriocida como Isabel Bibackic, atcndicndo al
apellido de su marido). La reo había sido ya juzgada en 1597 por la
Inquisición por *haver sido mora diez meses o un año y haver he-
cho ceremonias de tal), y por haber irivocado a los derrioriios, cori-
cretamente a [(Sathanas,Barrabas y Berzebw. Su castigo había con-
sistido en ser reconciliada «en auto publico de fee con confiscacion
de bienes, habito y carzel en (hragoca por qiiatro años, y en cien
aGotes por las calles publicas.^^"" La sentencia del tribunal del arzo-
bispado cesara~igustaiiorio iba a ser menos duia, ya que firialrrierite ,
fuc condenada a recibir doscientos azotes, al pago de las costas y a
destierro perpetuo de dicho ,arzobispado. Sin embargo, esta vez las
aciisaciones fiieron muy diferentes. Mientras que la Iriquisicióri ha-
bía puesto de relieve su coridicibri de rriorisca, los jueces cpiscopa
les incidieron en el fi-aude en que consistía su oficio de hechicera.
El tercer artículo de la demanda presentada por el fiscal decía así:
< Q u eIsabri Bibachr es crisiiana riiieba, digo riiiet~iicoribertida
[...] y es echicera y supersticiosa envayiera desla manera que a II~II-
chas personas, assi hombres como mugeres de la presente ciudad
como fuera della los lleva engañados y entretenidos, prornetiendo-
les dar rcmcdios cchizos para todas las cossas que las dichas perse
mas les piden, llevandoles por dichos cchizos gran suma de dineros,
daridoles a eriterider que con los dichos echizos haran sc casscn,
amen o aborrwcari a las persorias que se les piden y hiziendo se los
creher que con lo que ella les da saldrari cori su iritrrito.~~""
El octavo artículo de dicha demanda volvía a insistir en los
abusos cometidos por la acusada. Según éste,
«a empobrecido a algimas personas daridoles a eriterider eran
berdaderos sus echizos v einbe1rros.-""
llil
AHN, Iriq., Lib. 990, lol. 1J.
1 h:!
Proceso contra Isabel Gombal. Zaragoza. 1605. ADZ, C.41-27. fol. 11
l i,:4
I b i d m , tol. 13.
El resto de los veinte artículos que, en total, componían la de-
manda estaban dedicados a describir en detalle las distintas acti-
vidades de la acusada. N o obstante, todas ellas aparecían resumi-
das en la petición formulada por el fiscal al vicario general del
arzobispo, por la que le rogaba se mandase informar sobre,
«dichos embustes, devinarriientos, coechos, irnbiistes y d e los
c c h i ~ o ds e las norriirias y irigueritos y bevidas y polhos para llevar
rribaydas las gentes, y de liazerse adivina diziendo sabia lo que se
liazia.sl"'
Así pues, Isabel fue corisiderada prirlcipalmeiite como una
embustera. Su magia, segíin los jueces, consistía en erigariar a las
gentes. De ahí el calificativo de embnidwn, derivado del verbo m -
hai?; equivalente al actualmente más usado embaucar; sinónimo a
su vez de ~mb~kcnry, en cierto sentido, también de ernbelescw. To-
dos estos términos definían miiy bien la apreciacih de la magia
por parte de los obispos y se repetían frecuentemente en los pro-
ccsos incoados por los tribunales dependientes de su autoridad.
En 160'7 fue juzgado por el tribunal cesarauguslano Francisco
Quintana, iin curandero de Alcañiz (Teruel) al que se acus6 de
4iechicero y embaucador.. Segun el segundo artículo de la de-
manda presentada por el fiscal,
<<Usa ensalmos y oraciones diciendo miiclias palal~rassupers-
ticiosas y mezclando niuchas palal~rasrrialsoriarites y sopechosas
[...] d e tal rriariera que t ~ a ea rririchas gentes desta villa, assi a
liorribres como rriiigeres, einbaiicadas y erigariadas, liaziendoles
gastar. rnucha ha~icrida.~~"'"
El hecho de que los acusados obligaran a sus vecinos a pagar-
les demasiado por sus servicios era muy frecuente en los procesos
analizados. Aunque en ninguno de los incoados en el Arzobispa-
do de Zaragoza se hablase de préstamo con interés ni se mencio-
nara directamente el logro y la usura, conio I-labia sucedido con
los clérigos de Broto, la denuncia de los abusos económicos co-
metidos por los reos venia a ser una constante en muchas de las
causas por brujería y superstici6ri. Un buen ejemplo de este tipo
de abusos -reconocidos en esta ocasión por el niisrrio acusado
en el interrogatorio al que fiie sometido- lo constituye el proce-
so contra Juan Blaric, un gascóri que vivía en Zaragoza y que ha-
bía sido denunciado por embrujar a varias personas. Segun varios
ltrl
It~idcrn,tol. 'LO.
165
Proceso contra Francisco Quintana. Alcañiz. 1607. ADZ, C. S14. fol. 4
de los testigos que declararon en sii causa, usaba el oficio de en-
salmador y saritiguador, y se valía de hechicerías y brujerías. Gra-
cias al propio reo conocemos su forma de «curar.. Una vez le ha-
bían llevado un niño enfermo y 61 había pedido para sanarlo un
trozo de candela y cincuenta reales; después había partido la can-
dela en cinco trozos y distribuido el dinero en cinco montones,
<'y dio a entender a los que alli estaban qiir de aquella inane-
ra curaria, y qur assi, de allí a poco mato dichas candclas y se Ile-
bo los dinero s.)^""'
I lili
Procro contraJuan Blaric. Zaragwa. 1584. ADZ, C. 26-3, Cols. 6r. y v.
lf,í
Proceso con tm,Jairrir Royo. 1.a Peiia del Cid. 1.598. ADZ, C. 7W29, t'ols. G y 8v.
1 hh
Proccso contra (hstanza Rosa. Zarago~a.1581.ADZ, C. 27-35, fols. n>vv iv.
Los testinionios de los abusos económicos cometidos por los
reos son muy numerosos. Aparecen no sólo entre las páginas de
los procesos del Arzobispado de Zaragoza, sino también en los in-
coados por otras diócesis. Así, por ejemplo, en cierta ocasión una
mujer había manifestado sus dudas a Francisco Alonso (juzgado
por el obispo de Albarracín por hechicería y superstición) en re-
lación con la enfermedad de un hijo suyo; ante ello, el acusado ha-
bía respondido defendiendo sus intereses de furnia contundente:
.Esta testigo le pregurito que si duraria mucho la enfermedad
de su 1iiJo. I,e replico el dicho Francisco Aloriso qiie segun le pa-
gasrn, asi alargaria o acortaria la ciira.~~'"''
En consecuencia, la reacción de la madre había sido la provo-
cada por el acusado,
<<Esta testigo le tlixo: Francisco Aloriso, curadrrie rrii hijo, que
aiiricil1e mi marido no os pague, yo os pagarc.si''
No será necesario aducir más pruebas para llegar a la conclii-
sión de que, considerada desde este punto de vista, la magia que
aparece en los procesos bien podría identificarse con una forma
más de la picaresca característica de la época. Pero dicha perspec-
tiva solamente predominaba entre los jueces eclesiásticos, espe-
cialmente entre los episcopales. La mayor parte de la población, si
bicri a veces reconocía haber sido engañada, niariifestaba por lo ge-
neral un estado de incertidumbre, cuando no una creencia firme
en los poderes extraordinarios de los acusados. La vacilación a la
que nos referimos resulta patente en uno de los testigos que decla-
raron en el proceso contra Jaime Koyo. Chnzalo del Campo - q u e
así se llamaba el testigo- dijo que una vez se había encontrado
con el reo <<y luego se hallo tronchado, sin poder dar un paso de-
lante ni atras,,, y qiie después había estado muy enfermo y siempre
había tenido por cierto que había sido hechizado. Sin erribargo, él
mismo confesaba a continuaciOn que «todo esto es engaño, enve-
leco y que lleva a las gentes muy engañadas.>>"'En su declaración
se transmitía una gran indeterminación, ya que el testigo asegura-
ba creer eri los hechizos y a la vez desconfiaba de ellos. ¿Se trataba
de magia o de engaño? De cualquier modo, había decidido decla-
rar contra el reo y, por si acaso, acusarle en ambos sentidos.
11;')
Proceso contra Franciscn Alnnso. Alharracíii. 1593. ADA. Lig. 2" 11-47,
fol. 49.
170
lbirlrrn, fol. 49.
Iil
Proceso contra Jaime Royo. La Pefia del Cid. 1598.ADZ. C. 7&23, fol. 10.
Una parte muy considerable de la población se hallaba dis-
puesta a creer a pies.juntillas en cualquier fenómeno extraordina-
rio, procediera de Dios o del Diablo. Dos de los procesos incoados
por el tribunal del Arzobispado de Zaragoza ejemplifican muy bien
dicha disposición de ánimo y derriucstran cómo la.justicia cpiscm
pal juzcaba con especial dureza a quienes intentaba11aprovecharse
de la ingenuidad de las gentes, ya hiera eri asuntos relacionados
con la riiagia o con la religión. El prirncro de dichos procesos,
abierto en 1591 contra Cataliria Gallego por brujería y hechicería,
acabo convirtiéndose eri uri rnedio a través del cual muchos p i d e -
ron denunciar los abusos de una mujer que, utilizando el miedo
generalizado a las brujas, había conseguido explotar econórriica-
inente a buena parte de sus vecinos. (htalina vivía en Marichones,
una pequefia localidad cercana a Daroca, y tenía fama de bruja y
hechicera. Quierics la conocían la temían hasta el punto de traba-
jar para ella gratis y no cobrarle riada de lo que les debía. Según
uno de los testigos que declararon eri cl juicio,
<<dichaCatalina (;allego esta en tal repiltaciori que nayde la
quiere dcscomplacer y todos la tcrncn por el mal qiir han conce-
bido les puede hazer, y qiir ella n o da en el Iiorrio la poya al jus-
to de lo quc massa, y que con todo csso no se la ossaii pidir; ni las
pechas que le caven de las cofidrias, ni otras cosas [...], y que
qualqiiirr-e cosa que pida se la conceden, mas por temor qur por
hazerle pla~er:-"'
Otro testigo aseguraba,
..que la dicha Catalina Gallego ha hrclio dos piezas de paño
dando a hilar la lilria a diversas mugeres, a qiiiil dos libras, a qual
una, y a otras, tres o qiiatro, y ha visto este deposante que a nayde
a pagado ni le han ossarlo pidir kn paga por su travajo, y assi mcsnm
diie qiie este deposante y oti.os de Villafcliche y Mancliones, por di-
cho temor quc lc tienen a dicha Catalina Gallego, le han ayudado
a trillar la mies quc tenia [...] y que a este dcposante no Ir ha pa-
gado y a los derrias, quc tanpoco lrs lia pagado, y aun lla visto rste
deposante se liilelgan dc travajalle su ha~ieridadc valde a trueqiie
que no les haga rrial, y qiie cl deposante, por- esse mismo temor y
miedo que le ha tenido y tiene a la dicha Catalina Gallego, las mas
noches qiie pasa a casa deste deposante, que es la tienda, a encen-
der el candil, se lo ha de rricliir y inche de azeite, y no le osa negar,
lo qilal tia hecho este deposante muclias y divcrsas vezes siendo, cw
mo es, pobre, y comprandolo el para rl servicio dc dicho lugar.»'"
172
(1. 28-32, id. 16v.
Proceso contra Catalina Gallrgo. Maiicliories. 1391. .O%,
1 73
, 24.
I h d ~ mfol.
Quien rio era, ni mucho menos, pobre era la acusada, tal y co-
mo se pone de manifiesto al leer el inventario de sus bienes que
aparecía incluido en las actas del proceso. Ella decía que lo que
cobraba por sus curas lo destinaba a la Iglesia, puesto que lo gas-
taba en misas y en luminaria, y que, por tanto, según una expre-
sión suya, si le daban, para ellos barbechaban. No obstante, la opi-
nión de los testigos era muy diferente (miriguno sabe que lo que
reune lo gaste ni distribuya en las dichas obras pias, antes en com-
prar hazierida, corrio corista haverla comprado estos años..) En
cuanto al parecer de los jueces, nada mejor para resumirlo que el
tercer artículo de la demanda fiscal, según el cual,
([por m m ~ de
i tiairr las dichas curas se hazc muy bicn pagar
la dicha Catalina (;allego, y rio ha cluerido rii quiere hazellas sin
que le paguen muy bien, aunque sean de persorias p011r.r.; y rie-
cessitadas, por lo qual ha causado sospecha eriirr rriiichas perso-
nas cristianas que el hazer dichas curas no deve ser por gracia par-
ticular quc tcnga dc Dios, sino por comparticipacion y tmto del
derrioriio.~~"'
Nuevamente eilcontranios a los represeritarites del obispo aso-
ciando magia y usura. Los usureros andarían de la mano del De-
monio, al igual que los brijos. Por el contrario, mostrarse des-
prendido podía ser interpretado como una seiial de la gracia
divina.
El último de los procesos citados en este capítulo revela hasta
qué punto la justicia cpiscopal se hallaba preocupada por frenar
cuantos abusos pudieran derivarse de la creencia de las gentes en
los poderes extraordinarios de niuclios erigatusadorcs. El reo al
que nos referirerrios a continuación no fue aciisado esta vez por
brujería o supcrsticií>n,sino como hereje y embaucador. Pero, en
cualquier caso, la única dikrencia existente entre él y quienes
eran juzgados como hechiceros radicaba en que, así conlo éstos
abusaban del miedo que sus coriterriporárieos sentían hacia la ma-
gia, él preteridía aprovecharse de la buena fe y la ingenuidad ge-
neralizadas en materia de religión. Dicha pretensión, a todas luces
evidente, acabaría siendo castigada por los jueces del arzobispado
todavía con mayor dureza. Tal y corrio aparece relatado en el pro-
ceso, un buen día de rriediados de marzo de 1561, en Qiiinto de
Ebro (Zaragoza), y más concretamente en casa del tabernero, se
presentó iin mancebo de unos ceintid6s o veintitrés años pidien-
do cinco ducados y diciendo que venía de parte de Juan de Dios.
El rriuchacho aseguró a la mujer del tabernero que los cinco dii-
cados debían ser bautizados y bendecidos en cinco pilas bautisrria-
les diferentes, tras lo cual Juan de Dios volvería y reintegraría el di-
nero a sus primitivos dueños. Con él vendría *ariapaloma blanca
en señal del spiritu santo., que mostraría el lugar donde se lialla-
ba un tesoro consistente en cinco sortijas, una de las cuales debc-
ría ser entregada al muchacho para que la llevase a Santa Catalina.
l
El joven reo, llamado Carlos hlilanés, era 1111 peregrino de los
1 muchos que abundaban por aquel entonces. Había nacido en Lodi,
muy cerca de Milári, y tras ser expulsado de la casa paterna, liabia
trabajado corrio aprendi7 en diversos oficios. Primero, en Milkn, con
1 un sastre y con un mercader; después, en Lodi, con uri letrado. h,fás
tarde había iniciado el carriino de Santiago, y eri Lerida se había eri-
contrado con un tal Juan de Dios, d e riacion romano., el cual iba
acompañado de doce peregrinos rnás, que representaban los doce
apóstoles de Cristo. Todos ellos le dijeron q u e sabia poco del mun-
do, pues no llevava dineros, que si el supiera del mundo, inas dine-
ros llcvaria~"".El que se hacía llamar Juan de Dios, q u e era el priri-
cipal de todos,>,le había recomendado ir a Quinto de Ebro y pedir
el dinero del modo ya relatado. En palabras textuales,
.le dixo qile rrari dozc peregrinos que se representan los do-
l e apostoles de Cristo y le dijo: id a u11 lugar que se llama Quinto,
y ay id a casa del tavei-nrro y dezidle que, poi- serias que a estado
alli Jirari de Dios, que os de cinco ducados, y si no os qiiisicrc cre-
hei; io~rialdedc la mano g drspiies del pulgar de la niario derc-
clia, porque ya yo hc estado con el.>>''"
Según el testimonio del tabernero, todo lo anterior era cierto
y, efectivamente, n o hacía mucho más de una semana que había
estado allí el Ilnrriado Juan de Dios, diciéndole,
<<que aquella casa r m rniiy antigua y [...] algunas animas po-
driari andar en pena, y que para csso seria bien d r i r cinco missas
por las animas del purgatorio de las cinco I l a g a ~ . ~ ~ ' ~ '
Al principio el tabernero había puesto en duda sus sutiles
amenazas y tras escuchar sil historia le había preguntado:
-<Como es esso qiir quiere dczir Juan de I)ios?~~'"
I íi
Proceso contra (:arlo.: h4ilariGs. Quinto ric Pbro. 1561. ADZ, C. 2-1, tol. 3.
1 íi>
//);(~OIIL, S d 3v.
177
Jbzdrm. fol. 4.
178
Jhd~nt.fol. h.
Pero finalmente había accedido a dar el dinero que le era pe-
dido para pagar las supuestas misas, no sin antes oír dos íiltirnos
argtmxntos quc, par lo que parece, habían sido definithos para
convencerlo,
«el le dixo: porque me cr-cap, veys aqiii que junto a la nioñe-
ca tengo un crucifixo de carne en cl niesmo 1)r.aci.oy [...] le dixo
a este deposanle qilc le enbiaria a sii casa un romero que escu-
briria i i r i gran bien eri servicio de Dioh y de Nuestra Sefiora, y por-
que crrays que yo lo erribio, os toniai-a de la mano y del pulgar, y
con esto se f ~ ~ c . * ~ " '
A pesar del descoriocimiento del tabernero, la historia de Juari
de Dios y los doce peregrinos no era una inverici6n original sino
que, muy al contrario, se tr-ataba - e n expresih de Julio Caro Ra-
roja- de un arquetipo legcndarioIX".No era la primera vez en la his-
toria que iin individuo simulaba de forma inas o menos consciente
ser un personaje imaginario -o real, pero ya muerto hace arios o
incliiso siglos. Cada época tenía sus personajes preferidos, que eran
fingidos por iin número considerable de impostores. Desde media-
dos del siglo XVi y a lo largo del XWI hiibo quienes se hicieron pa-
sar ante una masa crédiila por xcl viejo y eterno zapatero que asistió
a la Pasión de (h-isto sin piedad, y al que sin piedad trató la I j e n -
Como afirmaba Sebastián de Covarriibias, dicho personaje
era conocido tarrihih como «Juan de Espera en Dios» o :Juan de
Voto a Dios.. En sil opinión, recogida de varios autores diferentes,
podía tarribih referirse a San Jiian Evarigclista, quien según dicha
versi6ri todavki andaría por el mundo buscando a Jcsiicristo:
<<Tairibienesta recehido en el vulgo qiie hay iin Iionibre, al
qual Ilariiari Juan de Espera en Dios. que tia vivido y vive iriuchos
siglos y que lodas las vezes qur ha menester- dineros halla cinro
blancas en la bolsa. Todo esto es burla. Sin embargo, de algunos
honibrw se halla avri- vivido algunos años mas de los ordinarios
[...] iLluclios autores hazen mencion de un Juan de Estampas, que
vivio nias de trezientos arios [...] El maestro Alexo de Verirgas, h a
blando rir este Juan de Espera en Dios o Juan de Voto a Dios, di-
zc que puede tener este fimtlarncnto, que el modo de hat~larsc
entienda Juari devoto a Dios, y que sea SanJiiari evangelista.^"'
1x0
V6ase.Jiiiio CARO K,IKc)J%,<<Elfalso jiidio i r i-arite coriio per-suiialidad mi-
~ IMadrid.
gira*,eri Vidas m/<gicns P I ~ I ~ U Z S ZwCl .Z 1. , Ed. Círculo de Lectores, 1090,
pp. 380-393. Id., Dr los nwprtiprn y lfywlnc, Madrid, Ed. Istrrio, 1991.
Así pues, no todos los eruditos se ponían de acuerdo sobre la
verdadera idcritidad del personaje. Sin embargo, de lo que no ca-
he ninguna diida es de que era muy popular por aquel entonccs
y de que a lo largo del siglo XVl fueron varios quienes anduvieron
por la Periínsiila haciendose pasar por él. Otro que había queri-
do beneficiarse de la leyenda acerca de (yJuande Dios» había sido
un tal Antonio Rodrígiiez, a quien conocemos por haber sido jiiz-
gado en 1546 por la Inquisición de Toledo, y sobre el cual ya es-
cribiera Marcel Bataillon'"'. Muchos de sus rasgos coiricidían con
los de Carlos Milanks: al igual qiie éste, era u11 mucl-iacho de unos
veinte anos que había vivido con un sastre, en su caso tras qiie-
darse huérfano a muy temprana edad. Eii el curso de sus prirrie-
ras andanzas corno vagabundo se había asociado con un francés
que decía ser peregrino a Santiago y tener grabada en una parte
del cuerpo una misteriosa rueda de Santa Catalina. Dicha santa,
que también aparecía en nuestro proceso como destinataria de
parte del tesoro que se suponía iba a ser hallado, tenia un gran
protagotiisrno dentro de la leyenda. Se decía que su cuerpo csta-
ba enterrado cri la cima del mítico rrionte Sinaí y quc .Juan de
Dios» era uno de los d o c e de Santa Catalina del rrionte S i ~ ~ a í . > ) ' ' ~
Como veremos más adelante, la rueda de Santa Catalina -un re-
cuerdo del iristrumento con cuatro ruedas con el que pudo ser
niartirizacla hacia el siglo IV de nuestra era- también se coriside-
raría una scfial de los poderes extraordinarios de otro tipo de in-
dividuos llamados saludadores'"'.
Pero, volviendo a la historia de Carlos Milan&s, cuando el
muchacho llegó a la casa del tabernero, tal y como le había iri-
dicado el supuesto «Juan de Dios», se encontraba allí solamente
sil mujer; La reaccion de ésta no fue exactamente la esperada:
mostrando más desconfianza que su marido, al serle pedidos los
cinco ducados contestó: e k ó so); miiger y no los tengo ni os quie-
ro dar nada, mi rriarido os respondera cuando venga.. Entonces
el joven se fue, tras prometer que volvería a las diez de la mafia-
ria del día siguiente. Ese mismo día marido y mujer comentaron
lo sucedido y decidieron ir a corifesarlo al vicario de la locali-
dad, el cual, tras oír el relato, no albergó riiriguna diida acerca
1h:i
y E.\/~aCci.fistslrro'ioc t o h la I~i,\/or?ccr q t i r i t u o l dvl sz-
Marcrl BAI;\IIi O N , l<m.~>rio
@o .XTZ Mt.xico-Rilciios i\ircs. Ed. F o n d o rlc Cultura Ecoricírnira, 1966.
1x4
,liilio C ZRO BAROIA,li'dnr wuig-irns.. ., p. 386.
1X í
Vease z~lfi-a virtud tlc loi saludado res^^.
de la falsa identidad del peregrino, <.y assi lo prendieron y tra-
xeron preso a Caragoca a la carcel del Seiior A r c o b i ~ p o . ~ ' ~ "
La sentencia proriuiiciada coritra el iiripostor fue la más dura
de todas las correspondientes a los procesos episcopales analiza-
dos eri este trabajo. Tras sufrir varios tormentos, fue condenado
a diez años de galeras, además de recibir doscientos azotes y pa-
gar las costas procesales. Al igual que vimos en el proceso inqiii-
sitorial coritra Pedro Bcrriardo Florcritíri (que actuaba instigado
por un clérigo hearnés conocido como mosén Pedro), el verda-
dero inspirador de los embustes no fue juzgado. Su lugar fue
ocupado por iin inocente qiie también había pretendido enga-
ñar, pero de una forrria rrierios premeditada y cauta que la de su
mentor. Sea como fiiere, el hecho de que los jueces del Arzobis-
pado coridenaran con penas mayores a quienes intentaban apro-
vecharse de sus semejantes que a quienes tenían fama de brujos
o liecliiceros, revela con claridad sus auténticas preocupaciones.
El afán por contener las injusticias relacionadas con los abusos
económicos de ciialquier tipo, iueran éstos perpetrados median-
te el recurso a la niagia o a la religión, bien puede considerarse
una muestra de la pervivencia de aquella antigua visión de los in-
tercambios de bienes defendida con tesbri por los filósofos esco-
lásticos'". Dicha forma de pensar, a pesar de continuar viva en
los escritos de algunos tratadistas como Luis de Moliria, ernpeza-
ría a desaparecer muy pronto. 1.a nueva idelogía, cada vez más
cercana al capitalisriio, se nlariifestó asiriiisnio en el cambio de
actitud hacia los pobres que progresivamente fueron perdiendo
su carácter santificante para adquirir, por el contrario, un perfil
crecientemente amenazador.
Tal y como hemos comprobado a lo largo de este capitulo, en
la mayoría de las transacciones llevadas a cabo cntrc los reos y
quienes foririabari parte de su entorno, quedaban violados todos
y cada uno de los conceptos clave de la doctrina inedieval acerca
de la usura. Ni la información era objetiva, dado qiie con dema-
siada frecuencia los testigos confesaban guiarse por cl temor o la
I$li
Procrso contra Carlos R.1ilaiii.s. Quinto dc Ebro. 1561. ADZ. C. 2-1, fol. 5.
187
Visivii que recuerda a los conceptos aiitropológicos de reciprocidad= o
*intercambio recíproco.. acuiiados por Marviti I-Iarris, así como a los estudios so-
bre e1 don y e1 cotiii-adíiii de Marcel Maiiss. léanse Marviti Harris, N u ~ 5 t ~ r,spr<io,
cl
XVadrid, FA. Alianm, 1991, p. 341 y Marcel Mauss, .<Ensayosobre los dones, moti-
en .Sorinlo@'a y antr-oi,olopíz,
\o y forrria dt.1 carribio cii laa aocicda<les prirrii~ivas~~.
Madrid. brl. Irrnos. 1971, pp. 153-258.
ilusión; ni existía una estimación comíin por ambas partes; ni,
con demasiada frecuencia, los acusados exigían por sus servicios
una cantidad proporcionada (el +sto precio»). Sin embargo, el
hecho de que los jueces delegados de los obispos demostraran
un empeño especial por intervenir en aquellos casos en que la
magia constituía una forma más de impostura no iniplica que to-
dos los acusados fueran conscientes o responsables del temor y
las reacciones que provocaban entre quienes convivían cerca de
ellos. Co~rioya adelantamos en páginas anteriores, muchos de
los juzgados por delitos de brujería y superstición (y en especial
muchas de las mujeres a quienes se acusó de brujería) no fueron
sino víctimas propiciatorias a quienes culpar de catástrofes y des-
gracias personales a las que no se encontraba una explicación na-
tural.
No faltan algunos e.jemplo de individuos injustamente acii-
sados por sus vecinos como brujos y hechiceros ante los triburia-
les episcopales (sus procesos fueron sobreseídos casi siempre),
pero donde abundan preferentemente es en los documentos
procedentes de la tercera de las iristituciories que analizaremos
en nuestro estudio. La justicia seglar se encargó de la persecu-
ción de un crimen que se consideraba que atentaba no sólo con-
tra Dios sino también, y de forma muy especial, contra el buen
estado de la res publica. Como veremos en el capítulo siguiente,
la persecución llevada a cabo por los,jueces seglares se caracteri-
zó por ser la más rápida y despiadada ya que, a diferencia de la
protagonizada por las instituciones eclesiásticas, su objetivo no
consistía en investigar acerca de la verdad o la falsedad de las
acusaciones, ni en castigar los posibles excesos cometidos por los
acusados, sino que se reducía a mantener un determinado con-
cepto de orden público, aunque fuera a costa de las vidas de mu-
chos inocentes.
LA JUSTICIA SEGLAR: DE LA LEY AL DESAFUERO
l hq
Vksc l.11is IIF. MIR\NDA,Ordinis jurl~ciuri~ rt dr modo p~orrdmdi171 rou.u\ c-t-i-
winalibus. tam in joro err1tj;riasliroqitrrm in snwulm7 qitnndi.í, Salaniarica. Aticli-va.\Re-
riaiit, 1601, pp. 349-:348.
sión del acusado, el embargo y secuestro de sus bienes, así como
la primera audiencia ante el j ~ i eque
~ , podía desarrollarse a lo lar-
go de varias sesiones.
Dentro del llamado juicio plenario se incluían, en priinei- lugar,
la acusación formal o demanda criminal y la respuesta del reo. A
coriliriuacióii se abría un período probatorio eri el que cada una de
las partes disponía de un plazo que, no obstante, podía ser prorro-
gado por el juez a petición de cualquiera de ellas, siempre que no
excediera el máximo de seis meses. Durante el tiempo asignado,
arribas partes preseritabari uri escrito doride, aderriás de la lista de
los testigos que deseaban que el juez tiiv~eraen consideración, fi-
guraban las preguntas conforme a las cuales debían recibirse sus
declaraciories. Todo testimonio debía ser ratificado y publicado
(aiinque, como sabemos, la Inquisición omitía este importante re-
quisito). Una vez que las declaraciones testificales habían sido tras
ladadas y conocidas por las dos partes, éstas volvían a redactar otro
escrito en el que contestaban a las pruebas del contrario y, en caso
de que el acusador estirriase que rio había habido suficientes prue-
has, pedía en su escrito que el reo fiiera sometido a tormento. Me-
diante la tortura pretendía Sorzarse la coniesión de culpabilidad
por parte del acusado, puesto que esta se corisideraba la prueba
por excelencia. Pero, fuera o no aplicado dicho procedimiento, ya
entonces se consideraba que el juicio estaba listo para sentencia.
Esta etapa solía ser breve en coriiparacióri con las anteriores, ya que
dependía úriicarrierite del fallo personal del juez'!"'.
Tales eran, formuladas de forma muy concisa, las caracterís-
ticas de un sistema, el sokmn,is ordo iudirinv-ius, que, en opinión de
más de unjurista, había llegado a anquilosarse de forma que, con
su rigide~y parsirrioriia, impedía la resolución de ciertos casos
considerados particiilarmente graves y peligrosos"". Entre estos
lll0
Eri AragOri, tal y como ha observado Miguel Arigel Motis, *el proceso cri-
minal ordinario [...] se rige por lo clispiicsto cri el fiicro "De modo Xr fi~rinapro-
cederidi iri criniiiiali", promulgado por Ferriaiido 11 en las Cortes de Monzbri de
1510, cl cual espcrinicntará adiciones de niciior ciiantía eri las iuontisorienses de
1512 l...]y mis tarde por el Eriiperaclor Carlos 1, en las cesaraiigiistaiias d e 3528.
Eii sil articiilado sr tiitelari iina serie de formal ida di,^. plazos y fasrs irrcniiriciahlcs
que el J U C L 11 Oficial r e ~ i oque coiioLca eii la causa lia de observar iiidefectible-
iiiciirc~~ ( v h r Migiirl Angrl kioris I ~ ) I . . \ D F R y YI-aiicisro,Javier M o r l s I ~ I . ~ \ ~ ) F R ,
.<El parricidio entre córiyuges e11 Ar-agóri eii el siglo XVI: dogrriática y jurispr-u-
dcncia,~.l.;/ rui.jo. h'ríGílo dr Eítiidioc Hi.ctóricor y Snrinlrí, 1 ( 1 W 5 ) , pp. 16-1 7).
141
Vbaae Víc~oi- FAIREN GLIII.I.~N.
El liii(.iu utdi~~(irio
Y 10s pkriwius tcípi(lu~( 1 ~ dv-
s
Ji.rto.7 rn /a rfrrprión d f / íhrwho í'r~mtrt/mmrin; $ir\ r n u m í y rnnrw7lrnn'oc rn dortrinrz y
Irgi\l~ic.iónc~lz~cdrs), Bai-celoria. Ed. Boscli, 1953, pp. 79 S S .
sc encontraban los llamados delitos ati-ores, cs decir, <aquéllosque
implicaban mayor atentado contra el orden político, económico
o religioso y, en conseciiencia, aquellos cuyo castigo convenía ase-
gurar más que riingíiii otro.,>'"-Evideiiterriente, la atrocidad no
cra sino una apreciación ambigua y subjetiva, de ahí quc, segun
las épocas, fueran diferentes los crímenes englobados dentro de
dicha categoría. En 1497, los Reyes Católicos equipararon el deli-
to de pecado nefando con los de here-jía y lesa majestad, y duran-
te el reiriado de Felipe nT fueron perseguidos como delitos atro-
ces tanto las alteraciones en el precio de cambio de monedas
como los hurtos y las actividades de bandidos y salteadores. En
Aragón ya desde corriierims de la Edad Moderna la brujería y la
hechicería se incluyeron también dentro de la clasificación de
atroces. En la práctica, ello significaba que a la hora de demostrar
la comisión de tan graves delitos, eran exigidas muchas menos
pruebas que para el resto de los crírriciies, favorecihdose así las
sentencias condenatorias.
Pero además de los delitos atroces, existían los denominados
delitos notorios. Mientras que el razonamiento para acortar las ac-
tuacioiies procesales en el juicio de los prirrieros había sido su pe-
ligrosidad y la necesidad de imponer una condena rápida, .en los
delitos notorios se cuestionó incliiso la propia razón de ser del
proceso.^""' Si tanto la comisión del delito conio su autor se con-
sideraban notoriamente manifiestos, cn tal caso no había ncccsi-
dad de averiguar nada, sino de castigar cuanto antes lo que para
nadie admitía la menor duda. Paradojicamente desde el punto de
vista de nuestra rrieritalidad actual, tarnbiéri los casos de brujería
y hechicería quedaron englobados en dicha categoría a pesar de
(o, más bien, debido a) la imposibilidad de demostrar la ciilpabi-
lidad real de los acusados.
La atrocidad y la notoriedad de los delitos podían dar lugar,
por lo tarito, a un tipo de justicia suniaria o extraordiriaria cuya
cxprcsión más habitual quedaba recogida en la célebre cláusula
&mnpLirit~r et de plano nr sine estrepitu et figura iudirii>)(.sumaria-
mente y de plano, sin estrépito y figura de,juicio~)'"? Sin enibar-
go, ninguno de los juristas de la época ofrecía uri esquema claro
I!JY
María P.iz Ai.or\.so, I<lpi-or.rw~
p c n d rn í h t i l l n (sighí ZiliI-XL'IIl), Salainaiica,
Ed. Liiiversidad tlr Salairiaiica, 1982, p. 302.
del tipo de proceso sumario que debía seguirse en los casos espe-
ciales, con lo cual cada juez acababa por decidir a su arbitrio el ti-
po de actiiacioiies a desarrollar en cada circuristancia concreta.
Los procesos seglares que se han conservado en Aragón contra
delitos de brujería y hechicería fueron iricoacios por diversos jiie-
ces locales; como escribiera Francisco Tomás y Valiente, {(enAra-
gón, el Derecho especial o local prevalecía sobre el general del
reino.."" No hay que olvidar qiie ni siquiera la promulgaci0n en
1247 de los Ilainados Fz~erosr l Aragún,
~ que teóricaniente eran vá-
lidos para todo el ~erritorio,supuso la derogación dc los anterio-
res fi~erosiiiuriicipales'"? Ko obstante, también el Derecho Ro-
mano fue penetrando eri el reino por vías indirectas, ya que se
acababa recurriendo al mistno, bien para colnplelar lagunas de
los f ~ ~ e r obien
s , para interpretarlos.
Bucna muestra de la fiisióii entrc los dos tipos de justicia, la al-
~oriiedieval,presente en los fueros miiriicipales antiguos, y la pro-
pia de la Edad Moderna, que incorporaba las ideas del Derecho
Roiiiario-Canónico, son los juicios aragoneses incoados por delito
de brujería y hechicería a lo largo de 10s siglos XVI y XV11. Basados
todos ellos en diferentes estatutos de desdoramiento, que eran
aprobados por cada concejo o por una junta que reunía a varios
concejos, dichos procesos ejernplifican m u y bien la elección de un
tipo de justicia extraordinaria aplicada a crímenes considerados
de especial gravedad. Ciia forma de siiilplificar las causas consistió
en imitar-los antiguos procesos. En palabras de María Paz Alonso,
&e vuelveri entonces las miradas con iiosiillgia hacia el serici-
Ilo proceso aliorriedicval qiie, aiiri inaceptable I>ilr-ala mentalidad
cit. los hombres d e Derecho d e la Baja Edad Media, tenía u n a cua-
lidad quc entonces .;e estimaba tliticilmci~teconipatiblc con la
terniticación y c o n i p l ~ j i d a dinherentes al avance d i la ciencia ju-
rídica: sil sencille~,su r.i1pidc7.»""
Pero, además de la sencillez v ld rapidez, ?qué otros rasgos ca-
r acterimban los procesos celebrados durante la Alta Edad Media?
I!lb
1.a obra titulada F~rívor(Ir .$>crgin y conotida asirnisino como í,iírlzgo ~olu
H u r w i fue proiiiiilgada como Drrcclio jiriieral dcl rciiio eii las (Jortc~de 1217,
que ~r ccletxar-oiien Hiirsca, y fue encargarla por el reyJairnr I a i i r i jurista de sir
roniiaiiza, don Vidal t k Canellas, obispo de IIuesca (vi-aseP. S;\\;\i.i. y S. PENLN,
I.Um(; O/IW71i11i(im y A(Io.7 111, (,'III.(P dd !(elno d~ / \ m @ r l ; Zaragoza. 1 866).
En primer lugar; la priuatización o, lo que es lo iiiisriio, la reduc-
ción de los coriflictos al ámbito de los intereses individuales (el
juicio se entendía como una forma más de ejercer la venganza
privada). Esto se traducía en que iin proceso podía iniciarse úni-
camente a instancia de parte, o lo que es lo mismo, niediarite la
acusación de un particular. En principio, nada tenían que ver con
dicha torniiila las causas por nosotros estudiadas, ya que todas
ellas furron iniciadas por voluntad del juez y, en consecuencia, si-
guiendo el procedimiento inquisitorial, cuyo uso eiripezó a ex-
tenderse junto con el Derecho Roniario. Sin embargo, la privati-
zacibri sigui6 caracterizando en gran medida la justicia de tipo
extraordinario todavía mucho tiempo después de la Edad Mo-
derna. En teoría, el nuevo procediniierito había supuesto un
cambio de ideología con respecto a la valoración de los delitos:
((frente a la idca dc delito como acto que afecta exclusiva-
rrierite a la persona ofendida, sc fiie abriendo paso la considera-
ciíjri de que todo delito atenta contra la comunidad en su con-
jiinto y, rri corisrciirrlciii, su represión debe ectar garantizada por
el poder rrprrsrntante de la rriis~ria.~~"'~
N o obstante, en la práctica se produjo una mezcla entre las
ideas de venganza individiial y social. Ello quedó plasmado en un
procedimiento que, más que propiarriente inquisitivo, podría
considerarse mixto, ya q ~ i clos particulares seguían teniendo un
gran protagonismo. Aunque iin proceso se iniciara de oficio, en
cualquier momento podía ser requerido el individuo ofendido
(que solía coincidii- con el deiiuriciaritc) para actuar como testi-
go, es dccir, para probar aquello que le afectaba personalmente.
Otro peligroso síntoma de privatización, que emparentaba los
procesos desaforados con los altomedievales, era la enorme capa-
cidad de decisión de los,jiieces. El excesivo margen de arbi~rio ju-
dicial facilitaba que éstos pudieran hacer del proceso una cues-
tiGri propia, es dccir, una forma de promocionarse o de ascender
profesionalmente aprovechando la fama de jueces duros en el
castigo del delito. Si teneinos en cuenta, adernlis, que en uri asun-
to como el de la br~gería-tan íritirriamcnte condicionado por las
relaciones intcrpcrsonalcs- sólo un juez imparcial podría hallar-
se en condiciones de dilucidar los entramados de odios y acusa-
ciones, y que la represión seglar se llevó a cabo porjucccs locales,
es decir, en rriuclias ocasiones, por vecinos de los mismos reos,
l<lh
María Paz A.o\so, »p. cil., p. 91.
comprenderemos mejor la fjcilidad con que tantas victirnas fue-
rori conderiadas a la pena de muerte, con el asentimiento dc una
buena parte de la poblacibri.
Otras dos características propias de la justicia altoniedieval
eran la oralidad y la publicidad. Esto quiere decir que las actua-
ciones procesales se llevaban a cabo de viva voz y en lugares pú-
blicos, a los quc podían acceder iodos quienes desearan ser ies-
tigos del acontecimiento. Dichos rasgos pertenecen en cierta
medida a los procesos por brujería que estudiamos pues, aunque
se pusie~aripor escrito (al menos los que han llegado hasta nues-
tras manos), todos ellos habían sido precedidos de un pregón
público por las calles del pueblo. El pregbri venía a clesempeílar
el mismo papel.
que
.
los edictos en la justicia eclesiástica. Así, si la
lnquisicií>n, antes de proceder, publicaba un Edicto de Fe y la jus-
ticia episcopal, un hdicto de Visita, la justicia seglar hacía un lla-
mamiento o p r e g h , coniúrirrierite conocido en Aragbn como
Ca,rtel de Voz de Crida'"!l.
Naturalmeiite, la finalidad de los edictos era que fueran di-
vulgados entre todos los habitantes de una población y por eso
se leían en la iglesia durante la misa dominical. Sin embargo, su
asociación con la idea de publicidad rio era tan directa como la
de estos pregones, que más que dichos (edicto deriva del verbo la-
tino dicere y significa dicho), eran gritados (de ahí la expresi6n vo*.
de Mdn o @da). Por o t ~ aparle, encontramos abundantes testi-
monios de juntas concejales no sOlo en los interiores de ciertos lo-
cales (<<en la sala de las casas comunes,,""', adentro de la casa co-
mun dcl fornw""), sino también al aire libre ( e n los bancos
concejales de la plaza."", Neri el cirneriterio, siquiere fossal de la
yglesia p a r r o q ~ i a l ~ ".en
' ~ ~el, pradiello del lugar del Ruri~"'",etc.).
200
Estatiiios c k desafi~rariiierltocontra la hrujrria d r Castillazuelo (IGOI)
AHPH, prot. 3850. iiot. Luis Gregeii~aii,fol. 1.
Y01
Estatutos ric dc.;atoramicnto contra la brujería de PozÁri de Ver-o (1534).
Iricluidos en el proceso coritr-aDurriiriga Ferrer, =La Coja.. , W P % . (:. 31-2, fol. 43.
'>O?
E~latutosy 0"-dinczrion~.~
(IP Cmpr (1545). AHN. SecciGri Órdenes Militares.
I.eg. 245, n" 15, fol. 1.
"" Statuto d a In !)al d',iyw (1550). AHPII. Prot. 8146, riot. Or-arite, fol. 24.
lunto a la privutizución., la omlidad y la publicidad, un cuarto ras-
go definía, quizás mejor que ningtín otro, los procesos altome-
dievales: sil formalismo. Nos referirnos a que, en el momento de
juzgar, eran necesarias determinadas solemnidades externas cuya
finalidad no era sino la o b t e n c i h de una verdad puramente for-
mal. No se pretendía descubrir una verdad objetiva, o al menos lo
rnh objetiva posible, sino que en la resolilcih de un juicio bas-
taba con que se cumplieran ciertos requisitos para cada caso con-
creto. Estos valían como pruebas, aunque no se corresporidicxin
racionalrrierite con los hechos. Las pruebas utilizadas (pruebas
irracionales desde nuestra perspectiva actual) dependían directa-
mente del conjunto de creencias y del simbolismo que irnpreg-
naba todas las manifestaciones de la vida social. Buena prueba de
ello era la costumbre de poner a Dios como juez y testigo. De ahí
que las ordalías o .juicios de Dios,>se aplicaran como uno de los
principales medios para descubrir la supuesta verdad que se per-
seguía. Un ejemplo del valor que todavía poseían en plena Edad
Moderna en Aragón tales sistemas de pruebas son los Ft~mo..r de TP-
ruel que, a diferencia de otras leyes locales que ya habían eiiipe-
zado a perder su vigencia en el siglo XiIi, sigiiieron aplicaridose
hasta 1598. En ellos, una de las formas contempladas para *sal-
var» a las acusadas de hechiceras, alcahuetas y prostitutas era la
prueba del hierro candente o caliente:
Zllh
Sobre el principio &aiidiini cst (:liartacn, vCasr el mapífico trabajo de
titdado,Joc~quln&)\la y d&rchu urfzpnir, Zaragom, Ed.
I i í i s I>FI.(:.~»o E(:HCV-\KKIA
Facultad de Derecho, 1978.
192
mismo Derecho aragonés contemplaba la posibilidad de que en
determinadas circunstancias la voluntad de unos pocos pudiera
llegar a prevalecer sobre cualquier ley general ya escrita, dando lu-
gar en muchas ocasiones a abusos de poder como los que veremos
en las páginas que siguen a coritiniiación.
207
Eslatutos de drsatoraniieri~ocontra la hri~jeríadel valle de Trna (1525).
AIIPH. Plirgo siiello e11 el I,i/m d ~ rrqimirnlo
l dr 1 1 cura (LP doo lhningu (;uzll&, fol. 2.
«a qualcsqiiiere universidades del reino les es licito y perrriiti-
clo el estatuir y ordenar de las cosas conccrriienies a su brieri gm
vierno y el imponer aquellas penas que les pareze convenierites
para consegirir- el fin de los estatutos y ortlcnaziones que rstable-
ccn.,,2n'
Para poder aprobar unas leyes nuevas, era necesario que se reu-
nieran los representantes del concejo o concejos en los que iban a
ser aplicadas. La corwocntoi~iczde dicha rennióri debía ser hccha por
el denominado corredor p~ihlic?"', el cual leía un llamamiento o
pregím, en ocasiones acompaiiado por el sonido de determinados
instrumentos, lo que contribuía a dar al acontecirnicnto un carác-
ter más solemne. Muchos de los estatutos comenzaban rriencio-
nando este importante requisito, co111o podemos comprobar le-
yendo el comienzo del .Estatuto contra los broxos y broxas y
liechizeros y hechizeras y contra los complizes en dichos casos. re-
dactado por el concejo darocense en 1592:
«In Dei nomine, sca a todos nianifiesto que llamado, corivrr
cado, corigrrgado y ajuriiado el concejo general y universidad
[...] de la ciudad dc Danjca, por mandado de los scñores justicia,
officiales y conscjo de la dicha ciudad y por llamamiento de Joan
Arrihel, nuncio y corredor publico de la dicha ciudad, el qual tal
fe y relacion hizo a mi, Pedro Mariente, notario 1 ...] de [...] haver
Iliiriiado y convocado el dicho general conccjo por los lugares pii-
ldicos y acostiirribrados dc dicha ciuclad a son de trompeta y a voz
de grida..""
De modo rio muy diferente, aunque en esta ocasión, <<ason de
campana., y no de trompeta, se reunían en 1628 los represen-
tantes del valle pirenaico de Ansó:
<<I.lainado,conl>orado, congregado y ajuntado el conccjo,
jiiriia general y universidad dc la villa y valle de Ariso por manda
miento de los liigartenientc de jiisticia y jurados abaxo nombrii-
dos y por ilarriamiento y piibliro pregon de hlateu Aznarez, co-
rredor publico de la dicha valle, el qual tal ffe y r e l a ~ i o nhizo y
haze a mi [...] de [...] haver llamado y conbocado el dicho con-
cejo a son de campana y con voz de pregon publico.~'"
YO3
Arcliivo del Valle de Aisa, 41.5. Texto citado por Geriaro LAM,\R<.A eii El iia-
Ile d~ Aiw. Historic~dr itnn r.onzunid«(lpirmnirn. Zarago~a,Ed. Mira, 1993, p. 64.
XN
Sobr-ela figura del cnr-rr.cl»rf)iihliroeri los niiinicipios aragoiicrcs. véase Ge-
rnro I . I ~ I ~ of).
~ A(;l.,
, 11. 63.
'lo Estatutos de desafoi-aniiciitocoritr-a la brujrría de Daroca. (15%). :lrcliivo
Mliiiicipal de Darora. Kstatiltos de la coiniinidad de Daroca (SS. XIVX\'i), fol. 547.
21 1
Estatiitos de desaluramiento coi1Li.a la hrijería del valle dc Ans6 (1628).
Archivo Municipal dc Ansó. pro^. 1628, not. Miguel Lópcz. fol. l .
Tras la coristataci0n d e la convocatoria, seguía una ltita ron los
nombres de quiensi .SP h,nllaban p~c.sentesm la junta. En Ansó, y para po-
ner coto a los problemas que ocasionaban los brujos, se congrega-
ron en 1628 unas 50 personas, teniendo e n cuenta a los «oficiales.,
los vecinos de Ans6 ( M ) ,los d e Fago (2), los dos testigos, el notario
y el corredor pí~blico.Según la fórmula consagrada, podían delibe-
rar «los presentes por los ausentes,,, todos iinániines y conformes"'.
A partir de ahí las diferencias entre iinos estatulos y otros se acre-
cientan. Por lo general, la mayoría continuaba ofreciendo una exfio-
sición de los motivos que habían obligado a los concejos a adoptar tan
duras medidas. Pero, aunque casi todos los estatutos incidían e n las
desgracias naturales (muertes, enfermedades, malas cosechas)
causadas por los brujos, pueden advertirse algimos interesantes
matices que reflejan las principales preocupaciones de cada riú-
cleo dc población. La lista d e acusaciones aparecía casi siempre en-
cabezada por la fórniula atcndientes y consideraritcs?).Un ejemplo
representativo y compendiado de lo que dicha enumeración solía
incluir lo constituyen los denominados &statutos y desafueros con-
tra las hechixeras y bruxas [...] del justiciado d e Cia.:
&iteridirrites y considerantes los niiickios daños y excesssivos
daños que la dicha Wlla y lugares vezinos y irrrriirios dcl dicho,jiisti-
cimgo de Gia padecer1 y sospechan verisirnilnierite que vicnen por
las vulgarmente Ilaniadas tiechizcras o hechizeros, ljruxas o bruxos,
rrialeficas, mezineras o sortilegas, siquiere fetilleras, por cliianto se
presiirne y crche realmente que en dicha villa y Iugarrs del dicho
,jiisiiciadode Gia hay miichas briixas o brusos o hechizeras las qua-
les, p o s p ~ s t oel amor y temor de Dios y de la justicia, han prrpe-
trado y perpetran de cada dia homicidios de personas grandes y pe-
queñas matando ganados gruessos y inenudos, dampnifficandolrs
los arboles y Pructos de la tierra y haziendo otros daños cn personas
y bieries y cosas con yerbas y polbos ponzoñosos y ungiirntos vcnc-
nosos y otras cosas aptas para Iia~err r i d con sugestion diabolica y en
gravissirno &ario dc los habitadoi-es de dicha villa y lugar es.^""
Unas líneas más adelante dichos dariosn eran enumerados
nuevamente, aunque esta vez de modo más específico:
-.(:o11 SU diabolica arte de brirxeria o hechizeria liari rriuerto,
hecho inaiar o morir faran personas grandcs o pequeñas, gana-
dos gruessos o rrienudos [...] han ligado o ligaran o ligar farari a
qualesquiere personas L... 1 liar1 impedido, iinpidiran o hecho im-
pidir que marido y niuger carrialrrirriie se piledan conocer, o que
alguna muger no se piietla preñar, o los partos de las mugeres
han darripriif'ficatloo danipnifíicaran, o han destruydo o destruy-
rari los arbolrs frutales [...] o a los dichos animales han hecho o
tara11algilrios dolores procurandoles torcones.n"4
El primer aspecto que nos llarria la atención tras la lectura de
dichos m i o t i v o s ~es la variedad de nombres con que eran desig-
nados los brujos. A diferencia de lo que ocurría en los documen-
tos d e la justicia eclesiástica, donde la división entre los conceptos
d e brujería y hechicería era f~indamerital(recordemos que los in-
quisidores consideraban la hechicería un crimcri rrieiior y que,
por ello, se habló e n más d e una ocasión d e la especial facultad
de los obispos para juzgarlo), e n los estatutos locales ambos tér-
minos aparecen como sinónimos o, al mcnos, como variantes de
u n mismo comportamiento. Era ésta la concepción popular, que
n o coiriparlía las sutilezas clericales que distinguían la apostasía
(propia de los brujos, que habrían renegado de Dios) d e la sim-
ple herejía (propia d e los hcckiiceros, cuyo pecado consistiría en
practicar la superstición).
Los diferentes nombres con que los estatutos designaban a
aquéllos contra quienes debía aplicarse lajusticia extraordinaria no
eran otros que los utilizados por quienes habitualmente los con@
cían y trataban, tal y como podemos comprobar por algunas de las
testificaciones incluidas e n los procesos. Junto a los sustantivos o
adjetivos de cariicter general, tales como Irr~jo( o Iwuxo) , h,~chirmo( o
,fetiLho), o mnkjco, el resto hacían alusibri bieri al poder d e adivi-
nación que, con frecuencia, se atribuía a los acusados (sortikgu no
es sino un compuesto d e los términos latinos son y Zcgmc, esto cs,
leer o conocer la suerte), bieri al conociniiento y la iitilización de
hierbas, medicinas o venenos (erboleros, metzin~ros,pvr~zoñmos).
En cuanto al género usado para referirse a los crirriiriales, re-
sulta llamativo que e n más d e u n a ocasión los estatutos comcn-
zaran citando a hombres y rriujeres por igual (bruxos y bruxns)
para acabar -de una forma que pudo ser inconsciente, dada la
voluntad manifestada e n iin principio d e mencionar arribos se-
xos- reduciendo dichas citas íinicamente al genero femenino
en la mayoría d e los párrafos. No e n vano, a pesar de las alusio-
nes a varones, todos los reos por brujería d e la justicia seglar ara-
gonesa d e los que poseemos noticia fiieron mujeres. Un buen
21 t
Ihrlrm. fol. 4
-
Portada del rriariuscrito que coritierie los IGtstntutos ( l ~ s r ~ j i ~ f i rcontrcc
r r o ~ h5 hp-
thizerus y úruam, aprobactos por la villa y lugares prr-teriecierites al ,jiwticiaLgo
de Chía eri 15!42 (Arctiivo IXocesario d e Karbastr-o,ri" 15, td. 2).
cjeriiplo de este contradictorio fenómerio son los estatutos apro-
hado; cri Carne en 1545. Eri la uarte dedicada a describir losko-
tivos que habían condiicido a su redacción (((algunasjustasy ra-
zonables causas rriovientew, según constaba en el docurrieiito) se
hablaba de,
=algirnaspersonas, arisi hombres como rriiigeres que con invc-
cxiori y ayuda dcl dial~lo,violentamente o con ffirerza de encanta-
rriientos, palabras, yerlm y ponzoñas o otrarnente ussando, corrio
los que vwlgarmerite son llamados broxotrs o bruxas [...] han rriuer-
to a muchas y diversas personas [... 1 y hzen cossas dc briixas.~~""
Es decir; que aun en el supuesto de que filerari hombres qiiie-
ries practicasen el iiialeíicio, su actividad seguía siendo conside-
rada corno propia del sexo femenino: <(cosasde brujas)).Crias pá-
ginas más adelante, los redactores del estatuto parecían haber
olvidado sus primitivas acusaciones contra varones, ya que afir-
maban directamente que en la villa y términos dc Crispe había ha-
bido y seguía habicrido,
malcficas, wneíicas, homicidas, nigrornanticas y eri-
<<bi-oxas,
cariiaderas y npcdreadrras y dilapidaderas de terminos y carripos
y de huertos de los \x=cinosde la presente vi1la.n""
Cada comarca buscaba el origen de sus peculiares desgracix
en la acción personal de ciertos seres ericargados de dañar a los
vecinos que la poblaban. En la villa y terminos de Caspe sc hizo
especial incidencia en las dificiles condiciones rrieteorológicas
(tempestades de granizo, fiindameritalriiente), así corrio en las di-
versas plagas que, cada cierto tiempo, asolaban la región. Tras la
menciOri de los consabidos homicidios de personas y animales cu-
ya constancia nunca ialtaba, cl estatuto continuaba,
&ambicn se han seguido apedrearnientos, anublaniienios. en-
ropmicntos. engilsanamientos y perdirnientos de muchos campos,
panes y fructos de los vecinos y moradores de la preseriie villa.^^"'
I,a roya (un hongo parásito, con aspecto de polvo amarillo,
que a veces se forma en algiinos cereales y otras plantas) debía de
ser especialmente frecuente en aquella comarca, ya que no apa-
rece citado en ningún otro estatuto. Así pues, cada población iba
incorporando al mito de la brujería todos aquellos problemas
que le afectaban particiilarmeri~ey no sólo aquellos estereotipos
más extendidos, como la provocación de tempestades o la abun-
dancia de muertes y enfermedades. Por algunos estatutos, como
los aprobados eri Castillazuelo en e1 año 1601"'", conocemos in-
cluso el nombre con que eran designadas en ciertas localidades
algunas de las enfermedades rriás corrientes e11 la época pues,
junto a acusaciones tan comunes como las de matar y dañar a per-
sonas y animales, impedir los partos de las miijeres o la cópula
carnal de éstas con sus maridos, los citados estatutos hacían res-
ponsables a las brujas de los ..gratillones, siquiere papos.), Los
(.papos., también llamados .papas», eran la manifestación de una
de las dolencias rriás extendidas y diflciles de curar por aquel en-
tonces, el escrofdismo, un estado de debilidad general que se
manifestaba principalmente en la inflarnación de los ganglios, es-
pecialmente del cuello. Aunque en los estatutos de desaiora-
miento no era del todo habitual la mencion de enfermedades
concretas, encontramos otro ejemplo de lo que bien podríamos
considerar una de ellas en el llamado ~Statutode la bal d'Aysa,,,
aprobado en 1530 y vuelto a ratificar en 15'75, según el cual se cle-
bía proceder,
«contra las personas o persona que iisaren de arte de bruxc-
ria, arte magica, fctillos et otros hechizos, et que con dicha bru-
xeria et otros hcchizos hobierrii perpetrado o perpctraren dende
adelante homicidios, rriirerirs y hobieren hecho y haran cori di-
chas artes ladrar. las prrso~ias.»~'"
Como demuestran los procesos que, basados en los presentes
estatutos, fueron incoados contra varias mujeres por brujería, la
acusación de provocar lo que se denominaba como ((mal de la-
dran se repitió a meniido entre los habitantes de las poblaciones
del citado valle de Aísa. Dicho comportamiento se hallaba muy ex-
tendido tarribién entre los liahitantes de las comarcas pirenaicas
de otros valles cercanos, siendo considerado por sus gentes como
un claro síntoma de posesión diabólica provocada por embruja-
miento. No son muchas las menciones al Diablo dentro de los es-
tatutos; sin embargo, su presencia constituye siernpre el telón de
fondo de las acciones imputadas a los brujos, así como la justifica-
ción última para la redaccih de las nuevas leyes. De wigestion
diabolica,, y diabolica arte de briixeria o hecllizeria~,hablaban
los referidos estatutos de Chía"" y, según los de Caspe, todos los
rriales provocados por los brujos eran hechos -con invocación y
ayuda del diablo."'. Pero quizas el ejemplo que mejor reflejaba la
idea de la lucha contra las fberzas diabólicas era un párrafo in-
cluido en los estatutos darocenses de 1592, segíln el cual la seini-
lla de Satanás se encontraba tan arraigada que sólo unas leyes y
castigos especialniente duros podrían ser capaces de extirparla:
.<Attendicntesy considerantes los grandes daños e inconve-
nientes que de algunos aÍios a esta parir han acaecido y han ydo
creciendo assi en las personas como en los ariirnales [...] y para
prevenir a tanio daño y al servicio que a Nuestro Señor Dios se ha-
ra en que las tales gentes que cn cxercicio tan diabolico handan
sean castigados y pugnidos y obrar a que este pecado y ofkrisa
quc a Dios Nuestro Seiíor se I i u e no se v a p estendiendo y los da-
iios aumentando, pues es cierto que, como obra del diablo y se-
milla suya la sembrara si con casiigos exemplarcs y terrores no se
a~axase.»"'
2-2
E~lnluloro?ztru los Í7roxo.r g hroxo.\ hrrhiwro~y hrrhzzms i: co?zlrn los rompíires
en dzrhos rasos..., fols. 347-348.
PB:<
t:statictos corilra la briijería de Pozán dc Vei-o (1534). Iricluidos en el pro-
crso contra Domiiiga Fcrrcr, <<LaCoja,).AHPZ, C. 31-2, fol. 43 v.
frentamientos y violencias d e todo tipo, los cuales se agudizaban
por la convicción d e que determinadas personas eran las causari-
tes de los males d e origen desconocido. Una vez encontrados los
chivos expiatorios a quienes culpar de las desgracias que atañían
a toda una comunidad, cl medio más Tácil de contentar a la gran
mayoría y restablecer la calrria era acabar con quienes habían si-
do señalados para el papel de víctimas propiciatorias. ( h m o si d e
un ritual pagano se tratara, su sacrificio se elevaba a Dios, se lo-
graba una victoria 1115s sobre el Maligno y el pueblo quedaba sa-
tisfecho. Scgún los estatutos aprobados en la villa pirenaica d e
Amó en 1628, elos delictos), d e brujería y hechicería eran .tan
enormes y feos y tan e n offensa d e Dios Nuestro Señor y clario rio-
table de las gentes,,, quc debían ser castigados de la forma m5s rá-
pida posible para poder v i ~ i r*con paz y sosiego.,,""
Junto a la exposicióri d e los motivos que pretendían jnsriticar
la represih, resulta especialrnenle iritcrcsante la d~claraciónde los
precqbtos o desafueros propiamente dichos. Su prorriulgación sii-
ponía una «suspensión d e los derechos y libertades., como d i r í a
mos hoy e n día. Aunque los desafileros eran diferentes unos de
otros (algunos estatutos, con10 por ejemplo los de Chía, derrios-
traban una mayor humanidad para el contexto d e la época), to-
dos cllos coincidían e n facilitar las pruebas que normalrnerite liu-
hieran sido necesarias para imponer unas coridenas que podían
llegar hasta la pena d e muerte. Como ha escrito Francisco Tornas
y Valiente,
«Era ésta una de las argucias más importantes y temibles de la
legislación penal; cuando el rey ya no puede aimieiitar la rcpre-
sión agravando Vas penas por ser éstas las iniíxirrias posibles, faci-
lita las coridrnaiioncs .ayudando a la proI>ariqa~>, csto es, autori-
zando expresamente estas llamadas qxurbas pr.ivilegiadas».Así,
como escrilió kltairc refiriéndose a i i r i proceso celebrado en
Toulouse, '<huitrumeurs qui no sorit q u ' u n echo d'un bruit mal
foridé. peuvent devenir une preuve complctc.»'"
e24
Estatutos dc dcsalor-airiierilo contra la brujcria dcl wlle de Aria6. 1628. Ar-
chivo hliiiiicipal de Aris6, prot. 16'28, iiot. Miguel L ó p e ~fol.
, 10.
toda la jurisdiccion civil y cri~~iirial
de la dicha Val»'"" pddíari llegar,
en las situaciones consideradas de excepción, a tomar la decisih de
apresar a ciertos criminales sin otro requisito que la sospecha de su
culpabilidad. Ni siquiera era necesario que hubiera sido presentada
uria denuncia: la sola voluntad deljuez era suficiente para iniciar las
causas. Corno quedaba claramente expresado en los estatutos, a par-
tir de ahí el camino hasta la máxima condena ya no encontraba nin-
gún obshculo. Tras la fbrrriula que daba total libertad aljuez (.con
instancia y sin instancia de parte, solaiiiente su animo inforr~ian-
do))),éste veía abierta la posibilidad de aplicar la tortura cuantas vc-
ces deseara, de utilizar pruebas irracionales corno la coiiipiirgación
y en resumidas cuentas, de hacer cuanto le viniera cri gana. Según
los citados estatutos del valle de 'km,
jiiez ordinario de la dicha val [... 1 pueda y deba proceyr y
<<el
mandar procelier a capcion de qiialrsquiere delinquentes reos o
cidpaliles d e los dichos crirnirirs [...] fjsta difinitiva seritericia y
execucion della inclusive, y aqiiellos oydos y defendidos o no oy-
dos ni defendidos, y sierripre que visto le sera sentenciar y niandar
ser puestos en tortura y turmentos, y alli, aturrrieritados assi et se-
gunt y t a n t a w / r s y a los fines y efectos que visto le sera, o aque-
llos ser corripurgados, y a las personas que le pareziere elegir, y di-
cha conipurgacion y otras cosas que visto le fuere et encerqua a la
puniciori y castigo de los dichos cr-irnirirs, y qualquiere de ellos
sentenciar y Pazer [...] y en todo tierripo, ora e l u p r e cada e quari-
do le parecera [...] a muerte corporal y execucion d c aquella en
fuego, forqua, o como visto Ir sera.»?"'
Una vez situados al margen de los fueros, los concejps delega-
ban en el jiiez pertinente toda su capacidad decisoria. Este podía
cclebrarjuicio en día feriado y rio feriado, de noche o de día, sin
importar la hora, en el lugar que le pareciere, con abogado o sin
él. Segím los estatutos de Daroca,
<(Endichas causas I...] el dicho concejo pueda procetier or-
den de f ~ ~ e servado
ro o no servado, la parte presente o ausente,
en dia feriado o no feriado, en pies o asentados, eri el lugar acos-
tumbrado o no acostimihrado, de dia o de noche, en qualquiere
manera que qnerran e visto les sera.^^"'
2 215
Es~atiitmde dc~saforamiriitocor1Li.a la Ixujcrin del valle de Teria. Sallcii~
de (&llego,1525. AHPH, pliego siiclto cri el Libro (Icl r @ ~ n i ~ n ltlc
o l n rnsn dr d o n Tlo-
mirlgo Guill6ri. fol. 1 .
'?Y
L s t n f ~ r t orontrn los br-uxo\ y bruxnc y hrchizrro.í y h ~ r h i z ~ rymm l r a los tonLji1ict.r
cn dichos msob.. .. fol. 3481:
La libertad del juez podía llegar hasta el extremo de.juzgar sin
estar obligado a incoar proceso. Tal y como declaraban en 1530
los representantes del valle de Aísa,
«Que suniariamente y sin cstrcpitu t...] su alcayde o lugarte-
niente o rornissario de aquel puedan procchcr y procean contra
los que cornriiierori l... 1 los dichos delictos [...] cncara sin hazer
proceso alguno si tiwer. rio 10 qui~ieren.>>'~!'
Y29
Slalulo (le ln bnl d' ..lysa.... fol. 22
290
Existían dos prrcrpro tórales que pr«hil>íaiiambos pr-ocedirriieritos: el
Ilaiiiaclo .<Deproliibita iriqiiisitioiie,~. por un lado. y los *De officio canccllai-ii do-
rnini regis., el quinto dc los riwlcs prohibía la tortura durante la irislr ucciOri dvl
sumario y coiriu ~rietodode iiilerrog¿atorio.
que bastaba con que existieran rumores acerca de ello. Segíln los
estatutos del valle de h s ó ,
siempre y cuando se t~ibicrcsospecha y Iiiibierr t h i a piibli-
ca que se crea ser verdadera y no fingida de algiiria persona o per-
sonas de qualquiere estado o calidad qiir sean, assi hombres co-
mo mugeres, de liavei. corririido los anos pasados o cometeran de
oy adelarite los drliitos inti.asrriptos [...] piiedan ser presos.>>'"'
De este modo, los estatutos contra los tan temidos delitos de
brujería y hechicería, aparecían redactados en un lengiiaje que
pretendía abarcar una totalidad iiriposible de ser expresada
con los términos y los tiempos vcrbalcs utilizados habitualinen-
te. Como afirmaba Mircea Eliade refiriéndose al ((tiemposagra-
d o ~existe
, una diferencia de estructura entre el tiempo mágico-
religioso y el tiempo profano. Según dicho autor,
«En religión, corno eri rriagia, la periodicidad significa ante
todo la utilizaci6ri iridetiriida de irri iirrripo mítico hecho presen-
te. Todos los r-iti~alesiirnrri la propirdad de ocurrir ahora, en es-
te in~iariie.nfl"
Aunque, en sentido estricto, los estatutos dc dcsaforarriiento no
constituían ritual alguno por sí mismos, puede considerarse que ser-
vían para propiciar un aricestral rito de carácter expiatorio en aqiie-
llos Iiigares en los que llegaban a ser aprobados: la eliiriiriación de
los señalados como enemigos de la fe y de la comunidad. Sólo des-
de este punto de vista es posible comprender ciertas expresiones lin-
güística~como las pertenecientes a los estatutos de Chía,
<<Han muerto. hecho matar o morir faran 1 ... 1 hari ligado o li-
garan o ligar faran [...] han inipediclo, irripidii-ar~o hecho irripe-
dir que marido y muger carrialrrieritr se piietlari conocer [...] o
los partos de las rriuger.es liari darripnifficado o dampnifficaran, o
han destriiydo o drsiruyran los arboles
Podemos imaginar que la suprcsi6n de tantos obstáculos jurí-
dicos y la gran libertad que concedían los desafueros a los perse-
guidores de la brujería ocasionaron forzosamente gran n6mero
de abusos e injusticias, de venganzas personales y de situaciones
de histeria colectiva. Pese a ello, la mayoría de los estatutos daban
rienda suelta a los jueces para actuar sin freno alguno. Sólo he-
<,,
<
-'"Estatiitos de decaforamiento contra la brujería del valle de Ariaí,. 1628. Ar-
chivo Miiriicipai de Aiis6, 111-ot.1628. r i o t . Migiicl I.ópc7, tol. 97.
nios liallado un ejemplo, el estatuto del valle de Chía, donde el li-
bre arbitrio de aquellos aparecía limitado en ciertos aspectos, lo
que comportaba ciertas garantías para los reos. Tratáridosc de un
desahero contra la brujería, el estatuto comenzaba facilitando al
juez la prisión de <<las personas de las tales bruxas o hechizeras o
hechizeros y fetillerosm para, de cstc modo,
-proceder a capcion de las personas criniinosas [...] sin ob-
servar ningur-ia snlernriidad jiiriciica o toral del presente Rcyno de
Aragon y pueda sacar los tales delinqiieritrs de qiialquier-e lugar
cluar~toquiere sea privilegiado; la capcion y extraction no se pue-
da emparar- ni difkrir por riirigiina firma de derecho dc qualquie-
re iiatura sea.,,"'
Una vez presos, las tjcilidades para el procesamiento no eran
menores,
<<sepueda proceder y sra procrvtlo por- su rriero officio y por
via de inquisicion o a instancia de los dichos siridicos y pr.ociir.a-
dores l...]
sin riiydo ni figura de judicio, en scripto o sin el, de dia
o de noche, en dia kriado o iio feriado, solo el hccho de la ver-
dad mirada, Iiasta sentencia diffiriiiiva.~~":"'
Eri cuanto a las pruebas, en teoría valía cualquier testigo:
d t e m cstatuymos y ordenamos que contra los talrs clrliti-
querites se puedan recibir qualcsquiere testigos, y sean habiles
para testificar qualesqi~ierepersorias, hombres o mugcrcs, [...]
aunque sean participes y consorcios o corir-reos del rriesrno cri-
men.»':"
2:i.i
Ibidrm, fol.5.
Y%¡
Ihidrni, fol. 6.
237
Ihidrm. fol. f .
cualquier caso, éstos se hallaban obligados en Chía a pagar las cos
de 4u proceso, fiieran o no culpables.
La previsión y el realismo del estatuto llegaban hasta el punto
de contemplar la posibilidad de que -debido a la gran cantidad
de brujos que se esperaba procesar- faltaran cárceles para al-
bergarlos. También podía ocurrir que, si todos se encontraran
juntos en un misnio lugar, «se podriari conjurar e ariyniar para ne-
gar la verdad, o tanibih, pudicndose hablar, inculpar algunas
personas indebidamente, con perdi~ionde sus almas.,, Por ello, y
en aras de lograr iina justicia más eficaz, se autorizaba a hacer,
qualesquirre carrrles rlr qiialesqiriere casas privadas, castillos
y fortalezas de Gia, las quales para dirlio rfferio sean Iial~idaipor
cai-celescoinunes, sin caher ello en pena ni caloriia al gima.^"'
La últinia de las advertencias nos lleva a pensar que no era la
primera vez que se elaboraban unos estatutos semejantes, ni tam-
poco la primera que se juzgaban dichos delitos. Al igual que cuan-
do se trataba de crímenes de brujería, la cláusula a la que nos re-
ferimos se hallaba redactada en pasado y cri futuro. Muchos
liabíari debido de ser los abusos cometidos contra mujeres acnsa-
das de brujas en otras ocasiones, para llegar a ordenarse lo que a
continuación se exponía:
estatuyrrios y ordenamos que los presentes estatutos ha-
<<Iteiri
yan lugar iairibirri [...] coriira qiiiilesqiiiere carceleros, guardas g
otras personas que han conieiido y rorrirterari adulterio y forrii-
cacion con qualesquiere mujeres que estaran prrsas por r a / m de
los dichos criinines y delictos, o que carnalme~iteroriocerari
aquellas, los quales puedan y hayan de ser castigado s.^^""'
El problerna de la br~ijeríano constituía, por tanto, un proble-
rria aislado sino que arrastraba consigo otros muchos, y de ello eran
plenamente conscientes los encargados de su represión. Precisa-
mente, iina de las sitiiaciones más graves que podían plantearse
(aparte de las derivadas de la enorme cantidad de abusos a que los
desafueros daban lugar) era la venganza en las personas de los de-
nunciantes o aun de los mismos jueces. No olvidenios que buen
número de las acusaciones de br~ijeríaeran formuladas por los
enemigos de los supuestos brujos y que muchas poblaciones se en-
contraban divididas en dos bandos opuestos, con lo cual la aper-
tura de un proceso por briijería, dadas las facilidades que existían
para hacerlo, era un «excelenten mcdio de provocar una auténtica
guerra civil entre los habitantes de tina aldea o de todo un valle.
En previsión de dicha amenaza (y evidentemente, aunque no
quedara formulado, en recuerdo de lo que otras veces habría ocu-
rrido ya), muchos de los estatutos iricluíari cláusulas que hacían
extensibles los desafueros a otros crímenes derivados de la propia
represión de la brujería. Los junteros del \ralle de Tena, por ejem-
plo, kiicierori redactar una disposicióri por la cual se ampliaba lo
establecido contra los brujos a quienes co~netierarihomicidio o
incendiaran después las propiedades de los delatores. En pala-
bras de Manuel Gómez de Valenziiela,
«Ello revela que los jiinirros rrari ronscientes de los extremos
a que podían llegar sus ro~ivecinos,<(hombresaltos, robustos, agi-
Irs, tiiertes y naturalmente iracundos», como un siglo después los
caracterizara mosén Vizencio Blasco de Lanuza, que por ser sa-
Ilentino debía conocer bien a sus paisanos.>)'"'
La disposicióri a la que nos referimos se formuló en los si-
guientes términos:
sltern. Porque proviendo a debido castigo de los susodichos
crimines, por ser en tanto numero los dclinqucntes y parientes de
aquellos, se espera scandalo cn los dichos pueblos, por lo que los
dichos delinqucntcs y parientes dellos coritra los Jiiezes, (:oriseje-
ros, Notarios y otras persorias que eri el rxrrririo de la justicia en-
tenderan en crinieri de horiiiridio y oiros criiniiies delinquir
aterriptarari, por tanio ei aliis, estatuimos y ordenamos que los di-
chos sefiorrs Key, Lugarteniente General suyo, Gobernador Ge-
neral de Lkagonrigiente el officio de la gobernacion, Justicia Or-
dinario de la dicha Val y sus lugares [...] puedan y deban proceher
desaforadamente contra qualcsquicre reos y criniinosos aciisados
e culpables de crirtieri de homicidio por qualquiere causa o ra-
zon, con ballesta, Im(-a, spada, piinyal, piedra, palo o tocho o en
qiialqiiiere oira manera, y no con dicha arte de poconeria, bro-
xeria o hrcliizeria o e n e r b o l a ~ n i e n t o s . ) ~ ~ ~ '
Quizás, para nosotros, lo más sorprendente de dicha cláusula
sea el paralelismo que establecía el estatuto entre quienes mata
bari con armas materiales (ballesta, lanza, espada, puñal, piedra,
palo, etc.) y los brujos o hechiceros, de quienes se pensaba que,
aunque en ocasiones se valieran de hierbas o venenos, podían ser
240
Mariiicl G ~ M LDELVAL~ N Z L L I . Ay".
, rit., p. $15.
Y11
Estatutos de desaforarriierito coritra la br ujt.r.ía del valle de Teiia. 1525.
AHPH. pliego suelto e n el I . i h d d rqjmirnto dr lo r o t a rlr don D o n l i n p GuillYn.
fol. 3.
capaces de matar sólo con la iritericióri. La equiparación entre
dos formas tari diferentes -y aun opuestas- de ejercer la vio-
lencia cxplicaba la muy frecuente y estrecha asociación existente
entre las leyes dirigidas contra brujos y contra bandoleros. En rea-
lidad, el auténtico oficio de estos últimos era cl de ladrones, pero
la crueldad de sus proccdirnientos hacía que fueran juzgados de
forma especialmente dura. En Aísa, el estatuto aprobado eri 1530
debía aplicarse contra br~ljosy hechiceros, pero también,
«conira los latirones, salteadores d e caminos ct contra los que
hizieren o comettirreii irayiion contra otro o otros por interres-
se o en otra qualquiere manera con q u r d e la dicha traycion se si-
giia danyo de muerte corporal, niutilacion d e rriierribr~o,ffiirto o
saltear de camino s.^"'?
N?
Estatutos de desaforamirrito coiiti-a la brujería del valle dc Aísa. 1530.
AHPH, prot. 81 46, rior. Orante, fol. 24.
5.13
Esta~u~os del valle de Piiértolas contra la hrujct-ía. Piitrtolas. 1571. AHPH.
Prot. 1 1.173. Not. Pedro Cliinerite de Bes~ué,fol. 2,
2 14
AMZ. Libros de actas. 34 0-30. Septiemhrr dc 1584, t01. 65v.
L'li
Véase *Estatuto hrcho a scys d e Dezieiiilxe dc ~ i i i qliiriieiitos
l oclierita y
íeys, co1iti.a las Brujas y Heclii~eras~~, eri Rrcopzlnrion dr loí ntatutor dp /a riudnd d p
Zuragow por los ,(;Pñor~t111ruljo.í,i:npiiol y (;om~jo,ron porln dr ~ . h c r l l upnrr«l. O'o~zfir-
rnaclot J drrt-~lnrlmrl firimrro dr U m i n n h r dr 1635, Zaragoza, Hospital Kcal y (kncral
de Nuestra Señora dc (kacia, 1635.
~RECOP~LACION
{DE LOS ESTATVTOS~
@ D E L A C I V D A D DE
246
AMX. Un.tfor&lo y borrc<do~clr l u ~c~rlosy m w t o r hrrlros n ~ i lo.<
t ~s~ñore.~,lzircrclor
cn loc a ñ o , 1590, 1591, 1592- 1Y93. 34 R30, fols. 60-63. A ~rav6sde dicho clocii-
rrieiilo sabemos d i lo$procesos por t~rujeríaiiicoados en 1591 a dos mujeres, Mag-
dalena Ortiz y María de 151. Dichos pi-occsos tenían su origen e n los estatutos de
drdoraiiiieiito ya que. tal y como se advierte en el propio dociimcnto, fueron hc-
chos aprosiguierido r n ello estatiitariamciite,..
24;
de desaforarriieri~ocontra la brujct-ía dc Zaragoza (1586). eri Rv-
F,'.~tatiitos
ropilnrion dr lus rc.//r/ulosde lrt riurlori ( i r Z m g o z n..., fol. 293.
ticia d e su mero otticio los pueda rnaricbar salir d e ciudad y sus
ierriiinos.~~""
i(:iid era el pen'odo de 7 ~ i g e r ~para
i u estas leyes? Teniendo en
cuenta que todo desaforamierito constituía una situación excep-
cional, algunos de los estatutos señalaban un tiempo específico
durante el cual se consideraban efectivos, advirtiendo especial-
mente de su irivalidez una vez transcurrido el período acordado.
,4si, por ejemplo, el concejo de Caspe decidió en 1543 que,
e l presente iiiirhtro estatuto y drsriforamiento y el estatuto
arriba calcndado tengan y hayan lugar eri las personas de dichas
broxas o acusadas de los delitos susodichos y hayan de durar y tlu-
ren [...] p r tiempo d r dos anyos y no mas [... 1 y cumplidos di-
chos dos ariyos, que los dichos statutos y ordiri~cionesy desafora-
mientos siisodichos, y todas y cada una cosas en rllos contenidas,
sean cosas irritas y vanas y de ninguna cfficacia y valor; como si fe-
chas no f~~essen.»'~"
No obstante, kste no era el corriportamiento nias habitiial. Muy
al contrario, por lo general se daba por supuesto que hasta que otra
niieva,junta del concejo o concejos afectados rio se reirniera para re-
vocarlos, los estatutos de desatoramiento, como ciialqiiier otra ley,
seguirían en vjgor indefinidamente. De este modo, en niuchas zo-
nas, especialmente eri la mayoría de los valles pirenaicos, constitu-
yeron una amenaa permanente para muchas personas. En .i\nsó,
en 1628, los representantes del valle se expresaban al respecto sin
ambages: «Este estatuto hazerrios añadiendo adaquel y queremos
qiie este dure todo el tiempo que aquel durare o hasta qiie la valle
revocare este e s t a t ~ t o . Ello
~ ~ "no significó que no se dieran intentos
de revocar los estatutos por parte de deterrriinados sectores de la po-
blación. Sin embargo, los disconiornies constitiiian una minoría a
juzgar por las diversas ratificaciones de estatutos antiguos que se
coriseruan'~'. Una de las pruebas niás evidentes de la inlpotencia de
249
Ordinncionr, del ic;qimirnto clr lo m u y illu.ii~-ry nniiyiissirnn (imlad d r Hurtrn,
Huesra, ,Juan Perez de Valdiviesso, 1587, fols. 11(5-1 17.
2.5 1
P:statiito5 de desaforamicnto coritra la brujrría del ralle de r2nsó. 1W X . Al--
chivo Municipal d r .Amó, prot. 1628, not. Miguel I i p e z . fol. 47.
2VY
Así. por ejemplo, qegírii Manuel Gknez de \'alciiz~~ela (o@ rit., p. W ) , en
la? localidatles perteiircierites a dicho vallr, los desafiieros contra la bwjeria si-
guieron vigiiites dur-aiite los siglos X\'I y X\,TI. ~iderriásdel e s ~ i t u t ode 1525, que-
da coilsraricia de otro rie~aí'c~rarriientoen 1558 y CII el archivo d r Casa I.iicas, en
Panticosa, sc conser-van aiitos d r proceso5 sustanciados coiilorrrie a otro cstatiito
de desaforarriiento dcl valle. promulgado cii 1691: Otro ejemplo de la perma-
nencia d r diclio tipo de leyes r i cl roceso so contra Agiieda R u i ~ en , el c i d se iii-
quienes no se sentían en absoluto satisfechos con la dureza de tales
estatutos es un interesantísimo e inusual documento datado en abril
de 1575 que lleva por titulo «(:ontirmaciori»y que ratificaba lo a p r e
bado en el llamado ~Statiitode la bal d'Aysa)),cuya redacción, como
sabemos, se remontaba a 1530. Tras ser reunida la junta general de
valle, se inforrnG que veinticuatro de los presentes, ciqm norribres
aparecían citados uno por uno, habían querido,
*revocar u n instrumento publico d e staiiitos y desaffueros de
la dicha valle para la biieria expedirion d e la ,justicia d e aquella
hechos, y para cori rrias tacilidad y ¡->revedad poder castigar los
bruxos, hruxas, ladi.orirs y traydores d e dicha valle, los quales f ~ i e -
ron ffeclios e n la dicha villa d e Avsa a ocho dias del mes d e abril
aIio rriil quinientos y trenta..""
\ocabar1 los estatuto5 clc dcsaforarniciito contra la brujería que tiabíari sido apro-
bados rn dicha villa entre 1539 y 1575.
2í.Z
Coiifisrriación de 1 0 4 e~tatiltosd r drsaforamiento coiitra la br~ijeríadel va-
Ilc dr j s a . 1.575. AHPII. prot. 8146, riot. Onrile, Col. 541:
"4
Ihdcrn, fol. 3 4 ~
Pi.7
Nos referirnos aJuliaiia Berniiés, María 1 .Ópr7, Aiitonia Sárichez y Orosia
Wlíu, ciios procesos tiirrori iricoados eritre octiibre y riovit.rrihre dr 1574 antc cl
alcalde de la villa y valle de Aísa, por delito de brujci-ia, rii virtiid de los estatutos
de desaforariiieiito apl-ohadosrii 1.530.
tesro que los ligaban, así como los sentimientos albergados contra
los defensores de tari feroz r epresibri.
Los enfreritarriieritos entre ambos grupos eran favorecidos
por otro precepto más, al q u e todavía n o hemos hecho refereri-
cia. No en todos los estatutos, pero sí e n algunos tari represen-
tativos como los del valle d e Teria, se hacía mencion a la labor
de iiivestigacióri o inquisición que debía ponerse e n marcha ca-
da cierto tiempo para proceder a la captura d e cuantos pudie-
ran resultar sospechosos d e cometer algunos d e los crímenes
contenidos e n los desaf~leros.La búsqueda de víctimas fomen-
taría las rencillas y los odios, proporcionando a miiclios d e los
habitantes del valle todavía más motivos para creer e n la rriala fe
de algiinos d e sus vecinos y para acusarlos corno responsables d e
sus muchas desgracias. El argumento aducido e n los estatutos
para justificar las investigaciones era, n o obstante, exactamente
el contrario, esto es, la defensa d e aquellas personas que, quizás
por temor, n o se atrevían a revelar la identidad d e los si~puestos
brujos:
dtcm. Estatuimos, y por quanto por estar la gente tan aterrio-
rizada y subjccta a los delinquentes que nadie osa arciisarles ni
a x r testirnonio contra cllos, por tanto et seii aliis, que de Dos en
dos ariyos, o ante y siempre quc parccera, y comencando en este
ariyo o cl~raridoa1 Juez y Consejeros parcccra, el Juez, o su Lu-
garteniente, sean obligatlos [... 1 por todos los lugares de la Val y
en cada uno dellos, recibir y torriar testimonios mcdiantc jura-
mento solernpne, e assi, para irifi)rrriar-su ariirrio [ ...] todos los
ombres y mugeres, casados y casadas, viudos y viudas de los dichos
Iiigarcs y de cada uno dellos, a no quedar riingiirio [...] ayari de
posar todo lo quc sabran contra qualesquiere personas en et ier-
qua los dichos crinlines de pon~oneriao enerbolamientos e cori-
tra broxos, pocorieros e poyorieras..""
Dicho procedimiento nos recuerda las visitas de distrito irripul-
sadas por obispos e iriquisidores. La rriayor diferencia con respec-
to a aquéllas radicaba e n las terribles conseciiencias que ciertas
acusaciones y rumores expresados bajo la forma d e testimonio po-
dían traer consigo al caer e n niaiios de la j~lsticiaseglar. Como n o
siempre se consideraba fácil reconocer qiiién era bruja y quién no,
1legG a crearse la figura del llamado .conocedor de brujas.: u n in-
dividuo que recorría las aldeas de ciertas comarcas deterrriiriando,
en base a indicios corripletarnerite irracionales, qué mujeres eran
Yíh
k'statiitos de desaf'oramierito coiitra la brijería del valle d e Teria. 1525.
AHPH. Pliego suelto en el Liho d ~ ~ lP ~ Q ~ Z P [LP
I I In
~ Orntn dr don 1)omingo ((:uillh,1O1. 4.
brujas (y, cri consecuencia, debían ser entregadas a la justicia) y
cuáles no'"'.
Tras la exposiciOri de motivos y la enunieración de los preccp-
tos, la mayoría de los estatutos de desaforamicnto contra la brii-
jería concluían, al igual que las leyes ~noclernas,con uria relación
de las loariones, adveruciones y ratijicarione;\ necesarias para garanti-
zar la validez de lo contenido en los documcritos, así como su ca-
rácter dc leyes dispuestas para entrar en fimcioriainiento nada
rnás ser promulgadas. Casi siempre eran los mismos redactores de
aquéllas quienes, firialnierite, volvían a ratificarlas (i<Etcon esto
nosotros, todos los arriba nombrados, con la conformidad ya di-
cha [...] fazerrios y firmamos, loanios y otorgamos los suprascrip-
tos statutos.»'"" Pero, en ciertos casos, las nuevas disposiciones,
aunque concebidas por los justicias y jurados de las localidades
afectadas, eran aprobadas por un órgano de poder superior al
que detentaban los representantes de dichas localidades. En el va-
lle de Tena, la labor de loar y ratificar los estatutos corrió a cargo
del rriismo rey. En 1525, la voluntad regia respecto a los crímenes
de brujería aparecía clararrierite expresada a través del liigarte-
niente general del valle:
<<Efecho y firmado el dicho cstatuto y rosas en el contenidas, el
dicho Juan del L'iieyo [...] suplico al dicho niuy 1llusti-e Selior Lu-
garteniente (hiera1 le pluguiesie loar y approbar cl dicho estatuto
y todas y rada unas cosas en el [...] contenidas y en ellas y cada una
dellas interponer y dar su auctoridat y decrcto. Yel dicho Muy Illus-
tre Selior Lugarteniente (;rrirral de las dichas caiolicas Magestadcs,
y eri su nombrc, voz y lugar, viendo que el dicho estatuto y cocas
siibscriptas eran en servicio de Dios y de las dichas hlagestades l...]
y r n bien universal dr la dicha Val, y tw favor de la Justicia, de sii
scierta scicntia, tlrliheradamente y corisiilta, y por la ~ k aL4uctoridat
l
de las dichas Magestades, loho y approl->oel dicho estiitr~io.~~~""
Otro ejemplo de la plurlilidad de poderes y voluntades que se
daban cita en Aragón en la Edad Moderna es el de las loaciones de
los estatutos y ordinaciories de Caspe aprobados en 1545. Dicho
concejo pertenecía a la Orden Militar de San Juan de Jerusalén y
por ello dependía del llamado Duik y rom~ndndorasignado para gc-
," j
Sohre la figura de los llamados <amocedoresdc brujas., o saliidacloi-cs,
véase injr(1 ..Idavil-tiid dc los saludadoi-rw.
,> - ,
-'lh b:statutos de tlt-sahamicrito coritr-a la hriijrría de Chía. 1592. ADB. N" 1.5,
fol. 13.
Pí!i
Estatutos de desatoramiento corilra la briijcría del valle de Tciia. 1.535.
AHPII, Pliego suclro cri el I , i h dd rrgirnimto /IP la m s c ~(Ir cluri L)omingo í;ziillGn. fol. 6.
bcrriar la encomienda de eCaspe y sus terrriirios y territorio de Chi-
prana.,,""' Aunque, en una primera fase, los estatutos fiseran loados
y aprobados por los propios redactores, esto es, por los represen-
tantes del concejo (.todos los arriba rionibrados [...] loharon y
aprobaron, ratificaron y confirmaron,,), poco tiempo dcspuks, fue
el mismo baile quien los confirmó de la manera qise sigue:
sC:asi todos los arriba nonibrados y otros riiiichos vrzinos y ha-
bitadores de la dicha villa comparecimos y fuimos personalmente
constituydos ante la presencia del niuy reverendo señor Fray Gar-
cia Cortes, cavallcro de la hordcn y milicia del Scnor Sant Juan de
Jcrusalcm, vaylio dcl vayliajc de la villa de Caspe [...] al qual 1 ...1
yo, dicho Blas Poriz, notario 1 ... 1 publique los dichos statutos l...]
de palaha a palabra, desde la prirrie~aliiiea hasta la ultima, de
aquella alta et inteligible voi [...] et el dicho sefior Fr-ay Giircia
Cortes, vaylio susodicho, dixo [...] qur lohava y aprovaba, rarifi-
cava y confirmava los dichos et suso inhscriptos statutos de de-
saioran~iento.~~"'"
Como ya señalamos eri paginas anteriores, una de las priricipa-
les características de la justicia altomedieval, qiie todavía se man-
tenía en pleno vigor en muchos lugares durante la Eclacl hloder-
na, era la oralidad. Una voz (alta e inteligible., conio la citada eri
el dociimento anterior, era la iitilizada no sólo para autenticar do-
cumentos, divulgar las novedades entre las gentes o llamar ajiiicio
a los culpados de algún crimen, sino tanibién para promulgar es-
tatutos cruclcs y desaforados como los que se idearon para acabar
con la plaga de las brujas. Estos, una vez ratificados, eran leídos
públicamente en fuerte voz por el corredor o pregonero para que
todos los habitarites de los pueblos afectados supieran que no s 6
lo existía un terrible mal que debía ser atajado, sino que los re-
presentantes del poder ya habían puesto los medios para conse-
guirlo. No obstante, nada podía hacerse sin la colaboración de
todos; éste ei.a q u i ~ á el
s iiiensaje que escondían aquellas leyes, im-
pulsoras de una de las niás feroces pcrsccucioncs habidas cri la his-
toria. A pesar de la escasez de testimonios que poseemos en Ara-
gón acerca de los procesos incoaclos por la ,justicia seglar, los
rastros que liari quedado nos bastan para corriprerider el grado de
crueldad alcanzada, así como la gran responsabilidad qise en ella
compartieron todos los estratos de la sociedad.
2611
E s l a ~ u ~ o<Ir
s ~lrsafurariiieiitucorima la 111ujería (Ir C a q x (154-5).AHN.
Sección Ordenes Militares. Leg. 245. ti" 1.7, fol. 1l .
?'' Ibidrm, fol. 29.
LOS PROCESOS DE BRUJERIAY SUPERSTICI~NINCOADOS
POR LOS JUECES SEGLrUXES
YOY
PI-occso conti-aDoiiii~igaFerreri Porári de Verv. 1534.AIIPZ, C. 31-2,fol. 6%.
yas conductas encajaran dentro de los supuestos coriterriplados por
aquCllasL'".
Una de las principales características de la persecución lleva-
da a cabo por los~jiieceslocales era precisamente su rapidez. Para
el historiador acostumbrado a la lectura de los procesos eclesiás-
ticos, que en ocasiones podían llegar a prolongarse por espacio
de dos o incluso hasta tres años, la presteza con que los represen-
tantes de la justicia seglar resolvían unas causas contra los misrnos
delitos resulta, cuando rnerios, sorprendente. Corrio bien sabernos,
el motivo esencial para que los procesos eclesiásticos se alargaran
con tanta frecuencia era la bíisqiieda de pruebas que condujeran al
descubrimiento de una verdad lo más transparente posible. Ello su-
ponía que el juez debía aceptar una detallada defensa hecha por el
abogado del reo, lo que provocaba una nueva acusación por parte
del fiscal que, a su vez, podía derivar en una nueva defensa y en otra
respuesta del acusador; de modo que, sólo despuks de rnucho tierri-
po, llegaba a corisiderarse la causa vista para sentencia.
Por el contrario, en los procesos contra la brujería y la hechi-
cería incoados por los jueces locales no se pretendía averiguar si
el reo era o no culpable, sino condenarlo cuanto antes. Las faci-
lidades probatorias que los estatutos autorizaban para acelerar la
condena se reflejan en los procesos qiie nos han llegado a través
fundamentalmente de dos aspectos: el tipo de testificaciones y el
recurso a la tortura corno forma de presión para forzar la corife-
sión de los acusados. En cuanto al tipo de tezt~zcacione.~, era ca-
racterística común a todos los procesos seglares analizaclos la ine-
xistencia de testigos aportados por la defensa. En realidad,
aunque en alguna ocasiGri se citara la posibilidad de quc los reos
pudieran defenderse, ello no ocurría salvo en rarísimas excep-
ciones"". De este modo, todos los testimonios hablaban en contra
del reo. Las acusaciones eran casi siempre las mismas; existían
?i>:i
Así, por +inplo, los esraui~osde Amí) fiierorl aprobados el 26 de julio de
1628 y, al día sigiiiente. los cuatrojurados de la villa liiciri-on maiidainirnro al pro-
cilrador d r k t a para qiie aciisal-aa J u m a de Liiar; veciria de Fago, por ~hi-uja, Iie-
clii~era,aortilega, fitillera, malefica, honiicida. y hawr riisriiado dicho otticio a
otras personas, y otros delictos tocanles a la brugeria, coiifor rrie el lerioi- de dichos
atatulos de la valle^^. Dicho comportamiento no cra rxcliisivo d r Alisó; otro +ni-
plo caractri-íctico es el proceso contra Doiiiiiiga Ferrer, que fue iricoado eri octii-
bre de 1534, pocos días después de haber sido aprohados iiiios rstatiitos rlcsato-
rados contra la hriljería eii la villa de P O L ~deI I Vera, CII la c i d 1.esidírila iicii~acla.
261
Una de estas excepciories la constituye el proceso contra &giiida Kiii7,
que fue iiicoado rn 1604 ante el justicia y juez ordiiiai-io de la villa de Bolea
( M P H . C. 1211,11" 8).
muy pocas diferencias entre unas declaraciones y otras dentro de
un mismo proceso, e incluso también entre las contenidas en di-
ferentes procesos. Casi todo cuanto afirmaban los testigos res-
pondía al estereotipo expresado en los estatutos, según el cual las
brujas-eran las causantes de las muertes y eriferrricdades, tanto de
personas corno dc animales. El simple contacto fisico con la su-
puesta bruja ya se consideraba rnotivo suficiente para acusarla, tal
y como expresaba uno de los testigos que declararori en el pro-
ceso incoado en el valle de Aísa en 1574 contra Juliana Rernués:
<.Estando este deposanie i i r i dia al f ~ ~ c geno casa de la dicha
jiiliaria Bernucs, le f ~ a~tocar
e la una rodilla a este deposante con
sus marro.;, y hasta quatro o cinco horas se sintio un frior muy
grandr por. la rodilla arriba hasta la cabeca, de tal manera que se
fullo sin poderse d e r de su persona y der1ir.o de quatro dias vino
en articulo.inoriis.~."'í
El niisrrio testigo explicaba que liabia tenido que permanecer
en cama durante cierto tiempo debido a la enfermedad y que la
acusada, enterada de ello, había ido a visitarlo:
%Llegoa voz dc la dicl-ia~JuiianaKrrriues y passo por entre
gente y gente corno pudo hasta que llego a la cahcccra de su ca-
ma, y luego le quiso assir de la mano izquierda y este dcposante
la aparto porque rio se la tocasse y la pino baxo la ropa discndo-
lc cl deposante que se quitasse, que se iba a morir, a lo qiial le rcs-
pondio muy en secreto que no se cnojasse, que por- iodo bieri su-
yo habia llegado ha): y en acal~andodc dezir esto, le bolvio a
echar la mano y le cogio el b ~ a c odrecho y se sacco un paiio de
narices y le limpio el sudor de la cara y pechos, y en la hora, de
poco en poco, se sintio este deposarite mejor, por lo qual crehe y
tiene por muy cierto que ella le dio el nial y se lo quito.~"'"
Evidentemente, nada de lo relatado constituía prueba alg~ina
dc la culpabilidad de la rea. N o obstante, y a pesar del escaso poder
de coiiviccióri de los argumentos aportados por el testigo, concie-
ne tener en cuenta que su declaracióri era una de las más <<razona-
das*, en comparación con las pertenecientes a la mayoría de los
procesos seglares. Era una idea bastante ar~aigadapensar que
quien puede o sabe curar, también puede o sabe cómo provocar el
mal, y viceversa, lo cual podía constituir un argilmento con cierta
lógica intcrna, aunque no sienipre se correspondiera con la reali-
dad. Normalmente, los testigos se liinitaban a exporicr que deter-
26.5
PI-occsoc o i i m Jiiliaria Bertiiiés. Siniii-s. 1574. AHPH. C. 1191, ti" 6 , fol. 2 4 .
?(iii
Ibidrm. fol. 24v.
Portada del proceso contra Juliana Bernués, condenada a muerte por
brujería ante el alcalde de la villa y valle de Ksa en 1574 (Archivo
Histórico Provincial de Huesca, c. 1191, n") .
minada persona habia matado a sus hijos o sus animales, sin buscar
ninguna relación entre los nialeficios y los posibles conocimientos
médicos o capacidades ciirativas de la persona a quien se acusaba.
La mayoría de los testigos declarabari únicamente d e oídas)).
Resulta verdaderarricritc sorprendente comprobar cómo algunas
mujeres podían llegar a ser condenadas hasta la pena de muerte sin
otra prueba que la aportada por deposiciones como las contenidas
en el proceso contra María Lóper. A la pregunta formiilada por el
juez acerca del cirarto articulo de la acusación fiscal según el cual,
&a dicha María Loprl, rea y criminosa infrascripta, spiritu
diabólico incitada y coiirnovida 1 ...] es y ha sido bruxa, ecliizera y
maliíica cornriirritlo, corno de hecho ha cometido, inuchos y di-
versos gkirr-os de liorriicidios y ha muerto muchos animales, ro-
r-roinpierido rriiiclios y diversos sembrados y ar-bolrs; ernporip
riarido muchas y diversas personas y adaquellas darido veiirnos.)~'"
uno de los testigos interrogados respondió,
.(que de todo el tiempo qiie el drposariie se acuerda conocc
muy bien a la dicha Mal-ia Lopez rri el arliculo riorribrada, la qual
sicmpre ha oydo y entendido assi eii el lugar de Sinucs como por
toda la val de Aya, de I I I I I C ~ ~yS fjdedignas personas cuyos noin-
bres no se acuerda, ser- y que era bruxa, malefica, hechizera y tal
qual en el dicho articiilo se contiene.,,"'"
Era esva una prueba de la importancia concedida a la indeter-
minada fama pública. La fórmula ((haoído y entendido. se rcpe-
tía incesantemente en boca de niuclios testigos qiie nada tenían
que alegar en contra de las acusadas salvo ciertos runiorcs cuya
procedencia se desconocía (aiuclias v fidedignas personas cuyos
nombres rio se acuerdan).Junto al contenido de los testimonios,
ha): que destacar asimismo la identidad de algiinos de los testigos.
En el proceso iricoado ante el justicia de Jaca contra Joana .La
(:lira)),una vecina de Villanúa a quien se acuso en 1590 de todos
los crínieries contenidos en los estatutos de desaforarriiento que
la villa había aprobado en 1575, uno de los testigos que declara-
ron en su contra era el mismo acusador fiscal quien, según sus
propias palabras, había hablado .<pordescargo de su conciencia y
en virtud del prcgon,>"'".El hecho de aceptar conio testigo al acu-
Lb¡
Proceso contra María Lóper. SiiiiiCs. 1.574. IZHPH. C. 1191, 11" 1. fol. 3.
2l>h
I t i d ~ nfol.
~ , 17.
?W
Piocrro coritra J o m a <<I.aCuran. Villariíia. 1.590. AHPH. C. 1300, 11' 23,
fol. 2.1.
sador que actuaba d e oficio es una seiial inequívoca del escaso o
nulo interés d e los encargados d e la justicia por recabar una in-
formación objetiva que pudiera servir d e prueba a unas acusacio-
nes que nunca acababan d e ser dcrriostradas.
La falta d e irriportaricia concedida a los testimonios se obser-
va asimismo en el modo e n que era redactada la petición criminal
de este tipo de procesos. A diferencia de los iricoados por obispos
o inquisidores, e n los que dicha demarida o peticibri crirriirial prc-
sentada por el fiscal venía a ser cscncialmente un resumen d e la
informacion proporcionada por los testigos (con la salvedad d e
dos o tres ideas referidas a la intervención demoníaca o al carác-
ter herético de las acusaciories), las peticiories crirriirialcs d c los
procesos seglares se correspondían con lo contenido e n los esta-
tutos de desaforamiento y n o con lo declarado por los testigos. ibí
pues, dichas peticiones podían ser redactadas antes d e oii los re-
latos que contenían las respuestas de los testigos, las cuales, por l o
derriás, n o solían aportar ninguna novedad de carácter sustancial
a lo que ya aparrcía expresado e n tales desaheros.
Es muy posible que una proporción sustancial d e las causas
procedentes d e la,justicia seglar se piisiera por escrito siguiendo
un forrriulario fijo, d e forma que lo finico que variara entre unas
y otras tilera el nombre d e la acusada y poco más. Dicha sospecha
se confirma e n aquellos casos e n que se juzgaron varias mujeres
al mismo tiempo, lo cual sucedib muy a menudo, ya que la bruje-
ría se consideraba una especie de plaga que de tanto e n cuando
asolaba a una comarca, para desplazarse después a otra. Sólo así
se explica la prontitud con que eran resueltos rri~iclioscasos. Uri
ejemplo d e eficacia burocrática son los procesos incoados contra
dos mujeres del valle de Aísa, que fueron acusadas de brujería en
1574. Sus procesos se iniciaron casi al mismo tiempo. La deman-
da criminal contra Jiiliana Bernués -a quien ya conocemos por
las acusaciories formuladas coritra ella por uno de sus vccinos-
fue prescritada el día 4 de octubre d e 1574, y el día 1ñ de aquel
mismo mes el juez ya había dictado su sentencia de muerte. Los
términos e n que se redactó coiricidíari uno a urio con la seriteri-
cia dictada coritra otra rriujer que vivía en la misma localidad: Si-
n u k , una aldea perteneciente a la junta general del valle de Aísa.
Antonia Sánchez fue acusada por el fiscal el 6 d e octubre, dos días
después de que lo fuera Juliana, n o obstante lo cual fue coride-
nada a muerte el rnisrrio día 15. Ambas sentencias decían así:
<ghesuChristi nomine invocato.
Nos Bernardinus Avarca alcaldus sive jiidex ordinarius ville et
vallis de Aya pro domino nostro rcgc. Attcntis contcntis in prc-
senti processu et aliisjustis et considerabilius causis et rationibus,
de quibus animus mcus ad plcniim cxtitit satisfactus, de consilio
consiliariorum in vim dictorum statorum per me nominatorurn
et diputatorum, coiiderripriarriiis 1 nomhr~de la acusada] acciisatam
ad niorterri natiiralerri ita ut siioa firiiat ultirrios extrerrios et riatii-
ralrs dies Xe in expensis ei darnpriis qi~ariirriiaxaiioriern et liqlii-
dationem nobis in posterim resrrvainus.n2'"
La ejecución de la pena n o se hizo esperar en ninguno de los
dos casos. Juliana fue ajusticiada al día siguiente y Antonia cuatro
días más tarde, según se constata en sus respectivos procesos.
Nuevaniente encontrarnos la niisnia fórmula para ambas acusa-
das: la miierte en serie no requería de mayores invenciones. Se-
gíin hacía constar el notario, una vez desempeñada su r ~ ~ n c i óden
testigo ocular de los acoiiteciriiieritos,
~ D i decima
e sexta mensis octobris anni MDI.XXITT1 apiid dic-
tain villarn de Aysa ri iri carrrre coniimi eirisderri irisiarire dicto
procuratorem de inandamiento dicti doininus iudicis Iuii rxecii-
ta dicta sententia et iuxta eius serieni coiitinenciarn et tenorem
dicta Juliana Bcrniies fuit mortua pro ut ego notarius cause pre-
sentis et teste infrascripti eam occulariter mortucm vidimus et
dictam sententiam in eam execiitari et reste executioni mandarc
ex quibiis etc.,>"'
Junto al tipo de testificaciones, la segunda vía para facilitar las
condenas fue el recurso a la tortura. Uno de los motivos que dieron
lugar a que muchas localidades se dcsaforaran antes de perseguir
el crimen de brujería file precisamente la pretensión de legalizar
la posibilidad de atormentar a los reos, lo cual estaba ~errriinante-
mente prohibido por los fueros del reino. Según los rcunidos en
concejo en la localidad de Pozán de Vero, no podrían castigarse
como merecían .los crimenes de briixeria y metzineria, sortilleria
y ponzoñeria* mientras dichas leyes no fueran abolidas:
«A los qiiales crirrienes castigar y reprimir impiden los f~icros
del presente reyrio de hi-agon provientes que inquisicion no pue-
da ser hecha por jiiei alguno y que no se pueda procelier sin ins-
tancia de parte y en ciertos terminos, iriodos y t i > r i ~ i yi ique
~ no se
pueda dar tortura por medio alguno por juezes seglares.»"'
?íO
Proceso contra Jidiaria BcrriiiCs. SinnCs. 1574. AHPH. (:. 1191, 11" 6, f d .
10. Proceso conira Ariconia Sáncliez. Siiiuks. 1574. AHPH. C. 1191, ri" 5, fol. 9 v.
27 l
Proceso coritraJiiliaria Bernués. Siniiés. 1574. AHPH. C. 1 191, 11" 6, fol. 11.
272
F.~tatiitosde desaloran~ieiitode Pozán de Vci-o contra los ci-ínieries de
brujería y hechicería. Se hallan contenidos en el proceso contra Dominga Fcrrci;
'<IaCqja.,. Pozán de Vero. 1534. AHPZ. C.31-2, fol. 41.
Como aparecía contemplado por el Derecho Canónico, los
jueces eclesiásticos sí podían valerse del tormento corno medio d e
prueba, siempre que se cumplieran ciertas condiciones. Sin em-
bargo, n o poseemos muchos testimonios d e su utilización e n los
procesos contra br~ijosy supersticiosos. Por lo que respecta a la
justicia cpiscopal, sólo hemos hallado cuatro casos e n los cuales se
cite dicho recursoui y, eri cuanto a la InquisiciGri, a pesar de que
en varias relaciones d e causa se especifique %fueatormentado.,
no parece que, hablando e n térnlinos relativos, dichos tormentos
fueran rriuy graves. En 1609 fue procesada por la Inquisición de
Zaragoza María Romerales, una mujer de sesenta y tres años acu-
sada de bruja y hechicera a quien, tras negar repetidamente todos
los cargos formulados contra ella, se practicó el método de tortu-
ra acostumbrado, que n o era otro que el d e la garrucha. Por el
testimonio contenido eri la relación de su causa, parece que el
juez fue hasta cierto punto misericordioso y que tuvo e n cuenta
su débil estado:
~Executoseel de la garrucha y, teniendola de pimtillas sobre
la picdra, se desmayo y se mando sentar en el banco y, abiendo
vuelto cn si, dijo que no tenia que dccir por el caso rri que esta-
va, y por wr s~~bjectoflaco y viejo y tener asma, se suspendio e1 tor-
273
Nos referimos a los pi-ocesos iricoados por c-I O-ihiinaldel Ai- obispado
de Zaragoza contra Carlos blilanés (1.561) , Pascuala García ( 1576). Isahcl (hi-ay
(1591) e Isabel Gooihal (1605).
Y74
AHN. Iiiq. lib. 991, fol. 136.
27.5
Proceso contra 1)oriiinga Frr-rei: Poziri de Vero. 1534. 4HPZ. C.31-2.
rar previamente a las reos durante los interrogatorios, ya que és-
tos eran eludidos al rio pretenderse averiguar ni probar riada, si-
no solamente acabar con ((elnial de las brujas. cuanto antes y del
modo más ejeniplar.
Pero, a pesar de las facilidades que concedían los estatutos pa-
ra imponer sentencia sin necesidad de demostraciones, también
había casos en que los jueces seglares decidían presentar alguna
prueba, además de las aportadas por los testigos de cargo. Se pre-
tendía, sobre todo, conseguir tina coiifesión lo más detallada po-
sible cle haber practicado la brujería qiie saliera de boca de las
misnias aciisadas, lo cual no era empresa fácil. Entonces se recu-
rría al tormento como medio de arrancar unos rekitos que mas
tarde acababan incorporándose a la mitología de la brujería, lo
cual, sin duda, provocaba en las ya crédulas nientes de los testigos
de aquellos hechos una confusión entre los dominios de lo fan-
táslico y de lo real aíin mayor de la ya imperante.
Aunque la escasez de testimonios no nos permita afirmarlo
con rotundidad, podemos estar prácticamente seguros de que los
responsablcs de la,justicia seglar practicaron el tormento con ma-
yor crucldad que el resto de justicias. Un ejemplo claro es el pro-
ceso contra Dominga Ferrer, ((IdaCojan. Se trata de un dociimeri-
to íInico eritrc todos los conservados en relación con la brujería y
la s~ipersticiónen Aragón en el siglo XVi. En primer lugar, por la
precision y fidelidad con que en 61 se relatan las diferentes etapas
del interrogatorio bajo torrriento al que fue sometida la acusada
y, en segurido lugar, porque no conocemos nirlgím otro testimo-
nio de la confesión de una supuesta bruja de haber matado por
su propia voluritad tanto a personas como a animales, así como de
haber asistido al aquelarre en compañía del Dernonio. Tras escu-
char por dos veces las negaciones de la acusada con respecto a las
acusaciones formuladas contra ella, el justicia de Pozán de Vero
ordenó qiie Dorninga Ferrer sufriera tormento, ((a fin y efecto
que los delictos de los quales ella es acusada plenamente, por su
mesma confesion se no sin anles volver a recordar
que en dicho proceso se renunciaba a los fueros, privilegios, ob-
servancias, usos y costumbres del reino de Aragóri. Así, el 22 de
diciembre de 1534, Domiriga fiie conducida ante el lugar donde
se hallaba preparada la garrucha y allí el juez le preguntó si que-
ría corifesar:
=Etpost illico actum, quasi contino, dicho rriestre Anthon [...]
puso una carrucha con su cuerda donde se habia de dar la tortu-
ra ct, puesta aquella, hie trahida ay la dicha Doirienica la Coja
presa. Et [...] luego que la dicha Domenica hubo visto el aparejo
que ay staba hecho, dictus dorriiniis iustitia dixit eiderri Ihmeni-
ce qiie si volebat aliquid dice re.^^"'
Ella respondió que rio se le aplicara el torrriento, qiie diría la
verdad. A partir de aquel momento comerizó un nuevo interro-
gatorio, en el margen de cuya trariscripciOn se hicieron constar
las siguieritcs palabras: «Aquí es el principio de las confesiones de
Dorrienica la Coxa,,. Se le preguntíi si había niatado a una serie
de animales (elas mulas de mossen Martin., <<las millas de Salva-
dor)))y personas ( 4 a nuera de Anthori Cortes., <<mossenJohan»,
«inestre Luis, medico*, etc.). Al principio respondió que no; des-
p u k dijo que sí, que había causado la muerte de algunos de ellos
con diversas mezclas y pociones, coriteriidas en alimentos como
pan o tortas, eri las cuales introducía rejalgar o arsénico mezcla-
do con restos de carne de sapo:
<<Fue preguniada que que metzinas habia en la dicha torta. Di-
xo que de las que ellas acostumbran de poner para matar. Fue
preguntada que de que las f'nzen. Dixo toman los sapos y los des-
siiellari y secan la carne dellos y fazen della polbos y que estos pol-
bos niexlados con arsenic son para luego matar, y si los dar1 a so-
las no niaran tan ayna.rY7'
A continuación se le preguntó .si era bruxa y si había presta-
do homenajes al diablo, y que quien le había demostrado aque-
llas cosas.. Dijo q u e ella no era bruxa ni sabia nada, ni había
prestado homenajes al denioriio, ni había renegado.. Entonces
comenzó la tortura:
eDictus inagister.h t h o n i u s [...] le halo la una mano con cier-
tas cuerdas a una soga que pasaba por la dicha carrucha, y le pu-
so una piedra a los pies, y assi la puso en alto de iiria bara de me-
dir año poco mas o inerios, y estando assi la dicha Dorrienica fue
preguntada por el dicho Señor.Justicia que dixesse la verdat, ella
si era briixa o no, si habia muerto [...] el dicho mestre 1,uis rrie-
dico y otros de que se tenia osp pecha.^^?^"
Dominga negó todo. Td y como se relataba el proceso, des-
pués de aquel primer iritcrrogatorio bajo tortura, fue descolgada
977
Ihitlrm, fol. 74.
278
Ibid~m,fol. 7fi.
"O
Itiidcvn. fols.77v. y 78.
por el verdugo, el cual le dio una camisa limpia, le afeito los ca-
bellos, le dio a beber agua bendita y le eclib una parte de ella so-
bre la cabeza. Sin más dilación, fue alada nuevamente:
«La t o r n o a hatar las niarios para tras y la hato a la m i s m a so-
ga y le puso la riiisma piedra a los pies, y assi la siibio e n la misma
altllra.
2Xii
IhDidem, fol. 78.
28 I
Ihidrvz, fol. 78v (véasr infin '<Laorgía prrpetuaw)
«Que la dicha Gracia la Nadala rlixo al diablo: Señor, veos
aqui que os iraigo una vassalla, y que el diablo resporidio: Sea
bien vcnida la vassalla, y que luego la presentc respondieritc. en
lugar- de homenajes, Ic beso rri el culo al diablo, y que el diablo
la toino lucgo y la cabalgo, y qiie tenia el fuso de fierro niil): fino,
y que le dio cinquo sueldos, y qiic la dicha Gracia dixo a la pre-
sente respondiente que aquellos ciriquo sueldos, quc los esmer-
c a s e luego, si no que no le aproverliarian, y que ella los esinerco
2x7
Coiicrrtarrierite, el día dos de enero de 1535, .el Rcvcrcnclisiriio Seiior
l h i i Tristari Calrctc, obispo de I.~igoe inquisidor conti-a la Iieretica y apostatica
pravcdat en todo el revrio de Aragoii [...] vista por el una carta misiva ciibiada p o ~
rriosaeii Ilieroninio Sobies, Comisario del Santo Otticio en la ciudat d e Barhastro
[...] por quanto Iimia sabido que el Iustitia del lugar de P o ~ a i dr i Vcro tenia pre-
sa una mujer por broxa Ilaiiiada Doiningza la Coxa. y Iiavia s a l d o qiie aquella
Iiavia coiitcsado Iiaver lieclio pacto con el diablo y Iiaberle adorado [...] nianclo
ti-aer 1;i dicha Domenica a ~ i poder-
i y carceln ( ~ h z r l r ~fols.
i . 1 15-1 16).
?XK
Sc trata de lui piocesos iiicoados coi1ti.a Dorriiri~aFerrer, Juliana Kri-iiciés,
María I h p e ~Antoiiia
, Sáiicliez. Jiiana e1.a (:lira., Moritserrat Ma-
Cáiichc~.,J~iaiia
yayo y Mal-ia Vircari-rta.
2hq
Surria dr losfii~rosrk. Ior rirdmir.~de S ~ ~ r r !2'iciiia
la di. Alhnr.rozin y dr 7 i 7 2 ~ 1 de
,
la S rom ~ i n i d o d ~rl?
~ . Int
r (~ltlrrrcclr (lzrhns ciurlod~t,jl dr lri villa de :llosqu~rzirln,r rlr oimr
i~illrrsrorrzv&rcis. Valencia. J o r g c Co~tilla,1331, fol. 102.
brujas. La for mula utili~adapor el acusador fiscal en el momento de
pedir dicho castigo para las reas solía ser siempre la misma:
<<Dictus procuratoris iiorriiriil>iisqiiil~iissupra petit, suplicat ct
rcquerit per vos, dictum dominen1 iudirrm [...] proriiincknri ~t
condcmnari candem pro dictis criminibus, iilxta frriorem dicto-
riirri statutorum ct ordinacionem, ad penan1 inortis riatirralis, vi-
dclitiir, ad in forcandum in furca alta cum capistro canapi in co-
Ilo diter; quod ipsa ihi silos fincat extremos et naturales dies.nn"
Una vez más hay que incidir e11 la decisiva irnportaricia de los
estatutos de desaroramierito para todos los aspectos relacionados
con 1a.justicia seglar aragonesa y la brujería. (;acia vez que, dentro
de un proceso, se daba un nuevo paso tendente al castigo d e dicho
crimen, volvía a recordarse que no era sino e n virtud de los dcsa-
fueros. Por lo general, gi-acias a las nuevas leyes, ciialqiiier tipo de
corideria era llevada a termino sin ningíin impedimento. Corno ya
se ha apuntado en este mismo capítulo, e n la mayoría d e las cau-
sas ni siquiera intervenía u n abogado deferisoi; con lo que la sen-
tencia era dictada e n un p l u o muy breve a partir del inicio del jui-
cio. Quizás por ello resulte más destacable el único proceso seglar
conservado e n el que, excepcionalriiente, el procurador desem-
peñó su cometido a la perfección, iriteritarido por todos los me-
dios posibles salvar a la acusada y protegerla d e todos los ataques
de que había sido objeto. El 1 d e abril de 1604 el así denominado
«consejo de los justicia, vavle,,jurados y corisejeros de la villa de Bo-
lea. decidió acusar cri~riirialrrieritea Agucda Ruiz por <<serciilpa-
ble y haver corrietido los crimines de briixeria, liechiceria y otros
crimines contenidos y expresados en los dichos estatutos.,, Segun
constaría más tarde e n la acusacióri presentada por el fiscal, la acu-
sada, wezina y habitadora d e la dicha villa», había ido .de noches,
cori rriucho secreto y artificio a divcrsas cassas de dicha villa. y, con
sus hechizos y ponzoñas, había matado a *muchas y diversas per-
sonas)),cuya identidad era desvelada e n varios casos. TarribiCn se la
consideraba causante de la niiierte d e (<rriuchosy diversos anima-
les y ganados, assi gruessos como menudos. y d e otros miuchos y
diversos daños.. Por tanto, el acusador fiscal pedía al juez, al firial
de su demanda criminal, «pronuncie seritericia y condene a la di-
cha Agueda Ruiz, rea y crirniriosa sobredicha a muerte natural, es
a saber, a liaorcarla en ia horca publica de dicha villa.^'"'
290
Proceso contra María López. SiniiCs. 1571. AHPH. C. 1191. 11"1, fol. 2.11.
'!"Prnccso contra Ágiieda Riiir. Bolva. 160'1. AHPII. C. 1211, ri" 8, fols. 36-
37, 47, 51, 56v-37r y 59v.
Hasta ahí el documento rio aportaba ninguna novedad. Casi un
siglo más tarde, nos parece estar leyendo el mismo proceso que le
fuera iricoado a Dorriinga .La Cojan o a otras muchas que, al igual
que ella, acabaron entregando su vida a rrianos de la justicia. Sin
embargo, esta vez las cosas dieron un giro radical debido a la in-
terposicibn de la &rria de derecho. o (jiirisfirnia,, que lino de los
mie~ribrosdel concejo, actuando como abogado de la acusada, pre-
sentí>ante elJusticia de Aragón nada más conocer el rriandamien-
to aprobado para iniciar el proceso. Toda .jurisfirr~ia»obligaba al
Justicia de Aragón2=a expedir al juez de la causa contra la que se
presentara una &hibición~ por la cual el proceso no podía prose-
guir o, en su caso, siquiera iniciarse, mientras no se aclarara si se Iia-
bía procedido o se iba a proceder contra fiiero. A pesar de los iri-
tentos del concejo por explicar q ~ i ela villa se había colocado al
margen de los fueros en lo que tocaba a algunos crimenes, y entre
ellos el de brujería, dicha inhibición fiie expedida igualmente, lo
que supuso un alargamierito del proceso, en contra dc lo que solía
ser habitual en casos semejantes. Los principales argumentos prc-
sentados por el ilustrísimo doti Martín Batista de I'anu~a,quien,
además de ser justicia y.jurado de la villa de Bolea, formaba parte
del consejo del Justicia de Aragón, habían sido los siguientes:
*Que la dicha Agueda Kiik [...] ha sido y es rcgnicola del prc-
serite Reyno de Aragon, la qual como tal ha gocado y goca, pue-
de y debe gocar de todos y cada unos f ~ ~ e r olibertades,
s, prelie-
minrricias, gracias y prerrogativas a los regnicolas del presente
Reyno de Aragon concedidas.
Item diie quc la dicha Agucda Ruiz [...] ha sido, fue, era y es
infancona e hidalga de gerieracion, prosapia y linaje de irifanco-
ries c hijos de algo notorios y de solar conocidos por recia linca
niasciilina descendiente [...] y rorrio tal infan~oria[...] ha g o ~ a d o
y goqa l...] de todos y cada uno pribilegios y cxeirrptiones, liber-
tades, franquezas e irirriunidades que los infancorirs e hijas de al-
go [...] del presente Keyno et aliis suelen y acostiinibran gocar y,
como irifancona e hija de algo, nunca en toda su vida pago ni co11-
tribiiyo [...] en las sisas, lezdas, peajes, portajes, ~riaravcdis,ni
2!)?
1.a iiiagia~~aturapcrsorial de1 Justicia de k a g ó n era una iristitución jicli-
cial de carácter singiilar-ísimo eii cl niarco de la Fkpaiia riioderria. Su origen se
hallaba cii la peculiar ediiciori de la Curia real que. si bici1 eii Castilla había cle-
riwdu eii la c r e a c i h dr uii 7 n b u m l de ki C u r t ~ con
. carácter colegiado y perma-
iieute. en A r a g h dio lugai- a la coristituci6ii de iin juez o qjiisticia~~ ericargado de
iiiigar- las causas dc los r~oblesy la<suscitadas entrc Cstos y el rey. Pcro. ya desde
rriediados del siglo Xn7. dicho j u e ~asumi6 la fiiricií>iide intcrprelar y declarar el
I-icto seiitido de las leyea y coit~imbresdel país (fiicros, usos, libertades) y h de
impedir, poi- vía procesal, la violacióri o qiirbraritarriiento dc las mismas.
o ~ r o sderechos Reales ni vezinales que las pecheras y de condi-
ciones y signo servicio en la dicha villa de Bolea y eri el presente
Reyno respectivaniente suelen y acostumbran piigar; pechar y
contribuy [...]
Item dixo que de fuero, »bserhiincia, usso y costumbre del
presente Reyno de .2ragon, qualesquiere juezes y officiales [...] a
los infanconcs estan obligados a giiardarles 1 ...] los f ~ ~ e r yo sob-
servaricias del presente Reyno de Aragon [...]y no [pronuncznr.ren-
tencin] conforrrie los estatutos y ordinaciones de las dichas ciiida-
des, villas y lugares del presente Reyno de h a g o n . ~ ~ " " '
Por si todavía no fiiera suficiente con lo ya apuntado, dicho
procurador, una vez enterado de las intenciones abrigadas por los
integrantes del coricejo, continuó su defensa haciendo referencia
a un punto delicado y esencial que ante todo q~ieríadejar bien da-
ro: la estricta prohibición contenida eri los fberos de dar tormen-
to a los habitantes del reino, y especialmente a los infanzones:
«Iterri dixo que [...] conforme a fuero, obserbaricia, usso y cos-
tumbre del presente Reyno de hagan, n o se puede dar torrrien-
to a nadie, ni piiede ser atormentada ninguna persona, y niuckio
menos la principal de dicho procurador, siendo como ha sido y es
infancona e hija de algo, por riirigun crimen por aquella conieti-
do, exceptado el crimen de falso nioriedero [...]
A noticia de la dicha principal de dirho proc~iradorha llega-
do qiie vosotros 1 ...] quereys y entendeys, en virtud y fiierca de lo
estatutos y ordiriaciones, acusar y proceder crirriinalrrieritt. contra
dicha principal de dicho procurador y, so pretesto de cierto.; pre-
tensos delictos, y qiie iio son y tocan al dicho de Ialsario de rrio-
neda, atorinentarla y darle tor-tura y tormento contra todo fuero,
justicia y razoii [...] y conio a nos y a riuestro officio toque y com-
peta ministrarjusticia a los que la pidrri y desliazer agrabios y pro-
venir que no se hagan [...]
Por ende, de parte la Magcstad Real del Reyno [...]a \,osoti-os
[...] decimos y, de rorisejo de los demas señores lugartenirrites
del dicho Señor.Justicia de Aragon, nuestros collegas y compaiir-
ros, INHIBIMOS que de vuestros irirros officios [...] no permitais
[...] atormentar [...] a la dicha principal del dicho procurador
[...] ni en virtud ni fuerca de vuestros aserios estatutos [...]no le
hagays, ni t i a ~ e hagays,
r ni mandeys, processo o processos algunos
ni procedirriiiritos desaforados ni perjudiciales a la arriba fir-
mante, y si en algo contra lo sobredicho hubiereis procedido o
mandado. in contirienti l o ] ...] anul1eys.i"'
293
Kiii,. Holca. 1604. AHPH. C. 121 1. 11"8 , fols. 95-41.
Proceso ~ontra.~~ugiicria
"' Ibid~m,tols. 4144.
El proceso siguió adelante aunque, de conformidad con la
*inhibición>>, no se aplicó ningún tormento, así como tampoco
ningiino de los desafueros contenidos en los estatutos que la villa
había aprobado para acabar con la brujería. Eri consecuencia, la
acusada, haciendo uso de los derechos que poseía cualquier de-
lincuente al ser juzgado, fue defendida por un procurador, y el
.juez hubo de oír a varios testigos presentados por aquél cn su des
cargo. Sin embargo, finalmente la sentencia terminó siendo con-
denatoria: el 26 de novierribre de 1605, más de ur; año y medio
después del inicio de la causa, el-juez decretó que Agueda saliera
desterrada de la villa de Bolea y sus terminos por un plazo de dos
años. Eritonces, el procurador quc la defendía, no consintiendo
en dicha proniinciación, apeló contra la misrria ante el,]usticia de
Aragón. Esta es la ultima noticia que poseemos sobre el paradero
de la acusada. Fucra o no aceptada la apelación contra la senten-
cia pronimciada por el justicia de Rolea, de lo que sí podemos es-
tar seguros es de que, gracias a la intervención delJusticia de Ara-
gón, Agiieda Ruiz pudo salvar su vida y no morir en la horca cal y
como una buena parte de sus convecinos hubiera deseado.
Pero, por las noticias que nos han llegado, la rriayoría de quie-
nes eran acusadas corrio brujas ante la justicia seglar acababan
siendo condenadas a muerte sin remisión. Mientras que, segíin
todos los indicios, la Inqiiisición condenó a la hoguera a la dtima
acusada por brujería en 1535, los resporisablcs de 1a.justicia seglar
siguieron enviarido a la horca a un buen número de mujeres du-
rante los siglos XVi, XVII y, quizás también, durante buena parte
del siglo XViII, tal y corrio se deduce a partir de la existencia de
estatutos de desaforaniiento contra la brujería aprobados en una
fecha tan tardía corrio 1702'"". A pesar de que nos sea iniposible
conocer las cifras de fallecidas, debido a la gran cantidad de do-
ciiiiientos que se han perdido o que aún no sc han en~oritrado"'~,
2Ll5
Nos rckriinos concrctainentr a las Ohdiviarionn r p & de 1« r i u d d (ir ' ~ I U -
zon«, Zaragoza, Francisco Kcvilla, 1702. Scgíin dichas leycs, la ciudad d r 'l'arazoria
reniiiiciaha expresamente a los fueros, usos y observancias del reino dc h i a g h en
la pcrsecucií>xi de cicrtos drliricueritcs. eritre los cuales se encontraban los <<hrii-
jos y brujas, Iiechizcros y liechizeras.. de iiiodo qiic podíari ser,juzgados .<enfra-
giiancia y sin clla, con apellido o sin el., eeii qiialquiere dia~iiriclicoo n o jnridi-
co, y en cualquiere llora. aiiiique sea de noche, y en el pucsto y lugar que pai-ecera
al Justicia y Lugartenirritc de Justicia cn su caso,,, los ciiales podían d a i - seriten-
cia sin reniirir el Prorc~soa la Real Aiidicricia y Consejo Criminal del prrsenrc
Kcyno, y sir] comiinicar.lo con prrwiia alguna,, c .iiuporier las peiias que les pa-
recer.'~,basta la de iiiiierten (fols. 157-158).
?<N>
A mcdida que se drscnbreri nuevos toridos dociimcntales en el área pire-
naica, van salierido a la Inz referencias constmtes a las iiiiirierosas condenas dicta-
podemos sin miedo a equivocarnos que fiieron varios
cientos las mujeres que perdieron la vida e n i b a g ó n a manos d e
la justicia seglar por delito de brujería.
Dos de los testimonios docurrientales rriás irriprcsioriarites eri
relación con dichas muertes se refieren al Pirineo. El primero de
ellos procede d e la localidad de Laspaúles. Hace unos-años se ha-
llaron en el campanario d e su iglesia varios legajos pertenecientes
a la Edad Moderna, entre los cuales figuraba una lista d e las mu-
jeres que habían sido presas y juzgadas por el entonces llamado
Consell de Laspaíks. En el siglo XVI se denominaba así la aso-
ciación formada por seis aldeas contiguas: Sentpere, Vilaplana,
Suíls, Arcas, Aliris y Villarue. Todo cuarito sabernos es que eritre
los días 19 de febrero y 29 de abril del a ñ o 1593 fileron presas y
azotadas por los encargados de la justicia del valle veinticuatro
mujeres acusadas de brujería; una de ellas consiguió escapar d e la
cárcel y dos fueron finalrnerite liberadas, pero las veintiuna res-
tantes perdieron la vida en la horca. N o p&ernos constancia al-
guna de los procesos que, supuestamente, les fueron incoados; lo
que sí es claro es que n o pudo llevarse a cabo ninguna investiga-
ción seria de los hechos si tenemos e n cuenta el breve lapso de
tiempo que medió entre el encarcelamiento y la ejecución. Segíin
uno de los escuetos párraros conservados:
«.4 derioii de t e b r e r o del airi aol~reditforeri presas las p i r s o -
iias de Aritona UeIrnas y Maria de Joao Porrer- y Aritona dt- Mo-
rango de Sentpere y Margalida de Seri, alias d e Moranjo, y Mar-
galida.Jeneta, alias de .Toa Reals de Soyls, y Gisabel Arcas d'AIins
per bruyxas, y perderen la bida a cuatro de marco de layn sobre-
dit Margalida de Sen, Antona Moranjo, Antona Delmas, y Marga-
lida Jcncta y hlaria de Joa Portcr forcn asotadas lo matcyx dia.-"!"
das por lajusticia seglar contra rri~ijeresacusadas de brujas. De forrria uiás o rrierios
iridirecta. sabemos de otros cuatro procesos abiertos por los junteros del valle de
Tenaentre la última década del siglo XVi y las dos primeras del XVII, ya que se cori-
scrva constancia dc la absnliición coiicedida cn 161 l por cl 'Ii-ibiinal drl 1)csat'oi-a-
miento a dos iinijeres aiiulaiido la setilericia por la que habían sido destei-radas del
all le (AHPH. Prot. riot. de Juari GuillGri, fols. 144146 y 183\,.-184).Tarribií.ri 110s
consta la declaración de inocencia fallada en 1625 a favor de otra m~ijerjuzgada
antrriormriitr por hrilja. Otra iiitrrrsaiirc rrtri-riicia r i la coiitriiida r n rl docii-
mento de reve~idiciónde i i i i canipo que le liabia sido confiscado a una ni~!jer por
los costos de un proceso por br ujer ía iiicoado con anterioridad a 1626 ( L b ( hivo de
Casa Lucas, eri Panticosa. Prot. riot. de Juan Navarro. fols. 186-189). Vease Manuel
GÓWEZDE V ~ . E N L I . E rld w~llrrlr i>no (.\zglo.YL'iI). Zaragoza, Ed. Li-
~ . IIDori~nirnto.\
AI
hrrria (;riiri-al, 1995.
"' Dorriirigo Svsi.4~ARMEEÍGOI., Futsimil dr marrurtrilos dr Imp«úlr\ drl tiglo
XVl. vol. 1, Hiirsca, 1)ipiitacióii Provincial d r Hiirsca, 1989, p. 190.
La lista de las apresadas, que no transcribinios por la monotonía
con que se sucedían los nombres de todas quienes, corrio indicaba
el documento, qxrderen la Inicia),, continuaba hasta completar el
número de veintiuna. Otra interesante relacibn era la referida a los
gastos qiie acarrearon las ejecuciones; por ella sabemos q u e plan-
tarem las forcas a la sera de Scnt Roc* y que d o dia que hofegaren
las broyxas c.. ]
doriaren a beiire als capelaris a la casa de la bi1a.n""
Así pues, el mismo día que las acusadas corrio brujas eran ahorcadas
en una de las eras sitiiadas a las afiieras de la principal localidacl del
valle, los clérigos de la zona celebraban el suceso bebierido en la ca-
sa de lavilla, tras ser invitados por el concejo. Dicha imagen nos trae
a la niernoria las tiestas para la expiilsióri de los n d o s espíritus, así
coino ciertos ritos expiatonos que, ya fuera ocasional o periódica-
mente, se desarrollaban entre ciertos pueblos primitivos con la in-
tención de sacar fuera del ámbito civilizado a las f~ierzasdel rrial. En
palabras de Jarries Geoi-geFrazei;
«Lo5 intentos públicos para expeler los rrialcs acurriulados (le
una sociedad entrra puerieri clasificarse en dos clases, segUn que
los demonios cxpiilsados sean inmatei-iales e invisibles o esten cor-
poreizados en un vehículo material o víctima expiatoria [...] La ex-
pulsión de los demonios, ocasional en un principio, tiende a ha-
cene periódica. Llega a considerarse rleseable Iiacer una limpia
g e n r i d de espíritus malignos a frcl-ia fija, iisualnierite una wz al
año, para que la gente pueda gozar de una nueva vida, libre de to-
das las influencias maligna^ acumuladas largarriente a su alrededor
1 ...] En la cristiana Europa, la vieja rostumbrr pagana de expulsar
los poderes del nial en ciertas Cpocas del año ha sobi-evividohasta
10s tiempos modernos. Así, en algunos pueblos de Calabria se inau-
g1ir.a el mes de marzo con la expulsión de las briljas.."'"
Dicho autor continuaba refiriéndose a los ritos y ceremonias
que todavía persistían a coniien7os de este siglo y qiie reproducian
sirnbólicarriente aquello que real y materialmente había ocurrido
unos siglos atrás. Así, por rjeniplo, en el Tirol cada primero de ma-
yo se repetía hasta hace muy poco tiempo el ritual denominado
quemar las brujas*; durarite los días previos a la celcbracióri, los
liahitantes de las aldeas participantes recibían una absolución ple-
naria dc la Iglesia y además 1i1npiabai-iy fumigaban ciiidadosameri-
te sus casas con bayas de enebro y ruda. Al llegar el día de la fiesta,
con todo el estrépito qiie eran capaces de provocar (tocando las
?!3!1
James Georgc FKYLEK, 1.0 r n ~ n nilor*rdn. 12fi1g'nJ rvlz,pón Ciudad dr Wxico,
Foiitlo dt. Cultiii-a Econbniica. 1951, pp. 622-(32.
carnparias, golpeando cacharros y calderos, soltando perros, gri-
tando. etc.), exclamaban: .;Huye bruja, huye de aquí o te irá
mal!»:""'A diferencia de otros ritos cuyo origen histórico se adivina,
pero se encuentra tan alejado que apenas se reconoce, eri el asun-
to de las condenas a miierte por b r ~ ~ j e rla
í adistancia temporal en-
tre el mito y la realidad era muy corta: cuatro siglos, en ocasiones
tres, o incluso dos. Quizás sea este el motivo por el que nos seriti-
mos sobrecogidos ante acontecimientos tan ajenos a riues1r.a actual
sensibilidad que, no obstante, siicedieron anteayer.
El segundo de los conjuntos docunieritales que muestra cuán
cruel llegó a ser la persecucióri seglar de la brujería en Aragón, y
más concretamente eri ciertos valles pirenaicos, nos liabla de va-
rias muertes que tuvieron lugar en el valle de Tena durante la se-
p i d a y la tercera décadas del siglo XVi. A través de varios testi-
monios recogidos casi al azar podemos hacernos una idea de la
posible i~iagriitudde la campaña contra las brujas en dicha re-
gión. Cuando, en 1529, el Justicia del Valle preguntó a Juan ( h a -
Ilart, vecino de Panticosa, que había sido condenado a muerte
por delito de robo, si deseaba hacer testamento antes de morir,
éste respondió q u e el no tenia bienes [...] porque el tierripo que
su padre hordeno, dexo en sil testamento a rriossen Domingo
Guallart, hermano suyo y enipues a hotra parte, cuando se fazia
justicia de la briijeria.. Seis arios después, «en virtiis del Estatuto
Desaforado fecho por la dicha Val» fueron condenadas .a rriucr-
te corporal» dos mujeres del valle: María de Pucy y María Sorro-
sal. El documento referido a esta última resulta estremecedor.
Se trata de un testinioriio notarial que relata lo sucedido en el
cementerio de la localidad de Sallent de Gállego, cuando el iri-
fanzón Juan Martón protestó ante el lugarteniente del justicia
porque SLI rriujcr, ejecutada en virtud del es~atutode desatilero,
había sido ahorcada a pesar de encoritrarsc embara7ada, con lo
ciial habían matado asirriisrrio a la criatura que llevaba en su vien-
tre. No sólo el notario y el dicho Juan Martón se liallabari prc-
sentes, sino también los representantes del concejo, que se ha-
bían reunido en torno a la tumba de María Sorrosal para ser
testigos del agravio cometido contra el infanzón. Según constaba
en dicho docurricrito, [ e l Magnífico Joan Martón [...] dixo tales o
semejarites palabras,>:
N Q Lsiendo
I~ rapia la qiiondam Maria Sorrosal, mujer suya
[...] ct en cerqua los rriniiries de biixeria c ponconeria, entre
XHi
Itnrlrnz, pp. 632-633.
r r defrrisión de su pcrsona [...]
otras cosas, que dicha su ~ i i u ~ jrri
habia allegado ser prenyada [...] e no osmite aquello, haver cxe-
ciitado en ella scntentia de muerte, el cuerpo de la qiial sinse ani-
nia e rriwrta alli iazia, ensima de una piedra, siqiiier i u r r i l ~ . ~ ~ " "
Dichas afirmaciones no eran sino cl preámbulo para el recono-
cimiento que el viudo pretendía y que tuvo lugar a continuacióri:
«E pretendiendo entre otras cosas tiaverse echo agrabio a di-
cha su rnujer [...] habia fecho abrir aquella por el costado ez-
quierdo, pero no reconoscida segund combenia si era preripda
[...] habia rogado a los infrascriptos jurados, le toquasen e junta-
sen concejo del dicho lugar- como assi lo habian fecho [...] Por
tanto [...] rogo a Sancha 12acorre 1 ...] que rcconosciesse segunt
devia cl cuerpo de la dicha hlaria Sorrosal 1 ... 1 Et cn continente,
dicha Sancha Latorre l...] puso las niarios deritro el cuerpo de la
dicha Maria Sorrosal que, como dicho es, por y eri el costado cz-
quierdo ya abierta sraba l...] y a ojo y vista de todos Pendio con un
cuchillo la madriguera de dicha Maria Sorrosal y saquo de dentro
una creatura ya formada, pero sir1 ariirria ni spiritu, y cn la que to-
dos juzgamos scr varon, y la puso en iui plato.."o'
Tras la extraccióri del feto, se organizó una procesión por las
calles del pueblo que se dirigió desde el cementerio hasta la casa
del lugarteniente del justicia; en ella participaron todos quienes
habían asistido al acto anterior:
«Ei en continente, el dicho mesmo dia, Pecho lo susodicho
[...] el dicho Jo.an Marton, yo, dicho Joan Guilleiii, @tarrirnLe
con los arriba nombrados testimonios y otros asistentes susodi-
chos e la dicha Sarictia I.atorre, andamos personalmente a la
puerta principal de las casas de la continua residencia del dicho
Señor Lugarteniente de Justicia siiuadas eri dicho lugar, y siendo
e lista de ansistente.~]Uoan Marton] dixo quc pa-
alli presentes [ ~ i g u la
ra deniostracion del agrabio que le habian Pecho [...] contra la di-
cha sil mujer 1 ...] les hacia e hizo ostension e rlenios(raciori de la
susodicha creatiira ya formada, y varon, que en dicho plaio dicha
Sancha Latorre en sus rrianos tcnia.~~""'
A continuación se transcribía el diálogo habido entre el in-
fan7ón y el liigarteniente. Según aqukl, dicho lugarteniente *ha-
bia muerto corno orriicidio, mala y falsamente, dicha creatura.,)
No obstante, corno podemos imaginar, a pesar de la dramática y
304
Ibidem, p. 103.
:405
Hugh R. TKEVOK ROPEK,«La cxza de brujas en Europa en los siglos XVI y
XVII., en Rvl@on, rejormaj romhio ionol, Karcclona, Ed. .4rgos\kr-gan, 1985, p. 151.
*En la Edad Media, los horribres de las rrioritañas se diferen-
ciaban de los tionibrea dr las Ilarinras eri s u organiiacióri social, p
por lo tanto iariibikn se diferenciaban en aquellas costumbres,
niodrlos y creencias que se desarrollan a partir d e la organizacih
social, y con el paso d e los siglos, la consagran. Casi podemos de-
cir que sus civilizaciones eran diferente^..'^"^
Realmente, eri los aislados y ásperos valles rrioritañosos, la civi-
lización cristiana nunca había arraigado tanto como en la llanu-
ra. En ese sentido, se trataba de una cultura diferente; no obs-
tante, la persecución que tuvo lugar en los Pirineos aragoneses no
fue debida tanto a que las brujas, con sus ritos aricestrales, repre-
sentaran en sí mismas un modelo de disconhrmidad, como de-
fendía Trevor Roper, sino a que se les asignó el papel de culpables
de un descontento social generalizado. Este parecía ser más p r e
fiindo en las zonas montañosas y, sobre todo, se manifestaba con
mayor violencia que en otras regiones, no sólo en la obsesión por
la brujería, sino también en otros órdenes de la existencia coti-
diana.
La tercera característica que conviene resaltar una vez más es
el protagoriisrrio absoluto de las mujeres como víctimas de las ac-
ciones persecutorias provenientes de la justicia seglar. No conser-
vamos ni un solo testimonio en el que un varón fuera acusado de
los crímenes contenidos en los estatutos, a pesar de que en ellos
apareciera contemplada siempre dicha posibilidad. Ello puede
explicarse por el carácter mítico de una persecucion que no se ba-
saba en hechos reales, a diferencia de la llevada a cabo por los
obispos o -a partir sobre todo de mediados del siglo XWI- por
los inquisidores. Como de lo que se trataba era de elirriiriar uria
fantasía, un personaje simbíilico, una idea al fin y al cabo, y no de-
terminados comportamientos delictivos susceptibles de ser com-
probados, las acusaciones siempre acababan yendo a parar a las
mujeres, quienes, consideradas desde antiguo como proclives al
mal, encarnaban a la perfección el papel de siervas de Satanás.
Finalmente, 1. que destacar el carácter de .plaga social. asig-
nado a la brujería. Ninguno de los órganos de representación del
poder quedó al margen en el combate contra lo que llegyo' a cori-
siderarse una de las peores lacras de aquel entonces. Aunque fue-
ron los jueces seglares quienes se encargaron de llevar a cabo la
persecución más *eficaz., también las instituciones eclesiásticas
participaron en la represibri. Eri el capitulo siguiente iriostrare-
mos algunos ejemplos de las relaciones que mantuvieron los di-
ferentes organismos judiciales entre sí y del apoyo que se preqta-
ron unos a otros. Sin que llegara a plantearse una colaboración
permanente y organizada, sí puede al nienos hablarse de cornpli-
cidad entre todos aquellos jueces encargados de hacer frente a
los crírnenes de brujería y superstición, a pesar de que, como sa-
bemos, las diferencias entre la actuación de unos y otros fueron
realmente notables.
307
Estatutos de desaforainieiito contra la brujería del valle de Tena. 1.525.
AHPH. Pliego suelto en el Libro dvl r ~ g i m i m t o&la cuxc de don Domingo (kdlkn, fol. 5.
308
Estatutos de desaforamiento contra la brujería dcl valle de Arisó. 1628. Ar-
chivo Municipal de h s 6 , prot. 1628, not. Miguel Lóper, fol. 3.
Según la sentencia proriunciada por el justicia de Jaca en 1590
contra Montserrat Mayayo, una mujer de VillanUa acusada de
bruja que acabó siendo condenada a la pena capital, la decisión
final del juez había sido tomada por inspiración divina:
~ < S oThadeo
s de la Sala, Infancori, Ciudadano, Justicia y Juez
ordinario de la Ciudad de Jacca y de sii tiistritu, territorio y jiiiis-
diction [...] Attendido y considerado los inrr-itos del presente pro-
ressu y las confessioriri fechas en el por- Moritserrada Mayayo,
prrsa y acusada y [...] ieriiendo a Nuestro SrÍior Dios delante
nuestros ojos [...] del qual iodo recto juizio procede, Proniincia-
mos, Senirririamos y por esta, riuestrri diffinitiva seniericia, con-
drmimnms a la dicha Montserrada Mayayo [...] a muerte natural,
de tal manera «iir s u s dias extremos v riatiirales fenezcan., v, eri las
expcnsas por nos íilxaderas. Assi lo Prorii~riciitmosNos, e1,juez so-
l~rrdicho.~>"'"
Por paradójico que pueda parecer; fueron fllndainentalrrierite
los jueces seglares, y no los eclesiásticos, quienes llevaron a la
práctica, niediante sus particulares ((cazasde brujas., el secular y
mítico combate entre Dios y cl Demonio que por las mismas fe-
chns un hilen número de demonólogos se afanaba en describir
hasta el último detalle. Si las bases doctrinales habían sido apor-
tadas por los teólogos, las .pruebas. materiales quedaron en ma-
nos de los encargados de hacer justicia fiiera del ambito eclesiás-
tico. Así, todas las fantasías acerca de la brujería que la mayor
parte de los tratados de la época daban por ciertas, aparecían a sil
vez en los procesos seglares como cargos e, incluso, como prue-
bas de la culpabilidad de las acusadas. De esta manera, el mito se
cncarnaha y acreceritaba debido a la falta de crítica de Lirios jue-
ces que aceptaban como válidas cualesquiera acusaciorics en con-
tra de las supuestas hriijas con tal de acabar con ellas.
M ~ ~ c lmás
i o qiie en los procesos incoados por los jueces episco-
pales o inquisitoriales,cl estereotipo de la brujería se plasmó eri Ara-
gón con todas sus características eri los procesos seglares. Así, el
aquelarre, la señal que el Diablo imprimiría a sus adeptos, el llama-
do aiialeficio de taciturnidadn qiie impediría que las acusadas pu-
dieran expresarse libremente ,ante el juez, las aciisaciones de infjn-
ticidio, la asociacih entre el oficio de comadrona y el pacto con el
Diablo, etc., todo cuanto formaba parte del mito de la brujería, ve-
nía a ericontrar su máxima expresih entre las páginas de las causas
:4iil!i
Piocrso contra Mniitsrrrai blayayo. Villariíia. 1590. AIIPH. C . 1300-24,
fol. 16.
desaforadas iricoadas por los diferentes jueces locales del reino. 4
juzgar por los testimonios que poseemos, eran &tos los más iritere-
sados en justificar la perseciición mediante el recurso a las autori-
dades eclesiáticas en materia d e brujería y siiperstición. Ninguno de
los procesos iriquisitoriales o episcopales coriservados incluye entre
sus páginas una sola referencia a los tratados dcmonol6gicos de la
epoca; sin embargo, e n el proceso incoado e n 1651 por el justicia de
Epila (Zaragoza) a María Vizc,ureta, la mención de varios de dichos
tratados resultó deternii~iaiitepara la decisión final deljuez. Según
el encargado de redactar el resurrieri de dicha causa,
&a dificultad dcstc proccsso consistc en averiguar si del hc-
cho rcsultan bastantes mcritos para la pena ordinaria, y para nia-
yor claridad pondre con distincion PI cargo, la prowznca y la Alrgn-
cion en Drecho 1 sic].m ""
Podenlos imaginar e n qué consistieron las dos primeras partes
del proceso, esto es, las que aparecían denorriiriadas c o ~ n oc u ~ y oy
prouanza. Eri arribas se daba curriplida cuerita de todas aquellas
acusaciones que podían serle atribuidas a una bruja: muertes, en-
fermedades y todo tipo de desgracias. Las íinicas ([pruebas. pre-
sentadas fueron las declaraciones de varios testigos que asegura-
ron haber sido damnificados por la rea. En cuanto a la llamada
alegación en derecho (que, por lo general, era un escrito extraordi-
nario del abogado e n deiensa del acusado), n o f ~ i esino u n aña-
dido más para favorecer la perla d e rriuerte que, final~rierite,aca-
bó sikndole impuesta a la aciisada. El alegato hacía un repaso a
través de la extensa bibliografía referida a la brujería y, entre otras
autoridades e n la materia, aparecían citados Jacob Spreriger y
Heinrich Iristitoris, autores del famoso Malleus maleficarum'"',
Franciso de Torreblanca"" y el jesuita Martín del Río."'.
Así pues, la justicia seglar busc6 un apoyo teOrico para llevar a
cabo su acción contra la brujería e n la doctrina eclesiástica, v es-
:ill
Jacob S P R ~ \ ( , Fy RHciiirirh I N S T I T ~ R I S . Mnllvur 7nolrfimril?n, Lyori, 1584
(trad. esp., El rncurillu (Ir I(IAtn ujua. I'crric gulpmr a lns h u j a ~ J ~ L Jhrrc@s c.on podrru\rc
mam, Madrid, Ed. Felmar, 1976).
111
Martín u t i Río, L)i.~qzii.sitW/~urn
mqirnrirrn, Lovaiiia, 1599 (existe una ti-a-
ducción al castellano del segundo libro &estas Disquiszn'onvc mcigirar:Jesús h f o > : ~
(rd.), La magia dcwoninrn, Madi-id, Ed. Hiperióii, 1991).
pecialmente en la idea de Dios y el Demonio. Podernos plantear-
nos si, a su vez, los representantes de la lglesia apoyaron la feroz
perseciicióri de los jueces seglares activamente, o si solamente
consiiitieroii en ella, ya qiie 110 poseemos ninguna prueba de qiie
interfirieran en la misma. Aurique los teslirrionios que revelan las
relaciones mantenidas entre unos y o ~ r ojueces
s no son muchos,
sí poderrios considerarlos bastante significativos. Uno de los rriás
contundentes es el que se contiene en el proceso incoado en
1574 por el alcalde de la villa y valle de Aísa contra Aritonia Sán-
chez de Siriués, por bruja, maléfica y hechicera. Como );a seiiala-
mos en el capítiilo anterior, Antoriia terminó siendo condenada a
muerte en la horca, siguiendo la costiiinbre autorizada por los es-
tatutos de desaforamiento aprobados para el valle. Pero lo que
más nos interesa deslacar es que uri representante del Santo Ofi-
cio, concretamente uno de sus comisarios presente en la zona,
anotara en el proceso de sil puño y letra:
.Yo, el licenciado Tr~illo,Comissario del Santo Ot'ticio, he vis-
to este procrsso hasta esir lugar, y lo rernilto al Selior Bemardino
Abarca, j u e z de la val dtAyca.>>"'
Dicho párrafo que, quizás e11 una primera lectura, podría pa-
recer una declaración demasiado ambigua, en realidad escondía
por parte de la Inquisición una posición de claro apoyo en la som-
bra a la persecución y a las matanzas efectuadas por los jueces lo-
cales. En aquella ocasión, el Santo Oficio no quiso hacerse cargo
del asunto y lo ~rerriitió. a1,juez del valle. El comisario declaraba
<<haber visto,, sólo una parte del proceso, pero aqiiélla constaba
unicanientc de diversas acusaciones v testimonios en contra de la
acusada, no conteniendo nada en favor de la riiisrna. Era eviden-
te que la sentencia sería condenatoria, corno de hecho lo fue.
Otro testimonio significatiro de la actitud de cierto sector del cle-
ro en relacih con las persecuciones de la justicia seglar es el tex-
to va citado en el capítulo anterior a propósito de las veintiuna
ejecuciones de mujeres acusadas de brujería rn la localidad de
s el año 1592. Corno sabenios: el mismo día en oiie las
h s ~ a ú l e en
acusadas fueron ahorcadas, los clérigos (<(capelaris,>) del valle no
sólo no se opusieron a la matanza, sino qiie la celebraron be-
biendo en la llamada «casa de la hila*"".
3 1-1
Proceso contra Antonia Siíiichez. Siniiés. 1374. AHPH, C. 1191-5. fol. 25.
: I5
VGase Domiilgu SLWAS (IPI m j ~ m i drl
~\RzIF\c:OI,,Ii(mhnild~m n m i r o f l o ~ l ~ a-
~
glo cXL'l,vol. 1, Huesca, Dipiitaciini Provincial rlc Hiicsca, 1983, pp. 91-92.
Yero el doc~imeritoque nos habla qiiirás más directaniente de
la postura de los representantes de la Iglesia con rcspecto a las
persecuciories de los jueces seglares es una carta en la que el en-
lorices arzobispo de Zaragoza, don Alonso de Asagón, orderiaba
a los justicias de varias localidades pirenaicas que se encargaran
de hacer procesos contra los ..hombres e riiujeres b r u x o s ~qiie allí
moraban. A pesar de la mención obligada a ambos sexos, en el
rriargen dcl docimento figuraba la anotaci6n: Comission para pro-
cessar 1a.c lrruxns, con lo cual circunscribía desde el principio los
posibles deliricuerites al género femenino. El texto que a conti-
nuación trariscribimos completo decía así:
E'.ar<ol>ispo,
.. lugarteniente general, etc.
A los amados y fieles del Rcp mi Seiior, lo~~jiisiicia.;,
jurados c
otros ofticiales, concqjos et singulares personas de la ciiidat, va-
Ilei, \;illas c lugares de Jacha, Anso, Echo, Aragucs, Rorau, Arvues,
Aysa, Valcevoller-a,Cenarbrc, Acuinuer e de la carral de Vcrdum.
Salud e dilection.
Por quanto Nos tenemos relaciori q u e en cstas dichas, ciudat,
valles, villas e lugares hay muchos hombres y rnujeres bruxos que ~ 4 -
ven como malos ctir-istianos e que matan muchas persorias e p n a -
dos con hechizos e muchas otras rrialas artcs, de que se sigue de-
servicio muy grande a Nuestro Selior e peligro dc las almas de las
tales personas. E porquc nuestro desseo es que el dicho crimen y
error sea coi-rrgido y stirpado dcl todo coino mieriilm) del diablo.
Por cnde, vos encarganim y rriaridamos suechamente qiie, luego
que esta vos scra presentada, ragays procuradorcs cn cada una val,
ciudat, villa e lugar dc los susodichos e, a instancia de aquellos, los
juezes a quienrs se rnaridara, fagan sus pi-ocessos y recihari infor-
inariori de lo susodicho segund el h e r o y ley deste Reyno permite,
e aquellos (lue verdadcrainente se fallaren ser. br-uxosy hcchizeros,
castigaran devidariierite y segund por ,justicia hllarari poder y dc-
versc fazer a fin que los rnalos christianos y que no biven segurid la
ley evarigelica pcrmite, sean castigados segiind sus meritos.
Guardando vos attentaincnte de fazer lo conirario eri rnancra
alguna, por quanto el servicio de su alteza teneys caro que en la
yra e indignation no dessrais iricur-rir.
Daiis eri Taragona a XV de agosto de MIIIII,XXXX\J%ños.
Don Alonso d r Arilgori.
Gil Spañol, sccretarius [ r ú h i c i r ] » ""
916
ADZ. Registro de Actos coinrtries (1491-1496), fols. 133~-1%.
A tenor de dicho documento, más qiie de apoyo de la Iglesia a
la actuación de la.justicia seglar, habría que hablar de encargo efec-
tivo. Desp~ksde haber visto la relativa tolerancia de la justicia epis
copal aragonesa hacia los delitos de briijería y superstición, podría
sorprendernos un mandato como éste. Dicho documento está fe
chado en el aiio 1495 y, como ya seiialarrios en el capítulo dedica-
do a la justicia episcopal, unas dCcadas mas tarde, concretamente
en 1567, el licenciado Rlasco de Vera escribiría qiie <<en este Arco-
bispado no se entiende que las aya>>, refiriéndose a las b~-ujts"'.
$uál era entonces la actitud del Ar~obispadode Zaragoza y, en ge-
neral, del clero aragonés con respecto a la brujería y la siipersti-
ción? ;Acaso cambió radicalmente en menos de un siglo?
El aparente contraste entre ambos documentos, así como en-
tre la acción de la justicia episcopal y el citado rriaridato, podria
explicarse, por una parte, teniendo en cuenta la arraigada creen-
cia según la cual las brujas se hallarían localizadas principalmen-
te en las montañas y, por otra parte, por una posible evolución en
la actitud del clero. Pero, aunque ambos factores llegaran a plan-
tear una coritradiccibri en la postura dcl arzobispado, hay que
destacar, en cualquier caso, el hecho de que apenas se conservan
procesos por brujería incoados por la justicia episcopal en Ara-
góri hasta finales del siglo XVi. A ello hay que añadir quc tambih
cra creencia admitida que muchas mujeres oriundas de las tierras
altas, alarmadas ante la persecución, habían emigrado a la Ilanu-
ra, con lo cual, según la mentalidad de los conte~nporáneos,lia-
bría brujas eri todas partes.
Todo lo anterior apoya la tesis de que, a pesar de que la justicia
eclesiástica -y, en especial, la episcopal- fiie mucho más suave que
la seglar respecto a los crímenes de brujería y superstición, la Iglesia
no se opuso a las acciones llevadas a cabo por los jueces seglares; cs
más, hubo ocasiones en que éstas se desencadenaron por orden del
arzobispo"" En las actiiaciones concretas de cada tribunal, subyacía
un acuerdo tácito acerca del papel que a cada uno le correspondía
'317
Rq+/rum r/ii~/olc~riicrri.
rnisscrrim ri c~c.c.r//ntirtn ei c c ~ f d i í l o\~dz.\~ ( L P \ I L I - ( L A ~ < \ ~ ( ~ ~ ( I P
i n t z , p z (Libro de cartas de 1567-1580). Sin Soliar. Carta ron fccha 2%-X-15%
318
No olviderrios que el priinrr pr-oceso por brujería del Santo Oficio que se
conserva en Espaiia fue incoado contra Narboiia Darcal. hahitantc d e uiio dc los
valle.; pirenaico.: citados en la carta enviada por el arrobispu [le Zarago~aa los en-
cargados de lajusticia seglai-. I k h o proceso, en e1 ciial sc cita otro aiitcrior ahicr-
to por- la justicia ordiriaria 11r~abapos Ceclia t.1 añu 1498, con lo que e\ideiite-
mente fue fruto del encargo eclesiástico rnericionado. Así, en aqiiclla orai6n
coiifluyeruii las 11-esjusticias: epibcopal. seglar e inqiiisitoi-ial.
jugar en la persecucióri. A pesar de los problemas d e competencia
que en deterrriinados casos pudieran plantearse entre unos y otros
jueces al hacer frente a un mismo delito, los teslirrioriios conserva-
dos permiten deducir que, caso de existir dichos problemas, éstos
serían rm~yescasos, ya que la Iglesia aprobaba las perseciiciories de
la justicia seglar, no teniendo ningún interés especial eri arrogarse
el derecho a llevarlas a cabo, salvo en ocasiories rriuy concretas.
Las instituciones d e poder de la sociedad aragoricsa d e los si-
glos XVi y W I I actuaron frente al problema de la brujería y la su-
persticibn como si d e un solo cuerpo se tratara. Cada u n o de sus
órganos poseía una fimción determinada de iriodo que, mientras
que la justicia seglar se caracteri~abapor sus métodos rápidos y
eficaces, la justicia eclesiástica -cuya actuación quedó dividida
en dos frentcs- contribuía a legitimar y a completar a su rriarie-
ra el combate contra las fuerzas del Mal. A ~ ~ r i q ulos
e tiempos d e
la sociedad feudal dividida e n tres órdenes que describiera Adal-
beróri de Laóri e n el siglo X quedaran ya muy lejanos, siis palabras
acerca de la ficiudad d e Dios. bien podrían aplicarse a los tres or-
ganismos responsables d e la persecución que rios ocupa:
« L o s trrs Ortleries viven juntos y no sufrirán tina separación.
Los servicios de rada u n o de estos 6rdcncs permiten el trabajo de
los ou-os dos. Y rada iirio, a su vei, presta apoyo a los demás. Mien-
tras esta ley ha estado en vigoi; el ~iii~ritlotia estado en paz.» "!'
Por quanto somos informados que quando van eii
las processiories [...] no caiilari i van hablando i no
con aquella decencia que conviene i, llegados a la
iglesia donde van, se sallen [...] irilzndamos que
[...] vaian con buen orden i cantando i con ilquel
decoro q u r es razon i, llegados a la iglesia donde
van, ninguno se salga, i el que se salliere, tcnga pe-
na de un sueldo.
CONFLICTOS ENMA!3CARADOS
Proceso contra Pasciiala García. Hrrrera de los Nav:ii-ros. 1.562. ADZ. C. 42-
12, Fol. 16XV.
' osé bfiguei DE B . A K A \ D I A K~ ~ \u, j r ryi a/ n x j a s . ~>~1zrnonim
r(,(ofifdo.sr n YI ~uis
Vasco, San Srba~tiáii,Ed. Txei-toa. 1989, p. 19.
Bajo el término bruja tenían cabida personajes o genios le-
gendarios de muy diversos caracteres. En palabras del antropólo-
go Ranlon Violant i Simorra,
[...] , que apare-
<<I,asm n a s , lavanderas, lamias ...] c.nr.c~ri/or-iu.~
cen mezcladas muchas veces ron li~sImijas y con las costumbres y
poderes relativos a Gstas, son siipri-vivencias de los antiguos níi-
menes o espíritus verierados en las Cuentes que, más tarde, por in-
fluencias nórdicas y célticas, primero, y latinas, despu6s, fueron
personificadas, corrio otros genios de la Naturaleza, en divinida-
des protectoras del hombre [...] Unas veces se peinan, otras lavan,
hilan, cantan. danzan, y en algunos casos difiiricleri riiales, como
las brujas, hasta el extremo d e qiie se coiif~indenmuchas veces
unas y otras.,, '
Así pues, la brujería era uria metáfora qiie no siempre se ha-
llaba identificada a nivel popular con determinados delincuentes,
tal y como la ideología doniinante pretendía. Son abundantes los
testimonios en los qiie se habla de las b.rujcls coino un colectivo
misterioso e indefinido y, desde luego, no asociado a ninguna
persona concreta (.<lasbriixas le havian ecliado niedecinas por las
orejas.; *las briixas la rriatarian.; «las broxas por filerca Ic hazeri
cierto mal de noche quando duerme),). En dichos casos, evi-
dentemente, la utilizacih del concepto ..brujería. expresaba un
conflicto conipletamente distinto de los que solían esconderse
detrás de las acusaciones contra ciertos sujetos odiados o recha-
zados por buena parte de la comunidad.
Bajo el concepto .s~~p~rsticiónsubyacía asimismo otro tipo de
lucha: el combate permanente contra toda manifestación de lo
sagrado que se hallase f k r a del control de la Iglesia oficial. En
este caso, se trataba de un conflicto que tenía lugar únicarriente
entre el clero y el resto de la población. No todos aquellos que
juzgaba la Iglesia corno supersticiosos eran considerados por la
gran mayoría como criminales; por el contrario, con frecuencia
gozaban de una gran popularidad como curanderos o adivinos,
y precisamente era por ello por lo que acababan siendo perse-
guidos, ya qiie los representantes eclesiásticos interpretaban su
exito como un desafío, dada la competencia que suponían mas
actuaciones cuya funcibri social, al fin y al cabo, no era dcrriasia-
do diferente de la eclesiástica. Ademas, tanto obispos como in-
quisidores jwgaban tambit.11 como delitos de superstición cicr-
254
tos comportamientos compartidos por el conjunto de la comu-
nidad, que la Iglesia, dentro de su campaña de conquista espiri-
tual, pretendía combatir y eliminar de r a í ~En
. realidad, el con-
cepto superstición no se hallaba bien definido, ya que servía a la
Iglesia para aplicarlo siempre que le convenía prohibir algo; sii-
pcrsticioso era, como decía un curandero de .4lbarracín (Te-
ruel) en 1593, «todo aquello que la Santa Iglesia tiene reproba-
do y condenado por pecado.>>"Dicha sentencia reflejaba la
extrema variedad de las conductas prohibidas: desde aquellas
que la Iglesia interpretaba como rivales hasta cualquier muestra
de religiosidad qiie se alejara del temor y el respeto que la reli-
gión oficial pretendía imbuir (no ol\ideiiios qiie la risa y la sii-
persticióri se hallaban indisolublcmcntc unidas para la Iglesia);
también eran considerados supersticiosos los restos de antiguos
ritos paganos y, por supuesto, las inanifestaciones culturales de
judaizantes y mariscos.
Brujería y superstición ericubríari conflictos muy diversos, cu-
yos alejados caminos confluían en u11 punto: ambas, en opinión
de la Iglesia Cat61ica, eran iiistrumentos diabólicos. Si las brojas
servían a Satanás en virtud del pacto firmado con Él, todo ciian-
to hacían los supersticiosos no era sino <<irivericiGn del diablo..'
No obstante, y a pesar de los continuados esfuerzos de la Iglesia
por alumbrar una sola figura que representase el mal -el Adver-
sario, el Oponente del único Dios verdadero-, las manifestacio-
nes de lo demoníaco eran tan variadas corno diversa era la cultu-
ra popular qiie se pretendía imiTormar desde las instancias del
poder. Aunque la figura del Diablo, al igual qiie la de la bruja, ser-
vía a todos para expresar ciertas rcalidadcs difícilmente asumi-
hles, el modo en qiie la cultura popular interpretaba dicha ima-
gen contrastaba sustancialmente con la visión transmitida por los
teólogos. En palabras de Piero Camporcsi:
*Los estatutos cognoscitivos de una cultura pobre difieren d r
los elaborados por las elites intelectuales, aun cuando las esferas
de contan~inación,las sugerencias y las interferrncias entre u n a y
otra puedan ser inúltiples. La hago rnunth r l a b o ~ a d apor las re-
presentaciones nieri~alespopulares [...] divrrge del rriodelo clksi-
co iitiliiado por drr3ci y littl'ari, así como las categorías lógicas t...]
se rriuestrari diferentes. La imagen dcl mundo, vista dcsdc abajo,
"Proceso contra Fi-aricisco Aloriso. Albarracín. 1593. ;U):\. N" 47, fol. 33r
Procrso contra 1)oiniiigo .4giiilar. ( h p c . 13131. ADZ. C. 31-15, Sol. 4.
se perfila incier-w [...] y poco hornogenea [...] El orden natural y
divino se descoiirpone y se altera.**
El recurso a lo imaginario era un arma que cada cual utilizaba
en su propio provecho. La Iglesia intentó, sin Gxito, iniponer una
figura diabólica terrorífica para inspirar temor y, por medio de él,
ganar terreno a otras creericias que se hallaban fuera de su con-
trol y podían hacerle la competencia. Yero, a su vez, la cultura pc-
pular contaba con unas imágenes de lo diabólico que actiiaban a
favor de quienes se servían de ellas y rio en su contra, como se
pretendía desde el exterior. En las páginas que siguen interitare-
mos dar a conocer ciiáles fueron dichas imágenes en el Aragón
del siglo XVi y cómo se desarrolló 1ü dialéctica entre ambas con-
cepciones.
TODOS LOS DEMONIOS
Luis lJÉ.~ez
De GUEVARA,
l<lDiahloC"j:~~rlo
(1e cd., 1641) , Madrid, Ed. Cátedra,
19x9, pp. 73-74.
'"Véase la aportación de Mircea Eliadr accrca dc los mitos dr la polaridad en
silohra fiatado d~historia de las religiune~.M»rJologz'ay (Linurnicade lo sagrado, Madrid,
Ed. Cristiandad, 1981, pp. 417-419. Segíin dicho autor, «un número considerable
de tradiciones míticas habla de la ~fraterriidadneutre dioses y demonios. y exis-
teti dioses, como Varuna, que revelan *la biiinidad divina, la coincidencia de los
rontrarios, la totalizació~ide los atributos en el serio de la divinidad.,,
" V&uise Eugenio TR~AS, i r m h r l p las i&oloph~y otros textos afines, Barcelona,
Ed. Pcnínsiila, 1987, pp. 204206, y Keith THOMAS, R~ligiun«nd Lhe Derlzne o f M a p ~
Luridres, Periguiri Books, 1981, pp. 559469.
Al monoteísmo propugnado en el concilio de Trento no le
convenía la accptaciíh indiscrirriiriada de la iriniensa caterva de
seres imaginarios conocidos comfinmente como demonios, que
podían referirse tanto a númenes benéficos como inaléficos. Al
Dios victorioso de la Coritrarreforriia le resultaba imprescindible
la figura de un enemigo con quien medirse en térniinos, casi, de
igualdad, un rival con quien luchar y al qiie, finalmente, vencer.
Según el doctor Gaspar Navarro, natural de Aranda del Moncayo
(Zaragoza)y canónigo de la iglesia de Montearagón, situada a po-
cos kilómetros de Huesca,
#Los antiguos tuvieron en tanto este nombre, daemon, que
crcian que todo lo que se incluye en este mundo inferior estava
sujecto a los cuerpos aereos, a qiiieri 1 es 1 ellos corriprehendiari de-
baxo deste riorribre, aunque no dexaroii de atribuyrlo, y usarlo,
assi en buen sigriiticado corno rri malo. [...] Mas erilrr los ci-isiia-
nos este rionibre es tan odioso [...] que oyrle nombrar nos causa
espanto, porque debaxo deste nombre se entienden y compre-
henden las malicias de aquel que llamamos Satanas, que es el que
nos persigue. Y es tan perverso que ni puede hazcr bien, ni de-
zirlo, ni imaginarlo, sino debaxo de presupuesto qiie tiene de en-
ganarnos todas las vezes que con el se trata.>>"
Así pues, el Demonio de los cristianos debía ser uno (Satanás,
el Adversario) y perverso. Sin embargo, en contra de lo que la
Iglesia predicaba, y de ac~icrdocori los testimonios que nos ofre-
cen los procesos aragoneses por brujería y superstición, la gran
mayoría continuaba recurriendo a una gama muy variada de dia-
blos o demonios,según dos de las denoniiriaciories niás extendidas
en los siglos x V i y XVIi. Una de las principales características de
la religión popular era precisamente su marcada tendencia al po-
liteísmo, de modo qiie, al igual que se creía firmemente en la pre-
sencia activa de las almas del purgatorio en la vida cotidiana, o se
concedía gran importancia a los santos (cori quienes la mayoría
entraba en contacto de un modo más directo y personal que con
el Dios todopoderoso diseiiado por los teólogos), así se entabla-
ban también relaciories con otros espíritus, que los representan-
tes de la religión oficial identificaban directamente con fuerzas
malignas''.
12
n l mp~rstirionladiwn .... Hiiesra. Pedro Bliisóri,
Gaspar ~-;\\/AKKo, i n h u ~ ~ dc
1630, p. 21.
'"'éailse Robert ~ ~ L I : H ~ MFKo ,I (:u/t11rt/opi~1(1ir(>~t
(1zlt11w(LPS dit?s ( / ( z nla
~F~IL-
ce moderne (m'-.WllI+ szMe), París, Flammariori, 1978 y Peter BL'RKI:, I.n cultura pw
pular en la ,!?7:11~0,fIn Madrid, Ed. Alianza, 1991.
vrrod~rr-rzn,
Aunque el trato y comunicación con los espíritus deinoriíacos
se hallaba nnly generalizado, buena parte de las noticias que po-
seemos acerca de los niismos procede de quienes fueron acusados
como brujos o siipersticiosos. Ello no significa que el resto de la
poblacion no compartiera las fantasías de los perseguidos. Eri opi-
nión del historiador Robert Muche~nbled,en cierto sentido, to-
dos eran un poco brujos:
«los canipesinos creían que todas sus dificultades provenían
d i la acción incesante en este n ~ u i i d odc fuerzas oscuras, de al-
mas, de demonios -por eniplcar la terrriinologia cristiana. A sus
ojos, riada era ~matura1~~- y todo acontecirniento, firera o no be-
néfico, se explicaba por la intervención de esas fuerzas. Pero ellos
no pretendían luchar sin tregua contra el Diablo, como lo hacía
la Iglesia. Ellos estaban preocupados más bien por elestableci-
miento de un equilibrio mágico siempre inestable [...] Todos, en
resumidas cuentas, eran un poco brujos..>'.'
El bagaje ideol6gico de los reos por brujería o superstición no
constituía una peculiaridad propia, sino que formaba parte del con-
junto común de creencias imperantes a finales del siglo XlT. Se en-
contraba profundamente enraizado en las mentalidades y traducía
una forma de enteiider el mundo muy extendida, segun la cual lo
sobrenatural y lo real se interferían constaritcmente siri apenas dis-
tinción. Esta era también, de alguna manera, la coriccpción de la
Iglesia, aunque con la salvedad de que sus representantes se ericar-
gaban de decidir cuáles debían ser los elementos sobrenaturales a
los que se podía recurrir, y cuáles los supersticiosos y los condenados.
Sin embargo, para muchos de los jilxgados en Aragóri como
supersticiosos no existía ningiina iricompatibilidad entre los po-
deres de Dios y del Diablo de los tcologos; dicha interpretación,
aunque heterodoxa, se hallaba propiciada de algfín modo por la
misma Iglesia, ya que la mayor parte de los demonólogos se afa-
naba en describir hasta el mínimo delalle los atributos del De-
monio para fiindamentar mejor la presencia de cuanto considc
rabari ilícito. Tan grande era la importancia concedida a Satanás
' co-
por dichos tratadistas que no es de extrañar que más de al$run
nocedor de sus disquisiciones cayera en la tentación de pedir los
favores infernales,junto con los del mismo Dios'". Según el resu-
14
Robert MIl(:HEMAI.EI), Sorrikre,\, p r l i r r ~t soc~rl6( ~ U X1U ~t 17 s i i ~ / v c ,París, h a -
go, 1987, p. 152.
I í
Acerca dc los poderes atribuidos al l)enioiiio, vease María T:\r s i r i , <<La
imagen dcl sabbat en la Pkpaña de los siglos XVi y XVII a ~ravésdc los tratados so-
hrr hi-ujcsía y siipcrsticiím~.Hisforw w z n l . 17 (l9%), pp. 10-1l.
inen del proceso incoado por la Iriquisicióri a mosén Martín de
Sosín, presbítero de la iglesia d e la villa de Zuera (Zaragoza), di-
cho clérigo proniinciaba sus conjiiros para dotar d e poder rriági-
co a los objetos d e los que se servía solicitando al rnisrrio tierripo
el auxilio d e Dios y el del Diablo, sin hacer ninguna distinción en-
tre ambos:
<<Yotc consagro, yerba valerima, en el noriibrr del Padre y del
Hijo, y del Espiriiii Santo, y por Satanas, que hagas lo que tc pido.."'
A pesar d e dicho ejemplo -que, al fin y al cabo, encajaba den-
tro del esquema rrianiqueo defendido por la Iglesia oficial-, la
gran mayoría d c los corijuradores dirigían sus invocaciones a iin
sinnúmero d e espíritus, a algunos d e los cuales conocían y Ilama-
ban por su nombre. Pedro Solón, un morisco d e A l f a n i h (Zara-
goza), fue acilsado e n 1581 por el Trib~inald e la Inquisición d e
haber hecho comparecer a < m a sde sesenta derrionios~,entre los
cuales se encontraban Satanás (como u n o más), Berzebíi, Barra-
bás y Fogón. Según el Santo Oficio aquello era (<contirmaciondel
pacto exprcsso cori el derrioriio~~",lo cual nos remite, de nuevo, a
un género d e rediiccionismo que transformaba cualquier mani-
festación dernoniaca de carácter plural en el Diablo sirigulari~ado
por los representantes d e la Iglesia.
Entre la poblacióri rriorisca residente e n Aragón era muy ha-
bitual el recurso a las potencias irifernales. Eri 159'7, el tribunal in-
quisitorial d e Zaragoza ordenó que fiieran castigadas tres mujeres
«por irivocaciones de demonios y hechicesias, y reconciliadas por
moras.. Una de ellas era Cáridida Gonibal, una nueva convertida
oriunda de Benagiiasil (Valencia) quien, según algunas de las tes-
tigos que declararon e n su causa, .haviendole consultado el se-
medio que teridriari para que los hombres las quisiesen bien, les
aconsejo invocassen a los dernonios.~Isabel Gombal, hermana de
la anterior, llegó a confesar bajo torrrierito que había invocado <<a
Salhanas, Barrabas y Berzebiw, mientras que Blanca <<La Peana.,
otra morisca natural d e Calanda (Teriiel), decía ver (alos demo-
nios a quienes havia Ilarriadon e n u n espejo".
Seis años despuks fue corideriada como liechicera por el mismo
tribunal Ana Ruiz, una zaragozana de treinta aííos, la cual confesó
ante el j u e ~que c can di da Gombal, morisca, le havia ensefiado las
dichas echizerias.~'"No olvidenios que uno de los aspectos más in-
teresantes y complejos de la religiosidad de los moriscos a finales
del siglo XVi era precisamente la creencia en los demonios. Ahora
bien, como afirma Luis García Ballestcr,
<<elmito diabólico tenía u n significado distinto rri la irtente de
u n inquisidor y e n la d r i i r i morisco. Ambos aceptaban el mito co-
rno u n a realidad, pero la clisiirita proccdcncia cultural d e arribos
-el inquisidor partía d e uria concepción escolástica d e pacm u
invocación. y cl morisco hundía su creencia c n las tradiciones es-
piritistas judaicas y del neoplatonisirio alrjandrino- hacía que
hablaseri distinto lenguaje.."'
1 <)
Ilidrm, fol. 208r.
21
Vkase,Juliái~KIRFR.\
\ T w ~ ~ t&iipersticiones
l , moriscaw, cii I>i.swtnriona
y Ofnisrulm, wl. 1, Madrid, Irriprenta de Estaiiislao Rilaesti-e, 1928, pp. 493-527.
" Sobre la niagia morisca, véame asirriiarrici los trabajos dr Aria IABAKT.~,
*Ecos dc la tradici6ii rri5gica del <<Picatrix>s cti rik-tosinot-iscosn,en i i ~ t o s prtdm
y
~ o h clstronomia
r e ~ p ñ o l nPIZ (4 ~ i g l oHII. Biircel~~ia.1981, pp. 101-109: «Super-s~iciu-
rics moriscas~,Atnny. 5-6 (1982-83).pp. 16-190 asi coino la edición del Lzlm dp
dic/~osrn«mvillo.ror (iZli.\r~lN?ir»rnon'sm dr, m q i u y «rlzvznnrión), i i r i maiiiiscrito halla-
do rn Alnionacicl de la Siei-ra (Zaragoza) dc finalcs del siglo X\"i o comienzos del
demoníacas invocadas por Isabel Gombal en sus conjuros de ma-
gia amorosa, junto a los ya mencionados Barrabás, Bercebú y Sa-
tanás, era la llamada d a b l e s a n :
<<[.adicha l a b e l Gorribal 1 ... 1 le d i x o 1 ... 1 q u e dixesse: este of-
f i e ~ r oa B a r ~ a l ~ ays ,o i r o a Krrcebii, y o t r o a Satiirias, y el o t r o al
diablo y diablrssa, y o i r o a codos los tiernoriios.~~"