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La conspiración del 25 de septiembre de 1828 Atentado contra la vida de Simón Bolívar
La conspiración del 25 de septiembre de 1828 Atentado contra la vida de Simón Bolívar
La conspiración del 25 de septiembre de 1828 Atentado contra la vida de Simón Bolívar
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La conspiración del 25 de septiembre de 1828 Atentado contra la vida de Simón Bolívar

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La nefanda noche del 25 de septiembre de 1828, señala el más vergonzoso de los episodios de la historia colombiana. Un grupo de fanáticos seguidores del sinuoso y manipulador general Francisco de Paula Santander, urdieron una conspiración para asesinar al Libertador Simón Bolívar, quien ejercía las funciones como presidente de la Gran Colombia, en un complejo momento en el que las intrigas, las componendas, los odios y los apetitos de poder, corroían las almas de los dirigentes de las facciones que había promovido el santanderismo.
El argumento de los conspiradores para perpetrar el magnicidio, se derivaba de la fallida Convención de Ocaña, y la subsiguiente entrega de todos los poderes al Libertador por parte de los colombianos hastiados de la politiquería y las componendas de los “santanderistas defensores de la libertad y la democracia”. Para el efecto arguyeron estar defendiendo la “defensa de la constitución de 1821”
Como consecuencia de este trágico incidente, fue fusilado el héroe de la independencia José Prudencio Padilla, quien estaba detenido pendiente de ser juzgado por haber hecho parte de un levantamiento en Cartagena contra el Estado legítimo. Algunos de los criminales fueron sometidos a corte marcial y fusilados en Bogotá.
A Santander se le conmutó la pena y fue desterrado del país. El general venezolano Rafael Urdaneta pasó a la historia como el hombre de mano dura y puño de hierro que le imprimió exceso de exigencia a jueces y jurados.
En síntesis es un tema que después de dos siglos de haber sucedido, genera puntos de vista encontrados y posiciones académicas variadas, pero en ningún momento se puede esconder la responsabilidad por acción y omisión del general Santander, en este triste suceso de nuestra historia.
Si el crimen se hubiera materializado, Colombia cargaría por los siglos de los siglos, el rótulo de haber asesinado al padre de la patria.

LanguageEspañol
Release dateJan 18, 2022
ISBN9781005510015
La conspiración del 25 de septiembre de 1828 Atentado contra la vida de Simón Bolívar
Author

José María Cordovez Moure

Escritor e historiador caucano nacido en Popayán, mayo 12 de 1835 y fallecido en Bogotá, el 1 de julio de 1918. Nacido en el seno de una numerosa familia, a raíz de la quiebra de su padre, Manuel Antonio Cordovez, la familia se trasladó a Bogotá, en 1838.Su vida es relatada por él mismo en Recuerdos autobiográficos, José María Cordovez Moure realizó estudios en diversos colegios; en 1844 ingresó a la Escuela Pública de la Catedral; en 1847 fue internado en el Seminario Menor, dirigido por los jesuitas; en 1849 inició estudios de filosofía en la Universidad Nacional, pero los interrumpió al año siguiente, a causa de los disturbios estudiantiles provocados por la expulsión de los jesuitas.Luego de ser internado en el colegio de San Buenaventura, del cual se retiró debido al costo de la pensión, concluyó estudios de Derecho en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. La difícil situación económica de su familia, sumada al hecho de ser el único varón de doce hijos, determinó que José María se viera obligado a asumir responsabilidades económicas. Desde muy joven ejerció diversas actividades como administrar el almacén paterno, negociar con quina en las montañas del páramo de Guanacas y ser "correo de gabinete", transportando documentos diplomáticos al Perú. En 1862 inició su carrera de empleado público, que se prolongó por casi cincuenta años.Durante este período desempeñó una serie de cargos de variada índole. Fue administrador de la salina de Chita, inspector de ferrocarriles, visitador de los consulados en Europa y América, subsecretario del Ministerio del Tesoro y ministro en propiedad del mismo. Además, fue síndico del hospital de San Juan de Dios y del Buen Pastor, y cónsul general de Chile en Bogotá. Aunque de joven redactó algunos capítulos de sus crónicas y corrigió obras del peruano Sebastián Lorente, fue sólo a los cincuenta y seis años cuando realmente se dedicó a las letras.Desde 1891 entró a colaborar con El Telegrama, actividad que realizó hasta su muerte.A pesar de sus obligaciones como funcionario público, Cordovez Moure frecuentó asiduamente la tertulia literaria de la Librería Americana del doctor Concha. Hizo parte del grupo de intelectuales y escritores que se formó en la escuela costumbrista de El Mosaico, el cual marcó toda una corriente literaria de 1858 a 1870. Sus Reminiscencias de Santafé de Bogotá, conformadas por ocho volúmenes, son su obra más conocida. En esta historia anecdótica, Cordovez Moure retrató minuciosamente la Bogotá de su época.

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    La conspiración del 25 de septiembre de 1828 Atentado contra la vida de Simón Bolívar - José María Cordovez Moure

    La conspiración del 25 de septiembre de 1828

    Atentado contra la vida de Simón Bolívar

    José María Cordovez Moure

    Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    La conspiración del 25 de septiembre de 1828

    Atentado contra la vida de Simón Bolívar

    Tomado de las Reminiscencias de Santa fe

    © José María Cordovez Moure

    Primera Edición 1900

    Reimpresión enero de 2022

    ©Ediciones LAVP

    www.luisvillamarin.com

    Todos los derechos reservados para la reimpresión o comercialización de esta obra por cualquiera de los sistemas vigentes del mercado literario. Para el efecto se requiere autorización escrita firmada por el editor. Hecho del depósito de ley en Colombia.

    La conspiración del 25 de septiembre de 1828

    Nota inicial

    Plan

    Decreto orgánico de la dictadura de Bolívar

    El Libertador Presidente

    Complot para asesinar al Libertador

    El atentado

    El Libertador queda a salvo

    ¿Qué pasó con los conjurados?

    Proceso penal contra los conspiradores

    Confesión de Horment

    Declaración de Zuláibar

    Declaración de Azuero

    Sentencia del consejo de guerra

    Declaración del general Padilla

    Declaración del coronel Guerra

    Sentencia del general Padilla

    Condenados en capilla y fusilamientos

    Carta de Josefa Acevedo de Gómez

    Sentencia contra el general Santander

    Folio 179 del proceso

    Resolución firmada por el general Córdova

    Luces y sombras frente a la conducta del general Urdaneta

    Representación de los habitantes de Bogotá al Libertador

    Traslado de unos reos a Cartagena

    Reflexiones finales

    Nota inicial

    La existencia social de los hombres supone una autoridad que los dirija en los multiplicados accidentes de la vida, ya se les considere formando el grupo de la familia o de la tribu, otro más considerable que se denomina nacionalidad.

    De aquí surge entre los asociados el pacto en cuya virtud unos mandan y otros obedecen.

    No entraremos a discutir cuál sea la base en que se apoya el derecho de los menos para gobernar a los más. Si tomamos las cosas desde su origen, es claro que si la hoja del árbol no se mueve sin la voluntad de Dios, con tanta mayor razón, todo poder viene necesariamente de lo alto; pero de tejas abajo, es indisputable la facultad de los hombres para elegir la forma de gobierno que mejor les cuadre, y nombrar sus mandatarios.

    Tal vez sea esta la conquista más valiosa del derecho público moderno, y el pueblo que por cualquier causa no la puede ejercitar, cae indefectiblemente en degradante abyección, de la cual no ha de salir sino por entre océanos de sangre y por en medio de ruinas desoladoras.

    La imperfección de que adolecen todas las instituciones humanas, influye fatalmente en la marcha regular de las naciones, y establece la lucha entre los pueblos celosos de sus derechos y los potentados que se empeñan en sobreponérseles con pretextos de distintos géneros, pero las más de las veces en obedecimiento a la inexorable ley que fascina a los que se creen superiores a sus semejantes, o mejor armados que ellos para la lucha por la existencia, como dice una escuela moderna.

    Cuál sea la violencia de la tentación que acosa a los ambiciosos de gobernar a sus semejantes, nos lo dice el Evangelio. El Salvador del mundo se revistió de nuestra frágil naturaleza para enseñarnos prácticamente a vencer los vicios con una virtud que les fuese opuesta, y permitió que el espíritu del mal lo tentase por el lado más flaco de la humanidad.

    Después de dos tentativas infructuosas, Satanás creyó triunfar de su adversario, llevándolo a un monte muy elevado, desde el cual le hizo ver todos los reinos de la tierra; y cuando creyó deslumbrado a Jesús con la gloria mundana que tenía a la vista, le dijo con ademán de quien puede cumplir lo que ofrece:

    Todas estas cosas te daré, si postrándote me adoras.

    Ciertamente que solo Dios podía resistir aquella tentación que ningún mortal habría rechazado, porque en el hombre es innato el deseo de dominar a sus semejantes.

    "Siempre es bueno mandar, aunque sea sobre una manada de ovejas"-. dijo Sancho, y cuando se le encajó el gobierno de su ínsula.

    Barataria, tomó el oficio tan a pechos, que le costó trabajo consolarse de la defección de sus súbditos.

    Desgraciadamente es más fácil gobernar un aprisco que una colectividad humana, porque es el abuso la regla de ambas partes en la sociedad; cada uno quiere sacar para sí la mayor ventaja. y en esa lucha por lo regular queda sacrificado el débil en provecho del poderoso.

    Al examinar las condiciones de los grupos en que se halla dividido el mundo, se observa la singular capacidad de las razas del Norte para el gobierno propio, y el respeto que profesan a las leyes que tienen adoptadas.

    Si se toma un globo que representa la tierra, se verá que la versatilidad en las instituciones se halla de preferencia en los países comprendidos dentro de los trópicos, y que los pueblos prosperan en razón inversa de la distancia a que se hallen del Ecuador y tanto es así, que Chile, La Argentina, México y Uruguay ocupan la vanguardia del progreso entre todo lo que se llama América Latina, de lo cual debemos deducir quizá con alguna probabilidad de acierto, que el orden de las sociedades está íntimamente relacionado con el clima del territorio en que están asentadas.

    "Del lado hacia donde cae el árbol al cortarlo, dice la Sagrada Escritura, permanecerá"

    Caímos en el suelo caldeado de los trópicos; hace noventa años que vivimos haciendo y deshaciendo constituciones y leyes que violamos al nacer; con los millones de pesos invertidos en nuestras insensatas revoluciones, podríamos haber excavado el canal interoceánico, construido redes ferrocarrileras, que partiendo de la capital sirviesen para llevar y traer nuestros productos y los extranjeros a los cuatro puntos cardinales de nuestro vasto territorio; sin las hecatombes humanas que hemos dejado en nuestras guerras fratricidas;, seríamos el país más poblado de Hispanoamérica.

    Todos tenemos la convicción de que la paz es el único remedio posible de nuestro malestar crónico; pero continuamos haciendo titánicos esfuerzos para resolver por medio de la guerra los problemas políticos y económicos que nos asedian.

    Los habitantes que moran allende los trópicos, son reflexivos, en obedecimiento a las influencias fisiológicas que en ellos prevalecen; el organismo animal funciona con más regularidad, el calor se mantiene concentrado en el interior del cuerpo y vigoriza el cerebro, haciéndolo apto para las grandes concepciones, mientras que en la zona tórrida sucede lo contrario.

    Entre nosotros se vive de prisa, la pubertad se anticipa, la ancianidad es prematura, y degeneran las razas a ojos vistas; si no fuese una blasfemia, estaríamos tentados a creer en la irresponsabilidad de muchas de nuestras acciones en atención al medio en que vivimos.

    Si a las consideraciones que preceden se agrega la especialísima circunstancia de que pasamos bruscamente del estado de humildes colonos al de ciudadanos libres, sin antecedentes republicanos, para engolfamos durante catorce años en los horrores de una guerra a muerte, que pervirtió nuestro apacible carácter de criollos indolentes, e introdujo costumbres licenciosas en nuestro organismo social, se convendrá en que somos dignos de lástima, pero no del sistemático desprecio empleado para tratarnos por aquellos que, con toda evidencia, sedan peores que nosotros sin el hecho casual de ocupar en el mundo lugar privilegiado.

    Hubo otra circunstancia que contribuyó en gran parte a extraviar el criterio de los sudamericanos respecto del planteamiento del sistema democrático que adoptamos, dejándonos llevar de las extravagancias puestas en planta por los más extravagantes de los revolucionarios franceses del siglo XVIII y pretendiendo hacer revivir en un país cristiano las costumbres de una sociedad pagana, presentando para ello a los republicanos de Roma como prototipo de la perfección del hombre.

    Y como donde no impera la cruz reina la barbarie, los franceses que empezaron por la baladí reforma de suprimir las frases que la moderna civilización exige en el tratamiento entre personas cultas, terminaron por repudiar al descamisado Jesús, para caer de rodillas ante una meretriz trocada en diosa Razón, y desterrando la caridad cristiana del país más católico de la tierra.

    Por estos mundos de Dios también tuvimos la veleidad de convertirnos en payasos de aquellos reformadores, por uno u otro camino.

    Entre los muchos actos atrozmente viles de los execrables terroristas de 1793, ha llamado siempre la atención el hecho de hacer detener al frente de la iglesia de San Roque, la carreta que conducía a María Antonieta, para que fuera blanco de las prostitutas parisienses, que insultaban a aquella mujer, herida en sus prerrogativas de reina, de esposa y de madre, sin que pudiera aplacar a tales furias la soberana majestad de la muerte, que con la aureola del martirio circundaba a la infortunada viuda de Luis XVI.

    Como un remedo de aquella monstruosidad, en el principio de nuestra república los amotinados del 20 de julio de 1810 también permitieron que las verduleras insultaron a la virreina, cuando se la conducía a la cárcel denominada El Divorcio, amparada por el digno canónigo magistral D. Andrés Rosillo, aunque las nobles damas de Santafé hicieron al día siguiente pública reparación de aquel insulto.

    El estudio de los clásicos griegos y latinos, de estricta obligación en los colegios de Nuestra Señora del Rosario y San Bartolomé, donde se educaron nuestros próceres, y las relaciones que llegaban de los sucesos ocurrid0s en Francia, impregnadas del espíritu de las repúblicas de la antigüedad, contribuyeron a que aquí se notara tendencia muy marcada a un renacimiento, no de las costumbres paganas, pero sí de algo análogo en el estilo familiar, en la literatura y hasta en los actos oficiales de la época, de manera que en todas ocasiones se hacía memoria de los personajes griegos y romanos, especialmente en lo que se relacionaba con el amor a la libertad y el encomio del tiranicidio, en lo cual ocupaban lugar preeminente Bruto, Casio y demás conjurados contra la vida de César.

    Quedamos, pues, trocados en romanos platónicos, mientras llegaba la oportunidad de hacerlo en la práctica.

    ***

    En alguna ocasión observamos que la mayoría de los movimientos iniciados con el propósito de emanciparnos de España, aparecen velados con promesas de sumisión y respeto al muy amado rey D. Fernando VII, y de rencor hacia los pérfidos franceses que intentaban arrebatarle su corona; pero el hecho fue que anochecimos monarquistas y amanecimos republicanos, como por vía de encantamiento.

    No debe perderse de vista que el talismán de nuestros próceres para que los pueblos los siguiesen en su cruenta labor de independencia, fue la idea republicana, o sea el gobierno de todos para todos, sin lo cual es probable que no les habría seguido, porque no valía la pena cambiar el rey de España, con su antiguo abolengo conocido, por algún reyezuelo advenedizo y de sainete.

    Desde entonces, pues, debió meditarse con detenimiento en el sistema de gobierno adaptable a nuestra condición de pueblos incipientes, sin experiencia ni aptitudes para la administración pública; pero no debió dejarse aquello para cuando ya se habían creado elementos democráticos, que necesariamente habían de oponer franca resistencia al retroceso a la monarquía.

    Montesquieu sostiene con sólidas razones, que ninguna forma de gobierno es intrínsecamente buena ni mala, sino que esa bondad depende del carácter de los pueblos, del modo de funcionar las instituciones que ellos se den, y de los hombres encargados de aplicarlas.

    Basta fijar la atención en la monarquía inglesa y en la república que fundó Washington, para corroborar la verdad que enuncia aquel gran publicista. Es posible que gran parte de nuestros errores políticos provenga de haber pretendido pasar instantáneamente de un régimen de opresión al de una amplia libertad, sin estar educados para ello; pero el hecho fue que nuestros próceres proclamaron como base de su programa de independencia, el gobierno republicano.

    La magnitud de la empresa planteó desde un principio el problema de la unidad en el esfuerzo para logar el fin deseado, y de aquí surgió la necesidad de reunir la antigua presidencia de Quito y la Capitanía General de Venezuela con el virreinato de Nueva Granada, bajo la suprema dirección del Libertador, con el fin de sacar avante la Gran Colombia, a la cual dio vida legal la Constitución expedida en la Ciudad del Rosario de Cúcuta el año de 1821.

    Terminada la guerra de independencia en Colombia, era preciso asegurar tan preciosa conquista, haciendo entrar en el concierto sudamericano el antiguo imperio de los incas, para lo cual se trasladó al Perú el Libertador Bolívar, con las invencibles legiones colombianas que hicieron tremolar sus banderas en las más empinadas cumbres de los Andes.

    Aún no se había concluido la tarea impuesta a los ejércitos unidos de Nueva Granada, Ecuador y Venezuela en Colombia, cuando aparecieron los primeros síntomas indicativos de que la disolución de la gran república se imponía por la fuerza de los acontecimientos.

    En efecto: desde tiempo inmemorial, e indudablemente por motivos climatéricos, los habitantes de las tres agrupaciones políticas que aúnan sus esfuerzos con el fin de obtener su independencia, discrepan entre sí por notabilísimas diferencias que los hallan inadecuados para tomar un solo cuerpo de nación

    Un notable publicista venezolano definió las condiciones de los tres pueblos con la siguiente fórmula:

    "Venezuela es un cuartel, Nueva Granada un colegio y el Ecuador un convento", aunque las comparaciones no sean rigurosamente exactas, porque de ellas se deduce que el país guerrero por excelencia de la antigua Colombia fue Venezuela, es lo cierto que nuestros vecinos del nordeste nos han creído inferiores a ellos en cuanto diga relación con los sacrificios hechos en la magna lucha de los catorce años para conquistamos el derecho de vivir como naciones libres.

    Nuestros hermanos de Venezuela tienen justos motivos para engreírse con la misión que les tocó cumplir en aquella lejana época gloriosa; pero por acá también recordamos con legítimo orgullo que ninguno igualó ni superó a Ricaurte en su grandiosa inmolación en el parque de San Mateo, a Girardot en la cumbre de Bárbula, y a otros héroes distinguidísimos del ejército cundinamarqués, que generosamente ofrendaron su vida en holocausto a la independencia de Venezuela; que Bolívar orló las sienes del general José María Córdoba con la preciosa corona que le ofrendó el Perú, como uno de los más dignos de llevarla por su comportamiento en Ayacucho, y que el mismo Libertador legó sus huesos a Caracas y su corazón a Bogotá.

    También sería oportuno que no se olvidaran estas frases suyas:

    Si a Caracas debo la vida, a Mompox debo mi gloria

    Desgraciadamente la noble emulación que en los momentos de peligro común se notaba entre los pueblos de las tres secciones colombianas, se trocó en celosa desconfianza y malévolo antagonismo que debió surtir sus efectos; llevando el convencimiento a los ánimos desprevenidos, de que la separación de los grandes grupos, se imponía de una manera inevitable y conveniente a los recíprocos intereses de las respectivas nacionalidades.

    Fue una medida muy acertada el nombramiento de vicepresidente de la república hecho en el general Francisco de Paula Santander, para que ejerciera el poder ejecutivo durante el tiempo que el Libertador Presidente permaneciera fuera de Colombia con el objeto de emancipar el Perú de la madre patria; pero los paisanos de D. Simón, como le apellidaban familiarmente, empezaron a manifestarse descontentos, diciendo que se les consideraba como a ciudadanos de condición inferior a los granadinos, porque no se les complacía en todas sus pretensiones, y porque no gustaba la llaneza de su carácter, que a veces les impide cumplir determinadas fórmulas sociales, y usar de términos velados para expresar cierta especie de pensamientos.

    Entre los venezolanos que entonces permanecían en Santafé, se contaba el coronel Leonardo Infante (a. el Negro), que había sido compañero de Páez en sus inauditas hazañas, hombre de indisputable mérito por su valor y patriotismo; desgraciadamente carecía de educación, estaba muy ufano con sus hechos de armas, y trataba con dureza y desprecio a los que no eran militares, especialmente a los vecinos del entonces barrio solitario de San Victorino, quienes no se atrevían ni a transitar por la misma calle que recorría el llanero, para evitar las truhanadas que éste solía emplear en su trato con los paisanos.

    La situación que dejamos descrita se agravó con la muerte violenta del teniente Francisco Perdomo, cuyo cadáver apareció debajo del puente de San Victorino el 24 de julio de 1824.

    A virtud de indicios se atribuyó aquella muerte al coronel Infante. Después de un largo proceso, en el que no se estimaron los contraindicios favorables al acusado, se le condenó a muerte en un consejo de guerra, y ese fallo fue confirmado por la alta corte marcial, después de vehemente discusión, sin el voto del Magistrado doctor Miguel Peña, quien no firmó la sentencia y fundó su parecer en poderosos razonamientos jurídicos que no fueron atendidos.

    "Infante muere, pero no por la muerte de Perdomo", fueron las últimas palabras que pronunció aquel heroico prócer al tomar asiento en el banquillo para recibir la muerte en Santafé, el 26 de marzo de 1825.

    Es muy de lamentarse que el general Santander no hubiese tenido presente en aquella ocasión la célebre frase de Talleyrand respecto del fusilamiento del Duque D'Enghien: más que un crimen, fue una falta

    Ya que no se tuvo en cuenta el indisputable mérito guerrero de la víctima, la magnitud de sus servicios a la causa americana, ni el medio en que había vivido después de quince años de rudo batallar, no debió perderse de vista la carencia de pruebas directas o plenas contra Infante, y las consecuencias que podría acarrear la falta de clemencia, aconsejada para casos análogos hasta por los más rudimentarios principios de derecho criminal.

    Del estudio detenido que hemos hecho de aquel célebre proceso, deducimos que el vicepresidente de Colombia debió conmutar la pena de muerte que se impuso a Infante

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