Por: Fernando Vivas Periodista Martes 22 de Febrero del 2011 Ojalá gane algunos Óscar la nominada “The Kids are All Right” (“Los chicos están bien”, dirigida por Lisa Cholodenko), sobre el matrimonio lésbico de Annette Bening y Julianne Moore con un hijo y una hija concebidos por cada una con el mismo esperma. Salvo que los chicos son técnicamente medio hermanos y en la adolescencia les da una irreprimible curiosidad por llamar al banco de semen para conocer al que sería, muy técnica y fríamente, su padre; la familia se mantiene unida como cualquier otra. ‘The Kids are All Right’ deja de ser un título y se convierte en un ‘statement’, una declaración a favor del justo y sano proceso inclusivo en el que está embarcado el mundo contemporáneo. Los chicos están bien, están bien, están bien, hay que repetirles a todos aquellos adultos que los ponen de pretexto para justificar su homofobia y prolongar un statu quo discriminador. Todas las sociedades donde se han aprobado leyes que reconocen derechos a homosexuales, lesbianas y trans pasaron por la misma discusión y la han superado invocando la tolerancia y el rol de la educación: si a un padre le preocupa la reacción que puedan tener sus hijos frente a las manifestaciones de la homosexualidad, en lugar de ponerles una venda en los ojos (actitud por lo demás inútil sino contraproducente), que les enseñen a aceptar que viven en un mundo diverso. Así como hay una generación de nativos digitales que les cuesta menos que a nosotros vérselas con las nuevas tecnologías, hay nativos de la inclusión y de la diversidad que asimilan, sin la carga de prejuicios que teníamos lustros atrás, la legitimidad y naturalidad de la relación entre dos mujeres o dos hombres e, incluso, la dignidad de los trans. Encerrar a los niños en el castillo de la pureza, donde nada existe si no es validado por los padres y su horizonte de conocimientos (siempre más limitado que el que los pequeños atisbarán cuando sean grandes), es un derecho de la patria potestad, pero qué ilusa manifestación de autoridad, qué fracaso tan anunciado del paternalismo que cree que puede perpetuarse si a los hijos se les inyectan, como si fueran una enfermedad hereditaria, los mismos valores en los que creen sus padres. Que sean los propios muchachos quienes disciernan qué valores rigen su vida y cuáles, pareciendo tales, no tienen sustento constitucional y, por lo tanto, son meros prejuicios, sutiles armas de discriminación.
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