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—Yo nací en Bella Unión, al norte de Uruguay. Muchos al principio piensan que allá
es sólo Montevideo (risas). Fíjate, Bella Unión es un pueblo pequeñito, muy alegre,
muy acogedor, que reposa sobre el río Uruguay. Lo agradable de estar ahí, en ese sitio
tan apartado, era que al cruzar el río te encontrabas en Argentina y, al mismo tiempo,
si subías un poco más, podías llegar al sur de Brasil por el río Cuareim. Eso hacía a
nuestros paseos una salida turística, en un lugar donde ninguno se sintiera uruguayo, o
brasilero, o argentino.
—Sí, tengo una hermana llamada Lilian, Lilian Teresita, a quien quiero mucho. Todas
las noches, o al menos la mayoría de ellas, nos comunicamos por teléfono. Ella quiere
que me devuelva a Uruguay, pero yo no quiero. Pero a veces nos vemos, con el
transcurso del tiempo. Su hija está ahorita en España por lo que ella está muy sola. Sin
embargo, algunos años Lilian viene para acá. Otras veces yo viajo por unas semanas,
y así.
Allá, esas dos fotos que ves ahí montadas, son mi papá y mi mamá. Pedro Rodríguez
y Luisa Pilatti. Murieron hace ya unos años. Curiosamente, mi madre ahí carga unos
libros. Tampoco pienses que eso algo de sangre (risas).
— ¿Qué lo hace adentrarse en el mundo de los libros?
—Bueno, yo vivía mis dieciséis años en esa ciudad tan pequeña. Estudié primaria ahí,
y bachillerato en Montevideo, mientras me hospedaba en casa de unos tíos. Ahí conocí
a una prima que estudiaba contaduría. A partir de ella conocí a la dueña de una
librería. A los tres meses empecé a trabajar en ese local en Uruguay. Y bueno, tuve mi
primer empleo relacionado al mundo del libro.
Ahí tuve un excelente maestro, llamado Héctor Rodríguez, quién me enseñó todo
acerca de los libros. Cómo acomodarlos, arreglarlos, conocer de los autores y de sus
obras.
—Sí, sí. Ya a los veintiún años ya me pusieron a administrar dos librerías allá, muy
cotizadas. Luego de eso, compro un grupo de pequeños establecimientos junto a unos
amigos de Ecuador. Estuve con ellos como dos años. Tiempo después trabajé en una
gran librería, el Rey Ramos, en una sucursal del centro, en la que me quedé hasta que
me llamaron para venir para acá.
— Tiempo después llegaría a Venezuela ¿Cómo fue ése cambio tan repentino en su
vida?
—A mi padre nunca le pareció bien. Jamás estuvo de acuerdo de que dejara mi ciudad.
En parte porque mi madre, con apenas cincuenta y tres años, le da un cáncer y muere.
Eso es algo que lógicamente afectó mucho a mi papá, ¿sabes? Nos afectó a todos, sí.
Por eso decidí en ese momento quedarme. Sin embargo, tiempo después,
aproximadamente unos tres años, por el año 1970 más o menos, me vengo a Venezuela
por otras razones.
—En ése momento Uruguay no vivía un buen momento. Había mucho conflicto. El país
vivía un grave deterioro en todos los aspectos. Los grupos militares gobernaban las
calles, las ciudades, los pueblos. La gente desaparecía sin razón alguna. Tiempo
después encontrabas los cuerpos.
Se vivía una polarización muy similar a la que se ha vivido aquí, aunque quizás
haya mayor parecido con la Colombia de los años ochenta. En Uruguay mandaban los
Tupamaros. Y estaba la JUP, la Juventud Uruguaya de Pie, y el Escuadrón de la
Muerte, pero no tenían el impacto que poseían los Tupamaros.
—Lo que más me sorprendió es el trato que ofrecía el venezolano. Era muy cálido en
comparación a otras naciones latinoamericanas. Eso es algo que aprecié muchísimo, y
lo sigo apreciando. Sin embargo, algo que noté del venezolano es que siendo joven se
siente un poco viejo. Se queda mucho en su casa. Piensa que no puede hacer cosas.
Llegar a los cuarenta significa que ya no puedes conseguir trabajo. Es algo que no le
veo sentido.
—Bueno, al llegar acá me recibieron muy bien. Lo primero que hice fue conocer al equipo
de Lectura, que tendría unos cinco años. Visité su distribuidora. Todo me fue muy bien.
Los dueños de Lectura eran unas personas muy dulces. Hice muchas amistades gracias a
ellos.
El auge literario
— La librería Lectura empieza a tener renombre, se convierte en una de las más
populares de la ciudad capitalina…
—Lectura empieza a tener su, digamos, hegemonía. Eso fue quizás entre finales de los
ochenta y principios de los noventa. Era la principal librería que traía el mayor
número de obras provenientes de los Estados Unidos. Literatura sobre arte,
arquitectura, cine, fotografía, gastronomía, etc. Claro, se compraban muchos libros de
ciencias también. Se realizaba firmas de libros, presentaciones de libros, los bautizos,
y eso. Lectura recibió no sólo a Borges sino a Álvaro Mutis, Vargas Llosa, Tomás
Borge, Manuel Puig, entre muchos otros.
Ya no tanto como antes. Quizás el que más me visita es Javier (Vidal). Su padrino
de su boda y somos amigos desde hace mucho tiempo. Hicimos un programa de radio
muy cultural también. Pero bueno. Las cosas han cambiado debido a todo eso de la
situación económica que sufre el país. Chacaíto era la zona de la época. Contaba con
infinidad de restaurantes, clubes, bares, teatros, cines. Había buenas perfumerías,
lugares de ropa costosa.
—Ha afectado muchísimo, ¿sí? Las ventas han bajado considerablemente a las del año
pasado. La devaluación nos ha afectado a todos. Algunas librerías han cerrado. Otras
empezaron a vender artículos escolares y papelería. Ya no podemos darnos el
privilegio de adquirir tantas obras como antes. Las distribuidoras, los editores, los
mismos escritores se ponen nerviosos.
—Al principio fue muy buena, muy reconfortante. Hice muchas amistades ahí, ¿no?
Pero, con el tiempo, surgieron muchos deslices con el personal. Ello debido a que la
política empezó a introducirse. Ya la gente no se valoraba tanto como antes a menos de
que siguieras un pensamiento político. Creo que es algo que no tenía que mezclarse
con, no sé, la experiencia y el compañerismo, ¿no? Terminó polarizándose, y es algo
que no me gustó, así que decidí irme.
—Bueno, me levanto bien temprano. Siempre he tenido esa costumbre. Me como algo,
una galletita, unas berenjenas al escabeche, y me vengo para la librería. Abrimos aquí,
Lectura, a eso de las nueve de la mañana. Revisamos las estanterías, se limpia la
vidriera, y eso. Se atiende a la clientela. Los días de pago me instalo aquí atrás, y se
les paga al personal y a los cobradores.
Ya al mediodía, cuando almuerzo, a veces compro algo y como acá. Otras veces me
voy a un restaurante de pastas que no queda muy lejos, la cual tiene unas pastas y
ensaladas que me encantan. Otras veces me traen unas arepitas que son muy sabrosas.
Y bueno, sigo atendiendo a la clientela. No siempre lo hago yo, aunque muchos acuden
a mí. Pero me gusta que todos nosotros tengamos un trato con el cliente. Al anochecer
cerramos. Más tarde llego a mi casa. Veo muy poca televisión. Prefiero, no sé, poner un
disco de música para relajarme. Ah, y leerme un libro en las tardes también.
—Tú sabes que los libreros les gustan por lo general tener sus libros, de su autoría.
Escriben uno, dos, o tres. Yo tengo uno de poesía, y uno de cuentos que se vendió muy
bien. Pero, de igual forma, hacen una obra de su vida. Siéndote sincero la mayoría
cuentan sus anécdotas con un ego de que creen saber más que otros. Son pretenciosos
al escribir (risas). Muchos son así pero nunca quedan mal. La gente les gusta saber de
sus libreros.
Tendría yo como unos cincuenta y ocho años. Recuerdo que me dije: ¿por qué no
hacemos un juego? Un juego atrevido donde, en cierta forma, conmemore mis sesenta
años, escribiendo, digamos, mi visión acerca de sesenta autores. Entonces lo que hice
fue escribir unas vivencias, rápidas, sobre escritores que he conocido. También
buscando exhibir la vida de ellos, y mostrar que son más humanos de lo que la gente
cree. Claro, no he puesto a todos los que conozco, y con sinceridad algunos los incluí
para no quedar mal con ellos (risas).
—Bueno, tengo que confesarte algo, ¡creo que soy pavoso! (risas). Mientras escribía el
libro se me iban muriendo algunos. Pasó con Liscano, con Uslar Pietri, con Alberti.
¡Se me murieron unos cuantos! Algo rarísimo.
—Al principio no se presentaron. Ya con el tiempo preferí dictarlos, que alguien los
transcribiera, y luego revisar los escritos para hacer correcciones. Se llama Lydia
quién me ayudó. De ahí en fuera no mucho. Lo presenté en algunas ferias en el exterior
donde se vendió muchísimo. Lo llevé a Montevideo, a Buenos Aires. Ahí se agotó la
primera edición. Pero bueno, antes tampoco pensaba publicarlo. Fueron los de
Planeta los que lo promovieron. Tampoco me iban pagar, pero me dieron muchos
libros a cambio.
— ¿Cuánto tiempo se tardó desde el momento en que surge la idea de escribir sus
reflexiones hasta su publicación?
—Bueno, yo escribía unas vivencias, después las borraba y las volvía a redactar. Creo
yo que un año, quizás un poquito más.
—Mira, mucha gente me lo dice. Dejé unos cuantos escritos. Pero creo que no.
Tampoco me considero escritor. Sin embargo, me gustaría, sí, de gente con la que he
convivido una bonita amistad. No sólo escritores, sino más general. Aunque quizás
algo mucho más fuerte, un poco polémico. Y su publicación se haría después de mi
muerte (risas).
—Hay algunos que estoy terminando ahorita. Hay uno biográfico, un tomo, que narra
la vida de una historia real de amor. Es sobre Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre,
una pareja muy conocida del siglo pasado. También hay otro, con algo de ficción y
algo de verdad, sobre Pablo Neruda. Se llama ‘El Caso Neruda’, de Roberto Ampuero.
Una novela policiaca muy entretenida.
—Depende mucho de los autores, del género, del estilo, de los gustos que manifiesta el
cliente a la hora de escoger un libro. Sin duda, sí, hay muchos escritores
latinoamericanos que pueden ser leídos por muchos, que son fáciles de leer. Autores
como Benedetti, García Márquez, Neruda. Algunos cuentos de Cortázar, que son muy
buenos. Sin embargo, creo que lo importante es acercarle al lector obras de la misma
calidad a las que ha leído.
—Sí, son muy distintos, y de situaciones sociales muy diferentes. Con Bolaño, muchas
veces en sus obras, existe el dejo latinoamericano. Por su parte, con Cortázar, aunque
contara con su estilo europeo, jamás perdió su argentinismo. Hizo una literatura que
puede ser traducida sin ningún problema en cualquier idioma. Roberto también cuenta
con sus acérrimos seguidores.
El problema con Bolaño es que no todo el mundo puede leerlo. Su obra literaria
tiene muchos vaivenes. Para mí, bueno, preferiría al surrealista Cortázar. Aunque
ambos son muy buenos.
—Me agrada caminar, ¿sí? Lo considero un placer. Recorro el Bosque, por acá cerca.
También me gusta mucho la comida, la bebida. Unas amigas, que son prácticamente
familia, me traen los domingos un pastel. Pero no cualquier pastel, es uno de verduras,
a la uruguaya. Muy sabrosa. Y tengo mi gusto por algunos licores, especialmente
chilenos. Tengo mi pequeño bar en casa (risas).
Me gusta mucho el teatro, el cual disfruto con amigos. Voy a presentaciones de
libros en la Fundación Chacao, en el Trasnocho, en la librería El Buscón. También
asisto a galerías, a lecturas dramatizadas. Igualmente escucho eventos musicales en el
Teatro Teresa Carreño.
—Me gusta desde joven el rock clásico, el sinfónico. Vi a los Rolling Stones dos veces,
la última vez en España, en el Estadio del Atlético de Madrid. De joven fui rockero,
marihuanero, aunque también escuchaba agrupaciones de acá. Cuando vivía en Los
Palos Grandes, hace veinte años, oía una infinidad de veces Casablanca. Después
llegaron Los Amigos Invisibles, que me llamaron la atención desde que empezaron.
Recuerdo que en Uruguay, un domingo en la tarde, organizamos con ellos un evento, y
fue mucha gente. Se sorprendieron de lo numeroso que era el público.
Igualmente me encanta la música clásica, no te voy a decir que no. Adoro el piano.
Los domingos, que son los días que me agrada estar en casa, me gusta escuchar música
variada, ¿no? Algo suave, como el jazz, con músicos estilo Miles Davies. De aquí
Franco De Vita, que es extraordinario. Está también el tango, que me fascina. Me gusta
todo tipo de música (risas).
— Quizás una pregunta cliché, ¿pero de no haber sido librero qué le hubiera
gustado hacer?
—Fíjate, difícilmente me veo haciendo otra cosa que no sea ser librero. Si renaciera
creo que volvería estar metido en el mundo de los libros. Pero, creo que si no hubiera
estado relacionado con esto quizás hubiera sido médico. Un doctor, ¿sí? Porque me
gusta estar sirviendo a la gente, ayudar a la gente, ¿sabes?
—Son pocas las cosas que me molestan. Sin embargo, no me gustan las mentiras ni la
hipocresía. Son cosas terribles. Tampoco me agrada que me obliguen a hacer algo.
Pero mucho menos obligar a hacer algo a alguien más. Aunque fíjate que soy un
hombre que acepta hasta las cosas que me molestan. Y generalmente me llevo bien con
todo el mundo, con sus diferencias de cualquier índole.
Y ocurre en las distintas épocas. Siempre fue igual. Después de que finalizó el
gobierno de Juan Vicente Gómez la gente siempre ha leído todo lo que se escribe sobre
él. Del presidente de quién más se ha escrito y leído es precisamente de Gómez. Pero
yo creo que si Chávez dura un poquito más, con los numerosos ensayos que le hacen,
quizás lo iguale, ¿no? (risas). Bien, como te decía, son obras valoradas por mucha
gente que a lo mejor no lean otra clase de libros.
—Bueno, con respecto a los del extranjero sucede que aquí se aprecia poco,
especialmente el best-seller americano. Al menos no poseen el impacto como en otras
naciones latinoamericanas. Aquel lector que por lo general adquiere libros de afuera
es que tiene una formación literaria, que tiene su pequeña biblioteca en casa. Tampoco
veo correcto el decir que el venezolano no lea libros, pero sí lee periódicos en
cantidad. A su vez, antes, ya no tanto, de carreras de caballos. Tú pasabas a un
venezolano un formulario nuevo para el “5 y 6” y lo comprendía perfectamente (risas).
— ¿Qué opina usted de las ferias del libro realizadas en nuestra ciudad?
De las obras ideológicas ocurre algo similar, como bien te expliqué. Ya son textos
que están en la boca de todos, siempre y cuando tengan críticas polémicas. Siempre las
tienen, pero muchas veces más para causar revuelo (risas).
— En Estados Unidos ya hace un buen tiempo que trasladan los textos, tanto prensa
como narrativa, a medios electrónicos… ¿Cree usted que, a largo plazo,
desaparecerán las librerías?
—No, dudo que eso ocurra. Por ejemplo, en Estados Unidos está sucediendo algo muy
similar a lo que se vive aquí con el libro audiovisual. Se está vendiendo más el libro de
audio que el de papel. Claro, principalmente en aquellos textos que no resultan fáciles
de leer para algunos.
Una clienta me comentó una vez que al fin pudo terminar ‘Los Miserables’, de
Víctor Hugo. Lo oía dentro del carro, en las trancas, en las colas. Y sin embargo eso no
significa que van a desaparecer las librerías. Por lo contrario, promueven algunas
obras para su posterior adquisición. Al igual que el cine o el teatro, dan su grano de
arena para fomentar a la gente a visitar librerías, y llevarse el libro.
— Francis Bacon, filósofo británico, recalcó una vez que “Algunos libros son
probados, otros devorados, poquísimos masticados y digeridos”. ¿Cuál es su
opinión sobre esa crítica?
—Bueno, son muchos que sin duda no leen los libros, ¡los devoran! (risas). Ése
pensamiento debe pertenecer a una serie de observaciones que expresa en su libro
‘Novum Organum’, una obra que puedes fácilmente leer al derecho y al revés.
Masticado y digerido hace reflexión a que, según su visión, son pocos los que
guardan en su mente, en su corazón, un mensaje que te deja el libro, ¿no? Creo que
hay mucha verdad en ello. Sin embargo, si él hizo esa crítica al hombre, creo que fue
porque en esa época no existía una guía al lector, alguien que te guiara sobre qué
literatura va con tu forma de ver, tu estilo de vida, tus gustos. No todos pueden leer,
por ejemplo, filosofía o libros políticos, y así. Tal vez porque ambos son muy
criticones, ¿no? (risas).
— Viendo hacia atrás, ¿se podría decir que el librero es actualmente una especie en
extinción?
—Sí, no hay duda, los libreros se han ido muriendo. Quedamos muy poquitos los
viejos, los de la anterior generación. Ya están saliendo unos nuevos, pero con ellos se
trabaja más con la computadora. Se pierde así, no sólo la atención al cliente, sino la
conversación con el usuario, aprender el librero del usuario, el saber escuchar. Se
pierde todo eso.
—Bueno, ahorita voy a dejar la librería. Estamos buscando mudarnos de acá porque el
dueño quiere que devolvamos el local. En parte también porque el alquiler se paga en
dólares, cosa que nos complica demasiado. Entonces sí, nos moveremos. Estoy
pensando volver a tener una distribuidora de libros, como hice antes, WARP, ¿no? Así
seguiré proveyendo a la Universidad de los Andes, en Mérida, donde he vendido muy
bien, entre otros lados.
Igualmente tengo planes de terminar dos novelas que tengo paralizadas desde hace
mucho tiempo. Una, que me recuerda mucho a los textos de Gibran, que tratará sobre
lo que uno puede sentir, amar, querer de la vida. Ya a esa le tengo un final. Hay una
también, que se me olvidó comentarte, que será mucho más imaginativa, con un
trasfondo religioso. También tendré ahora mucho más tiempo para leer, ¿no? Creo que
tomaré un descanso con eso.
— ¿Lectura? Sí, haremos nuestro mayor intento para que siga presente entre nosotros,
como los libros.