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El primero y más extraño fue el caso de “la sirenita”. Una conferencia de prensa
de los padres de la niña operada de sirenomelia, que acusaron a Luis
Castañeda y al médico Luis Rubio, fundador de los Hospitales de la
Solidaridad, de haber utilizado la desgracia de la niña para aprovechar con
desmesura de su caso y su imagen, mientras le administraban –así acusaron
los padres– un tratamiento totalmente insuficiente.
Pero, ¿acaso detrás de las personas y la ONG que apoyó a los padres de la
niña sirenita en su acusación, no estaba Miguel del Castillo, hijo de Jorge del
Castillo y siempre próximo a las actividades de su padre? ¿Qué les hacía
suponer que el junior Del Castillo, militante aprista, fuera cercano a Toledo?
En una radio, Menchola asumió una retórica fiscal: “¿El señor Del Castillo ha
acudido a la casa de los padres? Está probado. ¿Hay una relación entre el
señor Del Castillo y el señor Carlos Bruce? Hay una relación”. Ergo, “no nos
queda la menor duda de que Alejandro Toledo está detrás de todo esto”,
concluyó.
Aplastantes pruebas, ¿les parece? ¿No hubiera sido quizá mejor que
Menchola, luego de probar que “el señor Del Castillo” había acudido a la casa
de los padres, se hubiese preguntado si hay una relación entre el señor Del
Castillo con el señor Del Castillo?
Así que, ¿no sabía Menchola que el “señor Del Castillo” era hijo y operador del
que le mandaba recados con Vargas que lo hacían levantarse y mandarse
cambiar del hemiciclo en medio de los gritos y el desprecio de sus colegas?
La política nacional siempre ha tenido mucho de picaresca, pero eso de insultar
la más básica inteligencia de la gente, incluyendo la que se expresa en solo
dos honrados dígitos, tiene sus límites.
Así y todo, lo que dijo sobre “ponerle un ojo analítico” al debate sobre la
legalización de las drogas, puede rechinar idiomáticamente, pero es no solo
defendible sino racional y necesario. Quizá no fue inteligente hablar como lo
hizo en el contexto de una campaña, pero una vez hecho, debió haber logrado
que aquellos de su equipo que pueden hacerlo defendieran su pensamiento
con claridad y buena redacción. En lugar de eso, se contradijo, enredó y quedó,
aunque fuera brevemente, en ridículo. Resta ver cuánto lo va a afectar ese
episodio, pero ciertamente no lo favorecerá.
Lo que le faltó añadir a Cipriani para completar su labor de ese día fue un
comercial a la candidata Fujimori y al compañero de plancha de ésta y de
orden opusina de aquél, Rafael Rey.
“El que quiera matar niños no está preparado para gobernar el país”… ¿verdad
que sí? Tampoco la Iglesia, ¿no cierto? ¿Y qué hizo Cipriani frente a las
atrocidades contra los derechos humanos que se perpetraron en Ayacucho,
incluyendo las muertes de niños (como fue, entre varios otros, el caso de
Putis)? ¿Lo recordamos en detalle? ¿Qué hizo Rey si no todo lo que estuvo en
sus manos por sabotear los esfuerzos por aclarar las atrocidades y llevar la
justicia que reparara mínimamente algunos de los enormes crímenes
cometidos? Hay mucha gente dentro de la Iglesia Católica que tiene todo el
derecho moral de predicar en defensa de la vida. Cipriani no es una de ellas. Y
mucho menos Rey.