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El coste de un incunable –es decir, de alguno de los primeros libros impresos desde los
orígenes de la imprenta hasta el 31 de diciembre de 1500, y llamados así porque se
hallaban aún en sus inicios (in cuna)– era, efectivamente, muy elevado. Los incunables
reproducían la tradición de los manuscritos medievales en su hechura (escritura,
formato, paginación y, más tarde, pautado musical), organización del texto (márgenes y
ornamentación) e ilustraciones.
Los miniaturistas siguieron ilustrando los libros a mano hasta que se consolidó la
utilización del xilograbado. La semejanza entre un libro impreso y un códice medieval
radicaba en el tamaño y características de las letras y, más tarde, también en los de las
notas musicales. La propia Biblia de Gutenberg se paginó a dos columnas con
caracteres góticos, como los códices bíblicos de la Edad Media, y los primeros libros
litúrgicos impresos provistos de notación tenían caligrafía de rúbrica (secciones en
rojo), como los de los siglos anteriores.
Los incunables respetaron las opciones tipográficas de los copistas hasta los detalles
más nimios. Los tipos cursivos y los de letra Antiqua, utilizados por los amanuenses
humanistas, no fueron introducidos hasta 1501 –fecha también fundamental, según
veremos, para la imprenta musical–, por obra de Aldo Manuzio. Pero volvamos a
Ottaviano Petrucci y a su ambición irrefrenable: lanzar al mercado libros con notación
musical bellos, manejables y capaces de difundir también el repertorio profano.
Precedentes
La iniciativa concebida por Petrucci estuvo precedida por intentos pioneros de diversa
fortuna. Los primeros libros impresos con notas musicales aparecieron de manera casi
contemporánea en Italia y Alemania en torno a 1475. El relativo retraso del inicio de la
imprenta musical se debe a múltiples factores. En primer lugar hay que tener en cuenta
que la diversidad gráfica de los signos musicales constituía un obstáculo objetivo;
además, la propia notación musical mensural se hallaba en fase de desarrollo y difería
bastante en función de las distintas regiones de Europa.
Métodos de impresión
La mayoría de los incunables que contienen notación musical fueron impresos mediante
el método denominado de “impresión doble”. Consistía en imprimir en dos fases
sucesivas: primero la pauta en color rojo (un tetragrama o, más raramente, un
pentagrama) y, a continuación, las notas cuadradas negras. Sin embargo, era bastante
habitual que la música fuera añadida por amanuenses, lo que constituía un
procedimiento bastante costoso. A veces se difundían también libros con pautas
musicales vacías o notas sin ennegrecer; bastaba cualquier ruptura en la relación entre
tipógrafo y amanuense o algún problema comercial imprevisto para que la obra saliera
también al mercado incompleta. Antes de las innovaciones de Petrucci, el sistema de
“impresión doble” fue el preferido por los tipógrafos. El primer ejemplo fue, quizá, el
del Missale Basiliense, publicado por B. Nichel en Basilea en 1480. Pero el ejemplar de
este misal, conservado en la Biblioteca Nazionale Braidense de Milán, contiene además
pautas sin notas musicales.
Otro sistema, denominado “método de bloque”, consistía en estampar cada una de las
notas con su fragmento de línea o espacio para poder distanciar las figuras, operación
que resultaba sumamente enrevesada. Juntando todas las partes se obtenía la página
entera, pero era difícil conseguir que las distintas partes encajasen a la perfección; la
página podía aparecer con puntos de cosido poco estéticos. Sin embargo, parece ser que
esta técnica fue la primera utilizada en la impresión musical con tipos móviles. El
primer ejemplar impreso mediante este método laborioso es el Graduale Constantiense,
de 1473. En él se emplea una pauta de 5 líneas negras con notas cuadradas a las que se
incorporan iniciales escritas a mano. El ejemplar más atinado de este tipo es el Missale
Romanum, impreso en Roma en 1576. En el colofón de la obra, su impresor, Ulrich
Hahn de Ingolstadt, se ufanó de haber sido el inventor de este método.
A esos dos sistemas se añade por las mismas fechas un tercero: el de la xilografía. En
este método se grababa la página musical entera en una plancha de madera o metal y,
luego, se imprimía sobre el papel; los resultados obtenidos así solían ser mejores,
incluso, a los del método de la “impresión doble”. Pero se trataba de un procedimiento
muy lento y, sobre todo, costoso, aunque fue utilizado, no obstante, después de la
“revolución” efectuada por Petrucci. Un ejemplo admirable de impresión xilográfica se
lo debemos a Ugo De Ruggieri, que en 1487 publicó en Bolonia el Musices opusculum
de Nicola Burzio.
La imprenta musical se difundió, gracias a los tres métodos mencionados, por un gran
número de ciudades: Milán, Augsburgo, Basilea, y, luego, Würzburg, Núremberg,
Wittenberg, París, Bamberga, Bolonia, Brescia, Maguncia, Passau y Estrasburgo. Pero
la ciudad destinada a convertirse en capital de la imprenta musical iba a ser Venecia. En
París descolló Ulrich Gerind, de Constanza, quien importó a Francia, junto con otros
alemanes, la edición musical de influjo italiano, que se impuso en especial en Lyón. Y
desde Ruán, entonces en poder de los ingleses, las ediciones musicales pasaron a
Inglaterra. A su vez, algunos alemanes como J. Pegnitzer, Meinard Ungult y J. Luschner
transplantaron la imprenta musical a la península ibérica. El libro de música más
antiguo impreso en España es el Missale Caesaraugustanum, aparecido en Zaragoza en
1488 con tipos de Paul Hurus.
La técnica de imprenta ideada por Petrucci resultó revolucionaria. Fue él quien inventó,
en realidad, el sistema de la “impresión triple”, consistente en grabar primero el
pentagrama, luego las notas musicales y, finalmente, el texto, junto con las iniciales
ornamentadas y el número de página. La belleza de esas ediciones alcanzó cimas
inigualadas.
El regreso a Fossombrone
Pero la Venecia de 1509, agitada por inquietudes políticas y por vientos de guerra
desatados por la liga de Cambrai, había dejado de ser un centro ideal para Petrucci, por
lo que el impresor, internacionalmente famoso, regresó a su localidad natal de
Fossombrone, donde había comprado para entonces casas y tierras. En su pequeña
ciudad de origen, Petrucci se dedicó en 1511 a imprimir obra literarias del obispo local
Paul von Biddelburg y del insigne humanista Baldassarre Castiglione. Pero su vocación
de impresor musical le acuciaba constantemente. Así, aquel mismo año, salió a la luz el
Secondo libro de las tablaturas para canto y laúd de Franciscus Bossinensis, y en 1512
el Libro X de las frottole, perdido, por desgracia, seguido en 1514 por el Libro
undecimo, junto con los Motetti della Corona. Y, luego, más misas polifónicas en 1515
(J. Moulton y A. de Fevin), además de los libros II-IV de los Motetti della Corona
(1519).
Entretanto, Petrucci había encontrado tiempo para dedicarse también a la política con
resultados diversos. Tampoco descuidó sus intereses, pues en 1520 compró en Acqua
Santa, cerca de Fossombrone, algunas tierras en las que construyó un molino de papel
que contribuyó a enriquecerlo aún más. Ese mismo año de 1520 es también el de la
última obra impresa por Petrucci: Musica da meser Bernardo pisano sopra le canzone
del Petrarca. Venecia, sin embargo, no había olvidado al genial impresor, y en 1536
volvió a llamarlo a la ciudad de los canales. Petrucci, no obstante, se dedicó a la edición
de textos clásicos latinos y de humanistas italianos, si bien después de haber favorecido
a Francesco Marcolini, que utilizó sus tipos para imprimir una Intabulatura di lauto.
El primer editor que utilizó este sistema fue Pierre Attaingnant, en 1528, con sus
Chansons nouvelles en musique, à quatre parties, y sus Motetz nouvellement composez.
La impresión musical progresaba en medio de una competencia despiadada y con la
voluntad irrefrenable de conseguir encargos y ganarse el favor de los principales
compositores. Se establecieron así dinastías duraderas de impresores: en Venecia, la
fundada por Antoine Gardane (italianizada luego como Gardano), y las de los Scotto,
Vincente y Giunta. En Roma florecieron los Dorico (célebres también por las ediciones
infolio de Morales y Palestrina) y los Muti; en Toscana, los Marescotti; y en Milán, los
Lomazzo, los Tini y los Tradate.
En Lyón hicieron furor, por su parte, los Moderne y los Ballare (con Le Roy), además
de Nicholas Du Chemin. En los Países Bajos destacaron Pierre Phalèse (junto con J.
Bellère) y Tielmann Susato. Alemania no se quedó atrás con la escuela de Núremberg
(Formschneider, Petrejus, Von Berg y Neuber). Y en Inglaterra, los tipos móviles
propiciaron la producción de madrigales gracias a J. Gough, R. Crowley, J. Day. En
España primaron, en cambio, las tablaturas para vihuela, entre las cuales brilló el Libro
de música de vihuela de mano. Intitulado El Maestro, de Luis de Milán (Valencia,
1536).
En cualquier caso, se desató una auténtica “caza del compositor”. Para atraer la atención
de los músicos, el editor Giovanni Angelo Muti decía así en el prólogo de la edición de
los Psalmi Vespertini 4 vocibus Op. 8 (Roma, 1575):
“A los Sres. músicos […] viendo que muchos autores, desanimados al observar que la
ediciones y tipos de años anteriores están muy gastados y al parecerles que han
aumentado sus costes, a fin de que los dichos [músicos] no permitan que sus obras y
fatigas queden enterradas y caigan en un olvido eterno, he pensado hacer los siguientes
favores a quien quiera imprimir música en mi imprenta”.
Entre otras cosas, el editor romano prometía “favorecer en los precios más de lo que lo
haya hecho cualquier otro impresor en el pasado o en el presente”, e invitaba, a “quien
no desee correr con todos los gastos, a llegar a una participación con él [el editor]”,
garantizándole que el reparto de los costes se regularía mediante “pactos lícitos y
honestos”. ¡Habría que probarlo para creerlo …!
Desde aquel lejano 15 de junio de 1501 en que nació la imprenta musical con el
Odhecaton hasta nuestros días han corrido ríos de tinta con notas musicales. Las
técnicas tipográficas se han sucedido con diversa fortuna y, a menudo, con resultados
editoriales óptimos. Pero las gloriosas ediciones de Petrucci –que llevan el sello
tipográfico de un círculo coronado por la cruz doble y las iniciales O. P. F. (Octavianus
Petrutius Forosempronensis)– han pervivido a lo largo de los siglos como obras
maestras no superadas del arte de la tipografía musical, capaces de rivalizar con los
códices miniados más exquisitos de la Edad Media.