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DOMINGO, ENERO 23, 2011

Perú: Arguedas frente a Mariátegui,


perspectivas de la peruanidad
Martín Guerra
/ Mariátegui

23/01/11

Introducción.

El profesor italiano Antonio Melis, en


el Prólogo a la edición de las Obras
Completas de José Carlos Mariátegui,
del año 1994, por el centenario del
nacimiento del Amauta, refiriéndose a
la creación del autor de “7
Ensayos…”, nos dice: “La efectiva
revalorización de su obra se realiza
sólo en años recientes. Sin embargo,
existen algunos precursores aislados
que mantienen en vida, en tiempos
oscuros, el recuerdo de Mariátegui.
Entre ellos, el más destacado es José
María Arguedas, quien se relaciona
con la obra mariateguiana en forma
crítica y creadora. Considera que la
mejor manera de rescatar su herencia
es desarrollarla a la luz de las nuevas
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investigaciones económicas y sociales.


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Por eso, por ejemplo, se dedica a estudiar la compleja figura del mestizo, como
un elemento hasta entonces descuidado de la realidad peruana. Pero Arguedas
lleva adelante su empresa intelectual sin el soporte de un movimiento. La
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soledad del escritor se refleja en su itinerario dramático, desde el punto de vista
cultural y personal, en una alternancia continua de angustia y y esperanza.[1]”
Para Mariátegui la investigación científica, cultural, social e histórica constituía
la savia de una necesidad política, de una acción revolucionaria de épocas
convulsas en la dialéctica del pensamiento occidental. Para Arguedas, era en sí
una actividad política, inclusive más allá de sus propios deseos; pues servía para
rescatar lo ignorado, lo simulado, lo cubierto, ante la domesticación del
instrumento revolucionario. Mariátegui investiga a través de la política, por la
política; Arguedas a pesar de ella.

No obstante, tanto Mariátegui como Arguedas entendieron al Perú como una


nación en proceso de formación, por ello, la obra de Arguedas se engarza con la
de Mariátegui en el punto por el cual el autor de “Todas las Sangres”, inicia el
estudio de este pueblo tan diverso y creativo que es el pueblo peruano, desde la
perspectiva de los ensayos del Amauta, es decir desde el estudio profundo de
cómo el sistema económico implantado desde occidente y desarrollado en estas
tierras, ha fracturado el desenvolvimiento social y cultural de esta parte del
mundo, añadiendo como consecuencia, tintes diferenciales al análisis de la lucha
de clases. Matices y razones que ameritan estudios y propuestas serias desde la
realidad concreta y para una realidad específica, y no un desarrollo esquemático,
resultante de la vulgarización de experiencias de otras latitudes y del
reduccionismo de la teoría como praxis mecánica.

La peruanidad como ejercicio de lo imposible.

Entonces, tanto Mariátegui como Arguedas, intuyen una peruanidad que se nutre
y se fortalece con los aportes raciales, sociales y culturales, de todos aquellos
elementos que de una forma u otra alternan y se relacionan en el Perú, como
producto de la ruptura económica y social, constituyendo la base del mestizaje,
que sustenta lo que hoy en día es el Perú como nación. Nación que además
encuentra su columna vertebral en el aporte andino principalmente, pues es este
y no otro, el cauce mestizante de nuestro pueblo. Realidad que se comprueba en
nuestras tradiciones, costumbres y formas sociales. El Perú se ha mestizado a
partir del aporte andino, con mayor énfasis que con el de los otros aportes. Bien
por la acción de la represión cultural, por la asimilación lenta o por la conquista
de los medios populares de difusión. Ya sea andinizando lo occidental u
occidentalizando lo andino, el Perú se ha mestizado, y de ese mestizaje proviene
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su peruanidad, que sólo se concretará hasta la liberación de la explotación que su


pueblo sufre por el capitalismo. Tanto en Mariátegui como en Arguedas, la
liberación del sistema económico adquiere peso importante a la hora de hablar

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de nación formada, no así en Europa occidental, en donde las identidades
nacionales han subsistido a pesar del capitalismo, e inclusive gracias a él. Esta,
nuestra liberación, sólo se dará a través del socialismo, que en nuestro pueblo
posee una raigambre histórica en las bases del colectivismo agrario de las
sociedades andinas.

¿Utopía Arcaica o Mito Revolucionario?

La obra de José María Arguedas tan zarandeada desde algunos sectores de la


izquierda como desde la derecha, debe ser reivindicada desde el socialismo,
concepto que a él le permitió, según sus propias palabras de octubre de 1968:
“Considerar siempre al Perú como fuente infinita para la creación. Perfeccionar
los medios de entender este país infinito, mediante el conocimiento de todo
cuanto se descubre en otros mundos. No hay país más diverso, más
múltiple…[2]”. Muchas han sido las críticas que han ignorado estas
declaraciones y la propia obra del maestro. Es interesante sintetizarlas a
continuación, más no rebatirlas, ya que esa será tarea de otro trabajo. Las
colocamos por orden cronológico:

1960 (“Renovada” durante las posteriores décadas de 1970, 1980 y 1990).


Desde el dogmatismo de izquierda, se reduce a Arguedas a un megalómano
maniático y mentiroso, que comercia con el socialismo y apuesta por una
vanguardia campesina a la cual traiciona. Según esta crìtica, Arguedas
pregonaba un “ultra nacionalismo chauvinista y malsano en el que él mismo se
desenvolvía[3]”.

1965. Los participantes de la Mesa Redonda de Todas las Sangres, Jorge Bravo
Bresani, Henry Favre, José Matos Mar, José Miguel Oviedo, Aníbal Quijano y
Sebastián Salazar Bondy, con la excepción de Alberto Escobar, llevan su ataque
por varios derroteros, entre ellos: una supuesta no comprensión del Perú como
una sociedad dinámica, la existencia de un discurso reaccionario respecto al
tema agrario y campesino, etc. Hasta se le objeta el tomar partido por el
personaje de Rendón Willka[4].

1967. Julio Cortázar, censuró el “telurismo”, por considerarlo “estrecho,


parroquial y (…) aldeano”. Sostenía que la lejanía de su tierra natal, le da al
escritor una “perspectiva diferente”, que había que “situarse en la perspectiva
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más universal del viejo mundo (…) para ir descubriendo poco a poco las
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verdaderas raíces de los latinoamericano[5]”.

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1974. Miguel Gutiérrez, coincidiendo con las críticas que a manera de feroces
diatribas se lanzaban desde “El Diario” en la década de 1980, literaturiza su
crítica política y ve en Rendón Willka, personaje central de “Todas las Sangres”,
a alguien que expresa un “sentimiento antiproletario. Su ideología es
objetivamente reaccionaria, antihistórica, cerrada a un futuro real y concreto[6]”.
Curiosa crítica para quien sigue pensando que el Perú fue semifeudal hasta las
últimas décadas del siglo XX.

1994 - 1996. Mario Vargas Llosa, quien desde la ultra derecha, señala a
Arguedas como el gran creador de una utopía arcaica, de la ficción del
colectivismo agrario andino y de su sustento social, las comunidades; negando a
la vertiente andina de nuestra peruanidad, esa labor de crisol de fundición en el
cual se funde (y se funda) nuestra identidad. Dice Vargas: “Sea positivo o
negativo el juicio que merezca la informalización de la sociedad peruana, lo
innegable es que aquella sociedad andina tradicional, comunitaria, mágico-
religiosa, quechuahablante, conservadora de los valores colectivistas y las
costumbres atávicas, ya no existe[7]”

Lo interesante es corroborar como los dos sectores de la crítica coinciden. Es


sabido que Vargas Llosa se auto declara liberal; mientras Castro Franco y
Gutiérrez se proclaman marxistas. Del mismo modo varios de los presentes en la
Mesa Redonda se reconocían como socialistas, entre ellos Salazar Bondy, ya
fallecido, y Quijano. Cortázar, el polemista no peruano de Arguedas, gustaba
presentarse como socialista y a veces como revolucionario. No obstante todos
armonizan es descartar el proyecto de Arguedas, por aspirar a un universo
colectivo inexistente (Vargas Llosa, Dogmatismo), por tratar de conocer la vida
del propio pueblo sobre el que se escribe, no a través de los libros, sino de la
experiencia (Cortázar, Vargas Llosa) o por ser poco marxista, socialista o
revolucionario, según la línea política del crítico (Gutiérrez, Salazar Bondy,
etc.).

La invectiva de la derecha bien se entiende. Pero la izquierda, pretendió de


Arguedas una novela esquema y panfleto, no un ensayo antropológico, estético y
político-social, como le agradaba a Arguedas, que descubriera la realidad para
desde allí proponer horizontes; sino un producto que reflejara el molde de tal o
cual concepción dogmática y folletinesca del socialismo. Esa izquierda no
entendió – y no entiende – que la obra de Arguedas -y Arguedas mismo-, son
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productos de una sociedad única y compleja, a la cual no se le pueden aplicar


visiones de la realidad, como a ninguna.

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De esta forma se soslaya el concepto de nación y se superpone – aparentemente-
el de clase. La principal crítica de la izquierda hacia Arguedas reposa en eso,
más allá de su insuficiente marxismo o su poca militancia, radica, en que
Arguedas – dicen – no esgrimió un argumento clasita en los conflictos de sus
obras, sino racial, étnico, culturalista, estamental o de casta. Si algo enseña la
dinámica de la lucha de clases, es que esta conflagración se manifiesta con
muchos discursos. Y justamente fue Arguedas el que logró interpretar el alegato
étnico –cultural y político de la lucha de clases en el Perú.

Estas versiones confunden y deforman el mensaje arguediano (y mariateguiano)


por esquematismo o por interés político y alejan a este de su fundamento
principal: la nación como eje fundamental del desarrollo social y cultural y
como base para el cambio social.

El creer y luchar por una nación peruana no es un arcaísmo propio de un


pensamiento idealista, que como el pensamiento burgués, ya no tiene nada que
soñar u ofrecer de nuevo al mundo. Por el contrario, esta intención palpita y se
construye en base a un mito, que como toda creación de nuestros pueblos, nos
trae la raigambre del pasado colectivo y proyecta su devenir en las luchas
cotidianas, o como diría Mariátegui en 1925: “La burguesía no tiene ya mito
alguno. Se ha vuelto incrédula, escéptica, nihilista…El proletariado tiene un
mito: la revolución social. Hacia ese mito se mueve con una fe vehemente y
activa. La burguesía niega; el proletariado afirma.[8]” Se debe seguir entonces,
junto a Mariátegui y Arguedas, edificando la peruanidad en pos de esa patria
nueva, de esa patria grande que los peruanos necesitan.

El mito de Arguedas: La realidad peruana.

Arguedas trabaja antes que nada el asunto de la realidad peruana, no en su


totalidad, pero sí en sus características principales: la interrupción y la soledad,
de las que se generan, positivamente, la construcción paulatinamente colectiva
y, negativamente: la abulia, el descontento sordo, el individualismo. Dicho de
otra forma, Arguedas estudia sobre lo que ha sido el resultante de la invasión
española del mundo andino, este Perú fragmentado, constituido por la fuerza y
por la sangre más que por un plan nacional de expansión, entendiendo lo
nacional, como la unidad entre tradición y práctica política. Arguedas estudia
por lo tanto la relación entre pasado y presente (obviamente interesado en el
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futuro), entre el colectivismo y el individualismo, entre la tradición popular y la


tradición impuesta, entre el zorro de arriba y el zorro de abajo.

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Y al hallar esta relación dialéctica, vuelca todo su conocimiento, fruto de la
experiencia y del estudio, para determinar las formas más claras del
comportamiento de los nuevos sujetos de desarrollo de esta parte del mundo, del
nuevo país llamado Perú y de su nuevo poblador el peruano. Es por esta relación
que Arguedas ensaya sobre los cambios sufridos y no sufridos entre los
descendientes culturales de aquellos que fueron complicados en su devenir
histórico, y a partir de esos cambios, es que entiende la peruanidad y la plantea
como una solución y al mismo tiempo como un drama: construirla está
sustentado en superar los problemas de postración, marginalidad y miseria en
que se ha visto sumido el elemento social más antiguo de nuestro territorio: el
equivocadamente llamado indígena; pero también, mientras no se resuelva esta
contradicción tan abortiva, la peruanidad es un limbo que permite subsistir a las
naciones arrinconadas, cada vez menos.

Arguedas decía en 1964 que “el mito está vinculado con la religión. El mito es
un relato, un cuento que intenta explicar el origen del mundo en su conjunto, de
lo que llamamos universo, o bien de algunos aspectos del universo[9]”, y esta
afirmación nos lleva a la concepción de cultura que en Arguedas anidaba, y más
que concepción, sentimiento, relación entre idea y acción. Para José María la
cultura no era el conjunto de hábitos, aptitudes, datos o conocimientos, sino la
integridad de las formas sociales en su muestra práctica, legítima y activamente
viva, adaptante, sorpresiva, dinámica. Y esa cultura, ese sentimiento, esa lucha
por la supervivencia, es también una lucha del conocimiento y no sólo
económica o social, es una lucha mítica, religiosa, que tiene su piedra angular en
la creación de pensamientos, pero sobre todo de acciones respecto a todas las
cosas que nos rodean, a formas sociales de resistencia a la colonialidad, dando
como resultado la realidad peruana. El mito en Arguedas no es por lo tanto -
como se ha querido contrabandear muchas veces-, el mito de la cultura, sino el
mito de la resistencia y de la lucha, el mito de “Todas las Sangres”. Cultura en
Arguedas no es solamente una forma de ver el mundo, sino una forma de
integrarlo.

Nación y civilización: Horizonte de creación colectiva.

Cuando Arguedas nos cuenta refiriéndose al pueblo de Lucanamarca que: “El


rasgo predominante de la economía del lugar, la ganadería de vacunos, que
podía haber contribuido a criollizar esta comunidad, según la lógica común y no
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la singular que rige la estructura y evolución de las culturas, acentuó por el


contrario, la pervivencia de la religión antigua nativa (los subrayados son
nuestros)[10]”, nos ilustra sobre como el sistema capitalista en su ingreso a las

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comunidades trae componentes nuevos de producción económica que,
poseyendo otra superestructura cultural, no aclimatan a los comuneros, sino que
estos utilizan esos elementos para hacer supervivir los suyos. Estos nuevos
elementos económicos son por lo tanto, el canal de la peruanidad pero al mismo
tiempo su verdugo, permite la extracción de algunas de las tradiciones andinas
pero las pervierte, les castra su mensaje colectivista, su práctica comunitaria, en
otras palabras, individualiza su representación social o lucha por hacerlo. Por lo
tanto, la resolución en Arguedas del conflicto entre lo marginal y lo oficial, entre
lo antiguo y lo superficialmente nuevo, entre lo colectivo y lo individual, no se
resuelve ampliando los márgenes culturales, democratizando la cultura o
desarrollando una educación pluralista principalmente, es decir, no se resuelve
llevando el trance hasta las últimas consecuencias entre el indio y el no indio o
el misti, sino desarrollando la libre adecuación a los nuevos tiempos y a las
nuevas necesidades, la nueva y libre generación de espacios productores
creadores de vida social, económica y cultural. Es decir, consintiendo el
desarrollo de la peruanidad gestada por sus propias agentes: las tradiciones
populares en comunión con la organización colectiva del trabajo (agrario por
ejemplo), que permitió y permitirá la armonía social. Negándose al capitalismo
su puesta en práctica, Arguedas al igual que Mariátegui entiende, que en nuestro
país y en nuestra Patria Grande generada en las faldas andinas, sólo el
socialismo, como sistema que eleva lo colectivo a forma de producción social y
económica, puede admitir, forjar y organizar inclusive el rescate de los grandes
aportes de nuestros antepasados.

La nación peruana y su sentido de civilización, la peruanidad sólo se construirá


en base al rescate de lo colectivo, como nutriente base característica de la
creación cultural y mítica de nuestro pueblo. Como fundamento de su desarrollo
agrario e industrial. O, diciéndolo como Mariátegui lo expresara en 1927: “En
contraste con la política formalmente liberal (…) una nueva política agraria
tiene que tender, ante todo, al fomento y protección de la “comunidad”
indígena[11]”.

El Ocaso de la Civilización Burguesa.

Los representantes de las clases adineradas y poderosas en el Perú encarnan una


alianza de varios sectores de la sociedad, campesinos ricos, industriales,
banqueros, financistas intermediarios, comerciantes y nuevos ricos, empresarios
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mineros y de servicios, etc., que, aunque diversa unida solidamente frente a los
explotados (mano de obra barata y formas de esclavitud subyacentes en ciertas
partes de nuestro territorio) y al servicio del poder hegemónico del capitalismo.

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Poder hegemónico que se manifiesta no sólo en la economía sino también
culturalmente, a través de la propagandización del individualismo como forma
más exacta, necesaria y ética de comportamiento social.

Ante esta misma clase explotadora burguesa, gran parte de la izquierda peruana
no ha hecho sino repetir una frase -de corte positivista- que encubre el error de
concepción que entraña, dice: “La burguesía no ha desarrollado un proyecto de
nación en nuestro país”. Cuando Mariátegui lo señala es correcto, la burguesía
acababa de ser golpeada en el corazón por la Revolución de 1917 dirigida por
Lenin, y su ocaso se vislumbraba cercano, y ante la falta de proyecto burgués, el
proletariado tomaba en sus manos la conducción de la transformación social.
Pero, en la actualidad, continuar diciendo que la burguesía no tiene un proyecto,
es no comprender el rol subsidiario de nuestra burguesía frente a los intereses
del imperialismo.

El proyecto actual de la burguesía es el de servir al capital transnacional para la


exacción de su política de explotación de nuestros recursos naturales, su
búsqueda de los TLC no demuestra sino tal cosa. Por ello no plantean el
desarrollo sino a partir de la asimilación a los dictámenes de la Banca
Internacional y de Washington. No perfilan un desarrollado patriótico y popular
de defensa de los recursos para el surgimiento colectivo, que contenga en su
gestación la creatividad productiva del pueblo peruano.

A la importación de planes económicos y a la destrucción de las formas


populares de trabajo, al maltrato a los trabajadores, a todo eso llaman desarrollo,
progreso. Esto Arguedas ya lo entendía así, por ello planteaba su concepto de
desarrollo, diferente al vendepatria de la burguesía y al esquemático de cierta
izquierda, como una forma revolucionaria de transformación política y social.
Dice Arguedas el 23 de junio de 1965, en la Mesa Redonda sobre “Todas las
Sangres”: “¿Por qué nos llaman a nosotros “subdesarrollados”, y a los otros
países que están muy transformados, “desarrollados”? Entonces la palabra
“desarrollo” también implica transformación. Cuando yo hablo de “desarrollo”
yo no estoy hablando que las mismas cosas evolucionen sin cambiar,
evolucionen sin mezclarse, sin tomar elementos de fuera…no hay tal[12]”.
Arguedas plantea, frente al comportamiento apátrida de la burguesía y al
purismo dogmático que tanto se parece a cierto chauvinismo “indigenista”, que
la transformación implica mezcla, involucra aprendizaje, intercambio, negación,
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afirmación, contradicción. La visión de José María es dialéctica y no un duro


esquema.

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Alberto Flores Galindo indicaba en su ensayo “República sin Ciudadanos”, de
julio de 1987, respecto a nuestra burguesía local en inicios de la República, que:
“Apareció en Lima una burguesía particular, provista de capitales pero sin
fábricas y sin obreros. Podría resumirse en relación a treinta apellidos (…)
Aparecieron la frustración y el desengaño. (…) La violencia continuó siendo un
elemento vertebral en la dominación social. (…) El racismo no sólo tenía que
ver con una interpretación de la historia peruana o con proyectos políticos;
también formaba parte del entramado mismo de la vida cotidiana (…)[13]”. Esta
burguesía abortó históricamente para el desarrollo económico y la
transformación social hacia “quienes desean en el Perú un mundo de
fraternidad[14]” como diría Arguedas y se convirtió en lacaya, sirviente del
capital monopólico. Y se mostró explotadora del trabajo y destructora de la
cultura, el individualismo aplastó el colectivismo, y la violencia social y el
racismo se convirtieron en los mecanismos de su hegemonía cultural y su
manejo del poder.

Esta burguesía vive su ocaso. Como clase mundial, explotadora del pueblo
pobre a nivel planetario tiene su eslabón más débil en las economías
subsidiarias, monoproductoras y primarioexportadoras. El impulso de las fuerzas
productivas, producto del desarrollo de nuestras conciencias frente al trabajo y a
la reivindicación social pueden devolvernos la dignidad como pueblo y
contribuir a la liberación que el mundo necesita.

Revolución: Más allá de Resistencia.

Arguedas apuntaba en el diario “Expreso” en un artículo del 24 de octubre de


1961 que: “En la peor barriada de Lima hay algo que no existe an la mayor parte
de los pueblos y aldeas desde los cuales ha emigrado a Lima especialmente el
campesino andino: la posibilidad de emergencia, del ascenso, de la
promoción[15]”. Esta observación explica aún más el carácter dialéctico de la
visión arguediana de desarrollo y de transformación social. Las masas
migrantes, que lo son porque el Perú les ha cerrado las puertas a sus formas
productivas y a su organización social y al aprovechamiento del avance de la
ciencia y la tecnología, además de negarles los servicios fundamentales, luchan
y reconstruyen sus vidas en Lima y a partir de este hecho se encuentran
necesariamente (aunque no más fácilmente) cercanas al “progreso” y todo lo que
ello envuelve, dejando de lado la pobreza extrema a la que la madre tierra y sus
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habitantes han sido condenadas. Esta visión nos da dos niveles de interpretación:
el primero, en donde las masas buscan a través de la resistencia, la sobrevivencia
y la participación en la lucha social de una u otra forma. En cierta manera,

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construyen un Perú. El segundo, el que señala que este intento de búsqueda o
aproximación al llamado “progreso” no abarca a todo el conjunto social sino a
los que logren desclasarse y participar de algún modo en la reparticipación de la
torta, aunque sea del pedacito más pequeño.

La resistencia a la explotación demuestra por lo tanto una limitación, se


robustece dentro del sistema y termina traicionando sus propios y originales
postulados. Justicia social, integración, etc., ya que carece de un norte de
construcción política en franca enemistad con el hegemónico. Ya que adolece de
un objetivo revolucionario, y este no constituye un hecho criminal como la
cultura oficial expresa hoy en día, sino una necesidad para los pueblos. El
antropólogo estadounidense Marvin Harris, creador del materialismo cultural,
explica en 1974, que: “Casi por definición, la revolución significa que una
población explotada debe aportar medidas desesperadas frente a grandes
dificultades para derrocar a sus opresores. Clases, razas y naciones aceptan
habitualmente el desafío de estas dificultades no porque sean embaucados por
ideologías irracionales, sino porque las alternativas son lo bastante detestables
como para que valga la pena de correr riesgos todavía mayores[16]”. Sin
embargo, el camino que va de reconocer la injusticia a actuar contra ella, es muy
largo. Requiere de concientización, sobretodo cuando se lucha contra un sistema
cuya fuerza precisamente es el saboteo de la cultura nativa y la ideologización,
en el más puro sentido de “falsa conciencia” como quería Marx. Para salvar ese
tramo, hay que unificar los sentimientos de frustración y marginación y
otorgarles una interpretación sublevante; así, la peruanidad sólo se concretará de
manera revolucionaria, y podremos por ejemplo, escuchar nuestros huaynos
como son y no con el tamiz eléctrico a lo que son sometidos, no por inspiración
original, que sería valedero y parte además del mestizaje del que Arguedas
hablaba, sino por “adecuarlo al mercado, a la modernidad”. El Perú verdadero
sólo será un Perú transformador, mestizo, revolucionario. Para un pueblo
burlado la revolución es el pico más alto en su cultura de resistencia.

Notas:

[1] MELIS, Antonio. José Carlos Mariátegui hacia el siglo XXI (Prólogo). En:
MARIÁTEGUI, José Carlos. Mariátegui Total. Empresa Editora Amauta, 1994.
Pág. 24.
10
Página

[2] ARGUEDAS; José María. No soy un aculturado. En: CORNEJO POLAR,


Antonio. José María Arguedas. Antología Comentada. Biblioteca Nacional del
Perú. Lima – Perú, 1996. Págs. 68 - 69.

E-mail: Tutaykiri@gmail.com
[3] CASTRO FRANCO, Julio. Algunas sangres del zorro Arguedas. Hechura de
su madrastra. Edit-etern. Lima – Perú, 1999. Pág. 112.

[4] ROCHABRÚN, Guillermo (Editor). La Mesa Redonda sobre “Todas las


Sangres”. IEP Ediciones/Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica
del Perú. Lima – Perú, 2000. Pág. 50.

[5] CORTÁZAR, Julio. Carta Abierta a Roberto Fernández Retamar. En: SIMO,
Ana María. Cinco miradas sobre Cortázar. Tiempo Contemporáneo. Buenos
Aires – Argentina, 1968.

[6] GUTIÉRREZ, Miguel. Estructura e Ideología en Todas las Sangres. Fondo


Editorial del Pedagógico San Marcos. Lima – Perú, 2007. Pág. 180.

[7] VARGAS LLOSA, Mario. La Utopía Arcaica. José María Arguedas y las
ficciones del indigenismo. Fondo de Cultura Económica. México D.F. –
México, 1996. Pág. 335.

[8] MARIÁTEGUI, José Carlos. El hombre y el mito. En: El alma matinal y


otras estaciones del hombre de hoy. Empresa Editora Amauta. Lima – Perú,
1964. Pág. 27.

[9] ARGUEDAS, José María. Estudio del cuento. En: MUELLE, Jorge C.;
ARGUEDAS, José María; MERINO DE ZELA, Mildred. Acerca del Folklore.
Municipalidad de Lima Metropolitana. Lima – Perú, 1991. Pág. 53.

[10] ARGUEDAS, José María. Ararankaymanta (El lagarto). En: Páginas


Escogidas. Editorial Universo S. A. Lima – Perú, 1972. Pág. 202.

[11] MARIÁTEGUI, José Carlos. Principios de política agraria nacional. En:


Peruanicemos al Perú. Empresa Editora Amauta. Lima – Perú, 1978. Pág. 109.

[12] ARGUEDAS, José María. En: ROCHABRÚN, Guillermo (Editor). La


Mesa Redonda sobre “Todas las Sangres”. IEP Ediciones/Fondo Editorial de la
Pontificia Universidad Católica del Perú. Lima – Perú, 2000. Pág. 50.

[13] FLORES GALINDO, Alberto. Buscando un inca. Editorial Horizonte.


11

Lima – Perú, 1988. Págs. 270 -271 – 277 – 283.


Página

[14] Op. Cit. 7. Pág. 27.

E-mail: Tutaykiri@gmail.com
[15] ARGUEDAS, José María. El Perú y las barriadas. En: PINILLA, Carmen
María (Editora). José María Arguedas. ¡Kachkaniraqmi! ¡Sigo Siendo! Testos
Esenciales. Fondo Editorial de Congreso del Perú. Lima – Perú, 2004. Pág. 460.

[16] HARRIS, Marvin. Cerdos, vacas, guerras y brujas. Alianza Editorial.


Madrid – España, 1986. Pág. 156.

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