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FISICC – IDEA
HERRAMIENTAS DE NEGOCIACION
LIC.
CARNE: 07170043
Cabe mencionar que el trabajo que a continuación se presenta, trata de cómo ser
mejores personas dentro de las organizaciones tomando en cuenta la perfección personal
acerca de nuestro nivel de intelectualidad y/o emocional. En la parte del coeficiente
intelectual se hace mención de pruebas psico-analíticas para medir dicho coeficiente.
Los test de C.I. se diseñan para dar aproximadamente la distribución normal (también llamada distribución
gaussiana). Los colores delinean una desviación estándar.
BREVE RESEÑA HISTORICA.
EL EFECTO DE FLYNN
Se le llama Efecto Flynn después de que James R. Flynn, un neozelandés especializado
en ciencias políticas, descubriera que en todo el mundo las puntuaciones de CI subían
pausadamente a razón de tres puntos de CI por década (Flynn, 1999). Las explicaciones
que se han intentado han incluido la mejor nutrición, una tendencia hacia familias más
pequeñas, la mejor educación, una mayor complejidad en el ambiente y la heterosis
(Mingroni, 2004). De todos modos, los tests se renormalizan ocasionalmente para
obtener valores medios de 100 en la puntuación, como, por ejemplo, en WISC-R
(1974), WISC-III (1991) y WISC-IV (2003). Por lo tanto, es difícil comparar
puntuaciones de CI cuya medición dista varios años en el tiempo.
Hay una evidencia reciente de que la tendencia al alza de las puntuaciones en tests de
inteligencia ha remitido en algunos países del primer mundo. En 2004, Jon Martin
Sundet (de la Universidad de Oslo) y algunos colaboradores publicaron un artículo
documentando puntuaciones en tests de inteligencia administrados a reclutas noruegos
entre la década de 1950 y 2002, mostrando que el incremento en las puntuaciones en
tests de inteligencia general paró después de mediados de la década de 1990, y que
incluso disminuyó en subtests de razonamiento numérico.
Thomas W. Teasdale (de la Universidad of Copenhage) y David R. Owen (del Brooklyn
College de la ciudad de Nueva York), descubrieron resultados similares en Dinamarca,
donde los resultados de los tests de inteligencia mostraron que no hubo aumento durante
la década de los 1990. También hay indicaciones provenientes del Reino Unido de que
las puntuaciones en los test de inteligencia no están siempre subiendo. Michael Shayer
(un psicólogo del King's College de la Universidad de Londres) y dos colaboradores
reportaron que el rendimiento en los tests de razonamiento en Física que se
administraron a adolescentes británicos de las escuelas secundarias disminuyó
considerablemente entre 1976 y 2003.
COEFICIENTE EMOCIONAL FRENTE A COEFICIENTE INTELECTUAL
Daniel Goleman, psiquiatra y autor del libro Inteligencia emocional asegura que
estamos asistiendo, en este final de siglo, a la revancha de los sentimientos sobre la
inteligencia. El pensamiento frío y calculador impuesto en los años ochenta, durante la
era del yuppismo, está siendo desbancado por la inteligencia emocional, que engloba
cualidades tan intangibles como la conciencia de uno mismo, la capacidad de poder
comunicarse con los demás, la receptividad a los sentimientos ajenos o la autoestima.
Fruto de este nuevo enfoque es la justa valoración que se le empieza a dar a la intuición,
como forma de conocimiento no formada en la razón, pero igualmente válida.
Valoración bastante alejada de la expresada por Darwin, hace tan solo un siglo y medio
y relacionada con la mujer: "Se admite que en la mujer los poderes de la intuición, la
percepción y quizás la imitación son más señalados que en el hombre, pero algunas de
estas facultades, al menos, son características de razas inferiores y, por consiguiente, de
un estado de civilización menos desarrollado". Por aquel entonces abundaban las teorías
que mostraban a las mujeres esclavizadas a sus sentimientos o histéricas -recordemos a
Freud- y, por tanto, con menor capacidad para el raciocinio y la ciencia que sus colegas
varones.
Muchas veces sorprende enterarse que personas que parecían destinadas a convertirse
en exitosos profesionales y que tendrían matrimonios felices, con el tiempo fracasaron
paulatinamente en sus trabajos o en sus relaciones de pareja, y terminaron
desempeñándose en labores mediocres y con sus vidas arruinadas.
Otros, en cambio, que nunca destacaron en el colegio, llegaron a ser personas felices,
plenas y realizadas.
¿Por qué algunas personas parecen dotadas de un don especial que les permite vivir
bien, aunque no sobresalgan por su inteligencia?
¿Por qué unos son más capaces que otros para enfrentar los contratiempos, superar
obstáculos y ver las dificultades bajo una óptica distinta?
Un nuevo concepto de la psicología está tratando de dar respuestas a estas interrogantes.
Al parecer, para tener éxito en la difícil vida moderna, tanto o quizás más importante
que las habilidades intelectuales son las capacidades para expresar y manejar
sentimientos y emociones: la inteligencia emocional.
Daniel Goleman, doctor en Filosofía y redactor científico del The New York Times,
resumió muchas de las teorías y propuestas al respecto en su libro Emotional
Intelligence (La Inteligencia Emocional), superventas en Estados Unidos. A principios
de octubre saldrá a la venta en Chile la edición en español. En el texto
Se afirma que tomar conciencia de nuestras emociones, comprender los sentimientos de
los demás, manejar las presiones y frustraciones laborales y acentuar el trabajo en
equipo, son habilidades simples pero cruciales para desenvolverse con propiedad en la
sociedad actual.
Goleman cita un estudio realizado por el psicólogo Walter Mischel en la década del
sesenta. El investigador invitaba a niños, uno a uno, a una sala de juegos y les ofrecía un
bombón. Pero si esperaban a que Mischel regresara luego de un momento, podrían
recibir no uno sino dos bombones.
Con este desafío ponía a prueba a los niños para evaluar su autocontrol, es decir, si eran
capaces de postergar la gratificación inmediata para así lograr beneficios mayores en el
futuro. En efecto, algunos niños agarraban el obsequio al minuto que Mischel salía de la
habitación, pero otros esperaban. A estos últimos, cuando
regresaba, Mischel les daba sus dos bombones duramente ganados.
Entonces, el investigador esperó que crecieran.
Cuando estos mismos niños llegaron a la enseñanza media, sucedió algo revelador.
Aquellos niños que supieron esperar eran adolescentes más adaptados, populares,
seguros y responsables.
Los que cedieron rápidamente a la tentación eran más solitarios, obstinados, con mayor
facilidad para frustrarse y temerosos de los desafíos. Este experimento demuestra cómo
la capacidad para controlar la impulsividad rinde beneficios en la vida.
Una de las demostraciones más reveladoras del poder del optimismo para motivar a la
gente es un estudio llevado a cabo por Seligman sobre los vendedores de seguros de la
empresa MetLife.
El descubrió que los vendedores nuevos, que generalmente eran más optimistas,
vendían un 37 % más de seguros en los dos primeros años de trabajo. Y durante el
primer año, los pesimistas abandonaban en doble proporción que los optimistas. Más
aún, Seligman convenció a MetLife de que contratara a un grupo especial
de aspirantes que habían obtenido una puntuación elevada en un test de optimismo, pero
que fracasaban en las pruebas normales de selección, las que se basaban en un perfil
estándar obtenido de vendedores exitosos. Este grupo especial superó a los pesimistas
en un 21 % durante el primer año, y en 57 % durante el segundo.
¿Cómo aplicar las habilidades emocionales? Estas resultan útiles a lo largo de toda la
vida, en cada momento en que sea necesario tomar decisiones y enfrentar desafíos. Pero
su aplicación y beneficios se observan, principalmente, en tres áreas vitales de cada ser
humano:
Goleman se refiere a las diferencias emocionales entre los sexos para explicar esta
situación. En una pareja existen dos realidades emocionales:
la de él y la de ella. De niños, las nenas están más expuestas a la información sobre las
emociones. Por eso, centenares de estudios han descubierto que, en promedio, las
mujeres muestran más empatía que los hombres y suele ser más fácil interpretar los
sentimientos a partir del rostro de una mujer que de un hombre.
Es necesario, entonces, considerar las implicaciones de esta brecha emocional entre los
sexos con respecto a la forma en que las parejas enfrentan los conflictos que cualquier
relación íntima, inevitablemente, genera. De hecho, temas específicos tales como con
cuánta frecuencia hacer el amor, cómo disciplinar a los hijos o cuántas deudas o ahorros
resultan aceptables, no son los que unen o rompen un matrimonio.
Es más bien la forma en que una pareja discute esos temas críticos lo más importante
para el destino de ella.
En el caso de las relaciones entre padres e hijos, tener inteligencia emocional trae una
serie de ventajas para educar niños emocionalmente sanos y equilibrados. Cientos de
estudios muestran que la forma en que los padres tratan a los hijos -ya sea con férrea
disciplina o una comprensión empática, con indiferencia o cariño-,
tiene consecuencias profundas y duraderas en la vida emocional del hijo.
Cuando los equipos de investigación dirigidos por Carole Hooven y John Gottman, de
la Universidad de Washington, llevaron a cabo un microanálisis de las interacciones que
se producen en las parejas sobre la forma en que los padres trataban a sus hijos,
descubrieron que los matrimonios mejor avenidos eran también los más eficaces cuando
se trataba de ayudar a sus hijos en sus altibajos
emocionales. El estudio determinó tres estilos más comunes de paternidad
emocionalmente inepta:
Ignorar los sentimientos en general: Tratar las aflicciones de sus hijos como algo trivial
o aburrido, algo que deben esperar que pase.
Estos padres no logran utilizar los momentos emocionales como una oportunidad para
acercarse a su hijo o ayudarlo a aprender una lección en el aspecto emocional.
Mostrarse demasiado liberal: Estos padres se dan cuenta de lo que siente el niño, pero
siempre aprueban la forma que éste usa para enfrentarlo, aunque sea inadecuada.
Mostrarse desdeñoso y no mostrar respeto por lo que el niño siente: Estos son padres
típicamente desaprobadores, duros tanto en sus críticas como en sus castigos. Cuando el
niño trata de dar su versión de algún hecho que les molestó, suelen gritar "¡No me
contestes!".