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6- LA MONARQUÍA HISPÁNICA DE FELIPE II.

POLÍTICA INTERIOR Y
EXTERIOR.

En 1556 Carlos I de España abdica. Su hijo Felipe II heredará casi todas las
posesiones, con excepción de la corona imperial y los territorios patrimoniales de los
Habsburgo, que pasarán a su tío Fernando.
La primera novedad que encontramos es el cambio de proyecto político. Siendo
imposible la construcción del Imperio Cristiano Universal que pretendía su padre,
Felipe II será el encargado de defender la hegemonía española con una Monarquía
Católica Hispánica. Queda clara la defensa de la religión católica, y que el corazón de
su imperio será la península ibérica y más concretamente el reino de Castilla.
En política interior Felipe II continua con la estructura anterior: sistema de
Consejos (la pieza fundamental será el Consejo de Castilla), divididos en consejos
generales (Hacienda, Guerra, Justicia...) y territoriales (Aragón, Italia, Indias,
Flandes...); virreyes en los distintos territorios de la monarquía; cortes, y finalmente, los
municipios. Si bien Felipe II había heredado un conjunto de territorios pacificado
socialmente tras sofocar las revueltas comunera y de las germanías, no por ello dejará
de tener problemas interiores. Los dos más señalados son:
1- La revuelta de las Alpujarras (1568-1571). La población morisca (musulmanes
bautizados) de esta zona de Granada había visto cómo la presión fiscal, religiosa y
cultural sobre ellos había ido creciendo. En 1566 se había incluso prohibido el uso de la
lengua y de los trajes. Ante la negativa real a admitir las tradicionales prácticas de estos
moriscos, se produjo en 1568 una revuelta encabezada por Aben Humeya. Renacía el
miedo a la actuación de estos moriscos como quinta columna que posibilitara el
desembarco islámico desde el norte de África, lo que motivó una represión contundente
y la posterior dispersión por toda Castilla, una vez dominada la revuelta por Juan de
Austria (hermanastro de Felipe II), en 1570.
2- La revuelta de Aragón (1591), derivado de un turbio asunto de espionaje centrado en
la figura de Antonio Pérez, secretario de Felipe II y agente doble al servicio de la
conspiradora Princesa de Éboli. Antonio Pérez, perseguido por el rey, termina por huir a
Aragón, donde queda fuera de la jurisdicción castellana. Pero entonces el rey acude a la
jurisdicción inquisitorial, acusando a Pérez de hereje. Éste se pone bajo el amparo del
Justicia mayor de Aragón. Cuando Felipe II saca por la fuerza a Antonio Pérez de las
cárceles del Justicia mayor, el pueblo aragonés se revela viendo vulnerados sus fueros,
lo que permitió la huída del espía. Este fue el pretexto para una acción dura por parte de
Felipe II, restringiendo seriamente los fueros aragoneses.
La política exterior sigue líneas muy similares a la de su padre. Los enemigos de
los Austria, del catolicismo y de la superioridad económica española (sostenida con el
oro y la plata de América) serán fundamentalmente cuatro:
1- Francia. Una vez más, el monarca galo verá a los Austria como una tenaza asfixiante
en torno a sus fronteras. Pero este problema quedó zanjado muy pronto con la victoria
de San Quintín (1557) y la firma de la paz de Cateau-Cambrésis (1559), que abriría un
largo periodo de paz oficial entre la monarquía hispánica y la francesa, si bien Felipe II
intervino activamente en las guerras de religión francesas.
2- Inglaterra. El dominio del Atlántico, y las rivalidades religiosas serán motivo de
enfrentamiento, en especial con la reina Isabel I, hija de Enrique VIII. Isabel, auténtica
constructora de una iglesia nacional anglicana, será una dura enemiga del catolicismo.
Felipe II, por su parte, hará todo lo posible por apoyar a los católicos ingleses. El
enfrentamiento se desarrollará en Europa (apoyo inglés a los protestantes de los Países
Bajos, territorio de soberanía española), pero también en América, en donde la reina
Isabel fomentó las acciones de los corsarios ingleses, en especial de Drake. Para
combatir a este formidable enemigo, Felipe II preparó la expedición conocida como la
Armada Invencible (1588), que resultó un fracaso absoluto. Habría que esperar al
cambio de dinastía en Inglaterra, con el ascenso al trono de los Estuardo, para que
cediera el nivel de tensión.
3- El turco. De nuevo un enfrentamiento religioso con caracter casi de cruzada, y un
enfrentamiento económico por el control del Mediterráneo. Felipe II potenció la
creación de una alianza (Liga Santa) formada por la propia monarquía española, La
Santa Sede y Venecia, que consiguió la victoria naval más sonada de la época en
Lepanto. La armada de Solimán el Magnífico fue destrozada, pero eso no significó sino
la retirada temporal de los otomanos. En realidad el triunfo fue más un símbolo que una
victoria decisiva, y la piratería turca renacería con fuerza en las costas españolas en la
década de 1580.
4- Los Países Bajos. Desde un cierto punto de vista, podría ser considerado un problema
interno, ya que se trata de territorios que formaban parte de la monarquía. La
introducción del protestantismo y del calvinismo suponían una grave alteración de los
planes del Felipe II, que no estaba dispuesto a consentir la menor disidencia religiosa
entre sus súbditos. Las provincias del norte, casi enteramente protestante, se
organizaron en la Unión de Utrecht; mientras que las del sur, mayoritariamente
católicas, respondieron con la Unión de Arras. Entonces se mostró la diferencia de
criterios entre el monarca y sus súbditos flamencos. La política de intransigencia fue
contestada por la nobleza del sur, acaudillada por los condes de Horn y Egmont. La
represión fue durísima, y estos líderes, acusados de traición, ejecutados, lo que hería
gravemente la sensibilidad de los naturales del país. Para empeorar aun más las cosas,
Felipe II encomendó al Duque de Alba el control de las Provincias, lo que hizo
empleando la represión más dura. Los rebeldes, dirigidos por Guillermo de Nassau,
príncipe de Orange, fueron apoyados por Francia y por Inglaterra, con lo que el
conflicto se extendía internacionalmente y pasaba a tomar un matiz de política
internacional grave. En 1581 las provincias del norte, orientadas al calvinismo, se
declararon independientes. Felipe II intentó por todos los medios sofocar la revuelta
enviando a sus mejores capitanes (Luis de Requesens, Juan de Austria, Alejandro
Farnesio...), pero la revuelta no tenía marcha atrás y el rey murió sin ver pacificadas
estas tierras donde, por ende, se creó uno de los regueros de pólvora que condujeron a la
guerra de los Treinta Años.

En resumen, la monarquía hispánica de Felipe II empeñó prácticamente todos


los recursos en la defensa internacional del catolicismo. El sostén económico de las
riquezas de América permitió mantener la hegemonía, pero el desgaste pasó una factura
que, a la larga, no fue posible pagar. El reinado de Felipe III consagró el agotamiento
(que por otra parte no era solo español, sino general), y hubo que firmar la paz con
todos: Francia (Vervins, 1598), Inglaterra (Londres, 1603), Países Bajos (Tregua de los
doce años, 1609). Había acabado el gran momento de los Austrias mayores

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