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Si Metes la Pata, no la Saques

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Hace algunos meses, escribí que la campaña
presidencial iba a darse bajo dos parámetros
centrales: Brevedad y contracampaña. Dije también
que los ataques “más fuertes y virulentos” iban a
ser contra Toledo y que serían personales. No
contra su gobierno ni, “salvo excepciones, contra
sus colaboradores, sino contra él”.

No se necesitaba clarividencia para preverlo sino


una lectura somera de la dinámica de las fuerzas
en contienda. Me pregunté entonces (y disculpen
que me cite, pero en esta ocasión me parece
necesario) sobre qué posibilidades tendría Toledo de resistir la ofensiva. La
respuesta, remitiéndome a la experiencia de los años dos mil y dos mil uno, fue
que eso dependería de la calidad de su Estado Mayor y de los operadores de
su campaña. La del 2001 demostró que un grupo competente de colaboradores
podía neutralizar las campañas respondiendo los ataques y contraatacando
con eficacia.

En cambio, dije, si él mismo se pone a responder o si lo hace con la gente que


lo rodeó luego en el gobierno, “su precariedad será mayor que la de un ciclista
en la Vía Expresa”. Había que recordar, añadí, que esos colaboradores, junto
con Toledo, se las arreglaron en el pasado para convertir un nivel alto de
popularidad en una desaprobación por momentos aplastante durante buena
parte de su gobierno.

Ahora ya en plena campaña, en rápido curso hacia su punto de inflexión, la


semana pasada tuvimos a un ciclista en la Vía Expresa, sorteando combis
maleras. Y hubo por lo menos dos claros intentos de atropello.

El primero y más extraño fue el caso de “la sirenita”. Una conferencia de prensa
de los padres de la niña operada de sirenomelia, que acusaron a Luis
Castañeda y al médico Luis Rubio, fundador de los Hospitales de la
Solidaridad, de haber utilizado la desgracia de la niña para aprovechar con
desmesura de su caso y su imagen, mientras le administraban –así acusaron
los padres– un tratamiento totalmente insuficiente.

La campaña de Castañeda movilizó a su equipo de pelea (Wálter Menchola y


Fabiola Morales, con el apoyo eventual de Isaac Mekler) para lanzarse a la
ofensiva. Aparte de las menciones a la ruindad, la ingratitud de los padres,
sobrevinieron las calificaciones de “inmundicia” y otras aproximaciones a la
escatología al referirse a quienes habrían “estado detrás de esa campaña”.
¿Quién era? Toledo, por supuesto, acusaron Menchola y Morales (O “Toledín”,
como le llama Fabiola Morales, en el tránsito de la cucufatería al
achoramiento).

Pero, ¿acaso detrás de las personas y la ONG que apoyó a los padres de la
niña sirenita en su acusación, no estaba Miguel del Castillo, hijo de Jorge del
Castillo y siempre próximo a las actividades de su padre? ¿Qué les hacía
suponer que el junior Del Castillo, militante aprista, fuera cercano a Toledo?

En una radio, Menchola asumió una retórica fiscal: “¿El señor Del Castillo ha
acudido a la casa de los padres? Está probado. ¿Hay una relación entre el
señor Del Castillo y el señor Carlos Bruce? Hay una relación”. Ergo, “no nos
queda la menor duda de que Alejandro Toledo está detrás de todo esto”,
concluyó.

Aplastantes pruebas, ¿les parece? ¿No hubiera sido quizá mejor que
Menchola, luego de probar que “el señor Del Castillo” había acudido a la casa
de los padres, se hubiese preguntado si hay una relación entre el señor Del
Castillo con el señor Del Castillo?

Quizá no le convenía, porque quienes tuvieron una interesante relación con el


“señor Del Castillo” (don Jorge) fueron los propios Menchola y Morales.

En junio pasado, durante la elección de dos miembros del Tribunal


Constitucional, la bancada aprista –coordinada en esa coyuntura por,
precisamente, Jorge del Castillo– buscó bloquear el nombramiento de Carlos
Ramos Núñez. El cronista de El Comercio consignó que en el momento
decisivo de la votación el aprista José Vargas se aproximó al escaño de
Menchola y “en medio del griterío general que clamaba, ‘¡no arrugues,
Menchola!’, Vargas le alcanzó un recado, según se comentó, del congresista
Jorge del Castillo (…) acto seguido Menchola se retiró del hemiciclo. Antes lo
había hecho su colega Fabiola Morales”.

Así que, ¿no sabía Menchola que el “señor Del Castillo” era hijo y operador del
que le mandaba recados con Vargas que lo hacían levantarse y mandarse
cambiar del hemiciclo en medio de los gritos y el desprecio de sus colegas?
La política nacional siempre ha tenido mucho de picaresca, pero eso de insultar
la más básica inteligencia de la gente, incluyendo la que se expresa en solo
dos honrados dígitos, tiene sus límites.

Casi simultáneamente, unas declaraciones más bien imprecisas de Toledo


sobre la unión civil de parejas homosexuales, el aborto y el debate sobre
legalización de las drogas, en una conferencia de prensa con la Asociación de
Prensa Extranjera le reventaron en el rostro a su campaña.

Tanto la célula del Opus en El Comercio como el cardenal Cipriani se le tiraron


encima y Toledo, quien dio la impresión de sentirse el Obama de Cabana al
momento de declarar a la prensa extranjera, reculó luego a toda velocidad y
pleno tropiezo.
Un gran periodista panameño, Guillermo Sánchez Borbón, formuló el siguiente
consejo para los políticos: “Si metes la pata, no intentes sacarla porque te irá
peor”. Puedes, por ejemplo, terminar metiendo la otra.

En cuanto al debate sobre la legalización de la droga, Toledo dijo que no había


dicho lo que dijo y mencionó los probables problemas de traducción del
español al inglés del redactor de Reuters. Si hubo un problema de traducción
fue más bien del propio Toledo, de no expresarse en buen español.

Así y todo, lo que dijo sobre “ponerle un ojo analítico” al debate sobre la
legalización de las drogas, puede rechinar idiomáticamente, pero es no solo
defendible sino racional y necesario. Quizá no fue inteligente hablar como lo
hizo en el contexto de una campaña, pero una vez hecho, debió haber logrado
que aquellos de su equipo que pueden hacerlo defendieran su pensamiento
con claridad y buena redacción. En lugar de eso, se contradijo, enredó y quedó,
aunque fuera brevemente, en ridículo. Resta ver cuánto lo va a afectar ese
episodio, pero ciertamente no lo favorecerá.

Lo que resultó indignante fue la hipocresía santurrona de quienes salieron al


ataque, empezando por Cipriani. El que “quiera matar niños no está preparado
para gobernar el país”, dijo. Luego de las rectificaciones de Toledo añadió que
éste “dice una cosa y luego dice otra … no es un hombre fiable aquel que
después se desdice”.

Lo que le faltó añadir a Cipriani para completar su labor de ese día fue un
comercial a la candidata Fujimori y al compañero de plancha de ésta y de
orden opusina de aquél, Rafael Rey.

“El que quiera matar niños no está preparado para gobernar el país”… ¿verdad
que sí? Tampoco la Iglesia, ¿no cierto? ¿Y qué hizo Cipriani frente a las
atrocidades contra los derechos humanos que se perpetraron en Ayacucho,
incluyendo las muertes de niños (como fue, entre varios otros, el caso de
Putis)? ¿Lo recordamos en detalle? ¿Qué hizo Rey si no todo lo que estuvo en
sus manos por sabotear los esfuerzos por aclarar las atrocidades y llevar la
justicia que reparara mínimamente algunos de los enormes crímenes
cometidos? Hay mucha gente dentro de la Iglesia Católica que tiene todo el
derecho moral de predicar en defensa de la vida. Cipriani no es una de ellas. Y
mucho menos Rey.

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