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Domingo VIII del tiempo ordinario (ciclo A)

Este domingo el Señor nos invita a tener un corazón unificado, a evitar la dispersión. “No
se puede servir a dos señores”, advierte. Y bien es verdad que el hombre ha sido creado para
entregar su vida indivisa, para consagrar todo su ser, su pensamiento, sus acciones, sus deseos
y amores en una única dirección. Cuando queremos “compartir” nuestra vida con “otros señores”
que no son nuestro Padre del cielo nos rompemos internamente, establecemos rivalidades y
habrá uno que siempre perderá, mientras que el otro nos dominará con poder.

Cristo quiere que nuestro corazón descanse en Aquel que es nuestra Vida y nuestra
Libertad verdadera, en Aquel que merece “ser servido” por el hombre, porque este servicio, este
consagrase a Él, le da la vida en plenitud. Cuando servimos a los señores de la tierra estos
inevitablemente nos esclavizan: “sabéis que los que son grandes entre los pueblos los tiranizan...
no sea así entre vosotros”. Jesús nos advierte que uno de esos señores que destruyen la vida del
hombre porque exigen que sacrifique su vida en su altar es el dinero, mencionado muchas veces
en el Evangelio por Jesús con el nombre de un dios pagano (Mammon), evidenciando así su
atribución claramente idolátrica. El dinero introduce en la vida del hombre una angustia, la del
ávaro, que sufre con el sólo imaginar perder algo de su fortuna. No así el Padre del cielo, que
comparte con sus hijos (buenos o malos, justos o injustos, como nos decía el domingo pasado)
todo lo que Él tiene y es.

Jesús nos da así, en la palabra de este domingo, un criterio para saber si he caído en las
garras del dios Mammon y mi vida así está des-garrada, partida, fragmentada, entre el deseo y
la buena intención de seguir a Cristo y la realidad del servicio esclavo al señor dinero. Ese
criterio que me servirá de pauta para saber si estoy poseído por el señor del mundo es la
angustia. ¿Vivo continuamente preocupado, angustiado por mi futuro? ¿me parece siempre
demasiado poco lo que he ahorrado para asegurar mi futuro? ¿me inquieta el mero pensar en el
mañana? Aquí tenemos una clave para discernir si realmente estoy poseído por el espíritu del
mundo y por tanto aún me encuentro fuera del Reino de Dios. En el reinado de Dios, Él es mi
Padre amoroso que me cuida y se compadece por mí hasta el extremo de entregar a su Hijo para
mi salvación. “No os preocupéis... bien sabe vuestro Padre lo que os hace falta... buscad ante
todo el Reino y su justicia”. Y efectivamente, no hay futuro más seguro ni mañana más cierto
que el que Él ha preparado para mí: “un festín de manjares suculentos”, una eterna fiesta de
comunión, ni más ni menos que la Vida eterna. Con toda nuestra confianza puesta en el Señor,
con todo nuestro corazón unificado en Él, realmente cada día tiene su afán, el afán de
permanecer en su Reino.

Rvdo. Alberto Guardia Valera.

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