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PENSAMIENTO
Revista de Investigación e Información Filosófica
EDITORIAL
Teilhard de Chardin, a los cincuenta años de su muerte (1955-2005) ..... 179-180
PENSAMIENTO
personal en el orfismo ........................... 311-325
BIBLIOGRAFÍA
LEANDRO SEQUEIROS Pierre Teilhard de Chardin: Índices crono-
lógicos ...................................................... 327-334
Reseñas (ver página tercera de cubierta) ......................................................... 335-344
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Vol. 61, núm. 230, mayo-agosto (2005), págs. 177-352, ISSN 0031-4749 NI
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NÚMERO 230
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PENSAMIENTO
Revista de Investigación e Información Filosófica
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EDITORIAL
TEILHARD DE CHARDIN,
A LOS CINCUENTA AÑOS
DE SU MUERTE (1955-2005)
E
N el año 1955, durante su estancia con los jesuitas de Park Avenue, falle-
cía en Nueva York Pierre Teilhard de Chardin, en el último acto de una
biografía marcada por los signos inequívocos de la vida de los grandes
intelectuales. Fue su biografía, ante todo, la de un científico, tal como nos hace
entender el artículo de Leandro Sequeiros. Pero Teilhard fue mucho más: inser-
to en la larga tradición de la cultura cristiana, se vio profundamente afectado
por la fascinante cosmovisión de la ciencia. Vivió así la tensión creativa provo-
cada por el impacto confluente de tradición cristiana y modernidad científica.
Su obra es hoy un ejemplo relevante del diálogo entre ciencia y religión, como
explica el artículo de Agustín Udías. Pero el puente entre ciencia y pensamien-
to cristiano exigía ir más allá de la ciencia, construyendo una sugerente, y toda-
vía hoy en gran parte aceptable, biofilosofía teilhardiana, discutida en el artícu-
lo de Ignacio Núñez de Castro.
En el cincuentenario de su muerte la obra de Teilhard se ve hoy desde una pers-
pectiva histórica más amplia y matizada. Los años cincuenta y sesenta, algo los
setenta, son la cumbre del gran impacto de la propuesta intelectual de Teilhard.
Después se entró en un tiempo de pérdida creciente de interés por su obra. Pero
la celebración del cincuentenario ha sido ocasión para un cierto revival matiza-
do. Desde esta atención respetuosa ante un gran intelectual proponemos alguna
consideración valorativa.
Para Pierre Teilhard de Chardin el cristianismo no podía ya ser explicado
en los términos de una filosofía superada. Por ello, afrontó el reto de construir
su repensamiento global a partir de la imagen científica del mundo, unitario y
en evolución. La cultura cristiana no estaba todavía preparada para asimilar
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 61 (2005), núm. 230, pp. 179-180
180 TEILHARD DE CHARDIN, A LOS CINCUENTA AÑOS DE SU MUERTE (1955-2005)
RESUMEN: Se cumple en 2005 medio siglo del fallecimiento del jesuita Pierre Teilhard de Chardin (1881-
1955). Después de su desaparición, sus ensayos de carácter filosófico y teológico se pudieron publi-
car, se tradujeron y se difundieron por todo el mundo constituyendo uno de los fenómenos editoriales
más sobresalientes del siglo XX. Teilhard se centró en la evolución cósmica a lo largo del tiempo, inten-
tando, a partir de los datos suministrados por las Ciencias de la Tierra y las Ciencias de la Vida, una
síntesis entre ciencia, filosofía, teología y mística. Cuando en 1971 se publica en Suiza en 11 tomos la
recopilación de los trabajos estrictamente geológicos y paleontológicos como Oeuvre Scientifique de
Teilhard (gracias a los esfuerzos de los doctores N. y K. Schmitz-Moortmann) ya había pasado la ola
teilhardiana. Por ello, la difusión de ésta apenas tuvo la debida extensión. En este trabajo pretendemos
recuperar ese aspecto menos conocida de Teilhard: la de geólogo y paleontólogo.
PALABRAS CLAVE: Teilhard de Chardin, Ciencia, Biología, Evolución, Geología, Paleontología, Paleo-
antropología.
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 61 (2005), núm. 230, pp. 181-207
182 L. SEQUEIROS, PIERRE TEILHARD DE CHARDIN (1881-1955), GEÓLOGO Y PALEONTÓLOGO
INTRODUCCIÓN
1
La información sobre el Coloquio de Roma sobre Teilhard (21-24 de octubre de 2004)
puede encontrarse en: www.teilhard.org/Teilhard 3 nouvelles.pdf
2
TEILHARD DE CHARDIN, P., Ouvres de Pierre Teilhard de Chardin, 13 vols. (Éditions du Seuil,
París, 1955-1976).
3
Son numerosos los repertorios de las obras de Teilhard traducidas al castellano. Resal-
tamos las siguientes: Cartas de viaje (1923-1939) (Taurus, Madrid, 1957, 30 ed., 1965); El grupo
zoológico humano (Taurus, Madrid, 1957, 40 ed., 1965); El fenómeno humano (Revista de Occi-
dente, Madrid, 1958); La aparición del hombre (Taurus, Madrid, 1959, 50 ed., 1965); La visión
del pasado (Taurus, Madrid, 1959, 40 ed., 1964); El medio divino (ensayo de vida interior) (Tau-
rus, Madrid, 1959, 50 ed., 1966); Nuevas cartas de viaje (1939-1955) (Taurus, Madrid, 1960,
1965); El porvenir del hombre (Taurus, Madrid, 1962, 40 ed., 1967); El fenómeno humano (Tau-
rus, Madrid, 1963, 1965); La energía humana (Taurus, Madrid, 1963); Génesis de un pensa-
miento. Cartas (1914-1919) (Taurus, Madrid, 1963, 2.ª ed., 1965); Himno del Universo. La Misa
sobre el Mundo (Taurus, Madrid, 1964); La activación de la energía (Taurus, Madrid, 1965);
Escritos del tiempo de la guerra (1916-1919) (Taurus, Madrid, 1966); Cartas de Egipto (Taurus,
Madrid, 1967); Ciencia y Cristo (Taurus, Madrid, 1968); Cartas de Hasting y París (Taurus,
Madrid, 1968); Como yo creo (Taurus, Madrid, 1970). Últimamente han aparecido en caste-
llano: Esbozo de un universo personal, estudio, notas y comentarios por José Maria Fornell
(Narcea, Madrid, 1975, 149); Escritos esenciales. Introducción y edición de Úrsula King (Sal
Terrae, Santander, 2001, Colección El Pozo de Siquem, n.º 130, 198); El corazón de la mate-
ria, Prólogo de N. M. Wildiers (Sal Terrae, Santander, 2002), 189.
4
Algunas obras que se dedican a los aspectos científicos de Teilhard son: ÁLVAREZ DE JUAN,
M., La formación del científico y Teilhard de Chardin (Tesis Universidad de Valencia, 1972), 257 pp.;
AUBOUX, M.-L., Les grandes etapes de la vie scientifique de P. Teilhard de Chardin, Histoire et Archèo-
logie, París, 75 (agosto) (1985), 8-13; BARBOUR, G. B., Teilhard de Chardin sur le terrain (Seuil,
París, 1965), 183 pp.; BARJON, L. - LEROY, P., La carrière scientifique de Pierre Teilhard de Chardin
(Edit. du Rocher, Monaco, 1964), 144 pp.; CRUSAFONT PAIRÓ, M., El pensamiento científico de Teil-
hard de Chardin, Estudios Geológicos, Madrid, 12, 1956, 343-375; CUÉNOT, C., Ciencia y Fe en Teil-
hard de Chardin (Plaza y Janés, Barcelona, col. RotaTiva, 1969, 1971), 122 pp.; SCHMITZ-MOOR-
MANN, K., The scientific writings of Teilhard: Teilhard Review 13 (1978) 123-126.
5
COLOMER, E., Teilhard de Chardin, filósofo: Pensamiento 26 (1970) 141-161; COLOMER, E.,
Teilhard de Chardin y la crisis del humanismo: Pensamiento 30 (1974) 379-397; ENRÍQUEZ, L.,
Materia. Espíritu en la visión antropológica teilhardiana: Pensamiento 26 (1970) 199-211; LUCAS,
J. DE S., Teilhard de Chardin y el Panteísmo: Pensamiento 26 (1970) 213-230; LUCAS, J. DE S., Teil-
hard de Chardin y el estatuto del Ser: Pensamiento 29 (1973) 73-104; MARTÍNEZ GÓMEZ, L., Teilhard
de Chardin, entre dos siglos: Pensamiento 26 (1970) 255-275; PARÍS, C., Los aspectos cosmológi-
cos en la obra de Teilhard de Chardin: Pensamiento 26 (1970) 181-198; RIAZA, F., Aportaciones teil-
hardianas a una filosofía de la Técnica: Pensamiento 24 (1968) 109-124; RIAZA, F., Notas para un
análisis formal de la fenomenología teilhardiana: Pensamiento 26 (1970) 163-179.
6
La edición francesa, editada en Seuil entre 1956 y 1976 por el comité presidido por
María José de Bélgica, consta de 13 tomos con escritos teilhardianos a partir de 1913 (ver
www.iieh.com/doc/). Hay otras obras de Teilhard editadas en diferentes editoriales (Bernard
Grassé, Albin Michel, Desclée de Brouwer, Desclée et Cie, Aubier, Fayard, etc.).
7
Reflexiones semejantes pueden hacerse tras el estudio cuantitativo de la extensa bi-
bliografía sobre Teilhard procedente de otras fuentes: www.users.globalment.co.uk/~alfar2/
teilhard_biblio.htm; http://cimbad.mnhn.fr/teilhard/oeuvre1.htm (actualizada a 6 de mayo de
2004).
8
MAKINISTIAN, A. A., Desarrollo histórico de las ideas y teorías evolucionistas (Prensas Uni-
versitarias de Zaragoza, colección el Aleph, 2004), 294.
9
POLGAR, L., Bibliographie sur l’Histoire de la Compagnie de Jesús (1901-1980) (Archivum
Historicum Societatis Iesu, Roma, 1990, vol. III, «Les personnes»), 359-563, entradas 21086-
24028. Teilhard tiene un total de 2942 entradas, siendo solo 87 las reseñadas para «ciencias».
El mismo Polgar, en los repertorios que publicaba cada años en Archivum Historicum SI, rese-
ña cada año unas cuantas publicaciones sobre Teilhard, lo que denota la falta de interés por
el personaje y sus ideas que, para muchos, han quedado rápidamente obsoletas. Un reperto-
rio bibliográfico que prolonga el de Polgar puede consultarse en: SALMON, J. F. - KING, TH. M.,
Works of Teilhard de Chardin, 1980-1994. An annotated bibliograhpy: Zygon 30 (1995) 131-142.
10
CUÉNOT, C., Pierre Teilhard de Chardin. Les grandes étapes de son évolution (Plon, París,
1958), 489 + XLIX. Traducción española: Pierre Teilhard de Chardin. Las grandes etapas de su
evolución (Taurus, Madrid, 1967), 640. También es de interés: CUÉNOT, C., Teilhard de Chardin
(Nueva Colección Labor, Barcelona, 1966, 1967, 1969), n.º 24, 219 pp.
11
http://perso.wanadoo.fr/jm.mermaz/Teilhard.htm
12
SCHMITZ-MOORMANN, N. y K. (Edit.), Pierre Teilhard de Chardin. L’Oeuvre scientifique,
Walter-Verlag (Olten, Suiza), 1971, prólogo de Jean Piveteau, 11 vols. El presente trabajo se
ha realizado después de una minuciosa lectura de las más de 6.000 páginas de la obra cientí-
fica de Teilhard, cuyo contenido se estructura del modo siguiente:
1. 1905-1923: XXXVIII- 428.
2. 1923-1928: VIII-429-888.
3. 1928-1930: VI-889-1428.
16
TEILHARD DE CHARDIN, P., «Títulos y trabajos de Pierre Teilhard de Chardin. Redactados
en 1948», en: El Corazón de la Materia (Sal Terrae, Santander, 2002), 169-189. El texto origi-
nal es: Titres et travaux de Pierre Teilhard de Chardin. Redactado en 1948, 25 pp. (pp. 1-10, d.i.:
Carrière scientifique: pp. 11-25: Bibliographie), París, avril; en: Le Coeur de la Matiere (Edit.
du Seuil, París), 201-221. Extr. In: Journal of Oriental Studies, vol. III, n.º 2, jull. 1956, pp. 318-
321; Cahiers de la Fondation Teilhard de Chardin, 5, 1965, 159-167 (Carrière scientifique sola-
mente). En: Oeuvres, tomo X [CUÉNOT, P., op. cit., 1967, p. 591]. Estas son las circunstancias
por las que escribe su currículo científico: al jubilarse el abate Henry Breuil por razón de edad
en 1947, se le ofreció a Teilhard ser su sucesor como Catedrático de Paleontología en el Museo
de Ciencias Naturales de París. Para ello, redactó y presentó el correspondiente currículo en
el que constaban sus méritos científicos. Sin embargo, Teilhard se vio forzado a renunciar a
esta cátedra por motivos de obediencia religiosa.
17
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit., 2002.
Teilhard. Puede decirse que en esos años se produce la auténtica formación cien-
tífica teilhardiana, aunque tuviera que esperar hasta después de la guerra para
poder obtener un título universitario formalizado como es la Licenciatura en
Ciencias Naturales. Pero, como se verá más adelante, esta época de estudios for-
malmente universitarios no debieron dejar una huella especial en la organiza-
ción mental de Teilhard. Desgraciadamente, la documentación sobre la forma-
ción científica de Teilhard desde 1912 hasta la culminación de su tesis doctoral
en 1922 no es muy completa 18 y en parte hay que acudir a suposiciones. Vaya-
mos por partes:
En 1911, Teilhard se ordena de sacerdote y en 1912 finaliza sus estudios de
Teología en Hasting (Inglaterra). En estos años, publicó dos breves trabajos sobre
aquellos temas que constituirían su preocupación esencial durante casi medio
siglo: en 1911, publica (firmado como T. de C.) un artículo titulado «L’Évolution»
en el boletín de los Círculos de Estudio de Action Populaire de Reims 19; y en 1912,
«El hombre ante las enseñanzas de la Iglesia y ante la filosofía espiritualista» 20.
Pero la vocación científica de Teilhard estaba muy clara y había ido madurando
a lo largo de estos años. Su inclinación hacia el mundo de las ciencias y su capa-
cidad demostrada hacia el mundo de las ciencias de la Tierra y especialmente a
la paleontología y a la paleontropología facilitaron que sus superiores jesuitas a
autorizaran a Teilhard para que pudiera dedicarse al cultivo de las ciencias.
A mediados de 1912 tiene lugar su primera entrevista con el Dr. Marcellin Boule
(1861-1942), profesor de paleontología en el Museo Nacional de Ciencias Natu-
rales de París. Boule, nacido en 1861, era por entonces una autoridad indiscuti-
ble en el mundo de la geología y de la prehistoria. Éste comenzó a estudiar geo-
logía con Louis Lartet 21 en Toulouse y más tarde se especializó en paleontología
humana 22. Teilhard tuvo la suerte de poder pasar dos años (1912-1914) con el doc-
18
CUÉNOT, C., op. cit. (1967), 17-44.
19
TEILHARD DE CHARDIN, P., L’évolution, Le Courrier des cercles d’Études, París, 1911, 227-
232 (firmado como T. de C.)
20
TEILHARD DE CHARDIN, P., El hombre ante las enseñanzas de la Iglesia y ante la filosofía espi-
ritualista, en el Diccionario Apologético de la Fe Católica, París, 1912, tomo II, fasc. 8, 510-514.
21
Louis Lartet (1840-1899) fue hijo del gran geólogo y paleontólogo Edouard Lartet (1801-
1871). Dedicó su vida a la enseñanza de la geología y de la paleontología, destacando en es-
pecial sus estudios sobre mamíferos y sobre fósiles humanos. En 1868 fue delegado por el
gobierno francés para verificar la autenticidad del llamado hombre de Cro-Magnon [BALTEAU,
J. - PRÉVOST, M. - LOBIES, J.-P., Dictionnaire de Biographie française, vol. 19 (Letouzey, París,
2001)]. Édouard Lartet fue el primero en interpretar un primate fósil como próximo a la evo-
lución humana: el Dryopithecus fontani. Más tarde, describió el fósil humano de Cro-Magnon
(1868) [datos recogidos de E. AGUIRRE, Crónica y desarrollo de la Paleontología humana (en:
Historia de la Paleontología, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Madrid,
1988), 89-120] (E. Aguirre, comunicación personal).
22
Según CUÉNOT, C., op. cit. (1967), Boule defendió una brillante tesis doctoral sobre los
depósitos volcánicos de Velay y en 1888 publicó su Essai de paléontologie stratigraphique de
l’homme. Desde 1893 y hasta 1940, dirigió la revista l’Anthropologie. Fue nombrado en 1902
profesor en el Museo Nacional de Historia Natural de París. En 1913 estudió el esqueleto de
un neandertal de la Capelle-aux-Saints. En 1920, el príncipe Alberto de Mónaco le ofreció la
dirección del Instituto de Paleontología humana que había fundado en París. En 1921 se publi-
ca su tratado Les Hommes Fósiles. Fue Presidente de la Sociedad Geológica de Francia y fue
quien animó más tarde a Teilhard al estudio de los mamíferos de las fosforitas de Quercy.
23
En 1914, al llegar la Guerra Europea, Obermaier decide permanecer en España donde
realizó una gran labor docente e investigadora.
24
De esta visita a España, tan trascendental en la vida científica de Teilhard, hay una
amplia reseña en OBERMAIER, H., El hombre fósil (Museo Nacional de Ciencias Naturales,
Madrid, 1916), 104, 175, 237; reedición de E. Aguirre, Istmo, Madrid, 1985, introducción y
pp. 57-60 (E. Aguirre, comunicación personal); CUÉNOT, P., op. cit. (1967), 48ss; también PIVE-
TEAU, J., op. cit. (1983), 6-13; AUBOUX, M.-L., Teilhard de Chardin et les Origines de l’Homme: His-
toire et Archéologie 75 (1983) 14-47; TOSCA-BERNÀLDEZ, F., En Espagne avec l’abbé Breuil: His-
toire et Archéologie 75 (1983) 66-69.
25
TEILHARD DE CHARDIN, P., La prehistoire et ses progrès: Études CXXXIV (1913) 40-53.
Reproducido en L’Apparition de l’Homme [edición castellana, La aparición del Hombre (Tau-
rus, Madrid, 1958), 21-35].
26
Jean Boussac, fallecido prematuramente en 1916, fue experto en el estudio de los mate-
riales terciarios de los Alpes, desde el punto de vista tectónico y sedimentario.
27
Pierre Termier (1859-1930) fue Ingeniero de Minas y desde 1894 profesor de minera-
logía en la Escuela de Minas de París. Sus trabajos versaron sobre todo sobre los procesos de
formación del granito en los Alpes. Este tema sería retomado por Teilhard en China. A él se
refiere Teilhard en La visión del pasado.
(de tectónica general, de geología del período geológico Secundario) 28; y por
André Cailleux (en el Colegio de Francia) 29 sobre sedimentología y estratigrafía.
Muy pronto se ganó su confianza por su entusiasmo en el trabajo tanto de labo-
ratorio como de campo.
Pero en 1915 estalla la guerra europea. Teilhard es movilizado y destinado
como camillero en el 21 regimiento mixto de zuavos y tiradores. Según sus bió-
grafos, el contacto con la crueldad de la guerra hizo que desde 1916 (con 35 años)
se produjera el llamado «despertar del genio teilhardiano». Sus vivencias están
reflejadas magistralmente en su Diario 30. A partir de enero de 1916, su Diario
toma un nuevo sesgo: ya no le interesan tanto sus avatares como camillero en la
guerra, sino que se extiende en temas filosóficos y teológicos: la materia divina,
el sacrificio, la energía apasionada, la unión con el todo, la divinización y la acción
creadora de Dios. Sus consideraciones se ven acompañadas por esquemas, dia-
gramas y dibujos que revelan ya la emergencia de nuevas concepciones de la fe
que se trenzan con los conceptos científicos. En estos años, Teilhard tiene su
segundo reencuentro con la obra de John Henry Newman 31, y más especialmente
con su Apología pro vita sua y sus Cartas publicadas en francés. Ya en Jersey, y
ciertamente aquí en Hastings había leído y oído hablar de Newman. Aquí se reen-
cuentra con su pensamiento que lo marcará profundamente, sobre todo en lo
relativo a las relaciones tensas con el magisterio de la Iglesia, de modo que Teil-
hard escribe (16 de julio de 1916) que éste hace la misma función que la selec-
ción natural en la teoría darwinista.
En 1919, Teilhard es desmovilizado. Finaliza la carrera de Ciencias Natura-
les en París y desde 1920 a 1922 se dedica a la Tesis Doctoral. Los biógrafos ape-
nas informan sobre su actividad como estudiante en la Universidad de París
entre 1919 y 1920. Parece ser que finalizó su licenciatura en Ciencias Naturales
de forma apresurada y superficial, al estar acogido a la ley de desmovilización.
Teilhard acudió a las clases de Edgard Hérouard (1858-1932), zoólogo experto
en equinodermos, y del profesor de Robert (del que no hemos podido tener más
información). En junio de 1919, Teilhard aprobó la Geología con la nota de
«notable». Pero en Botánica (octubre de 1919) y Zoología (marzo de 1920) esta-
28
Ëmile Haug (1861-1927) fue un excelente geólogo francés que fue profesor en la Uni-
versidad de París. Experto en cuestiones de tectónica relacionadas con la sedimentación. Publi-
có un Tratado de Geología (1908-1911) que fue manual en muchas escuelas de Minas. A él se
refiere Teilhard en La visión del pasado.
29
André Cailleux (1907-1986), profesor de Geología en la Universidad de París, está con-
siderado como un experto sedimentólogo de rocas detríticas. Sus enseñanzas serían de gran
utilidad a Teilhard en China. A él se refiere Teilhard en La aparición del hombre.
30
TEILHARD DE CHARDIN, P., Journal. Tome I. 26 août - 4 janvier 1919 (Walter-Verlag, Olten,
Suiza, 1971), 396 pp., edición preparada por N. y K. Schmitz-Moormann
31
John Henry Newman (1801-1890): cardenal, teólogo, filósofo, escritor, fue uno de los
intelectuales más señalados que se convirtieron al cristianismo desde la Reforma. Su gran
libertad de espíritu le acarrearon problemas con la ortodoxia anglicana y con la católica. Es,
según parece, el primer autor inglés que usó la palabra development, anticipándose a Darwin
y a Spencer.
32
Los dos trabajos publicados antes de la Tesis son: TEILHARD DE CHARDIN, P., Les Car-
nassiers des Phosphorites de Quercy: Annales de Paléontologie IX (1914-1915) 103-191, 13 figs.;
Oeuvre Scientifique, 1971, I, 89ss; ÍD., Sur quelques primates des Phosphorites de Quercy: Anna-
les de Paléontologie X (1916) 1-20, 6 figs.
33
TEILHARD DE CHARDIN, P., Les Mammifères de l’Eocène inférieur français et leurs gisements
(thèse de doctorat), Annales de Paléontologie, París, X (1922), 171-176; XI (1922), 1-108, 8 lám.,
42 figs.; Oeuvre Scientifique, 1971, I, 253ss.
34
TEILHARD DE CHARDIN, P., El corazón de la materia (Sal Terrae, Santander, 139, 2002), 22.
35
TEILHARD DE CHARDIN, P., Títulos y trabajos de Pierre Teilhard de Chardin, op. cit. (2002),
169-189.
36
PIVETEAU, J., Les travaux scientifiques de Teilhard de Chardin ont ouvert de grandes voies
de recherche et de réflexion en paléontologie humaine: Histoire et Archaéologie 75 (1983) 6-13.
37
TEILHARD DE CHARDIN, P., Títulos y trabajos de Pierre Teilhard de Chardin, op. cit. (2002),
169-189.
da fase discurre entre 1912 y 1923 y la define como «fase de investigaciones pale-
ontológicas en Europa»; la tercera fase (1923-1945) se centra en las «explora-
ciones en Asia Central». Ha sido descrito ampliamente por Cuénot (1967) en la
obra citada con anterioridad.
En Europa (entre 1922 y 1923) trabajando en París en el Museo y en el Ins-
tituto Católico de París, su gran dinamismo le hace entablar buenas relaciones
con geólogos y paleontólogos americanos (Walter Granger), belgas (Louis Dollo)
y franceses.
Pero su trabajo en Europa se va a ver interrumpido muy pronto. Este mismo
año de 1922, el padre Émile Licent (1876-1952) 38, con quien luego tendrá mucho
contacto en China, pone la primera piedra en Tientsin del edificio destinado a
ser el museo Hoang-ho-Paiho. Licent, al entrar en la Compañía de Jesús acari-
ciaba la idea de fundar en tierra de infieles un centro de irradiación científica
y cristiana. Licent llegó a China en 1914 y comenzó su tarea con medios muy
escasos. El estudio de los fósiles de mamíferos de Chukutien era tentador para
Licent que se puso en contacto con Marcellin Boule del Museo Nacional de His-
toria Natural de París. El proyecto se realizó gracias a Boule que animó a Teil-
hard a incorporarse a esta campaña financiada por el Museo.
¿Por qué Teilhard decide aceptar la invitación de Licent y cambia tan brus-
camente su actividad científica en París, tan prometedora, para hacer que desde
ahora su vida derrote hacia China y Extremo Oriente? Una respuesta respetuo-
sa pero incompleta se encuentra en una breve nota autobiográfica que se publi-
có en la revista Études en 1950 39. En ella habla solo de su decisión de unirse a
Licent en China. El día 6 de abril de 1923, Teilhard se embarca en Marsella y el
23 llega a Tientsin. Se inicia así lo que Cuénot (1967) denomina «La experien-
cia China». Son los años de la exploración de los Ordos en Mongolia en 1923,
el desierto de Gobi (1924), de Chuchutien y de las grandes expediciones inter-
nacionales (como la del Crucero Amarillo) entre 1926 y 1936 40.
Hacia mediados de septiembre de 1938, Teilhard abandona China para ir a
Francia camino de Estados Unidos, y es nombrado Director del Laboratorio de
38
Las relaciones de Teilhard con el Padre Émile Licent (1876-1952) fueron a menudo
conflictivas por la diferencia de carácter y el modo opuesto de entender las relaciones entre
fe y ciencia y el papel del científico cristiano. A Licent se le considera sobre todo por sus tra-
bajos de entomología. Misionero en China desde 1914, Licent se dedicó a la creación del Museo
de Hoand-ho Païo en Tientsin para el que solicitó el destino a China de Teilhard. Licent acom-
pañó a Teilhard de Chardin en muchos viajes por China y regresó a Francia en 1938 [más
información en: O’NEILL, CH. E. - DOMÍNGUEZ, J. M. (Eds.), op. cit., 2001, tomo III]. Ver: CUÉ-
NOT, P., op. cit. (1967), 81-100, 110-115, 123, 154-159, 165, 175, 295-296, 320.
39
TEILHARD DE CHARDIN, P., «La carrera científica de Pierre Teilhard de Chardin», en: El
corazón de la materia (Sal Terrae, Santander, 2002), pp. 163-165. Este texto reproduce un
artículo que Teilhard de Chardin, con ocasión de su nombramiento en 1947 como miembro
de la Academia de Ciencias de París, escribió para la revista Études a petición del director de
la revista. Fue publicado dos años más tarde de forma anónima con algunos leves retoques lo
que podría hacer sospechar de una «censura»: ANÓNIMO: La carrière scientifique du P. Teilhard
de Chardin: Études, juilliet-août, CCLCVI (1950), 126-128.
40
CUÉNOT, C., op. cit., 1967, pp. 189ss.
41
Muchas de las ideas de este capítulo están tomadas de SEQUEIROS, L., «El sentido de la
evolución» de Georges G. Simpson (1949). Cincuenta años de debates entre biología, filosofía y
teología, Proyección, Granada, 193 (junio) (1999), 137-154; SEQUEIROS, L., Las ciencias en Espa-
ña (1901-2001): un siglo en compañía de Razón y Fe, Razón y Fe, Madrid 243, n.º 1231 (2001),
477-485; SEQUEIROS, L. - ANGUITA, F., Nuevos saberes y nuevos paradigmas en Geología. Historia
de las nuevas propuestas en las ciencias de la Tierra en España entre 1978 y 2003, Llull, Zara-
goza, 55 (26) (2003), 279-307; SEQUEIROS, L., De la ira de los dioses a la Geología Global. Un
enfoque histórico de las imágenes científicas sobre las energías de la Tierra, ALFA, Sociedad
Andaluza de Filosofía, VII, 13 (2003) 81-95.
42
ÁLVAREZ, A., Filosofía de las ciencias de la Tierra, Pentalfa ediciones, Oviedo 2004, 355.
43
HALLAM, A., Grandes controversias geológicas (Editorial Labor, Barcelona, 1985), 180 pp.;
CAPEL, H., Organicismo, fuego interior y terremotos en la ciencia española del siglo XVIII, Cua-
dernos GeoCrítica, Barcelona, n.os 27/28 (1983),1-94; CAPEL, H., La Física Sagrada. Creencias
religiosas y teorías científicas en los orígenes de la geomorfología española (Ediciones del Ser-
bal, Barcelona, 1985), 223 pp.; SEQUEIROS, L., Teología y Ciencias Naturales. Las ideas sobre el
diluvio universal y la extinción de las especies biológicas hasta el siglo XVIII, Archivo Teológico
Granadino, Granada, 63 (2000), 91-160; PEDRINACI, E., Los procesos geológicos internos (Sín-
tesis Educación, DCE, Madrid, 2001), 222 pp. [especialmente, 49-66].
44
PELAYO, F., El catastrofismo y actualismo en España: Llull, 7(12) (1984), 47-68; PELAYO, F.,
Las teorías geológicas y paleontológicas durante el siglo XIX: Historia de la Ciencia y de la técnica
(AKAL, Madrid, 1991), 40, 55 pp.; GARCÍA CRUZ, C. M., El principio de uniformidad: el presente:
una aproximación al neocatastrofismo. Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 8(2) (2000), 99-
107; GARCÍA CRUZ, C. M., El actualismo-uniformitarismo como obstáculo epistemológico, Cuader-
nos IG/UNICAMP, Campinas (SP), 9(1) (2001), 22-32; GARCÍA CRUZ, C. M., Origen y desarrollo his-
tórico del concepto de ciclo geológico: Enseñanza de las Ciencias de la Tierra 9(3) (2001) 222-234.
45
PELAYO, F., Del Diluvio al Megaterio. Los orígenes de la Paleontología en España, Cua-
dernos Galileo de Historia de la Ciencia (CSIC, Madrid, 1996) 16, 310 pp.
46
SEQUEIROS, L., Las cosmovisiones científicas o macroparadigmas: su impacto en la Ense-
ñanza de las Ciencias de la Tierra, Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 10(1) (2002), 17- 25.
47
ANGUITA, F., «La teoría de Alfred Wegener y la nueva geología», en: A. WEGENER, El ori-
gen de los continentes y océanos (Pirámide, Madrid, 1983), 138 pp.; GARCÍA CRUZ, C. M., Puen-
tes continentales e isostasia: aspectos históricos y didácticos, Enseñanza de las Ciencias de la
Tierra, 6(3) (1998), 211-216.
48
SEQUEIROS, L., Tectónica de placas y evolución biológica. Construcción de un paradigma
e implicaciones didácticas, Enseñanza de las Ciencias de la Tierra, 3(1) (1995), 14-22.
ser miles los kilómetros recorridos en los medios más diversos, muchas veces a
pie o en mulo, y en condiciones muy duras bajo climas extremos. Escribe él
mismo (1948) 49: «Gracias a las múltiples expediciones de las que he tenido el
honor de formar parte en Extremo Oriente, se me ha concedido la poco fre-
cuente oportunidad de poder hacer yo mismo, paso a paso (y siguiendo distin-
tas variantes): a) un corte geológico completo que ha discurrido de este a oeste,
desde el extremo del Shantung a los confines de Pamir, y b) otra sección de direc-
ción norte-sur casi completa, que ha descendido desde Manchuria (Harbin)
hasta los confines de Indochina».
Cuando se consultan por vez primera las obras científicas de Teilhard, el
lector tiene la impresión de encontrarse con un Teilhard diferente. Dejando
de lado cualquier especulación que no se atenga a los datos observados en
el campo en sus largas y durísimas jornadas de campo, Teilhard aparece como
un frío testigo de lo que, como geólogo y paleontólogo, experimenta a tra-
vés de sus ojos, el martillo, la lupa o el microscopio. Siguiendo estas líneas
generales de trabajo, el mismo Teilhard era consciente de la magnitud de
los problemas geológicos con que se enfrentaba y a los que buscaba una res-
puesta.
Al llegar a China, la geología del país era casi completamente desconocida
en una región de muchos miles de kilómetros cuadrados. Estudiando en con-
junto los proyectos geológicos de Teilhard, se constata la capacidad de traba-
jo y la perspicacia para saber deducir las conclusiones que lógicamente se
podían proponer. Siguió el método típico de los geólogos: una etapa de explo-
ración del territorio, recogiendo muestras bien identificadas, levantando las
series estratigráficas, realizando cortes geológicos (estratigráficos y tectóni-
cos) de pequeña a gran escala, levantando cartografías con ayuda de los esca-
sos y deficientes mapas topográficos y sacando conclusiones que luego pasa-
ban a informes escritos y eligiendo puntos que con posterioridad debían ser
estudiados en detalle.
La mayor parte de estos itinerarios, como él mismo reconoce, se reali-
zaron por regiones inhóspitas, áridas y recorridas por bandidos y ejércitos
hostiles, y por las que antes ningún geólogo había puesto sus pies. Son las
regiones de Weich’ang, Gran Khingam, Ordos, Gobi Occidental, Tsinling, Peis-
han…).
Pero todo esto le permitió elaborar hipótesis novedosas sobre la geología de
China, como la de la gran estructura en forma de flexura de Asia Oriental, con
posibles consecuencias a favor de la idea de una expansión (por granitización)
de los Continentes. Estas hipótesis fueron desarrolladas y publicadas entre 1936
y 1945. Por vez primera las expuso a la comunidad científica en el XVI Congreso
Geológico Internacional de Washington (Actas, vol. II, 1031-1039) y posterior-
mente en el Boletín de la Sociedad Geológica de China y en la revista Geobiolo-
gie. Sugiere Teilhard que la formación de los continentes tuvo lugar por grani-
49
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 172.
50
TEILHARD DE CHARDIN, P. - LICENT, E., Observations géologiques sur la bordure occidenta-
le et méridionale de l’Ordos, Bulletin de la Societé Géologique de la France, París, 4.ª série,
tomo XXIV (1924), 49-91, 15 figs.; TEILHARD DE CHARDIN, P., Étude géologique sur la région du
Dalai-Noor, Mémoires de la Societé Géologique de la France, París, tomo III, n.º 7 (1926),
153 pp., 21 figs., 2 láminas; TEILHARD DE CHARDIN, P., The Geology of the Weichang Area: Geolo-
gical Bulletin of Geological Survey of China 19 (1931) 1-49, 1 lámina; TEILHARD DE CHARDIN, P.,
Observations géologiques à travers les déserts d’Asia centrale de Kalgan à Hami (Mission Citroën
Centre Asie, 1931-1932): Revue de Géographie Physique, París, vol. V (1933), 365-397, 14 lámi-
nas, 2 mapas; TEILHARD DE CHARDIN, P. (junto con G. B. BARBOUR y M. N. BIEN), A geological
reconnaissance across the eastern Tsinling (between Leyang and Hsichuan, Honan): Bulletin of
the Geological Survey of China 25 (1935), 9-38, 16 figuras, 2 láminas, 1 mapa; TEILHARD DE
CHARDIN, P., The structural Geology of Eastern Shantung (between Tsingtao and Yungch’eng):
Geological Bulletin, Nanking, 29 (1937), 85-105, 2 láminas.
51
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 172.
52
Pero todo esto le permitió elaborar hipótesis novedosas sobre la geología de China,
como la de la gran estructura en forma de flexura de Asia Oriental, con posibles consecuen-
cias a favor de la idea de una expansión (por granitización) de los Continentes. Estas hipóte-
sis fueron desarrolladas y publicadas entre 1936 y 1945.
53
TEILHARD DE CHARDIN, P., Les Mammifères de l’Eocène inférieur de la Belgique: Mémoires
du Museun Royal d’Histoire Naturelle de la Belgique 36 (1927) 1-33, 29 figuras, 6 láminas.
54
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 173.
55
Los quirómidos son unos primates del grupo de los prosimios cuyos únicos represen-
tantes actuales viven en Madagascar y que Teilhard los encontró en el Eoceno de Quercy y de
Bélgica.
56
Hoy se sigue citando a Teilhard, incluso por autores chinos. Así, para la caracteriza-
ción de la paleofauna de Niherian y su valor biostratigráfico. Por ejemplo: ZHANG, S., en VAN
COVERING (Edit.), The Pleistocene Boundary (Cambridge University Press, New York, 1997),
247-253 (E. Aguirre, comunicación personal).
57
TEILHARD DE CHARDIN, P. - BOULE, M. - BREUIL, H. - LICENT, E., Le Paleolithique de la Chine,
Archives de Institut d’Archéologie Humane, París, 138 (1928), 53 figs., 30 láminas.
58
Estos son algunos de los resultados de sus proyectos: TEILHARD DE CHARDIN, P. - TRAS-
SAERT, M., The Proboscidians of Southern Shansi, Palaeontologia Sinica, Pekín, serie C, vol. XIII,
fasc. 11 (1937), 58 pp., 6 figs., 13 lám.; TEILHARD DE CHARDIN, P. - TRASSAERT, M., Pliocene Came-
lidae, Giraffidae and Cervidae of S. E. Shansi, Palaeontologia Sinica, Pekín, serie C, n.º 1 (1937);
TEILHARD DE CHARDIN, P. - TRASSAERT, M., Cavicornia of S. E. Shansi, Palaeontologia Sinica, Pekín,
serie C, n.º 5. [los Cavicornia son un grupo de cérvidos].
59
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 174.
Pero, con cautela, Teilhard aventura otras dimensiones de su tarea: «Al mismo
tiempo, de la reconstrucción de la evolución de la fauna china, se deducían cier-
to número de particularidades o leyes biológicas muy generales que arrojaban
nueva luz sobre la existencia y las modalidades de los movimientos orgánicos
colectivos en el seno de la Biosfera». Como ejemplo de estos «movimientos orgá-
nicos colectivos» (Teilhard incluía los procesos de evolución dentro de un para-
digma más amplio de tipo geobiológico), Teilhard apunta tres, dejando abierta
la cuestión 60:
«a) Abundancia inicial de los Mustélidos del Pontiense, que recordaban sor-
prendentemente la de los Cynodictis y los Cynodon oligocenos de las fosforitas
de Quercy» 61 (…). b) Desarrollo en China del Norte, durante el Plioceno, de una
fauna de antílopes estrepsicerinos [es decir, antílopes de gran talla, muy pare-
cidos a los ciervos, propios del Mioceno y Pleistoceno de Europa meridional],
con una evolución paralela pero no directamente vinculable con la de los antí-
lopes de África 62 (…). c) Notable ortogénesis de la rata-topo, permitiendo obser-
var, desde el Pontiense hasta nuestros días, una misma serie perfectamente defi-
nida de modificaciones osteológicas y dentarias (soldadura de las vértebras
cervicales, pérdida de las raíces de los dientes molariformes, aumento de talla…)
produciéndose simultáneamente en diversas ramas, excepcionalmente netas,
un mismo grupo zoológico en áreas estrictamente limitadas».
En esta última memoria, Teilhard no duda en introducir un concepto de la
biología evolucionista muy discutido en su tiempo, como es el de ortogénesis.
Este concepto, acuñado por el biólogo alemán Th. Eimer (1897), fue utilizado
por algunos biólogos evolucionistas y finalistas para describir el proceso de cam-
bio orgánico como ordenado de antemano hacia un destino superior. Analizar
aquí la filosofía «oculta» del evolucionismo teilhardiano, llevaría más allá de los
límites de este trabajo que pretende situarse solo en los aspectos estrictamente
científicos, geológicos y paleontológicos 63.
Y concluye este apartado del modo siguiente: «Gracias a la riqueza y conti-
nuidad de las faunas así exhumadas se hace posible (como he mostrado con mi
60
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 174-175.
61
Aquí Teilhard se refiere a la publicación que vio la luz en 1945: TEILHARD DE CHARDIN,
P. - LEROY, P., Les Mustélidés de Chine, Publications de l’Institute de Géobiologie de Pekín, 12
(1945), 56 pp., 24 figs., 2 mapas.
62
Teilhard se remite aquí a una de sus publicaciones de 1939: TEILHARD DE CHARDIN, P.,
The Miocene Cervids from Shantung: Bulletin of the Geological Service of China XIX (1939)
269-278.
63
Teilhard remite en su relación de 1948 a su trabajo: TEILHARD DE CHARDIN, P., New Rodents
of the Pliocene and Lower Pleistocene of North China, Publications de l’Institute de Geobiologie de
Pekín, 9 (1942), 100 pp., 61 figs. El tema de la «ortogénesis» lo desarrolla más ampliamente en
un trabajo posterior, publicado en 1950, y que se contiene en las Actas del Coloquio del Centro
Nacional de Investigación Científica (CNRS) celebrado en 1947. Cuando Teilhard escribe su currí-
culo en 1948 aún era inédito. Este trabajo, breve y denso, es: TEILHARD DE CHARDIN, P., «Sur un cas
remarquable d’orthogenése de groupe: l’évolution des Siphneidés de Chine», en: Paléontologie et
transformisme (Colloque du CNRS, París, 1947, edit. 1950), 169-173 [Oeuvre.Sc., X, 4276-4280].
colega Pierre Leroy en el caso de los Félidos y los Mustélidos) seguir la evolu-
ción de una gran parte de la fauna actual de China a partir del Pontiense, tanto
en su instalación, como en su organización y sus modificaciones in situ: en defi-
nitiva, uno de los primeros ensayos realizados, si no me equivoco, para cons-
truir una Zoología en la que ya no se haría ninguna diferencia en la misma región
entre las formas vivas y las formas extinguidas». Es decir, una interpretación
paleobiogeográfica mucho más completa que incluye aspectos tectónicos, cli-
máticos, biológicos y evolutivos.
La imagen que parte del gran público mantiene sobre las aportaciones cien-
tíficas de Teilhard se refiere a las investigaciones sobre los orígenes y la evo-
lución de lo que él llamaba el «grupo zoológico humano». Muchos lectores de
Teilhard lo identifican casi exclusivamente con sus aportaciones al conoci-
miento de los fósiles humanos, a la dispersión hacia China desde África de los
homínidos y a sus intuiciones sobre los mecanismos de la aparición de la capa-
cidad mental humana, con las implicaciones teológicas en el caso del pecado
original.
Los detractores de Teilhard sólo contemplan un episodio que, al menos es
oscuro en su biografía, como es su posible participación en el llamado «fraude
del hombre de Piltdown». En 1953 se demuestra el fraude del llamado Eoanth-
ropus, el Hombre de Piltdown 64. Se constata que se trata de un cráneo moder-
no grueso al que se le añadió una mandíbula simiesca. Es por ello uno de los
«fraudes» científicos más popular en la historia del pensamiento científico. El
conocido como hombre de Piltdown había sido «descubierto» en 1908 por un
aficionado llamado Charles Dawson en el condado de Sussex. El 31 de mayo de
1909, Teilhard (con 28 años de edad y que entonces estudiaba Teología en Ore
Place), conoce a Charles Dawson cuando ambos buscaban fósiles por el campo
y luego mantuvieron la amistad.
El biólogo evolucionista, palentólogo e historiador de las ciencias, fallecido
en 2002, Stephen Jay Gould 65, cree que pudo ser el entonces joven y ambicioso
jesuita quien estuviera involucrado en el fraude. Según Gould, tal vez por hacer
una broma o tal vez por escondida ambición, Dawson y Teilhard pudieron urdir
la trama. Pero al morir Dawson, Teilhard ya no tuvo fuerza para revelar el enga-
ño. La verdad es que Gould aporta algunas posibles pruebas, pero éstas pare-
cen tener un peso escaso. La publicación de este artículo cáustico y acusatorio
de Gould suscitó enconadas polémicas dentro de la comunidad científica, de
modo que paleontólogos de la talla de Pierre P. Grassé y Jean Piveteau salieron
en defensa de Teilhard. Recientes investigaciones han mostrado que en el caso
64
Datos en: http://home.tiac.net/~cri_a/piltdown/bibliog.html y en http://home.tiac.net/
~cri_a/piltdown/piltref.html
65
GOULD, S. J., «Nueva visita a Piltdown», en: El pulgar del panda (Hermann Blume edi-
tores, Madrid, 1983), 113-129.
Piltdown pudo ser un técnico del Museo el autor de la posible «broma» o enga-
ño doloso. Por ello, hoy se duda de la culpabilidad de Dawson y de Teilhard.
Aunque todavía algunos escriben sobre este hecho, parece ser que Teilhard,
siempre con respeto y discreta ponderación, mantuvo su convicción de que no
eran una sola cosa, sino dos partes superpuestas, un humano moderno y un
mono.
Pero volvamos a la aportación de Teilhard a los conocimientos de la paleo-
antropología. Su papel en esta disciplina paleontológica no se puede soslayar.
En opinión del mismo Teilhard fueron cuatro los factores que «convergían para
orientarme poco a poco y cada vez más hacia los problemas y la búsqueda del
Hombre Fósil». Reproducimos sus mismas palabras 66: el primero de los facto-
res fue «el prolongado contacto con formaciones eruptivas y sedimentarias que
hacían aumentar a mis ojos la importancia de una estratigrafía de los suelos y
de una geología de los Continentes». El segundo factor: «las ocasiones muy tem-
pranas de estudiar ciertos Primates fósiles particularmente antiguos y excep-
cionalmente bien conservados». Teilhard alude a tres de sus primeras publica-
ciones: las de 1916 sobre los primates de las fosforitas de Quercy, ya citada más
arriba; su tesis doctoral publicada en 1922 sobre los Mamíferos del Eoceno infe-
rior; y la extensa memoria sobre los Mamíferos del Eoceno inferior de Bélgica
de 1927 (también ya citada) 67. El tercer factor que despertó en Teilhard el inte-
rés por los fósiles humanos fue «la atmósfera inicial de un Laboratorio en que
se preparaban y estudiaban diariamente a mi lado los esqueletos de La Chape-
lle-aux-Saints y La Feyrassie», aludiendo a la densa estancia, cuando contaba
sólo 32 años, en el Museo de Historia Natural de París junto a Marcellin Boule.
Y concluye: «sin hablar de la fascinación intrínseca del tema mismo», como
cuarto factor de su interés.
Justificada por parte de Teilhard su convergencia hacia el estudio de los
humanos fósiles, describe de forma ordenada y cronológica su encuentro con
las raíces de la humanidad en Asia oriental. Poco después de su llegada a China,
«en la línea del registro paleontológico humano, tuve en 1923 mi primera opor-
tunidad con Émile Licent para poder establecer la existencia, hasta entonces
contestada, de un Hombre paleolítico en China del Norte». Alude a la referen-
cia citada más arriba que publicó en París en 1928, junto a Boule, Breuil y Licent,
sobre el Paleolítico de China.
Y continúa: «Pero la segunda y más decisiva, ciertamente, ha consistido en
poder colaborar más de cerca, durante casi diez años, en las grandes excava-
ciones de Chukutien, en las proximidades de Pekín, y en el descubrimiento del
Sinántropo».
Dada la importancia del hallazgo, Teilhard describe en el currículo de 1948
la historia de las investigaciones desde 1929 hasta 1944, resaltando con modes-
66
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 175.
67
Respecto al estudio de los primates del Eoceno, cabe mencionar el que Teilhard des-
cribió como Omomys belgicus y que G. G. Simpson reclasificó como Teilhardina belgica, en
honor y reconocimiento (E. Aguirre, comunicación personal).
tia y sin afán de protagonismo, que se trata de una tarea de un amplio equipo
internacional 68: «En esta obra colectiva, dirigida conjuntamente por la Funda-
ción Rockefeller y el Servicio Geológico de China, mi función ha consistido sobre
todo en dirigir el estudio estratigráfico, paleontológico y arqueológico del yaci-
miento» 69.
Los primeros informes sobre los depósitos fosilíferos de Chukutien los publi-
có con Young en 1929 en el Boletín del Servicio Geológico de China. La indus-
tria lítica del yacimiento fue dada a conocer en la misma revista cuatro años
más tarde, en 1932, firmada por Teilhard y W. C. Pei, y al año siguiente en las
Memorias Geológicas de Pekín junto con Davidson Black, Young y Pei, en un
extenso trabajo de 158 páginas y 81 figuras. Las conclusiones paleoantropoló-
gicas («The Early Man in China») aparecen en 1941 en una publicación del Ins-
tituto de Geobiología de Pekín 70.
Y prosigue Teilhard su relato 71: «Estudio delicado, puesto que en el mismo
macizo calcáreo se encontraban seis tipos diferentes de fisuras, correspondien-
tes a otros tantos períodos distintos de relleno (desde los del Mioceno al Pleis-
toceno superior). Pero estudio fecundo, en compensación, porque gracias a la
abundancia de fósiles recogidos, se hacía posible la interrelación entre «dos geo-
logías», la de las cuencas y terrazas, y la de las fisuras, construidas indepen-
dientemente la una de la otra bajo mi dirección o con participación mía, y cuyo
ajuste se ha realizado sin la menor dificultad».
Pero ¿cuál es la metodología científica de Teilhard? «De hecho, desde 1933
mis investigaciones se han desarrollado sobre todo en torno y a partir de las
68
El primer descubrimiento de fauna fósil e industria lítica en Chukutien/Zhoukoudian
fue O. Zdansky en 1921. Al tiempo que Teilhard de Chardin y Licent, Birger Bohlin y W. C.
Pei se añadieron al grupo. Teilhard colaboró con estos últimos y D. Black dirigió el programa
de excavaciones subvencionadas (E. Aguirre, comunicación personal).
69
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 175.
70
Las obras más interesantes de Teilhard de Chardin (según su propia valoración) rela-
tivas a los orígenes de la humanidad son: las antiguas publicadas entre 1916 y 1928: TEILHARD
DE CHARDIN, P., Sur quelques Primates des phosphorites du Quercy, Annales de Paléontologie,
París, IX (1916), 1-20, 6 figs., 2 lám.; TEILHARD DE CHARDIN, P., Les Mammifères de l’Éocene infé-
rieur français et leurs gisements (Tesis Doctoral), Annales de Paléontologie, X (1916), 171-176;
XI (1921), 1-108, 8 lám., 42 figs. [Oeuvr.Sc., I, 253ss]; TEILHARD DE CHARDIN, P. - BOULE, M. -
BREUIL, P. - LICENT, E., Le Paléolithique de la Chine, Archives de l’Institut de Paléontologie
Humaine, París, 4 (1928), 138 pp., 53 figs. [Oeuvr.Sc., III, 889ss]. Los datos más elaborados
sobre los fósiles de Chukutien están en: TEILHARD DE CHARDIN, P. - YOUNG, C.-C., Preliminary
report on the Chou-Kou-Tien fossiliferous deposit, Bull. Geological Society of China, Pekín, VIII
(1929), 173-202; TEILHARD DE CHARDIN, P. - PEI, W. C., The litic industry of the Sinanthropus depo-
sits in Chou-Kou-Tien, Bull. Geologica Society of China, Pekín, XI (1932), 315-358; TEILHARD
DE CHARDIN, P. - DAVIDSON BLACK, P. - YOUNG, C.-C. - PEI, W. C., Fósil Man in China. The Chou-
Kou-Tien cave depossits with a sinopsis of aour knowledge of the late Cenozoic in China, Geo-
logical Memoirs, Peiping, serie A., 11 (1933), 158 pp., 81 figs. [Oeuvr.Sc. V, 1903ss]; TEILHARD
DE CHARDIN, P., Early Man in China, Publicat. Institute de Géobiologie de Pékin, 7 (1941),
112 pp., 51 figs. [Oeuvr.Sc., VIII, 3219ss]; TEILHARD DE CHARDIN, P., Le Néolithique de la Chine,
Publicat. Institute de Géobiologie de Pékin, 10 (1943), 112 pp., 48 figs. [Oeuvr.Sci., IX, 3937ss].
71
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 176.
72
Ralp von Koeningswald nació en Berlín en 1902. En 1930, el gobierno holandés le ofre-
ció una plaza de paleontólogo en el Servicio Geológico de las Indias Orientales Neerlandesas
de Java. Desde 1948 fue profesor de paleontología en Utrecht. Siempre mantuvo mucha corres-
pondencia con Teilhard.
73
TEILHARD DE CHARDIN, P., op. cit. (2002), 176.
74
Publicada en las Revue des Questions Scientifiques, t. XVIII, noviembre de 1930, pp 390-
406. Son los años también de la primera redacción de El fenómeno humano, síntesis de su
pensamiento antropológico que no se vería publicado en Francia hasta 1955, después de su
muerte (la primera edición española es de 1963).
75
Estas ideas surgen por vez primera en un trabajo de 1930: TEILHARD DE CHARDIN, P., Le
phénomene humain: Revue des Questions Scientifiques XVIII (1930) 390-406. Las desarrolla
sobre todo a partir de 1947: TEILHARD DE CHARDIN, P., La question de l’Homme fossile, Éditions
Psyché, París, 33 pp., 12 figs.; TEILHARD DE CHARDIN, P., Le rebondissement humaine de l’Évolu-
tion, et ses consequences: Revue des Questions Scientifiques CXIX (1948) 166-185; TEILHARD
DE CHARDIN, P., La structure phylétique du grupoup humain, Annales de Paléontologie, París,
XXXVII (1951), 49-79; TEILHARD DE CHARDIN, P., Hominisation et spéciation: Revue Scientfique,
90, 3320 (1952), 434-438; TEILHARD DE CHARDIN, P., Les recherches pour la découverte des origi-
nes humaines en Áfrique, au sud du Sahara: L’Anthropologie LVIII (1954) 74-78; TEILHARD DE
CHARDIN, P., Les singularités de l’espèce humaine, Annales de Paléontologie, París, XLI (1955),
1-54. Sus reflexiones filosóficas sobre la antropogénesis, se publicaron después de su muerte
en 1955: TEILHARD DE CHARDIN, P., Le Phénomene Humain (Editions du Seuil, París, 1955); TEIL-
HARD DE CHARDIN, P., La Place de l’Homme dans la Nature (Editions du Seuil, París, 1963) (la
primera edición con el título original de Le group zoologique humain ou la place de l’Homme
dans la nature —structure et direction évolutives, Prefacio de Jean Piveteau. Editions Albin
Michel, París, 1956).
76
CHAUCHARD, P., El pensamiento científico de Teilhard de Chardin (Ediciones Península,
Barcelona, 1966), 83.
77
CHAUCHARD, P., op. cit., 257.
mundo que es una síntesis de las ciencias o hiperfísica constituyendo una cien-
cia humanista e integrada, incluyendo el conjunto de las ciencias; un plan
nuevo de la reflexión científica de espíritu filosófico, pero puramente cien-
tífico».
RESUMEN: Podemos encontrar en los escritos de Teilhard de Chardin muchos puntos de interés para
el diálogo hoy entre la ciencia y la religión. He seleccionado en este trabajo tres de ellos: su concep-
ción de la ciencia, de la materia y de la evolución humana. El primero se centra en su gran estima por
la ciencia y su papel en la historia humana. La ciencia para él representa la línea a lo largo de la cual la
evolución progresa a nivel humano. La ciencia sobrepasa su función específica y además prepara al
hombre para encontrar los más profundos y escondidos significados de la realidad. Esta concepción
de la ciencia puede servir de punto de partida en el diálogo entre ciencia y religión, ya que reconoce
las potencialidades de la ciencia para ser interpretada en términos religiosos. La segunda es su con-
cepción de la materia que supera toda dualidad entre materia y espíritu. La materia para Teilhard tiene
un dinamismo interno que la conduce hacia el espíritu a través del proceso de evolución cósmica. La
tercera es su concepción de la evolución humana que la sitúa dentro de la evolución cósmica. En ella
la consciencia humana progresa en la línea de un incremento cada vez mayor de unidad hasta con-
verger en el Punto Omega, donde encuentra su perfeccionamiento definitivo.
PALABRAS CLAVE: Diálogo ciencia-religión, Teihard de Chardin, ciencia, progreso, Materia-espíritu,
complejidad, evolución, convergencia, conciencia, socialización, globalización.
INTRODUCCIÓN
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 61 (2005), núm. 230, pp. 209-229
210 A. UDÍAS, TEILHARD DE CHARDIN Y EL DIÁLOGO ACTUAL ENTRE CIENCIA Y RELIGIÓN
1
Las obras completas en francés están publicadas en 13 tomos por Éditions de Seuil,
Paris: I. Le phénomène humain (1955); II. L’Apparition de l’Homme (1956); III, La Vision de
passé (1957); IV. Le Milieu divin (1957); V. L’Avenir de l’Homme (1959); VI. L’Énergie humain
(1962); VII. L’Activation de la énergie (1963); VIII. La Place de l’homme dans la nature (1963);
IX. Science et Christ (1965); X. Comment je crois (1969); XI. Les Directions de l’avenir (1973);
XII. Écrits du temps de la guerre (1916-1919) (1976); XIII. Le Coeur de la matière (1976). Sus
cartas han sido publicadas por diversas editoriales en 10 tomos, algunas de los más intere-
santes son: Lettres d’Égypte (Aubier-Montagne, 1963); Lettres de Hasting et de Paris (1908-1914)
(Aubier-Montagne, 1965); Genèse de un pensée, Lettres (1914-1919) (Grasset, 1961); Lettres inti-
mes à Auguste Valensin, Bruno de Solages, Henri de Lubac (Aubier-Montagne, 1974); Lettres de
voyage (1923-1955) (Grasset, 1961); Lettres inédits à l’abbé Gaudefroy et à l’abbé Breuil (Rocher,
1988). Además se ha publicado parte de su diario, Journal, tome 1 (1915-1919) (Fayard, 1975),
las notas de sus retiros, Notes de retraites (1919-1954) (Seuil, 2003) y otros textos cortos como
Hymne de l’Univers (Seuil, 1961). En español se publicaron entre 1957 y 1966 los tomos I al
VII y XII (Taurus, Madrid) y en 2001 el tomo XIII (Sal Terrae, Santander). Taurus también
ha publicado cuatro tomos de cartas: Cartas de viaje (1957); Nuevas cartas de viaje (1960);
Génesis de un pensamiento (1963) y Cartas de Egipto (1967), y Desclée de Brouwer (Bilbao),
Cartas íntimas de Teilhard de Chardin (1974). Recientemente se ha vuelto a publicar El Medio
Divino (Alianza, Madrid, 1989) y El Himno del Universo (Trotta, Madrid, 1996).
2
Una bibliografía muy extensa de libros y artículos sobre Teilhard se puede encontrar
en POLGAR, L., Bibliographie sur l’histoire de la Compagnie de Jésus (1901-1980), vols. I-IV, Archi-
vum Historicum Societatis Jesu, Rome, 1990 (tomo III, 359-563).
3
Entre ellos se pueden destacar los siguientes: CRESPY, P., La pensée théologique de Teil-
hard de Chardin, Éditions Universitaires, Paris, 1961; DE LUBAC, H., La pensée religieuse du Père
Pierre Teilhard de Chardin, Aubier, Paris, 1962; RIDEAU, E., La pensée du Père Teilhard de Char-
din, Éditions du Seuil, Paris, 1965; CHAUCHARD, P., La pensée scientifique de Teilhard, Éditions
Universitaires, Paris, 1965.
4
Algunas obras que tratan de la mística de Teilhard son: el primero y ya clásico, MOO-
NEY, C. F., Teilhard de Chardin and the mystery of Christ, Doubleday-Image, Garden City, N.Y.,
1968, y los más recientes de KING, T. M., The way of the Christian mystics: Teilhard de Chardin,
Michael Glazier, Wilmington, 1988; HÉRONNIÈRE, E. DE LA, Teilhard de Chardin, une mystique
de la traversée, Albin Michel, París. 2003.
5
En las notas de un retiro en 1951 exponía el fundamento de su ortodoxia en la forma:
«El hombre en flecha, Cristo histórico resucitado a la cabeza, el catolicismo como eje de pan-
convergencia; en este triple signo ¿cómo no reconocer que mi curso es ortodoxo u “ortodro-
mo”?» (Notes de retraites, 322). «Ortodromo» es un neologismo creado por Teilhard para refe-
rirse a su curso o trayectoria recta.
6
En especial estos se encuentran en el documento sobre la Iglesia en el Mundo, Gau-
dium et Spes. En el se valora el esfuerzo humano en sí mismo, el papel de la ciencia y la téc-
nica en el progreso humano y la obra misma de los hombres.
7
Tres de los autores más representativos en el moderno diálogo entre ciencia y religión
son Ian Babour, John Polkinghorne y Arthur Peacocke. De ellos las obras más representativas
son: BABOUR, I. G., Religion in an age of science, SCM Press, Londres, 1990; POLKINGHORNE, J.,
Faith, science and understanding, Yale University Press, Londres, 2000; PEACOCKE, A., Theology
for a scientific age, SCM Press, Londres, 1993.
8
Le Coeur de la Matière (El corazón de la materia), XIII, 19-92.
9
La vie cosmique (La vida cósmica), XII, 5.
10
La lista completa de sus ensayos contenidos en los 13 tomos de sus obras completas se
encuentra en XIII (Index bibliographique général), 225-236. Allí se encuentra también una lista
cronológica de sus ensayos de 1913 a 1955 (Chronologie général des oeuvres), XIII, 237-246.
11
Sur le valeur religieuse de la recherche (Sobre el valor religioso de la investigación), IX,
258-263.
12
Recherche, travail et adoration (Investigación, trabajo y adoración), IX, 281-289.
tados por la ciencia. De alguna manera, como ya lo intuía Teilhard, se puede decir
que la ciencia se ha convertido en la base de la vida humana. Escribiendo sobre
los problemas que pueden encontrar los jóvenes estudiantes jesuitas dedicados a
las ciencias, Teilhard se refiere explícitamente al conflicto entre ciencia y religión
y afirma que una solución de este problema requiere el replanteamiento del men-
saje cristiano a la luz de la ciencia, especialmente incorporando las ideas de la
evolución cósmica. Concluye el ensayo haciendo notar cómo los investigadores
científicos del presente se pueden considerar como la avanzadilla de una socie-
dad que progresa hacia nuevas formas de adoración. Esta consideración de la
investigación científica como una forma de adoración se repite a menudo en varios
de sus ensayos y solo se puede comprender a partir de la consideración de la acti-
vidad científica dentro del esquema evolutivo, como veremos más adelante, en el
que Dios aparece como motor y fin de la evolución y de su concepción de la pre-
sencia de Dios en el mundo. De esta forma Teilhard consideraba con optimismo
a la ciencia, como el verdadero motor del progreso humano. Más aún, la ciencia
no solo constituye, para él, la fuente de conocimientos y comprensión sobre el
universo, sino que se abre hacia formas más profundas de comprensión de la rea-
lidad, de forma que se puede decir que ella tiene en sí misma un carácter real-
mente religioso. Esto solo se puede entender desde su punto de vista, en el que se
da a la ciencia un sentido más amplio que el normalmente aceptado. En efecto,
para él la ciencia no se limita al conocimiento de la estructura y funcionamiento
del mundo material, sino que se extiende más allá de lo que generalmente consi-
deramos sus límites, para extenderse a todos los aspectos de la realidad en los que
entran también la dimensión espiritual y la trascendencia.
Para entender la posición sobre la ciencia de Teilhard tenemos que conside-
rarla en el contexto de su visión sobre la evolución humana y ésta, a su vez, como
parte de la evolución total cósmica. Aunque esto se explicará más detenidamente
en la próxima sección, ahora basta con anticipar que para Teilhard el universo
está en un estado de evolución cósmica de la que la evolución humana es una
parte integral. Ahora bien, para él una parte central de la evolución humana la
forma precisamente el trabajo científico. Así, la ciencia representa la línea por
la que la evolución progresa a nivel humano. Como la característica principal
de la visión evolucionista de Teilhard es la de su convergencia hacia su última
perfección a través del espíritu en lo que él llama el Punto Omega, que identifi-
ca con Dios, como se verá más adelante con mayor detalle, todo movimiento en
la dirección de convergencia del universo adquiere en sí mismo un carácter reli-
gioso. En un universo convergente, concebido de esta forma, la ciencia y la inves-
tigación científica tienen que ser vistas como cooperando a su consagración y
consumación en Dios, ya que éste es el punto convergente (Punto Omega) hacia
el que todo el universo progresa. Es en este sentido que Teilhard se refería a que
la ciencia, debido a su relación con el eje de convergencia del universo, adquie-
re en realidad un carácter místico 13. En otras palabras, en un universo en el que
13
La mystique de la science (La mística de la ciencia), VI, 202.
todo se dirige finalmente a una convergencia a través del espíritu hacia Dios,
tenemos que reconocer en la ciencia misma un profundo significado de «santi-
dad» y «comunión» 14. Con estas palabras de santidad y comunión, expresa Teil-
hard lo mismo a lo que se refiere con su carácter religioso y místico, es decir,
relacionado con el proceso evolutivo convergente hacia Dios. En un verdadero
sentido, para Teilhard el trabajo científico, que consiste en desarrollar por el
conocimiento nuestra conciencia del mundo, se convierte también en algo que
puede llamarse una operación sacerdotal, ya que consiste en una contribución
al progreso del mundo que está orientado últimamente hacia Dios 15. Esta es
para él la razón última del sentido religioso y místico de la ciencia. El esfuerzo
científico lleva a hacer progresar por la acción de los hombres un universo en
el que Dios mismo nos sale al encuentro y en el que es su último fin. Para él, por
lo tanto, la oposición entre ciencia y religión ya no puede tener sentido.
Teilhard dio aún un paso más en la línea de búsqueda de la comprensión del
significado de la ciencia y su relación con la religión, introduciendo desde la fe
cristiana el papel de Cristo en un universo convergente 16. Hay que recordar que
Teilhard, al considerar lo que el llama el «fenómeno cristiano» identifica a Jesu-
cristo como el Punto Omega de la evolución que se hace presente ya en el mundo.
Descubre así que, a través de la encarnación de Cristo, el mismo Polo de la con-
vergencia del universo se hizo presente en el verdadero corazón de la materia,
para atraer y llevar a su consumación todo el movimiento de la evolución. Para
él, en consecuencia, Cristo no es un extranjero en el mundo, sino el verdadero
Centro de su convergencia. Hacia Cristo y a través suyo, Luz y Vida del mundo,
por medio del trabajo y el esfuerzo humano se realiza la convergencia universal
por el espíritu 17. A través de su visión cósmica del papel que juega Cristo en la evo-
lución y que trataremos también en los dos siguientes secciones, Teilhard justifi-
ca más profundamente su visión religiosa de la ciencia. Él concibió el trabajo de
toda su vida como un esfuerzo por traer a Cristo al centro del universo y llevar el
universo hacia Cristo («universalizar» a Cristo y «cristificar» el universo) 18.
La comprensión de Teilhard de, tanto el papel de la ciencia como el asigna-
do por la fe cristiana a Cristo, y que él interpreta en el contexto del proceso de
la evolución, es fundamental para entender su posición sobre el carácter reli-
gioso de la ciencia. En este sentido la ciencia no solamente no se opone a la reli-
gión, sino que de alguna manera es una preparación para ella. En efecto, la cien-
cia prepara al hombre para encontrar el profundo sentido oculto de la realidad,
que para Teilhard está fundamentado en la convergencia de toda la evolución
finalmente hacia Dios. Una vez que nosotros aceptamos que nuestro universo
es un universo en convergencia hacia su unión con Dios, a través del camino de
14
La mystique de la science, VI, 222.
15
La mystique de la science, VI, 202.
16
Esto se encuentra desarrollado en el epílogo con título «Le phénomène chrétien» de
Le Phénomène humain (El fenómeno humano), I, 324-332.
17
Science et Christ ou analyse et synthèse (La ciencia y Cristo o análisis y síntesis), IX, 61.
18
Notes de retraites, 202.
21
HENDERSON, C. P., God and science. The death and rebirth of theism, John Knox Press,
New York, 1986.
22
Science et Christ ou analyse et synthèse, IX, 62.
23
La maitrise du Monde et le Règne de Dieu (El dominio del mundo y el Reino de Dios),
XII, 83.
24
Ver sobre las relaciones entre ciencia y religión y en concreto la de la mutua separa-
ción en BARBOUR, I. G., Religion in an age of science, SCM Press, Londres, 1990.
25
Steven Gould propone una mutua independencia de ciencia y religión bajo la formu-
lación de «magisterios no solapables» (non-overlaping magisteria). Para él la ciencia trata del
mundo y su funcionamiento y la religión sobre el sentido y la moralidad. Sin embargo, al final
de su obra acepta la posibilidad de un diálogo entre ellas. GOULD, S. T., Rocks of ages. Science
and religion in the fullness of life, Ballentine, Nueva York, 1999, 221-222.
26
Tomás de Aquino afirma que una idea falsa sobre el mundo lleva a una idea falsa sobre
Dios y puede apartar a los hombres de él, Summa contra Gentiles, lib. 2, cap. 3, 6.
27
Esta mutua necesidad de diálogo entre ciencia y religión se encuentra afirmada por la
mayoría de los autores que tocan estos temas y puede encontrarse en las obras citadas de Bar-
bour, Peacocke y Polkinghorne.
28
Babour, 1990, 7-9.
29
Le phénomène humain, I, 49-64.
la materia 30. Una vez aparecida la vida, ésta se desarrolla hacia formas cada vez
más complejas, desde los animales unicelulares a los mamíferos y dentro de
ellos a los primates, en los que el cerebro adquiere un mayor desarrollo en com-
plejidad. Como ya hemos dicho, a este incremento en complejidad correspon-
de un incremento en consciencia, y en consecuencia en un grado mayor de espi-
ritualidad. Los seres al evolucionar desde la materia inerte a la vida y más tarde
hacia grados cada vez mayores de consciencia, van creciendo en su dimensión
espiritual a medida que van avanzando a lo largo de la línea de una mayor com-
plejidad. Un paso nuevo se da con la aparición del hombre, en el que la cons-
ciencia está ya claramente desarrollada. Lo mismo que la aparición de la vida
creó la biosfera, la aparición de la consciencia desarrollada en el hombre crea
una nueva envoltura de la tierra, a la que él llamó la «noosfera» (Noosphère) 31.
De esta forma para asegurar la continuidad de la evolución, la consciencia, que
está presente de forma completa en el hombre, debe estar también en una cier-
ta forma primitiva en todos los seres materiales. Con esta continuidad de la evo-
lución, Teilhard no niega la existencia, también, de una discontinuidad entre la
vida y la materia inerte y entre el hombre y los otros animales, a la que se refie-
re como «discontinuidad de continuidad». La aparición de la biosfera y de la
noosfera son dos casos de procesos de emergencia, que forman una disconti-
nuidad en continuidad, con la aparición de la vida en el primero y de la cons-
ciencia en el segundo 32.
En uno de sus estudios sobre las formas de la materia, Teilhard elabora una
especie de jerarquía de formas en la materia en la que distingue siete grados o
niveles, de acuerdo con su posición en el movimiento ascendente hacia el espí-
ritu 33. Teilhard habla de una materia formal o concreta, al nivel más bajo, y de
una materia universal, total o relativa, a un nivel más alto y finalmente de la
materia liberada o resucitada, al nivel más alto de todos. Esta última forma de
materia esta ligada a la situación de la materia después de realizarse la conver-
gencia del universo en el Punto Omega. Estos niveles pueden considerarse como
escalones en el proceso de espiritualización de la materia o de otra forma, del
crecimiento de la dimensión espiritual dentro de la misma materia. Al nivel más
bajo se sitúa la materia más primitiva y al más alto la materia con el grado más
alto de espiritualización. Reconoce, sin embargo, que existen en realidad dos
movimientos o procesos básicos en la evolución de la materia, es decir, uno
hacia abajo en la dirección hacia la materia más primitiva y otro hacia arriba
en la dirección del espíritu, es decir, materialización y espiritualización (maté-
rialisation y spiritualisation) que están fuertemente ligados con las dos facies o
dimensiones (material y espiritual) de la misma realidad material. El primero
Noosfera (Noosphere), «por esta palabra designo la capa pensante formada por el esta-
31
34
La puissance spirituelle de la matière (El poder espiritual de la materia), XII, 467-478.
35
Le coeur de la matière, XIII, 45. Le phénomène spirituel (El fenómeno espiritual), VI,
117-139.
36
Le phénomène humain, I, 286-293 (La convergencia de lo personal y el Punto Omega).
ria, evolución irresistible, realidad siempre naciente… que nos obligas a perse-
guir siempre más lejos la Verdad», y finalmente como «Medio divino lleno de
poder creativo, océano agitado por el Espíritu, arcilla amasada y animada por
el Verbo encarnado» 37. Vemos aquí tres estadios de la materia: el primero lleno
de potencialidades todavía no definidas de la materia inerte, el segundo desa-
rrollando ya el movimiento evolutivo de la vida hacia el espíritu y el último, ins-
pirado por la fe cristiana, como vehículo del poder creador de Dios (que se iden-
tifica con el Punto Omega) y relacionada con el misterio de la encarnación de
Cristo (Verbo). De esta forma, la propuesta del materialismo científico en la que
la materia es la única realidad, que constituye la semilla del ateísmo, puede ser
superada, mostrando el interno dinamismo hacia el espíritu de la misma mate-
ria, en el esquema general de una evolución convergente en la que el final últi-
mo es Dios mismo.
Desde el punto de vista de Teilhard, la naturaleza de la materia conocida por
la ciencia es en sí misma incompleta, ya que no puede explicar su evolución
hacia una mayor complejidad y consciencia, que encuentra su expresión com-
pleta en el hombre. El esquema reduccionista de la ciencia, que empieza con
los elementos más simples para explicar exclusivamente en sus términos la natu-
raleza de los sistemas más complejos, no explica del todo la emergencia de la
vida y la consciencia. Hoy en día se proponen, desde diversos puntos de vista,
enfoques mas «holísticos» (palabra derivada del griego holos: todo) en los que
la consideración de la naturaleza de un sistema como un todo influye en la com-
prensión de sus partes más sencillas y se reconoce que el todo es más que la sim-
ple suma de sus partes. Teilhard sigue este tipo de enfoque, al considerar que la
vida y la consciencia iluminan la naturaleza misma de la materia. Así no intro-
duce un principio dualista para explicar la consciencia (espíritu), sino que al
contrario pone en la misma materia la capacidad de poder evolucionar hacia el
espíritu. La consciencia es para él, de hecho, una dimensión de la materia que
está vinculada a su complejidad. Al volverse la materia más y más compleja y,
por lo tanto, también más centrada (unidades que integran más elementos), van
apareciendo niveles de consciencia cada vez mayores. Al mismo tiempo, la cons-
ciencia constituye lo que podemos llamar la dimensión espiritual que de algún
modo está presente ya, de acuerdo con su grado de complejidad, en todo ser
material. En conclusión, para Teilhard, materia y espíritu no son dos realida-
des opuestas o distintas, sino dos dimensiones de una misma realidad. Esta con-
cepción de la realidad materia-espíritu no se puede entender fuera de la idea de
la existencia de una evolución en la línea hacia una mayor consciencia o dimen-
sión espiritual, y finalmente hacia un punto común de convergencia, atraída por
el super-consciente y super-espiritual Punto Omega hacia el que todo tiende.
Este último punto es el más problemático, pero es esencial para la comprensión
de todo el edificio del pensamiento teilhardiano. Todas las potencialidades de
la materia dependen finalmente de la estructura dinámica total de la realidad,
37
Le coeur de la matière, XIII, 75-91.
LA CONVERGENCIA HUMANA
38
Una postura de este tipo es la del físico teórico y premio Nobel Steven Weinberg, quien
afirma: «Cuanto más comprensible parece el Universo, tanto más sin sentido parece también».
Los tres primeros minutos del universo, Alianza, Madrid, 2000, 132.
39
Le phénomène humain, I, 286-293.
40
Le phénomène humain, I, 326-328.
41
Réflexion sur le progrès (Reflexión sobre el progreso), V, 85-106.
42
La grande option (La gran opción), V, 57-80.
43
Un grand événement qui se dessine: la planétisation Humain (Un gran suceso que se pre-
cisa: la planetización humana), V, 159-175.
44
L’énergie humain (La energía humana), VI, 180-192.
45
Le sense humain (El sentido humano), XI, 21-44.
46
Le phénomène humain, I, 324-332 (El fenómeno cristiano).
47
Le Christique (Lo Crístico), XIII, 93-117.
48
La vie cosmique (La vida cósmica), XII, 67.
49
Entre los teólogos que defendieron esta opinión se encuentran Alberto Magno, Duns
Scoto, Francisco Suárez y Francisco de Sales. Fray Luis de León recoge también esta opinión:
«Este universo todo, cuan grande y cuan hermoso es, lo hizo Dios para fin de hacer hombre
a su Hijo, y para producir a luz este único y divino Fruto, que es Cristo». FRAY LUIS DE LEÓN,
De los nombres de Cristo, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1941, 63.
50
Le Christique, 3, L’Univers Christifié (El universo cristificado), XIII, 105-111.
CONCLUSIÓN
51
El término «aldea global» (global village) fue usado por primera vez por Marshal
McLuhan en 1964. «Hoy después de más de un siglo de tecnología eléctrica, hemos extendi-
do nuestro sistema nervioso central en un abrazo global, aboliendo el espacio y el tiempo en
cuanto concierne a nuestro planeta… El tiempo ha cesado, el espacio se ha desvanecido, vivi-
mos ahora en una aldea global» (Understanding media, Mentor, Nueva York).
nos muchas intuiciones que pueden ser de gran ayuda. Hemos examinado muy
brevemente tres aspectos: La importancia que da a las ciencias como el princi-
pal componente del esfuerzo humano que adquiere en sí mismo un carácter reli-
giosos, su concepto abierto de materia que incluye la dimensión espiritual y la
convergencia del proceso de la evolución a través de la unidad de la humani-
dad. Aunque Teilhard dirige su propuesta a todos los hombres de buena volun-
tad y toma su punto de partida de lo que la ciencia nos descubre hoy sobre nues-
tro universo en evolución, en su obra se realiza una síntesis con el pensamiento
religioso. En efecto Dios está para él presente en el horizonte de ambas la cien-
cia y la religión, indicando con ello que una convergencia entre las dos es posi-
ble. De esta forma, insiste en la necesidad de que el pensamiento religioso acep-
te la imagen del universo en evolución presentada por la ciencia moderna. Esto
puede implicar cambios serios en algunas formulaciones del pensamiento reli-
gioso, pero que son necesarios para mantener abierto el diálogo entre ciencia y
religión. Hemos visto dos de las propuestas de Teilhard que pueden tener reper-
cusiones en el pensamiento religioso como son su nuevo concepto de materia
que incluye la dimensión espiritual y la convergencia a nivel humano de la evo-
lución a través de un proceso de unificación. Este último punto abre también
de una manera especial un diálogo con la fe cristiana sobre el papel de Cristo
en un universo evolutivo.
RESUMEN: El científico Teilhard de Chardin fue un filósofo, malgré lui, Sin embargo, su Biofilosofía no
ha sido muy estudiada. Tres días antes de su muerte Teilhard sintetizó su credo: Cosmos = Cosmo-
génesis = Biogénesis = Noogénesis = Cristogénesis. Ahí están sus grandes intuiciones que él se esfor-
zó en aclarar en sus escritos. La vida sobre la Tierra es una propiedad de la materia organizada y supo-
ne una evolución química prebiológica. El grano elemental de la vida es la célula, como el átomo lo es
de la materia. Los primeros organismos simples (procariotes) tendieron a unirse formando por simbio-
sis las células más complejas (eucariotes). Estas células forman agregados de complejidad creciente
por una tensión interna o movimientos elementales de la vida: reproducción, multiplicación, renova-
ción, conjugación asociación y actividad dirigida. Como hay una atracción de las masas hay una gra-
vedad de la complejidad, que define una línea ascendente desde las bacterias al hombre llamada: orto-
génesis de fondo. En toda realidad hay un interior o consciencia, creciente con la complejidad,
consecuentemente la biogénesis conduce a la antropogénesis.
PALABRAS CLAVE: biofilosofía, biogénesis, evolución, ortogénesis, sistema, célula, simbiosis, com-
plejidad, consciencia, ley complejidad-consciencia.
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 61 (2005), núm. 230, pp. 231-252
232 I. NÚÑEZ DE CASTRO, LA BIOFILOSOFÍA DE TEILHARD DE CHARDIN
nocía así mismo más como un hijo de la Tierra, que como un hijo del cielo 2,
había recorrido el largo camino del Fenómeno Humano y del Medio Divino, para
poder terminar diciendo: «Puede la Tierra asirme con sus brazos gigantes. (…)
Ya no me perturban los encantos de la Tierra desde que, para mí, se ha hecho,
allende de ella misma, cuerpo de Aquel que es y de Aquel que viene» 3. La muer-
te para Teilhard era el momento culminante de la vida. Estas palabras suyas
pueden acercarnos a cómo él mismo vivió el momento de su muerte: «La Muer-
te es la encargada de practicar hasta el fondo de nosotros mismos la abertura
requerida. Nos hará experimentar la disociación esperada. Nos pondrá en el
estado orgánico que se requiere para que penetre en nosotros el Fuego divino.
Y así su poder nefasto de descomponer y disolver se hallará puesto al servicio
de la más sublime de las operaciones de la Vida» 4.
La Vida, la vamos a encontrar en la obra teilhardiana, hipostatizada y siempre
escrita con mayúscula. Teilhard de Chardin no fue un biólogo experimental, sino
un paleontólogo, como ha subrayado en este mismo número monográfico de Pen-
samiento Leandro Sequeiros. Sin embargo, como él mismo escribe en su peque-
ño tratado de madurez, terminado en París en enero de 1950, El grupo zoológico
humano: «El hombre es una parte de la Vida, y (tal es propiamente la tesis soste-
nida a lo largo de estas páginas) es incluso la parte más característica, la más polar,
la más viva de la Vida» 5. Para Teilhard era imposible bucear en el pasado para
abrirnos a futuro, sin estudiar «el puesto que la Vida ocupa en el universo» 6. Por
eso Teilhard sin ser un biólogo de profesión, sin querer hacer Metabiología, y
mucho menos Metafísica, su intento era hacer una Hiperfísica 7, llegó a construir
a su pesar, una Biofilosofía o una Filosofía Natural de la vida 8. Estas páginas en
2
TEILHARD DE CHARDIN, P., Hymne de l’Univers (Éditions du Seuil, Paris, 1961), 24. La
expresión era muy querida por él y la encontramos también en su obra Como yo creo (Tau-
rus, Madrid, 1970), 105: «Por educación y formación intelectual, pertenezco a los hijos del
Cielo. Pero por temperamento y por estudios profesionales soy un hijo de la Tierra».
3
TEILHARD DE CHARDIN, P., El medio Divino (2.ª ed., Taurus, Madrid, 1962), 185. De ahora
en adelante será citada esta obra como MD.
4
MD, 89.
5
TEILHARD DE CHARDIN, P., El grupo zoológico humano (5.ª ed., Taurus, Madrid, 1967), 21.
De ahora en adelante será citada como GZH.
6
GZH, Ibidem.
7
«Se verá que es imposible intentar una interpretación científica general del Universo
sin que deje traslucir la intención de querer explicarlo hasta el último extremo. Pero basta con
que miréis desde más cerca y os daréis cuenta de que esta “Hiperfísica” no es todavía una
Metafísica». TEILHARD DE CHARDIN, P., El fenómeno humano (5.ª ed., Taurus, Madrid, 1971), 40.
De ahora en adelante será citada como FH.
8
La Filosofía de la vida ha sido considerada como una parte de la Filosofía Natural.
Michael Ruse define muy claramente qué entendemos por Filosofía de la vida: «En conclu-
sión hay muchas cosas que la filosofía de la vida debe ser. Un filósofo debe descubrir, expli-
car y posiblemente resolver problemas en biología teórica y en su metodología. Debe poder
comunicar sus resultados a otros filósofos, científicos y especialmente a biólogos. Debe mos-
trar qué consecuencias tienen los fenómenos y teorías biológicas para otras ciencias y para la
filosofía o qué consecuencias tienen para la Biología otras ciencias e incluso la Filosofía».
RUSE, M., David Hull through two decades en What the Philosophy of Biology is, RUSE, M., Ed.
(Kluwer Academic Publishers, Dordrecht, 1989), 1.
9
NÚÑEZ DE CASTRO, I., Respeto a la vida humana y su integridad personal: V Congreso
Nacional de Reales Academias de Medicina (Sucesores de Nogués, Murcia, 1989), 85-93.
10
«Última página del diario», TEILHARD DE CHARDIN, PIERRE, El corazón de la materia (Sal
Térrea, Santander, 2002), 108-109; COLOMER, E., «Teilhard de Chardin: Evolución y cristia-
nismo», en: CRUSAFONT, M. - MELÉNDEZ, B. - AGUIRRE, E., La evolución (Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid, 1966), 889.
11
GZH, 21.
12
FH, 361.
13
TEILHARD DE CHARDIN, P., El corazón de la materia, p. 18.
14
Citado por COLOMER, E., op. cit., 863. Véase también: CUÉNOT, C., Teilhard de Chardin,
(Éditions du Seuil, Paris, 1963), 117.
15
En Teilhard el término génesis significa: proceso orientado de naturaleza general con-
vergente: «Creo que, en las discusiones, se introduce a veces una confusión entre “evolución”
(en el sentido genérico) y “génesis”. La evolución puede ser (hablando abstractamente) inde-
finida, o periódica, o quolibet… La génesis es una evolución dirigida hacia un punto de con-
sumación; en ella la “fijeza” se sintetiza con el movimiento» (Carta de Teilhard a T. V. Fle-
ming, S.J., Nueva York, 18 de mayo de 1954, en The Heythrop Journal, enero de 1965, p. 42)
en CUÉNOT, C., Nuevo léxico de Teilhard de Chardin (Taurus, Madrid, 1970), 140.
16
TEILHARD DE CHARDIN, P., «El Dios de la Evolución», en Como yo creo (Taurus, Madrid,
1970), 263-270.
17
KÜNG, H., ¿Existe Dios? Respuesta al Problema de Dios en nuestro tiempo (Ediciones
Cristiandad, Madrid, 1979), 249-250. La cursiva es nuestra.
18
FH, 73. La Previda la define Cuénot como: «Fase evolutiva que precede y prepara la
emergencia de la vida, en la que la materia, en cuanto potencia vital y espiritual, no se halla
aún actualizada. Noción que pone de relieve las transiciones continuas entre las estructuras
de la materia inorgánica y las de la materia organizada, sin negar por ello el umbral discon-
tinuo de emergencia de la vida». CUÉNOT, C., Nuevo léxico de Teilhard de Chardin, p. 244.
19
John Bourdon Sauderson Haldane, biólogo británico nacido en Oxford, Catedrático
de Bioquímica y Biometría en el University College de Londres, en 1930 ingresó en el Parti-
do Comunista. Sus escritos están teñidos de marxismo al que consideraba el sistema filosófi-
co más científico. Con motivo de los ataques a Lysenko se separó del partido y de su ideolo-
gía. Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, Suplemento Anual 1963-1964
(Espasa-Calpe, Madrid-Barcelona, 1968), 271.
20
Alexander I. Oparin pasa ser por uno de los padres de la Biología de la Unión Soviéti-
ca. El oparinismo ha sido considerado hasta casi nuestros días como el paradigma único para
explicar el origen de la vida sobre el planeta Tierra. Hoy existen otros paradigmas alternati-
vos. Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo Americana, Suplemento Anual 1977-1978 (Espa-
sa-Calpe, Madrid-Barcelona, 1968), 162.
21
DIKERSON, R. E., La evolución química y el origen de la vida, Investigación y Ciencia,
Sientific American (noviembre, 1978), 75.
22
«Cronología establecida por Marie-Louise Auboux», en Pierre Teilhard de Chardin. Imá-
genes y Palabras, op. cit., pp. 216-222.
23
FH, 73-74.
24
OPARIN, A. I., The origen of life (Dover, New York, 1936).
25
OPARIN, A., El origen y la evolución de la vida (Editorial Curie, Buenos Aires, 1968). Veáse
también: ORÓ, J., «Origen y evolución de la vida», en Nuestros orígenes: el Universo, la Vida, el
Hombre, A. FERNÁNDEZ-RAÑADA (Ed.) (Fundación Ramón Areces, Madrid, 1991), 169-199.
26
«El método fenomenológico es un procedimiento especial de conocimiento. Esencial-
mente consiste en una visión intelectual basándose en una intuición. Esta intuición se refie-
re a lo dado; la regla principal de la fenomenología reza así: “hacia las cosas mismas, enten-
diéndose por cosas lo dado”. Esto requiere, ante todo, una triple eliminación o “reducción”,
llamada epoché». BOCHENSKI, I. M., Los métodos del pensamiento (14.ª ed., Ediciones Rialp,
Madrid, 1981), 40. FAESSLER, M., Génèse et structure de la phénoménologie teilhardienne: Étu-
des Teilhardiennes 4/5 (1971-1972) 19-89.
27
FH, 43.
28
FH, 45-46.
29
FH, 58.
30
GZH, 24.
31
FH, 58.
32
FH, 59.
33
FH, 60.
34
FH, 61. Más adelante Teilhard explica lo que entiende por duración o tiempo orgáni-
co: «Aquello que constituye y clasifica a un hombre como “moderno” es el hecho haber sido
Para Teilhard de Chardin la vida «no es otra cosa, para la experiencia cien-
tífica, que un efecto específico (el efecto específico de la Materia complejifica-
da: propiedad coextensiva en sí misma a la Materia cósmica entera, pero sólo
aprehensible para nuestra visión allí donde (…) la complejidad supera un deter-
minado valor crítico» 39. La vida para Teilhard no será una anomalía inexpli-
cable, es la creación racionalmente esperada de una involución o enrollamiento
cósmicos. Muchos científicos contemporáneos o posteriores a Teilhard de Char-
din, creyentes o agnósticos, han optado por concebir la vida en términos cós-
micos como una gran excepción 40. Quizá una de las voces que más duramen-
te ha criticado a Teilhard ha sido la de su compatriota Jacques Monod, Biólogo
Molecular y premio Nobel, en su monografía El azar y la necesidad. Para Monod
capaz de ser sensible a la percepción, no ya del Espacio, no ya del Tiempo, sino de la Dura-
ción, o lo que viene a ser lo mismo, del Espacio-tiempo biológico y es también el de hallarse,
como consecuencia, incapaz de percibir nada de otra manera diferente, nada, empezando por
sí mismo». FH, 266.
35
FH, 58.
36
GZH, 46. La Bioesfera es definida por C. Cuénot como: «zona de vida no reflexiva que
se sitúa entre las esferas de lo inorgánico (litosfera, hidrosfera…) y la esfera psíquica (noos-
fera). Esta zona es la sede de propiedades físicas perfectamente determinadas y que consti-
tuyen una potencia común de desarrollo orgánico (sin confundirla con el sentido de Suess y
Vernadsky, que designa una zona puramente local, sin estructura de conjunto y sin propie-
dades específicas». CUÉNOT, C., Nuevo léxico de Teilhard de Chardin, p. 68.
37
GZH, 22.
38
Ibidem.
39
GZH, 27-28.
40
A este respecto es interesante la cita de J. Jeans: «¿A qué puede reducirse la vida? A
una evidente decadencia accidental en un mundo que bajo ningún respecto ha sido hecho
para ella. (…) El universo es indiferente (si no decididamente hostil) a cualquier género de
vida». Citado por KENNEY, W. H., El fenómeno humano de Teilhard de Chardin. Guía para el
lector (Sal Terrae, Santander, 1973), 77.
41
MONOD, J., Le hasard et la nécessité. Essai sur la philosophie naturelle de la biologie moder-
ne (Éditions du Seuil, Paris, 1970), 225.
42
MONOD, J., op. cit., 49.
43
DE DUVE, C., Construire une cellule: essai sur la nature et l’origine de la vie (Inter-Edi-
tions, De Boeck-Wesmael, Paris-Bruxelles, 1990).
44
«La mayor parte del libro, lo mostraré, no tiene sentido, adornado con una variedad
de conceptos metafísicos, y se le puede excusar al autor de deshonestidad solamente por el
hecho de que engañando a otros él ha soportado gran sufrimiento al engañarse a sí mismo».
El mismo Medawar en una conversación autobiográfica sobre su vida en la ciencia, confiesa
que se indignó con el pobre Teilhard de Chardin. MEDAWAR, P., La amenaza y la gloria. Refle-
xiones sobre la ciencia y los científicos, compilación de D. PYKE (Gedisa Editorial, Barcelona,
1993), 26. La recensión completa de Medawar puede encontrarse en: http://cscs.umich.edu/~
crshalizi/Medawar/phenomenon-of-man.html
45
NÚÑEZ DE CASTRO, I., «Evolución y sentido en la correspondencia de Theodosius
Dobzhansky», en La Nueva Alianza de las Ciencias y la Filosofía, A. BLANCH (Ed.) (Universidad
Pontificia Comillas, Madrid, 2001), 109-114. La correspondencia fue publicada por GREENE,
J. - RUSE, M., On the Nature of the evolutionary process: The correspondence between Theodo-
sius Dobzhansky and John C. Greene, Biology and Philosophy, 11 (1996), 445-491.
46
GZH, 23.
47
FH, 57.
48
GZH, 27.
49
GZH, 28.
50
CUÉNOT, C., Nuevo léxico de Teilhard de Chardin, p. 77.
51
FH, 59.
52
NÚÑEZ DE CASTRO, I., Categorías del discurso biológico en Evolucionismo y cultura, E. DOU
(Ed.) (Mensajero, Bilbao, 1983), 17-55.
53
Biota: definida por el mismo Teilhard: «Entiendo por tal una agrupación vertici-
lar cuyos elementos, no sólo se encuentran emparentados por nacimiento, sino que tam-
bién se sostienen y se completan mutuamente en el esfuerzo por subsistir y propagarse».
FH, 151.
54
FH, 137.
nuum filético 55, se va concretando a través del tiempo en las innumerables mani-
festaciones del reino vegetal y del reino animal.
55
«Sin embargo, por encima de esta defensa de la independencia de los sistemas, existe
una tal proteicidad de los mismos en su continuum filético, que la máquina se desdibuja en
su individualización para convertirse en un complejo en continua transformación». CRUSAFONT
PAIRÓ, M., El fenómeno vital (Editorial Labor, Barcelona, 1972), 81-82.
56
La teoría celular propuesta en 1839 por Th. Schwann en su tratado Las investigacio-
nes microscópicas sobre la coincidencia en la estructura de los animales y plantas, sigue toda-
vía vigente y ha sido confirmada en todos los organismos vivos. Véase: RADL, E. M., Historia
de las ideas biológicas. Desde Lamarck y Cuvier, tomo 2 (Alianza Editorial, Madrid, 1988), 66-
70. Puede verse: ALBARRACÍN TEULÓN, A., La teoría celular. Historia de un paradigma (Alianza
Editorial, Madrid, 1983).
57
FH, 99.
58
La moderna Biología Celular fundida con la Biología Molecular y Bioinformática,
disciplinas que Teilhard no pudo conocer, encenderían el entusiasmo innato de Teilhard de
Chardin.
59
FH, 101.
60
Debe advertirse que para Teilhard de Chardin la trama del universo es una trama doble:
«el ser concreto en que se halla constituido el cosmos y que no se confunde con la materia, ya
que representa lo mismo un “interior” (la consciencia) que un “exterior“ (la materia). Es el
espíritu-materia lo que constituye la trama del universo evolutivo y cuya unidad no se rompe
ni por molecularización ni por los umbrales». CUÉNOT, C., Nuevo léxico de Teilhard de Chardin,
p. 288. Es la formulación de la ley, universal para Teilhard, de complejidad-conciencia. Dicho
de otra manera: «coextensivo con su exterior hay un interior de las cosas». FH, 73.
61
«Me he de referir constantemente en todo lo que sigue (…) al eje cósmico, a la vez de
ordenación física y de interiorización psíquica, manifestado por esta deriva u ortogénesis de
fondo (…). Eje de complejidad-consciencia le denominaré». CUÉNOT, C., Nuevo léxico de Teilhard
de Chardin, p. 78. Más adelante nos referiremos al concepto teilhardino de «ortogénesis de
fondo».
62
GZH, 37.
63
CUÉNOT, C., Nuevo léxico de Teilhard de Chardin, p. 165.
64
FH, 109.
65
Ibidem.
66
«Realización externa de un tipo esencialmente nuevo de agrupación corpuscular que
permite la organización más flexible y mejor centrada de un número ilimitado de sustancias
74
Según H. Bergson, «el evolucionismo no se explica por factores mecánicos como pre-
tenden los darvinianos o neo darvinianos. Hay que recurrir a una causa de orden psicológi-
co, como han propuesto algunos neolamarckianos. Se parte así de un impulso original (élan
originel de la vida)». Entrada élan vital en FERRATER MORA, J., Diccionario de Filosofía (Edito-
rial Ariel, Barcelona, 1994), 984. Para un estudio sobre Bergson y la finalidad puede leerse a
GILSON, E., De Aristóteles a Darwin (y vuelta), EUNSA, Pamplona, 1976), 207-236.
75
GZH, 46.
76
GZH, 47.
77
MARGULIS, L. - SAGAN, D., Microcosmos. Cuatro mil años de evolución desde nuestros
ancestros microbianos (2.ª ed., Tusquets Editores, Barcelona, 2001), 131-132.
78
Ibidem, 133.
79
GZH, 47. La cursiva es nuestra.
80
GZH, 52.
81
«A partir de la Vida, por el contrario (y justamente acaso, en razón de la asombrosa
complejidad ascendente de los edificios a ensamblar), el esfuerzo de construcción se divide y
se extiende, a la vez, en el espacio y en el tiempo. Por una parte, gracias al “truco” sorpren-
dente de la reproducción, el corpúsculo se transforma en populación, con multiplicación de
los efectos de tanteos y de oportunidades. Y, por otra parte, simultáneamente, se estira en
cadenas, con arreglo a las cuales pueden ensayarse los acrecentamientos eventuales de com-
plejidad, traídos y asimilados, uno a uno, en una flexibilidad continuamente renovada. La
complejificación, que era individual en la pre-Vida se ha hecho lineal; este simple cambio
desencadenó todas las complicaciones ramificantes de la génesis de las especies». TEILHARD DE
CHARDIN, P., La aparición del Hombre (Taurus, Madrid, 1958), 301. De ahora en adelante será
citado como AH.
82
BERGSON, H., Memoria y Vida. Textos escogidos por Pilles Deleuze (Alianza Editorial,
Madrid, 1977), 97.
83
CUÉNOT, C., Nuevo léxico de Teilhard de Chardin, p. 205.
84
TEILHARD DE CHARDIN, Carta de 16 de marzo de 1952, citado por CUÉNOT, C., Nuevo léxi-
co de Teilhard de Chardin, p. 206.
85
FH, 133.
para marcar y afirmar la propiedad manifiesta que la Materia viviente posee» 86.
Esa propiedad en términos teilhardianos no es sino el crecimiento constante de
centro-complejidad. A este ascenso de centro-complejidad, que anatómicamente
se manifiesta en la cerebralización, Teilhard de Chardin le ha llamado ortogé-
nesis de fondo 87, que impulsa a cualquier Materia hacia lo más complicado y lo
más consciente 88.
Teilhard es consciente de que el término ortogénesis es muy discutido entre
los biólogos. La correspondencia, anteriormente citada entre T. Dobzhansky y
J. Greene, es un ejemplo de ello. Teilhard va a distinguir entre ortogénesis pasi-
va u orto-selección y ortogénesis activa u orto-elección. Llegada la evolución al
hombre, «desde el hombre y en el hombre, la Evolución simple tiende gradual-
mente a trocarse en auto (o self) Evolución» 89.
En el pensamiento teilhardiano, por tanto, no tiene sentido el puro azar. El
azar ese encuentro fortuito de determinismos elementales que imita al acto
intencionado. La solución para Teilhard estará en el tanteo. «La técnica funda-
mental del Tanteo, ese arma específica e invencible de toda multitud en expan-
sión» 90. El tanteo en el que se combinan la ley de los grandes números y la fina-
lidad hacia una meta pretendida; es lo que Teilhard de Chardin originalmente
ha llamado Azar dirigido: «llenarlo todo para ensayarlo todo. Ensayarlo todo
para llenarlo todo» 91.
86
Ibidem.
87
Cuénot la define como «deriva de complejidad-consciencia que se manifiesta a nivel
de la vida, por sistemas cada vez más complejos, en dirección de una cerebración máxima».
Nuevo léxico de Teilhard de Chardin, p. 207.
88
«Antes insistíamos sobre la ortogénesis general de corpusculización, sobre la “ortogé-
nesis de fondo” que, decíamos, lleva a toda la Materia hacia lo más complicado y lo más cons-
ciente. He aquí ahora en el caso de las sustancias vivas, una segunda deriva (una subderiva)
que se pergeña ya: la ortogénesis de especiación, orientada, con arreglo a un número de direc-
ciones diversas increíbles, hacia lo más diferenciado, bajo todas sus formas». AH, 304.
89
TEILHARD DE CHARDIN, P., «Nota sobre la realidad actual y el significado evolutivo de una
ortogénesis humana», en La visión del pasado (Taurus, Madrid, 1958), 327-336. De ahora en
adelante citaremos como VP.
90
FH, 135.
91
Ibidem.
lada» 92. Una vez más Teilhard personifica la vida y la hace sujeto de la inven-
ción de los movimientos elementales que llevan a la explosión de formas, a veces
tan fascinantes, de los organismos vivientes. Teilhard es consciente de esa hipos-
tatización y llega a exclamar: «La Vida, más real que las vidas» 93. Los movi-
mientos elementales o procedimientos de los que la vida se vale para llegar a
esa inmensa variedad serían, según Teilhard:
a) La reproducción.
b) La multiplicación.
c) La renovación.
d) La conjugación.
e) La asociación.
f) La aditividad dirigida.
92
FH, 127.
93
FH, 136.
94
FH, 128.
95
Ibidem.
96
FH, 129.
97
DAWKINS, R., El gen egoísta (Editorial Labor, Barcelona, 1979), 42.
98
GIRALDO, R., 50 años del descubrimiento de la doble hélice del DNA: Razón y Fe 248
(2003) 185-195. Tres artículos de la revista Nature podemos decir que fueron el punto de arran-
que de la nueva revolución: WATSON, J. D. - CRICK, F. H. C., A structure for deoxyribonucleic acid:
Nature 171 (1953) 737-738; WILKINS, M. H. F., et al., Molecular structure of deoxypentose nucleic
acids: Nature 171 (1953) 738-740, y FRANKLIN, R. E. - GOSLING, R. G., Molecular configuration
in sodium thymonucleate: Nature 171 (1953) 740-741. Pueden encontrarse copias facsímiles
de los tres artículos en Nature 421 (2003) 397-401.
99
NÚÑEZ DE CASTRO, I., «El Proyecto Genoma humano. Discurso bioquímico y discurso
antropológico», en La Fe interpelada. Jornadas de estudio y diálogo entre Profesores Universi-
tarios (Universidad Pontifica Comillas, Universidad Pontificia de Salamanca, Colegio Espa-
ñol San José de Roma, Departamento de Publicaciones, Universidad Pontificia Comillas,
Madrid, 1993), 29-48.
100
FH, 131.
101
FH, 132.
102
FH, 133.
103
FH, 134-137.
104
A pesar de que Teilhard sabía muy bien cuándo tenía que usar un discurso puramen-
te científico y cuándo hacía poesía, en su empeño de llegar a «ver el interior» de las cosas, más
de una vez usó un lenguaje que puede desconcertar a algunos. A este propósito dice Henri de
Lubac: «El Padre Teilhard se ha guardado muy bien de confundir los géneros literarios o las
disciplinas del saber, aunque como todos los espíritus que tienen algo nuevo que decir, haya
tenido su propia manera de distinguirlos y unirlos. Muy particularmente en El Fenómeno
humano, conociendo perfectamente los espejismos de que el lector de ese género de escritos
puede ser víctima, ha redoblado sus explicaciones para disiparlos». DE LUBAC, H., El pensa-
miento religioso de Teilhard de Chardin (Taurus, Madrid, 1967), 121.
dad positivista» 105, ni tampoco desde la racionalidad escolástica 106, lo que expli-
ca que muchas veces no haya satisfecho a científicos (hemos comentado las
duras críticas de Medawar y Monod) y a algunos filósofos y teólogos.
Es curioso observar que el mismo Teilhard fue consciente de ese cambio de
racionalidad y, por consiguiente, de discurso que es necesario para una com-
prensión global de su pensamiento. La clave está en el cambio de una concep-
ción de la realidad estática, piramidalmente jerarquizada, a una realidad en
devenir, en cambio continuo, en evolución. Cambio del concepto de sustancia
como soporte subyacente (sub-stare, estar debajo) del tejido de la realidad al
concepto de proceso. (Anteriormente hemos visto el paralelismo existente entre
Alfred N. Whitehead y Teilhard de Chardin que Hans Küng nos ha hecho notar).
De ahí que el concepto de evolución transcienda para Teilhard de Chardin el dis-
curso puramente biológico 107 y sea «la expresión particular en caso de la vida,
de la ley que condiciona todo nuestro conocimiento de lo sensible: no poder
comprender nada en el dominio de la materia, como no sea bajo formas de series
y conjuntos» 108.
Esta nueva racionalidad como muy bien ha expresado Ludwig von Berta-
lanffy en su Prefacio a edición revisada de su Teoría general de los sistemas: «En
comparación con el proceder analítico de la ciencia clásica, con resolución en
elementos componentes y causalidad lineal o unidireccional como categoría
básica, la investigación de totalidades organizadas de muchas variables requie-
re nuevas categorías de interacción, transacción, organización, teleología, etc.,
con lo cual surgen muchos problemas para la epistemología y los modelos y téc-
nicas matemáticos» 109, y más adelante: «De uno u otro modo estamos forzados
a vérnosla con complejidades, como “totalidades” o “sistemas”, en todo los cam-
pos del conocimiento. Esto implica una fundamental reorientación del pensa-
miento científico» 110. Esta nueva racionalidad supone un enfoque holístico de
todas las realidades, recordemos el totum que había intuido Teilhard de Char-
105
SKOLIMOWSKY, H., «Problemas de racionalidad en Biología», en Estudios sobre filoso-
fía de la Biología, F. J. AYALA - T. DOBZHANSKY (Eds.) (Ariel, Barcelona, 1983), 267-291.
106
A este respecto dice Eustaquio Guerrero: «¿Por qué es difícil? (…) 3.º Porque abunda
en ambigüedades de pensamiento y de expresión, como después mostraremos, y no es fácil
acertar con el verdadero sentido que pretendió el autor; y unos le atribuirán uno y otros otro».
GUERRERO, E., Teilhard de Chardin. Aspectos fundamentales de su obra (Studium Ediciones,
Madrid, 1969), 17.
107
«En nuestro Universo experimentalmente, todo nace, todo se establece y crece, por fases
sucesivas, todo, incluso el Todo. He aquí su esencia, lo que hoy vemos, y al parecer para siem-
pre, en el Mundo en torno a nosotros». (…) Ahora bien, cada vez más, toda la Física nuclear,
toda la Física astral, toda la Química, son ahora a su modo “evolutiva”. Y casi otro tanto lo son
la historia de la Civilización y la historia de las Ideas». TEILHARD DE CHARDIN, P., «Evolución de
la idea de evolución», en VP, 324.
108
TEILHARD DE CHARDIN, P., «Planteamiento actual del problema del transformismo», en
VP, 40.
109
VON BERTALANFFY, L., Teoría general de lo sistemas (Fondo de Cultura Económica, Madrid,
1976), xvi.
110
VON BERTALANFFY, L., op. cit., 3.
CONCLUSIONES
111
La obra La Méthode, de Edgar Morin (incluso en su grafía), está continuamente sal-
picada por esos bucles de términos y conceptos: «El pensamiento ecológico ha puesto en su
centro la idea de cadena y la idea de ciclo, pero aún no ha sido reconocido que la unión del
concepto de ciclo (ecológico) y de cadena (trófica) constituyen el concepto de bucle (eco-orga-
nizador)». MORIN, E., La Méthode. 2 La vie de la Vie (Éditions de Seuil, Paris, 1980), 29.
112
NÚÑEZ DE CASTRO, I., «¿Puede darse algún sentido en las ciencias biológicas?», en El
sentido del hombre en el Universo, A. BLANCH (Ed.) (Universidad Pontificia Comillas, Madrid,
1999), 37-60.
113
CAPRA, F., La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos (Editorial
Anagrama, Barcelona, 1998), 49. Es digno de notarse que a pesar de las analogías de pensa-
miento entre F. Capra y Teilhard de Chardin, éste no aparezca citado en la obra de Capra.
114
GZH, 13.
115
GÓMEZ CAFFARENA, J., «El lenguaje simbólico y su verdad», en Lenguajes científico, míti-
co y religioso, A. DOU (Ed.) (Biblioteca Fomento Social, Mensajero, Bilbao, 1980), 245.
116
En los tiempos de la guerra fue afianzándose en el pensamiento de Teilhard de Char-
din la intuición de la Noosfera: «Ha sido indudablemente, repito, la experiencia de la Guerra,
la que me hizo tomar conciencia de este don, o facultad —aún relativamente raro—, de per-
cibir sin verlas, la realidad y la organicidad de las magnitudes colectivas, y lo he desarrollado
como un sentido más» (…) No sólo no experimentaba ya dificultad alguna para comprender,
en cierto modo intuitivamente, la unidad orgánica de la membrana viva extendida como una
película sobre la superficie iluminada del astro que nos porta, sino que también, individuali-
zándose y destacándose poco a poco —como un aura luminosa— alrededor de la placa pro-
toplásmica sensible, comenzaba a surgir ante mí una última envoltura —envoltura ya no sólo
consciente, sino pensante—».TEILHARD DE CHARDIN, P., El corazón de la materia, p. 35. Fue des-
pués del primer viaje a China en 1927, Teilhard por simetría con la Biosfera de Suess habló
por primera vez de la Noosfera, expresión que a partir de ese momento hizo fortuna.
RESUMEN: El pensamiento filosófico latinoamericano, sobre todo a partir del momento de la emancipa-
ción política, se ha visto crónicamente asediado por la pregunta sobre su identidad dentro del panorama
filosófico universal, pregunta que encierra a su vez las de su legitimidad, autenticidad y originalidad. Si la
tendencia universalista se ha empeñado en seguir los parámetros de la filosofía europea, la línea ameri-
canista ha luchado por legitimar su pretensión de filosofar desde y sobre su específica circunstancia socio-
cultural. En el presente escrito se hace un recorrido de la historia del pensamiento filosófico latinoameri-
cano desde la óptica de esta problemática, siguiendo sobre todo la corriente americanista.
PALABRAS CLAVE: identidad, legitimidad, autenticidad, originalidad, universalista, americanista, filo-
sofía latinoamericana, positivismo, filosofía de la liberación.
1
Este trabajo remite al libro BEORLEGUI, C., Historia del pensamiento filosófico latino-
americano. Una búsqueda incesante de la identidad (Universidad de Deusto, Bilbao, 2004). Por
ello, las referencias bibliográficas aportadas en este escrito son sólo las imprescindibles.
2
En ZEA, L., Antología de la filosofía americana contemporánea (B. Costa-Amic Editor,
México, 1968), 5.
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 61 (2005), núm. 230, pp. 253-286
254 C. BEORLEGUI, PENSAMIENTO FILOSÓFICO LATINOAMERICANO
escribía cuarenta años después el filósofo mexicano Leopoldo Zea, era consi-
derado como un absurdo, y hasta un disparate, hablar, no sólo de la filosofía
latinoamericana, sino, inclusive, de la filosofía en Latinoamérica. Algo, al pare-
cer, común con España, en donde, también ha sido visto, con gesto desdeñoso,
el hablar de filosofía española o de filosofía en España. Sin embargo, el tiempo
ha cambiado esta situación» 3.
Como puede deducirse de estas dos citas (y de otras muchas que podríamos
traer a cuento), acercarse a reflexionar sobre la filosofía o el pensamiento filo-
sófico latinoamericano exige plantearse de entrada una serie de cuestiones pre-
vias, que van desde la legitimidad, la autenticidad y la originalidad de la filoso-
fía latinoamericana, hasta otras de tipo epistemológico y metodológico sobre
cómo acercarse a su estudio, puesto que no es evidente para todos, o no lo ha
sido hasta hace poco, que tenga sentido hablar de filosofía latinoamericana, o
de filosofía en América Latina. Supone dejar sentado, en primer lugar, que es
legítimo hablar de filosofías nacionales o regionales 4, no en el sentido de un nacio-
nalismo metafísico romántico (Volkesgeist, espíritu de los pueblos), sino en la
línea de dar por hecho la inevitable condición circunstanciada y perspectivísti-
ca de todo filosofar. Pero no siempre se ha pensado así. Se ha dado demasiado
fácilmente por sentado que filosofar es un producto exclusivo de la cultura euro-
pea, iniciado en Grecia y expandido después al resto de las demás naciones euro-
peas y occidentales. El resto de las demás culturas tendría que limitarse a imi-
tar y a repetir. Un ejemplo de este modo de ver las cosas sería la postura de
Derrida reflejada en sus reflexiones ante la obra Totalidad e infinito de E. Lévi-
nas 5, en la que critica el modo ontologista occidental de filosofar. Para el filó-
sofo deconstruccionista francés, «filosofar es filosofar en griego». Y, por tanto,
no queda al margen de ello más que el silencio o el ámbito poético y/o teológi-
co 6. En cambio, resulta evidente para el filósofo lituano que caben otras muchas
formas de filosofar al margen y más allá del ontologismo greco-occidental, abrien-
do una brecha en las pretensiones exclusivistas y universalistas de la filosofía
occidental 7. Está, pues, en juego en esta discusión el propio ser de la filosofía y
del filosofar. Si para los griegos filosofar fue sobre todo una pregunta por el ser
y por la naturaleza de las cosas, para el pensamiento de tradición judía la pre-
gunta primera es de índole ética, antes que ontológica y epistemológica. Esta es
la razón por la que la filosofía levinasiana tuvo tanta acogida en el entorno de
3
ZEA, L., Sentido de la filosofía en Latinoamérica: Revista de Occidente IV (1966), n.º 38,
206-217; 206.
4
Cfr. ABELLÁN, J. L., Historia crítica del pensamiento español (Espasa-Calpe, Madrid, 1973),
vol. I; BEORLEGUI, C., El problema de las filosofías nacionales: Información Filosófica (Revista
Internacional de Filosofìa y Ciencias Humanas: Revista digital, www.philosophica.org/if), II
(2003), n.º 1, 5-22.
5
Cfr. LÉVINAS, E., Totalidad e infinito (Sígueme, Salamanca, 1977).
6
Cfr. DERRIDA, J., «Violence et métaphysique», en L’Ecriture et la différence (París, 1967).
Trad. cast.: La escritura y la diferencia (Anthropos, Barcelona, 1989).
7
Cfr. LÉVINAS, E., De otro modo que ser o más allá de que esencia (Sígueme, Salamanca,
1987).
8
Cfr. MIRÓ QUESADA, F., Despertar y proyecto de la filosofía latinoamericana (FCE, Méxi-
co, 1974); VILLORO, L., ¿Es posible una comunidad filosófica iberoamericana?: Isegoría 18 (1998)
53-60.
9
Cfr. GUADARRAMA, P., ¿Qué historia de la filosofía se necesita en América Latina?: Revis-
ta de Hispanismo Filosófico 2 (1997) 5-19; CERUTTI GULDBERG, H., Hacia una metodología de la
historia de las ideas (filosóficas) en América Latina (Universidad de Guadalajara, México, 1986);
MAERK, J. - CABRIOLÉ, M. (Coords.), ¿Existe una epistemología latinoamericana? Construcción
del conocimiento en América Latina y el Caribe (Plaza y Valdés, México, 1999).
10
En mi libro citado, presento las posturas en relación a este tema de tres autores lati-
noamericanos: MIRÓ QUESADA, F., La historia de las ideas en América Latina y el problema de la
objetividad en el conocimiento histórico: Latinoamérica 7 (1974) 9-37; SÁNCHEZ-VÁZQUEZ, A., La
ideología de la «neutralidad ideológica» en las ciencias sociales, VV.AA., La filosofía y las cien-
cias sociales (Grijalbo, México, 1976), 287-313; ELLACURÍA, I., Función liberadora de la filosofía:
ECA 435-436 (1985) 45-64.
11
Cfr. CANAL-FEIJÓO, B., Alberdi. La proyección sistemática del espíritu de mayo (Losada,
Buenos Aires, 1966); FORNET-BETANCOURT, R., Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y la cuestión de
la filosofía americana: Cuadernos Salmantinos de Filosofía, XII (1985), 317-333; OLIVER, J. P.,
El verdadero Alberdi (Dictio, Buenos Aires, 1977).
12
Cfr. Obras Completas (Hachette, Buenos Aires, 1955, edic. de B. Canal-Feijóo), vol. I.
13
FORNET-BETANCOURT, R., o.c., p. 322.
14
Cfr. ALBERDI, J. B., Escritos póstumos (Cultura Argentina, Buenos Aires, 1915), vol. XV,
edición de José Nicolás Matienzo.
15
ALBERDI, J. B., Ideas..., México, 1978, p. 6.
16
Cfr. ZEA, L., El pensamiento latinoamericano (Ariel, Barcelona, 1976, 3.ª ed.).
17
Cfr. GARCÍA-BACCA, J. D., Antología del pensamiento filosófico venezolano (Ministerio de
Educación, Caracas, 1954-1964, 3 vols.); ÍD., Antología del pensamiento filosófico en Colombia,
de 1647 a 1761 (Imprenta Nacional, Bogotá, 1955).
18
Cfr. GARCÍA BACCA, J. D., Dos siglos de filosofía colonial en Venezuela (1638-1800): Revis-
ta Schell (Caracas) 5 (1956), n.º 21, 25-33.
ginal, advertido también por los recensionistas y censores de sus obras en Espa-
ña, al quedar admirados de la valía y profundidad que algunas de estas obras
mostraban.
No será hasta el siglo XX cuando de nuevo, y con más fuerza, brote en los pen-
sadores hispanoamericanos la preocupación y el deseo de filosofar no tanto
desde la óptica europea y norteamericana, sino de modo autóctono, con auten-
ticidad y originalidad. Así lo entienden y proponen, en el paso del siglo XIX al XX,
tanto el cubano José Martí como el uruguayo J. E. Rodó, este último autor de
Ariel 19, símbolo del inicio del desmarque de lo que el propio autor denomina la
nordomanía (admiración por los Estados Unidos) y de la recuperación de los
valores de la hispanidad. Se inicia, de este modo, una nueva reflexión sobre los
rasgos de la identidad de la América hispana, en contraste con los parámetros
seguidos durante el siglo que terminaba.
A partir de entonces, la discusión y reflexión en el ámbito filosófico consistirá
en ver cómo conjugar el conocimiento de la filosofía europea con la posibilidad
de un filosofar latinoamericano original y auténtico. Este empeño será la tarea
predominante de las primeras generaciones del siglo XX. Si la generación prime-
ra, denominada por Miró Quesada 20 de los patriarcas, se centró en superar el posi-
tivismo y adherirse a las nuevas filosofías europeas, como el historicismo, berg-
sonismo, etc., portadoras de nuevos aires renovadores, la generación siguiente, la
de los forjadores, tratará de dominar a fondo la historia de la filosofía europea,
para educar sobre ella en profundidad a sus discípulos, para que sean ellos los
que puedan realizar por fin una filosofía americana auténtica.
Y es la generación de mitad de siglo, con L. Zea y A. Salazar Bondy como
figuras más representativas, la que dará los primeros pasos en esta dirección,
aunque cada uno de ellos entenderá la tarea de forma muy diferente. Zea, orien-
tado y animado por su maestro, el transterrado español José Gaos, se volverá de
forma positiva hacia la historia del pensamiento filosófico hispanoamericano,
sobre todo el siglo XIX, consciente de que la consciencia de la identidad de una
cultura no puede hacerse de espaldas a su historia. En cambio, el peruano A.
Salazar Bondy partirá de planteamientos más radicales. Considera que la cul-
tura latinoamericana es una cultura dominada y sometida, y entiende, por ello,
que de tal situación no podrá salir nunca una filosofía auténtica. Sólo de una
cultura liberada cabe esperar una filosofía genuina y liberadora.
Estos dos planteamientos van a ser los dos referentes principales para la gene-
ración siguiente, la de la filosofía de la liberación (FL), corriente a la que tam-
bién se adscribirán tanto Zea como Salazar Bondy. Mientras algún sector de la
FL, como el liderado por Dussel y Scannone, coinciden con Salazar Bondy en
su radicalidad sobre el sentido de la FL como filosofía americana auténtica,
entendiendo que sólo haciendo tabla rasa con el pasado se podrán sentar las
bases de un filosofía auténtica y liberadora, el sector historicista, bajo la orien-
19
Dornaliche y Reyes, Montevideo, 1900; Cátedra, Madrid, 2000.
20
Cfr. MIRÓ QUESADA, F., Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano (FCE, México,
1974).
tación de Zea y de A. A. Roig, defenderán más bien una integración del pasado
con el presente, con la pretensión de hacer de la filosofía un momento ilumi-
nador y acompañante del proceso de liberación político y social de los pueblos
latinoamericanos.
Como puede verse, aunque los planteamientos teóricos sean distantes y no
coincidentes, el problema de fondo sí es en gran parte coincidente, y consistirá
en plantearse la identidad de lo latinoamericano y el tipo de filosofía que corres-
ponde a tal realidad. La filosofía latinoamericana, al menos en los dos siglos de
trayectoria de emancipación, ha tenido siempre una honda preocupación prá-
xica, unida de forma estrecha a la problemática político-económica, y a la pre-
ocupación por la identidad y por la tarea futura a realizar para que los pueblos
latinoamericanos puedan ocupar un lugar digno en el conjunto de las naciones
de la tierra 21.
21
Cfr. ZEA, L., Sentido de la filosofía en Latinoamérica: Revista de Occidente IV (1966),
n.° 58, 206-217.
22
Es el caso de Francisco Romero, quien considera que la filosofía latinoamericana, en
sentido estricto, se inició a comienzos del siglo XX, de la mano de la generación de los «fun-
dadores». La razón de ello está en que, para él, el criterio de corrección filosófica se halla en
la adscripción a una corriente filosófica universal, la suya, en concreto, el personalismo. Cfr.
GUADARRAMA, P., ¿Qué historia de la filosofía se necesita en América Latina?: Revista de Hispa-
nismo Filosófico 2 (1997) 5-19; CAPELLETI, A., «Francisco Romero y el espiritualismo latino-
americano del siglo XX», en: ÍD., Francisco Romero, maestro de la filosofía latinoamericana
(Sociedad Interamericana de Filosofía, Caracas, 1983).
23
Un ejemplo de ello es el libro de LARROYO, F., La filosofía iberoamericana, México, Porrúa,
1989 (3.ª ed.).
24
La primera universidad fue la de Santo Domingo (La Española), fundada en 1538. En
seguida se fundarían dos de las más representativas, la de Lima (San Marcos, 1551) y la de
México (1553).
25
Cfr. BEUCHOT, M., Humanismo novohispano (Universidad de Navarra, Pamplona, 2003),
45-48.
26
Cfr. DUSSEL, E., «Hipótesis para una historia de la filosofía en América Latina (1492-
1982)», en: ÍD., Historia de la filosofía latinoamericana y filosofía de la liberación (Edit. Nueva
América, Bogotá, 1994), 13-54; 31.
27
Cfr. LEÓN-PORTILLA, M., La filosofía náhuatl, estudiada en sus fuentes (FCE, México,
1986).
28
La primera edición es de 1845. Ediciones posteriores: Ediciones Culturales Argenti-
nas, Buenos Aires, 1961; Porrúa, México, 1998 (1.ª ed.).
civilización (el «hombre de ciudad», que piensa y viste en europeo) y el que encar-
na la barbarie (el «hombre del campo», que viste de forma pueblerina y se mueve
más por los instintos que por la razón). Es una oposición entre el hombre que
persigue los ideales ilustrados europeos y el que está afincado todavía en la men-
talidad española, así como el indígena. Estos ideales no son meras abstraccio-
nes, sino que tenían su encarnación en las dos facciones políticas argentinas
que estaban enfrentándose en esos momentos por la conquista del poder, lide-
rados por Rosas (representando a los campesinos y a los indígenas de la pampa)
y Rivadavia (líder de los europeizantes). De ahí que Sarmiento, así como Alber-
di, llegarán a ponerse de parte del ejército francés en su intento de apoderarse
de Buenos Aires, porque ello supondría según ellos un beneficio civilizador para
el país. Igualmente, estos intelectuales propondrán una política de inmigracio-
nes europeas para que coloreen y civilicen la raza hispanoamericana y traigan
el progreso y el avance científico y cultural. Su lema será «gobernar es poblar».
La ironía del destino estuvo en que las contingentes más numerosos de inmi-
grantes («hijos del barco») que respondieron a la llamada argentina fueron pre-
cisamente del sur de Europa (italianos y españoles) 29.
Este empeño por adquirir la cultura de las naciones europeas más ilustra-
das, llevó también a algunos, como el chileno Francisco Bilbao (1823-1865), a
proponer la sustitución de la religión católica por la protestante, atribuyendo al
catolicismo tanto un abandono del auténtico evangelio como también menor
eficacia civilizadora en los pueblos en los que sirvió de soporte colonizador. Por
eso, defendía predicar en América un nuevo «evangelio», el protestante, en la
medida en que representa la religión del éxito y de la racionalidad científico-
técnica 30. Bien distinta era la postura del venezolano A. Bello, fundador y rec-
tor de la Universidad de Chile, el intelectual que más se distinguió en la defen-
sa de la cultura hispana, aunque también fuera consciente de sus muchas
insuficiencias. Pero Bello (1781-1865) supo ser suficientemente realista como
para reconocer que el sedimento de tres siglos de presencia hispana no se podía
echar fácilmente por la borda de modo voluntarista, para añorar ingenuamen-
te culturas foráneas, como la francesa o inglesa. Por tanto, su propuesta con-
sistía en mantener lo mejor de la cultura hispana y apropiarse después, de modo
realista y adecuado, de los avances ilustrados 31.
La admiración generalizada por la cultura y el pensamiento francés e inglés
hizo que las más importantes escuelas filosóficas europeas tuvieran un eco tem-
prano y profundo en la América hispana, dándose seguidores del enciclopedis-
mo y del liberalismo, el idealismo, el sensismo, la filosofía del sentido común
29
Cfr. ROJAS MIX, M., Los cien nombres de América (Lumen, Barcelona, 1991).
30
Cfr. sus obras La ley de la historia, La América en peligro y El Evangelio americano, en
Obras Completas (Buenos Aires, 1866), 2 vols.
31
Cfr. CALDERA, R., Andrés Bello (Instituto de Cultura y Bellas Artes, Caracas, 1965, 4.ª ed.);
AGUDO FREYTES, R., Andrés Bello, maestro de América (Ministerio de Educación Nacional, Cara-
cas, 1981); GARCÍA BACCA, J. D., «La filosofía del espíritu de Bello», en Antología del pensamiento
filosófico venezolano, o.c., vol. III.
escocesa, etc, aunque también siguió cultivándose, y por mucho tiempo, la filo-
sofía escolástica.
32
Cfr. Rodríguez de Lecea, T. - Koniecki, D. (eds.), El Krausismo y su influencia en Amé-
rica Latina, Madrid, Fundación Friedrich Ebert, 1989.
33
Cfr. El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia (México, 1943; FCE,
México, 1975, 2.ª ed.); Dos etapas del pensamiento en América Latina (El Colegio de México,
México, 1949); El pensamiento latinoamericano (Ariel, Barcelona, 1976).
34
Cfr. Filosofía moderna en el Caribe hispánico (Porrúa/University of San Francisco, Méxi-
co, 1998).
35
ZEA, L., El pensamiento latinoamericano, o.c., 79.
elementos que sólo en pleno siglo XX, y más en concreto dentro de la filosofía
de la liberación, se verán recogidos en toda su amplitud y profundidad. Por todo
ello, a pesar de que Martí vivió en el siglo XIX, sus ideas le sitúan como el más
brillante precursor de lo más valioso de la filosofía hispanoamericana del siglo XX.
El cambio de siglo está marcado, como hemos indicado ya, por el esfuerzo
de desmarcarse de la ideología positivista y orientar las reflexiones filosóficas
hacia nuevos derroteros, marcados todavía por las diferentes escuelas filosófi-
cas europeas. Pero las cosas van a ir cambiando, puesto que se renueva en el
inicio del nuevo siglo las pretensiones de los filósofos hispanoamericanos serán
no seguir ya por más tiempo mirando pasivamente a los filósofos europeos, sino
dar pasos serios en la dirección de ir construyendo una filosofía auténticamen-
te latinoamericana. Esta va a ser la preocupación de los filósofos de las prime-
ras generaciones del siglo.
El filósofo peruano Francisco Miró Quesada, como ya dijimos 36, describe con
gran acierto y perspicacia psicológica la situación de las tres primeras generacio-
nes (que denomina sucesivamente generación de los patriarcas o fundadores, de
los forjadores, y de los universitarios o generación joven) ante el reto de producir
de una vez por todas una filosofía latinoamericana auténtica, realizada desde el
suelo de la propia identidad. La filosofía del siglo XIX se había caracterizado por
estar más pegada a la realidad sociopolítica, mientras que la del siglo XX tendrá
un perfil más técnico y académico, entre otras razones porque sólo entre finales
del XIX y comienzos del XX se irán erigiendo en las universidades latinoamerica-
nas las nuevas Facultades de Filosofía y Letras. Hasta ese momento, durante todo
el siglo XIX, el estudio de la filosofía se hacia propiamente en la Facultad de Dere-
cho. De ahí que la llamada generación de los patriarcas tiene la impresión de ser
los iniciadores de la tradición filosófica en el ámbito hispanoamericano.
Esta generación, empeñada en superar el positivismo, se abre a las nuevas
corrientes y filósofos que vienen de Europa, destacando entre ellos nombres
como Bergson, Croce, Nietzsche, Simmel, los neokantianos, y otros filósofos
anteriores desconocidos casi hasta entonces, como los representantes del el ide-
alismo alemán. Pero son conscientes de que están muy lejos de dominar la tra-
dición filosófica europea, y que carecen de los medios necesarios para ello, en
especial de la dimensión histórica y los idiomas autóctonos de los diferentes
autores. Ante estas limitaciones, se empeñan en preparar a la generación siguien-
te para que pueda realizar mejor la tarea para la que ellos se consideran inca-
paces. Esta generación siguiente, la de los forjadores, liderada sobre todo por el
argentino Francisco Romero y el mexicano Samuel Ramos, con la ayuda de los
exilados republicanos españoles (J. Gaos, J. D. García Bacca, J. Xirau, E.
36
Cfr. Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano, o.c.
Imaz, etc.), son plenamente conscientes de esta misión que les transmite la gene-
ración anterior, y se aprestan a realizarla, así como a preparar para completar
su labor a la generación siguiente. Conocen ya a fondo la filosofía europea y se
plantean la cuestión de si existe la posibilidad de una filosofía latinoamericana
auténtica. Como indica Miró Quesada, en la misma pregunta se da ya implica-
da la respuesta, puesto que en la tensión que supone la pregunta se da ya la posi-
bilidad de realizar la tarea. No supone ello que den la espalda a la filosofía euro-
pea, sino que la comprenden como una más entre otros modos legítimos de
filosofar, y no como algo cerrado y definitivo. Ahora bien, aunque están ya con-
vencidos de que la filosofía latinoamericana es legítima y posible, consideran
que se trata de una labor que sólo en el futuro se puede realidad. Esto es, ellos
no se sienten del todo preparados, y se aprestan a pasarle tal responsabilidad a
la generación siguiente, la de sus discípulos.
Ahora bien, la generación joven efectivamente recoge la presión del reto que
supone esta trascendental tarea, pero la respuesta que dan es plural. Miró Que-
sada divide a los componentes de esta generación en dos grupos, en función de
la respuesta o del modo como se sitúan ante esta tarea: el grupo o línea asunti-
va, y el grupo o línea afirmativa. Los integrantes de la línea asuntiva consideran
que la filosofía es universal, por lo que su tarea de filósofos consistirá en hacer
filosofía asumiendo el modo o estilo europeo, pensando que sólo en un futuro
lejano podrá surgir quizás algún filósofo latinoamericano de talla que destaque
en el panorama universal. Sólo así se dará, en su opinión, una filosofía latino-
americana auténtica. En el conjunto de la generación, esta postura es la defen-
dida por la mayoría de los filósofos.
En cambio, la postura afirmativa, partidaria de la legitimidad de las tesis
americanistas, considera que están ya en disposición de intentar hacer emerger
una filosofía latinoamericana auténtica, sin entender por tal apelativo una filo-
sofía que pueda competir con los mejores representantes del continente euro-
peo, sino ocupada en habérselas con la realidad desde la propia circunstancia
americana. De este empeño saldrá lo mejor de la aportación latinoamericana al
acerbo filosófico, la denominada filosofía de la liberación, surgida en la cuarta
generación, hacia finales de los años sesenta e inicios de los setenta. Ahora bien,
en relación a esta enumeración generacional hay que precisar que, en contras-
te con los planteamientos de Miró Quesada, consideramos que la generación
que él denomina de los patriarcas, puede desglosarse en dos, la primera del siglo
(la de 1900) y la segunda, aparecida alrededor de 1915. A continuación voy a ir
dando un breve recorrido por el conjunto de los grupos generacionales del siglo,
indicando sus componentes más significativos y sus rasgos y preocupaciones
más específicas. Pero seguiré, como lo he hecho a lo largo del escrito, centran-
do mi atención en la corriente americanista o afirmativa.
37
La primera edición es de 1900. Una edición reciente: Cátedra, Madrid, 2000.
38
Cfr. «Filosofía argentina», en Influencias filosóficas en la evolución nacional (Buenos
Aires, 1927), y «Una posición argentina», en Exposición crítica de la filosofía actual (Buenos Aires,
1935).
También, como he indicado, con esta generación se inicia una cierta ten-
dencia reinvindicadora de lo indígena (iniciada en Perú por M. González Prada,
en plena generación positivista), pero de modo muy incipiente. En realidad no
hacen más que continuar la tendencia romántica, iniciada en el siglo anterior,
consistente en acercarse al indio, pero más bien como una realidad exótica y
pasiva. En cambio, el indigenismo del siglo XX considerará ya al indio como suje-
to activo, asumiendo sus reivindicaciones socioculturales. Por eso, al movimiento
decimonónico se le denomina indianismo, para distinguirlo del auténtico indi-
genismo. Aquél se basa en el mito del «buen salvaje», a la manera europea, mien-
tras que el indigenismo ve al indio como un colectivo marginado, explotado y
necesitado de ser valorado en toda su dignidad humana y de ser tenido en cuen-
ta cuando se habla de la identidad latinoamericana. En ese sentido, los plante-
amientos filosóficos y culturales de los pensadores de esta generación no pasan
de representan en su mayor parte una mentalidad criolla, en la medida en que
sólo tienen en cuenta a los blancos a la hora de plantearse el problema de la
identidad y autenticidad de lo americano. No era, en cambio, ése el plantea-
miento de Martí, ni tampoco el que tendrán los autores de la generación siguien-
te, sobre todo el peruano J. C. Mariátegui.
39
Expresión concreta del fuerte impacto de su primer viaje son las palabras de Alejan-
dro Korn: «La presencia de Ortega y Gasset en el año 1916 fue para nuestra cultura filosófi-
ca un acontecimiento. Autodidactos y diletantes tuvimos ocasión de escuchar la palabra de un
maestro; algunos despertaron de su letargo dogmático y muchos advirtieron por primera vez
la existencia de una filosofía menos pedestre. De entonces acá creció el amor al estudio y aflo-
jó el imperio de las doctrinas positivistas. No nos dejó Ortega y Gasset un sistema cerrado.
(…). Mucho le debo personalmente, pero creo poder emplear el plural y decir: mucho le debe-
mos todos»: «Filosofía argentina», en Influencias filosóficas en la evolución nacional (Buenos
Aires, 1927). Cita tomada de ZEA, L., Antología de la filosofía americana contemporánea (B. Costa-
Amir Editor, México, 1968), 11.
40
Cfr. MEDIN, T., Ortega y Gasset en la cultura hispanoamericana (FCE, México, 1994);
GÓMEZ-MARTÍNEZ, J. L., Pensamiento de la liberación. Proyección de Ortega en Iberoamérica (Edic.
EGE, Madrid, 1995).
41
Cfr., entre otros textos, ABELLÁN, J. L. (Dir.), El exilio español de 1939 (Taurus, Madrid,
1976), 6 vols.; BEORLEGUI, C., El pensamiento filosófico de J. D. García Bacca en el contexto del
exilio republicano (Universidad de Deusto, Bilbao, 2003).
42
México, Edit. Pedro Robredo, 1934.
43
Losada, Buenos Aires, 1952; 2.ª ed., 1958.
44
Cfr. SASSO, J., La filosofía latinoamericana y las construcciones de su historia (Monte
Ávila, Caracas, 1998), 150ss.
ce evidente, como indicaba Francisco Larroyo, que a partir de esta época «puede
decirse que Iberoamérica ha pasado ya con buen éxito el examen de madurez
académica y labora al lado de los otros países de la Tierra en la tarea y tareas
de la filosofía. Ya el filosofar en estas latitudes no se satisface con la divulga-
ción de ideas: en muchos pensadores el logro del aporte creador a la filosofía
universal es meta y designio» 45. Una prueba de ello es la proliferación de auto-
res y de escuelas filosóficas que se van aclimatando por esas fechas en suelo ibe-
roamericano, puesto que junto a la permanencia nostálgica tanto de la filosofía
escolástica como del positivismo, proliferan filósofos que se adscriben al idea-
lismo alemán, al historicismo, a la fenomenología, a la filosofía de los valores,
al existencialismo y a otras líneas de pensamiento presentes en la Europa de la
primera mitad del siglo.
Pero el fruto más importante de la generación de los forjadores fue sin duda
el espléndido ramillete de discípulos que dejó tras de sí, dotados de una prepa-
ración técnica como ninguna otra generación anterior poseído, y consciente,
también como ninguna otra, de la legitimidad y de la posibilidad de construir
una filosofía latinoamericana auténtica y original. Así, al lado de un amplio
grupo de filósofos para los que filosofar sigue consistiendo simplemente en ads-
cribirse a la corriente de pensamiento europea o norteamericana de su prefe-
rencia, para desde ahí hacer sus aportaciones teóricas a dicha corriente, la línea
afirmativa está cada vez más convencida de la necesidad y legitimidad de un
filosofar latinoamericano auténtico y original.
Entre las orientaciones filosóficas de la línea asuntiva, lo más digno de des-
tacarse es quizás el inicio de una presencia significativa de la filosofía analíti-
ca 46, que irá a partir de entonces en progresivo e imparable aumento, y un pro-
gresivo interés por el marxismo, cuyo principal cultivador en esta generación
será el exilado español, afincado en México, A. Sánchez Vázquez, junto con otros
filósofos de la generación anterior, como J. D. García Bacca y W. Roces. Como
ocurría en las generaciones anteriores, los representantes de la línea afirmativa
son menos numerosos, pero su presencia se ha hecho notar de modo más sig-
nificativo, y más todavía a partir de este grupo generacional, cuyos componen-
tes más valiosos han sido el mexicano Leopoldo Zea, los peruanos A. Salazar
Bondy y Francisco Miró Quesada, el argentino Arturo Andrés Roig y el uruguayo
Arturo Ardao.
El núcleo más significativo lo constituyó México, con L. Zea como líder indis-
cutido junto con el grupo juvenil Hiperión (Villoro, Uranga, Portilla y otros), fruto
de la fuerte influencia dejada en el entorno mexicano por el grupo de exilados
españoles, encabezados por J. Gaos, de quien fue discípulo directo y aventajado
en América Latina (FCE, México, 1985); LARROYO, F., La filosofía iberoamericana, o.c., 169-180.
47
Cfr. ZEA, L., La filosofía americana como filosofía sin más (Siglo XXI, México, 1969).
48
En el prólogo de su libro Despertar y proyecto del filosofar latinoamericano, México,
FCE, 1974, indica su encuentro con Zea y su reorientación, a partir de entonces, hacia la filo-
sofía latinoamericana.
49
Cfr. ROIG, A. A., Teoría y crítica del pensamiento latinoamericano (FCE, México, 1981);
ÍD., Rostro y filosofía de América Latina (EDIUNC, Mendoza, 1993).
50
Siglo XXI, México, 1969.
51
Cfr. SALAZAR BONDY, A., Dominación y liberación. Escritos: 1966-1974 (Universidad de
San Marcos, Lima, 1995), edición de Domingo Casanova.
52
Cfr. CERUTTI GULDBERG, H., Filosofía de la liberación latinoamericana (FCE, México,
1982).
53
Los momentos claves de estas reflexiones fueron el II Congreso Nacional de Filosofía,
tenido 1971, en Córdoba (Argentina); el II Encuentro Académico de Filosofía de la Facultad
de Filosofía de la Universidad de El Salvador, 1972, en San Miguel (Argentina), y el Encuen-
tro de Filosofía de Morelia (México), celebrado en 1975.
liberación sin ser crítico con sus propios presupuestos, por lo que consideran que
se han de asumir las aportaciones de los filósofos de la sospecha cuando se plan-
tean el problema del lenguaje filosófico, de su metodología y sobre todo la críti-
ca a las ideologías. Por ello, consideran que los planteamientos populistas no son
suficientemente radicales a la hora de construir una FL, ya que el sujeto libera-
dor ha de ser la clases sociales oprimidas por el capitalismo imperante. El haber-
se detenido en estos problemas de fundamentación ha impedido quizás a esta
corriente hacer aportaciones más sólidas en clave positiva, quedándose más bien
en descubrir las insuficiencias de las demás corrientes.
Las líneas de FL lideradas por Fr. Hinkelammert e I. Ellacuría, aunque se
situaron al margen de la rica polémica originada por el grupo argentino, no por
ello han sido y siguen siendo menos importantes y puntos de referencia para
muchos pensadores jóvenes actuales.
Esta pluralidad de planteamientos, así como las fuertes críticas entre los
diversos grupos, añadiéndose a ello la rapidez con que los acontecimientos polí-
ticos se fueron desarrollando sobre todo en Argentina, hizo que se produjera
una rápida evolución dentro de FL. Por de pronto, la llegada del peronismo al
poder, y su posterior evolución conservadora, significó la expulsión de la mayo-
ría de los filósofos de la FL, que tuvieron que exilarse, bien sea en México (Dus-
sel y Cerutti) o en Ecuador (Roig). El paso del tiempo ha ido atemperando algu-
nas de las tesis iniciales de la FL, orientándose sus autocríticas bien sea hacia
un abandono o renovación cualitativa de la misma (H. Cerutti) o hacia evolu-
ciones internas de muy diferente orientación (Dussel, Scannone y otros). El vira-
je más fuerte quizás se haya dado en la línea de no considerar a la FL como un
punto de arranque radical, por lo que suponía de postular planteamientos mani-
queos y puristas, a un modo de entender la liberación en clave de diálogo inter-
cultural con otras filosofías, tanto de culturas periféricas como del centro euro-
peo y norteamericano. Esta propuesta intercultural está liderada por el filósofo
cubano, afincado en Alemania, R. Fornet-Betancourt.
54
Cfr. CERUTTI GULDBERG, H., Filosofías para la liberación. ¿Liberación del filosofar? (Uni-
versidad Autónoma del Estado de México, México, 1997), 25-33.
55
Cfr. DUSSEL, E., Ética de la liberación en la época de la globalización y de la exclusión
(Trotta, Madrid, 1998); ÍD., Hacia una filosofía política crítica (Desclée de Brouwer, Bilbao,
2001).
56
Cfr. SCANNONE, J. C. (Ed.), Sabiduría popular, Símbolo y Filosofía (Ed. Guadalupe, Bue-
nos Aires, 1984).
57
Cfr. GÓMEZ-MARTÍNEZ, J. L., «El pensamiento de la liberación: hacia una posición dia-
lógica», en: HEREDIA SORIANO, A. (Ed.), VIII Seminario de Historia de la Filosofía Española e Ibe-
roamericana (Universidad de Salamanca, Salamanca, 1995), 359-366.
58
Cfr. FORNET-BETANCOURT, R., Hacia una filosofía «intercultural» latinoamericana (DEI,
San José [Costa Rica], 1994); ÍD., Interculturalidad y filosofía en América Latina (Concordia,
Aachen (Mainz), 2003.
59
Cfr. CASTRO-GÓMEZ, S., Crítica de la Razón latinoamericana (Puvill Libros, Barcelona,
1996); ÍD., Los desafíos de la postmodernidad a la filosofía latinoamericana: Disenso (Tübingen)
1 (1995) 270-286.
60
Cfr. FOLLARI, R. - LANZ, R. (Comps.), Enfoques sobre postmodernidad en América Latina
(Edit. Sentido, Caracas, 1998); FOLLARI, R., Modernidad y postmodernidad: una óptica desde Amé-
rica Latina (Rei Argentina/Aique Grupo Editor, Buenos Aires, 1992); MARTÍN-BARBERO, J. - HER-
LINGHAUS, H., Contemporaneidad latinoamericana y análisis cultural (Conversaciones al encuen-
tro de W. Benjamín) (Iberoamericana/Vervuert, Madrid, 1997); MICHELINI, D. J. - SAN MARTÍN,
J. - LAGRAVE, H. - WALTER, M. (Eds.), Modernidad y postmodernidad en América Latina (ICALA,
Río Cuarto, 1991).
61
Cfr. TORO, ALFONSO DE (Ed.), Postmodernidad y postcolonialidad. Breves reflexiones
sobre Latinoamérica (Iberoamericana/Vervuert, Madrid/Frankfurt, 1997); TORO, A. DE - TORO,
F. DE (Eds.), El debate de la postcolonialidad en Latinoamérica (Iberoamericana/Vervuert,
Madrid/Frankfurt, 1991); CASTRO-GÓMEZ, S. - MENDIETA, E. (Coords.), Teorías sin disciplina.
Latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización (Ángel Porrúa/University of S. Fran-
cisco, México, 1998).
62
Cfr. el último capítulo de mi libro, donde me extiendo sobre estas discusiones.
RESUMEN: Con Hegel y Heidegger, Adorno destaca la relevancia filosófica del arte, pero, a diferencia
de ellos, Adorno lo hace sobre la base de la convergencia entre arte y filosofía. Esa convergencia, núcleo
de la estética de Adorno, se fundamenta sobre la dialéctica descubierta fenomenológicamente en la
experiencia estética, la cual obliga tanto al arte como a la filosofía a necesitarse mutuamente.
PALABRAS CLAVE: estética, arte, dialéctica, filosofía, Adorno, Heidegger, Hegel.
1
HEIDEGGER, M., Einführung in die Metaphysik (Gesamtausgabe, Band 40, Klostermann,
Frankfurt am Main, 1983), 140 [ed. esp. de E. Estiú (Nova, Buenos Aires, 1980), 169]; Die Zeit
des Weltbildes, Holzwege (GA, Bd. 5, 1977), 69 [ed. esp. de H. Cortés y A. Leyte (Caminos de
bosque, Alianza, Madrid, 1997), 76]. Cfr. G. VATTIMO, Poesía y ontología (Serv. Public. de la
Univ. de Valencia, 1993), 88ss.
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 61 (2005), núm. 230, pp. 287-310
288 A. GUTIÉRREZ, EL CONCEPTO FENOMENOLÓGICO DE LA ESTÉTICA DIALÉCTICA DE ADORNO
2
KANT, I., Kritik der Urteilskraft (her. v. K. Vorländer, Meiner, Hamburg, 1990), 32. Ed.
esp. de M. García Morente (Madrid, Espasa-Calpe, 1977), 95.
3
Lo que Adorno condena además es que cuando la filosofía se ha acercado al arte —como
en Schelling o Heidegger— lo ha hecho en detrimento de la filosofía como pensar conceptual.
Otra cosa representa Hegel, cuya valoración y recuperación de lo artístico se ha hecho previa
subordinación a lo filosófico/conceptual. Por tanto Hegel se ha situado no muy lejos de la acti-
tud predominante en la modernidad que prima la ciencia.
4
Las citas de Adorno aparecerán en el texto (primero la paginación en la edición ale-
mana y luego en la española) de acuerdo con las siguientes siglas y ediciones:
AS = Der Artist als Statthalter (1953), Noten zur Literatur (Gesammelte Schriften, Band
11, Suhrkamp, Frankfurt am Main, 1984). Ed. esp. de M. SACRISTÁN, Crítica cultu-
ral y sociedad (Ariel, Barcelona, 1970).
AT = Ästhetische Theorie (1969) (G. S., Bd. 7, 1984). Ed. esp. de F. Riaza (Taurus, Madrid,
1980).
DA = Dialektik der Aufklärung (1947) (G. S., Bd. 3, 1984). Ed. esp. de H. A. Murena (Sur,
Buenos Aires, 1970).
DSH = Drei Studien zu Hegel (1956-63) (G. S., Bd. 5, 1975). Ed. esp. de V. Sánchez de Zava-
la (Taurus, Madrid, 1981).
EF = Der Essay als Form (1954), Noten zur Literatur. Ed. esp. de M. SACRISTÁN, Notas de
literatura (Ariel, Barcelona, 1962).
JE = Jargon der Eigentlichkeit (1962/64) (G. S., Bd. 6, 1977). Ed. esp. de J. PÉREZ, La ideo-
logía como lenguaje (Taurus, Madrid, 1971).
KKA = Kierkegaard. Konstruktion des Ästhetischen (1931) (G. S., Bd. 2, 1979). Ed. esp. de
R. J. Vernengo (Monte Ávila, Caracas, 1969).
MM = Minima Moralia. Reflexionen aus dem beschädigten Leben (1944/51) (G. S., Bd. 4,
1980). Ed. esp. de J. Chamorro (Taurus, Madrid, 1987).
ND = Negative Dialektik (1966) (G. S., Bd. 6). Ed. esp. de J. M. Ripalda (Taurus, Madrid,
1990).
PhT = Philosophische Terminologie. Zur Einleitung (1962/63), zwei Bände (Suhrkamp,
Frankfurt am Main, 1997). Ed. esp. de R. Sánchez, dos tomos (Taurus, Madrid,
1983).
ZME = Zur Metakritik der Erkenntnistheorie (1934-37) (G.S., Bd. 5, 1975). Ed. esp. de
L. Mames (Planeta/Monte Ávila, Barcelona, 1986).
5
HEGEL, G. W. F., Vorlesungen über die Ästhetik (1820-29), I (Werke, Band 13, Suhrkamp,
Frankfurt am Main, 1986), 26. Ed. esp. de R. Gabás (Península, Barcelona, 1989, vol. I), 17.
6
Cfr. Id., pp. 14ss; pp. 10ss.
7
Id., pp. 20s; p. 14.
8
Id., pp. 23s, 28s; pp. 16, 19.
HEIDEGGER, Der Ursprung des Kunstwerkes, Holzwege, pp. 25, 58s, 64 (ed. esp. en Cami-
10
seria cree que es, paradójicamente más inesencial lo considera frente a la filo-
sofía, hasta el punto de disolverlo finalmente en ella relegándolo a ser algo del
pasado, un pasado (ein Vergangenes) 11 —lo que se ha denominado luego ‘muer-
te del arte’—. Pero esta paradoja deja de serlo y se convierte en algo de lo más
natural si tenemos presente que Hegel, lejos de defender la peculiaridad del
conocimiento artístico frente al filosófico, mide el arte desde el patrón de la filo-
sofía configurada ya en modelo y meta del arte. Ha acostado tanto Hegel el arte
del lado del conocimiento filosófico —conceptual—, y ha defendido tan poco su
especificidad, que el desenlace no podía ser otro que la superación (la muerte)
del arte por la filosofía, de la intuición por el concepto, puesto que lo que hace
el arte —manifestar el espíritu— lo efectúa más adecuadamente el concepto, la
filosofía. El caso de Hegel enseña a Adorno —le enseña a una estética actuali-
zada— que la salvación del arte no puede hacerse sin el propio arte, es decir,
que la salvación tiene que provenir de la afirmación de la peculiaridad de su
conocimiento no discursivo y no puede importarse de la filosofía. El espíritu
según Hegel es pensamiento, idea, contenido 12. Afirmar como hace Hegel que
la obra de arte es manifestación (sensible) del espíritu significa afirmar que es
símbolo (‘sensibilización’) de una idea. Por esto para Hegel el grado de emi-
nencia de una obra de arte se mide en virtud de la profundidad de la verdad
expresada por su contenido y su idea: «Cuanto más eminentes llegan a ser las
obras de arte, tanto más profunda es la verdad interna que reviste su contenido
y su pensamiento», de manera que entonces el arte supremo será aquél en el
que «la idea y la representación se corresponden entre sí verdaderamente, en el
sentido de que la forma de la idea es en sí la forma verdadera en y para sí, por-
que el contenido de la idea que aquélla expresa es él mismo verdadero» 13. Hegel
liga lo bello a la representación correcta de un contenido comprensible, con-
fundiendo la belleza con el valor de su contenido, es decir, identificando los
momentos espiritual (contenido, idea) y sensible (belleza) del arte. La valora-
ción hegeliana de lo estético en virtud de su capacidad de adecuarse a un con-
tenido implica que una obra de arte es tanto más bella cuanto más correcta-
mente represente una idea. En suma, lo que hace Hegel en palabras de Adorno
es reducir la verdad —el contenido de verdad— del arte al tema, intención o idea
que manifiesta (AT 224ss; 198ss). El arte entonces es ideología, símbolo o espe-
cificación de una filosofía. Así es como Hegel espiritualiza lo sensible del arte.
Ahora bien, cuando de lo que se trata es de manifestar ideas, pensamiento, o
sea, de expresar el espíritu, de que el espíritu tome autoconciencia, el arte —que
a juicio del propio Hegel representa verdaderamente otra cosa— está en desven-
11
HEGEL, Vorlesungen über die Ästhetik, p. 25; p. 17.
12
Id., p. 27; p. 18.
13
Id., p. 106; p. 70. Desde esta perspectiva enfoca Hegel la evolución de la propia con-
ciencia artística, que es lo que subyace a la producción de las distintas formas de arte, es decir,
a la propia historia o evolución del arte. Aquellas distintas formas de arte no son sino formas
diferentes de captar la idea como contenido, o sea, diferentes modos de relación entre conte-
nido o idea y forma.
taja respecto del concepto filosófico, que es el medio adecuado de expresión del
espíritu, de la idea 14. Y esto se debe a que la forma de expresión artística es sen-
sible, de modo que el contenido del arte tiene que pasar a lo sensible, tiene que
adecuarse a lo sensible, pero no todo contenido espiritual (idea) puede ‘sensibili-
zarse’. El carácter sensible del arte le obliga a limitarse a manifestar cierto con-
tenido o estadio de la verdad, o lo que es lo mismo, cierto momento de la auto-
conciencia del espíritu. El arte efectivamente es una forma (sensible) de conciencia
o conocimiento, una forma de acontecer la verdad, el espíritu. Hegel la conside-
ra la primera e inmediata autosatisfacción del espíritu. De hecho, según Hegel,
hasta los poetas griegos, lo que en ellos fermentaba no podían expresarlo sino
artísticamente. El arte había sido la forma suprema de autosatisfacción del espí-
ritu hasta que el contenido que manifiesta apareció consumadamente. Desde ese
momento el espíritu ya no necesita salir fuera, sensibilizarse, justo lo que acon-
tece en el arte, sino que se queda en sí 15. Además de la comprensión sensible de
la verdad, Hegel afirma la existencia de una comprensión más profunda de la ver-
dad, la del pensamiento reflexivo, la filosófica, sin ningún parentesco ya con lo
sensible y que no se puede expresar de manera adecuada sensiblemente. El arte
entonces según Hegel ya no puede ser para nosotros «la forma suprema y abso-
luta de expresión del espíritu», «la forma suprema en que se hace existente la ver-
dad», la autoconciencia del espíritu 16. La forma peculiar artística ya no satisface
nuestra suprema necesidad de verdad, lo que en Hegel equivale a la suprema nece-
sidad de autoconciencia del espíritu. No tenemos bastante con la verdad del arte.
Lejos de ello, el arte alcanza por primera vez su auténtica legitimación en la cien-
cia estética: el pensamiento y la reflexión (manifestación conceptual de la idea)
superan el arte (manifestación sensible). Hegel considera que la estética, el arte
como ciencia (belleza pensada), es hoy más necesario que cuando el arte como tal
(belleza vivida) era suficiente y satisfacía plenamente 17. Hoy vale más la estética
que el arte 18. Hegel estima que para nosotros el pensar filosófico es una forma
14
Sin duda, este es el elemento decisivo de la estética hegeliana, la comprensión del arte
como expresión del espíritu y la de éste como autoconciencia, y esto es justo lo que Adorno
pondrá en cuestión al concebir el espíritu —y el arte— como apertura a lo que no es espíritu,
como lenguaje del sufrimiento (Sprache des Leidens) (AT 35; 33).
15
HEGEL, Vorlesungen über die Ästhetik, pp. 141ss; pp. 94s.
16
Id., pp. 23s, 140s; pp. 16, 94.
17
Id., pp. 23-29; pp. 16-19.
18
Trías ha afirmado que con esta valoración de la estética, y por tanto con la muerte del
arte, Hegel anticipa en forma de pronóstico la importancia que la reflexión sobre el arte ha
alcanzado en las vanguardias artísticas, donde la proliferación de poéticas que acompañan al
arte efectivo muestra que en la modernidad el arte tiende a derivar de una reflexión teórica,
o que al menos no puede concebirse aquél sin el acompañamiento de ésta [TRÍAS, E., Arte y
estética en el otoño de la modernidad: Letras de Deusto, vol. 20, 47 (1990) 37]. La muerte del
arte hegeliana profetizaría la situación actual del artista, que saturado de lenguajes y estilos,
y ante el desgaste de estructuras y códigos que azota al arte desde finales del siglo XIX, se ve
obligado a reflexionar sobre la esencia del arte al tiempo que lleva a cabo su práctica artísti-
ca efectiva (Id., pp. 38-42). Pero el parecido entre la trascendencia de la estética en Hegel y el
valor que ha logrado la reflexión en el arte contemporáneo es sólo superficial. La reflexión en
la estética hegeliana no tiene el mismo sentido que en las poéticas del arte nuevo —vanguar-
dia y neovanguardia—. En Hegel acaba sustituyendo al arte, mientras que en las poéticas
modernas —y en Adorno, cuya Teoría estética se halla mucho más cerca de aquellas poéticas
que la estética hegeliana— la reflexión estética no tiene otro sentido más que salvar —justifi-
car— al arte. Vattimo observa en este punto que si el arte estaba condenado a muerte por
Hegel porque no era reflexivo/filosófico, el proyecto vanguardista de hacerle reflexionar desde
sí mismo —y esto es una poética— supone un intento de salvarlo (VATTIMO, op. cit., p. 52). Por
tanto, Vattimo considera que esa exigencia de autolegitimación del arte en los artistas que se
verifica en forma de poética, lejos de ser anticipada por la estética hegeliana, se opone real-
mente a la tendencia de la filosofía a afirmar el carácter inesencial del arte y su provisionali-
dad, su muerte, que es lo que efectivamente hizo Hegel (Id., p. 51). Contra la estética hege-
liana, las poéticas del arte contemporáneo no certifican la muerte del arte; más bien, son un
modo de reivindicar su derecho a la existencia. Con esta misma pretensión presenta Adorno
su Teoría estética, que no por casualidad comienza afirmando la crisis del arte: ha perdido
toda su autoevidencia (Selbstverständlichkeit) y legitimidad (AT 9s; 9s). Contra esta situación
y para salvarlo expone Adorno su teoría estética. El arte se ha deslegitimado porque se ha
‘desestetizado’ o ‘desartistizado’ (entkünstet); ha perdido su evidencia porque ha perdido su
esencia artística crítico/dialectica haciéndose ‘industria cultural’, es decir, volviéndose un ins-
trumento más de dominio, llevando al ámbito estético algo que le es ajeno y que es base del
dominio: el principio de identidad (cfr. AT 32ss; 30ss. DA 152; 158). La crisis del arte mues-
tra que comparte el mismo destino que la razón: la ‘dialéctica de la ilustración’ (AT 86ss; 76ss).
19
HEIDEGGER, De la experiencia del pensar: Cuadernos hispanoamericanos (tr. de J. M. Val-
verde) 56 (1954) 179.
20
HEIDEGGER, Der Ursprung des Kunstwerkes, p. 68; ed. esp., pp. 68s. Cfr. Einführung in
die Metaphysik, p. 140; ed. esp., p. 169. Cfr. Die Zeit des Weltbildes, p. 69; ed. esp., p. 76.
21
Este es el leitmotiv que preside la comprensión de la estética de Adorno realizada por
A. Wellmer [cfr. Verdad, apariencia, reconciliación, en Sobre la dialéctica de modernidad y post-
modernidad (Visor, Madrid, 1993), 15ss] y V. Gómez [cfr. El pensamiento estético de Th. W.
Adorno (Cátedra/Univ. de Valencia, Madrid, 1998), passim].
Ahora bien, aquella filosofía a-estética desde la que Hegel interpreta el arte
es la filosofía de la identidad. Al interpretar el arte desde ella impide el desplie-
gue de la naturaleza de lo estético, que el propio Hegel había entrevisto feno-
menológicamente. La estética hegeliana cede ante el imperativo filosófico/idea-
lista de la identidad y se entrega a él, cercenando el imperativo fenomenológico
y propiamente estético, que era de signo contrario, es decir, de carácter dialéc-
tico y nada idéntico. La fenomenología del arte que practicó Hegel, y que le
hubiera servido de base para desarrollar un pensamiento verdaderamente dia-
léctico, fue sometida en clave idealista al principio filosófico de la identidad, lo
que abortó esa posibilidad dialéctica desnaturalizándola en una dialéctica posi-
tiva, fundada sobre el principio de identidad, justo lo opuesto a lo dialéctico.
Una dialéctica fundada sobre la identidad no es dialéctica. En efecto, Hegel ha
concebido el arte, lo mismo que la religión o la filosofía, ante todo, como for-
mas de la conciencia, como posiciones del sujeto/pensamiento ante el objeto/rea-
lidad (Stellungen des Gedankens zur Objektivität) 22. Adorno insistirá más tarde
en lo mismo, dirá que «la estética no es teoría del arte, sino, en palabras de Hegel,
una determinada posición del pensamiento ante la objetividad» (KKA 262, Notiz).
En concreto, el «momento estético de la conciencia» consiste según Hegel en la
«alienación [del espíritu] hacia lo sensible (Entfremdung zum Sinnlichen)» 23. El
espíritu se ‘sensibiliza’, se exterioriza. En la experiencia estética el pensamien-
to —esencia del espíritu establecida por Hegel— piensa lo que no es pensa-
miento, la cosa misma, la realidad otra. El momento estético de la conciencia
es el momento de no identidad sujeto/objeto. Esta es la posición del pensamiento
ante la objetividad propia de la conciencia estética, la posición dialéctica, con-
sistente en la ruptura de la imposición de la identidad y en la afirmación de la
tensión (desgarrón) permanente entre sujeto y objeto, espíritu y materia, pen-
samiento y cosa real, irreducibles uno a otro (ni el sujeto es el objeto ni vice-
versa), pero también inseparables, existiendo en constante referencia recípro-
ca. Ni dualismo ni absorción o identificación: dialéctica. Por esto, contra la
espiritualización o identificación de la materia practicada por Hegel, Adorno
considerará que la verdadera dialéctica tiene que ser material, porque sólo así
hay dialéctica, tensión entre el espíritu o el pensamiento y la materia (cfr. ND
18s, 159, 176s; 15, 160, 176s). La experiencia estética es dialéctica, en ella el espí-
ritu sale de sí y encuentra su otro, penetra en la materia; en la experiencia esté-
tica descubre Adorno el ámbito de la resistencia a la identidad, de la protesta
contra el dominio de la cosificación que aquélla representa. En esa tesis de Hegel,
encontrará también Adorno lo filosófico de lo estético, pero su proyecto será
salvar el descubrimiento (dialéctico) hegeliano del propio Hegel, del filósofo de
la identidad. En Hegel descubre Adorno contra el propio Hegel que el arte es
otra cosa, que el arte ni es verdaderamente autoconciencia del espíritu, ni su
22
HEGEL, G. W. F., Enziklopädie der philosophischen Wissenschaften (1817-30), I, (Werke,
Bd. 8) § 2-4, 25s, 74, pp. 41-45, 91ss, 163s. Ed. esp. de R. Valls (Alianza, Madrid, 1997), 100-
104, 131ss, 178.
23
HEGEL, Vorlesungen über die Ästhetik, p. 28; ed. esp., pp. 18s.
verdad es el tema o la idea; el arte más bien consiste en alienación del espíritu,
dialéctica, lenguaje del sufrimiento, características que para Hegel —debido a
su interpretación del arte desde la filosofía de la identidad— debían ser supe-
radas 24. La comprensión hegeliana de la obra de arte como símbolo de una idea
y su consecuente valoración de lo estético en virtud de su capacidad para repre-
sentar lo más correctamente posible una idea, son fatales en estética a juicio de
Adorno (AT 98s; 88), ya que efectivamente significan la impugnación de la natu-
raleza dialéctica de lo estético: el arte no simboliza ideas, las trasciende, mani-
fiesta lo que no es idea, lo no conceptual. Adorno también se hace eco de que la
dialéctica por tanto no representa un método para acercarse al arte sino algo
que le es inmanente (AT 211; 187).
Ahora bien, la dialéctica en tanto principio opuesto a la pura dualidad está-
tica —que no llega a lo otro— y a la identidad —que no sale de sí misma—, y
como afirmación de lo otro, es lo que permite a la filosofía ser verdaderamen-
te filosofía, esto es, pensamiento de lo concreto, de la cosa misma, fenomeno-
logía en suma. La dialéctica por tanto no es un simple punto de vista ni mero
método de la filosofía, sino que el problema dialéctico está contenido en el pro-
blema filosófico. La filosofía es conocimiento, y el conocimiento consiste en
pensar algo, algo otro que el pensamiento, o sea, consiste en dialéctica (ND 43s,
148; 41, 148). Contra todo idealismo, Adorno afirma que la filosofía por defini-
ción tiene que estar a la altura de lo que le es heterogéneo, de lo que no es filo-
sófico/conceptual (ND 21, 24; 18, 21), de manera que está constituida esencial-
24
También encontramos en Nietzsche una superación del idealismo vía estética muy cer-
cana a esa alienación del pensamiento en lo otro que define al arte. Nietzsche considera que la
ilusión estética, la voluntad de apariencia del arte, es liberadora respecto de las otras ilusiones,
las que desprecian y condenan la vida (ciencia, metafísica, religión, ética), porque es consciente
de que no es verdad, sabe que es precisamente ilusión y no la cosa, justo lo contrario de la auto-
comprensión que practican aquellas otras ilusiones, que se piensan animadas por la voluntad
de verdad y que realmente son formas de la misma voluntad de ilusión del arte. Por esto para
Nietzsche, y en una clara inversión del platonismo, de la metafísica, el arte —«donde se santi-
fica la mentira, la voluntad de apariencia»— vale más que la verdad, porque sólo él puede impe-
dir que seamos prisioneros del ficticio mundo verdadero [NIETZSCHE, F., Zur Genealogie der Moral,
III, § 25, Sämtliche Werke. Kritische Studienausgabe in 15 Bänden (KSA) (her. v. G. Colli und
M. Montinari, Deutscher Taschenbuch Verlag/De Gruyter, München, 1980, Band 5), 402ss. Ed.
esp. de A. Sánchez (Alianza, Madrid, 1980), 176ss. Cfr. Nachgelassene Fragmente, KSA, Bd. 13,
pp. 193s, fr. 11(415); p. 229, fr. 14(24); pp. 520ss, fr. 17(3); Bd. 7, pp. 498s, fr. 19(253); p. 622,
fr. 29(4). Ed. esp. de A. IZQUIERDO, Estética y teoría de las artes (Tecnos, Madrid, 1999), pp. 75ss,
154s, 164s, 177s. En esta ed. esp. se ha numerado el fr. 11(415) del v. 13 erróneamente con la
numeración 11(138)]. Más allá de la verdad y la falsedad, del bien y del mal, la voluntad de ilu-
sión del arte —no la razón— representa para Nietzsche el único órgano de conocimiento. Fren-
te a la tendencia idealista del concepto, que se piensa la verdad de la cosa, la ilusión estética
sólo pretende ser eso, ilusión, de modo que está constituida por la conciencia de la no identi-
dad entre ella y la cosa. Por esto Adorno, claramente inspirado por esta tesis nietzscheana, halla
en el mundo de la ilusión estética la esperanza de una verdad libre de ideología, libre de inter-
pretaciones que legislen en clave idealista la verdad de lo real, y donde en consecuencia pue-
dan hablar las cosas mismas: «En la ilusión, escribe, hay una promesa de libertad de la ilusión»
(ND 397; 402).
25
HEGEL, Wissenschaft der Logik (1812-16), I (Werke, Band 5, Suhrkamp, Frankfurt am
Main, 1986), 45. Ed. esp. de A. y R. Mondolfo (Solar/Hachette, Buenos Aires, 1968), 47.
26
Cfr. GÓMEZ, V., Estética y teoría de la racionalidad. Un estudio sobre ‘Teoría estética’, en
Teoría crítica y estética: dos interpretaciones de Th. W. Adorno (Univ. de Valencia, 1994), 109ss;
GÓMEZ, V., El pensamiento estético de Th. W. Adorno, pp. 146ss.
27
HEGEL, Vorlesungen über die Ästhetik, p. 28; p. 18.
28
Id., p. 51; p. 34.
29
Id., p. 52; p. 34.
dialéctico, se aliena de verdad en las cosas, cuando se rige por ellas. Entonces
las cosas hablan mediante él, bajo la mirada atenta del pensamiento (ND 38;
35). Esta es la verdadera entrega al objeto, y sólo entonces puede hablarse de
dialéctica, de filosofía de lo concreto, la cual en Hegel quedó en programa, en
tendencia, por mucho que pretendiera serlo en respuesta al formalismo kan-
tiano.
Adorno, que encontró en Hegel el valor filosófico/epistemológico del arte
mediante la afirmación de su dialecticidad, rechazó la filosofía hegeliana cuan-
do ésta abandonó la dialéctica en favor de la identidad, y lo hizo justamente
para abrazar la filosofía de los límites de Kant contra el principio universal de
identidad que se apropia de todo. En la filosofía de Hegel pesa más el impera-
tivo idealista de identidad que el principio fenomenológico dialéctico. Hegel vió
la alienación hacia lo sensible de la estética pero la sepultó bajo la identidad.
No aceptó el abismo que aquélla abría y, contra su propio concepto de dialéc-
tica, se inclinó hacia la unilateralidad restándole extranjería a lo otro y negán-
dose la posibilidad de ser verdaderamente pensar de lo concreto. En conse-
cuencia, Hegel se vuelve de espaldas a la peculiaridad dialéctica del arte, deja
de reflexionar atendiendo a la propia experiencia estética, y encuentra en ella
lo que ha establecido ya a priori, de forma puramente conceptual: que la expe-
riencia estética es pura manifestación del espíritu, de manera que realmente en
ella el espíritu no alcanza lo otro, no se aliena, sino que se reconoce a sí en lo
otro, se aliena para auto-reconocerse. El arte es para Hegel una duplicación del
espíritu 30. Ahora bien, entender el arte desde el principio idealista de identidad
es domesticarlo, porque él representa verdaderamente lo contrario, su impug-
nación dialéctica. Resulta lógico entonces que el arte, que es experiencia de
extrañeza, enigmática, sea superado en una filosofía de la identidad que, como
la hegeliana, busca ante todo disolver lo otro, lo extraño, mediante el autorre-
conocimiento del espíritu. La comprensión hegeliana de la obra de arte como
manifestación del espíritu convierte a la experiencia estética en una experien-
cia de familiaridad 31. El espíritu se encuentra en ella a sí mismo; no halla en ella
lo que no es él, la injusticia, el sinsentido, el dolor 32. El espíritu está en la obra
de arte —y en todas partes— como en casa. Aunque en la obra de arte el espíri-
tu alcanza lo no espiritual, lo sensible/material, Hegel insiste en el hecho de que
30
Id., p. 52; p. 35.
31
Cfr. GADAMER, Estética y hermenéutica (tr. de A. Gómez, Tecnos, Madrid, 1996).
32
Mejor aún: se encuentra a sí mismo en lo que no es él, en la injusticia, sinsentido y
dolor, que de este modo pasan a ser apariencias. El dolor, la injusticia y el sinsentido, en tanto
que tales, son apariencias; realmente son espíritu, es decir, racionales, lógicos, con sentido.
El espíritu, que es pensamiento, razón, al reconocerse a sí mismo en lo otro, en lo que no es
él —en la injusticia aparente, en lo aparentemente impensable—, lo legítima, es decir, lo entien-
de como razón más allá de su apariencia o superficie, en su verdadera y profunda realidad.
La realidad es verdaderamente real sólo cuando es racional, cuando el espíritu, la razón, se
encuentra en ella [cfr. HEGEL, Vorlesungen über die Philosophie der Weltgeschichte. Die Vernunft
in der Geschichte (1822-31) (Band 1, her. v. J. Hoffmeister, F. Meiner, Hamburg, 1968), 78.
Ed. esp. de J. Gaos (Alianza, Madrid, 1980), 78].
33
HEGEL, Vorlesungen über die Ästhetik, pp. 26s; p. 18.
34
Cfr. DE LA CALLE, R., Estética y crítica: Cuadernos de Filosofía y Ciencia 4 (1983) 226.
el abandonarse a ella» (MM 253; 225). Una reflexión que «se limite al arte, escri-
be, no acierta con él: su composición interna requiere de lo que no es arte» (AT
518; 451). Reclama la filosofía, o sea, una ‘segunda reflexión’ sobre el arte, la
estética, que lleva las obras de arte más allá de ellas mismas. Por tanto, conclu-
ye Adorno, «la estética no puede quedarse retrasada respecto del arte [lo que
define a la estética hegeliana], pero tampoco respecto de la filosofía» (AT 510;
445) 35. Porque el arte exige más que la mera atención a su fenómeno, la estéti-
ca tiene que contar con la filosofía; mejor: tiene que ser filosófica. Teoría estéti-
ca tiene que elaborarse entonces en diálogo con los filósofos y las obras de arte;
por un lado es teoría, y por otro pide entregarse a la praxis artística efectiva. El
arte reclama desde dentro la filosofía. Pero no olvidemos que en lo estético se
halla en forma no desplegada —en germen— la categoría central de lo filosófi-
co, la dialéctica. En esta doble afirmación se encuentra el punto decisivo de la
estética de Adorno. El arte reclama desde dentro la filosofía porque según Ador-
no la propia filosofía —la dialéctica— es inmanente a la experiencia estética (AT
524; 457). Precisamente, esta incorporación de lo filosófico/dialéctico a lo esté-
tico —y de lo estético a lo filosófico— es lo que permite que la estética, la teo-
ría estética, sea filosófica en sí misma. Se trata de entender adecuadamente
aquella tesis básica y lo que lleva consigo, esto es, el descubrimiento de lo filo-
sófico en lo estético —y viceversa—. Se trata, por tanto, de reconocer la necesi-
dad que arte y filosofía experimentan uno del otro. Sólo esto nos ayudará a per-
filar la exacta relación entre arte y filosofía, lo que equivale a precisar el contorno
de una estética.
La filosofía para Adorno no interviene en el arte ni a la manera idealista hege-
liana, desde fuera, legislando la verdad de lo artístico, ni como en Heidegger,
donde la filosofía imita al arte, deviene pensar poético, y se autoelimina como
lo que realmente es: pensamiento conceptual (cfr. ND 26s; 23. PhT I, 167; 127).
Adorno desde luego rechaza la primacía idealista del concepto, pero no lo aban-
dona en favor del ‘pensar poético’. Hegel y Heidegger han comprendido filosó-
ficamente al arte a cambio de absorberlos o reducirlos entre sí, es decir, a cam-
bio de sacrificar la peculiaridad de una de las esferas a la otra. Frente a ambos
y contra la confusión de los ámbitos artístico y filosófico, Adorno defiende la
irreversibilidad de la separación entre arte y filosofía, o lo que es lo mismo,
defiende la peculiaridad irreductible del arte —que no puede ser directamente
pensamiento conceptual— y de la filosofía —que necesariamente se mueve entre
conceptos—, separación a su vez que Adorno fundamenta sobre la existencia de
dos caras distintas de la conciencia e irreducibles entre sí: una mimética/expre-
siva y otra conceptual (EF 13s; 15s. PhT I, 81; 62) 36. La propia conciencia ten-
35
L. Pareyson ha escrito que la estética es «un fructífero punto de encuentro entre la
experiencia y la filosofía» [Momenti e problemi di Storia dell´Estetica, vol. IV (Marzorati, Milan,
1968), 1810].
36
Contra lo que han practicado Hegel y Heidegger, no se pueden confundir las esferas
del arte y de la filosofía, no se puede defender la metábasis entre ellas —por la que una usur-
paría el lugar de la otra y desempeñaría sus funciones—, porque según Adorno no hay una
conciencia para la que sean lo mismo, a pesar de que el idealismo postkantiano pretendió jus-
tificar la existencia de tal conciencia con su ‘intuición intelectual’, que verdaderamente era
una utopía del pensamiento, una conciencia utópica. Adorno niega tanto la filosofía idealis-
ta hegeliana que cree poder superar el arte mediante la filosofía de la reflexión, como aque-
lla otra filosofía que considera posible la supresión del pensamiento conceptualizador u obje-
tivador haciéndose poesía como palabra del ser, como es el caso de Heidegger. Adorno afirma
que la afinidad entre arte y filosofía, que sin duda existe y que él mismo defiende —pero sobre
la diferencia entre ellas como punto de partida—, esa afinidad, no da para tanto como da a
entender Heidegger cuando parece creer que el pensamiento (conceptual) contiene ocultas
fuentes cuya frescura podrían liberarnos del propio pensamiento. A pesar de lo que cree Hei-
degger, no hay ninguna forma de conocimiento que nos pueda liberar del estilo imperante,
que sea totalmente distinta del pensar objetivador, y por eso es inútil la pretensión intuicio-
nista de esquivar el concepto (ND 26; 23). No es ese el papel del arte en la teoría estética de
Adorno.
37
La propia biografía intelectual de Adorno muestra la existencia de una irremediable
vinculación entre arte y filosofía. De hecho, Adorno estudió filosofía y, al tiempo, musicolo-
gía y piano con A. Berg. Th. Mann decia de él que no se decidía por la filosofía o por la músi-
ca (apud V. GÓMEZ, El pensamiento estético de Th. W. Adorno, p. 46).
38
A diferencia de la terminología científica, donde el propio término es la cosa puesto
que él mismo la define, de manera que la realidad tratada por definición no puede exceder
nunca los límites del concepto que la ha construido.
una separación con la cosa pensada, con la verdad. Suprime la mediación con-
ceptual de la verdad, que desde luego permitiría pensarla con determinación,
delimitar sus contornos, y —en definitiva— verla. El arte, sin mediaciones con-
ceptuales o reflexivas, como mímesis que es, se iguala a la cosa, accede de forma
inmediata a la verdad. Pero —sin esas mediaciones que permitirían poseer la
verdad con precisión— no ve la verdad con determinación. Se aproxima tanto
que no puede verla con precisión; está tan cerca de la verdad, sin obstáculos ni
mediaciones, de forma tan inmediata, que queda deslumbrado. El brillo de la
presencia inmediata de la verdad ciega al arte. Sin fijación conceptual, el arte
atrapa al vuelo la verdad; la tiene, pero se le oscurece. «El conocimiento artís-
tico, escribe Adorno, tiene la verdad, pero como algo inconmensurable con él»
(AT 191; 169), o sea, como algo no aclarado, no pensado de forma determina-
da y rigurosa. Ciertamente, ante una gran obra de arte ‘vemos’ —mejor, pre-
sentimos— la verdad; nos parece que allí está la verdad. Pero la experimenta-
mos de una forma tan poco clara, tan oscura y confusa, que no sabríamos
explicarla si nos preguntan por ella. Nos falta la mediación conceptual. En el
arte tenemos una certeza ‘intuitiva’ de la verdad. En este sentido puede afir-
marse que la experiencia de verdad en el arte es inmediata. El arte es inmedia-
tez. El arte tiene la verdad de forma inmediata, imprecisa, fugaz e instantánea.
Así es la verdad estética; así aparece estéticamente la verdad. Probablemente
inspirado por la noción de ‘iluminación’ (Erleuchtung) que Benjamin adoptó a
partir de Baudelaire, Adorno parece concebir la experiencia estética como una
iluminación subitánea en la que sentimos difusamente la verdad, pero que rápi-
damente pasa, o sea, «escritura que brilla un instante y pasa»; un relámpago de
verdad que nos ciega y se disipa, se oscurece inmediatamente. De esta manera,
Adorno recupera en cierto modo la tesis hegeliana del arte como manifestación
sensible —o presencia inmediata— de la verdad, pero de ahí no pasa a creer que
esa verdad pueda reducirse a conceptos, ni que la filosofía supere al arte. La
relación entre ellos no es ya de superación sino de convergencia y/o continui-
dad: ninguno puede superar al otro porque se necesitan mutuamente. De hecho,
la experiencia de verdad que proporciona el arte en los términos ya expuestos
no satisface aquel anhelo de verdad que constituye al propio arte. El arte pre-
senta la verdad, pero inmediata y oscuramente. «Está esperando ser explicado»,
escribe Adorno (AT 193, 524; 172, 457), es decir, está esperando que su pensa-
miento (no discursivo) sea pensado conceptualmente. «En su movimiento hacia
la verdad, precisa Adorno, las obras de arte necesitan el concepto» (AT 201;
177s). El arte necesita la filosofía. Aquel ‘algo más’ que son las obras de arte, su
contenido de verdad oscuro, impreciso, es lo que las obliga a remitirse a la filo-
sofía, para que exponga la verdad in nuce que contienen —mejor: que son—. En
este sentido, la estética como segunda reflexión sobre el arte lleva a las obras
más allá de ellas mismas, de la manifestación en que consisten; más allá del
fenómeno del arte hacia su verdad. Convergentes en el contenido de verdad, lo
que hace la filosofía —el concepto— es desplegar la verdad que está oscura e
inmediatamente en el arte: «La verdad progresivamente desarrollada de la obra
de arte no es otra que la del concepto filosófico» (AT 197; 174). La verdad del
arte es, por tanto, según Adorno, «conmensurable con la interpretación filosó-
fica», y coincide —al menos en el contenido, en la idea— con la verdad filosó-
fica, de modo que no es ‘otra verdad’, otro conocimiento inconmensurable con
el filosófico/conceptual como sostiene Heidegger (AT 197; 175). De ahí que Ador-
no afirme que «la genuina experiencia estética tiene que convertirse en filoso-
fía o no es absolutamente nada» (AT 197; 175). Así es como Adorno descubre la
filosofía —la reflexión— en el arte sin acabar con el arte como hizo Hegel; así
es como incorpora lo filosófico en lo estético: como exigencia, como necesidad.
El arte no es símbolo de una idea, de una filosofía previa, como sostuvo Hegel,
razón por la que finalmente pudo ser suplantado por la propia filosofía. La filo-
sofía que se descubre en el arte no es una filosofía ya hecha y que se le aplica
desde fuera; más bien, es una exigencia de filosofía que parte del propio arte (AT
504; 440), una exigencia de reflexión desde dentro, una verdad pensada no dis-
cursivamente y que la filosofía tendrá que cumplimentar desarrollándola con-
ceptualmente.
El arte exige la filosofía, necesita la reflexión discursiva. Pero también la
filosofía, el discurso conceptual, necesita el arte. La filosofía —como el arte y
como dialéctica que es— también está atravesada por la voluntad de verdad.
También representa en el pensamiento lo que no es concepto, lo que no es pen-
samiento, la verdad, el absoluto. Ahora bien, a diferencia del arte, la represen-
ta conceptualmente (PhT I, 87s; 66s). La filosofía tiene lo que le falta al arte:
pensar conceptual, pero le falta justo lo que posee el arte, la verdad, la presen-
cia inmediata de lo absoluto. «El conocimiento discursivo desvela la verdad,
subraya Adorno, pero no la tiene» (AT 191; 169). Tiene el elemento para pen-
sarla, el concepto, pero está vacío de verdad. El concepto quiere decir la ver-
dad, pero constantemente se le escapa, porque no sólo la piensa/desvela sino
que también es un muro —una mediación— que separa de lo pensado. La filo-
sofía puede aclarar —pensar— lo que el arte no puede, pero el mismo concep-
to que le permite hacer esto, es el que le separa de la verdad que tiene el arte.
Separa tanto de la verdad, el concepto es un muro tan alto, que lo que encuen-
tra al pensar la cosa, la verdad, es a sí mismo. Necesita la presencia de la ver-
dad. De hecho, es el alejamiento del concepto propio del arte lo que le garan-
tiza, al suprimir la mediación, el muro que aquél representa, la presencia
inmediata —viva, pero oscura— de la verdad (AT 200s; 177s). Efectivamente,
la mediación conceptual —la filosofía— reflexiona sobre la verdad inmediata
y oscura que es el arte, pero no puede restituir la presencia inmediata, la fres-
cura, de la verdad estética, de la verdad que aparece estéticamente. El concep-
to separa, cosifica; cuando el dolor, la verdad que tiene el arte de forma inme-
diata e imprecisa, deviene concepto, escribe, queda «mudo y estéril» (AT 35;
33). Las cosas, cuando son pensadas, parecen distantes, irreales, pierden la fres-
cura de la realidad inmediata, la verdad que tiene el arte. La filosofía gana pre-
cision a cambio de distancia, de falta de presencia de la verdad. Los conceptos
tienen que alienarse para obtener presencia, pero esta excursión hacia lo otro
39
JAY, M., Adorno (FCE, Madrid, 1988), 150.
40
Cfr. GÓMEZ, V., El pensamiento estético de Th. W. Adorno, pp. 17ss, 153ss.
41
Kant, I., KrV A 51.
RESUMEN: El objeto del artículo es aclarar las condiciones que cumple el alma en el orfismo para que
se haga descansar en ella la posibilidad de supervivencia post-mortem del yo. Para ello, estudiamos
en qué consiste el alma en el orfismo, analizando todos los testimonios órficos que permiten extraer
conclusiones en relación con el papel de ésta en la concepción órfica de la identidad personal. Tene-
mos en cuenta también la función que como posibles criterios de identidad personal desempeñan en
el orfismo otros factores como el cuerpo o la memoria. Finalmente, concluimos que el alma en el orfis-
mo es portadora de la identidad personal porque es una entidad substantiva, individual e independiente,
de carácter único y permanente, inmortal y sujeto de una única e intransferible historia vital.
PALABRAS CLAVE: Supervivencia post-mortem, identidad personal, orfismo, inmortalidad, alma.
* Quisiera agradecer a los profesores Christoph Riedweg, Laura Gemelli y Enrique Romerales sus
sugerentes y atinadas observaciones. Este artículo se ha realizado con la ayuda de una beca postdoctoral
concedida por la Secretaría de Estado de Educación y Universidades del Ministerio de Educación, Cultu-
ra y Deporte y cofinanciada por el Fondo Social Europeo.
1
Cuando en este artículo hablamos de órfico u orfismo, nos referimos al bagaje doctrinal conteni-
do en los textos atribuidos a Orfeo o identificables como órficos por medios indirectos, con independen-
cia de su antigüedad, de su carácter (mítico, literario, filosófico o ritual), y de que pudieran servir de base
a un grupo de fe determinado o contener diferencias doctrinales en ámbitos no relativos a la superviven-
cia post-mortem del yo. Mi única intención es descubrir qué concepción de la supervivencia personal tras-
lucen dichos textos, sin perjuicio de los distintos modos en que éstos puedan ser interpretados.
© PENSAMIENTO, ISSN 0031-4749 PENSAMIENTO, vol. 61 (2005), núm. 230, pp. 311-325
312 C. MEGINO, SUPERVIVENCIA POST-MORTEM E IDENTIDAD PERSONAL EN EL ORFISMO
2
Cf. LOCKE, J., Essay concerning Human Understanding, reimpr., Oxford, 1990 (= 16942), II, cap. 27,
quien ya señaló que lo que nos hace decir que una entidad dada es la misma depende de qué clase de enti-
dad sea. También, PENELHUM, T., «Personal Identity», en EDWARDS, P. (Ed.), The Encyclopedia of Philosophy,
vol. 6, London-N. York, 1967, p. 96, y ROMERALES, E., Identidad personal y supervivencia «post-mortem»:
Diálogo filosófico 33 (1995) 364.
3
Estas tres respuestas se corresponden grosso modo con las tres principales teorías sobre la identi-
dad personal que han sido planteadas por la filosofía en tiempos modernos: la primera es la teoría cor-
poralista, en la que la identidad de cuerpo o, al menos, de cerebro, sirve de criterio de identidad; la segun-
da es la teoría psicologista, que propugna, en esencia, la memoria como criterio, aunque hoy día ha sido
sustituida por la teoría causal, que añade a la memoria el requisito del enlace causal necesario de cada
uno de los estados mentales de la persona con sus antecedentes y subsiguientes; la tercera, es la llamada
«teoría no reduccionista», que estipula como criterio de identidad la existencia de una esencia individual
simple e indefinible y no reductible a propiedad cualitativa alguna. Una cuarta teoría, hoy muy despres-
tigiada en el pensamiento filosófico por su dudosa coherencia, es la que sostiene que el yo es una mera
ilusión del pensamiento y del lenguaje, una mera forma de hablar sancionada por el hábito, pero sin refe-
rencia empírica alguna. Es la postura de Hume y, en esencia, la del budismo theravada. Un estado actual
de la cuestión sobre estas teorías puede verse, por ej., en ROMERALES, E., ¿Consiste en algo ser una y la misma
persona?: Daimon 6 (1993) 97-117; y sobre la relación del problema de la identidad personal con la cohe-
rencia de la idea de supervivencia post-mortem, véase ROMERALES, E., Identidad personal…, pp. 363-387.
primer lugar, parece que hemos de descartar el primer criterio, pues la supervivencia
post-mortem sólo es posible si lo que sobrevive sigue manteniendo su identidad tras la
muerte, y ésta sólo la garantiza el alma, pues el cuerpo, tras disociarse de ella con la
muerte, perece y acaba por desaparecer 4. El segundo criterio, en cambio, sí es en prin-
cipio asumible, pues el alma superviviente es susceptible de conservar la memoria de su
vida (o vidas) anterior y la autoconsciencia de sí misma como tal; sin embargo, no pare-
ce suficiente, porque el alma puede estar sujeta al olvido hasta el punto de perder la cons-
ciencia de su identidad en el tiempo. Y en cuanto al tercero, parece la mejor opción, ya
que, una vez postulada un alma superviviente, ésta ha de ser una entidad substancial
independiente de sus cualidades características y necesaria como sujeto de éstas. Tene-
mos, pues, un punto de partida. Ahora toca averiguar hasta qué punto el alma en el orfis-
mo es así, y para ello habrá que hacer un estudio fenomenológico de las propiedades
características de esta clase de alma que nos permitan, finalmente, encontrar los requi-
sitos lógicos en los que se hace descansar la posibilidad de su supervivencia.
Pero antes de seguir, conviene hacer una salvedad: que busquemos el criterio lógico
en el que descansa la asunción por parte de los órficos de la idea de inmortalidad y super-
vivencia de un alma individual en la que reside la identidad de la persona, no implica
asumir que ellos eran conscientes de él o que poseían el bagaje cultural e ideológico nece-
sario para plantearse una cuestión semejante. No pretendemos incurrir en tal anacro-
nismo. De hecho, no sólo es perfectamente posible, sino incluso frecuente, que alguien
crea, por ejemplo, que su alma va a subir al cielo después de su muerte, sin tener la menor
idea de las implicaciones lógicas o epistemológicas que tal creencia supone. Investigar
el fundamento ideológico de las creencias religiosas de los griegos del pasado no impli-
ca atribuirles su conocimiento, ni siquiera la posibilidad de que pudieran plantearse tal
cosa, lo cual sólo ha sido posible tras siglos de especulación filosófica.
Hecha esta aclaración, digamos en primer lugar que el concepto de alma inmortal
no surge de forma casual, sino como satisfacción a una doble necesidad: lógica y reli-
giosa. Lógica, porque la proyección más allá de la muerte de aquellas cualidades carac-
terísticas que permiten identificar a un ser personal con el que acaba de morir, exige
la asunción de algún tipo de entidad substancial que sirva de sujeto de dichas cuali-
dades y, como es una evidencia de hecho que el cuerpo perece, la idea de alma vino a
colmar dicha necesidad. Y religiosa, porque la noción de alma inmortal, en cuanto enti-
dad que asume la identidad psicológica y la responsabilidad moral del individuo, fue
la respuesta idónea a los presupuestos religiosos que motivaron la creencia en la super-
vivencia personal, entre los que sin duda estarían la necesidad de dar cuenta del pro-
blema del mal y el anhelo de una existencia alternativa de carácter compensatorio o
punitivo.
Que fuera el término yuchv el mejor candidato para expresar dicha noción parece natu-
ral, por cuanto, desde Homero, yuchv fue el único vocablo, frente a los varios que eran
usados en ocasiones como substitutivos terminológicos de referentes inconfundibles del
yo (como nombres propios o pronombres personales), que representaba una entidad per-
sonal superviviente al hombre y heredera de todos los rasgos que le identifican: figura,
voz, aspecto y hasta memoria. Pero esta yuchv no dejaba de presentar los rasgos de la
muerte, como una especie de sombra inasible que mal se compaginaba con los anhelos
de ciertos movimientos religiosos, como el orfismo, de una vida plena después de la muer-
4
Además, como señala PENELHUM, o. c., pp. 95ss, la propia inmortalidad sólo es posible si la identidad
corporal de la persona no es un criterio necesario de identidad personal, de modo que aceptar un criterio
corporalista de identidad equivaldría ex hypothesi a negar la posibilidad de la supervivencia post-mortem.
5
Merece la pena constatar cómo la idea de inmortalidad del alma depende también de la semejan-
za entre el modo de existencia tras la muerte imaginado y el que fue en vida, de tal forma, que a medida
que el modo de existencia post-mortem se parece menos al que fue en vida se diluye más la idea de inmor-
talidad, y viceversa.
6
CORNFORD, F., De la religión a la filosofía, trad. esp., Barcelona, Ariel, 1984 (= 1912), p. 190, n. 4, llega
a decir que la creencia en la inmortalidad se debe, en parte, a entender de modo deficiente la naturaleza
del morir, esto es, a no observar una dicotomía tajante entre lo vivo y lo inerte.
7
Cf. para el orfismo: Diog. Oen. fr. 40 Smith (= OF 427 [I] B), así como los siguientes testimonios
de claro carácter órfico: Hdt. 2, 123 (= OF 423 B), Pl., Men. 81a-b, Ep. 7, 335a (= OF 424 y 433 B), CIG
6199, IG XIV 2241, GV 1763 Peek (= OF 469.4-5 B). La numeración de los fragmentos órficos es la que
figura en la reciente edición de BERNABÉ, A., Poetae Epici Graeci Testimonia et Fragmenta. Pars II: Orphi-
corum Graecorum Testimonia et Fragmenta, I, Leipzig, Teubner, 2004.
8
Los testimonios sobre el carácter eminentemente divino de la inmortalidad son muy numerosos
(cf. DGE s. v. ajqavnato"). Referencias órficas evidentes son, por ej., Vett. Val. 317, 19 Pingree (= OF 426 B):
«El alma, inmortal e insensible a la vejez, viene de Zeus»; CIG 6199, IG XIV 2241, GV 1763 Peek (= OF
469.4-5 B): «Pues el alma vive siempre, / la que procura la vida y de los dioses desciende».
9
En cuanto se trata de una entidad sustantiva. La sustantividad, es decir, la capacidad de una enti-
dad para existir independientemente de otra, es una condición necesaria de su permanencia: si el alma no
fuera una sustancia, sino una propiedad o función del cuerpo, no le sobreviviría. Cf. BARNES, J., Los filó-
sofos presocráticos, trad. esp., Madrid, Cátedra, 20002 (= 1982), pp. 578s.
10
Cf. sobre todo, IOlb. 94a Dubois = OF 463 B y IOlb. 94c Dubois = OF 465 B.
11
Cf. también, Hdt. ibid.: «Pues el alma del hombre es inmortal, y al morir el cuerpo, penetra cada
vez en otro ser vivo cuando nace» y Diog. Oen. ibid.: «Y no digamos que el alma transmigra y no perece,
como [creen] los órficos».
lación: «el alma de todos los seres es inmortal, mas los cuerpos, mortales» 12. Esto supo-
ne que el alma, portadora de la vida y de todas las funciones psicológicas que definen la
personalidad del individuo, es concebida como una entidad cuyo vínculo con el cuerpo
es puramente contingente e irrelevante como definitorio de su identidad. En otras pala-
bras, el cuerpo sería un mero receptáculo (que en el contexto religioso en el que nos
movemos equivale a una tumba o prisión), un ente pasivo portador de cualidades coyun-
turales susceptibles de ser predicadas de un sujeto, el alma, concebida como una enti-
dad substancial irreductible a ellas.
Ahora bien, no habría que asumir esta conclusión de forma definitiva y sin matices,
al menos por el momento. Primero, porque tampoco existe una idea única e invariable
de alma en los distintos testimonios órficos que conservamos. Esta idea, como otros con-
ceptos y creencias, sufrió en su concepción la variedad debida a las distintas épocas y
corrientes de pensamiento que se hicieron eco del mensaje órfico, así como a las diver-
sas influencias que la filosofía u otras religiones tuvieron en éste a lo largo del tiempo.
De todos modos, sí podemos vislumbrar, a pesar de dicha diversidad, una concepción
relativamente homogénea del alma, solidaria con una tradición de creencias y pensa-
miento órficos que arranca en el siglo VI a. C. y llega hasta época tardoimperial.
En este sentido, debemos guardarnos asimismo de concebir el alma en el orfismo
como un ente incorpóreo y de naturaleza únicamente espiritual. De hecho, hay que decir
que la concepción del alma como entidad independiente y superviviente del cuerpo con-
lleva como consecuencia, además de la asunción de todas las funciones propias de la per-
sona, o al menos, las más características, la tendencia a ser representada como un ente
corporal, en cuanto heredera de la persona como tal.
Esta tendencia fue favorecida, en el caso de la tradición órfica, por la creencia común
entre los griegos (que, a su vez, reflejaba, a juzgar por la etimología de yuchv 13, una creen-
cia secular), de que el alma era de naturaleza material, no, evidentemente, de la misma
que el cuerpo, del que claramente se distingue, sino de un tipo de substancialidad sutil,
correlativa con el aliento y afín al aire externo. De este modo, fue sencillo que en fuen-
tes órficas se la concibiera como algo susceptible de ser arrastrado por los vientos e ins-
pirado con la respiración 14. Así pues, y tal como parece deducirse del testimonio de Aris-
tóteles 15, el alma sería, para al menos una determinada tradición órfica cuyos ecos llegan
hasta autores tan tardíos como Proclo, Vecio Valente o Gregorio Nazianceno 16, una enti-
12
Vett. Val. 317, 19 Pingree = OF 425 B.
13
Que la hace derivar de yuvcw, «soplar», de la raíz indoeuropea *bhes- «soplar», presente también,
por ejemplo, en el antiguo indio bhás-trā «fuelle», o, con alargamiento *bhs-eu, en el sáncrito védico á-psu-
«sin aliento, sin fuerza». Cf., por ej., CHANTRAINE, P., Dictionnaire étymologique de la langue grecque, Paris,
Klincksieck, 19832, y FRISK, H., Griechisches etymologisches Wörterbuch, Heidelberg, Carl Winter, 1960.
14
Arist., De an. 410b27 = OF 421 B: «De eso está aquejada también la doctrina contenida en los poe-
mas llamados ‘órficos’: pues afirma que el alma penetra desde el universo al respirar, arrastrada por los
vientos», Vett. Val. 317, 19 Pingree = OF 422 B: «Al tomar aire, recolectamos el alma divina», Greg. Naz.
Carm. arc. 7, 23ss (= OF 421 [VIII] B): «Conozco también otro relato, que yo nunca aceptaría, / pues no
puede haber un alma común y dividida por doquier, / que vaga por el aire. Sería semejante / para todos,
inspirada y espirada».
15
Véase nuestro análisis del pasaje citado en «Aristóteles y el Liceo ante el orfismo» en BERNABÉ, A. -
CASADESÚS, F. (Eds.), Orfeo y la tradición órfica: un reencuentro, Madrid (en prensa), cap. 50.
16
Procl., in R. I 339.17 Kroll = OF 339 B: «Cuando de las fieras y las aladas aves / las almas se pre-
cipitan y a aquéllas les falta la sagrada vida, / el alma de éstas nadie la conduce a la mansión de Hades, /
sino que por ahí queda volando en vano, hasta que de ella, / mezclada con los soplos del viento, se apode-
ra otro ser. / Mas cuando un hombre abandona la luz del sol, / sus almas inmortales abajo las conduce
Hermes Cilenio, / a la descomunal cavidad de la tierra». Vett. Val., ibid., Gr. Naz., ibid. Cf. también el
Himno órfico 38, 22: «Soplos eternos, nutridores de almas, aeroformes».
dad aérea, preexistente al cuerpo y presente en el aire externo sujeta a los embates de los
vientos, hasta que, al inspirarla al nacer 17, los seres vivos reciben con ella la vida y todas
las funciones anejas a ésta (percepción, pensamiento, movimiento, etc…). Con la muer-
te, el alma no se disolvería en el aire externo, sino que, o volvería de nuevo como tal al
aire, o bajaría al Hades para ser juzgada, a la espera en ambos casos de una nueva encar-
nación. De cualquier modo, y según parece, las almas, aunque de naturaleza semejante
a la del aire circundante, tendrían una individualidad propia, bien desde su origen, o
bien como segregaciones particulares de un alma común universal 18. Dicha individuali-
dad no vendría dada, evidentemente, ni por su índole aérea, ni por su carácter vivifica-
dor, sino por ser agentes de la vida psíquica, cuyo carácter, debido a las exigencias mora-
les que conlleva la doctrina de la transmigración, tenía que ser singular y propio.
Volveremos sobre ello más adelante, al tratar del alma como entidad transmigrante.
Ahora sólo queremos dejar constancia de que el alma se concibe en estos textos como
una entidad substancial, de índole material, agente de la vida mental del individuo e inde-
pendiente del cuerpo en el que se encarna. Es importante señalar que la continuidad
espacio-temporal del alma estaría garantizada en todos los casos, no viéndose afectada
por el hecho de la muerte, que sólo supone un tránsito de una misma esencia individual
de un cuerpo a otro.
Más dudoso es esto en otra tradición órfica paralela que cree al alma compuesta de
éter, asumiendo que procede del éter universal y que a éste retorna con la muerte 19. Aun-
que parece muy probable deducir de los testimonios que el alma pierde su identidad al
reintegrarse en el éter, lo que, a efectos prácticos, supone el fin de su existencia y la nega-
ción de su inmortalidad, lo insólito de este hecho en la tradición órfica 20 y el paralelis-
mo con otros textos similares que reflejan una creencia parecida 21 y en los que esto no
es así, no permiten asumir esta conclusión de forma definitiva 22. Es muy posible que,
dado que la doctrina órfica del alma-éter sólo es atestiguada por testimonios tardíos, y
guarda una gran similitud con creencias estoicas similares 23 en las que, además de afir-
mar el origen etéreo del alma, se identifica el éter con el aire, el poeta órfico autor de la
17
Este parece ser el momento más lógico para la inspiración del alma, que se produciría, así, una
vez en la vida, y sólo habría otra ocasión en la que sería expirada: el momento de la muerte. Cf. por ej.,
Them., in An. 35.17 Heinze.
18
Aunque no hay constancia documental directa de que en los poemas órficos se expresara la cre-
encia de que las almas individuales provenían del alma del mundo, tal como pretende Jámblico en su
comentario al pasaje de Aristóteles (cf. de an. en Stob., Flor. I 49, 32 [I 366, 17 Wachsmuth]), y también
Gregorio Nazianceno, Carm. arc., 7, 22ss, no es descartable, teniendo en cuenta que fue una doctrina
común, asumida entre otros por Anaxímenes (fr. 13 B 2 DK), los pitagóricos (cf. Cic., ND 1, 27, y De senec-
tute, 78) o el propio Platón, Tim. 41d.
19
Cf. Vett. Val. 317, 19 Pingree = OF 436 B: «El alma de los hombres en el éter tiene sus raíces»;
Clem. Alex. Strom. 6, 2, 17, 1 = OF 437 B: «Es el agua para el alma muerte, mas para las aguas, la tierra; /
del agua nace la tierra, y de la tierra, a su vez, el agua, / y de ésta, el alma, que se vuelve (ajllavssousa) al
éter universal». Tomamos el participio ajllavssousa en el sentido de «dirigirse, ir hacia», más que como
«tornarse en», cf. DGE s. v. ajllavssw.
20
Sin ir más lejos, el propio Vecio Valente cita otros dos versos de Orfeo en los que se afirma explí-
citamente que el alma, frente al cuerpo, es inmortal (317, 19 Pingree = OF 425 y 426 B).
21
Cf., por ej., Epigr. ad Potid. occ., 432 a. C., IG I3 1179 = CEG 10, 6 Hansen: «El éter acogió a las
almas, y esta tierra a los cuerpos»; Inscr. sep. Pirae. ca. 350 a. Ch. (535 Hansen): «El alma de Eurímaco y
sus poderosos designios los tiene el húmedo éter, y el cuerpo, esta tumba»; Carm. Aur. 70s: «Dejando el
cuerpo, marchaste al libre éter, / serás inmortal, un dios imperecedero, ya no un mortal»; Anth. Gr. App.
Epigr. sepulcr. 245, 4: «Pues mi alma marchó al éter y a las moradas de Zeus».
22
WEST, M. L., The Orphic Poems, Oxford, Oxford Univ. Press, 1983, pp. 222s.
23
Cf. Chrysipp. fr. 821 apud Ar. Did., fr. 39, 4 (SVF 2, 225, 18 Arnim). Cf. también WEST, o. c., p. 223.
doctrina se viera influido por estas creencias y atribuyera al éter la misma función cons-
titutiva del alma que el aire. De este modo, podrían ser también válidas aquí las obser-
vaciones hechas arriba sobre el origen aéreo del alma. En todo caso, también hay que
decir que la doctrina del alma-éter es muy marginal dentro de la literatura órfica y poco
representativa de la creencia órfica común.
Por otro lado, el problema de la concepción órfica de la identidad personal no nos
debe llevar a centrarnos sólo en el alma como entidad que asume dicha identidad. El
problema es más complejo. Tenemos testimonios en los que el cuerpo, que presunta-
mente queda relegado como mero revestimiento perecedero de la verdadera continua-
dora del individuo más allá de la muerte, que es el alma, adquiere una importancia como
criterio de identidad personal que hay que tener en cuenta. Nos referimos, por ejemplo,
a los que nos ofrecen las laminillas áureas órficas, en las que el alma es imaginada en el
Más Allá con evidentes rasgos corporales. Pero, también, a las evidencias arqueológicas,
que nos revelan que dichas laminillas, auténticas guías de Ultratumba, fueron descu-
biertas en tumbas junto al cadáver de personas que esperaban leerlas en su paso al Más
Allá 24 y que, por tanto, concebían su supervivencia como la continuación no sólo de su
alma, sede de todas sus funciones psíquicas, sino también de su cuerpo o, al menos, de
una cierta corporalidad que les permitiera realizar acciones como ver, leer, hablar, beber
o andar.
Así, y aunque podría tratarse de almas corpóreas 25, lo que estaría en consonancia con
la creencia en el origen aéreo del alma ya aludida 26, estaría en entredicho la nítida con-
traposición entre alma inmortal y cuerpo mortal propia de otros testimonios órficos, de
modo que habría que otorgar a este último un papel relevante en la concepción que tiene
el creyente órfico de su propia identidad personal. Pues, en efecto, el mundo de las lami-
nillas, escritas algunas en primera persona, nos revela que el creyente se imaginaba en
el Más Allá con las características físicas de su última existencia en la tierra: podía ver
la geografía del Hades, padecer sed, beber del agua de la laguna de Mnemósine, tener
vino, del que, independientemente de su significado simbólico y religioso, el creyente
bebería como signo de bienaventuranza 27, y hablar con los seres infernales 28. A este cua-
dro hay que añadirle el de los testimonios que nos hablan de los distintos padecimien-
tos físicos a que están sujetos en el Hades los no iniciados y los irredentos, tales como
zambullirse en el fango 29, llevar agua en un cedazo 30 a una tinaja agujereada 31 o ser que-
mado por las Furias y lamido por fieras salvajes 32. Esta visión del alma superviviente en
24
Así, por ej., en la tumba donde se encontró la laminilla de Hiponio apareció también una lámpa-
ra para que la difunta pudiera leerla en el Más Allá.
25
Como tal parece ser el caso, ya que, aunque aparezcan con rasgos corporales, en las laminillas se
habla de almas, cf., por ej., lam. de Hiponion, L 1, 4 (= OF 474 B), lam. de Entella, L 2, 6 (= OF 475 B),
lam. de Turios, L 8, 1 (= OF 487 B).
26
En la laminilla de Turios, L 9, 5 (= OF 488 B), por ej., se dice que el alma del difunto «salió volan-
do» (ejxevptan) del penoso ciclo de las reencarnaciones.
27
De hecho, en otros textos de claro carácter órfico se promete a los iniciados un banquete eterno
en el Hades, en el que no faltaría el vino: Pl., R. 363c (= OF 431 I B), Plu. Comp. Cim. Luc. 1, 2 (= OF 431
[II] B). En los rituales mistéricos se produciría una identificación del vino con Dioniso, lo que supondría
beber al dios mismo y, por tanto, aquél se convertiría en licor de inmortalidad: cf. BERNABÉ, A. - JIMÉNEZ,
A. I., Instrucciones para el Más Allá. Las laminillas órficas de oro, Madrid, Ed. Clásicas, 2001, pp. 118s.
28
Cf. las laminillas de Hiponion, Entella, Petelia, Farsalo, Eleuterna, Tesalia y Pelina (L 1-7 = OF
474-486 B).
29
Pl., Phd. 69c (= OF 434 [III] B), Plot. 1, 6, 6 (= OF 434 [IV] B).
30
Pl., R. 363d (= OF 434 [I] B).
31
Pl., Grg. 493a (= OF 434 [II] B), Xenophon, Oec. 7, 40 (= OF 434 [V] B).
32
Ps.-Pl., Ax. 371d (= OF 434 [VI] B).
el Más Allá implica difuminar la diferencia entre alma y cuerpo antes mencionada, pues
se niega el principal fundamento para dicha diferencia: la exclusividad de uno de ellos
para ser el agente constituyente de la identidad del individuo. Porque no cabe duda de
que los creyentes órficos asumen que son ellos mismos los que van a sobrevivir a la muer-
te, y si piensan que van a tener todos esos rasgos corporales que les faculten para reali-
zar todas esas acciones en el Hades es porque creen que dichos rasgos son propiedades
constitutivas y esenciales de sí mismos, esto es, que su falta o pérdida equivaldría a la des-
trucción de su identidad y, por tanto, a la imposibilidad de su supervivencia post-mortem.
¿Cómo se concilia entonces la mortalidad del cuerpo, es decir, su disolución con la muer-
te, y su papel como garante de la identidad personal en tanto que parte constitutiva del
yo y, por ende, superviviente a la muerte?
La respuesta es compleja. Para encontrarla hay que recordar la exigencia lógica de
la creencia en la supervivencia post-mortem: la existencia de un alma o ente substancial
que, asumiendo la identidad de la persona, sea susceptible de sobrevivir a la disolución
del cuerpo. En esta fundamental diferencia, la capacidad de supervivencia a la muerte,
radica la contraposición entre alma y cuerpo. En que ex hypothesi, aquélla es inmortal y
éste mortal. Ahora bien, resulta imposible, no ya conocer empíricamente alguna perso-
na sin cuerpo, sino incluso concebir ésta sin ningún tipo de rasgo corporal, como puede
ser la forma o la movilidad. De hecho, incluso las figuras geométricas, que sólo son enti-
dades mentales, únicamente pueden ser concebidas a partir de su representación sensi-
ble, es decir, es preciso una imagen concreta, en forma de un dibujo en cualquier sopor-
te físico, para aprenderla. Por tanto, el alma, como entidad constitutiva de la persona,
tiene que adoptar de ella sus rasgos corporales o, al menos, los más específicos y carac-
terísticos de su individualidad. Y así, si dicha alma sobrevive, dichos rasgos tendrán que
sobrevivir con ella. ¿Cómo salvar entonces la contraposición alma-cuerpo? Yo creo que
lo que se produce es una distinción subyacente entre dos sentidos de cuerpo: una cosa
es el cuerpo físico, el que tenemos en vida, que es mortal y perece, y otra lo que podría-
mos llamar «el cuerpo anímico», que es una mera exigencia lógica, nacida de la imposi-
bilidad mental de concebirse a uno mismo como una entidad meramente espiritual 33,
carente de algún tipo de substancialidad que permita ser sujeto de las cualidades pro-
pias de una persona. Este «cuerpo anímico» no tiene entidad propia, no sería una subs-
tancia como el cuerpo físico, sino que se concibe como una propiedad esencial del alma,
algo que le pertenece de suyo y que forma parte del concepto de ésta. Y esto no cambia
si entendemos esta forma de supervivencia post-mortem, como así parece que hay que
hacerlo en todos estos casos, como una mera etapa de un gran ciclo de reencarnaciones,
en los que el alma transmigraría de un cuerpo a otro un número indefinido de veces hasta
su completa liberación. Ello se debe a que se trata, por definición, de un «cuerpo» inde-
finido, sin rasgos personales propios. Adopta en cada caso los que hereda el alma del
último cuerpo físico en el que ha estado encarnada, los cuales, por no ser constitutivos
esenciales de aquélla, son sustituidos con cada reencarnación. De este modo, podemos
decir que el alma se contrapone al cuerpo físico, que es mortal, y al mismo tiempo con-
33
Hay quien defiende incluso que la idea de espíritu, esto es, de una persona descorporeizada, encie-
rra contradicciones lógicas: cf. NIELSEN, K., Contemporary Critiques of Religion, London, Macmillan, 1973,
cap. 6 (de forma más matizada en «The Faces of Immortality», en DAVIS, S. T. (Ed.), Death and Afterlife,
London, Macmillan, 1989, p. 18) y FLEW, A., The Logic of Mortality, Oxford, Blackwell, 1987, pp. 2ss. Otros,
sin embargo, consideran que el concepto de persona sin cuerpo, sea en forma de alma o no, es perfecta-
mente concebible e inteligible, como QUINTON, A., The Soul: The Journal of Philosophy, 59 n.º 15 (1962)
408, o SWINBURNE, R., The Coherence of Theism, Oxford, Clarendon, 1977, pp. 99ss.
serva un «cuerpo anímico», que, como propiedad suya, también se contrapone al cuer-
po físico y es inmortal. Pero antes de seguir, se hace necesario mostrar cómo entiende
el orfismo la idea de transmigración de las almas 34.
La creencia en la transmigración, derivada del concepto de inmortalidad del alma,
tomó cuerpo en el orfismo desde muy temprano, pues ya encontramos sugerida esta cre-
encia en la laminilla de Olbia aludida, donde la inscripción «vida-muerte-vida» parece
indicar un resurgimiento a una vida que ya se tuvo antes del paso por la muerte. Asi-
mismo, otros dos testimonios coetáneos, uno de Heródoto 35 y otro de Píndaro 36, que,
según todos los indicios, reflejan creencias órficas, nos dicen que el alma humana, que
es inmortal, transmigra durante un período determinado de tiempo de unos cuerpos a
otros, incluidos los de otros animales, hasta que al final de este ciclo reencarna por últi-
mo en un ser humano, cuya existencia se concibe como el preludio de su heroización.
El motivo de la transmigración del alma aparece como puramente moral: la expiación
de una culpa heredada cuyo pago supone la liberación del ciclo de renacimientos 37. Estos
testimonios son confirmados y ampliados por Platón, de cuyas referencias a esta doc-
trina en varios pasajes podemos obtener el siguiente cuadro: el alma del hombre, inmor-
tal e imperecedera 38, con la muerte de éste se dirige hacia el Hades, del que de nuevo
retorna al mundo de los vivos, pasado un tiempo, mediante su reencarnación en otro
cuerpo, lo que se concibe como un «nacimiento desde los muertos» 39, un proceso que
tiene lugar de forma cíclica 40. En este proceso, los cuerpos son meros receptáculos del
34
Partimos del hecho de que la noción de transmigración es coherente no sólo para el orfismo, sino
en sí misma, pues aunque este extremo haya sido negado por autores corporalistas como WILLIAMS, B.,
Problemas del yo, trad. esp., México, UNAM, 1986 (= 1973) 19ss, o MACINTOSH, J., Reincarnation and Rela-
tivized Identity: Religious Studies 25 (1989) 153-65, desde un punto de vista no reduccionista es lógica-
mente posible que una persona sea la reencarnación de otra en virtud de la adopción de la misma alma.
Otra cosa es que no sea demostrable ni verificable, pues no hay forma de saber de hecho que una perso-
na es la reencarnación de otra, pero esto, en todo caso, no afecta ni a su inteligibilidad ni a su coherencia.
35
Hdt., II 123 (= OF 423 B): «Los egipcios fueron también los primeros en enunciar esa doctrina de
que el alma del hombre es inmortal y que, al morir el cuerpo, penetra cada vez en otro ser vivo cuando
nace. Una vez que ha recorrido todos los seres terrestres, marinos y alados, vuelve a entrar en el cuerpo
de un hombre que está a punto de nacer y cumple este ciclo por tres mil años. Hay algunos griegos, unos
antes, otros después, que siguieron esta teoría, como si fuera suya propia, cuyos nombres yo no escribo,
aunque los conozco».
36
Pi., fr. 133 Sn-M. (= OF 443 B): «A los que Perséfone compensación por un antiguo duelo / acep-
ta, al sol de arriba en el noveno año las almas de ellos / devuelve de nuevo; de éstas ilustres reyes / y varo-
nes ágiles por su fuerza y los más grandes en sabiduría / surgen; y para el resto de los tiempos héroes /
puros son llamados por los hombres».
37
A este respecto surge una interesante cuestión: si la transmigración de las almas tiene como fina-
lidad la purificación de éstas, ¿qué tipo de purificación puede llevar un alma encarnada, por ej., en un pez?
¿Qué tipo de conducta puede seguir, siendo un pez, para mejorar su jerarquía en la próxima transmigra-
ción? Quizá haya que pensar que este tipo de reencarnación constituya una especie de purificación pasi-
va, como parte de la expiación que debe llevar a cabo el alma de la culpa titánica, aunque en sí misma no
otorgue al alma ninguna oportunidad de contribuir activamente a su redención.
38
Men. 81a (= OF 424 B): «Pues he escuchado de varones y mujeres entendidos en asuntos divinos…
sacerdotes y sacerdotisas… que el alma del hombre es inmortal, y unas veces llega a un término —al que
llaman morir— y otras de nuevo nace, pero no perece nunca».
39
Phd. 70c (= OF 428 [I] B): «Hay un antiguo relato que recuerdo, según el cual están allí habiendo
ido desde aquí, pero de nuevo vuelven y nacen desde los muertos (givgnontai ejk tw'n teqnewvtwn)».
40
Cf. el comentario de Damascio al pasaje platónico anteriormente citado: in Phd. 1, 203 [123 Wes-
terink] (= OF 428 [III] B): «Porque el antiguo relato, que es órfico y pitagórico, lleva de nuevo las almas a
un cuerpo y de nuevo vuelve a sacarlas del cuerpo y eso muchas veces, de forma cíclica (kuvklwi)». Quizá
deba interpretarse en el mismo sentido la referencia al «ciclo de profundo pesar» (kuvklo<u> ... barupenqevo"
ajrgalevoio) de la laminilla de Turios L 9, 5 (= OF 488 B), citada arriba. Otras referencias órficas al ciclo
alma 41, a la que tienen en «custodia» 42, como si fueran una especie de prisión o tumba 43.
La consideración del cuerpo como una tumba y de la existencia corporal como una muer-
te en vida 44 ha de valorarse como un juicio moral motivado por el carácter punitivo y
expiatorio de la vida encarnada 45, pero carente de implicaciones en lo referente a la natu-
raleza del alma como continuadora del yo y portadora de la identidad personal.
Versiones órficas posteriores de la misma doctrina nos ofrecen el mismo cuadro
general, aunque con interesantes precisiones y desarrollos. Así, en las Rapsodias, se dice
que las almas transmigran mudándose de unos cuerpos a otros, sean éstos humanos o
animales 46. La encarnación se concibe asimismo como el «nacimiento» de un nuevo
ser 47, lo cual no es óbice para que éste sea reidentificado con el primero en virtud de la
identidad de alma 48. Problemática es, sin embargo, la asimilación del nacimiento de los
hijos a partir de los padres con el paso del alma de unos a otros, pues esto conllevaría,
aun suponiendo que el alma encarnara en el momento del nacimiento y no de la con-
cepción, que el padre o la madre moriría en cuanto naciera su hijo, lo que, evidente-
mente, es un hecho muy poco frecuente. Quizá deba tomarse la referencia a padres e
hijos en sentido lato, como miembros de una misma familia emparentados en línea des-
cendente, pero sin que se trate de verdaderos padres e hijos biológicos. De este modo,
de renacimientos: Procl., in R. II 338, 10 Kroll (= OF 338, 4 B): «Pues el alma, mudada según los ciclos
del tiempo (kata; kuvkla crovnoio), / transmigra de hombres a animales, de unos a otros», Simp. in Cael. 377,
12 Heiberg (= OF 348 [I] B): «A los que encargó Zeus / liberar del ciclo (kuvklou te lh'xai)», definido por
Proclo (in Tim. III 297, 3 Diehl = OF 348 [II] B) como «la rueda de la necesidad y del nacimiento» (th'" '
eiJmarmevnh" te kai; genevsew" trocov"); quizá haya que añadir, también, la estela de Panticapeo (OF 467 B),
donde se dice al difunto: «has escapado del ciclo de los penosos sufrimientos» (kuvklon ajnihrw'n ejxevfuge"
kamavtwn).
41
Tal parece deducirse también del término griego más común usado para designar la encarnación:
el verbo eijsduvnw o eijsduvw (cf., por ej., Hdt., II 123, Procl., in R. II 338, 10 Kroll) cuyo significado literal es
el de «entrar» o «penetrar» en algo pero sin confundirse con él.
42
Phd. 62b (= OF 429 [I] B): «Lo dicho en los textos secretos sobre eso, de que los hombres estamos
en una especie de custodia (frourav)». Cf. también D. Chr., 30, 10 (= OF 429 [III] B).
43
Cra. 400c (= OF 430 [I] B): «Y es que algunos afirman que éste [el cuerpo] es sepultura (sh'ma) del
alma, como si ésta estuviera sepultada en su situación actual (…) Sin embargo, me parece que Orfeo y los
suyos le pusieron este nombre sobre todo porque el alma, que paga el castigo por lo que debe pagarlo, lo
tiene como un recinto, a semejanza de una prisión (desmwthvrion), donde puede verse sana y salva»; Filo-
lao (fr. 44 B 14 DK) apud Clem. Alex. Strom. 3, 3, 17, 1 (= OF 430 [III] B): «Atestiguan los antiguos teólo-
gos y adivinos que, por ciertos castigos, el alma está uncida al cuerpo y sepultada en él como en una tumba
(ejn savmati)». Cf. BERNABÉ, A., Una etimología platónica: sw'ma-sh'ma: Philologus 139 (1995) 204-37.
44
Grg. 493a (= OF 430 [II] B): «Pues yo he oído a alguno de los sabios que nosotros ahora estamos
muertos y que el cuerpo es para nosotros una sepultura (sh'ma)». Cf. también Arist., fr. 60 Rose3 = 73 Gigon
(= OF 430 [IV] B).
45
Así ha de considerarse a propósito del orfismo, cuya fundamentación de la transmigración es emi-
nentemente moral. Condiciones para la reencarnación como el olvido o la ingestión indebida de alimen-
tos y bebida en el Hades (por ej., de forma implícita, en lam. de Hiponio, Entella, Petelia y Farsalo, y con
más claridad, en Pl., Phdr. 248c = OF 459 B; Pherecr., fr. 113, 30ss. K-A = OF 432 [II] B), son secundarias,
y sólo ponen de manifiesto que el alma no está todavía purificada de su culpa para salvarse. Por otro lado,
el argumento racionalista ofrecido en el Fedón (72b-c) en defensa de la necesidad de la reencarnación,
basado en la hipótesis del número limitado de almas, es también secundario y de cosecha exclusivamen-
te platónica.
46
Procl., in R. II 338, 10 Kroll (= OF 338 B): «… nacen unos de otros con la mudanza de las genera-
ciones (…) Pues el alma, mudada según los ciclos del tiempo, / transmigra de hombres a animales, de unos
a otros: / unas veces nacen como caballo, otras <…>, / otras veces oveja, otras, ave terrible de ver, / otras
en cambio cuerpo canino y voz profunda, / y estirpe de gélidas sierpes que se arrastra en la divina tierra».
47
Procl., ibid.: «Nacen (givnont’) unos de otros (…) una veces nacen (givnetai) como caballo, otras…».
48
Procl., ibid.: «Los mismos son padres e hijos en las estancias, / decorosas esposas, madres e hi-
jas; / nacen unos de otros con la mudanza de las generaciones».
49
Procl., In R. II 339, 17 Kroll (= OF 339 B), citado en nota 16.
50
Procl., in R. II 340, 11 Kroll (= OF 340 B): «Quienes han sido puros bajo los rayos del sol, / una vez
fallecidos, alcanzan un destino más grato / en el hermoso prado junto al caudaloso Aqueronte, (…) los que
cometiron injusticias bajo los rayos del sol, / réprobos, son llevados al llano del Cocito, / al gélido Tárta-
ro». A diferencia de lo que ocurre en las laminillas, donde el criterio de redención parece ser el recuerdo
de determinadas contraseñas. No obstante, el recuerdo de estas fórmulas rituales presupone una inicia-
ción religiosa previa y una purificación anterior como condiciones necesarias de salvación, siendo dichas
fórmulas una especie de reivindicación última del derecho obtenido por una conducta recta: así, por ej.,
dice el difunto en una laminilla de Turios (L 9, 1 y 5) ya citada: «vengo de entre puros…» o «salí volando
del penoso ciclo de profundo pesar» y, en otras también de Turios (L 10a-b, 4): «he pagado el castigo que
corresponde a acciones impías», antes de ser efectivamente liberado por Perséfone y Dioniso.
51
Greg. Naz. Carm. arc. 7, 33ss (= OF 421 [VIII] B): «Que también confieren múltiples cuerpos seme-
jantes a sus vidas anteriores, / buenas y malas al alma, que cambian constantemente, / o como premio a
su excelencia o como castigo por sus faltas / (…) los dispusieron como fiera, planta, mortal, ave, sierpe,
perro, pez». Esta idea de la jerarquía de las reencarnaciones debe ser antigua, pues Platón ya se hace eco
de ella (Phdr., 248c = OF 459 B) y también se halla presente en Empédocles (31 B 117 y 146-7 DK).
52
Simp., in Cael. 377, 12 Heiberg (OF 348 [I] B): «La vida feliz, tras haber andado errantes, que dese-
an obtener los seguidores de Orfeo que son iniciados en Dioniso y en Core, ‘a los que encargó Zeus / libe-
rar del ciclo y aliviar del mal’ a las almas humanas», y Procl., in Tim. III 297, 3 Diehl (OF 348 [II] B): «…
en la rueda de la necesidad y del nacimiento, de la que es imposible sustraerse, según Orfeo, a menos que
uno se atraiga el favor de los dioses aquellos ‘a los que encargó Zeus liberar del ciclo y aliviar del mal’».
Cf. también, Procl., in R. II 173, 12 Kroll (= OF 346 B), donde se establece en 300 años el período de puri-
ficación del alma. En este respecto se seguiría la tradición de las laminillas, donde son los dioses Dioniso
y Perséfone los artífices de la liberación: cf. lam. de Hiponio, L 1, 13ss, Entella, L 2, 16, Pelina, L 7a-b, 2,
Turios, L 10a-b, 6s.
fuera acompañada de una memoria genuina (esto es, consistente en recuerdos corres-
pondientes a hechos realmente vividos, no imaginados o inducidos) que una las expe-
riencias pasadas con las presentes. Tal parece ser el caso en el orfismo, y, en especial, en
las mismas laminillas áureas 53, en las que se hacen referencias explícitas a la memoria
(Mnhmosuvnh) como la potencia que pone en contacto al alma con su historia vital, esto es,
la que revela a uno mismo su propia naturaleza trascendente, no sólo como miembro de
una clase (la de los iniciados, conscientes de su condición de hijos de Cielo y Tierra, es
decir, de ser seres divinos, sabedores del verdadero lugar del alma en el ciclo de renaci-
mientos), sino, lo que para nosotros es más importante, como sujeto específico de un
acontecer vital propio cuya consciencia de sí trasciende la discontinuidad del nacimiento
y la muerte y lo reivindica como uno mismo y distinto de otros (los dioses del Hades, los
no iniciados, los demás bienaventurados, etc…), sustrayéndolo así del efecto disgrega-
dor del tiempo y el devenir. La memoria aparece así como la verdadera vinculante de los
vivos con los muertos, la que permite que el difunto hable de su pasado en primera per-
sona 54 y la que confiere así sentido a su responsabilidad moral y al destino de salvación
que anhela. La memoria, en suma, sería una condición adicional de identidad, la cuali-
dad decisiva que separa al alma del cuerpo y la faculta para asumir la identidad de la
persona, lo que significa tener consciencia de la especificidad de las propias vivencias y
de la historia común que las une como propiedades de un mismo sujeto, lo que en el con-
texto religioso órfico resulta fundamental, pues la convierte en conditio sine qua non de
salvación.
Ahora bien, la memoria como criterio de identidad personal tiene un punto débil: su
falta de universalidad, esto es, que la vinculación que establece entre las vivencias indi-
viduales de una misma alma a lo largo de sus diversas existencias (tanto encarnada, como
libre del cuerpo) no es aplicable a todos los sujetos, sino más bien a una minoría, la de
los iniciados órficos que, gracias a su formación religiosa y a su ascesis ritual, pueden
aspirar a recordar sus vidas anteriores, esto es, a trascender su propia condición mortal
reconociéndose como sujetos de una historia vital cuyo destino es la liberación del ciclo
de renacimientos. Pero, ¿qué ocurre con la mayoría, con los profanos, con los que se
gozan en la despreocupación y la injusticia, sin ser conscientes de su verdadera condi-
ción ni de ninguna de sus vidas anteriores, los que beben de la fuente del olvido 55, con-
denados a volver a encarnarse en formas inferiores de vida, cada una más ignorante e
inconsciente? 56. Parece claro que, a pesar de su falta de memoria, conservan su identi-
dad tras cada reencarnación, pues su misma alma sirve como garante de dicha identi-
dad. De hecho, el olvido de sus existencias anteriores no impide que mantengan su grado
específico de responsabilidad moral, que incide directamente en la posibilidad de su sal-
53
Cf. sobre todo, las laminillas de Hiponio, Entella, Petelia y Farsalo (L 1-4), a las que hay que aña-
dir el himno órfico a Mnemósine (77).
54
Cf., por ej., «Vengo entre puros, pura… me sometió el Hado y el que hiere desde los astros con el
rayo. Salí volando del penoso ciclo de profundo pesar…» (lam. de Turios, L 9), «he pagado el castigo que
corresponde a acciones impías» (lam. de Turios, L 10a-b).
55
Así hay que considerar, con toda probabilidad, a la fuente «de la derecha» que aparece en las lami-
nillas de Hiponio, Entella, Petelia y Farsalo, en la que los iniciados tienen vedado beber. Cf. sobre ella,
BERNABÉ-JIMÉNEZ, o. c., pp. 51s.
56
Cf. los testimonios, llenos de reminiscencias órficas, de Platón, Phdr. 248c (OF 459 B), R. 620e (OF
462 B) donde se vincula olvido y reencarnación en vidas inferiores. Cf. también otro testimonio del mismo
Platón (Grg. 493 a-c = OF 434 [II] B) donde aparece también el olvido como causa del castigo infernal de
llevar agua en un cedazo agujereado, lo que, como vimos antes, estaba reservado para los réprobos y no
iniciados, es decir, para los que la falta de consciencia de sí les impedía reconocer su condición culpable
heredada y, por tanto, trascenderla.
57
Esto ya fue señalado en 1736 por BUTLER, S., «Of Personal Identity», en PERRY, J. (Ed.), Personal
Identity, Berkeley, Univ. California Press, 1975, p. 100.
58
Cf., por ej., PENELHUM, T., o. c., p. 95: «El problema de las condiciones de reidentificación de per-
sonas es distinto al problema de su individuación. Individualizar entre una clase de seres es distinguir a
uno de otro, mientras que reidentificar un miembro de una clase de seres es reconocerle como el mismo
que alguien conocido anteriormente».
gración del alma, como la memoria, que puede perderse en el devenir de la metempsí-
cosis, no garantizan la identificación del alma en todo tiempo y lugar. ¿Cómo podría
identificarse entonces al alma «Sócrates», por ej., si ésta no recordara que formó parte
de la persona «Sócrates» en una existencia anterior? ¿Cómo se podría saber que es pre-
cisamente esa alma y no la que perteneció a «Alcibíades»? O, planteado de otro modo,
¿cómo se sabe que el alma que se presenta a Perséfone es precisamente la que ha expia-
do ya el castigo por su herencia titánica y merece la liberación del ciclo de nacimientos,
y no otra? ¿Qué distingue, en última instancia, a unas almas de otras? Parece que el único
criterio de identificación que queda es la especificidad de la historia vital de cada alma,
de modo que un alma se diferenciaría de otra sólo por las experiencias personales adqui-
ridas por ella y que no lo han sido por la otra a lo largo de toda su existencia. En este
caso, sí podría hablarse de universalidad y de necesidad, pues todas las almas, por el
mero hecho de existir, de estar sujetas al devenir del tiempo, tienen una experiencia vital
propia y específica, la cual además, al ser aquéllas inmortales, no se interrumpe en nin-
gún momento, ni siquiera tras la liberación final del ciclo de nacimientos, por lo que
acompaña al alma en todo tiempo y lugar. ¿Cómo se distinguiría, pues, a un alma de
otra, a la que merece salvarse de la que no? En última instancia, porque una tendría tras
de sí una historia de observancias rituales y de progresiva purificación moral que la haría
candidata a la liberación de su culpabilidad heredada y del ciclo de nacimientos, mien-
tras que la otra, habiendo llevado sucesivas vidas inferiores, abocada al olvido y a la injus-
ticia, e ignorante de las contraseñas rituales, no podría presentar las mismas credencia-
les. Y, por último, incluso en el caso de que las dos almas merecieran salvarse, una siempre
habría tenido una historia diferente de la otra.
Ahora bien, descartados el cuerpo y la memoria como criterios de identidad perso-
nal, nos queda el alma sola como portadora de dicha identidad. Y haciendo balance de
lo que hemos visto, el alma, tal como es concebida por el orfismo, tiene las siguientes
características: primero, es una entidad substancial, corpórea (aunque de una corporei-
dad sutil, quizá de aire), pero independiente e irreductible a cualquier cuerpo particu-
lar, portadora tanto de la vida biológica como de la vida psíquica de la persona, inclu-
yendo la memoria y la autoconsciencia; es inmortal e imperecedera, aunque sujeta a
cambios, los cuales sólo afectan a sus experiencias vitales (acumuladas en una memoria
susceptible de perderse en cada encarnación) y a su estatus moral, esto es, a su jerarquía
en el ciclo de renacimientos, no a su identidad; es también, pues, un agente moral que
asume la responsabilidad ética del individuo y, por ende, de su herencia culpable, por lo
que es susceptible de recibir castigo, aunque capaz también de redención y purificación
de sus faltas. Es, por último, de índole divina, aunque no reivindica dicho estatus hasta
que es liberada del ciclo de reencarnaciones y retorna a la comunidad de los dioses. En
todo caso, la divinidad no implica a este respecto más que inmortalidad, y no afecta a la
identidad del alma.
Con todo esto, tenemos el bagaje suficiente para responder a la cuestión con que
comenzábamos el artículo: ¿qué condiciones cumple el alma en el orfismo para que un
individuo llamado, por ej., Pitágoras, pueda ser el mismo que otro que existió en un tiem-
po anterior con el nombre de Euforbo en virtud de su identidad de alma? En vista de
las características antedichas, el alma en el orfismo cumple las siguientes condiciones
para ello:
1.ª Es una entidad substantiva, es decir, sujeto individual, independiente y necesa-
rio de todas aquellas cualidades que permiten identificar a una persona como
una y la misma a lo largo del ciclo de reencarnaciones. Dichas cualidades son
aquellas atribuibles a esa alma y sólo a esa a lo largo de su historia vital, sean
físicas o psíquicas.
2.ª Posee un carácter único e intransferible, irreductible a todas las cualidades sus-
ceptibles de serle predicadas, pues aunque éstas cambien (por efecto del olvido,
por adoptar el cuerpo de un animal inferior o, incluso, de una planta y, por tanto,
no tener consciencia de sí, etc…), la permanencia de su individualidad garanti-
za la identidad personal.
3.ª Es inmortal y, por tanto, ajena a toda ruptura espacio-temporal que implique
discontinuidad entre sus estados en tiempos distintos.
4.ª Posibilita que se cumplan tres condiciones imprescindibles de identidad perso-
nal: primero, que sea determinada, es decir, que una persona sea la misma que
otra anterior sin que esto sea una cuestión de grado o de estipulación; segundo,
que sea independiente, es decir, que la identidad de una persona sea la que es
sin que esto dependa de la identidad de una tercera 59; y, tercero, que sea nece-
saria, esto es, que una persona sea idéntica a otra anterior en todos los mundos
posibles, en este caso, tanto el mundo de los vivos como en el del Más Allá 60.
59
Como postulan los defensores de la teoría del continuador más próximo (cf., por ej., NOZICK, R.,
Philosophical Explanations, Oxford, Clarendon Press, 1981, pp. 33ss), según la cual que una persona A sea
idéntica a otra persona B sólo depende de que no exista otro candidato C más parecido a B que el propio
A, de modo que la identidad no es algo determinado, sino que sólo se estipula convencionalmente en fun-
ción de que exista un candidato que posea una relación de semejanza y causalidad con el original más
estrecha que cualquier otro candidato existente.
60
Aunque el principio de necesidad de la identidad, formulado por Kripke, A., «Identity and Neces-
sity», en MUNITZ M. K. (Ed.), Identity and Individuation, New York Univ. Press, 1971, pp. 135ss, es común-
mente admitido, hay quien defiende la posibilidad de la identidad contingente, como GIBBARD, A., Contin-
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1922 (15 de abril o un poco después): Notas sobre algunas representaciones históricas posibles del
Pecado Original, X, 53-63 [éste podría ser —según algunos— el escrito que no gustó y que pudo
desencadenar su ida a China].
1923 (17 de enero): Panteísmo y Cristianismo, X, 65-84.
1923 (21 de marzo): Acerca de la ley de irreversibilidad en evolución, III, 69-70.
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1923-1939: Cartas de Viaje, XIV, 33-229 [sus cartas desde la salida hacia China].
1923: La Misa sobre el Mundo, XIII, 125-140. XVII, 17-35.
1922 (primera publicación sobre paleontología de China, posiblemente aparecida en 1923 ó 1924):
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1928 (14 de junio): Alocución en el matrimonio de Odette Bacot y Jean Teilhard d’Eyry en París, XIII,
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II, 75-86.
1930 (enero): El fenómeno humano, III, 201-216. Revue des Questions Scientifiques, XVII, 390-406.
1930 (con Jean Piveteau): Les Mammifères fossiles de Nihowan (Chine), Annales de Paléontologie,
XIX, 1-132; XXVI, OSc, III, 1245ss.
1931 (9 de marzo): El Espíritu de la Tierra, VI, 21-51.
1933 (con Davidson Black, Young y Pei): Fossil Man in China. The Chou-Kuo-Tien cave deposits...,
Geological Memoirs, Peiping, 11, 158 pp., XXVI, OSc, V, 1903ss.
1934 (febrero): La Evolución de la Castidad, XI (no traducido totalmente), 65-92; XXIV, 19-22.
1934 (20 de marzo): Las excavaciones prehistóricas de Pekín, II, 87-100.
1934 (octubre): Como yo creo, X, 105-146.
1935: La fauna pleistocena y la antigüedad del hombre en América del Norte, II, 101-116.
1935 (15 de junio): Alocución en el matrimonio de Éliane Basse y Hervé de la Goublaye de Ménorval
en París, XIII, 147-150; XXIV, 100-104.
1935 (15 de septiembre): El descubrimiento del pasado, III, 227-237.
1936 (4 de mayo): Esbozo de un Universo personal, VI, 59-100; XXIII, 73-124.
1936 (9 de octubre): Algunas reflexiones sobre la conversión del mundo, IX, 143-152.
1936 (11 de noviembre): Salvemos a la Humanidad, IX, 153-175
1937 (marzo): El fenómeno espiritual, VI, 101-122.
1937 (5 de julio): El descubrimiento del Sinántropo, II, 107-116.
1937 (20 de octubre) La Energía humana, VI, 123-176; XXIV, 25-47.
1938 (junio) a 1940 (junio): El fenómeno Humano, I, 33-383.
1939-1946: Nuevas cartas de Viaje. Pekín, apartado del tumulto mundial, XV, 23-86.
1939 (3 de marzo): La gran Opción, V, 53-80.
1939 (20 de marzo): La mística de la ciencia, VI, 177-196.
1939 (marzo): Cómo comprender y utilizar el arte, XI (no traducido), 93-98.
1939 (mayo): Algunas consideraciones generales sobre la Esencia del Cristianismo, X, 147-152.
1939 (5 de julio): Las unidades humanas naturales, III, 239-266.
1939 (navidad): La hora de elegir, VII, 15-23.
1940 (31 de octubre): La Palabra escuchada, XI (no traducido), 99-110.
1940: The granitisation on Chine, Publications de l’Institute de Géobiologie de Pékin, 1, 33 pp., XXVI,
OSc, VII, 3219ss.
1941 (22 de febrero): Reflexiones sobre el Progreso. El porvenir del Hombre visto por un Paleontólo-
go, V, 79-101.
1941: Early Man in China, Publications de l’Institute de Géobiologie de Pékin, 7, 112 pp., XXVI, OSc,
VIII, 3261ss.
1941 (septiembre): El atomismo del Espíritu, VII, 25-61.
1942 (¿?): Nota sobre la noción de Perfección cristiana, XI (no traducido), 111-118.
1942 (20 de enero): La ascensión del otro, VII, 63-77.
1942 (13 de febrero): El Espíritu nuevo. El cono del tiempo, V, 103-152.
1942 (20 de marzo): Universalización y Unión, VII, 79-95.
1942 (8 de octubre): Cristo evolucionador, X, 153-166.
1942 (15 de noviembre): El lugar del Hombre en el Universo. Reflexiones sobre la complejidad, III,
267-288.
1942: Chinese fossil Mammals: a complete bibliography analysed, tabulated, annotated and indexed
(en colaboración con P. Leroy), Publications de l’Institute de Géobiologie de Pekín, julio, n.º 8,
1-142, XXVI, OSc.
1943 (agosto): Super-Humanidad, Super-Cristo, Super-Caridad, IX, 177-200.
1943 (15 de septiembre): La cuestión del Hombre fósil, II, 117-158.
1943 (septiembre): Géobiologie et Geobiologia, «Advertencia preliminar» en el número I de la revis-
ta «Geobiología», 1-5 (Cuénot, 1966, 322ss).
1943 (28 de diciembre): Reflexiones sobre la Felicidad, XI (no traducido), 119-140; XXIV, 59-89.
1944 (29 de junio): Introducción a la Vida cristiana, X, 167-190.
1944: Le Néolithique de la Chine, Publications de l’Institute de Géobiologie de Pékin, 10, 112 pp.;
XXVI, OSc, IX, 3937ss.
1950 (mayo): La biología llevada a fondo ¿puede conducirnos a emerger en lo Trascendente?, IX,
243-244.
1950 (junio): Los Australopithecos y el eslabón perdido o «missing link» de la Evolución, II, 159-166.
1950 (junio-julio): Evolución de la idea de Evolución, III, 303-306.
1950 (5 de julio): La evolución de la responsabilidad en el Mundo, VII, 193-202.
1950 (25 de julio): Para ver las cosas con claridad, VII, 203-213.
1950 (julio-agosto): La carrera científica del Padre Teilhard de Chardin, XIII, 163-166.
1950 (noviembre): El gusto de vivir, VII, 215-227.
1950 (octubre): El Corazón de la Materia, XIII, 13-82.
1950 (finales de diciembre): Monogenismo y Monofiletismo, X, 231-234.
1951 (invierno): Algunas notas para verlo claro, XI (no traducido), 225-230.
1951 (febrero): La estructura filética del grupo humano, II, 167-216, Annales de Paléontologie, París,
XXXVII, 49-79.
1951 (15 de marzo): Un umbral a nuestros pies: del Cosmos a la Cosmogénesis, VII, 233-249.
1951 (25 de marzo): Reflexiones sobre la probabilidad científica y las consecuencias religiosas de un
Ultra-Humano, VII, 251-262.
1951 (5 de mayo): Nota sobre la realidad actual y el significado evolutivo de una ortogénesis humana,
III, 307-315.
1951 (23 de julio): La Convergencia del Universo, VII, 263-277.
1951 (julio-noviembre): Cartas de viaje. África del Sur, XV, 105-126.
1951-1955: Cartas de Viaje. Nueva York, XV, 127-156.
1951 (19 de noviembre): Transformación y prolongación en el Hombre del mecanismo de la evolu-
ción, VII, 279-290.
1951 (31 diciembre): Un problema capital para la Antropología: ¿se da en el Hombre una prolonga-
ción y transformación del proceso biológico de la Evolución?, VII, 291-297.
1951 (hacia noviembre): Notas sobre la prehistoria sudafricana, II, 217-222.
1952 (21 de enero): Australopitecos, Pitecantropos y estructura filética de los humanos, II, 223-226.
1952 (marzo): Observaciones sobre los Australopitecos, II, 227-232.
1952 (20 de abril): La reflexión de la Energía, VII, 299-318.
1952 (14 de septiembre): Lo que el Mundo espera en este momento de la Iglesia de Dios, X, 235-244.
1952 (noviembre-diciembre): Hominización y Especiación, III, 317-330.
1952 (9 de diciembre): El fin de la Especie, V, 367-378.
1953 (18 de enero): Reflexiones sobre la compresión humana, VII, 319-325.
1953 (abril): Al mirar el Ciclotrón: reflexiones acerca del repliegue sobre sí misma de la Energía huma-
na, VII, 327-337.
1953 (1 de mayo): Contingencia del Universo y Deseo humano de sobrevivir, X, 245-254.
1953 (24 de mayo): La Energía de Evolución, VII, 339-351.
1953 (5 de junio): Una continuación del Problema de los Orígenes humanos: la Multiplicidad de los
Mundos habitados, X, 255-162.
1953 (14 de julio): La trama del Universo, VII, 353-363.
1953 (julio-noviembre): Cartas de Viaje. Nueva Misión en Transvaal, XV, 157-166.
1953 (25 de octubre): El Dios de la Evolución, X, 263-270.
1953 (23 de noviembre): Acerca de la probabilidad de una bifurcación precoz del «phylum» humano
en la proximidad inmediata de sus orígenes, II, 233-236.
1953 (probablemente, finales de 1953): Mis Letanías, X, 271-272.
1953 (6 de diciembre): La Activación de la Energía humana, VII, 365-371.
1953-1955: Cartas de Viaje. Últimos años, «acabar bien», XV, 167-191.
1954 (14 de enero): Un resumen de mi perspectiva fenomenológica del Mundo, XI (no traducido),
231-236.
1954 (25 de marzo): Las singularidades de la especie humana. Con una conclusión y un apéndice, II,
261-340.
1954 (junio): El Fenómeno Humano, XIII, 167-168.
1954 (septiembre): Las investigaciones realizadas con vistas al descubrimiento de los orígenes de la
humanidad en África, al Sur del Sahara, II, 237-246.
1954 (septiembre): África y los orígenes humanos, II, 247-260.
1955 (1 de enero): Barrera de la muerte y co-reflexión, o del despertar inminente de la consciencia
humana en el sentido de su irreversión, VII, 373-382.
1955 (enero): En defensa de la ortogénesis a propósito de las figuras de especiación, III, 331-338.
1955 (marzo): Lo Crístico, XIII, 83-107.
1955 (marzo): Investigación, Trabajo, Adoración, IX, 254-252.
1955: The antiquity and world expansion of Human Culture, XXVI, OSc, X, 4580ss.
1955 (7 de abril de 1955, Jueves Santo): Lo que yo Creo (última página de su diario), V, 382; XIII,
108-109.
RESEÑAS
VICENTE BURGOA, LORENZO, Teoría del Cono- podríamos llamar «clásicos» de la teoría
cimiento. 2.ª parte. Analítica crítica (ICE del conocimiento.
Universidad de Murcia, 2002). 452 pp., Como el mismo autor indica, «se inten-
29 × 20 cm. ta no sólo que los estudiantes aprendan lo
que se ha dicho o discutido, sino también
En estos últimos años se ha dado en y principalmente a pensar por sí mismos».
España una auténtica floración de trata- Dentro de esta perspectiva, el autor tiene
dos y ensayos filosóficos sobre Teoría del el acierto de incluir una gran cantidad de
Conocimiento (S. Rábade, 1995; J. L. Arce textos y cuestionarios destinados a la asi-
Carrascoso, 1999; J. Muñoz y J. Velarde, milación crítica de las diversas perspecti-
2000; Anna Estany, 2001; Sánchez Meca, vas actuales de problemática de la teoría
2001, entre otros), lo que indica el interés del conocimiento.
de los filósofos españoles por esta discipli- Una gran virtud atraviesa el intento de
na filosófica. Los materiales que el doctor estos materiales: la sistematicidad y la cla-
Vicente Burgoa (profesor de la Universi- ridad. Los estudiantes universitarios, lo
dad de Murcia) ha editado pertenecen al sabemos desgraciadamente por la propia
grupo de apuntes de clase (Texto-Guía, lo experiencia docente, no están demasiado
denomina el autor) más que a un tratado habituados hoy a enfrentarse directamen-
convencional de Teoría del Conocimiento. te con las fuentes y a discernir por sí mis-
Y desde esta perspectiva debe ser enjui- mos los elementos significativos. Por ello
ciado. Este es el segundo volumen de mate- se les provee aquí de las herramientas que
riales («Analítica crítica») que pertenecen necesitan para adquirir una suficiente
a la asignatura troncal de «Teoría del Cono- información. Pero dar el paso siguiente,
cimiento», y se anuncia un tercer volumen como es la reelaboración crítica de su pro-
de «Análisis crítico especial». pio pensamiento, nos parece una tarea
El autor ha optado por una distribu- muy difícil que no sabemos hasta qué
ción sistemática de los problemas filosó- punto son capaces de conseguirla sumi-
ficos del conocimiento humano a la que nistrándoles unos apuntes claros y dis-
se subordina la visión histórica. Son seis tintos… De todas formas, el esfuerzo es
los problemas filosóficos del conocimien- loable. En cada uno de los capítulo se
to humano que se proponen: 1. La activi- acompaña una bibliografía para aquellos
dad reflexiva como función y como acto que deseen profundizar.—L. SEQUEIROS.
del análisis crítico; 2. El ser y la concien-
cia; 3. Las fuentes del conocimiento; MARTÍNEZ-FREIRE, PASCUAL F. (ed.), Filoso-
4. Sobre la objetividad del conocimiento fía actual de la mente. Contrastes (Revis-
en general: subjetivismo-idealismo-realis- ta Interdisciplinar de Filosofía),
mo; 5. La verdad del conocimiento huma- Suplemento 6 (Málaga, Universidad de
no en general: escepticismo y relativismo; Málaga, 2001). 375 pp. 24 × 18 cm.
6. Las limitaciones gnoseológicas del cono-
cimiento en general. Desde el punto de Una de las líneas de reflexión filosófi-
vista de los contenidos, se tocan los temas ca más novedosas de la segunda mitad del
entorno ambiental como en el contacto advirtiendo que ese sujeto tiene que ser un
con otras personas, hoy día estos ele- sujeto representacional, incorporizado y
mentos se consideran aspectos básicos a dotado de un lenguaje, que no es propie-
la hora de querer entender qué sea lo men- dad particular, sino social, por lo que el
tal y cómo se constituye. empeño de captar lo real siempre se hará
El autor que más defiende las posicio- desde un horizonte lingüístico y social.
nes originales del movimiento cognitivis- Este enfoque interpersonal y social de
ta, como no podía ser menos, es Herbert lo mental es uno de los elementos de
A. Simon, uno de los teóricos precursores mayor interés del giro cognitivo. Si desde
que más contribuyó a la superación del cog- la tradición filosófica, sobre todo a par-
nitivismo y a la creación de la nueva psi- tir de Descartes, el enfoque de acerca-
cología cognitiva. En su artículo se lamen- miento a definir lo mental había sido el
ta de que todavía haya psicólogos que no de primera persona, la introspección, el
hayan aceptado el punto de vista funcio- empeño cientifista del conductismo adop-
nalista de entender el pensamiento como taba siempre el enfoque de tercera per-
procesamiento de información, sea de tipo sona. Pero en el primer caso nos encon-
serial o paralelo (conexionismo). A. Clark trábamos ante la imposibilidad de acceder
se centra en mostrar el carácter aislacio- a las otras mentes, y en el segundo caso
nista del cognitivismo clásico, advirtiendo no podíamos acceder ni siquiera a la nues-
la necesidad de situar la problemática de tra, puesto que se negaba la existencia de
la mente desde la interacción agente- lo mental. El enfoque cognitivista del fun-
ambiente, esto es, orientándose hacia lo cionalismo pretende recuperar, frente al
que él denomina la «incorporización» de conductismo, el ámbito de lo mental, pero
los enfoques mentalistas. Y dentro de este no por vía introspectiva, sino objetivista,
enfoque interaccionista es donde reapa- de tercera persona. Los trabajos de
recen viejos problemas de la filosofía, si- A. Gomila, J. Toribio y R. Toumela se
tuados aquí en el apartado «metafísica y orientan a estudiar lo mental desde el
filosofía de la mente», encaminados a enfoque interpersonal y social, porque no
replantearse el fenómeno del conocimien- somos realidades aisladas y solipsistas,
to y la consistencia metafísica de la reali- sino que tanto a la hora de captar el
dad que se presenta ante nosotros. M. Liz mundo como de tener una idea de noso-
se plantea cómo es que nuestra experien- tros mismos, partimos de un ámbito de
cia subjetiva es capaz de acceder a un encuentro con otras mentes, en cuyo diá-
mundo externo a lo mental (problema epis- logo interactivo llegamos a la conciencia
temológico del mundo externo), y cómo el del yo, del otro y del mundo. Estos tra-
mundo externo puede acoger experiencias bajos son, desde mi punto de vista, los
subjetivas (problema ontológico de la expe- más interesantes de todo el libro, en la
riencia subjetiva). El autor entiende que medida en que advierten del radical enfo-
ambos problemas están íntimamente rela- que solipsista con que se ha nutrido toda
cionados, en su planteamiento y en su solu- esta nueva filosofía de la mente de tradi-
ción, en la medida en que el realismo direc- ción anglosajona, basada en una antro-
to por el que se inclina a la hora de pología radicalmente individualista.
solucionar el primer problema, puede ser Asimismo, otro capítulo de enorme
también solución para el segundo. Martí- interés y actualidad dentro del panorama
nez Freire estudia cómo se percibe el pro- de la filosofía de la mente es el referido al
blema de «la realidad desde la mente». Ha estatuto de las emociones y de todo el con-
sido común en épocas anteriores acercar- junto de aspectos de la subjetividad que
se a resolver el problema desde un sujeto van más allá de lo meramente cognitivo.
solipsista o un sujeto natural, pero vamos El artículo de F. Broncano pretende defi-
numerosos trabajos sobre el filósofo pam- los avances de la «nueva ciencia», así como
plonés —tanto libros: García Bacca: La con la influencia, dentro de España, del
audacia de un pensar. Bilbao, Universidad pensamiento del filósofo bilbaíno Miguel
de Deusto, 1988, como artículos—, nos de Unamuno y del madrileño José Ortega
brinda ahora este estudio continuador en y Gasset. Pero si el neotomismo represen-
el que se entrelaza el contexto vital del tó el sistema teológico y filosófico transi-
autor con su pensamiento filosófico, con tado por GB durante la época anterior a
la intención de mostrar la importancia del la guerra civil española del 36, especial-
entorno biográfico y existencial de un mente durante los años de su formación
autor en el surgimiento y posterior desa- en universidades europeas y como profe-
rrollo de su filosofía. Por esta razón, el con- sor de metafísica en el Seminario de Sol-
junto que forman los diferentes capítulos sona, este suelo intelectual, como el mismo
del libro está organizado con el propósito GB indicara, comenzó pronto a resque-
de seguir al protagonista, desde su naci- brajarse por el influjo de los avances cien-
miento en Pamplona (1901) hasta su falle- tíficos, especialmente en física, lógica y
cimiento en Quito (1992), por sus diver- matemática, y de la filosofía de Ortega. Sin
sos ámbitos vitales y culturales, y mostrar embargo, el impacto que le impulsó a eri-
en qué medida tales circunstancias influ- gir su pensamiento posterior sobre el racio-
yeron en el pensamiento filosófico que apa- vitalismo orteguiano y el historicismo de
rece expresado en la amplia aportación W. Dilthey no se manifestaría hasta des-
escrita de GB. pués de comenzado el conflicto y verse
El libro está estructurado en ocho capí- obligado a rehacer su vida como profesor
tulos. En el primero se sigue a GB en sus de la Universidad de Quito, a partir de
primeros años de vida, en su entrada en el 1939, circunstancia que le llevaría a com-
Seminario de los claretianos y en todo su partir la condición de exilado con otros
proceso de formación teológica y filosófi- muchos intelectuales y profesionales espa-
ca, tanto en los diferentes centros clare- ñoles obligados, como él, a reconstruir sus
tianos como durante su período formati- vidas en diversos países hispanoamerica-
vo en diversas universidades europeas nos por su adscripción y defensa del legí-
(Lovaina, Munich, París, Viena…). Pero timo gobierno republicano.
no satisfecho con describir el entorno cul- En el capítulo tercero se recoge lo más
tural más próximo del protagonista, el significativo de este crucial fenómeno del
autor nos presenta en apretada síntesis el exilio republicano: los intelectuales más
panorama cultural de la España de las pri- significativos, las circunstancias en que se
meras décadas del siglo XX, una época de produjo, las diferentes naciones en que se
tal riqueza que ha sido denominada por instalaron y los frutos culturales más
los especialistas como «edad de plata» o importantes de su valiosa producción inte-
segunda «edad de oro» de la cultura es- lectual en tierras americanas. Dentro de
pañola, dinamizada sobre todo por el este entorno cultural y existencial presen-
movimiento krauso-institucionista, el rege- tado por el profesor Beorlegui, podemos
neracionismo de J. Costa, el grupo gene- seguir a GB en los diferentes avatares
racional del 98 y el raciovitalismo de Orte- durante la guerra, hasta su salida de Fran-
ga y Gasset, entre otros movimientos y cia con destino a Quito.
autores con menos renombre. Tras el estallido del conflicto, y sobre
El capítulo segundo está dedicado a todo con su traslado a Ecuador, su vida
situar a GB en el contexto del primer suelo experimenta un vuelco y, con ella, también
filosófico-teológico del que se nutrió inte- su filosofía. Tanto su condición de sacer-
lectualmente, el neo-tomismo, y al que se dote como el neo-tomismo quedan atrás.
adhirió esforzándose por actualizarlo con Es el momento en que construye su pri-
mer sistema filosófico personal, alrededor influencia marxiana para construir un sis-
de lo que denomina «hermenéutica histó- tema de pensamiento caracterizado por
rico-vital», apoyándose en Ortega y Dil- una inquietante síntesis de tecnocentris-
they. Las circunstancias de su exilio y pri- mo y panteísmo. El capítulo séptimo está
mera acomodación en suelo americano, dedicado a esta etapa final de su pensa-
así como las claves de su pensamiento en miento.
estos años, son ampliamente expuestas en La obra se completa con un último
el capítulo cuarto. capítulo que nos presenta una síntesis crí-
Su estancia en Quito no durará más de tica de toda la trayectoria intelectual de
cuatro años, invitado por la Universidad nuestro filósofo. En él, el profesor Beorle-
Nacional Autónoma de México a formar gui se esfuerza por destacar los elementos
parte de su claustro profesoral, así como más valiosos de la filosofía de GB, sus
por la Casa de España en México (poste- aspectos más originales y aquellos otros
riormente denominada Colegio de Méxi- que le resultan más ambiguos y suscitan
co). El contacto con el grueso de los inte- en él un mayor número de interrogantes.
lectuales exilados, afincados en México, En este capítulo el autor ha querido acer-
dará nuevos impulsos a su reflexión filo- carse con una honesta mirada global al
sófica, representando estos cuatro años de conjunto de la gigantesca y ambiciosa obra
vida mexicana el paso de la influencia filosófica del pensador hispano-venezola-
raciovitalista a la del ontologismo exis- no para señalar sin complejos las luces y
tencialista de M. Heidegger. sombras que observa en el rico caleidos-
Si el capítulo quinto está dedicado a la copio filosófico que constituye la misma,
etapa mexicana, el sexto nos describe la lle- a la vez que expresar la preocupación, la
gada a Caracas, en 1947, y su afianza- urgente necesidad y el reto que tiene la
miento en Venezuela hasta su jubilación intelectualidad española de tratar de recu-
académica en 1971. Se trata de la estancia perar para nuestro panorama filosófico e
más larga de su periplo hispanoamerica- intelectual a toda esta generación exilada,
no, y en ella tiene lugar el viraje intelectual paradójicamente tan valiosa como poco
más fuerte en su producción intelectual: la conocida y valorada. El estudio concluye
influencia de Marx. La circunstancia ame- con un memorándum de los principales
ricana, junto con la progresiva influencia esfuerzos e iniciativas llevados a cabo por
de autores españoles —entre los que des- personas e instituciones para recuperar la
taca Antonio Machado—, así como su afán figura, el pensamiento y la obra de GB.
por escribir «a tono con el pueblo», son el En definitiva, nos hallamos ante una
fundamento de su interés por recuperar el obra necesaria, resultado del importante,
pensamiento marxiano (que no marxista) callado, paciente y constante esfuerzo inves-
como «filosofía actual». Es el momento en tigador de Carlos Beorlegui, largamente
que ya resulta posible hablar de madurez esperada por quienes teníamos noticia de
intelectual de GB y en el que consiguió su su existencia como edición privada, que ve
enorme prestigio tanto en el entorno cul- la luz pública gracias al apoyo recibido por
tural venezolano como en el conjunto de parte de la Universidad de Deusto a raíz del
los centros filosóficos hispanoamericanos Congreso Internacional sobre García Bacca
regentados por exilados españoles. organizado por el Departamento de Filo-
Tras su jubilación académica y poste- sofía de la citada Universidad, celebrado en
rior retiro a Quito, lugar de nacimiento de Bilbao en octubre de 2001. Este estudio del
su esposa, y por efecto de la crisis intelec- profesor Beorlegui constituye una impor-
tual y política de los países donde se había tante aportación al panorama de los estu-
instaurado el comunismo real, GB se aleja dios sobre García Bacca en particular, así
de forma progresiva y silenciosa de la como al de la historia del pensamiento his-
pánico, en general, animado por el afán de notas, de la cosa real. La realidad es uni-
contribuir a fecundar dicho pensamiento y taria. Zubiri distingue tres modos de acti-
prepararlo para un pensar futuro.—ROBER- vidad de la inteligencia: la aprehensión pri-
TO ARETXAGA. mordial de realidad, la actividad afirmativa
y la actividad racional. La actividad racio-
MILLÁS, JOSÉ M., La realidad de Dios. Su jus- nal es la actividad de la inteligencia cuan-
tificación y sentido en Xavier Zubiri y do pretende conocer la realidad más allá
Javier Monserrat (Roma-Madrid, EPUG- del campo de realidad (constituido por la
UPCO, 2004). ISBN 88-7652-985-3 aprehensión de realidad inmediatamente
(Roma), 84-8468-117-3 (Madrid), sentida). La razón busca y esboza lo que la
23 × 17 cm. realidad en profundidad podría ser. El
hombre está constitutivamente religado a
La evangelización del tercer milenio la realidad, y ésta es enigmática. Precisa-
tiene una clara aspiración: dar razón de la mente el enigma de la realidad y la religa-
fe mediante argumentos que resulten com- ción del hombre a ella suscita la cuestión
prensibles en el contexto contemporáneo. del fundamento último de la realidad y, por
El A., docente de Teología sacramen- tanto, la cuestión de Dios. Según Zubiri, la
taria en la Universidad Gregoriana, parte realidad de Dios constituye la resolución
de estas premisas y estudia dos filósofos al enigma de la realidad. Por ello queda jus-
españoles, X. Zubiri y J. Monserrat, ofre- tificada la afirmación de su existencia.
ciendo en el campo de la teología filosófi- Monserrat parte también de una filo-
ca y de la fundamentación de la fe, un váli- sofía de la realidad y de la radical inser-
do instrumento de diálogo con la cultura ción del hombre en ella. En la cuestión de
secular contemporánea. Dios su punto de partida es la contingen-
El libro estudia en particular la cues- cia del universo, el enigma de la realidad
tión de Dios en Zubiri (1.ª parte) y Monse- en su conjunto. El hombre intenta cono-
rrat (2.ª parte). Expone en primer lugar el cer con la máxima certeza posible lo que
punto de partida filosófico de Zubiri. Des- la realidad sea últimamente para poder
taca como tal la concepción de la realidad dar el sentido adecuado a su vida. En este
y de la inteligencia sentiente. El hombre intento la razón encuentra dos hipótesis
está radicalmente insertado en la realidad. posibles de coherencia última de la reali-
Ésta tiene un carácter estructural: es sus- dad: existencia de Dios y un mundo sin
tantividad, y se presenta a la inteligencia Dios. Monserrat afirma que ambas posi-
en la actualidad. La inteligencia humana bilidades tienen sus argumentos raciona-
es inteligencia sentiente. Su actividad no es les, su coherencia y su sentido. Por consi-
una actividad separada de la actividad de guiente, la opción racional por un mundo
los sentidos, pues la intelección y el sentir sin Dios no será una cosa absurda. Ade-
no son dos actos distintos, sino los dos más, la certeza que ofrece cada una de las
momentos de un mismo acto: la intelec- dos posibilidades no puede eliminar la otra
ción sentiente, o el sentir inteligente. Según posibilidad. Los argumentos racionales no
Zubiri, el término formal de la inteligencia pueden proporcionar resultados con una
es la realidad, no el ser. Pero la realidad certeza absoluta en la cuestión de la cohe-
siempre «es», siempre tiene un grado de rencia última de la realidad. En este ámbi-
actualidad. La concepción zubiriana de la to los resultados de la actividad racional
inteligencia y de la realidad no admite que poseen únicamente una certeza moral.
la realidad esté constituida por dos En un primer momento la experiencia
«zonas», la empírica y la intelectiva. La cosa de la indigencia humana y del silencio de
real es sustantividad, y ésta es una estruc- Dios, hace contradictoria la concepción de
tura integrada por todos los elementos, o un Dios omnipotente y justo. Aparece como
más razonable la opción por un mundo sin lidad y de la radical inserción del hombre
Dios. Pero en un segundo momento, la en ella. En Monserrat, el itinerario de la
razón puede descubrir el posible sentido razón hasta la afirmación de Dios y la valo-
del silencio de Dios. Éste sería la renuncia ración positiva de la verdad del cristianis-
de Dios a imponer su presencia para ofre- mo. La razón puede comprender la reali-
cer al hombre la posibilidad de una reali- dad como un «mundo sin Dios». Pero puede
zación en libertad. De este modo, el reco- también reconocer el sentido del silencio
nocimiento del sentido del silencio de Dios de Dios y afirmar con coherencia su exis-
otorga a la opción por Dios, y a la actitud tencia. Aparece entonces con fuerza signi-
religiosa natural, un carácter razonable. La ficativa la figura de Cristo crucificado como
afirmación racional de Dios tiene una signo decisivo de la verdad de Dios y de la
estructura precisa. Tiene a su favor argu- profundidad teológica de la realidad. Con-
mentos cosmológicos y antropológicos. sidero que son cosas que pueden contribuir
Pero el argumento decisivo es el reconoci- a una renovación y actualización el pensa-
miento del sentido para el hombre del silen- miento cristiano, tanto en el ámbito teoló-
cio de Dios en el mundo. gico como pastoral.
Monserrat muestra que la concepción La obra, cuya presentación tipográfi-
cristiana de Dios, centrada en la profundi- ca es sencilla y clara, está dirigida a quie-
dad significativa de la figura de Cristo y de nes están interesados en temas filosóficos
su kénosis, se corresponde con la concep- y a todos aquellos que mantienen viva la
ción racional de Dios, basada en el descu- búsqueda de un sentido de la vida y de-
brimiento del sentido de su silencio en el sean lograr una mayor inteligibilidad de
mundo. Pero la kénosis de Cristo no sólo la fe.—FRANCESCO OCCHETTA.
se corresponde con la experiencia del silen-
cio de Dios, sino que la profundiza de modo EGUÍBAR, MERCEDES, La nueva identidad
sorprendente. En efecto, la revelación de femenina (Madrid, Edit. Ediciones
Dios en Cristo no cancela la condición his- Palabra, 2003). 268 pp.
tórica del hombre, su inserción en la rea-
lidad y la apertura a la posibilidad de un El libro consta de dos grandes partes.
mundo sin Dios. La revelación de Dios en La primera de tipo general, a modo de
Cristo no es impositiva. Pero en ella emer- introducción del tema de la nueva identi-
ge la figura de Cristo crucificado como el dad femenina, desgrana progresivamente
argumento racional decisivo de su verdad. el alcance progresivo de dicha identidad.
Ahora bien, en ningún caso los argumen- Señala a ese efecto el objetivo del libro,
tos racionales podrán proporcionar una inscrito en la creatividad del nuevo orden
certeza absoluta de la opción religiosa. El del mundo, a cuyo progreso quiere con-
creyente sólo podrá alcanzar una certeza tribuir M. Eguíbar, mediante su aporta-
absoluta de su fe mediante la contribución ción a la verdad integral del ser humano,
de la acción interior del Espíritu y de la merced a su dignidad única, sita en la
experiencia espiritual personal. riqueza de su doble género; pasa así a expo-
Podemos afirmar, por tanto, que la fe ner en una doble temática el contenido del
cristiana es racional. Pero los argumentos título de la obra.
no tienen una certeza absoluta. Por con- Ante todo, los temas de carácter gene-
siguiente, la fe es racional y libre. Además, ral configuran la identidad femenina. En
la acción interior del Espíritu contribuye concreto, «el mundo de la publicidad», en
decisivamente en la opción creyente. La fe donde Eguíbar emite un juicio ético de
cristiana es, también, gracia. gran valor al primar ante todo la dignidad
En la obra cabe destacar los puntos de toda persona, frente a la publicidad, que
siguientes. En Zubiri, la filosofía de la rea- la convierte no pocas veces en un simple
Edición. La revista Pensamiento nace en el año 1945 como revista dedicada a la publica-
ción de estudios filosóficos. Se han cumplido ya en el 2004, con el volumen 60, sus sesenta
años de publicación regular e ininterrumpida. Fue entonces promovida por los centros de estu-
dios superiores de filosofía de la Compañía de Jesús en España. Hasta el año 2001 la entidad
gestora de la publicación y administración fue el Centro Loyola (calle Pablo Aranda, 3, 28006
Madrid), mientras que la gestión editorial era asumida por una dirección y un consejo de direc-
ción nombrado por la Provincia de España de la Compañía de Jesús, como entidad social res-
ponsable de la revista. A partir del año 2002, por acuerdo entre la Provincia de España de la
Compañía de Jesús y la Universidad Comillas de Madrid, esta última se hizo cargo tanto de la
dirección editorial como de la gestión de publicación y administración, a través de su Servicio
de Publicaciones (calle Universidad Comillas, 3, 28049 Madrid). Pero la nueva gestión edito-
rial de Pensamiento es compatible con su espíritu fundacional que la liga a los centros de estu-
dios superiores de la Compañía de Jesús en España, principalmente la Universidad de Deusto,
Bilbao, el Centre Borja, Barcelona, y la Facultad de Teología, Granada.
Naturaleza de la revista y perfil editorial. Pensamiento siempre ha sido, y sigue siendo, una
revista de naturaleza científica y de investigación, dentro de la metodología general propia de
los estudios filosóficos, de la específica de sus diferentes subdisciplinas, así como también de
la propia de aquellas otras disciplinas afines en conexión interdisciplinar con la filosofía, tal
como puedan ser las ciencias naturales y humanas. El criterio, pues, de publicación es claro:
seriedad científica y rigor metodológico en la investigación. Es lo que responde a los artículos
de nivel universitario que versan, sin restricción, sobre los temas clásicos de la filosofía: histo-
ria de la filosofía, estudio de los grandes filósofos, teoría de la ciencia, lógica, epistemología,
cosmología y filosofía natural, filosofía del lenguaje, reflexión filosófica sobre las ciencias natu-
rales y humanas, psicología filosófica, antropología filosófica, ontología, metafísica, teodicea,
filosofía de la religión, sociología, filosofía social, política y de la historia, ética, filosofía del
derecho, filosofía de la economía, etc. En Pensamiento caben también las aportaciones ensa-
yísticas y creativas, pero siempre que respondan a los criterios de calidad científica y universi-
taria que caracterizan su estilo propio. El perfil editorial de Pensamiento es abierto sin restric-
ciones ideológicas y pretende ser un medio editorial más, junto a otros muchos existentes en
España, que fomente una exposición rigurosa de las ideas que enriquezca el diálogo y la opi-
nión filosófico-científica: publica, pues, todo tipo de opiniones y posiciones científicas y filo-
sóficas, así como líneas de interpretación de la historia y de los autores. La única exigencia edi-
torial es la seriedad científica, el rigor de los análisis y argumentaciones, así como el respeto y
la calidad humana del estilo. Aunque la actualidad no es un criterio determinante para una
revista como Pensamiento, sin embargo, su política editorial tenderá a que a través de sus pági-
nas puedan seguirse las grandes cuestiones intelectuales y filosóficas planteadas en nuestro
momento histórico.
Características formales. El público destinatario de Pensamiento abarca a todos aquellos
que se interesan por la filosofía desde un punto de vista de rigor científico y de investigación
en un nivel universitario; y también al público general con la suficiente preparación, que inclu-
ye especialistas en otras disciplinas abiertas a la filosofía (física, biología, neurología, etc.). La
revista puede comenzar con un editorial, pero no necesariamente. Sigue la sección de artícu-
los en su cuerpo principal. A continuación la sección de estudios, notas, textos, comentarios
reúne una miscelánea de aportaciones: desde estudios temáticos hasta notas más breves, tex-
tos especiales, así como comentarios de libros en profundidad u opiniones más ensayísticas.
Por último, las secciones de crónicas y bibliografía que incluye las reseñas de libros. Pensa-
miento edita tres números al año, con un total en torno a las 512 páginas.
NORMAS DE PUBLICACIÓN
Autores. Pensamiento está abierta a la colaboración de todo tipo de autores, aun contando
preferentemente con el profesorado de las instituciones que la respaldan editorialmente. Publi-
ca investigación de profesorado universitario y de doctores, aunque no necesariamente, depen-
diendo siempre de la calidad de las colaboraciones propuestas, y del criterio de apoyar a jóve-
nes autores. Manuscritos. Los autores deberán remitir por carta sus manucritos al director de la
revista (carta personal, tres copias en papel del manuscrito y un registro informático en dis-
quete, en formato actualizado compatible con PC). No se desea recibir documentación por
correo electrónico, a no ser en casos especiales. La carta personal al director hará constar que
la colaboración es original y su compromiso a publicarla en Pensamiento si es aceptada; asi-
mismo, como es habitual, que el autor cede a Pensamiento la administración de los derechos
literarios del artículo, incluyendo su edición electrónica, si a ella hubiere lugar. La carta inclui-
rá adjunto un breve curriculum (a no ser que el autor sea ya conocido por la revista), así como
la vinculación institucional del autor, si la hubiera. El texto del manuscrito deberá incluir títu-
lo, resumen (no más de 160 palabras) y palabras clave, tanto en español como en inglés (el
autor deberá cuidar la calidad de la traducción). La extensión es flexible, según la calidad de
la aportación; pero la normal debe considerarse entre 20 y 25 páginas. Se notificará la recep-
ción de los manuscritos. Originales. Pensamiento sólo publica colaboraciones originales, pero
una vez publicadas, el autor podrá hacer uso de ellas (vg. publicándolas en un libro), siempre
que tenga autorización de Pensamiento y se notifique su publicación original en Pensamiento.
Presentación formal. Se supone que el autor conoce los criterios formales para una correcta
presentación de artículos científicos y de investigación, dentro siempre del rigor propio de las
diferentes secciones de Pensamiento. Dada la variedad de criterios formales en la forma de cita-
ción (ante todo, diversidad entre la citación europea tradicional en filosofía y la criteriología
americana, usada preferentemente en revistas científicas, vg. en psicología y ciencias huma-
nas), el criterio que se acepta es el de flexibilidad: se admitirán los planteamientos formales del
autor siempre que sean correctos en su estilo y consistentes (no mezclar criterios formales: por
ejemplo, europeos y americanos). Se aplicarán las normas de ortografía y puntuación de la Real
Academia Española; el autor deberá cuidar la claridad del estilo en la presentación de sus ideas
en lengua española. La revista podrá adaptar a su estilo tipográfico la presentación de las divi-
siones y secciones del artículo. Idioma. La lengua habitual de Pensamiento es la española, sin
quedar cerrada a la posibilidad de publicación en otras lenguas cuando parezca conveniente.
Evaluación. Tras un control inicial de calidad, los artículos serán evaluados por dos lectores
externos y uno interno, siendo sometidos finalmente a la consideración del consejo de redac-
ción. Los manuscritos rechazados no se devolverán al autor por correo. Plazos. El consejo de
redacción se reunirá anualmente entre el 15 de septiembre y el 15 de octubre. Serán evalua-
dos todos los artículos que lleguen a la redacción hasta el 10 de julio; pero no se puede garan-
tizar la evaluación de los artículos que lleguen hasta el 10 de septiembre (o en el curso de sep-
tiembre). Los artículos seleccionados para publicación aparecerán en alguno de los cinco
próximos números (comenzando por el primero del año siguiente). La política editorial tiende
a evitar la acumulación de artículos más allá de esos cinco números. La actualización final de
los artículos, a juicio del autor, podrá hacerse inmediatamente antes de su publicación. Edi-
ción. Los autores recibirán unas pruebas de imprenta que deberán devolver antes de diez días.
Tendrán derecho a recibir 25 separatas y un número completo de la revista. Pensamiento «on
line». No hay de momento edición y suscripción electrónica, pero se prepara poner on line
todos sus números desde el año 1945, con excepción de los últimos cinco años, también en
parte accesibles a través de la página web de Pensamiento, ya abierta. La puesta on line de la
revista es un servicio más en beneficio del autor por ser un nuevo cauce para la difusión de sus
trabajos; difusión que no supone, por otra parte, beneficio económico. Dada la imposibilidad
de contactar con tantos autores desde el año 1945, si algún autor no quisiera ver sus artículos
on line, debe comunicarlo de inmediato a la dirección de la revista. Normas. Los autores cono-
cen y aceptan estas normas de publicación.
SERVICIO DE PUBLICACIONES
BIOÉTICA GRACIÁN:
Y ANTROPOLOGÍA BARROCO Y
2ª edición MODERNIDAD
Juan Masiá Miguel Grande
Ricardo Pinillas (eds.)
MEMORIAS BIBLIA Y
DEL CONCILIO NUEVA
Diez evocaciones EVANGELIZACION
del Vaticano II
Gabino Uríbarri (ed.)
Santiago Madrigal
INFORMACIÓN
edit@pub.upco.es · http: //www.upco.es · Tel.: 915 406 145 · Fax: 917 344 570
Revista Portuguesa de Filosofia
Julho-Setembro • 2004 • Volume 60 • Fasc. 3
BRAGA tel.: (351) 253 201200 PORTUGAL http://www.rpf.pt fax: (351) 253201210
CONGRESO INTERNACIONAL DE FILOSOFÍA
Persona y Sociedad:
Perspectivas para el Siglo XXI
Braga, Portugal: 17-19 de Noviembre, 2005
Además del portugués, los idiomas oficiales del Congreso serán el inglés, castellano, francés,
italiano y gallego. La organización suministrará, en la medida de lo posible, un servicio de
traducción para los conferenciantes invitados, dado que el programa del Congreso prevé
conferencias plenarias proferidas por figuras representativas del panorama filosófico internacional,
así como simposios conmemorativos de figuras mayores del pensamiento contemporáneo. El
Congreso contará, igualmente, con sesiones paralelas de comunicaciones, e invita a participar en
ellas a todas las personas interesadas, para lo cual deben enviar sus respectivas propuestas (máx. de
300 palabras) hasta el día 15 de Abril de 2005, a la dirección más abajo indicada. Las propuestas
deberán ir acompañadas de una breve nota biográfica (máx. de 10-12 líneas). En caso de ser
aceptadas por la Comisión Científica del Congreso, el texto completo de las comunicaciones deberá
ser enviado hasta el día 15 de Septiembre de 2005. La duración de las comunicaciones no debe
exceder los 15-20 minutos. Posteriormente será publicada una selección de los textos presentados,
cuya versión final podrá extenderse, entonces, hasta las 8000 palabras.
Los gastos de participación en el Congreso serán de € 50 (profesionales); € 20 (Estudiantes de
Licenciatura). La fecha límite de inscripción será el 15 de Octubre de 2005. Inscripciones realizadas
después de esta fecha tendrán que pagar un suplemento de € 10.
Para más información se ruega contactar con:
Prof. Doutor João J. Vila-Chã
Faculdade de Filosofia UCP
Praça da Faculdade 1
P - 4710-297 BRAGA e-mail: jvila-cha@facfil.ucp.pt
PORTUGAL rpf@facfil.ucp.pt