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ESPAÑA DE LOS
AUSTRIAS
-Familia y hogar.
-Alimentación y vestido.
-Cultura y mentalidad.
- Conclusiones.
- Bibliografía.
- La población española (1500-1700).
España, durante el periodo moderno, sufrió un crecimiento demográfico importante,
siendo una de las regiones del continente europeo que mayor desarrollo poblacional
experimentó.
Sabemos que España pasó de tener unos 4,2 millones de habitantes en 1500 a 15,6
millones de habitantes en 1860, y, aunque esta fecha queda lejos del periodo a tratar en este
trabajo, nos puede mostrar una idea del enorme crecimiento poblacional que se desarrolla
durante esta época.
Especialmente, el periodo entre 1500 y 1650, etapa que coincide con la de mayor
esplendor de la monarquía, España creció por encima de la media europea, sólo equiparable
a las regiones más dinámicas del noroeste del continente. Sin embargo, encontramos una
época de recensión demográfica que coincide con la crisis que asola a Europa durante el s.
XVII, entre 1650 y 1700 este superávit demográfico prácticamente se estanca.
La vida en la época moderna iba ligada a la luz natural, puesto que la iluminación
artificial era cara y deficiente. Se usaban velas, lámparas, candiles... Normalmente se
quemaba aceite o sebo, puesto que la cera era muy cara, limitada a la Corte o a los rituales
religiosos. En todas las casas existía un hogar, fuente de calor, iluminación y medio de
cocinar, por lo que las casas eran sucias. Las casas más humildes carecían de estos hogares
y de chimeneas, contentándose sólo con fogones normalmente de barro, con un soporte
inferior o con patas, y en cuyo interior se ponían las brasas.
Existían utensilios para calentarse, tales como braseros o calientacamas. Los hornos
eran habituales en las viviendas campesinas, pero en la ciudad estaban prohibidos por el
alto peligro de incendios. Estos incendios eran habituales y muy devastadores, debido a la
presencia continua de fuegos en el interior de las casas.
Para obtener agua se recurrían a ríos cercanos, pozos o fuentes. La tarea diaria de
traer el agua a la vivienda era llevada a cabo normalmente por las mujeres. Esta tarea en
muchas ocasiones implicaba largas distancias, tras las cuales el agua se depositaba en
grandes tinajas en la vivienda. En las ciudades existían aguadores que vendían el agua por
las casas y por las calles, saciando la sed de los viandantes. El agua era normalmente de
mala calidad, a lo que se sumaba las pésimas condiciones de almacenamiento, por lo que se
generaban gran cantidad de enfermedades intestinales.
La higiene personal era limitada, dependiendo de los niveles sociales. La gente solía
lavarse por partes o se bañaba en los ríos o lagos. Las gentes más pudientes lo hacían en
grandes tinajas y con agua caliente. Pero es que además de las dificultades, la higiene se
enfrentaba contra la mentalidad de la época, que no veía bien la desnudez y el lavarse con
demasiada frecuencia podía llevar a interpretaciones de prácticas semíticas o musulmanas.
Para hacer las necesidades se usaban orinales, colocados bajo la cama o en un
rincón de la casa y tapados por un trapo. Los campesinos utilizaban el patio o el corral,
mientras que los estratos superiores llegaron a utilizar sillas con agujeros que llevaban a un
orinal. Tras realizar las necesidades biológicas, los residuos eran lanzados a las calles, al
grito del famoso "¡agua va!", lo que le daba a las ciudades un aspecto sucio y maloliente.
Pero esto era, en la época, la norma común, aunque nos suene extraño y repugnante. Pero es
que es más, las necesidades se realizaban sin ningún pudor, incluso no se veía mal recibir
visitas mientras se realizaban.
- Familia y hogar.
Es muy poco lo que sabemos sobre la familia española del Antiguo Régimen, algo
que es dificultado enormemente por la gran diversidad regional que reina en la península.
Por lo general, como ya se ha dicho, era formada por pocos miembros, mayoritariamente de
carácter nuclear. Este núcleo estaba regido por la autoridad del padre, al que le
correspondía la administración de los bienes familiares (acaparándose también de organizar
los bienes de la esposa, incluso de la dote). Como contrapunto el marido tenía la obligación
de atender y cubrir las necesidades de la esposa y educar, criar y alimentar a sus
descendientes, así como de establecer una dote para sus hijas para orientarlas al
matrimonio.
En las leyes de Toro de 1505 quedaron reguladas las cuestiones relativas a las
sucesiones hereditarias. Estas leyes obligaban a "transmitir a los descendientes legítimos
del testador las cuatro quintas partes de su patrimonio, debiéndolo repartir dos tercios del
total en porciones iguales entre sus hijos o nietos. El quinto de libre disposición y el tercio
de mejora podían acumularse y ser otorgados a un mismo hijo, de manera que éste
conservara una parte importante del patrimonio paterno"1. Esta fue la forma que las grandes
familias de perpetuar su poder y prestigio. Esta institución castellana es conocida como
mayorazgo, pero en Cataluña también existió una institución parecida, el heretament.
Algo que ya he comentado es la edad media de contraer matrimonio. Sólo apuntar
que, al igual que ocurre en Europa, esta edad fue aumentando progresivamente a la vez que
se desarrollaban las crisis económicas de la centuria del XVII, retrasándose durante los
peores momentos para luego descender en cuanto las condiciones mejoraban. De esta
manera, podemos apreciar que las posibilidades de contraer matrimonio iban íntimamente
ligadas a la capacidad económica. Es necesario mencionar la alta tasa de celibato, tal que
los ilustrados del XVII y XVIII llegaron a denunciar. El continuo flujo migratorio de la
población masculina de los sectores rurales a los urbanos, a América y otros puntos
europeos provocó una alta tasa de celibato femenino, por lo que los conventos proliferaron
enormemente.
Además de estar sometido a la situación económica, los matrimonios, al igual que
las fecundaciones, también estaban bajo las prescripciones religiosas y laborales. Esto se
reflejaba mejor en las zonas rurales que en las urbanas, de manera que, en las épocas de
1
"La vida cotidiana en la España de Velázquez". pp. 171.
mayor trabajo en el campo encontramos una menor tasa de matrimonios, o, por otro lado,
en la época que va de Cuaresma al Advenimiento sucede lo mismo.
Dentro de los matrimonios los conflictos eran algo habitual, lo que no indica que no
existieran parejas en las que reinaba el amor. Esto venía de la mano de la importancia de la
concertación de matrimonios y la alta libertad sexual de la época, aunque nos suene
extraño, provocaba grandes tensiones. De entre las alternativas conyugales el adulterio
femenino estaba muy mal visto, "por un lado, la mujer adúltera atentaba contra el derecho
exclusivo del marido sobre su cuerpo; por otro, desbarataba el principio de la paternidad,
poniendo en peligro la herencia de los hijos legítimos"2. Por esto la violencia también era
bastante común, el código que regía la sociedad era el del honor, por lo que para un
hombre, el que su mujer le engañara con otro, era algo muy grave, por lo que debía jurar
venganza. Sin embargo, en numerosas ocasiones, cuando un marido se enteraba de la
vergonzosa noticia, trataba de guardar las apariencias intentando que no se corriera la
noticia.
La mujer tenía un papel secundario dentro del modelo ideal del matrimonio
cristiano. Ella debía obedecer y complacer a su marido. Pese a esta posición secundaria, la
mujer era uno de los pilares del hogar, desempeñaba un sin fin de tareas: cuidar a los hijos,
las tareas domésticas, en el campo ayudaba en la recolección, en el cuidado del ganado, en
numerosas ocasiones desempeñaba una labor secundaria como hilandera...
Este trabajo era, por supuesto, mucho menos intenso para las campesinas
acomodadas y, menos aún, para las mujeres pertenecientes a las élites, puesto todas estas
solían contar con servidoras. La crisis del XVII intensificó la emigración del campo a las
ciudades, por lo que el precio del servicio domestico bajó considerablemente, haciéndolo
bastante asequible, casi bastaba con proporcionar un techo y comida.
2
"La vida cotidiana en la España de Velázquez". pp. 185.
a partir de los diez o los doce años estos muchachos eran colocados como empleados
domésticos o como aprendices de algún maestro artesano, el cual corría a cargo con la
instrucción del chiquillo.
Esta situación contrasta con la de los niños de las familias acomodadas, las cuales,
la mayoría, acudían para amamantarlos a nodrizas. Estos niños gozaban de una infancia
más prolongada, hasta los siete años aproximadamente, momento en el cual comenzaba su
instrucción cultural y religiosa, siendo muy estricta en el caso de los primogénitos.
-Alimentación y vestido.
La alimentación, como otros muchos elementos de la vida cotidiana, era una
muestra de prestigio social. Las clases más pudientes y nobles comían abundantemente y
piezas de gran calidad y cotización en la época, mientras que los sectores populares comían
más bien lo que podían.
El alimento por excelencia durante toda la época fue el pan, creándose a su
alrededor una verdadera cultura del pan, puesto que muchos salarios de jornalero o
servicios de artesanos se pagaban por medio de cereales panificables. Alrededor de estos
cereales surgió un amplio comercio y fue también un símbolo de distinción social y
geográfica. El pan blanco, de trigo, era el utilizado por los sectores adinerados, mientras
que los más humildes tenían que conformarse con panes de centeno o de mezcla.
El pan era el alimento generalizado para los campesino, consumido con ajos,
cebollas, tocino y algo de embutido, queso o bacalao. Sin embargo, para los ricos, no era un
alimento tan importante, teniendo para esto un carácter casi complementario.
Otro alimento fundamental y que llegaba a todos los sectores populares y a toda clase de
población, la calidad si dependía de su posición económica, era el vino. Consumido tanto
por hombres como por niño, en ocasiones aguado. De gran aporte energético fue la bebida
más importante, la cerveza era apenas consumida, y esta se refleja no sólo desde el punto de
vista alimenticio, sino que, al igual que pasaba con el pan, mucho salarios de jornaleros se
pagaban en cantidades de vino.
Aparte de estos alimentos tradicionales en la gastronomía europea, una serie de
platos se convirtieron en imprescindibles y fundamentales para la supervivencia de la
población común,.3 como los cocidos. La olla fue un guiso imprescindible y diario en la
mesa de aquel que se los podía permitir, casi la práctica totalidad de la población. En ella
no faltaban las verduras (dependiendo de la temporada), ajos, cebollas, tocino. Podían
llegar a tener algo de carne. La carne fue un producto que fue cada vez más consumido, no
falta en la alimentación de la mayoría de la población, al menos en poca cantidad y de poca
calidad. De entre todas las carnes las más cotizadas eran las aves, el conejo y la ternera. Las
más consumidas eran las de vaca y el carnero, más caro que la anterior. El cerdo era un
alimento también muy popular, criado para su consumo familiar.
Otro de los alimentos fundamentales, no sólo por su carácter alimenticio, fue el
tocino. El tocino era un alimento que no solía faltar en los guisos, también como grasa para
cocinar (junto con la manteca o el aceite de oliva, que pese a tener una gran
comercialización no tuvo una gran repercusión en la alimentación, más consumido en el
sur, pero también muy utilizado como combustible), o consumido asado, torreznos. Pero su
consumo tenía también un matiz social, puesto que era una muestra religiosa. El no
consumirlo podía desembocar en críticas a la Inquisición.
Es de resaltar también el consumo de pescado, por su aporte alimenticio y por sus
connotaciones religiosas. En determinadas épocas el consumo de la carne estaba prohibido,
por lo que el pescado siempre constituyó una alternativa. Se podía consumir de distintas
formas: fresco, solo accesible para los sectores más acomodados; en escabeche y en
salazón, destacando, sobre todo, el consumo del bacalao y el arenque.
Para los campesinos la cena constituyó en la comida más copiosa y nutritiva del día,
soliendo dejarse los cocidos para este momento. Los desayunos se componían de torreznos
de tocino, pan y algún trago de vino. También era costumbre entre algunos hombres el
tomarse un trago de aguardiente en ayunas, algo que no sólo proporcionaba un importante
.3
Dejo fuera del análisis la alimentación de las clases privilegiadas, refiriéndome a ella dando simples
referencias, casi siempre a modo de comparativo.
aporte energético, sino que se consideraba que se entraba en calor y era algo que daba
estatus, pues era algo que denotaba fuerza física.
En cuanto al vestido, hay que decir que, al igual que ocurre en los demás aspectos
de la vida cotidiana, era un detonante de prestigio y condición social, por lo que varía
enormemente de un sector a otro. Como he realizado en otros apartados me remitiré a
analizar los ropajes de la población común, especialmente de los campesinos.
La mayoría de la gente disponía de poca ropa, normalmente de paños de mediana y
baja calidad. Los atuendos no variaban mucho en verano o en invierno y tampoco
dependían de la edad. A los recién nacidos se les fajaba, puesto que se consideraba que era
mejor que no se pudieran mover. Los niños, en cuanto pasaban esos primeros momentos,
eran vestidos casi como adultos.
Si que existía una clara y estricta diferenciación sexual. Las autoridades no admitían
transgresiones en el modo de vestir, sólo en Carnaval se podían realizar este tipo de actos,
siendo comunes los disfraces de mujeres entre los hombres. Pero, aún en este tipo de
fiestas, las autoridades no lo veían bien. Las mujeres debían de ir con la cabeza cubierta y
con faldas hasta los pies, porque se consideraba que así se podían evitar posibles
tentaciones. Al parecer esta costumbre estaba muy arraigada en Andalucía, por lo que se ha
querido ver una posible tradición vinculada a su pasado islámico. Así, Jouvin, extranjero
que visitó la zona hacia el XVII las describe así: "Las mujeres se envuelven todo el cuerpo
con un gran velo de tela negra y no dejan ver más que el ojo derecho cuando van por las
calles, lo que ocurre raras veces, a no ser para ir a misa y a la función religiosa del
domingo, adonde van con el rostro descubierto".
Un aspecto importante a destacar son los lutos, que obligaban a vestir de negro tras
la muerte de un familiar cercano. Eran colores caros, símbolo de austeridad fue asimilado
como una representación de la grandeza al ser adoptado por la Corte de Felipe II.
En las zonas rurales lo normal era que las mujeres realizaran los ropajes de la
familia. Los varones campesinos vestían un "capotillo de dos haldas, es decir, una casaca
corta y hueca, abierta por los costados, y mangas que se podían echar a la espalda;
zaragüelles, es decir, calzones anchos; medias de paño pardo; camisa de estopa, alpargatas
o abarcas. Y de abrigo, un capote con capucha. Las mujeres llevaban la saya parda, faldas
no muy largas, corpezuelo también pardo y camisa de pechos. En el caso de las labradoras
acomodadas, los paños eran finos con gran profusión de panteras (medallones) y sartas
(collares)".4
Otro de los acontecimientos más importantes eran las corridas de toros. La afición
por los toros era muy grande, tanta que los días en los que se celebraban corridas nadie
trabajaba y todo el mundo acudía a contemplarlos.
Las corridas se realizaban en las plazas de las ciudades y los pueblos cubiertas de
arena. Las más destacadas son las que se realizaban en la Plaza Mayor de Madrid. Existía
una reglamentación que ordenaba el acceso, la localización y hasta el vestido en estos
acontecimientos. El toreo no comenzó a ser un oficio hasta el XVIII. por lo que la lidia con
los toros era llevada a cabo por los nobles que probaban así su destreza y, en ocasiones,
seducir a alguna dama. Estos caballeros toreaban a caballo, a pie lo hacían los "toreadores
de banda", que quedaban en un papel secundario y eran remunerados por ello.
Espontáneamente solía salir del público algún valiente, llamado "aventurero", que podía
recibir una remuneración dependiendo de la actuación que hubiese realizado. Los
accidentes eran habituales, sobre todo en los encierros practicados antes de estas corridas.
Otro de los pasatiempos más extendidos eran los juegos de naipes. Tanto los nobles
como los sectores más populares los practicaban, aunque en sitios distintos. Los naipes
estaban muy regulados, en el Reino de Castilla sólo se podía jugar con una baraja
autorizada por la Corte. Los sectores de la más baja extracción social se reunían en lugares
clandestinos, donde las trampas y las peleas eran algo cotidiano.
- Bibliografía.
Alcalá Zamora. J.N. "La vida cotidiana en la España de Velázquez". Edit. Temas de Hoy.
1989.
Coord. García Cárcel.. "Historia de España ss XVI-XVII. La España de los Austrias". Edit.
Historia 16. 1991
Coord. Floristan A. "Historia de España en la Edad Moderna". Edit. Ariel. 2004.
Dominguez Ortiz A. "El Antiguo Régimen. Los Reyes Católicos y los Austrias". Edit
Alianza. 1981.
Elliot J. H. "La España imperial. 1469-1716". Edit. Vicens Vives. 1998.
Fernández Álvarez M. "Luces y sombras en la España Imperial". Edit. Espasa Calpe.
2004.
Ruiz T. F. "Historia social de la España, 1400-1600". Edit. Crítica. 2002.