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El chueco Maciel, una leyenda foquista.

Luciano Álvarez

“La incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia


del pasado”, dice el gran historiador Marc Bloch. Pero esta afirmación
incluye otra de igual peso: resulta vano “esforzarse por comprender
el pasado si no se sabe nada del presente.”

Al narrar la brevísima historia y la larga posteridad de Julio


Nelson Maciel Rodríguez, pretendo obedecer a estos principios.

Su madre, Santa Rodríguez, recaló con sus cuatro hijos, en los


años 60 en el Pasaje "A" 4054, del Barrio Marconi, de Montevideo.
Venían de Tacuarembó; había perdido a su marido en 1959; también
a una hija pequeña. Puso un pequeño despacho de bebidas, cuidó a
sus hijos y se vinculó a una iglesia evangélica. Dentro de la pobreza
de su rancho de lata y piso de tierra, la familia se las arregla, los
niños van a la escuela y cumplen razonablemente, salvo Nelson, al
que apodan “el Chueco”. “Era buenísimo y querido” recuerda su
madre, entrevistada en 1988 por la periodista Graciela Salsamendi.
Aparentemente, no le daba la cabeza, y sus estudios fueron tan
mininos que ni siquiera aprendió a leer. Cuando despuntaba la
adolescencia comenzó a hacer changas con un amigo, en un carro.
Un día, Santa recibió una advertencia. “Señora, estos botijas andan
haciendo del diablo”. La historia que sigue es evidente y en nada se
diferencia de miles de otras: "entradas", como menor infractor en
comisarías y en el Instituto Álvarez Cortés del entonces "Consejo del
niño"; luego las fugas y nuevas internaciones. Un día le dijo a su
madre: “Si precisás plata, entonces asalto un banco y después me
entrego.” Sabía que un albergue de menores no lo podría retener.
Santa Rodríguez le respondió: “Precisar preciso, pero el día que
derrames sudor sobre tu frente, trabajando, entonces, sí, vos me
alcanzás las cosas. Pero mientras usted ande en su vida equivocada,
no.” Sin embargo, los dados estaban echados. Era famoso en el
Cantegril, que lo protegía a cambio de su generosidad para dejar una
parte de sus botines entre los amigos. Eso le garantizaba refugio
seguro. Pronto sus hechos y la prensa crearon el personaje: “El
chueco Maciel, enemigo público.” Fiel a los tópicos de cien historias
similares, detrás de cada asalto a un banco, de cada rapiña violenta,
los testigos creen reconocer al Chueco, omnipresente. Antes de llegar
a la mayoría de edad había herido gravemente a un comisario.

Su vida breve terminó un día invernal de junio de 1971. El


"Chueco" y dos cómplices asaltaron un ómnibus; una patrulla los vio
y los persiguió. El Chueco se refugió detrás de un árbol, le cubrió la
huida a sus compañeros, pero el fuego policial fue implacable y el
Chueco Maciel cayó malherido. Murió al poco rato en el hospital.

En el acto nació la leyenda.

“El chueco era un uruguayo / de Tacuarembó, / de paso dolido, /


de paso dolido, / de paso dolido…” canta Daniel Viglietti.

Pero en este caso la inspiración del juglar no surge de las


centenarias historias de los llamados “bandidos de honor” (desde
Robin Hood a los matreros gauchos), sino que reposa en la ideología
neomarxista de aquellos años.

Franz Fanon, Jean Paul Sartre o Regis Debray, han roto los
cánones del marxismo “de cuadros y de masas” y creen en una
violencia que produce un “hombre recreándose a sí mismo. Matar a
un europeo [o a cualquier enemigo de clase] es […] suprimir a la vez
a un opresor y a un oprimido”. El oprimido, como el Chueco Maciel,
deja de serlo, por el mero ejercicio de la violencia: “La violencia es
una fuerza que limpia. Libera al [oprimido] […] de su complejo de
inferioridad y de su desesperación e inacción; lo hace sin miedo y
restaura su auto respeto”, dice Fanon en “Los condenados de la
tierra”.
En su teoría de la guerrilla foquista, Regis Debray cree en la
“colaboración o regeneración de tránsfugas del hampa”. No es otra la
ideología que predica Viglietti desde la contratapa de su disco
“Canciones chuecas” (Orfeo, 1971): donde se incluye “El chueco
Maciel” junto a otras canciones combatientes y una redundancia de
palabras como “muerte”, “primavera” y “puntería”:…”Hay muchas
maneras de buscar el hombre nuevo. La manera solitaria, instintiva,
de quien ataca a una sociedad que lo atacó primero, que lo marginó y
lo condenó. La otra manera, organizada, de quienes luchando contra
la vieja sociedad, van creando la nueva. Unos y otros, el Chueco
Maciel y los combatientes.”

Es por eso que la canción grita: “Los chuecos se junten bien


juntos, / bien juntos los pies, / y luego caminen buscando la patria, /
la patria de todos, la patria Maciel, / esta patria chueca que no han
de torcer / con duras cadenas los pies todos juntos / hemos de
vencer.”

La misma ideología expresaba la retirada original de la murga la


Soberana –luego censurada y alterada su letra—cuando decía:
“Chueco Maciel, tu amor por los hermanos / puso un arma en tus
brazos decididos / y saliste a buscar por tus hermanos / el pan que se
le niega al oprimido / Tu vida fue una lucha incomprendida / tu vida
fue un caer y levantarse / tu silencio fue un llanto de la vida / tu paso
fue un querer recuperarse /[…] Solo: el Chueco luchaba / de noche
y de día / la vida expropiaba / y la repartía.”

En el 2005, al llegar al gobierno el Frente Amplio, un “mensaje


de la 36”, voz del grupo radical “26 de marzo” advertía: “Y nadie por
la zurda se imaginaba al “Chueco Maciel” en el INAME. […] ‘Color
esperanza’ y el ‘Chueco Maciel’ dos idiomas distintos, de colores
distintos y esperanzas distintas.”

En el 2010 el barrio Marconi, el del Chueco Maciel es una zona


roja, disputada por bandas de narcotraficantes. El “chueco Maciel”
sigue siendo uno de los puntos fuertes del repertorio de Daniel
Vigletti que ha dicho: “Yo no me arrepiento de ninguna canción; las
contextualizo en sus etapas y las sigo cantando.”

En la tradición católica se dice que pertenecer a una cierta orden


religiosa “imprime carisma”, es decir, una misión concreta a seguir y
cimientos firmes. Este carisma puede ser tan fuerte que marca el
carácter de sus miembros, aun cuando hayan abandonado la orden o
los tiempos cambien.

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