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EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU SANTO


El Bautismo En El Espiritu Santo A La Luz Del Nuevo
Testamento. Por Luis Martin
El Bautismo En El Espiritu, Manifestaclón Del Poder De
Dios. Por Pedro Fernandez
La Comunidad Cristiana Fruto De La Efusion Del Espiritu.
Por Carlos Calvente
El bautismo en el Espíritu Santo. Por Mons. Vincent Walsh
El bautismo en el Espíritu Santo. P. Salvador Carrillo Alday
La efusión del don del Espíritu. P. Salvador carrillo Alday
¿Qué es la Efusión del Espíritu? Charles-Eric HAUGUEL
La Efusión del Espíritu. RANIERO CANTALAMESSA
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EL BAUTISMO EN EL ESPIRITU SANTO A LA LUZ DEL


NUEVO TESTAMENTO. Por LUIS MARTIN
Trataré de ofrecer en forma de aproximaciones las
sugerencias y reflexiones que me ofrece una lectura atenta
del Nuevo Testamento a propósito de la expresión EL QUE
BAUTIZA EN EL ESPIRITU SANTO.
He aquí los textos:
El os bautizará en Espíritu Santo y fuego (Mt 3,10 Lc
3,16),
Él os bautizará con Espíritu Santo (Mc 1,8).
Ése es el que bautiza con Espíritu Santo (Jn 1,33).
Y en forma parecida:
Vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5 y
11,16), en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados (1
Co 12,13).
El discurso de Pedro en Jerusalén ofrece algunas pistas
para llegar a una mejor comprensión de los mismos:
Había empezado yo a hablar cuando cayó sobre ellos el
Espíritu Santo, como al principio había caído sobre nosotros.
Me acordé entonces de aquellas palabras que dijo el Señor:
“Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con
el Espíritu Santo...” (Hch 11,15-16).
1) Pedro hace referencia a dos efusiones importantes del
Espíritu: la de Pentecostés y la que sobrevino sobre
Cornelio y su familia, considerada como el Pentecostés de
los gentiles. En ambos casos se trata del cumplimiento de
la promesa que hizo Jesús de ser bautizados en el Espíritu
Santo, y que es “la Promesa del Padre” (Hch 1,4; 2,39).
2) Pentecostés es una superabundancia, una plenitud:
“ser bautizados en el Espíritu Santo” es lo mismo que ser
sumergidos en el mismo, del cual se nos presenta el agua
como una imagen expresiva.
En el bautismo de Juan el hombre “exterior” era
sumergido en el agua, como signo de penitencia. Ser
bautizado en el Espíritu Santo indica que el Hombre
“interior” es sumergido en el mismo Espíritu y queda
inundado, empapado y transido. Cada parte del “hombre
Interior” queda afectado por el poder transformador del
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Espíritu, “por la acción del Espíritu en el hombre Interior”


(Ef 3,16), lo que explica el empleo tan reiterativo de la
expresión “ser llenos” del Espíritu Santo (Hch 2.4: 4.8: 4,31:
7,55; 9,17; 13,9): es una verdadera plenitud.
3) Esta plenitud se da primordialmente en las facultades
superiores del hombre, mente, voluntad, corazón, y es así
como los cristianos quedan “sellados con el Espíritu Santo
de la Promesa” (Ef 1,13).
Pero afecta también a toda la persona y,
consiguientemente, al cuerpo que es signo y expresión del
espíritu y de cuanto en él sucede. Los efectos de la
presencia del Espíritu se extienden también al cuerpo,
originándose manifestaciones típicas como las curaciones,
hablar en lenguas, don de lágrimas, la alabanza, la
contemplación.
El cuerpo humano, que ya de por si es obra de belleza y
expresividad, se convierte entonces “para el Señor y el
Señor para el cuerpo” (1 Co 6,13) y adquiere la gran
categoría de “templo del Espíritu” (1 Co 6,19), como
anticipo del “cuerpo espiritual” (1 Co 15.44), incorruptible e
inmortal que será en la Consumación.
4) La recepción del Espíritu era algo que se
experimentaba no sólo en Pentecostés, sino en cada
efusión. (Hch 4,31). Era algo consciente y recognoscible.
Por esto Pablo consideraba la efusión del Espíritu como
prueba de nuestra condición de hijos de Dios: “La prueba
de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo... (Ga 4,6). Lo mismo Juan:
En esto conocemos que permanecemos en Él y Él en
nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. (1 Jn 4,13 y 3.24).
Para el cristiano es la garantía de una esperanza que “no
falla porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rm
5,5). Como prenda y garantía de todo lo que esperamos
“nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones”. (2 Co
1.21; 5.5).
5) El ser bautizados en el Espíritu tal como Jesús
prometió, se inaugura con la efusión de Pentecostés.
Fieles al mandato del Señor, los Apóstoles siguieron
administrando después el bautismo de agua como
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iniciación al reino mesiánico, con el que se perdonaban los


pecados y se recibía el Espíritu Santo: “Convertíos; que
cada uno reciba el bautismo en nombre de Jesucristo, para
el perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu
Santo”. (Hch 2,38; 9,17-18; 19,5-6).
En el Libro de los Hechos el Bautismo en el Espíritu se
relaciona siempre con el bautismo Sacramental. Bautismo
de agua y efusión del Espíritu son dos aspectos de la
consagración cristiana, en la que el hombre renace “de
agua y de Espíritu”(Jn 3.5) y, al mismo tiempo, una
actualización del acontecimiento de Pentecostés.
Estos dos aspectos diríamos que son la dimensión
sacramental y la dimensión carismática de una misma
unidad, siendo siempre libre el Espíritu para derramarse
carismáticamente fuera de todo esquema sacramental.
En ciertos momentos diríamos que predomina uno de
estos aspectos o que coinciden ambos:
- Pentecostés de los Apóstoles (Hch 2.1-41) y oración de
los Apóstoles en la persecución (Hch 4.23-31): predominio
de la dimensión carismática.
- Pedro y Juan en la comunidad de Samaría (Hch
8,14•17), discípulos de Efeso (Hch 19,1-7): se da dimensión
sacramental y experiencia carismática:
- Cornelio y familia (Hch 10,1-48): experiencia carismática
seguida de dimensión sacramental.
No hay más que un solo bautismo (Ef 4,5).
6) La recepción del Espíritu fue para la Iglesia primitiva el
acontecimiento más importante de la iniciación cristiana.
Una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron
hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas
obras de Dios y los prodigios del mundo futuro. (Hb 6,4•5):
aquella recepción o efusión implicaba presencia y
experiencia del Espíritu.
No hay pasaje en el Nuevo Testamento que nos de pie
para pensar en una auténtica iniciación cristiana sin el
Espíritu: “en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados...
y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1 Co 12,13).
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7) A la vista de estos datos podemos apreciar la


diferencia de perspectiva entre los cristianos primitivos y
nosotros.
Ellos llegaban a la fe a partir de una conversión y una
opción, muy personal y consciente, que hacían por el Señor,
Cristo Jesús Resucitado tal como se lo presentaba el
kerigma. Tras larga y profunda preparación de
catecumenado, tal como se fue implantando
posteriormente, se recibían los sacramentos de la iniciación
cristiana. Aquella vivencia y presencia del Espíritu del Señor
era algo inolvidable en la vida de aquellos cristianos. La
experiencia del Señor resultaba por tanto algo normal para
todos los cristianos.
En cambio el cristiano convencional de hoy día ha
recibido los sacramentos de la iniciación en su más tierna
infancia y difícilmente si llega a tomar conciencia de su
compromiso bautismal, menos aun a una verdadera
experiencia de la presencia del Señor en su vida, de su
Espíritu. La experiencia del Espíritu no es algo común, por
lo que se la ha considerado como algo que no es normal.
Esto se fue imponiendo de manera insensible a lo largo
de la historia, motivado en parte por la normativa que se
fue introduciendo de bautizar a los niños, y en no menor
parte por la pérdida de la esperanza escatológica y las
reacciones contra todos los movimientos espiritualistas que
acentuaron lo carismático en contra de lo institucional en la
Iglesia.
Resultado final: todos lo conocemos.
Para una gran mayoría de cristianos el Espíritu Santo no
es más que un articulo de fe, es decir, una fe puramente
confesional en el Espíritu Santo y en sus carismas, pero no
una vivencia del Espíritu que lleve a una apertura a su
acción, a sus dones, y a una relación de intimidad con el
misterio trinitario.
8) La Renovación Carismática nos hace ver que la
experiencia neotestamentaria del Espíritu del Señor ha de
ser algo normal para cada cristiano y una experiencia
común en la Iglesia: “la Promesa ?es para vosotros y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para
cuantos llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2,29) .
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9) Esta experiencia carismática que falta en tantos


cristianos, a pesar de toda la objetividad de la dimensión
sacramental, es la que sería de desear para todos,
experiencia que nos llevaría a descubrir y actualizar los
sacramentos de la iniciación y su verdadera identidad
cristiana. El cristiano es carismático por definición, lo
mismo que la Iglesia.
El sacramento del bautismo se ha separado demasiado
de la recepción del Espíritu Santo, quedando ésta como
relegada a la Confirmación y fragmentada la iniciación
cristiana en partes temporalmente separadas. Es preciso
recuperar este aspecto carismático en el Sacramento del
Bautismo.
10) La efusión del Espíritu o bautismo en el Espíritu, de
que tanto se habla en la Renovación Carismática, pretende
darnos esto: tomar conciencia, experimentar y también
abrirnos al Espíritu del Señor Resucitado, y a partir de aquí
iniciar una relación de intimidad con el mismo, una
liberación interior para dar paso a un proceso de
transformación interior, crecer y caminar constantemente
en el Espíritu.
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EL BAUTISMO EN El ESPIRITU, MANIFESTAClÓN DEL


PODER DE DIOS. Por PEDRO FERNANDEZ
¿UNA TERMINOLOGIA CONFUSA?
Algunos afirman que la expresión "bautismo en el
Espíritu” en el uso que hace la R.C. es confusa, pues no
existe otro bautismo fuera del sacramento del bautismo.
Otros constatan que se trata, tal vez, de un vocabulario
irreversible, que hay que aclararlo, pero que no se puede
desterrar. Entiendo que nos hallamos ante una cuestión que
corre el peligro de convertirse en un debate de palabras.
Urge, pues, considerar sobre todo las realidades implicadas
en este vocabulario.
En la Sagrada Biblia hallamos este modo de hablar,
aunque en forma verbal (no substantivada): Él os bautizará
en el Espíritu Santo y en el fuego (Mt 3.11; Mc 1,8; Lc 3,16;
Jn 1,33). En los Hechos de los Apóstoles se repite: seréis
bautizados en el Espíritu Santo (Hch 1,5; 11,16). Este
vocabulario bíblico no es ambiguo; pero puede convertirse
según las diversas interpretaciones que se den a esta
expresión. La interpretación católica, por ejemplo, es
diferente de la interpretación pentecostal.
La expresión "bautismo en el Espíritu" en el uso que hace
la R.C. procede del Pentecostalismo clásico. El empleo de
fórmulas idénticas en contextos eclesiales diferentes puede
producir confusión. "La aceptación de un cierto vocabulario
de origen no católico supone para la R.C. un riesgo en
materia doctrinal. Se impone un discernimiento crítico”
(Documento de Malinas). Este riesgo se convertiría en
confusión si se llegara a afirmar que hay cristianos no
bautizados en el Espíritu Santo, o que existen varios
bautismos (cf. Ef 4.5), o si se hiciera creer que se trata de
un superbautismo o de un complemento del sacramento del
bautismo. Sin embargo, se puede admitir esta terminología
si no se disocia el “bautismo en el Espíritu” del sacramento
del bautismo y si se distingue entre el hecho fundamental
(sacramento) y el hecho particular (la efusión del Espíritu
como manifestación del poder de Dios).
En el fondo de la cuestión se halla la diferente concepción
de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y
Eucaristía) en la teología sacramental católica y en la
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teología pentecostal clásica. La teología católica no separa


el bautismo de agua del bautismo en el Espíritu, pues se
trata del único sacramento del bautismo. En cambio, en el
pentecostalismo clásico, el bautismo de agua es un hecho
humano con valor simbólico, mientras que el bautismo en el
Espíritu es obra de Dios y fuera de todo contexto
sacramental. En consecuencia, para los católicos, lo que se
llama en la R.C. “bautismo en el Espíritu” no es ni un
sacramento, ni tampoco, propiamente y en sentido estricto,
el bautismo. Sólo en sentido amplio se puede hablar de
“bautismo en el Espíritu”, como cuando en la tradición se
ha hablado del bautismo de conversión, de segundo
bautismo (referido a la profesión religiosa), etc.
UN VOCABULARIO MAS ADECUADO
En el Documento de Malinas se lee: “En éste, como en
otros puntos, la experiencia norteamericana de la
Renovación no debe ser considerada como normativa. En
otros lugares se ha considerado necesario sustituir la
expresión ”bautismo en el Espíritu” por otras similares. En
Francia y en Bélgica se habla a menudo de efusión del
Espíritu; en Alemania de renovación de la Confirmación; en
lengua inglesa se emplean a veces las expresiones
liberación del Espíritu o renovación de los sacramentos de
la iniciación. En esta búsqueda de un vocabulario adecuado.
conviene vigilar para que los vocablos empleados no dañen
en exceso lo que tiene de especifico la Renovación en
cuanto a experiencia espiritual, es decir, el hecho de que la
fuerza del Espíritu Santo, comunicada en la iniciación
cristiana, llega a ser objeto de experiencia consciente y
personal».
En estas expresiones nuevas se acentúa la acción de
Dios, sin olvidar las disposiciones del cristiano y su relación
con los sacramentos de la iniciación. La experiencia
espiritual nacida a raíz del “bautismo en el Espíritu” es una
efusión o manifestación del Espíritu a modo de
reviviscencia o actualización o liberación o renovación de
los dones ya recibidos en el sacramento del Bautismo.
LA REALIDAD DEL BAUTISMO EN EL ESPIRITU
La realidad del “bautismo en el Espíritu” es una
experiencia espiritual: la experiencia de la presencia
poderosa de Dios en el hombre, caracterizada por su acción
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maravillosa que transforma el corazón y le dota de un


nuevo poder mediante los dones y carismas. Es una
dimensión nueva. Es la fuerza o dynamis de Dios (cf. Lc
4,14; Hch 1,8; 6,8). Desaparecen las inhibiciones. Se liberan
las energías. Se restaura la sinergia personal. El cuerpo se
manifiesta en nuevos gestos. El espíritu adquiere la libertad
al verse libre de las operaciones de los pecados y sus
consecuencias. Se confirma cómo las virtudes, dones y
carisma son regalos infundidos por Dios en nuestro espíritu.
Este contenido es el tesoro escondido y la perla encontrada.
Es la borrachera sobria del Espíritu, perfección del cristiano.
Para el cristiano que ha recibido el sacramento del
bautismo, el “bautismo en el Espíritu” no es el inicio de la
fe, sino una renovación en el modo de vivirla. Es vivencia y
confirmación de la fe. La Renovación Carismática, por
consiguiente, tiene sus fundamentos teológicos en la
celebración de la iniciación (Bautismo y Confirmación) e
invita a una renovación de la conciencia bautismal
ampliamente concebida, es decir, "para que conozcamos
los dones que Dios nos ha concedido" (1 Cor 2,12).
(Documento de Grottaferrata).
Cómo explicar teológicamente este contenido
fundamental del bautismo en el Espíritu? En primer lugar,
quede claro que “no es un segundo bautismo, sino un acto
simbólico que significa en el creyente la apertura al Espíritu
recibido en su bautismo”. (Documento de los obispos
canadienses.) En segundo lugar, diríamos que el bautismo
en el Espíritu nos manifiesta una de las realidades
fundamentales del sacramento del bautismo.
Efectivamente, el sacramento del bautismo implica la
recepción del Espíritu Santo (cuya plenitud será el
sacramento de la Confirmación) que se manifiesta en la
gracia, en las virtudes, en los dones y carismas, como obra
perfecta de Dios; y, además, la experiencia personal o
manifestación en la persona de la presencia del Espíritu y
de su poder, que es obra de Dios aceptada por el hombre
dispuesto y abierto a la gracia de Dios. Es la gracia
permanente de Pentecostés. La manifestación en el
cristiano de este segundo aspecto real del sacramento del
bautismo es lo que, dentro de la R.C. católica, se llama
“bautismo en el Espíritu”.
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La R.C. es, por consiguiente, una llamada a dar más


plenitud a la esperanza y confianza del cristiano en el poder
de Dios, mediante la apertura y disponibilidad a los dones y
carismas del Señor. El “bautismo del Espíritu” es, así, un
gran enriquecimiento para nosotros, en cuanto supone la
experiencia personal y la manifestación del poder de Dios,
contenidos reales concedidos por el sacramento del
bautismo. Con otras palabras, el bautismo en el Espíritu nos
manifiesta las maravillas encerradas en la realidad del
sacramento del bautismo.
Podemos explicarlo también teológicamente como una
gracia actual, como un don de Dios al hombre, por el que
nos comunica la salvación de Jesús, el consuelo del Espíritu,
su amor. Así Santo Tomás de Aquino habla de un aumento
de gracia por el cual uno puede realizar algo nuevo; por
ejemplo, cuando uno recibe el don de milagros o de
profecía, o también cuando, lleno de amor, se expone al
martirio, renuncia a lo que posee o realiza algo difícil”.
(Summa Theologica 1, q. 43, a. 6 ad 2.) Todas estas
manifestaciones de Dios, dice el Santo Doctor, implican una
experiencia.
El "bautismo en el Espíritu” es siempre una gracia actual
del Señor, mediante la cual se renuevan los dones ya
concedidos o se conceden nuevas manifestaciones de la
misericordia divina. Como Jesús nos dice: si vosotros,
siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos,
¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a
los que se lo pidan? (Lc 11,13).
PUNTOS PRÁCTICOS SOBRE EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU
Por la redacción de Koinonía.
El “Bautismo en el Espíritu” es como la puerta de entrada
en la Renovación Carismática y al mismo tiempo el punto
de partida de un proceso de conversión y transformación
para seguir después caminando en la vida del Espíritu
dentro de un grupo o comunidad.
No es, por tanto, un suceso aislado.
Para todo el que aspira a esta gracia no plantea más que
una pregunta: ¿estoy verdaderamente dispuesto a abrirme
a la gracia del Espíritu Santo? Esta pregunta puede ser una
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interpelación para toda una comunidad o para la Iglesia


entera.
El Bautismo en el Espíritu no es una experiencia nueva.
Tratándose de una efusión del Espíritu del Señor sobro el
cristiano, es algo que siempre ha ocurrido a lo largo de la
historia, principalmente en la vida de los santos,
coincidiendo con su primera o segunda conversión. Por la
descripción de esta experiencia que algunos han dejado en
sus escritos, vemos que para ellos fue la base de una vida
de oración y testimonio.
Para algunos fue como una sorpresa que un día les vino
del cielo, para otros fue la respuesta de la gracia a sus
ardientes deseos de darse al Señor. Para nosotros hoy día
es una gracia que tenemos a nuestro alcance. ¿Qué es lo
que se requiere de nuestra parte?
UNA DISPOSICION MUY CONCRETA
Cuando un cristiano se decide a abrirse totalmente a la
acción del Señor, a ponerse en las manos del Padre, ya se
están dando en él las disposiciones adecuadas y en cierta
manera ha empezado a operarse ya la efusión del Espíritu.
Quizás el rasgo más claro y determinante sea un ardiente
deseo de Dios. Cierto que esto ya supone una verdadera
conversión.
Pero si se busca el bautismo en el Espíritu sin un deseo
más o menos consciente de Dios, es muy poco lo que se
puede esperar: “Si conocieras el don de Dios… tú le habrías
pedido a Él y Él te habría dado agua viva…' (Jn 4,10).
Cuando el alma busca a Dios como busca la cierva los
corrientes de agua, cuando “tiene mi alma sed de Dios, del
Dios vivo”, (Sal 42,3) y responde con fe a la invitación del
Señor “si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea
en mi” (Jn 7,37), entonces experimenta los “ríos de agua
viva”.
?Esto supuesto, hay que encarecer a los que desean
recibir el bautismo en el Espíritu unas actitudes que
siempre serán la base de la vida cristiana:
a) Arrepentimiento: Ya en sí es don de Dios, una gracia
del Espíritu, “os daré un corazón nuevo... un espíritu
nuevo...” (Ez 36,25-27; 11,19-20) Y por tanto no hay que
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darlo fácilmente por supuesto, pues o falta o no es lo


suficientemente completo y en muchos casos no es fácil
llegar a él si no es con la oración sincera. Esta es la clave
de muchos fallos de la vida cristiana y de la oración, el
fundamento de la conversión y de la liberación interior.
b) Alma de niño y de pobre: sentirse pobre ante Dios y
ante los hermanos, desembarazado de la propia
autosuficiencia, como un mendigo, como pecador
perdonado; sólo entonces es posible recibir el reino de Dios
como niño y entrar en él (Mc 10,15).
c) Actitud de fe, confianza y abandono en el Señor: la
mayoría de los cristianos lo que tienen es un temor
reverencial de Dios y una idea muy legalista de la justicia
de Dios, pero no tienen experiencia de la misericordia y el
amor de Dios para con ellos o tan sólo un concepto vago y
difuso, insuficiente para iluminar su fe.
La Palabra de Dios nos dice tanto de la ternura de Dios
para los que en Él confían, de la eterna misericordia de
Dios, que parece inexplicable que tantos cristianos no
lleguen a una actitud de confianza y abandono en el Amor
que el Señor nos tiene del que “ni la muerte ni la vida... ni
otra criatura alguna podrá separarnos”. (Rm 8,38-39).
El SEMINARIO DE LAS SIETE SEMANAS
Respecto a la instrucción que hay que dar antes del
Bautismo en el Espíritu, se sigue comúnmente el plan de las
siete semanas. En España se utiliza el manual de Estados ?
Unidos, el de Latinoamérica o el de Bélgica. Todos
coinciden con ciertas acomodaciones a distintas áreas
geográficas. Quizá pronto podamos preparar uno para los
grupos de España.
Durante estas siete semanas, demos, sí, toda la iniciación
e instrucción posible y que tomen parte en este ministerio
todos los catequistas del grupo en distintos días para
conseguir una mayor riqueza. Presentemos siempre la R.C.
como “una corriente de gracia que pasa y que conduce a
vivir una tensión mayor y consciente de la dimensión
carismática inherente a la Iglesia” (Suenens), sin caer en el
elitismo. Pero tengamos siempre puesta la mirada, más que
en los conocimientos que se transmiten, en el clima
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espiritual y en las actitudes que hay que conseguir en


aquellos que se preparan.
Hay que Insistir mucho en la integración en el grupo a
partir del bautismo en el Espíritu y, a ser posible, asegurar
una atención personalizada antes y después para con cada
uno, de forma que ninguno ya se sienta solo en un caminar
en la vida del Espíritu.
SOBRE EL CUANDO Y COMO
Tengamos discernimiento para no admitir a aquellos que
vienen buscando sensacionalismo o experiencias nuevas,
pues esto también se da.
Sea siempre dentro del grupo, de forma que sea toda la
comunidad la que ore, “porque en un solo Espíritu hemos
sido todos bautizados para no formar más que un cuerpo”.
(1 Co 12,13). He aquí la fuerza de esta oración: “donde
están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos” (Mt 18,20). Supuestas las actitudes a que
antes hemos hecho referencia, la fe y unción de los que
oran por el hermano obtienen el cumplimiento de las
palabras de Jesús: “... ¡cuánto más el Padre del cielo dará el
Espíritu Santo a los que se lo piden!” (Lc 10,13).
Algunos siguen cierto esquema: el que desea recibir la
efusión del Espíritu expresa primero su fe en Jesús,
manifiesta después el arrepentimiento y el rechazo de sus
pecados, perdonando las ofensas, y pide al Señor que le
llene de su Espíritu: entonces un grupo de hermanos
imponiendo sobre él las manos hacen una invocación,
dirigida al Padre, o al Señor Jesús Resucitado, pidiendo en
nombre de su Palabra que envíe abundantemente el Don de
su Espíritu sobre este hermano, tal como lo prometió. Hay
que expresar también la acción de gracias, porque si Jesús
lo ha prometido, Jesús se ha comprometido y ahora cumple
su palabra.
Se ore o se cante en lenguas, y también empiece el que
recibe la efusión, pero si le resulta muy dificultoso no se le
fuerce. Quizás algún hermano tenga una palabra de
sabiduría de profecía para él.
Todo ha de ser con mucha sencillez, sin emocionalismo.
Si alguna persona accede a dejarse llevar del
emocionalismo, tratemos de tranquilizarla, porque la acción
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del Espíritu es paz, dominio, templanza y serenidad. En las


catequesis hay que prevenir contra esto.
QUÉ OCURRE DESPUÉS.
Cuando el Espíritu del Señor se derrama abundantemente
sobre un grupo de creyentes, la consecuencia inmediata y
un indicio de su presencia en el grupo es que todos se
convierten en expresión clara del Cuerpo de Cristo, es
decir, cada miembro descubre su identidad porque
despierta a la comunidad: empieza a funcionar como
miembro vivo del Cuerpo de Cristo. Aquellos que han
estado viviendo un cristianismo individualista tardarán más
en integrarse en la comunidad. Para esto necesitan
liberación.
Para algunos el bautismo en el Espíritu es un impacto
decisivo y es experimentar las palabras de Jesús: “recibiréis
la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y
seréis mis testigos...” (Hch t ,8). Incluso sacerdotes y
religiosos han confesado ser la experiencia religiosa más
importante de su vida.
Que no se trata de un hecho de sugestión o de emoción lo
demuestra el cambio decisivo y sus efectos que perduran
años a pesar de las dificultades por las que se pasará
después. La sugestión no cambia internamente a la
persona, ni conduce hacia una mayor libertad, paz y amor
profundos.
Las personas menos estructuradas mentalmente y más
simples son las que más fácilmente sentirán la necesidad
de orar en lenguas y durante largo tiempo. Hacerla ahora,
si, pero en los días sucesivos no caer en la tentación de
aferrarse al don de la oración buscando por si mismo o al
intento de suscitar nuevamente aquel fruto sensible.
Habrá otras personas que dirán no haber experimentado
nada en la efusión del Espíritu. La explicación de esto
puede ser muy diversa, dejando siempre a salvo los
caminos incomprensibles de Dios y su modo de actuar en
nosotros de una forma imperceptible. Hay que mantenerse
en la fe de que el Señor cumple siempre su palabra y
esperar. En estos casos casi siempre se inicia una
transformación lenta y progresiva que quizá no se
interrumpa más.
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Al Bautismo en el Espíritu siguen días o meses de una


gran facilidad espiritual, de gozo, paz y amor, de sentir una
gran necesidad y gozo por la oración a la que uno se da sin
el menor esfuerzo. Incluso se puedo llegar a momentos de
oración infusa o contemplación, en un alternar la vida
purgativa con la iluminativa, fenómeno poco común para
los tratadistas espirituales pero frecuente en la R.C.
Esta “luna de miel” espiritual puede durar mas o menos
según la situación espiritual de cada uno, pero han de venir
días de desierto, de aridez y tentación. Jesús fue tentado en
el desierto después de su Bautismo en el que hubo una
manifestación tan profunda de la presencia del Espíritu.
No Importan las dificultades e Incluso los retrocesos
momentáneos con tal que la resultante final sea de
progreso. El Señor será el que más haga por nuestra
renovación y transformación.
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LA COMUNIDAD CRISTIANA FRUTO DE LA EFUSION DEL


ESPIRITU. Por CARLOS CALVENTE
Lucas nos presenta en los Hechos de los Apóstoles la
experiencia de Pentecostés como un acontecimiento
perceptible no sólo por los discípulos sino también por
todos los circunstantes.
La acción del Espíritu es siempre en sentido convergente:
agrupa, reúne y congrega a las personas y entonces
desciende abundantemente. Pretende llevarnos a Jesús, no
sólo en forma personal, sino comunitariamente. Por lo que
el primer fruto de la acción del Espíritu es el nacimiento de
una fraternidad universal, que es comunidad de oración,
comunidad de alabanza inspirada, que ofrece el mensaje
evangelizador de ser todos UNO en Cristo y testigos de su
Resurrección.
El Espíritu les lleva a compartir una misma experiencia en
forma comunitaria. Aquellos primeros cristianos sabían qué
eran y por qué. El Espíritu de Cristo vivía en ellos
profundamente y nunca se trataba de “mi” Espíritu, sino de
“nuestro” Espíritu.
La misma experiencia viven hoy los cristianos dentro de
la Renovación Carismática. Ser bautizados por el Espíritu
Santo significa recibir toda la riqueza de su gracia. En cada
persona el Espíritu obra una conversión y una
transformación profunda de la vida. Y como si comunicara
una luz nueva para penetrar más en el misterio de Dios y
llegar a un compromiso más personal con Jesús. Ceder a las
mociones del Espíritu supone recibir los dones y carismas
necesarios para la edificación de la Iglesia y la fuerza divina
para testimoniar a Jesús Resucitado.
Los efectos más inmediatos que se pueden observar son
un gran amor a la persona de Jesús, paz profunda y
duradera, alegría que brota de lo íntimo del corazón. Los
mismos efectos que hallamos en el Libro de los Hechos:
“tomaban el alimento con alegría de corazón y alababan a
Dios”. (2,46).
Esta paz y alegría hay que vivirlas en un contexto
determinado de fraternidad, de experiencia compartida. La
vida en el Espíritu es vida compartida y para crecer en ella
resulta imprescindible “sentirse” parte de una comunidad
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de amor. Es bueno recordar lo que escribía Pablo: “El fruto


del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad,
bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza; contra tales
cosas no hay ley”. (Ga 5,22-23).
Pablo opone aquí el concepto “fruto del Espíritu” a las
“obras de la carne”. Es la vía superior de que habla en la
primera carta a los Corintios y que define con la palabra
“caridad”. El amor fraternal deriva del amor divino
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que
se nos ha dado (Rm 5.5). En el Nuevo Testamento las
palabras “amor” y “Espíritu” dicen la misma cosa. El
Espíritu de Dios es amor y creador de amor. Inspirados por
este amor, los carismas contribuyen eficazmente a la
edificación y crecimiento del Cuerpo de Cristo.
La Renovación Carismática que hoy experimentamos en
la Iglesia es principalmente renovación de amor fraterno y
por lo que respecta a estos signos de amor fraterno
podemos afirmar con toda certeza que viene de Dios (1 Jn
4, 1).
El Bautismo en el Espíritu Santo
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Las siete experiencias de Pentecostés del Nuevo
Testamento son de lo más variadas, porque el Espíritu es
como el viento, que sopla donde quiere y como quiere (Juan
3:8). Unas experiencias ocurren en personas que estaban
bautizadas, que eran ya ordenados sacerdotes. Otras en
personan no bautizadas. Unas con imposición de manos;
otras sin ella. En unas se nos dice que hablaban en lenguas,
en otras no.
Pero en todas ellas hay algo en común, "una experiencia",
algo que los que lo tenían lo podían sentir, experimentar...
un gran gozo íntimo o con manifestaciones externas. Algo
que los que lo veían se asombraban por las manifestaciones
externas que veían... tan extraordinario le pareció a Simón
Mago que quiso comprarle a Pedro el "poder" de imponer
las manos (Hechos 8:18).
Esta "experiencia" es lo que se llama en la Renovación
Carismática el Bautismo en el Espíritu Santo. Es algo
concreto, bien definido, inolvidable, que se puede contar,
que ha cambiado en muchos radicalmente sus vidas. De
18

alcohólicos o adictos, se convierten en servidores del Señor


en los hermanos. Algo que quizá le hizo comprender lo
maravilloso de la Eucaristía, y desde entonces van a diario
a la Misa. Que les llevó a amar la Palabra de Dios y a leer la
Biblia a diario con avidez. Que les hizo tomar el gusto por la
oración en comunidad y a solas.
Esta "experiencia" es totalmente distinta de una persona
a otra, y se puede recibir en distintas formas y ambientes.
Yo la he visto en Ejercicios Espirituales, en Cursillos de
Cristiandad, en la Renovación Carismática... Y además
puede repetirse, aunque por lo general, la primera es la que
es inolvidable, porque marcó un cambio radical en la vida
de la persona.
El nombre "Bautismo en el Espíritu" es uno de los
aspectos más controvertidos dentro y fuera de la
Renovación. Se ha llamado también "Infusión del Espíritu",
"Llenarse del Espíritu", "Efusión del Espíritu",
"Derramamiento del Espíritu", etc, porque el nombre
"Bautismo" se presta a confusiones con el único bautismo,
sacramento, que borra el pecado original.
Se ha conservado el nombre "Bautismo en el Espíritu"
porque así llama la Biblia siete veces a esta "experiencia".
Así Jesús, en Hechos 1:5, estaba hablando con los
apóstoles, que ya habían sido bautizados, ya habían
recibido la comunión y habían sido ordenados sacerdotes el
primer Jueves Santo de la historia, y les dijo: Vosotros,
pasados no muchos días, seréis bautizados en el Espíritu
Santo. Así llamó Jesús esta experiencia personal que
recibieron a los diez días, en Pentecostés de Hechos 2. Las
otras seis veces que menciona la Biblia el "Bautismo en el
Espíritu" están en Mateo 3:11, Marcos 1:8, Lucas 3:16, Juan
1:33, Hechos 11:16, 1 Corintios 12:13. Por eso es que se
conserva el nombre, aunque siempre se aclara que no se
trata de un "sacramento", es una "experiencia" aparte de
ningún sacramento.
Quizá usted que ya ha sido bautizado, o que, como los
apóstoles, ya es sacerdote, quizá usted necesite también
esta "experiencia", si nunca la ha tenido. Porque se trata de
una verdadera experiencia, interior y exterior, con gozo
interno, y seguridad en la vida, y deseo de ser mejor, de
entregarse al Señor, de servir a los hermanos... y una
19

experiencia sensible externa, que los demás puedan ver,


quizá con alegrías que se exteriorizan en saltos, en gritos
de gozo, como los apóstoles que parecían borrachos, o se
manifiesta en lenguas extrañas, en profecías.
Los niños también pueden recibir, también pueden tener
esta experiencia en alguna forma, como le pasó a San Juan
Bautista que recibió el Espíritu Santo antes de nacer y saltó
de gozo cuando lo recibió, nos dice Lucas 1:41: Así que oyó
Isabel el saludo de María, saltó el niño en su seno, e Isabel
se llenó del Espíritu Santo. Aquí, como en Pentecostés, la
Virgen María estaba por el medio, es bueno pedir esta
experiencia, este bautismo con María presente.
¿ Cómo recibirlo ?
Lo primero: Prepararse. Los apóstoles hicieron oración por
nueve días, la primera "novena" de los cristianos, junto con
la Virgen María, y el décimo día recibieron su Pentecostés.
(Hechos 1:5 y 14). San Pablo hizo oración y ayunó por tres
días, antes que Ananías le impusiera las manos y recibiera
el Espíritu Santo. Así es que una buena forma de prepararse
es hacer un Retiro, o Cursillo, o Ejercicios Espirituales, etc.
Siempre es bueno pedirle a la Virgen maría mucho que
ore por nosotros durante ese tiempo, que esté con nosotros
durante ese tiempo, que esté con nosotros, ¡invitarla!,
como hicieron en las bodas de Caná, si allí no hubiera
estado María, se hubieran quedado sin el vino del gozo,
porque la hora de Jesús aún no había llegado (Juan 2:4).
Lo segundo: Al que se le va a orar debe desear recibir el
Espíritu, renunciar a Satanás, renovando las promesas del
Bautismo, arrepentirse de sus pecados... y sencillamente,
abandonarse al Señor como el niño se abandona en los
brazos de su madre, abrirse a él, ser dócil. Y recibirlo.
Hay que recibir este don, el Don de Dios, un regalo
grandísmo que Jesús te va a dar con seguridad, pero tú
tienes que recibirlo, si tú no lo quieres recibir, el Señor no te
va a exigir, no te a a tumbar, eres tú quien lo tienes que
recibir, como recibes un regalo cuando te lo dan.
Es un misterio maravilloso. Dios Padre es el que manda el
Espíritu Santo (Lucas 11:13), Jesús es el que bautiza (Mateo
3:11), y lo que hace el Espíritu es venir, es llenarnos de
20

Jesús, para que podamos cantar ¡y cantemos! las glorias de


Dios Padre.
Lo tercero: El que va a imponerle las manos pidiendo que
sea bautizado, antes debe hacer una oración que incluya
una breve explicación de lo que se trata, una oración de
arrepentimiento, de renuncia a Satanás, y de aceptar y
entregarse al Señor Jesús y ofrecerse enteramente a su
servicio... y despúes imponer las manos orando al Padre, en
nombre de Jesús, que envíe el Espíritu sobre la persona.
Tres de las experiencias de Pentecostés del Nuevo
Testamento ocurrieron con la "imposición de manos"... las
otras, sin la imposición de manos.
Las dos cosas más importantes son el arrepentimiento y
el recibirlo. Donde hay pecado, hay basura, podredumbre,
donde sólo se puede revolcar Satanás, ahí no puede estar
Jesús... Por eso, en los retiros, siempre se trata antes con
intensidad el arrepentimiento y se estimula a que se
confiesen con un sacerdote, que su alma quede limpia. Lo
del recibirlo es también importantísimo, porque el Señor
seguro que va a mandar su Espíritu, pero en uno está el
aceptar el Don, el gran regalo, o en no recibirlo: Cuánto
más dará vuestro Padre celestial el Espíritu Santo a los que
se lo piden. (Lucas 11:13).
21

El bautismo en el Espíritu Santo


Por Mons. Vincent Walsh
Les presentamos aquí este excelente capítulo del libro
«Una llave para la Renovación Carismática» (EE.UU., 1975),
de Mons. Vincent Walsh. En él, el autor profundiza sobre
esta acción del Espíritu Santo, felizmente cada vez más
frecuente en la vida de la Iglesia.
INTRODUCCIÓN
El Bautismo del Espíritu es un término nuevo para la
mayoría de los Católicos. La frase escapa a la definición y a
la descripción, aún para los Católicos involucrados en la
Renovación Carismática. De hecho, es sumamente crítico
que haya un entendimiento correcto del bautismo del
Espíritu y de la realidad que esto significa para el verdadero
desarrollo de la Renovación Carismática y para el derrame
completo del Espíritu de Dios.
Concurrente con este debate sobre el término están
sucediendo casos definidos muchas personas han recibido
en la actualidad esta profunda experiencia personal de
Jesucristo que significa el Bautismo del Espíritu y gozan de
un poder nuevo para vencer la esclavitud de pecado .
Mucho más aún. Dios ha provisto ciertos medios para que la
gente llegue a tener esta experiencia y a llevar una vida
cristiana más profunda.
El Bautismo de Espíritu representa un poder, dado por
Cristo a Su Iglesia, el cual por muchos siglos había dejado
de ser parte de la predicación diaria y de la fe de la Iglesia,
pero el cual siempre ha sido parte de la ascética y mística
de la Iglesia. En cierta forma, el término representa una
recuperación de la teología del Bautismo sacramental, el
cual prevalecía en la Iglesia primitiva. Ahora, a través de un
entendimiento del Bautismo del Espíritu este poder ha sido
descubierto y liberado a muchos.
Una cuestión sumamente crítica que concierne al
Bautismo del Espíritu es la relación de esta experiencia con
los ricos básicos de iniciación de la Iglesia. Si esta
experiencia de oración es parte de la iniciación cristiana –el
equipar básicamente al cristiano para vivir una vida
completa en Cristo– entonces el cuidado pastoral de la
Iglesia tiene que ser dirigido a lograr que cada cristiano
22

acepte a Jesús como su Señor personal y para que


experimente el toque divino del Bautismo del Espíritu.
En esta sección explica, doctrinal y prácticamente, lo que
está sucediendo en el corazón de la Renovación
Carismática y lo que está causando este cuidado pastoral
en la Iglesia.
BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO
(Se usan varias preposiciones - «con,» «en,» y «de.» Aquí
usaremos la última.)
A) DEFINICION Y EXPLICACION
1. ¿QUÉ ES EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO?
El Bautismo del Espíritu Santo, como se usa en
Pentecostalismo, es una experiencia de Cristo resucitado en
una forma personal.
Esta experiencia ocurre debido a una cierta «liberación»
del poder del Espíritu Santo, que ya está presente dentro
del individuo por el Bautismo y la Confirmación. Esto lleva
usualmente a una vida devocional profunda, a una
atracción a la oración, a la Sagrada Escritura y a los
sacramentos, marcando el comienzo de una unión más
íntima con Dios.
Por el Bautismo del Espíritu, el individuo comienza a
conocer, amar y servir a Cristo en una forma personal.
Aunque el término «Bautismo del Espíritu» es nuevo para
los Católicos, la experiencia en sí ha sido descrita por
escritores espirituales Católicos.
2. ¿QUÉ SIGNIFICA EL TÉRMINO «EXPERIENCIA
RELIGIOSA»?
Experiencia religiosa quiere decir que Dios toca la
imaginación, la memoria y los sentimientos de la persona
así como su intelecto y su voluntad. Esta experiencia es
distinta a una fe religiosa la cual afecta solamente las
facultades intelectuales, pero basada en ello.
Las señales de una experiencia religiosa –como
consolación en la oración, el don de lágrimas, sentir un
amor profundo por Cristo, o de arrepentimiento y
conversión– pueden acompañar al Bautismo del Espíritu
Santo, aunque no ocurre siempre.
23

3. ¿QUÉ SIGNIFICA LA FRASE «LIBERACIÓN DEL PODER


DEL ESPÍRITU SANTO» DENTRO DE NOSOTROS?
El Bautismo sacramental y la Confirmación confieren el
don del Espíritu habitando dentro del Cristiano. Sin
embargo, muchos de los poderes asociados con esta
habitación son confinados, como si dijéramos que están sin
destapar. Una «liberación del poder del Espíritu» significa
que los efectos de los sacramentos son actualmente
realizados, a medida que el Espíritu lleva al cristiano a una
nueva vida de oración, de perspectiva y de
comportamiento.
Es evidente que muchos cristianos no han experimentado
nunca una vida devota. Para algunos la idea de tener una
experiencia personal y religiosa de Cristo es algo nuevo
para ello. Otros han tenido una experiencia de fervor
religioso en algún momento de su vida, pero luego han
perdido este sentido de oración. El poder del Bautismo del
Espíritu supone llevar a cada cristiano a un conocimiento
personal de Cristo y a una experiencia nueva en la vida
cristiana.
4. ¿CUÁL ES EL ORIGEN DE LA FRASE «BAUTISMO DEL
ESPÍRITU SANTO», YA QUE ESTE TÉRMINO NUNCA
APARECIÓ EN EL CATECISMO BALTIMORE?
El «Bautismo del Espíritu» es un término bíblico y viene
de los seis siguientes textos: Cada uno de los cuatro
evangelios anota las palabras de Juan el Bautista señalando
a Nuestro Señor, diciendo que mientras él Bautizaba en
agua, el Señor bautizaría en el Espíritu Santo y fuego
(Mateo 3, 11; Marcos 1, 8; Lucas 3, 16; Juan 1, 33).
El mismo nuestro Señor usó la frase en Hechos de los
Apóstoles al encargar a sus Apóstoles que esperarán en
Jerusalén: «Juan, a la verdad, bautizó con agua, mas
vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo, de aquí a
poco días» (Hechos 1, 5).
San Pedro usó la frase cuando describía los sucesos de la
conversión de los Gentiles» Entonces me acordé de la
palabra de Jesús que dijo: “Juan ciertamente bautizó con
agua mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo”
(Hechos 11, 16).
24

5. ¿TIENE EL TÉRMINO «BAUTISMO DEL ESPÍRITU» EL


MISMO SIGNIFICADO EN SU USO EN PENTECOSTALISMO
QUE EN EL USO BÍBLICO?
El uso no es exactamente el mismo, por las siguientes
razones:
Aunque en Pentecostalismo no se usa exactamente como
se emplea en la Escritura, probablemente tiene más
fundamento bíblico que cualquier otro término para
describir la acción interna de Dios en el alma.
b) La prueba de la validez del término «Bautismo del
Espíritu» no es de la Escritura, sino del testimonio vivo de
miles que han experimentado el Bautismo del Espíritu, la
oración en lenguas y la manifestación de los misterios
carismáticos.
c) El término es importante si la fe y la enseñanza de la
Iglesia Católica ha de ser renovada.
7. ¿EN QUÉ FORMA ES IMPORTANTE ESTE TÉRMINO PARA
LA RENOVACIÓN DE LA FE Y PARA LA PREDICACIÓN DE LA
IGLESIA?
El término es importante para restaurar la enseñanza
completa del Bautismo que estaba presente en la Iglesia
primitiva. En cierta forma, la Iglesia primitiva no necesitaba
un término especial porque ella poseía una enseñanza
completa del Bautismo, la cual incluía lo que son llamados
aquí los efectos del Bautismo del Espíritu Santo.
B) ENTENDIMIENTO BIBLICO Y TRADICIONAL DEL
BAUTISMO DEL ESPÍRITU
8. ¿CUÁL ES EL FUNDAMENTO BÍBLICO FUNDAMENTAL
PARA ENTENDER EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU?
El entendimiento bíblico fundamental sería:
Primero, el mismo Cristo describió Pentecostés como ser
bautizado en el Espíritu (Hechos 1, 5). La fiesta en sí fue
definitiva una experiencia religiosa, ya que los apóstoles se
regocijaron, se volvieron audaces y expresaron su alegría
en oración en lenguas.
Segundo, la predicación de Pedro indicó que todos los que
se arrepentían y eran bautizados recibían el mismo don
(Hechos 2, 38).
25

Tercero, esta experiencia religiosa especial del Espíritu


Santo podría ser recibida mucho después que el momento
del Bautismo sacramental como sucedió a los discípulos en
Samaria (Hechos 8, 14-17). En esta ocasión el Espíritu
produjo algo visible, al menos lo bastante como para atraer
a Simón el Mago (versículo 18).
Cuarto, una experiencia religiosa exactamente como
Pentecostés le ocurrió a Cornelio el gentil y a su familia
(Hechos 10, 44-48) y es equitativamente al Primer
Pentecostés según Pedro, el cual usa el término
«bautizados con el Espíritu Santo» (Hechos 11, 16-17).
9. ¿CUÁL ES LA ENSEÑANZA PAULINA SOBRE EL PAPEL
DEL ESPÍRITU?
San Pablo enseñó que Cristo ofreció a los hombres una
vida nueva y que el Espíritu era el que les comunicaba el
principio vital y dinámico. La explicación de Pablo de la
actividad del Espíritu está dentro del campo de la
experiencia.
El es el Espíritu de Poder (1 Co 1, 4; Rm 15, 13; 1 Ts 1, 5).
El nos ayuda a orar (Rm 8, 26).
El nos libera de la ley y de la esclavitud de la carne (Rm
8, 2-11).
El revela la sabiduría de Dios a los hombres (1 Co 2, 10;
Jn 14, 26).
10. ¿CUÁL ES LA ENSEÑANZA TRADICIONAL DE LA
IGLESIA CONCERNIENTE AL PAPEL DEL ESPÍRITU EN LA
EXPERIENCIA DE ORACION?
El papel del Espíritu Santo al conceder el don de oración a
muchos cristianos está asentado firmemente en la
literatura ascética y mística. Algunos autores, así como
muchos santos, describen el reino de la experiencia de
oración del principiante al místico. El Espíritu Santo es el
Motor y el Director es estas experiencias.
11. DENTRO DE LAS ENSEÑANZAS TRADICIONALES DE LA
IGLESIA, ¿CUÁL CORRESPONDE AL «BAUTISMO DEL
ESPÍRITU?
Los efectos del Bautismo del Espíritu parecen
corresponder a las consolaciones sensibles de los
26

principiantes, usualmente llamado “primer fervor”.


Tanqueray las describe como “emociones tiernas que
producen un efecto en nuestra sensibilidad y nos hace
experimentar un sentimiento de alegría espiritual.” La
mayoría de los escritores describen una brecha en la
oración cuando el individuo llega a conocer a Cristo en una
forma personal y afectiva.
C) EFECTOS DEL BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO
12. ¿CUÁLES SON LOS EFECTOS DEL BAUTISMO DEL
ESPÍRITU SANTO?
El poder de esta experiencia se hace evidente en muchas
formas. La persona:
Tiene un conocimiento nuevo de la presencia de Cristo en
su propia vida y en la Eucaristía.
Es atraído a una vida de oración más profunda.
Encuentra una nueva atracción a la Escritura.
Descubre una ayuda nueva para tratar de vivir de
acuerdo con las demandas morales del cristianismo.
Encuentra una mayor facilidad al practicar los frutos del
Espíritu.
En general, ocurre un despertar espiritual y se evidencia
un gusto por las cosas espirituales. Muchos de estos efectos
son evidentes mientras la persona continúa orando con la
comunidad. Además de éstos efectos, la persona
usualmente comienza a orar en lenguas después de recibir
el Bautismo del Espíritu.
13. ¿PODRÍAN SER EXPLICADOS ESTOS EFECTOS EN TODA
SU PROFUNDIDAD?
Es imposible enumerar por completo todos los efectos.
Algunos de los más importantes son:
Un hambre y una sed profunda de oraciones mentales. La
persona se siente atraída a la oración, desea encontrar
tiempo para estar a solas con el Señor, y tiende a usar
algunos períodos en ferviente oración.
Un deseo de leer la Escritura. La persona siente una
atracción nueva hacía las palabras de Cristo y lee la Palabra
inspirada para encontrar guía y luz.
27

Poder sobre el pecado y los hábitos malos.


Frecuentemente la persona ha luchado por años, tratando
de vencer el pecado en su vida por su propio esfuerzo. Esta
infiltración del Espíritu Santo proporciona un poder interior
nuevo en contra de los elementos pecaminosos.
Despego de los bienes materiales. La experiencia de
oración ayuda a la persona a ser desprendida. Muchos son
testimonios de una vida nueva más simple la cual los ayuda
a tener una unión mas íntima con Dios.
Crecimiento en unión con Dios. Dios, que luce tan
abstracto y lejos de nosotros, de repente se siente cercano.
La experiencia de oración lleva al individuo a una relación
con todas las Personas de la Trinidad.
14. ¿CUÁN PROFUNDOS Y SIGNIFICANTES SON ESTOS
CAMBIOS?
Eso depende de lo siguiente:
La base religiosa de la persona.
Su edad y sus necesidades espirituales.
La generosidad que ha entrado en la preparación de la
persona para el Bautismo.
La cantidad de cooperación con la gracia que sigue al
Bautismo del Espíritu Santo.
En general, se puede decir con seguridad, que al entrar
una persona de lleno y profundamente en la experiencia
Pentecostal, marca un comienzo significante a una vida
cristiana más profunda y más personal, especialmente si
está sostenida por una comunidad de oración fuerte.
D) CONDICIONES PARA LA RECEPCION DEL BAUTISMO
DEL ESPÍRITU SANTO
15. ¿HAY ALGUNAS CONDICIONES PARA LA RECEPCIÓN
DEL DON DEL BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO?
Las condiciones básicas son:
Un conocimiento del Bautismo del Espíritu.
Fe en la promesa de Jesús de bautizar en Su Espíritu.
Arrepentimiento, dolor de los pecados y deseo de
portarse mejor.
28

«Tratar de alcanzar,» «desear» y «estar abierto» a la vida


abundante en el Espíritu.
Que otros hayan rezado con la persona por el Bautismo
del Espíritu.
16. ¿CÓMO FOMENTA LAS CONDICIONES PARA EL
BAUTISMO DEL ESPÍRITU LA RENOVACIÓN CARISMÁTICA?
Los siguientes factores están presentes dentro de la
Renovación Carismática:
La fe de que esta experiencia religiosa está disponible
para todo el que la busque.
Una enseñanza clara sobre las condiciones para su
recepción.
Un ambiente de oración para que el Espíritu de Dios
pueda estar activo.
Un grupo de enseñanzas con el nombre de «Seminario de
la Vida en el Espíritu» el cual ayuda a los recién llegados a
esta vida.
Una oración común de los líderes con la persona para que
obtenga este don.
E) MANERAS DE RECIBIR EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU
SANTO
17. ¿CÓMO RECIBE LA PERSONA EL BAUTISMO DEL
ESPÍRITU?
La persona puede recibir el Bautismo del Espíritu en casi
cualquier forma o situación que se pueda concebir. Sin
embargo, se pueden enumerar dos formas generales–
privadamente (escondido) o públicamente (manifiesto).
18. ¿QUÉ QUIERE DECIR TENER PRIVADAMENTE UNA
EXPERIENCIA DEL BAUTISMO DEL ESPÍRITU?
La persona que experimente el Bautismo del Espíritu
privadamente cuando, bajo la influencia de la gracia de
Dios, se siente guiada a tratar de alcanzar a Dios y a buscar
una vida más profunda en El. Durante la oración privada,
Dios toca a la persona espiritualmente y ella comienza a
experimentar lo que llamamos «fervor». Este toque divino
es acompañado generalmente por consolaciones sensibles
y un deleite espiritual en la oración. Aun cuando la persona
haya recibido el Bautismo del Espíritu privadamente, hay
29

muchos efectos adicionales que resultan de que hayan


rezado con ella para obtener la liberación completa del
Espíritu públicamente.
19. ¿HA SIDO EXPERIMENTADO EL BAUTISMO DEL
ESPÍRITU PRIVADAMENTE POR MUCHAS PERSONAS?
Esta experiencia religiosa, llamada Bautismo del Espíritu
Santo, ha sido recibida por muchas personas privadamente.
Sin embargo, en honor a la verdad, no parece haber sido
recibida por la mayoría de los Católicos. Esto puede ser
porque la Iglesia no predica regularmente sobre el
Bautismo del Espíritu. Por mucho tiempo la Iglesia no ha
expuesto la idea sobre la experiencia religiosa, excepto a
aquellos que fueron llamados a vocaciones religiosas. Por
otra parte, este Bautismo del Espíritu parece haber sido
recibido por casi todas las personas involucradas en las
comunidades carismáticas de oración, ya que la predicación
personal compromiso a Jesús como el Señor.
20. ¿CUÁNDO RECIBE PUBLICAMENTE LA PERSONA EL
BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO?
La persona recibe el Bautismo del Espíritu Santo
públicamente cuando, conociéndolo y teniendo fe en él,
pide a aquellos que también creen que recen con él para
que él reciba el Bautismo del Espíritu. Esta oración fraternal
en verdad es para liberar los poderes sacramentales del
Bautismo. En la práctica tiene grandes efectos.
21. ¿CÓMO SE PREPARA LA GENTE PARA ESTA RECEPCIÓN
PÚBLICA DEL BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO?
Los recién llegados a la Renovación Carismática se
preparan por medio del seminario de la «Vida en el
Espíritu» para el Bautismo del Espíritu. Esta charlas,
conjuntamente con la comunidad compartiendo la vida de
oración, despiertan la fe en el Bautismo del Espíritu. Se ora
con el individuo por el Bautismo del Espíritu, cuando el
individuo se siente preparado y cuando los líderes
disciernen que lo está.
22. ¿CUÁNDO SE «REZA CON LA PERSONA POR EL
BAUTISMO DEL ESPÍRITU»?
Los miembros de la comunidad de oración le imponen las
manos usualmente como un gesto fraternal (aunque éste
no es absolutamente necesario). El líder reza una oración
30

de liberación, seguida por una petición de que Jesús bautice


la persona en su Espíritu y que obtenga todos los efectos
devocionales y carismáticos.
F) PROBLEMA DE NO RECIBIR EL BAUTISMO DEL ESPIRITU
SANTO
23. SI UNA PERSONA NO «ORA EN LENGUAS» NO HA
RECIBIDO EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU?
Los Católicos nunca han pretendido que la «oración en
lenguas» es una señal de la recepción del Bautismo del
Espíritu, aunque en la práctica, la mayoría cede ante las
lenguas en ese momento. Esta experiencia de oración tiene
muchos efectos, personales y carismáticos, los cuales
comienzan a manifestarse a medida que la persona
continúe con la comunidad de oración. «Orar en lenguas»
no debe ser visto como una señal exclusiva y universal de
esta liberación interna.
24. ¿SUCEDE ALGUNA VEZ QUE ALGUIEN CON QUIEN «SE
HA ORADO POR EL BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO» NO
RECIBA ESTA «LIBERACIÓN DEL ESPÍRITU»?
Sí , ésto puede suceder por numerosas razones:
Si no se han eliminado obstáculos serios por falta de un
arrepentimiento básico.
Si la persona llegó a la comunidad de oración demasiado
temprano, con muy poco conocimiento del Bautismo del
Espíritu o de la condición para recibirlo.
Si la fe de la comunidad fue débil al orar por el Bautismo
del Espíritu Santo. Esto sucede a veces en comunidades de
oración que están comenzando a reunirse.
25. ¿QUÉ SE HARÁ SI LA FALTA CORRESPONDE A LA
COMUNIDAD DE ORACIÓN?
Sugerimos los siguientes remedios:
Entrevistar y examinar aquellos con quienes se ora por el
Bautismo del Espíritu.
Exhortar a la confesión sacramental a todos los Católicos.
Establecer enseñanzas sólidas en los seminarios para
preparar a los recién llegados.
31

Permitir que oren con la gente por el Bautismo del


Espíritu solamente a los miembros maduros de la
comunidad.
Algunas veces la persona ha sido verdaderamente
bautizada en el Espíritu pero todavía no ha cedido al don de
la oración en lenguas. (Este problema se trata en la sección
de orar en lenguas). La falta del don de orar en lenguas es
mal interpretado como una falta del Bautismo del Espíritu.
26. ¿QUÉ SERÁ SI LA FALTA CORRESPONDE A LA
PERSONA MISMA?
La causa del obstáculo debe ser identificada y removida.
Si el problema fue sencillamente por falta de conocimiento,
entonces varias sesiones de enseñanza podrían remediar la
situación. Si existe algún bloqueo emocional o espiritual,
debe ser reconocido y removido.
Si el problema implica dificultades morales serias, como
una amarga falta de arrepentimiento, odio o participación
con lo oculto o con drogas, entonces hay necesidades de un
ministerio personal, p.ej., oraciones para sanación
psicológica o liberación y confesión sacramental.
27. ¿PUEDE «ORARSE CON LA PERSONA OTRA VEZ» POR
EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU SANTO?
En un sentido estricto de la palabra, debemos tener fe en
que si la persona estaba propiamente dispuesta, recibió el
Bautismo del Espíritu Santo y no hay que orarle de nuevo.
No obstante, como el Bautismo del Espíritu no es un
sacramento sino esencialmente una experiencia religiosa se
puede orar otra vez con la persona si se discierne que hay
algún obstáculo que impidió la recepción del Bautismo.
28. ¿LLEGARÁ ALGUNA VEZ A SER EXPERIMENTADO EL
PODER DEL BAUTISMO DEL ESPÍRITU POR LA MAYOR PARTE
DE LA IGLESIA CATÓLICA?
Mientras la Renovación Carismática permanezca siendo
un movimiento (sin estar totalmente integrado dentro de la
corriente principal de la vida normal de la Iglesia), nunca
atraerá un gran porcentaje de Católicos. Solamente cuando
se integren en la fe de la Iglesia las enseñanzas de la
Renovación Carismática, la predicación dominical, la
32

enseñanza catequética y el culto dominical compartirá la


mayoría de los Católicos la acción completa del Espíritu.
G) RELACION DEL BAUTISMO DEL ESPIRITU SANTO CON
LOS SACRAMENTOS DEL BAUTISMO Y LA CONFIRMACIÓN
29. ¿HAY ALGUNA RELACION CLARA ENTRE EL BAUTISMO
DEL ESPÍRITU Y LOS SACRAMENTOS DEL BAUTISMO Y LA
CONFIRMACIÓN?
La relación no es tan clara como otras partes de las
enseñanzas doctrinales de la Iglesia por las siguientes
razones:
No está clara la relación exacta entre el Bautismo y la
Confirmación.
Es difícil tener categorías precisas cuando se trata de
experiencias religiosas.
Las narraciones bíblicas ofrecen diversas descripciones
de la relación de estos sacramentos con la experiencia
religiosa.
30. ¿CUÁL PARECE SER LA MANERA MAS CLARA DE
RELACIONAR EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU CON EL BAUTISMO
SACRAMENTAL Y LA CONFIRMACIÓN?
La siguiente enseñanza teológica parece integrar el
modelo bíblico, la enseñanza de la Iglesia y la experiencia
actual:
El Bautismo y la Confirmación (y la Eucaristía) son las
partes sacramentales de la iniciación cristiana.
El Bautismo del Espíritu puede ser considerado también
parte de la iniciación cristiana; se vería como la experiencia
religiosa de esa iniciación.
Tanto el rito sacramental como la experiencia religiosa
son partes complementarias de la iniciación básica
cristiana.
La predicación de la iglesia sobre la iniciación cristiana
debería enseñar ambos aspectos del don completo del
Espíritu, el sacramental y el experimental. Aunque un
esquema teológico debería ser tan claro como sea posible,
es mucho más importante que el poder completo del
Espíritu se haga disponible a los Católicos por medio de la
predicación de la Iglesia.
33

31. ¿NO ES ESTA ENSEÑANZA COMPLETAMENTE NUEVA, A


SABER, QUE UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA ES PARTE DE LA
INICIACIÓN CRISTIANA?
Esta enseñanza es nueva en el sentido de que esta parte
de enseñanza cristiana fue abandonada en la vida de la
Iglesia. No es nueva si se compara con los modelos bíblicos
o con la enseñanza del período patrístico.
32. ¿QUÉ SERÁ SI LA PERSONA HA EXPERIMENTADO EL
BAUTISMO DEL ESPÍRITU Y NUNCA HA RECIBIDO EL
BAUTISMO SACRAMENTAL?
Esto ocurre algunas veces y debería llevar a la persona al
Bautismo sacramental, más tarde o más temprano. Cuando
Cornelio el Gentil y su familia experimentaron el derrame
completo del Espíritu, inmediatamente Pablo los bautizó
dentro de la comunidad cristiana. «Puede denegar nadie el
agua del agua del Bautismo a éstos que han recibido el
Espíritu Santo, igual nosotros?» (Hechos 10:47).
33. ¿QUÉ AÑADE EL TÉRMINO «BAUTISMO DEL ESPÍRITU
SANTO» A LOS TERMINOS «BAUTISMO» Y
«CONFIRMACIÓN»? EN OTROS TERMINOS, POR QUE LA
PERSONA TIENE QUE EXPERIMENTAR EL BAUTISMO DEL
ESPÍRITU SI YA HA SIDO BAUTIZADO Y CONFIRMADA?
«El Bautismo del Espíritu» es un término que contiene
una creencia de que cada cristiano está destinado a
experimentar los mismos poderes que eran evidentes en la
Iglesia primitiva. Esta es una creencia básica del
Pentecostalismo. Evidentemente, en la vida de muchos no
se experimentan los efectos del Bautismo y la Confirmación
aún cuando estos efectos están destinados a ser parte de la
vida normal cristiana.
El término «Bautismo del Espíritu» hace ver claramente a
los Católicos que los ritos sacramentales están destinados a
ser poderosos y fuentes de cambios espirituales y
psicológicos. Es verdad se enseña mejor usando un término
nuevo, que aunque sea distinto está ligado a estos
sacramentos.
34. ¿NO PODRÍA SER INTEGRADO MUCHO MEJOR EL
TERMINO «RENOVACIÓN DEL BAUTISMO» EN EL MODO DE
PENSAR CRISTIANO QUE EL TÉRMINO «BAUTISMO DEL
ESPÍRITU SANTO?
34

Las objeciones a reemplazar la frase «Bautismo del


Espíritu Santo» con la frase «renovación del Bautismo» son
las siguientes:
«Renovación» indica un repulimiento de algo ya está
presente, sin embargo la «experiencia religiosa» no existe
en la vida de muchos - por lo menos no como un fuerza
diaria, vital y religiosa en sus vidas.
El término «renovación del Bautismo» es tan vago que la
gente no se molestaría en preguntar qué significa.
En la práctica para recibir el Bautismo del Espíritu, la
persona necesita una fe en Dios más simple y personal que
la que se requiere para el Bautismo sacramental.
35

El bautismo en el Espíritu Santo


Por Salvador Carrillo Alday, M. Sp. S.

Les presentamos aquí este excelente capítulo del libro


«Renovación Cristiana en el Espíritu Santo» (México, 1975),
del padre Salvador Carrillo Alday. En él, el autor profundiza
sobre esta acción del Espíritu Santo, felizmente cada vez
más frecuente en la vida de la Iglesia.
El movimiento de “Renovación Cristiana en el Espíritu
Santo” tiene, como punto clave y dato central, el llamado
“bautismo en el Espíritu Santo”.
El día de este “bautismo en el Espíritu Santo” tiene
particular significación en la vida religiosa de la persona
que lo recibe. Cuando la persona es consciente de lo que ha
querido recibir, algo pasa en su vida. Y es fácil
comprenderlo. Porque, si siempre que el Espíritu Santo,
Fuerza de Dios, toma posesión de un creyente , algo obra
en él, ¡qué será cuando, a ciencia y conciencia, un cristiano
prepara y abre todo su ser: su espíritu, su alma y su cuerpo,
para que el Espíritu Santo lo llene de plenitud y sea Él quien
dirija toda su vida!
* * *
La expresión “bautismo en el Espíritu Santo”, tan usada y
tan significativa dentro de la renovación carismática, viene
del texto de los Hechos de los Apóstoles, ya tantas veces
citado: “Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis
bautizados en el Espíritu Santo dentro de no muchos días”:
1,5.
Y fue en Pentecostés, cuando se llevó a cabo esa
promesa del Señor Jesús. Los Apóstoles fueron entonces
bautizados en el Espíritu Santo y quedaron profundamente
transformados.
Pues bien, lo que se pretende dentro del movimiento de
“renovación cristiana” es rogar a Jesús que nuevamente
realice en nosotros lo mismo que hizo en sus Apóstoles y
con los mismos fines, es decir, que derrame en nosotros el
Don del Espíritu Santo, Fuerza de Dios, para ser testigos
suyos en todas partes, hasta los confines de la Tierra: cf
Hch 1,8.
36

Tratándose de “renovación” cristiana, se supone que la


persona ha recibido ya el sacramento del bautismo, el cual
se administra de ordinario, en la Iglesia católica, desde la
infancia. Por el sacramento del bautismo, el creyente
“recibe el perdón de sus pecados, la adopción de los hijos
de Dios, el carácter de Cristo mediante el cual se incorpora
a la Iglesia y se hace por vez primer partícipe del
sacerdocio del Salvador”.
“Los que se bautizan –escribe el Ordo del bautismo de
niños–, hechos una misma cosa con Cristo en su muerte y
consepultados con Él, son también convivificados y
conresucitados con Él. Pues por el bautismo lo que se
recuerda y se lleva a cabo no es otra cosa que el misterio
pascual, ya que en él los hombres pasan de la muerte del
pecado a la vida”. Cf Rm 6,3-5; Ga 3,27-28; 4,6; Col 2,12;
3,1-4; Ef 2,4-6.
En muchos casos, la persona que pide el bautismo en el
Espíritu también ha recibido ya el sacramento de la
confirmación, en virtud del cual el bautizado “recibe el Don
Inefable, el Espíritu Santo mismo y con él una fuerza
especial; y mediante el carácter sacramental queda más
perfectamente vinculado a la Iglesia y más estrechamente
obligado a difundir y defender la fe, como verdadero testigo
de Cristo, por la palabra y las obras”.
Siendo así, quede claramente asentado desde un
principio que “el bautismo en el Espíritu Santo”, del que se
trata en el movimiento de renovación carismática, no es en
forma alguna ningún rito sacramental.
Entonces, ¿en qué consiste “el bautismo en el Espíritu
Santo” dentro de la renovación carismática?
1º El bautismo en el Espíritu Santo consiste en la oración
que una comunidad cristiana eleva a Jesús glorificado para
que derrame su Espíritu, de manera nueva y en mayor
abundancia, sobre la persona que ardientemente lo pide y
por quien se ora.
2º En esta forma, el que bautiza en el Espíritu Santo no es
tal o cual hermano, sino el mismo Jesús glorificado, pues
sólo él es quien puede bautizar en el Espíritu, de acuerdo a
la palabra del Evangelio: “Sobre quien vieres al Espíritu
37

descender y posarse sobre él, ése es el que bautiza en el


Espíritu Santo”: Jn 1,33-34.
En conexión con este texto, es oportuno recordar la
escena admirable del último día, del Día grande de la Fiesta
de los Tabernáculos, cuando Jesús
“Se puso en pie y gritó diciendo: ‘¡Si alguno tiene sed,
que venga a Mí y que beba el que creen en Mí!’. (Como dijo
la Escritura: ‘De su vientre correrán ríos de agua viva’. Esto
lo dijo del Espíritu que iban a recibir los que habían creído
en Él; pues todavía no había Espíritu, porque Jesús aún no
había sido glorificado)”: Jn 7, 37-39.
Con esta donación de Espíritu que hace Jesús, se realizan
en plenitud las promesas de Dios en el Antiguo Testamento.
Isaías había anunciado:
“...Derramaré mi Espíritu sobre tu posteridad y mi
bendición sobre tus descendientes, que crecerán como la
hierba a orillas del agua, como prados junto a los ríos...”: Is
33,3-4.
Y Ezequiel había proclamado:
“Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un
espíritu nuevo: os arrancaré ese corazón de piedra y os
daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros MI
ESPÍRITU y os haré ir por mis mandamientos y observar mis
preceptos y ponerlos por obra. Entonces habitaréis la tierra
que Yo di a vuestros padres, y seréis mi Pueblo y Yo seré
vuestro Dios”: Ez 36,26-27.
En estos textos aparece el Espíritu de Dios como principio
de purificación y de renovación interior, como un principio
de fecundidad espiritual y de virtudes, como un principio de
fidelidad a las exigencias divinas, en virtud del cual se
podrá realizar la Alianza definitiva de Dios con su Pueblo.
Pero es al Mesías a quien corresponde esa misión
sublime: cf Is 9,1-6; 11,1-9. Y el Mesías es JESÚS. La misión,
pues, de Jesús será: purificar, lavar, bautizar, renovar a los
hombres con ese Espíritu, en ese Espíritu, mediante ese
Espíritu, con la donación e infusión de ese Espíritu divino.
Si bautizar en agua es purificar derramando agua o
sumergiendo en agua; bautizar en el Espíritu Santo será
purificar al creyente, más aún consagrarlo, derramando
38

sobre él Espíritu Santo, sumergiéndolo –por decirlo así– en


el mismo Espíritu Santo.
3º No siendo “bautismo en el Espíritu” ni el sacramento
del bautismo, ni el de la confirmación, puede decirse que el
bautismo en el Espíritu es una efusión más, una nueva
efusión de Espíritu Santo que pone en actividad el rico
potencial de gracia que Dios ha dado a cada uno, según la
propia vocación y según el carisma personal del estado
propio de vida: cf. 1Co 7,7.
En unos, pondrá en actividad lo recibido sólo en el
bautismo y en la confirmación; en otros, lo que Dios ha
dado también a través de la penitencia y de la eucaristía.
En éstos, activará la gracia matrimonial; en aquéllos,
renovará el carisma sacerdotal. En unos, hará vivir en
plenitud el llamamiento a un estado de simple soltería; en
otros, llevará a la perfección el don de una virginidad
consagrada.
En esta perspectiva, el bautismo en el Espíritu Santo en la
renovación carismática tiene una semejanza notable con el
bautismo en el Espíritu Santo que recibieron los Apóstoles
en Pentecostés, ¿no estaban acaso también ellos
perfectamente equipados con multitud de gracias
equivalentes a nuestros sacramentos?
4º Este “bautismo en el Espíritu Santo” puede también
comprenderse de la siguiente manera. Según la palabra de
San Pablo, “todos nosotros hemos sido bautizados en un
solo Espíritu y hemos bebido del mismo Espíritu” (1Co
12,13). Siendo así, desde el primer momento de nuestra
incorporación a Cristo por el bautismo, poseemos el Espíritu
Santo, el cual habita en nosotros como en su propio Templo
(1Co 6,19). Y allí está, con toda la plenitud de su ser infinito
y con toda la potencialidad de su actividad divina. Sin
embargo, debido a obstáculos, diques y barreras que
voluntaria o involuntariamente ponemos, la acción del
Espíritu Santo no llega a manifestarse en nosotros en toda
su plenitud.
Una comparación puede aclarar esta idea. Imaginemos
una tierra que en sus capas interiores lleva gérmenes de
fecundidad admirable, pero cuya superficie está endurecida
por una mezcla de piedras y abrojos. Esa tierra es
ciertamente fecunda, pero las piedras y los abrojos impiden
39

que brote la vida. Es, pues, urgente que esa tierra sea
removida, descantada y alimentada con agua. Con esto, la
virtud germinativa que hay en ella comenzará a entrar en
acción. Las plantas rasgarán la superficie y vendrá una
verdadera eclosión de primavera. Y aquel campo se llenará
de verdor, se engalanará de flores y producirá ricos y
abundantes frutos.
Así también, tratándose del Espíritu Santo que vive en el
interior del creyente. Allí está con toda su riqueza
germinativa, con toda su potencialidad de dones y de
frutos. Pero hay algo que le impide desarrollar su acción en
plenitud.
En esta perspectiva, el bautismo en el Espíritu Santo es
una gracia de Dios que rompe la dureza de nuestro
corazón, remueve las trabas y obstáculos y nos dispone
para que el Espíritu actúe en nosotros con toda libertad. Es
como una liberación del Espíritu Santo en el interior del
creyente. Y, como consecuencia de este dejarlo libre,
vendrá una verdadera eclosión de vida, que se manifestará
al exterior en gracias, dones, carismas y frutos maduros del
Espíritu.
El bautismo en el Espíritu Santo puede, pues, describirse,
o como una nueva efusión del Espíritu Santo en nosotros, o
como un dejar en libertad al Espíritu para que actúe en
nosotros con todo su poder, poniendo en actividad los
carismas que Él mismo quiera comunicarnos y produciendo
los frutos de su acción soberana.
5º Esa “nueva efusión del Espíritu de Dios”, o ese “dejarlo
en libertad para que actúe”, obra en la persona una
conversión interior radical y una transformación profunda
en su vida; le da una luz poderosa para comprender mejor
el misterio de Dios, la impulsa a un nuevo compromiso
personal con Cristo y a una entrega sin restricciones a la
acción del Espíritu Santo, le comunica los dones y carismas
necesarios para cumplir su misión personal en la edificación
del Cuerpo de Cristo, y le confiere una fuerza divina para
dar testimonio de Jesús en todas partes y en circunstancias
muy diferentes, mediante el ejemplo de la vida y la
comunicación de la Palabra de Dios.
* * *
40

Este “bautismo en el Espíritu Santo”, que sin ser rito


sacramental es una donación de Espíritu Santo, puede ser
ilustrado mediante varios pasajes de los Hechos de los
Apóstoles, que nos hablan de una efusión de Espíritu,
independientemente de un sacramento, o anterior inclusive
al Sacramento del bautismo.
En una ocasión en que la comunidad cristiana de
Jerusalén se hallaba reunida en oración, una vez terminada
la plegaria, “tembló el lugar donde estaban reunidos, y
quedaron todos llenos del Espíritu Santo, y predicaban con
entereza la palabra de Dios”: Hch 4,31.
En el caso del centurión Cornelio y de los suyos, mientras
Pedro les anunciaba la Buena Nueva del Señor Jesús,
“el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban
la Palabra. Y los fieles circuncidados que habían venido con
Pedro quedaron atónitos al ver que el don del Espíritu Santo
había sido derramado también sobre los gentiles, pues les
oían hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro
dijo: ‘¿Acaso puede uno negar el agua del bautismo a éstos
que han recibido el Espíritu Santo como nosotros?’. Y
mandó que fueran bautizados en el nombre de Jesús
Mesías”: Hch 10,44-48.
Y, cuando la comunidad de Jerusalén reprochó a Pedro el
haber entrado en casa de un gentil, Pedro les narró lo
acontecido, diciéndoles:
“Había empezado yo a hablar, cuando cayó sobre ellos el
Espíritu Santo, como al principio había caído sobre nosotros.
Me acordé entonces de aquella palabra que dijo el Señor:
«Juan bautizó en agua, pero vosotros seréis bautizados en
el Espíritu Santo». Por tanto, si Dios les ha concedido el
mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor
Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?”:
Hch 11,15-17.
El mismo relato de la vocación de Pablo acusa una
presencia carismática del Espíritu Santo anterior al
bautismo:
“Fue Ananás, entró en la casa, le impuso las manos y le
dijo: ‘Saulo, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el
que se te apareció en el camino por donde venías, para que
recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo’. Al instante
41

cayeron de sus ojos unas como escamas y recobró la vista.


Se levantó y fue bautizado”: Hch 9,17-18.
Hemos dicho que el bautismo en el Espíritu Santo
consiste en la oración que una comunidad cristiana eleva a
Jesús glorificado para que derrame su Espíritu. Esta oración
‘en comunidad’ asegura la eficacia de la plegaria. A este
propósito, es útil recordar la promesa de Jesús:
“Yo os aseguro también que si dos de vosotros se ponen
de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo
conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque
donde están dos o tres reunidos en mi Nombre, allí estoy en
medio de ellos”: Mt 18,19-20.
Y, tratándose del Don por excelencia de Dios, que es el
Espíritu Santo, Jesús aseguró:
“Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca,
halla; y al que llama, se le abrirá.¿Qué padre hay entre
vosotros que, si su hijo le pide pan, le da una piedra; o, si
un pescado, en vez de pescado le da una culebra; o, si pide
un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo
malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto
más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo
pidan!”: Lc 11,9-13.
Además, esta oración de bautismo en el Espíritu Santo se
hace de ordinario mediante la imposición de las manos.
Esta imposición de manos no es en manera alguna ni un
ademán mágico, ni un rito sacramental. Es un simple gesto
que encontramos con frecuencia en el Nuevo Testamento,
es un signo visible de amor fraterno y es una expresión
elocuente de comunión y de solidaridad en la oración: cfr
Mt 9,18; 19,15; Mc 6,5; 7,32; 8,23-25; 16,18; Lc 4,40;
13,13; Hch 9,12.17; 13,3; 28,8.
* * *
Es muy útil también subrayar que recibir el bautismo en
el Espíritu Santo no es lo mismo que hacer una
consagración al Espíritu Santo. Ciertamente, en uno y en
otra, el deseo es que el Espíritu Santo realice los planes que
Dios tiene sobre una persona.
42

Sin embargo, en la consagración al Espíritu Santo


predomina una actitud activa: la persona se de, se ofrece,
se entrega, ‘se consagra’ al Espíritu Santo.
En cambio, en el bautismo en el Espíritu Santo prevalece
una actitud pasiva: se pide a Jesús glorificado que derrame
sus Espíritu divino, con la abundancia de sus dones y
carismas, sobre la persona que “es bautizada en el Espíritu
Santo”. Esta actitud activamente pasiva es semejante a la
de la Virgen María, cuando respondió a la voluntad de Dios,
manifestada por el ángel Gabriel:
“¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra!”: Lc 1,38.
* * *
Además de las gracias de conversión interior, los efectos
normales que acompañan o que de ordinario siguen al
bautismo en el Espíritu Santo son:
un amor grande y nuevo al Señor, una paz profunda en el
alma y en el espíritu, y una alegría exuberante que brota
del corazón.
Bíblicamente hablando, estos frutos del bautismo en el
Espíritu Santo son los bienes mesiánicos anunciados por los
Profetas para los tiempos futuros: cf Is 9,3.6; 51,11; 52,7;
So 3,17; Za 8,19; 9,9-10.
“Sí, con alegría saldréis y en paz seréis traídos”: Is 55,12.
“Concluiré con ellos una alianza de paz, que será para
ellos una alianza eterna”: Ez 37,26.
Frutos mesiánicos que, a su vez, prometió Jesús a sus
discípulos la víspera de su paso al Padre:
“La paz os dejo; mi paz os doy. No como el mundo la da,
Yo os la doy”: Jn 14,27.
“Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi
amor; como yo he guardado los mandamientos de mi Padre
y permanezco en su amor. Esto os he hablado para que mi
alegría esté en vosotros y vuestra alegría sea perfecta”: Jn
15,10-11.
Es bueno recordar, a este propósito, las palabras que San
Pablo escribía a los cristianos de Galacia:
43

“El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, comprensión,


benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza... Si
vivimos por el Espíritu, caminemos también por el Espíritu”:
Ga 5,22-23a.25.
* * *
Otros muchos efectos, que varían de persona a persona,
siguen al bautismo en el Espíritu o van apareciendo poco a
poco, a medida que se continúa en esta “vida en el
Espíritu”.
Los más frecuentes son:
inclinación positiva a la oración,
sentimiento profundo del pecado y deseo de grande
purificación,
acrecentamiento en la caridad fraterna,
atractivo sensible por la lectura de las Escrituras y nueva
comprensión de las mismas,
amor a la Iglesia, cuerpo de Cristo, y a su tradición
secular,
reencuentro de una devoción sólida a la Virgen María,
como Madre de Dios y de la Iglesia,
redescubrimiento del valor de los sacramentos,
reconocimiento en fe de las autoridades eclesiásticas,
fuerte inclinación para compartir las gracias de Dios,
deseos ardientes de llevar por todas partes la Buena
Nueva del Señor Jesús.
* * *
Finalmente, hay que notar que el bautismo en el Espíritu
Santo no cubre todas las riquezas de las renovación
carismática. Así como el bautismo en el Espíritu no fue para
los Apóstoles sino el principio de una nueva vida, en la
nueva Alianza, en el nuevo Pueblo de Dios; así también el
bautismo en el Espíritu en esta renovación cristiana no es
sino el principio de una vida nueva, de un nuevo caminar en
el Espíritu, de un vivir realmente en plenitud la vida
cristiana.
44

La efusión del don del Espíritu


TEXTO: Tomado del libro LA RENOVACION EN EL ESPÍRITU
SANTO del P. Salvador carrillo Alday (pagina nº 45-52)
1. La efusión del Espíritu o bautismo en el Espíritu Santo.
Uno de los elementos más significativos de la
Renovación en el Espíritu Santo, muy estrechamente unido
al encuentro personal con Cristo glorificado es la oración
por “efusión del don del Espíritu Santo” llamada también
“renovación de nuestro bautismo mesiánico” o
impropiamente “bautismo en el Espíritu Santo”. La
expresión tiene su origen en aquel texto de los hechos de
los apóstoles: “Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis
bautizado en el Espíritu Santo dentro de no muchos días”
(Hch 1,5; 11,16). Y fue en Pentecostés cuando se llevó a
cabo la promesa del Señor Jesús.
¿En que consiste esa “efusión del Espíritu Santo”, o “ser
bautizado en el Espíritu Santo” o “bautismo en el Espíritu “?
2. Es una oración de fe, no es un acto sacramental.
Ante todo, no se trata de ninguna manera de un
sacramento. Sabemos, en efecto, que el hombre “se hace
cristiano” mediante un proceso. Ese proceso comprende: a)
La conversión y la fe en Cristo Jesús; b) y la recepción de los
sacramentos de iniciación: bautismo, confirmación y
eucaristía (1Cor 12,13; Gal 3,26-27; 4,6; Rm 6,3-4; 8.9.14-
17; Jn 6,51-58).
Por tanto, todo aquel que ha recibido los sacramentos de
la iniciación cristiana ha sido hecho hijo de Dios, ha sido
incorporado a Cristo muerto y resucitado, ha recibido el don
del Espiritu Santo, y puede participar en la Eucaristía,
banquete de la Nueva Alianza.
La oración por “efusión del Espíritu Santo” consiste en la
oración, llena de fe y esperanza, que una comunidad
cristiana eleva a Jesús glorificado para que derrame su
Espíritu, de manera nueva y en mayor abundancia, sobre la
persona que ardientemente lo pide y por quien los demás
oran.
Esa oración se hace de ordinario mediante la imposición
de las manos, la cual no es ni un ademán mágico, ni un rito
sacramental, sino un gesto sensible de amor fraterno, una
45

expresión elocuente de comunión humana, un signo


externo de solidaridad en la oración, con el deseo ardiente,
sometido a la voluntad de Dios, de que Jesús derrame sobre
nuestro hermano el don del Espíritu Santo que El nos ha
comunicado.
3. Es una nueva misión del Espíritu Santo.
Esta nueva efusión de Espíritu Santo puede explicarse a
la luz de la teología de las “misiones divinas”. Que el
Espíritu Santo sea enviado o que venga de nuevo, no quiere
decir que se desplace, sino que surge en la criatura una
relación nueva para con el Espíritu: o bien porque antes
nunca estuvo allí, o bien porque empieza a estar a estar de
diferente manera a como estuvo antes.
Inclusive, tratándose de una persona que se encuentra en
estado de gracia y que por lo tanto es habitada por el
Espíritu Santo, puede decirse que el Espíritu Santo le es
enviado de nuevo . Santo Tomás de Aquino lo enseña
claramente. La misión del Espíritu Santo se da o bien por el
aumento de la gracia cuando alguien es elevado a un nuevo
estado de gracia, o bien por el progreso de la virtud, o bien
por la manifestación de un carisma del Espíritu. Santo
Tomás mismo ofrece los siguientes ejemplos: cuando
alguien, ardiendo en fervor de caridad, se expone al
martirio o renuncia a lo que posee o acomete cualquier otra
empresa árdua; o cuando alguien progresa en el don de los
milagros o de la profecía.
4. Es una gracia que renueva y actualiza las gracias ya
recibidas.
En términos sacramentales, esta nueva efusión del
Espíritu es una gracia que renueva, actualiza de manera
existencial y pone en actividad el rico caudal de gracias que
Dios ha dado a cada uno a través de los sacramentos
recibidos.
En unos, pondrá en actividad lo recibido solo en el
bautismo y en la confirmación; en otros, lo que Dios ha
dado a través de la reconciliación y de la eucaristía. En
éstos activara la gracia matrimonial; en aquellos renovará
el carisma sacerdotal. Y de manera análoga, esta gracia
beneficia también los carismas del propio estado de vida y
de la vocación personal: en unos hará vivir en plenitud el
46

llamamiento a un estado de simple soltería; en otros llevará


a la perfección el don de una virginidad consagrada en la
vida religiosa.
En esta perspectiva, la efusión de Espíritu Santo en la
Renovación tiene una semejanza notable con el bautismo
en el Espíritu que recibieron los Apóstoles el día de
Pentecostés, ¿no estaban acaso también ellos
perfectamente equipados con multitud de gracias
equivalentes a nuestros sacramentos?
5. Es una gracia que libera de obstáculos y ataduras.
Esta efusión del Espíritu Santo puede también
comprenderse de la siguiente manera. Según la palabra de
San Pablo, “todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu
y hemos bebido del mismo Espíritu” (1Cor 12,13); siendo
así, desde el primer momento de nuestra incorporación a
Cristo por los sacramentos de iniciación, poseemos el
Espíritu Santo, el cual habita en nosotros como en su propio
templo (1Cor 6,19). Y allí esta toda la plenitud de su ser
infinito y con la potencialidad de su actividad divina. Sin
embargo, debido a los obstáculos, diques y barreras que
voluntaria o involuntariamente ponemos, la acción del
Espíritu Santo no llega a manifestarse en nosotros en toda
su plenitud.
En esta circunstancia esta nueva efusión del Espíritu
Santo es una gracia de Dios que rompe la dureza de
nuestro corazón, remueve las trabas, derriba los obstáculos
y nos dispone para que el Espíritu actué en nosotros con
toda libertad. Todas estas son gracias de “liberación”, que
el Espíritu Santo obra en el interior del creyente, haciéndolo
crecer en esa “libertad para la cual Cristo nos libertó” (Ga
5,1).
6. Es una nueva experiencia del Espíritu.
El primer efecto de esta gracia es tener una “experiencia
del Espíritu” que habita en el corazón del creyente, la cual
perfectamente cuadra en el marco de nuestra teología
tradicional.
“Sobre el modo común como Dios está en todas las
cosas —enseña Santo Tomás— hay otro especial que
conviene a la criatura racional, en la cual se halla Dios
como lo conocido en el que conoce y lo amado en el que
47

ama. Y, conociendo y amando, el hombre toca al mismo


Dios que habita en él como en su templo. Y esto es
solamente por la gracia santificante.
Además —continua el autor— decimos que en verdad
tenemos algo, cuando libremente podemos usar o disfrutar
de ello. Pues bien, por la gracia santificante, no solo
poseemos al Espíritu Santo que habita en nosotros, sino
que tenemos el poder de disfrutar de la Persona divina”
7. Es principio de vida nueva.
Como consecuencia de esa “efusión de Espíritu Santo”,
que es apertura al Espíritu y a su acción soberana, vendrá
una verdadera eclosión de vida que se manifestará en
“frutos” de santidad y en “carismas” para edificar la Iglesia.
Permítasenos enumerar, a manera de ejemplo, algunos
de los frutos que se perciben aquí y allí después de esa
oración implorando la nueva vida del Espíritu:
conversión interior radical y transformación profunda de la vida;
luz poderosa para comprender mejor el misterio de Dios y su plan
de salvación;
nuevo compromiso personal con Cristo;
apertura sin restricciones a la acción del Espíritu Santo; - ejercicio
activo de las virtudes teologales: fe, amor, esperanza;
entrega generosa al servicio de los demás dentro de la Iglesia;
gusto por la acción y amor a la Sagrada Escritura;
búsqueda ardiente de los sacramentos de la reconciliación y de la
eucaristía;
revaloración de la misión de la Virgen Maria en el plan de
redención;
amor a la Iglesia y a sus instituciones;
fuerza divina para dar testimonio de Jesús en todas partes;
ansias de un ilimitado radio de apostolado.
8. Es fuente de frutos y carismas del Espíritu.
Esta “nueva misión del Espíritu” (empleando la
terminología de Santo Tomás) beneficia al creyente en todo
su ser, tocando “su espíritu, su alma y su cuerpo” (1 Ts
5,23). Por eso es del todo normal y de ninguna manera
extraño que, con ocasión de la efusión del Espíritu (ya sea
durante la oración misma o poco después o días más
48

tarde), la persona tenga una singular “experiencia de Dios”


y de su acción, no solamente de sus frutos espirituales, sino
de sus efectos sensibles, por ejemplo: una paz como jamás
la había sentido, un gozo como nunca lo había
experimentado, la curación inclusive de una enfermedad
psicológica o corporal.
Más aún, es también natural que con esta ocasión se
vayan manifestando en el creyente carismas “para el bien
común” , como los enumerados por S. Pablo en Cor 12,7-11;
Rm 12,6-8.
9. Es apertura total para recibir el Espíritu Santo.
Es muy útil subrayar también que recibir esa efusión de
Espíritu Santo no es lo mismo que hacer una consagración
al Espíritu Santo. En la consagración predomina una actitud
activa: la persona se da, se ofrece, se entrega, se consagra
al Espíritu Santo para que El realice los planes que Dios
tiene sobre ella. En cambio, en la efusión del Espíritu
prevalece una actitud pasiva: se pide a Jesús glorificado
que derrame su Espíritu divino, con la abundancia de sus
dones, sobre la persona por quien se ora. Esta actitud
activamente pasiva es semejante a la Virgen María cuando
respondió a la voluntad de Dios, manifestada por el ángel
Gabriel: “¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según
tu palabra” (Lc 1,38).
10. Es el inicio de un nuevo caminar en el Espíritu.
Finalmente, hay que notar que esta “efusión de Espíritu”
no cubre todas las riquezas de la Renovación ene Espíritu
Santo. Así como el bautismo en el Espíritu no fue para los
Apóstoles sino el inicio de una nueva vida nueva en el
nuevo Pueblo de Dios (Hch 1,5-8; 2,1-13) así también esta
efusión de Espíritu no es en la Renovación un termino, sino
solamente el principio, el arranque de una nueva vida, de
un nuevo caminar al impulso del Espíritu, de un vivir
realmente en plenitud de la vida cristiana (Ga 5,16-25).
Como fácilmente puede verse, esa “efusión de Espíritu”
es muy importante y tiene grandes consecuencias para la
vida del cristiano. Siendo así, vale la pena —pastoralmente
hablando— preparar debidamente a las personas para este
acontecimiento. Esta preparación coincide con la
“evangelización primera”.
49

S.S. Juan XXIII anhelaba como un nuevo Pentecostés para


la Iglesia, y el Papa Pablo VI imploraba, el 9 de mayo de
1975, “una nueva efusión del don de Dios: ¡Que venga
pues, el Espíritu creador a renovar la faz de la tierra!” .
Pues bien, “sin que ello suponga desconocer o despreciar
lo que germina, crece y florece por doquier, podemos decir
que la Renovación, en su nivel y a su manera, es una
respuesta a la espera pentecostal expresada por Juan XXIII
y por Pablo VI, quien habló también de que ‘la Iglesia tiene
necesidad de un perenne Pentecostés’ ”
50

¿Qué es la Efusión del Espíritu? Charles-Eric


HAUGUEL
Gracias al Bautismo, muriendo y resucitando con Cristo,
llegamos a ser hijos de Dios, marcados por el sello del
Espíritu y llamados a compartir la vida divina. Por la
Confirmación, recibimos los dones del Espíritu Santo para
crecer en esta vida divina, hacernos semejantes a Cristo y
ser enviados al servicio del Evangelio, dentro de la Iglesia.
La efusión del Espíritu no es un nuevo sacramento. Si
algunos hablan de "bautismo en el Espíritu" la expresión es
impropia, porque se presta a confusión. Podría hacemos
creer que se trata de otro bautismo y que, en consecuencia,
el Bautismo propiamente dicho, había sido insuficiente.
Nada de esto. La efusión en el Espíritu no es mas que un
rito antiguo de la Iglesia primitiva descubierto
recientemente. La efusión del Espíritu supone una doble
puesta en marcha, personal y comunitaria, para que el
Espíritu actúe libremente en nosotros, renovando,
profundizando y actualizando de nuevo la gracia del
Bautismo y la Confirmación.
UNA DECISIÓN PERSONAL
Al recibir el Bautismo, nos convertimos en criaturas
nuevas, revestidas de Cristo, tanto que podemos decir
como San Pablo: "No soy yo quién vive, es Cristo que vive
en mí" (Ga 2,20). Pero es necesario que llevemos a la
práctica, a la hora del hacer, lo que ya somos en virtud del
ser. En esto consiste la conversión a la que somos llamados
en nuestra vida cristiana.
Una comparación puede ayudarnos a comprenderlo. En el
Bautismo y la Confirmación hemos recibido un regalo
maravilloso. Pero no es suficiente, es preciso abrirlo para
descubrirlo y aprovecharnos plenamente de él. La efusión
del Espíritu nos ayuda a desenvolver el "paquete" de las
gracias recibidas por esos dos sacramentos, renovando así
nuestra vida espiritual.
Esta claro que para este crecimiento es para lo que se
pide la Efusión del Espíritu. Porque hemos tomado
conciencia de nuestra debilidad y de nuestra impotencia
para vivir solos este camino de conversión y santificación, y
porque hemos comprendido que la perfección no se
51

consigue a fuerza de puños ni de voluntad: "sin mi no


podéis hacer nada" (Jn 15,5).
Pedir la efusión del Espíritu es en principio un acto de fe.
Una entrega de sí, un deseo de conformidad con Cristo y de
apertura a los carismas. Es esencialmente un acto de fe en
el poder del Espíritu Santo y un deseo de dejarnos animar
por él: "estos son los hijos de Dios, los que son conducidos
por el Espíritu de Dios" (Rm 8,13 14).
Es también una renuncia al voluntarismo personal para
entregarnos al Espíritu Santo, principal artista de la
santificación del hombre. Esta actitud de abandono no
supone ninguna forma de pasividad o quietismo porque la
fe en el poder del Espíritu Santo, no suprime la necesidad
del esfuerzo personal de toda conversión. Esa fe la
acompaña y la permite.
La oración para la efusión del Espíritu Santo expresa
igualmente una voluntad de pertenecer más totalmente a
Dios, de entregamos enteramente a su Espíritu Santo para
que nos libere de todo lo que en nosotros es obstáculo para
su acción, que Él rompa nuestro orgullo, nuestro respeto
humano, nuestro egoísmo, nuestro miedo, nuestra
indiferencia y que actúe de ahora en adelante en nosotros
con mayor libertad y poder.
La oración para recibir el Espíritu manifiesta también
nuestro deseo de ser más y más conformes a la imagen del
Hombre Nuevo, Jesucristo, más y más hijos del Padre, más
y más testigos ante los hombres del amor trinitario
mediante el ejercicio de la caridad fraterna.
Por último, ella permite al Espíritu Santo manifestar su
presencia de una manera nueva para su gloria y para la
edificación de la Iglesia, renovando sus dones y
extendiendo sus carismas que tienen, como fin, el
crecimiento de la Iglesia y la salvación del mundo.
UNA DECISIÓN COMUNITARIA
La efusión del Espíritu es también una decisión
comunitaria. Los miembros del grupo de oración
acompañan con su intercesión a los que piden vivir esta
experiencia. La oración por la que la comunidad acoge esta
petición se acompaña habitualmente del gesto de la
imposición de manos. Este gesto no es un rito sacramental
52

como en el sacramento de la Confirmación o el del Orden y


aún menos un gesto mágico por el que se transmite el
Espíritu Santo. Es sólo un gesto que expresa sencillamente
la unidad y la comunión de los que se unen en oración a los
que expresan al Señor su consentimiento para que el
Espíritu Santo actúe en ellos.
Por otra parte, si se pide esta gracia de la efusión del
Espíritu, es para ser, para convertirse, en "piedra viva" de
este edificio espiritual que es la Iglesia; para convertirse en
un miembro vivo del cuerpo de Cristo: "vosotros como
piedras vivas entregaos para la edificación de un edificio
espiritual..." (1P. 2,5).
Esta doble decisión, personal y comunitaria, se unen para
pedir una intervención específica del Espíritu Santo en la
vida de aquel que pide la efusión. Una decisión que tiene
por fin permitir que el Espíritu Santo recibido plenamente
en el Bautismo y en la Comunión puedan realizar los
efectos de estos dos sacramentos. Y es que estos efectos
no actúan automáticamente. Exigen la adhesión de nuestra
voluntad y la perseverancia de nuestros esfuerzos para
llegar a ser aquello a lo que estamos llamados a ser: "Así
como el que os ha llamado es santo, así también, vosotros
sed santos en toda vuestra conducta, como dice la
Escritura: seréis santos, porque santo soy yo" (1P. 1,15 16).
Con frecuencia esta agua viva que es el Espíritu Santo,
está en nosotros como una fuente estancada. Uno de los
medios para abrir esta fuente, para quitar los obstáculos
que impiden saltar el agua, es pedir esta gracia de la
efusión del Espíritu, en el seno de una comunidad de amor,
fe y oración. No se trata de una efusión que viene de fuera
sino de algo que estalla dentro. Este brotar de "ríos de Agua
Viva" es obra del Espíritu que despierta en el corazón de los
cristianos tibios, las energías adormecidas y suscita el
ejercicio de carismas apagados. Para unos, supone una
verdadera conversión; para otros es salir de la tibieza
espiritual; para otros finalmente, supone la señal de una
nueva etapa, un progreso en ellos de la vida del Espíritu.
LOS EFECTOS DE LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU
Son numerosos y multiformes: el redescubrimiento de la
alabanza, de la escucha de la palabra, del ejercicio de los
carismas, de la evangelización. La primera consecuencia de
53

la efusión del Espíritu, es un crecimiento de la vida de


oración. Gracias a un mejor ejercicio de las virtudes
teologales, de fe, esperanza y caridad, se descubre o se
vuelve a descubrir la presencia de Dios y su amor. Esto
provoca el establecimiento o la reanudación, de la vida de
oración personal que permite mayor percepción y
compresión del misterio trinitario: el Espíritu Santo, el
Espíritu del Padre y del Hijo, nos hace amar y conocer mejor
a uno y a otro. En el Espíritu Santo se busca vivir por Jesús,
con Jesús y en Jesús para vivir en una pertenencia, en una
identificación más total con é1, como hijos adoptivos del
Padre. "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado
a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama:
¡Abba, padre! (Gal 4,6).
AMOR FRATERNO
Al permitimos descubrir ese amor que es la vida misma
de la Trinidad, el Espíritu Santo nos enseña a vivir un
verdadero amor fraternal, que es a la vez el testimonio y la
prueba del auténtico amor a Dios. El ejercicio de este amor
fraterno dentro de la comunión eclesial, nos enseña a amar
como Jesús nos ama y nos da la alegría de ser hermanos y
hermanas en él, para formar su Cuerpo que es la Iglesia.
Este amor fraterno, don de Dios, nos abre a todos, sin
distinción de razas, de clases o edades y nos lleva al
servicio de unos a otros: "Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he
amado así también os améis vosotros los unos a los otros.
En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os
tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 34 35).
De este modo los grupos de oración se convierten en
verdaderas comunidades de oración, de fe, de esperanza y
amor. Las personas, las parejas, las familias... vuelven a
encontrar la fuerza de perdonarse como Jesús nos ha
perdonado, de reconciliarse como Jesús nos ha reconciliado
con Dios y de dejar que la gracia cure, poco a poco, las
heridas del pasado. Algunos grupos de oración se deciden a
veces por un compromiso aún más radical al servicio de
Dios y de los hombres, y experimentan así una nueva forma
de vida comunitaria dentro de la Iglesia. Las parroquias
también se renuevan.
DESCUBRIR DE NUEVO LA IGLESIA
54

El Espíritu Santo no es un Espíritu de división sino al


contrario de comunión, él suscita en nosotros un nuevo
descubrimiento de la Iglesia, como misterio de comunión
con Dios y también como institución jerárquicamente
organizada. Al descubrir, así, que la Iglesia es a la vez
carismática e institucional, ya no se la juzga exteriormente,
al comprobar que ella es ante todo el Cuerpo de Cristo,
sacramento de su presencia en el mundo, y que la jerarquía
es un servicio para el crecimiento de esa presencia en el
amor. Por el Espíritu Santo se nos da un amor más grande a
la Iglesia, una atención y una docilidad mayor a su
enseñanza, una participación más asidua en la liturgia y en
los sacramentos y una devoción más auténtica a María.
Lejos de apartamos de la Iglesia, uno de los frutos de la
efusión del Espíritu es acercamos a ella, dándonos una
mayor comprensión de su misterio profundo.
LIBERACIÓN Y CURACIÓN
Al recibir la efusión del Espíritu puede hacerse la
experiencia de una liberación. En efecto, una conciencia
más viva de la presencia de Dios y la entrega total de
nuestro ser a la acción transformadora del Espíritu,
producen en nosotros la liberación de cierta forma de
esclavitud interior: vicios, violencia, alcoholismo, droga,
sexualidad desordenada, celos, egoísmo, superstición... Y la
desaparición progresiva de ciertos bloqueos psicológicos:
ansiedades, angustias, escrúpulos, inhibiciones, complejos,
heridas. Se producen así verdaderas curaciones interiores e
incluso físicas.
La paz y la alegría invaden, progresivamente, todo
nuestro ser. Se comprueba algo importante: que la efusión
del Espíritu no es una emoción sentimental o una evasión
de las realidades de la vida. La efusión nos ayuda a cambiar
nuestra vida, abandonando poco a poco actitudes y
costumbres que no están de acuerdo con el plan de Dios
sobre nosotros. Estos signos acompañan y confirman el
anuncio de la Buena Nueva.
CRECIMIENTO DE LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU
Esta libertad espiritual, esta liberación de nuestras
servidumbres, se acompaña del crecimiento de frutos
espirituales: "En cambio el fruto del Espíritu es amor,
alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad,
55

mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley"


(Gal.5 ,22 23). Este crecimiento de los frutos del Espíritu en
nosotros es también la manifestación del crecimiento del
Hombre Nuevo.
Por la acción del Espíritu, por el enriquecimiento de
nuestra vida teologal, por el encuentro más continuo con el
Señor en la oración, la Escritura y los sacramentos,
permanecemos en Dios y Dios permanece en nosotros;
llevamos frutos y frutos que duran en abundancia: "Yo soy
la vid; vosotros los sarmientos, el que permanece en mi y
yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no
podéis hacer nada. " (Jn 15,5).
56

La Efusión del Espíritu


RANIERO CANTALAMESSA
RESUMEN: El bautismo en el Espíritu no es un
sacramento, pero está relacionado con varios de ellos. El
Bautismo en el Espíritu hace real y en alguna forma
renueva la iniciación Cristiana. En el principio de la Iglesia,
el Bautismo era administrado a adultos convertidos del
paganismo y quienes hacen en ocasión del Bautismo, un
acto de fe y una madura y libre elección. Hoy en día esto es
sustituido por la intermediación de los padres o padrinos.
En esta situación, raramente, o nunca, la persona bautizada
alcanza la etapa de proclamar bajo la moción del Espíritu
Santo: “Jesús es el Señor”. Y solo cuando alcanzas este
punto, todo lo demás en la vida Cristiana permanece fuera
de foco e inmaduro. Los milagros ya no ocurren y nosotros
experimentamos lo que Jesús hizo en Nazaret: “Jesús no
pudo hacer muchos milagros por su falta de fe” (Mt. 13:58).
La efectividad del Bautismo en el Espíritu en reactivar el
bautismo, consiste en: finalmente el hombre pone su parte
– hace una elección de fe, preparada en el arrepentimiento,
que le permite a Dios hacerlo libre y emanar toda su
fortaleza. Es como si se conecta y se enciende la luz. El don
de Dios es finalmente “desatado” y el Espíritu puede fluir
como una fragancia en la vida cristiana.
Antes de hablar del Bautismo en el Espíritu, es importante
tratar y entender lo que la Renovación en el Espíritu es en
su totalidad. Después del Concilio Vaticano II, muchas cosas
en la vida de la Iglesia fueron renovadas – la liturgia, el
cuidado pastoral, el canon, la constitución de órdenes
religiosas y su vestimenta. Aunque todas estas cosas son
importantes, son solamente cosas externas y nos angustia
que si nosotros paramos ahí, pensando que todo está
terminado, porque nos son estructuras sino almas lo que
importa a Dios. “Es el alma de los hombres que la Iglesia es
bella”, escribe San Ambrosio, y allí en el alma de los
hombres es donde ella se hace hermosa.
Dios es Autor y Poder.
La Renovación es una renovación en la cual Dios, no el
hombre, es el principal autor. “Yo, no tú”, dice Dios “hace
todas las cosas nuevas” (Rev. 21:5); “Mi Espíritu – y solo Él
57

– puede renovar la faz de la tierra” (Sal. 104:30). Desde el


punto de vista religioso, tendemos a ver las cosas desde la
perspectiva ptoloméica: en los cimientos están nuestros
esfuerzos – organización, eficiencias, reformas, buena
voluntad – con la tierra como centro a donde Dios viene a
reforzar y coronar, por Su gracia y nuestro esfuerzo.
Nosotros debemos – en este punto la Palabra de Dios
grita – “regresen el poder a Dios” (Sal. 68:35) porque “el
poder pertenece a Dios” (Sal. 62:12). Por largo tiempo
hemos usurpado Su poder a Dios, administrándolo como si
fuera nuestro, como si estuviera en nuestras manos
gobernar el poder de Dios. Ha cambiado totalmente nuestra
perspectiva. Esto es, para saber simplemente que sin el
Espíritu Santo, no podemos hacer nada, ni siquiera decir:
“¡Jesús es el Señor!” (1Cor. 12:3).
El Bautismo en el Espíritu y el Sacramento del Bautismo.
El Bautismo en el Espíritu no es un sacramento, pero está
relacionado con un sacramento, a varios sacramentos de
hecho – a los sacramentos de iniciación Cristiana. El
Bautismo en el Espíritu vuelve real y en un sentido renueva
la iniciación Cristiana. La primera relación es con el
Sacramento del Bautismo. De hecho, esta experiencia se
llama Bautismo en el Espíritu por la gente de habla inglesa.
Creemos que el Bautismo en el Espíritu vuelve real y
revitaliza nuestro Bautismo. Para entender como un
sacramento recibido hace tantos años, normalmente justo
después de nuestro nacimiento, podría de repente regresar
a la vida y emanar tanta energía, como frecuentemente
pasa a través del Bautismo en el Espíritu, es importante
revisar nuestro entendimiento a la teología sacramental.
La teología católica reconoce el concepto de un valido
pero “unido” sacramento. Se llama un sacramento unido si
el fruto que debe acompañarlo permanece sujeto a pesar
de los obstáculos que evitan su efectividad. Un ejemplo
extremo de esto, es el Sacramento del Matrimonio o de las
Santas Ordenes recibidas en pecado mortal. En tales
circunstancias, estos sacramentos no pueden traer gracias
a la gente, hasta que el obstáculo del pecado haya sido
removido mediante la penitencia. Una vez que esto sucede,
el sacramento vive nuevamente, gracias al carácter
indeleble e irrevocable del don de Dios: Dios permanece fiel
58

aún cuando nosotros seamos infieles, porque Él no se


puede negar a Sí mismo (Tim. 2:13).
En el caso del bautismo, ¿cuál es la causa de que los
frutos de los sacramentos permanezcan unidos? Los
sacramentos no son rituales mágicos que actúan
mecánicamente, sin, el conocimiento o desconocimiento de
la persona, una respuesta de su parte. Su efectividad es el
fruto de una sinergia o cooperación entre la divina
omnipotencia – en realidad la gracia de Cristo o del Espíritu
Santo – y la libertad humana, como dijo San Agustín: “Aquel
que te creo sin tu cooperación, no te puede salvar sin tu
consentimiento”.
La obra operante del bautismo, llamémosle, la parte o
gracia de Dios, tiene varios aspectos – perdón de los
pecados, el don de las virtudes teológicas de fe, esperanza
y caridad (estas, sin embargo, solamente como una
semilla), e hijos divinos. – todos los cuales son operados a
través de la acción efectiva del Espíritu Santo. Pero, ¿en
qué consiste la obra operada en el bautismo – llamémosle,
la parte del hombre? Consiste en ¡fe! Quien crea y sea
bautizado será salvo (Mc. 16:16). Al lado del bautismo, sin
embargo, esta otro elemento: la fe del hombre. “A todo el
que lo reciba, Él le da el poder de ser hijo de Dios: a
aquellos que creyeron en Su nombre” (Jn 1:13).
El bautismo es como un sello divino puesto en la fe del
hombre: habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio
de su salvación y habiendo creído en él, ha recibido (por
supuesto, en el bautismo) el sello del Espíritu Santo (Ef.
1:13).
Bautismo y Confirmación de Fe.
En el principio de la Iglesia, el Bautismo era un evento tan
poderoso y tan rico en gracia que no era necesaria,
normalmente, una nueva efusión del Espíritu Santo, como
la necesitamos hoy día. El Bautismo era administrados a
adultos que se habían convertido del paganismo y quienes,
propiamente instruidos, estaban en posición de hacer, en
ocasión del Bautismo, un acto de fe y una libre y madura
elección. Es suficiente leer la catequesis mistagógica del
bautismo atribuida a Cirilo de Jerusalén, para darse cuenta
de la profundidad de la fe que guiaba a aquellos que
esperaban el bautismo. Ellos llegaban al bautismo a través
59

de una real y verdadera conversión, y por esto, para ellos el


bautismo era una real limpieza, una renovada persona y un
renacimiento en el Espíritu Santo.
Las circunstancias favorables que permitían al bautismo,
en los orígenes de la Iglesia, operar con tanto poder era que
la gracia de Dios y la respuesta del hombre se encontraban
al mismo tiempo, y había una perfecta sincronización.
El Bautismo infantil y el Ambiente No-Cristiano.
Pero ahora esta sincronización se rompió, al ser
bautizados como bebes, y poco a poco este aspecto del
libre y personal acto de fe, ya no sucede. Fue sustituido por
la intermediación de padres y padrinos. Cuando un niño
crece en un ambiente totalmente cristiano, esta fe todavía
puede florecer, aún cuando a un porcentaje menor. Ahora,
sin embargo, este no es el caso y nuestro ambiente
espiritual es aún peor que el que existía en la Edad Media.
No que no haya vida Cristiana normal, pero esto ahora es la
excepción y no la regla.
En esta situación, raramente, o nunca, el bautizado
alcanza la etapa de proclamar en el Espíritu Santo, “Jesús
es el Señor”. Y hasta que se alcance este punto, todo lo
demás en la vida Cristiana, permanece fuera de foco e
inmadura. Los milagros ya no ocurren y nosotros
experimentamos lo que Jesús hizo en Nazaret: “Jesús no
pudo hacer muchos milagros por su falta de fe” (Mt. 13:58).
La Voluntad de Dios.
He aquí, entonces, lo que siento que es el significado del
Bautismo en el Espíritu. Es la respuesta de Dios a este
malfuncionamiento que ha crecido en la vida Cristiana en el
Sacramento del Bautismo.
Es un hecho aceptado que en los últimos años ha
preocupado a la Iglesia, entre los Obispos, que los
sacramentos Cristianos, especialmente el Bautismo, están
siendo administrados a gente que no harán ningún uso de
ellos en la vida. Como resultado, se ha sugerido que el
bautismo no sea administrado a menos que haya una
garantía que será cultivado y valorado por el niño en
cuestión. No se debe tirar perlas a los perros, como Jesús
dijo, y el bautismo es una perla, porque es el fruto de la
sangre de Cristo.
60

Pero parece que Dios estaba preocupado por esta


situación, aún antes de que la Iglesia lo estuviera, y
levantándose aquí y allá en los movimientos de la Iglesia
apunta a la renovación de la iniciación Cristiana en adultos.
La Renovación Carismática es uno de esos movimientos y
su principal gracia está, sin duda alguna, ligado al Bautismo
en el Espíritu y lo que viene con él.
Liberación y Confirmación de Fe.
Su efectividad en reactivar el bautismo consiste en esto:
finalmente el hombre contribuye con su parte – digamos, el
hombre hace su elección de fe, preparado en el
arrepentimiento que permite el trabajo de Dios para hacerlo
libre y emanar toda su fortaleza. Es como si el enchufe se
conectara y la luz se encendiera. El don de Dios esta
finalmente “desatado” y el Espíritu puede fluir como una
fragancia en la Vida Cristiana.
Además de renovar la gracia del bautismo, el Bautismo
en el Espíritu es también la confirmación de nuestro propio
bautismo, un deliberado “sí” a él, a sus frutos y
compromisos, y es también similar a la Confirmación. La
Confirmación es un sacramento que desarrolla, confirma y
completa el trabajo del bautismo. De él también, brota el
deseo de un mayor involucramiento en la dimensión
apostólica y misionera de la Iglesia que generalmente se
nota, en aquellos que han recibido el Bautismo en el
Espíritu. Ellos se sienten más inclinados a cooperar con el
crecimiento de la Iglesia, a ponerse a su servicio en varios
ministerios, tanto clérigos como laicos – a hacer todas las
cosas que sucedieron en Pentecostés y las cuales se
realizan en el Sacramento de la Confirmación.
El Bautismo en el Espíritu no es el único medio, dentro de
la Iglesia, para el reavivamiento de los sacramentos de la
iniciación. Hay, por ejemplo, la renovación de las promesas
del bautismo en la Vigilia Pascual, y los ejercicios
espirituales, y la profesión religiosa, llamada algunas veces
un “segundo bautismo” y a nivel sacramento, está la
Confirmación.
No es difícil descubrir en la vida de los santos, la
presencia de una efusión espontánea, especialmente en
ocasión de su conversión. La diferencia con el Bautismo en
el Espíritu, sin embargo, es que está abierta a todo el
61

pueblo de Dios, grandes y pequeños, y no solo a aquellos


privilegiados que hacen los Ejercicios Espirituales
Ignacianos o hacen profesión religiosa.
La Voluntad de Dios en la Historia.
¿De dónde viene esta fuerza extraordinaria que
experimentamos al ser Bautizados en el Espíritu? De lo que
estamos hablando no es solamente una teoría, sino algo
que nosotros mismos hemos experimentado y así podemos
decir con Juan: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con
nuestros propios ojos, lo que nuestras manos han tocado,
es lo que anunciamos a ustedes, para que puedan ustedes
estar en comunión con nosotros”(Jn. 1:1-11). La explicación
de esta fuerza está en la voluntad de Dios – porque Dios se
complace en renovar la Iglesia hoy día por este medio – y
esto es suficiente.
Hay algunos precedentes bíblicos, como el relatado en
Hechos 8:14-17, cuando Pedro y Juan habiendo oído que
Samaria recibía con gusto la Palabra de Dios, fueron allí,
oraron por ellos e imponiendo sus manos sobre ellos,
pudieran recibir el Espíritu Santo. Pero estos precedentes
bíblicos, no son suficientes para explicar las vastas y
profundas manifestaciones de la efusión del Espíritu, hoy
día.
La explicación entonces está en el plan de Dios.
Podríamos decir, parafraseando al Apóstol San Pablo:
Porque los cristianos, con toda su organización, no son
capaces de transmitir el poder del Espíritu, Dios se
complace en renovar a los creyentes a través de la
simpleza del Bautismo en el Espíritu. De hecho, los teólogos
buscan una explicación y piden a la gente responsable
moderación, pero las almas sencillas tocan con sus manos
el poder de Cristo en el Bautismo en el Espíritu (Cor. 12:1-
24).
Nosotros los hombre y principalmente nosotros los
hombre de la Iglesia, tendemos a limitar a Dios en su
libertad: tendemos a insistir en que Él siga un patrón
compulsivo (lo que llaman canal de gracia) y olvidamos que
Dios es un torrente que rompe, suelta y crea su propio
camino y que el Espíritu vuela donde y como él desea (sin
descontar la parte de enseñanza de la Iglesia para discernir
lo que realmente viene del Espíritu y lo que no viene de Él).
62

¿Qué hace el Bautismo en el Espíritu y cómo trabaja? En


el Bautismo en el Espíritu hay un secreto, un misterioso
movimiento de Dios que es Su manera de hacerse
presente, en alguna forma, esto es diferente para cada uno
porque solo Él conoce nuestro interior y como actuar en
nuestra personalidad única. Hay también una parte
comunitaria externa que es igual para todos y consiste
principalmente en tres cosas: amor fraterno, la imposición
de manos y la oración. Estos no son sacramentales pero
son elementos eclesiales sencillos.
El Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo.
¿De dónde viene la gracia que experimentamos en el
Bautismo en el espíritu? ¿De los que están alrededor de
nosotros? ¡No! ¿De las personas que lo reciben? ¡No!.
¡Viene de Dios! Solo podemos decir que esta gracia está
relacionada con el Bautismo, porque Dios actúa siempre
con coherencia y fidelidad y Él hace o no hace. Él honra los
compromisos y las instituciones de Cristo. Una cosa es
segura – que nos son los hermanos quienes imparten el
Espíritu Santo, sino que ellos invocan al Espíritu Santo sobre
la persona. El Espíritu no puede ser dado por hombre
alguno, ni siquiera por el Papa o los obispos, porque ningún
hombre posee por sí mismo al Espíritu Santo. Solamente
Jesús puede dar al Espíritu Santo; todos los demás no
poseen al Espíritu Santo, sino que son poseídos por Él.
Como una forma de esta gracia, podemos hablar de una
nueva venida del Espíritu Santo, de una nueva misión del
Padre a través de Jesucristo, o una unción correspondiente
a un nuevo grado de gracia.
63

EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU.
"ESE ES EL QUE BAUTIZA CON ESPÍRITU SANTO" (Jn 1, 33)
P. RANIERO Cantalamesa
A través de los evangelios sinópticos y en particular del
evangelio de Lucas, vemos como a partir del bautismo de
Jesús, inmediatamente después, Jesús desarrolla todo su
ministerio público "en el Espíritu Santo". Pero también el
cuarto evangelio habla de este tema. Juan describe
indirectamente el bautismo de Cristo, a través del
testimonio que da Juan el Bautista. "Y Juan dio testimonio
diciendo: He visto al Espíritu que bajaba como una paloma
del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el
que me envió a bautizar con agua, me dijo: Aquél sobre
quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es
el que bautiza con Espíritu Santo" (Jn 1,32-33).
Apenas unos versículos antes Juan el Bautista presenta a
Jesús ante el mundo diciendo: "He ahí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29). Nosotros muy a
menudo nos detenemos únicamente en este aspecto de la
obra de Cristo. Dos veces resuena esta frase del Bautista en
la misa: en la aclamación "Cordero de Dios..." y antes de la
comunión. Pero el Precursor no se detiene allí. Junto a este
aspecto, por así decirlo, negativo, de liberación del pecado,
agrega inmediatamente el aspecto positivo de su obra, que
es dar el Espíritu, la vida nueva. Casi siempre, cuando se
describe la salvación escatológica, vienen resaltados estos
dos elementos: la liberación del pecado y el don de la vida
nueva. Así, por ejemplo, en Ezequiel 36, 25-27, en Hechos
2, 38 "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga
bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
vuestros pecados; y recibiréis el Espíritu Santo".
El Evangelio de Cristo es principalmente el anuncio
positivo de una nueva relación con Dios. Jesús no ha venido
a "quitar" algo, sino a "dar": a dar la vida en abundancia. La
primera cosa es solamente una condición para la segunda,
porque, como decía el mismo Jesús, no se puede meter vino
nuevo en odres viejos, es decir el Espíritu Santo en un
corazón que aún está lleno de pecados.
El mundo tiene necesidad y sed de este anuncio en
positivo que habla de vida, de plenitud, de alegría. La
64

Iglesia católica es la mejor preparada para llevar tal


anuncio al mundo, gracias a la concepción más positiva que
tiene de la redención y de la gracia. La gracia no es, en la
visión católica, sólo una "imputación externa de la justicia"
que deja al hombre, en su interior, como antes, es decir
pecador, sino que es el don de una vida nueva, la presencia
misma de Dios en nosotros mediante su Espíritu.
"Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda
sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo". Jesús en
el Jordán, recibe el Espíritu para luego darlo; es bautizado
en el Espíritu Santo, para bautizar en el Espíritu Santo. El
Espíritu que nos confiere a nosotros es el mismo que el
Padre le ha conferido a Él. Un mismo Espíritu por lo tanto es
el que habita en nosotros y en él, en la cabeza y en los
miembros, como una misma es la sangre que tienen los
hijos de un mismo padre.
¿Pero qué significa que Jesús es aquel que "bautiza en
Espíritu Santo"? Sirve para distinguir el bautismo de Cristo
respecto al de Juan, que bautiza solamente "con agua".
Pero no todo se agota ahí. La expresión sirve para distinguir
también la entera persona y la obra de Cristo de la del
Precursor. En otras palabras: en toda su obra Jesús es
"aquel que bautiza en Espíritu santo".
Bautizar tiene aquí un significado metafórico que quiere
decir inundar, recubrir, como hace el agua con los cuerpos.
Jesús "bautiza" en Espíritu Santo en el sentido que "da el
Espíritu sin medida" e "infunde" su Espíritu (Hch 2, 33)
sobre toda la humanidad redimida. La expresión se refiere
más al acontecimiento de Pentecostés que al sacramento
del bautismo, como se deduce del texto de los Hechos:
"Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis santificados en
el Espíritu Santo dentro de pocos días" (Hch 1,5).

La expresión "bautizar en el Espíritu Santo" define por lo


tanto la obra esencial del Mesías que ya en el Antiguo
Testamento aparece dirigida a regenerar la humanidad en
el Espíritu Santo. Aplicando todo esto a la vida de la Iglesia,
debemos decir que Jesús resucitado no bautiza en Espíritu
Santo únicamente en el sacramento del bautismo, sino que
también en la Eucaristía, también cuando escuchamos su
palabra, siempre.
65

1. EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU
Hoy él lo está llevando a cabo con el modo nuevo y
especial llamado "el bautismo en el Espíritu", o "la efusión
del Espíritu", que ha hecho su aparición entre los cristianos
a principios de nuestro siglo, entre las iglesias protestantes,
y que luego, con la llamada Renovación carismática, se ha
difundido en casi todas las iglesias cristianas, comprendida
la Iglesia católica.
El bautismo en el Espíritu está ciertamente relacionado
con el sacramento del bautismo, como indica el mismo
nombre. Sobre esto se ha insistido mucho y justamente. En
su libro "lniciación cristiana y bautismo en el Espíritu Santo"
y, de una manera más breve, en el opúsculo "Reavivar la
llama" (Fanning the Flame), K. McDonnell y G. Montague se
han esforzado por demostrar que el "bautismo en el
Espíritu" es un momento y un aspecto integrante de la
iniciación cristiana y que como tal fue conocido y practicado
en la Iglesia primitiva.
Para entender cómo un sacramento recibido al inicio de la
vida, en la infancia, pueda improvisadamente encenderse
de nuevo y volver a irradiar tanta energía espiritual, nos
ayudará el recordar algunos principios de teología
sacramental.
La teología tradicional conoce el concepto del sacramento
"ligado", o "impedido". Se dice ligado un sacramento que,
aún siendo válido, no puede producir sus frutos a causa de
un impedimento. Un caso extremo de esto es por ejemplo el
sacramento del matrimonio o del orden sagrado recibido en
estado de pecado mortal. Éste no produce ninguna gracia
de estado. Pero si, con la penitencia, se quita el obstáculo,
se dice que el sacramento "revive" (reviviscit) y confiere su
gracia propia, sin necesidad de que sea repetido el rito
sacramental.
Podemos aplicar analógicamente este concepto al
bautismo. El bautismo es en muchos casos un sacramento
"ligado", no a causa del pecado, sino a causa de la falta o
de la debilidad de la fe, que constituye un requisito
esencial. Fe y bautismo siempre han sido presentado juntos
en el Nuevo Testamento: "Quien crea y se bautice será
salvo". Cuando el bautismo era administrado a los adultos,
después de una conversión y la aceptación explícita de
66

Jesús como Señor, los dos factores actuaban juntamente, se


realizaba una sincronización que encendía una gran luz en
la vida de las personas, como cuando los dos polos,
negativo y positivo, de la corriente eléctrica se ponen
juntos. Más tarde se difundió la práctica de bautizar a los
niños. Pero por muchos siglos esto no implicaba un
problema tan grave, porque viviendo en una sociedad y en
una cultura inmersa en la fe cristiana, la Iglesia anticipaba
la fe del niño, se hacía garante, en espera de que él mismo
pudiera hacer su formal acto de fe personal. Familia,
escuela, sociedad lo educaban - se entiende más o menos
bien, según los tiempos y los lugares- en la fe. Pero desde
hace un tiempo se sabe que la situación ha cambiado y que
son siempre más numerosos los casos de personas
bautizadas que no llegan jamás a completar el propio
bautismo con el necesario acto de fe. El bautismo continúa
siendo un sacramento "ligado". Es una especie de don
envuelto en una caja de regalo recibido al inicio de la vida,
en el cual están encerrados los títulos más nobles (hijo de
Dios, hermano de Cristo, miembro del cuerpo místico,
templo del Espíritu Santo...), pero que no ha sido abierto
jamás, y por lo tanto permanece en gran parte inactivado.
El bautismo en el Espíritu es la ocasión en la cual la
persona se convierte, elige libre y personalmente a Cristo
como su Señor, confirma su bautismo. Es como cuando el
cable se enchufa en el tomacorriente, se provoca el
contacto, y la luz se enciende.
Por estos motivos es justo, repito, ver el bautismo en el
Espíritu en relación con el bautismo sacramento, como su
complemento o renovación. Pero no es suficiente.
La frase "bautizar con Espíritu Santo" no se refiere
únicamente a aquello que hace Jesús en el sacramento del
bautismo, sino que abarca toda su obra y especialmente
Pentecostés. Nosotros no podemos explicar el actual
bautismo en el Espíritu únicamente como un efecto
retardado de nuestro bautismo sacramental. No es sólo
nuestro bautismo lo que "revive" con éste, sino la
confirmación, la primera comunión, la ordenación
sacerdotal, la ordenación episcopal, la profesión religiosa, el
matrimonio, todo. Es verdaderamente la gracia de "un
nuevo Pentecostés". Una iniciativa nueva, libre y soberana
67

de la gracia de Dios que se funda, como todo el resto, en el


bautismo, pero que no se acaba allí. No dice referencia sólo
a la iniciación, sino también al desarrollo y a la perfección
de la vida cristiana.
Sólo de este modo, se explica la presencia del bautismo
en el Espíritu entre los Pentecostales, para los cuales la
iniciación es un concepto extraño y el mismo sacramento
del bautismo no tiene la importancia que tiene para
nosotros los católicos. El bautismo en el Espíritu tiene en su
raíz misma una dimensión ecuménica que es necesario
preservar a toda costa.
2. LA SOBRIA EMBRIAGUEZ DEL ESPÍRITU
Aquello por lo tanto que llamamos bautismo en el Espíritu
no es otra cosa que un modo con el cual se cumple también
hoy, en medio de nosotros, la palabra de Juan Bautista: "Él
es el que bautiza con Espíritu Santo".
Para ilustrar lo que sucedió a los apóstoles el día de
Pentecostés, los Padres usan una expresión que se ha
difundido mucho en la espiritualidad cristiana: "la sobria
embriaguez del Espíritu", que es como decir una "moderada
inmoderación". Aquel día los apóstoles ante la gente de
Jerusalén daban la impresión de estar borrachos. ¡Y lo
estaban!, exclama san Cirilo de Jerusalén.
Sólo que se trataba de una embriaguez especial: no de
vino, sino del Espíritu Santo. San Pablo mismo parece aludir
a esta paradoja de la sobria embriaguez, cuando escribe a
los Efesios: "No os embriaguéis con vino...; llenaos más bien
del Espíritu" (Ef5, 18).
El día que el Papa Pablo VI recibió por primera vez a los
representantes de la Renovación carismática católica, en el
1975, en el himno de laúdes del breviario, había una frase
de san Ambrosio:"laeti bibamus sobriam profusionem
Spiritus", es decir, "Bebamos con alegría de la abundancia
sobria del Espíritu". Recordándolo, el Papa dijo a los
presentes que estas palabras podían ser el programa de la
Renovación carismática: hacer revivir en la Iglesia aquella
época de entusiasmo y de fervor espiritual que hizo tan
vibrante y fuerte la fe de los primeros cristianos.
El bautismo en el Espíritu se ha revelado, en realidad un
medio simple pero eficaz para realizar este programa. Son
68

infinitos los testimonios de las personas que han hecho la


experiencia. Es una gracia que cambia la vida. En el
congreso internacional de Pneumatología, celebrado en el
Vaticano con ocasión del XVI centenario del concilio
ecuménico de Constantinopla, en 1981, hablando de la
Renovación carismática y del bautismo en el Espíritu, el
teólogo Y. Congar dijo: "Una cosa es cierta: es una realidad
que cambia la vida de las personas".
¿Cuál es el efecto principal de la embriaguez material, de
vino, de droga y otras cosas similares? La persona
embriagada sale fuera de sí, sobrepasa sus límites y
horizontes ordinarios. También la embriaguez espiritual
provoca lo mismo: hace salir de sí. Pero no para vivir y
actuar a un nivel por debajo de la razón, sino para entrar en
el horizonte mismo de Dios...
Nuestra actividad puede ser de dos tipos: acciones
hechas por nosotros mismos, teniendo en cuenta el
Evangelio, la moral, el buen sentido, la experiencia; o
acciones hechas "en el Espíritu", es decir no solamente
humanas, sino divinas, con el sello de la potencia del
Espíritu. Es de esta distinción de la que habla san Pablo
cuando escribe: "y mi palabra y mi predicación no tuvieron
nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que
fueron una demostración del Espíritu y del poder" (1 Cor 2,
4). El mundo ha vuelto a ser de tal manera impermeable al
mensaje, tan orgulloso y seguro de sus descubrimientos,
que no se le puede vencer ni convencer con el primer tipo
de acciones, sino sólo con el segundo. Ésta es la razón por
la cual tenemos necesidad "de la potencia de lo alto", de la
sobria embriaguez del Espíritu...
Es necesario recorrer el camino de la santidad en dos
direcciones. Es cierto que es necesario practicar la
mortificación, la ascesis, es decir la sobriedad, para llegar a
la experiencia de Dios, es decir a la embriaguez, pero
también es cierto que es necesario haber experimentado la
potencia de Dios para abrazar el camino de la renuncia. "Si
con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis"
(Rm 8, 13). Esta segunda es la vía que Jesús hizo seguir a
los apóstoles. Antes de Pentecostés ellos no fueron capaces
de poner en práctica casi nada de lo que habían escuchado
de Jesús mismo. Después en cambio...
69

No recibieron el Espíritu en Pentecostés porque se habían


purificado, sino que se purificaron porque habían recibido el
Espíritu.
A esta fundamental necesidad responde el bautismo en el
Espíritu. El concilio ha recordado la llamada universal a la
santidad de todos los cristianos y el bautismo en el Espíritu
impulsa a la santidad, no a uno o dos cristianos, sino a una
muchedumbre de hombres y de mujeres. El bautismo en el
Espíritu no es por lo tanto el fin o el "non plus ultra" de la
santidad; al contrario, entra en el ámbito de lo que los
doctores han llamado "las gracias iniciales". Ayuda a ser
"fervorosos en el Espíritu" (Rm 12, 11), es decir a entrar en
aquel estado en el cual se cumplen las acciones el servicio
de Dios "con solicitud, constancia y con alegría" (así san
Basilio define el fervor espiritual).
3. UN TESTIMONIO PERSONAL
¿Pero el bautismo en el Espíritu es posiblemente el único
medio para obtener este fervor y esta sobria embriaguez
del Espíritu? ¿No bastan los medios ordinarios de la gracia:
los sacramentos, la palabra de Dios? Ciertamente, sólo que
debemos estar atentos a no caer en el mismo error en el
cual cayeron los escribas y los fariseos. Ellos decían a Jesús:
Hay seis días en la semana para trabajar, ¿por qué sanas en
sábado? Sería extraño que, sin darnos cuenta, viniéramos
también nosotros a decirle a Jesús: Hay siete sacramentos
con los cuales obrar y santificar a la gente: ¿Por qué actuar
de este modo desconocido?
La Iglesia ha superado esta mentalidad cuando en la
Lumen Gentium 12 ha incluido la conocida declaración: "El
Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios
mediante los sacramentos, sino que también distribuye
gracias especiales entre los fieles de cualquier condición,
distribuyendo a cada uno, según quiere, sus dones". De
esta manera se ha afirmado que existen dos direcciones
desde las cuales sopla el Espíritu: desde lo alto a través de
las vías institucionales y jerárquicas y, desde debajo, por así
decirlo, de todo el cuerpo, con los dones que suscita
libremente cuando y donde quiere.
Pero no quisiera ser yo mismo quien limitase la libertad
del Espíritu, exactamente cuando trato de defenderla. Si
por "bautismo en el Espíritu" entendemos un cierto rito,
70

hecho de una cierta forma, en un cierto contexto y con


ciertas connotaciones, no; ni siquiera ése es el único medio
para tener la experiencia de Pentecostés hoy. Ha habido y
hay cristianos que han tenido la experiencia de Dios, de la
visita fuerte del Espíritu, sin saber qué es el bautismo en el
Espíritu.
Sin embargo el bautismo en el Espíritu se ha revelado
como un medio potente para reavivar la vida espiritual de
millones de personas, una auténtica "corriente de gracia",
como amaba definirla el cardenal Suenens. Tendremos por
lo tanto que pensar bien antes de llegar a la conclusión de
que esto no es para nosotros, o que podemos dejarlo de
lado. Yo estaba a punto de ser uno de éstos y por ello
quisiera contar brevemente mi experiencia. También
porque todas las objeciones que por lo general detienen a
los sacerdotes a abrirse a esta realidad, creo que yo me las
he planteado antes. Creo que mi pobre experiencia podría
ayudar a alguno, si no a otra cosa, por lo menos a no
cometer los mismos errores.
Yo soy un sacerdote capuchino. Hasta hace algunos años,
era profesor ordinario de Historia de los orígenes cristianos
y Director del Departamento de ciencias religiosas en la
Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán. Se
trataba de un servicio bueno para la Iglesia y la
investigación; así al menos me aseguraban mis superiores.
Yo no obstante no me sentía satisfecho y sentía vagamente
la necesidad de un cambio radical. Jesús quería contar más
en mi vida; no le bastaba "aquel conocimiento impersonal",
del cual ya les he hablado alguna vez. Pero sentía, al mismo
tiempo, que no tendría jamás la fuerza para realizar un
cambio tal.
En 1974 comencé a oír hablar de la Renovación
carismática y a la persona que me habló le dije que no
fuera más a aquel lugar. Después me acerqué un poco más
a esta realidad, especialmente porque las personas, en vez
de ofenderse de mis críticas, parecían amarme ahora aún
más y me invitaban a impartirles enseñanzas. Algunas
cosas que veía me fascinaban porque, en base a mi
especialización, reconocía sin dificultad que eran idénticas
a aquellas que sucedían en las primeras comunidades
71

cristianas. Otras cosas (hablar en lenguas, profetizar) me


molestaban y las rechazaba.
Finalmente, en 1977, una persona de Milán ofreció
algunos billetes para ir a los Estados Unidos a participar en
una gran reunión carismática ecuménica en Kansas City. Y
yo que por aquel tiempo debía ir a los Estados Unidos
acepté uno. Aquello que veía en Kansas City era claramente
una profecía para la Iglesia. Cuarenta mil cristianos -la
mitad católicos y la otra mitad de otras confesiones-
reunidos a la tarde en el estadio a orar juntos y a escuchar
la palabra de Dios. Una tarde hubo una profecía, decía:
"¡Llorad, haced lamento, porque el cuerpo de mi Hijo está
destrozado! Vosotros laicos, vosotros sacerdotes, vosotros
obispos: ¡llorad y haced lamento porque el cuerpo de mi
Hijo está destrozado!" Uno después del otro, todos en el
estadio cayeron de rodillas sollozando y esto sucedía
mientras un mensaje luminoso se proyectaba contra el cielo
oscuro de una parte a la otra del estadio: "JESUS IS LORD!:
JESÚS ES EL SEÑOR!" Parecía una profecía de la Iglesia del
futuro, la Iglesia que todos esperamos, en donde los
creyentes estén reunidos en el arrepentimiento, bajo el
soberano señorío de Cristo.
¿Y, me pueden creer? , todo esto no bastó. Yo continuaba
observando todo esto como desde el exterior, diciendo
dentro de mí: esto sí, esto no. Una palabra de Jesús aún
continuaba resonando en mi corazón y no podía quitármela
de la mente: "¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros
veis; dichosos los oídos que escuchan lo que vosotros
escucháis!" Una vez se cantaba el canto que narra la
historia de Jericó que cae, con el estribillo que repetía:
Jerico must fall, Jericó debe caer. Los compañeros que
habían venido conmigo desde Italia, entonces, me daban
codazos, diciéndome: ¡Escucha bien, porque tú eres Jericó!
De Kansas City nos dirigimos a una comunidad
carismática de New Jersey en donde se tenía una semana
de retiro sobre la Trinidad. Buscaba separarme del grupo
para ir a mi convento de capuchinos. Pero un sacerdote
lleno de caridad me repetía: quédate aún esta semana con
nosotros. Recuerdo que al final me dije a mí mismo: "Pero
ésta no es una casa de perdición, es una casa de retiros: si
permanezco, ciertamente que no me puede hacer mal.
72

¡Pues bien, me quedo!" Era esto lo que el Señor quería (Es


conmovedor ver cómo se contenta con poco). Y aquí se
situaron aquellas objeciones de las cuales hablaba antes,
que tuve que superar una por una. Me decía a mí mismo:
pero si yo soy hijo de san Francisco, poseo una magnífica
espiritualidad, tantos santos... ¿Qué es lo que busco entre
estos hermanos, qué me pueden dar de nuevo? Mientras
me hacía estos razonamientos, en el fondo de la sala (era
un encuentro de oración) una hermana abrió la Biblia y
comenzó a leer. ¿Y qué fue lo que leyó? Era el pasaje donde
Juan el Bautista dice a los fariseos: "¡No digáis en vuestros
corazones: Somos hijos de Abraham, somos hijos de
Abraham!" Entendí que estaba dirigido a mí y cambié mi
oración al Señor, ahora decía: Señor no digo más que soy
hijo de san Francisco, sino que te pido a ti que me hagas
con tu Espíritu realmente hijo de san Francisco, porque
hasta ahora no lo he sido.
Pero no todo terminaba allí (os he dicho que me he
defendido con todas las fuerzas). Pero si yo -me decía a mí
mismo- soy un sacerdote ordenado por el obispo, he
recibido el Espíritu Santo. ¿Por qué debo arrodillarme ante
los hermanos, incluso laicos, y aceptar que oren por mí?
Esta vez la respuesta me vino directamente con una simple
reflexión teológica. Me pareció oír la voz misma de Jesús
que me decía: " ¿y yo entonces? ¿Viniendo al mundo, no
había sido consagrado por el mismo Padre? ¿Acaso no
poseía yo la plenitud del Espíritu desde mi encarnación? y
no obstante acepté ser bautizado por Juan Bautista -¡que
también era un laico!- y el Padre me dio una nueva plenitud
de Espíritu para mi misión, por vosotros". Entonces dije
como Job: He hablado una vez, y no lo repetiré. Cierro la
boca. Bautízame, Señor, con tu Espíritu... Mientras me
preparaba a recibir el bautismo en el Espíritu con una
buena confesión general, recordando toda mi vida me veía
como un cochero que, con las riendas en mano, había
buscado dirigir la carreta como quería: algunas veces lento,
otras veloz, ahora a la derecha, luego a la izquierda. Pero
sin resultado. En ese momento fue como si Jesús se sentara
junto a mí (no piensen en nada extraordinario, visiones, o
cosas similares; eran como simples flashs, imágenes
interiores corrientísimas) y me dijera: " ¿Quieres darme las
riendas de tu vida?" Muchos de los que han tenido la
73

experiencia del bautismo en el Espíritu resaltan este hecho:


lo que decide todo es un acto total de abandono a la
voluntad de Dios, un rendirse y entregarse a él sin reservas,
dejarle las riendas de nuestra vida. Uno de los que
participaron en el primer retiro carismático en 1967,
resume así el acontecimiento: "Nosotros nos entregamos
completamente a Jesús y Jesús nos entregó su Espíritu".
Durante la oración de los hermanos por la efusión del
Espíritu, en el momento en que me invitaban a elegir de
nuevo a Jesús como Señor de mi vida, recuerdo que alcé los
ojos que fueron a posarse sobre el crucifijo que estaba
sobre el altar. Era como si esperara mi mirada para
decirme: Atento, no te engañes, Raniero, éste es el Jesús
que eliges como tu Señor, no otro, no un Jesús fácil o de
color de rosa. Comprendí que la Renovación en el Espíritu
es una cosa distinta a un acontecimiento formado de
emociones o de entusiasmos superficiales; lleva
directamente al corazón del Evangelio.
No se dio nada de espectacular. Sólo que una vez llegado
al convento al cual había sido destinado, me di cuenta de
que algo estaba cambiando: mi oración. De regreso a Italia,
pueden imaginar la felicidad de los hermanos. Decían:
hemos enviado a América a Saulo y nos han devuelto a
Pablo! Después de poco tiempo, sucedió el hecho que
cambió mi vida y que yo atribuyo a la gracia del bautismo
en el Espíritu. Un día, mientras estaba orando en mi
habitación, tuve otra de aquellas imágenes interiores,
posiblemente sugerida por el versículo bíblico que estaba
reflexionando. Era como si Jesús pasara delante de mí con
la misma actitud que tenía cuando regresando del Jordán se
disponía a dar inicio a su predicación. Decía: Si quieres
venir a ayudarme a proclamar el reino de Dios, ¡deja todo y
ven!
"Deja todo", quería decir la enseñanza en la universidad,
todo aquello que has hecho hasta ahora. Por un momento
tuve miedo de no estar preparado, porque aquel Jesús
parecía que estaba decidido y tenía prisa; invitaba pero no
se detenía.
Pero me di cuenta de que en mi corazón existía ya un sí
pacífico, seguro, puesto allí, estoy convencido, por la gracia
de Dios. Me levanté siendo un hombre diverso del que
74

había comenzado a orar. Me dirigí a mi superior general a


comunicarle mi inspiración y fue allí donde descubrí qué
gran don es para nosotros los católicos y para nosotros los
religiosos y sacerdotes el tener una autoridad, el tener a
tales representantes de Dios sobre la tierra. Sólo así pude
estar seguro de que era realmente la voluntad de Dios, y no
una presunta inspiración mía. Mi superior me dijo que
esperase un año, después del cual estuvo de acuerdo en
que se trataba realmente de una llamada de Dios y me dio
su bendición para comenzar a ser predicador itinerante del
Evangelio, al estilo de san Francisco de Asís.
No habían pasado tres meses, cuando me llegó de Roma
la noticia de que el Papa me había nombrado Predicador de
la Casa Pontificia, cargo que cubro desde hace 12 años. A
decir verdad, es él, el Santo Padre, quien me predica a mí,
con su humildad, encontrando el tiempo cada viernes por la
mañana, en Adviento y en Cuaresma, para venir a escuchar
la palabra de un simple sacerdote de la Iglesia.
Así es como yo he querido, al igual que san Pablo, "dar
testimonio de la gracia de Dios", porque es cierto que todo
es pura gracia de Dios. Lo he hecho para que así mi
"gracias" suba a Dios, multiplicado por el gracias de todos
vosotros. Hemos llegado así al final de nuestro retiro. Deseo
compartir con vosotros, un recuerdo personal, una última
palabra de Dios. El día que mi superior general me dio el
permiso para abandonar la enseñanza universitaria para
dedicarme totalmente a la predicación del reino, había, en
el oficio de lectura un pasaje del profeta Ageo: Dios dijo al
sumo sacerdote y a todo el pueblo una vez que éstos
habían comenzado a reconstruir el templo: "¡Mas ahora, ten
ánimo, Zorobabel, oráculo de Yahvé; ánimo, Josué, hijo de
Yehosadaq, sumo sacerdote, ánimo, pueblo todo de la
tierra!, oráculo de Yahvé. ¡A la obra, que estoy yo con
vosotros... y en medio de vosotros se mantiene mi Espíritu!"
(Ag 2, 4-5). Era un lluvioso día de otoño y la plaza de San
Pedro, en donde me había retirado a orar al Apóstol, estaba
desierta. Sentí de improviso el impulso de alzar la vista
hacia la ventana del Santo Padre y me puse a decir fuerte
(no había nadie en los alrededores): "Ánimo, Juan Pablo II,
sumo sacerdote, ánimo pueblo todo de la tierra, y a trabajar
porque yo estoy con vosotros, dice el Señor!"
75

Pero no todo terminó allí. Tres meses después, como he


dicho, fui nombrado Predicador de la Casa Pontificia y
cuando me encontré por primera vez en la presencia del
Papa no pude por menos que recordar aquel
acontecimiento. Lo compartí con todos y repetí de nuevo
aquellas palabras. Desde aquel día he repetido muy a
menudo las palabras del profeta, en mis giras por el mundo.
"¡Animo pueblo todo de esta tierra, y al trabajo, porque
yo estoy con vosotros, dice el Señor. Mi Espíritu está con
vosotros!" .
(Publicado en: UNGIDOS POR EL ESPIRITU (Edicep,1993).)
Nuevo Pentecostés, n. 44-45

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