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23/01/11
Introducción.
Por eso, por ejemplo, se dedica a estudiar la compleja figura del mestizo, como
un elemento hasta entonces descuidado de la realidad peruana. Pero Arguedas
lleva adelante su empresa intelectual sin el soporte de un movimiento. La
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soledad del escritor se refleja en su itinerario dramático, desde el punto de vista
cultural y personal, en una alternancia continua de angustia y y esperanza.[1]”
Para Mariátegui la investigación científica, cultural, social e histórica constituía
la savia de una necesidad política, de una acción revolucionaria de épocas
convulsas en la dialéctica del pensamiento occidental. Para Arguedas, era en sí
una actividad política, inclusive más allá de sus propios deseos; pues servía para
rescatar lo ignorado, lo simulado, lo cubierto, ante la domesticación del
instrumento revolucionario. Mariátegui investiga a través de la política, por la
política; Arguedas a pesar de ella.
Entonces, tanto Mariátegui como Arguedas, intuyen una peruanidad que se nutre
y se fortalece con los aportes raciales, sociales y culturales, de todos aquellos
elementos que de una forma u otra alternan y se relacionan en el Perú, como
producto de la ruptura económica y social, constituyendo la base del mestizaje,
que sustenta lo que hoy en día es el Perú como nación. Nación que además
encuentra su columna vertebral en el aporte andino principalmente, pues es este
y no otro, el cauce mestizante de nuestro pueblo. Realidad que se comprueba en
nuestras tradiciones, costumbres y formas sociales. El Perú se ha mestizado a
partir del aporte andino, con mayor énfasis que con el de los otros aportes. Bien
por la acción de la represión cultural, por la asimilación lenta o por la conquista
de los medios populares de difusión. Ya sea andinizando lo occidental u
occidentalizando lo andino, el Perú se ha mestizado, y de ese mestizaje proviene
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de nación formada, no así en Europa occidental, en donde las identidades
nacionales han subsistido a pesar del capitalismo, e inclusive gracias a él. Esta,
nuestra liberación, sólo se dará a través del socialismo, que en nuestro pueblo
posee una raigambre histórica en las bases del colectivismo agrario de las
sociedades andinas.
1965. Los participantes de la Mesa Redonda de Todas las Sangres, Jorge Bravo
Bresani, Henry Favre, José Matos Mar, José Miguel Oviedo, Aníbal Quijano y
Sebastián Salazar Bondy, con la excepción de Alberto Escobar, llevan su ataque
por varios derroteros, entre ellos: una supuesta no comprensión del Perú como
una sociedad dinámica, la existencia de un discurso reaccionario respecto al
tema agrario y campesino, etc. Hasta se le objeta el tomar partido por el
personaje de Rendón Willka[4].
más universal del viejo mundo (…) para ir descubriendo poco a poco las
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1974. Miguel Gutiérrez, coincidiendo con las críticas que a manera de feroces
diatribas se lanzaban desde “El Diario” en la década de 1980, literaturiza su
crítica política y ve en Rendón Willka, personaje central de “Todas las Sangres”,
a alguien que expresa un “sentimiento antiproletario. Su ideología es
objetivamente reaccionaria, antihistórica, cerrada a un futuro real y concreto[6]”.
Curiosa crítica para quien sigue pensando que el Perú fue semifeudal hasta las
últimas décadas del siglo XX.
1994 - 1996. Mario Vargas Llosa, quien desde la ultra derecha, señala a
Arguedas como el gran creador de una utopía arcaica, de la ficción del
colectivismo agrario andino y de su sustento social, las comunidades; negando a
la vertiente andina de nuestra peruanidad, esa labor de crisol de fundición en el
cual se funde (y se funda) nuestra identidad. Dice Vargas: “Sea positivo o
negativo el juicio que merezca la informalización de la sociedad peruana, lo
innegable es que aquella sociedad andina tradicional, comunitaria, mágico-
religiosa, quechuahablante, conservadora de los valores colectivistas y las
costumbres atávicas, ya no existe[7]”
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De esta forma se soslaya el concepto de nación y se superpone – aparentemente-
el de clase. La principal crítica de la izquierda hacia Arguedas reposa en eso,
más allá de su insuficiente marxismo o su poca militancia, radica, en que
Arguedas – dicen – no esgrimió un argumento clasita en los conflictos de sus
obras, sino racial, étnico, culturalista, estamental o de casta. Si algo enseña la
dinámica de la lucha de clases, es que esta conflagración se manifiesta con
muchos discursos. Y justamente fue Arguedas el que logró interpretar el alegato
étnico –cultural y político de la lucha de clases en el Perú.
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Y al hallar esta relación dialéctica, vuelca todo su conocimiento, fruto de la
experiencia y del estudio, para determinar las formas más claras del
comportamiento de los nuevos sujetos de desarrollo de esta parte del mundo, del
nuevo país llamado Perú y de su nuevo poblador el peruano. Es por esta relación
que Arguedas ensaya sobre los cambios sufridos y no sufridos entre los
descendientes culturales de aquellos que fueron complicados en su devenir
histórico, y a partir de esos cambios, es que entiende la peruanidad y la plantea
como una solución y al mismo tiempo como un drama: construirla está
sustentado en superar los problemas de postración, marginalidad y miseria en
que se ha visto sumido el elemento social más antiguo de nuestro territorio: el
equivocadamente llamado indígena; pero también, mientras no se resuelva esta
contradicción tan abortiva, la peruanidad es un limbo que permite subsistir a las
naciones arrinconadas, cada vez menos.
Arguedas decía en 1964 que “el mito está vinculado con la religión. El mito es
un relato, un cuento que intenta explicar el origen del mundo en su conjunto, de
lo que llamamos universo, o bien de algunos aspectos del universo[9]”, y esta
afirmación nos lleva a la concepción de cultura que en Arguedas anidaba, y más
que concepción, sentimiento, relación entre idea y acción. Para José María la
cultura no era el conjunto de hábitos, aptitudes, datos o conocimientos, sino la
integridad de las formas sociales en su muestra práctica, legítima y activamente
viva, adaptante, sorpresiva, dinámica. Y esa cultura, ese sentimiento, esa lucha
por la supervivencia, es también una lucha del conocimiento y no sólo
económica o social, es una lucha mítica, religiosa, que tiene su piedra angular en
la creación de pensamientos, pero sobre todo de acciones respecto a todas las
cosas que nos rodean, a formas sociales de resistencia a la colonialidad, dando
como resultado la realidad peruana. El mito en Arguedas no es por lo tanto -
como se ha querido contrabandear muchas veces-, el mito de la cultura, sino el
mito de la resistencia y de la lucha, el mito de “Todas las Sangres”. Cultura en
Arguedas no es solamente una forma de ver el mundo, sino una forma de
integrarlo.
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comunidades trae componentes nuevos de producción económica que,
poseyendo otra superestructura cultural, no aclimatan a los comuneros, sino que
estos utilizan esos elementos para hacer supervivir los suyos. Estos nuevos
elementos económicos son por lo tanto, el canal de la peruanidad pero al mismo
tiempo su verdugo, permite la extracción de algunas de las tradiciones andinas
pero las pervierte, les castra su mensaje colectivista, su práctica comunitaria, en
otras palabras, individualiza su representación social o lucha por hacerlo. Por lo
tanto, la resolución en Arguedas del conflicto entre lo marginal y lo oficial, entre
lo antiguo y lo superficialmente nuevo, entre lo colectivo y lo individual, no se
resuelve ampliando los márgenes culturales, democratizando la cultura o
desarrollando una educación pluralista principalmente, es decir, no se resuelve
llevando el trance hasta las últimas consecuencias entre el indio y el no indio o
el misti, sino desarrollando la libre adecuación a los nuevos tiempos y a las
nuevas necesidades, la nueva y libre generación de espacios productores
creadores de vida social, económica y cultural. Es decir, consintiendo el
desarrollo de la peruanidad gestada por sus propias agentes: las tradiciones
populares en comunión con la organización colectiva del trabajo (agrario por
ejemplo), que permitió y permitirá la armonía social. Negándose al capitalismo
su puesta en práctica, Arguedas al igual que Mariátegui entiende, que en nuestro
país y en nuestra Patria Grande generada en las faldas andinas, sólo el
socialismo, como sistema que eleva lo colectivo a forma de producción social y
económica, puede admitir, forjar y organizar inclusive el rescate de los grandes
aportes de nuestros antepasados.
mineros y de servicios, etc., que, aunque diversa unida solidamente frente a los
explotados (mano de obra barata y formas de esclavitud subyacentes en ciertas
partes de nuestro territorio) y al servicio del poder hegemónico del capitalismo.
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Poder hegemónico que se manifiesta no sólo en la economía sino también
culturalmente, a través de la propagandización del individualismo como forma
más exacta, necesaria y ética de comportamiento social.
Ante esta misma clase explotadora burguesa, gran parte de la izquierda peruana
no ha hecho sino repetir una frase -de corte positivista- que encubre el error de
concepción que entraña, dice: “La burguesía no ha desarrollado un proyecto de
nación en nuestro país”. Cuando Mariátegui lo señala es correcto, la burguesía
acababa de ser golpeada en el corazón por la Revolución de 1917 dirigida por
Lenin, y su ocaso se vislumbraba cercano, y ante la falta de proyecto burgués, el
proletariado tomaba en sus manos la conducción de la transformación social.
Pero, en la actualidad, continuar diciendo que la burguesía no tiene un proyecto,
es no comprender el rol subsidiario de nuestra burguesía frente a los intereses
del imperialismo.
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Alberto Flores Galindo indicaba en su ensayo “República sin Ciudadanos”, de
julio de 1987, respecto a nuestra burguesía local en inicios de la República, que:
“Apareció en Lima una burguesía particular, provista de capitales pero sin
fábricas y sin obreros. Podría resumirse en relación a treinta apellidos (…)
Aparecieron la frustración y el desengaño. (…) La violencia continuó siendo un
elemento vertebral en la dominación social. (…) El racismo no sólo tenía que
ver con una interpretación de la historia peruana o con proyectos políticos;
también formaba parte del entramado mismo de la vida cotidiana (…)[13]”. Esta
burguesía abortó históricamente para el desarrollo económico y la
transformación social hacia “quienes desean en el Perú un mundo de
fraternidad[14]” como diría Arguedas y se convirtió en lacaya, sirviente del
capital monopólico. Y se mostró explotadora del trabajo y destructora de la
cultura, el individualismo aplastó el colectivismo, y la violencia social y el
racismo se convirtieron en los mecanismos de su hegemonía cultural y su
manejo del poder.
Esta burguesía vive su ocaso. Como clase mundial, explotadora del pueblo
pobre a nivel planetario tiene su eslabón más débil en las economías
subsidiarias, monoproductoras y primarioexportadoras. El impulso de las fuerzas
productivas, producto del desarrollo de nuestras conciencias frente al trabajo y a
la reivindicación social pueden devolvernos la dignidad como pueblo y
contribuir a la liberación que el mundo necesita.
habitantes han sido condenadas. Esta visión nos da dos niveles de interpretación:
el primero, en donde las masas buscan a través de la resistencia, la sobrevivencia
y la participación en la lucha social de una u otra forma. En cierta manera,
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construyen un Perú. El segundo, el que señala que este intento de búsqueda o
aproximación al llamado “progreso” no abarca a todo el conjunto social sino a
los que logren desclasarse y participar de algún modo en la reparticipación de la
torta, aunque sea del pedacito más pequeño.
Notas:
[1] MELIS, Antonio. José Carlos Mariátegui hacia el siglo XXI (Prólogo). En:
MARIÁTEGUI, José Carlos. Mariátegui Total. Empresa Editora Amauta, 1994.
Pág. 24.
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[3] CASTRO FRANCO, Julio. Algunas sangres del zorro Arguedas. Hechura de
su madrastra. Edit-etern. Lima – Perú, 1999. Pág. 112.
[5] CORTÁZAR, Julio. Carta Abierta a Roberto Fernández Retamar. En: SIMO,
Ana María. Cinco miradas sobre Cortázar. Tiempo Contemporáneo. Buenos
Aires – Argentina, 1968.
[7] VARGAS LLOSA, Mario. La Utopía Arcaica. José María Arguedas y las
ficciones del indigenismo. Fondo de Cultura Económica. México D.F. –
México, 1996. Pág. 335.
[9] ARGUEDAS, José María. Estudio del cuento. En: MUELLE, Jorge C.;
ARGUEDAS, José María; MERINO DE ZELA, Mildred. Acerca del Folklore.
Municipalidad de Lima Metropolitana. Lima – Perú, 1991. Pág. 53.
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[15] ARGUEDAS, José María. El Perú y las barriadas. En: PINILLA, Carmen
María (Editora). José María Arguedas. ¡Kachkaniraqmi! ¡Sigo Siendo! Testos
Esenciales. Fondo Editorial de Congreso del Perú. Lima – Perú, 2004. Pág. 460.
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