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EL RESPLANDOR EMOCIONAL.

“... El mejor ejemplo que recuerdo de esta habilidad sutil en el arte de la


influencia emocional me lo contó mi difunto amigo Terry Dobson quien, en
la década de los cincuenta, fue uno de los primeros norteamericanos que
viajó a Japón a estudiar aikido.

Una noche mi amigo volvía a casa en el metro de Tokio cuando entró en el


vagón un enorme, belicoso, ebrio y sucio trabajador. El hombre,
tambaleándose, comenzó a asustar a los pasajeros gritando todo tipo de
improperios y empujó a una mujer que llevaba consigo un bebé, lanzándola
hacia donde se encontraba una anciana pareja, que entonces se levantó de
golpe y huyó precipitadamente al otro extremo del vagón. El borracho dio
unos cuantos golpes más y. en su rabia, cogió la barra de metal que se
hallaba en medio del vagón y, con un rugido, trató de arrancarla.

En aquel momento Terry, que se hallaba en plenas condiciones físicas


debido a su entrenamiento diario de ocho horas de aikido, se sintió llamado
a intervenir antes de que alguien quedara seriamente dañado.

Entonces recordó las palabras de su maestro: «el aikido es el arte de la


reconciliación y quien lo considere como una lucha romperá su conexión
con el universo. En el mismo momento en que tratas de dominar a los
demás estás derrotado. Nosotros estudiamos la forma de resolver los
conflictos, no de iniciarlos».

Ciertamente, cuando Terry emprendió su aprendizaje se comprometió con


su maestro a no iniciar nunca una pelea y a utilizar este arte marcial sólo
como una forma de defensa. Ahora acababa de descubrir una oportunidad
para poner a prueba su práctica del aikido en la vida real, en lo que era un
caso claro de legítima defensa. Es por ello que, mientras los demás pasajeros
permanecían paralizados en sus asientos, Terry se levantó lenta y
deliberadamente.

Al verle, el borracho bramó:

—¡Ah, un extranjero! ¡Lo que tú necesitas es una lección sobre modales


japoneses!— y se dispuso a lanzarse sobre Terry.
Pero cuando estaba a punto de hacerlo alguien gritó en voz muy alta y
divertida:

—¡Eh!

El grito mostraba el tono jovial de alguien que había reconocido súbitamente


a un querido amigo. El borracho, sorprendido, se dio la vuelta y vio a un
diminuto japonés de unos setenta años ataviado con un kimono que
permanecía sentado. El anciano sonrió con alegría al borracho y le saludó
con un leve movimiento de la mano y un animoso:

—¡Venga aquí!

El borracho se acerco dando zancadas a él preguntando, con un agresivo:

—¿Y por qué diablos debería hablar contigo?

Mientras tanto, Terry estaba dispuesto a reducir al borracho apenas hiciera


el menor movimiento violento.

—¿Qué has estado bebiendo? —preguntó el anciano con sus ojos


chispeantes.

—He bebido sake y ése no es asunto tuyo —vociferó el borracho.

—¡Oh, muy bien, muy bien! —replicó el anciano— ¿Sabes? A mi también me


gusta el sake. Cada noche, mi esposa y yo (ella tiene setenta y seis años) nos
bebemos una botella pequeña de sake en el jardín, donde nos sentamos en
un viejo banco de madera...

Y luego siguió hablando de un caqui que había en su jardín y de las


excelencias de beber sake en mitad de la noche.

A medida que iba escuchando al anciano, el rostro del borracho comenzó a


dulcificarse y sus puños se relajaron:

—Sí... a mí también me gusta el caqui... —dijo con la voz apagada.

—Sí —replicó el anciano enérgicamente—. Y estoy seguro de que tienes una


esposa maravillosa.

—¡No! —respondió el obrero—. Mi esposa murió...

Y entonces, sollozando, se lanzó a contar el triste relato de la pérdida de su


esposa, de su hogar y de su trabajo, y se mostró avergonzado de sí mismo.
Cuando el metro llegó a su parada y Terry estaba saliendo del vagón alcanzó
a escuchar cómo el anciano invitaba al borracho a ir a su casa para contarle
más detalladamente todo aquello y aún pudo vislumbrar cómo se
arrellanaba en el asiento y apoyaba su cabeza en el regazo del anciano. ”

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