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Guerra-masacre 2003-02-22
El gran peligro para la Humanidad y para la biosfera no es tanto Saddam Hussein
como George Bush. A consecuencia de los atentados del 11 de septiembre, como jefe de la
única superpotencia global, verdadero imperio no-territorial, Bush ha decidido dominar el
mundo por la fuerza. Inauguró la guerra permanente y la “justicia infinita”, pasando por
encima de convenciones y leyes internacionales. En sus pronunciamientos está clara una
escalada peligrosa.
El primer paso fue convocar al mundo para una guerra implacable contra el
terrorismo internacional. El slogan era \"quien no está con nosotros está contra
nosotros\". El segundo, fue identificar los países susceptibles de abrigar y fomentar el
terrorismo global. Contabilizó cerca de sesenta, llamados países \"parias\"
y \"bandidos\", tres de los cuales forman el “eje del mal”, Irán, Irak y Corea del Norte. Y
finalmente proyectó la “guerra preventiva”. En el discurso del 7 de octubre de 2002,
dirigiéndose a la nación, Bush dice claramente: \"En vista del evidente peligro, no
podemos esperar a tener pruebas decisivas\", haremos la guerra. Ahora bien, es premisa
del derecho público e internacional que toda decisión se base en pruebas decisivas. Los
inspectores internacionales no han encontrado hasta ahora ninguna prueba decisiva, y
tampoco fueron convincentes las expuestas por Colin Powell. Pero para Bush esto no es
impedimento para una acción unilateral. Quien amenace y desafíe militarmente al país
debe ser, inmediatamente, desarmado. Y Bush amenaza con usar todas las armas
disponibles en una acción militar preventiva.
Aquí está el peligro de Bush. El arsenal disponible de armas químicas, biológicas y
nucleares es de tal monta que un porcentaje de ellas puede destruir a toda la humanidad.
George Bush padre, bastante más comedido que su hijo, autorizó la utilización de uranio
empobrecido, en forma de revestimiento de bombas, contra la población iraquí en 1991.
Dicho material radioactivo, residuo de la fabricación de armas atómicas, permanece
activo durante 4.500 años, sus partículas penetran en el suelo, contaminan aguas y
alimentos y producen cáncer y deformaciones genéticas. Esta perversidad también se
llevó acabo en la ex-Yugoslavia, en Kosovo y en Bosnia. Se lanzaron cerca de 940 mil
proyectiles revestidos de ese material de muerte. Las víctimas son incontables. En la
guerra contra Irak murieron 150.000 niños y otros 500.00 a consecuencia del embargo.
La guerra inminente no es una guerra, es una cobardía, una masacre. No se trata de
un enfrentamiento entre ejércitos, sino de la matanza de civiles desde 16 mil metros de
altura con bombas inteligentes. Max Born, premio Nóbel de física (1954) denunció el
predominio de la matanza de civiles en la guerra moderna. En la primera guerra mundial
murieron un 5% de civiles, en la segunda, un 50%, en la guerra de Corea y Vietnam, un
85%. Y datos recientes mostraban que en la guerra contra Irak y la ex-Yugoslavia el 98%
de las víctimas eran civiles.
No basta estar a favor de la paz. Tenemos que estar contra la guerra. No hay
ninguna guerra santa, justa o humana. Todas son perversas.
Guerra y ética
Toda guerra es perversa porque viola el mandamiento de la ética natural: "no
matarás". Pero se presentan problemas: Cuando un país es agredido por otro, ¿qué debe
hacer? ¿Tiene derecho a usar las armas en defensa propia? ¿Cómo deben comportarse los
gobernantes de los pueblos que asisten a la limpieza étnica de minorías por parte de
dictadores sanguinarios que violan sistemáticamente los derechos humanos, eliminando a
sus opositores? ¿Es válido alegar el principio de no-intervención en asuntos internos de
los estado soberanos y asistir pasivamente a crímenes contra la humanidad? ¿Cómo
reaccionar al fenómeno difuso del terrorismo que puede utilizar armas de exterminación
masiva y ocasionar millones de víctimas inocentes? ¿Es legítima una guerra preventiva
contra esto?
Estas cuestiones éticas ocupan mentes y corazones en los días actuales. Para no
desesperarnos tenemos que pensar. En todo el mundo, dada la estrategia de los Estados
Unidos de usar la fuerza para defender sus intereses globales, se ha generado un debate
extremamente serio. Se destacan varias posiciones. Un grupo sostiene la tesis de que,
dada la capacidad devastadora de la guerra moderna que puede comprometer hasta el
futuro de la especie y de toda la biosfera, ya no hay ninguna guerra justa (ius ad bellum).
Otro grupo afirma que puede haber una guerra justa, la de "intervención humanitaria",
pero limitada a impedir el etnocidio y los crímenes de lesa humanidad. Un tercer grupo,
representando al stablisment global, reafirma: hay que recuperar la guerra justa como
autodefensa, como castigo a los países del “eje del mal” y en prevención de un ataque con
armas de destrucción masiva.
Hagamos el juicio ético de estas posiciones: en las condiciones actuales toda guerra
representa un riesgo altísimo, pues disponemos de una máquina de muerte capaz de
destruir la humanidad y la biosfera. La guerra es un medio injusto. Dentro de una política
realista, una "intervención humanitaria" limitada es teóricamente justificable si cumple
dos condiciones: que no la decida ningún país por su cuenta, sino la comunidad de las
naciones (ONU) y que respete dos principios básicos (ius in bello): la inmunidad de la
población civil y la adecuación de los medios (no pueden causar más daños que beneficios).
La fuerza empleada como autodefensa no la convierte en buena, pero se justifica dentro
de la estricta adecuación de los medios. La guerra de castigo contra Afganistán, basada
en la venganza, no es defendible. Sólo alimenta la rabia, caldo de futuros conflictos. La
guerra preventiva contra Irak, es ilegítima porque se basa sobre lo que no existe todavía
y tal vez nunca suceda. No existe ningún tipo de derecho que le conceda legitimidad por
ser subjetiva y arbitraria.
Todo esto vale teóricamente, pues es importante aclarar posiciones. Sin embargo en
la práctica se ha demostrado que todas las guerras, incluida la de “intervención
humanitaria”, no observan los dos criterios de inmunidad de la población civil y de la
adecuación de los medios. No se hace distinción entre combatientes y no-combatientes.
Para debilitar al enemigo se destruye su infraestructura, causando muchas muertes de
inocentes (98%). Las consecuencias de la guerra perduran por años y hasta por siglos,
como en el caso del uranio empobrecido.
La guerra no es solución para ningún problema. Debemos buscar un nuevo paradigma,
a la luz de Gandhi y de Luther King Jr., si no queremos destruirnos: la paz como meta y
como método. Si quieres la paz, prepara la paz.
3. Previsiones sombrías
2003-02-28
Los hechos históricos de la crónica cotidiana remiten a estructuras más profundas
donde se entrecruzan los rumbos y los sentidos, nunca unívocos, de las sociedades
humanas, hoy de la geosociedad que va surgiendo. La perspectiva sistémica y holística ha
mostrado el acierto de este tipo de lectura, inaugurada antes por la sociología crítica, por
la antropología estructural y por la física cuántica. Esa opción nos ayuda a conjeturar
acerca de los rumbos que se están anunciando, con señales claras, para la Humanidad. El
escenario es sombrío.
Hay un hecho de evidencia abrumadora: la proliferación de la violencia en todos los
ámbitos de la convivencia humana. La propia religión, de quien se podría esperar actitudes
benevolentes, se ha convertido, por el fundamentalismo, en matriz de más violencia
todavía. Los instrumentos de muerte se hacen cada vez más devastadores. Sólo un
portaaviones estadounidense equivale a toda la potencia bélica de la segunda guerra
mundial Añádanse a ello las bombas inteligentes, la nueva bomba electromagnética que va
a ser probada contra Irak y las minibombas nucleares, del tamaño de un maletín. Y el
demente Bush amenaza con utilizar todas esas armas. Lo más grave, sin embargo, es la
magnificación de la violencia hasta el ridículo de “El exterminador del futuro”, que
despierta peligrosamente los demonios que nos habitan.
Este escenario tenebroso posee una función anticipatoria. Pone al descubierto lo que
se está armando a nivel estructural y arquetípico en el inconsciente colectivo de la
Humanidad. Estamos yendo al encuentro de una violencia nunca antes vista sobre la faz de
la tierra. Ya ha sido embutida en nuestro paradigma civilizacional, que puso como eje la
voluntad del poder como dominación, la exacerbación de todas las fuerzas productivas,
incluyendo la explotación de las personas y la depredación de la naturaleza. El Planeta no
lo aguanta ya, por demasiado destructivo. Si esto continúa, “entonces llegará el fin: et
tunc erit finis”. No del mundo, sino de este tipo de mundo que, en su lógica desbocada,
está estresando a toda la biosfera y amenazando a la especie homo sapiens/demens. No
sabemos lo que vendrá después, si el fin de la especie (nos tocó la vez) o una nueva fase
de evolución, más alta, como la antropogénesis de millones de años nos sugiere. Las crisis
siempre han provocado crecimiento.
C.G.Jung, en sus Memorias, sueños y reflexiones cuenta cómo previó las dos guerras
mundiales, con visiones de sangre y de fuego que caían sobre Europa, destruyendo
ciudades y llenándolas de cadáveres. Eran sueños persistentes y enigmáticos. Cuando
estalló la gran guerra en agosto de 1914 todo quedó claro para él: “la experiencia personal
estaba ligada a la experiencia colectiva”. Lo mismo le ocurrió con la segunda guerra
mundial, con sueños que lo perseguían desde 1918. Cuando Alemania ocupó Francia el sueño
se hizo realidad: ”el año fatídico era 1940”. C.G. Jung había captado la brutalidad a partir
del inconsciente colectivo que, como es sabido, tiene una función anticipatoria.
No necesitamos sueños visionarios. Tenemos los hechos ante nuestros ojos: la
violencia campando por el mundo. Y un líder estadounidense belicista, verdadero fascismo
tecno-burocrático, que quiere a toda costa una guerra de cobardes, contra el sentir de
multitudes de la Humanidad y contra todos los preceptos de la ética mínima. Que el Cielo
nos proteja.
5. La alternativa: oscuridad
La crisis mundial nos hace pensar y también conjeturar. La guerra inminente está en
la lógica del imperialismo norteamericano. Puede desencadenar procesos tal vez
incontrolables y preanunciar catástrofes de dimensiones aterradoras para el futuro de
Gaia y de sus hijos e hijas. Invoco a dos respetables analistas de la política mundial, uno
liberal, Samuel P. Huntington y otro marxista, Eric J. Hobsbawm, para dar consistencia a
mis conjeturas.
En su conocida obra La era de los extremos (1994) dice Hobsbawn en la última frase
del libro: “No sabemos hacia dónde vamos. Sin embargo, algo es seguro: si la humanidad
quiere tener un futuro reconocible, no podrá ser prolongando el pasado o el presente. Si
intentamos construir el tercer milenio sobre esta base, fracasaremos. Y el precio del
fracaso, o sea, la alternativa para el cambio de sociedad, es la oscuridad” (p. 562).
Bush y aliados están prolongando la lógica del pasado y, consecuentemente, están
produciéndonos oscuridad. Oscuridad que uno de los principales científicos políticos
norteamericanos y consejero del Pentágono, Huntington, nos proyecta con tonos
dramáticos al final de su famoso libro El choque de civilizaciones (1996, págs. 398-405).
Según él, hacia el 2010 estallará una guerra intercivilizacional mundial, involucrando
estados-núcleo de civilización como los EUA y sus estados-miembros (Europa y Rusia), y la
China y sus respectivos estados-miembros (Japón, Pakistán e Irán). La devastación
general mutua, mediante armas convencionales o nucleares, será de tal magnitud que
producirá una drástica decadencia del poderío económico, demográfico y militar de los
contendientes. La hegemonía mundial que durante siglos se situaba en el Norte, se fijará
entonces en el gran Sur. Aquí en el Sur -siempre según Huntington- India e Indonesia,
libres de esa terrible devastación, tratarán de reformular el mundo según sus
paradigmas. Y yo añadiría Brasil, la principal potencia de los trópicos, con recursos
estratégicos para la humanidad, como agua potable, biomasa y biodiversidad, junto con
una razonable acumulación de masa crítica (un día consideraremos su posible función
central en la remodelación de la Tierra bajo otro paradigma no-imperial). América Latina
promoverá un plan Marshall para levantar a Estados Unidos… ¡Quién lo diría!
Este panorama tal vez no sea tan fantasmagórico como parece. El detonante de la
guerra mundial estaría en el Estado-núcleo occidental, irremediablemente
intervencionista, porque sus líderes creen que la civilización occidental es la más elevada
y la más racional de todas. Fue ella quien introdujo el cristianismo, el valor del individuo,
los derechos humanos, el imperio de la ley y la democracia. Por eso debe ser llevada, como
opción única, a todos los rincones de la tierra y moldear la mundialización. Así lo declaró
el corto de luces y escrúpulos, Silvio Berlusconi.
Ahora bien, la pretensión de universalismo de la cultura occidental conduce
irremediablemente al imperialismo, que adquirió cuerpo y fuerza con Bush. Con la
intervención en Irak pretende rediseñar toda la política del Oriente Medio de matriz
musulmana, garantizando además a Occidente el abastecimiento de petróleo que necesita.
Aquí reside la causa inmediata de la guerra actual y de la rabia contra Occidente, matriz
de futuros conflictos y de más terrorismo mundial.
6. Bush, ¿qué has hecho de tus hermanos?
Y, de repente, el Cristo del Corcovado se estremeció y cobró vida. Lo que era
cimiento y piedra se hizo cuerpo y sangre. Levantando los ojos, vio multitudes que
llenaban calles y plazas del mundo entero, llevando banderas blancas y clamando:
queremos paz, nunca más la guerra. Entonces, conmovido de ternura, abrió la boca y dijo:
«Bienaventurados todos vosotros, constructores de la paz, porque seréis llamados
hijos del Altísimo y amigos de la Tierra. Benditos vosotros, porque conservasteis la
memoria del arco iris, la alianza que sellé con toda la vida y para siempre».
Y mirando más lejos, vio ciudades milenarias destruidas, monumentos de la cultura
humana reducidos a polvo, cuerpos destrozados, niños calcinados por el fuejo, mujeres
mutiladas por la metralla de las bombas, y sangre, mucha sangre por las paredes
humeantes. Y lleno de ira sagrada, con voz cortante, habló y dijo:
«Ay de vosotros, señores de la guerra, enemigos de la vida y de la naturaleza, y
asesinos de mis hermanos y hermanas del Islam. Raza de víboras venenosas, ¿por qué no
escuchasteis el clamor de la Humanidad suplicando diálogo, negociación y paz?
Blasfemos, usáis el nombre del Dios de la vida para quitar la vida a los otros.
Hipócritas, despreciasteis las leyes que vosotros mismos creasteis para contener la
voluntad de agredir y de matar. ¿Por qué habéis despreciado las normas internacionales
que salvaguardan la justicia mínima y la más elemental humanidad? ¿Por qué con sacos de
vil dinero habéis hecho todo lo posible para comprar conciencias y conseguir con
extorsión la licencia para atacar y matar?
Cobardes, escogisteis un país sitiado, humillado y extenuado para mostrar la
capacidad de devastación que habéis conseguido, como nunca antes fue vista sobre la faz
de la Tierra.
Ay de vosotros, terroristas del miedo, que con el pretexo de desarmar a un tirano
que vosotros mismos armasteis con armas de destrucción masiva, mentisteis al pueblo,
alegando un peligro inminente de ataque. Contra el más mínimo sentido del derecho, os
adelantásteis con una guerra desproporcionada. Más aún que el petróleo, lo que queréis es
destruir a quien no se someta a vuestros intereses, extendidos ahora a todo el Planeta.
Maldita la «guerra preventiva» que os trajo el miedo preventivo. ¿No veis que habéis
hecho a vuestro pueblo rehén del miedo, del miedo a montar en un avión, miedo a recibir
cartas, miedo a los árabes, miedo a los musulmanes, miedo a vosotros mismos?
Malditas las bombas inteligentes. Más maldita aún la «madre de todas las bombas»,
cuyo poder destructivo sólo queda un paso detrás de las armas nucleares.
Ay de las inteligencias que han excogitado esa máquina de muerte contra todas las
formas de vida… Habéis abierto las puertas del infierno y habeis soltado los demonios del
terror y las masacres. ¿Qué habéis hecho de vuestros hermanos? ¿Qué habéis hecho?
Padre Santo: vuelve tu mirada hacia los humanos, mis hermanos y hermanas más
pequeños. Dales el cuidado de unos para con otros, a fin de que nazca la paz verdadera.
Que estén celosos por el bien de su Casa Común, la Tierra, que enjuguen mutuamente sus
lágrimas, que se estrechen las manos, que se besen en el rostro, que se sienten a la mesa
y sientan la generosidad del alimento suficiente para todos. Y que rían y canten y amen y
veneren, bajo el mismo arco iris de la gracia divina que se extiende sobre todos,
expresión de tu Reino –tuyo y nuestro- de benevolencia y Paz»
7. La mística de Bush
Muchas motivaciones han causado la guerra contra Irak: la económica (petróleo), la
política (hegemonía planetaria), la ideológica (plasmar la globalización en los moldes
estadounidenses), y otras. Hay una que me parece que funciona como el hilo de un collar
que sujeta a todas las cuentas. Es la visión mística del presidente Bush y de sus más
próximos colaboradores. Esta mística se apoya en dos datos de la tradición cultural
estadounidense: el «destino manifiesto» y la «religión civil».
El «destino manifiesto» (Manifest Destiny) es una expresión acuñada por el
periodista John O’Sullivan para justificar la anexión de México y el imperialismo
estadounidense. Todavía en 1900, el senador por Indiana Albert Beveridge, explicaba:
«Dios designó al pueblo estadounidense como nación elegida para dar inicio a la
regeneración del mundo». Esta ideología ha estado siempre viva en la derecha
estadounidense y ha sido evocada muchas veces por George Bush, padre e hijo. En ella se
hace referencia continua a «nuestra superioridad moral» para justificar las
intervenciones político-militares en cualquier parte del mundo.
La «religión civil» trata de dar un aura cristiana al destino manifiesto en la forma de
integrismo y fundamentalismo religioso. Los fundamentalistas interpretan la Biblia al pie
de la letra y la toman como si fuera un guión que explica la historia. Así, millones de
personas, sea que vivan en las periferias o sean trabajadores profesionales incluso de
centros de alta tecnología, creen que estamos en los últimos días de la historia. Esta
etapa final estaría marcada por el enfrentamiento entre el bien y el mal, por guerras
devastadoras y por la actuación del Anticristo. Próximamente va a tener lugar la segunda
venida de Cristo, que instaurará la era perfecta, para preparar su venida definitiva,
cuando los fieles serán arrebatados al cielo y recibirán allí un cuerpo glorioso. Emergirá
entonces un nuevo cielo y una nueva Tierra. Curiosamente, el fundamentalismo hebreo
estadounidense ve en la instauración del Estado de Israel parte del proceso de la
redención del mundo. Una vez reconstruido el Tempo, vendrá el Mesías, trayendo la
redención para todos. Margot Petterson, en el conocido semanario católico National
Catholic Reporter (11/10/2002) ha mostrado la colaboración existente entre estos dos
fundamentalismos, cada uno con sus objetivos, pero unidos en la creencia del fin de la
historia (Will Fundamentalist Christians and Jews ignite Apocalypse?).
Conocida es la religiosidad fundamentalista de Bush y de sus colaboradores, como
reveló la revista Newsweek en portada. Tienen la profunda convicción de que Dios escogió
a Estados Unidos para salvar el mundo. Se sienten instrumentos de esa misión divina.
Todos los días Bush se levanta antes para leer la Biblia y hacer sus oraciones. Antes de
tomar decisiones, el grupo reza para que Dios les haga cumplir esa misión con
determinación.
Ahora podemos amarrar las cuentas del collar: Bush se mueve por misión. No
necesita del aval del Consejo de Seguridad. Tiene el aval de Dios. Es imperativo derribar
a Saddan Hussein, pues es una de las expresiones del Anticristo. Se apropia del petróleo
de Irak porque proporciona la base material para el cumplimiento de la misión. La
mundialización debe ser configurada con los valores estadounidenses, pues sólo éstos son
queridos por Dios. Los demás no construyen el mundo nuevo.
Lo trágico es que Bush está lleno de buena voluntad sin ninguna autocrítica. Por eso,
esa buena voluntad no es buena. Sólo produce guerra, “choque y espanto”, muerte de
inocentes.
8. El imperialismo de Bush
Occidente siempre tuvo una obsesión persistente: llevar la salvación al mundo.
Intentó realizar esa pretensión, primero, mediante la misión cristiana y, después, al
secularizarse, con la política y con la guerra. Eso significó imponer, para bien o para mal,
los valores y las instituciones occidentales a todos los pueblos. Este propósito ha
fundamentado el imperialismo occidental (neologismo introducido en 1870 en Gran
Bretaña) en varias formas.
Un rasgo característico del imperialismo es no tener límites. Su lógica le lleva a
conquistar todo y a todos: el espacio físico, todas las esferas de la vida, las mentes y los
corazones de los pueblos. Y no contento con eso, invoca el mandato divino, como los
“destino manifiestos” o los “requerimientos”. En nombre de la misión se ha llevado el
terror a todos los Continentes, se ha impuesto una uniformización de la cultura, se ha
instaurado la política occidental y se ha implantado la religión cristiana («dilatar la fe y el
imperio»).
Bush encarna en la actualidad tanto esa vertiente política como la religiosa,
confiriéndoles además un carácter planetario. Religiosamente entiende a Estados Unidos
como un «segundo pueblo elegido», que tiene la misión de destruir el eje del mal. Y,
políticamente, quiere salvar al mundo configurando la mundialización con los valores
típicos de la cultura estadounidense, que, según él, es la mejor y la más racional. Imbuido
de esta convicción mesiánica, aparece en público con el pecho hinchado, pasos largos,
gestos triunfantes y aires de césar glorioso o rey-sol (de pacotilla).
Ese nuevo imperialismo no se basa ya en el territorio, sino en los intereses gloales.
En nombre de ellos, Bush se reserva el derecho de intervenir cuando quiera allá donde
piense que esos intereses están siendo amenazados, como ahora en Irak, después tal vez
en Irán, en Corea del Norte, en Colombia y –no lo descartemos- en la Amazonía
continental…
En su discurso programático a la nación del 17 de septiembre de 2002 Bush resucitó
el poder absolutista e imperial («lo que cuenta es lo que nosotros queremos») y declaró la
«guerra preventiva» como instrumento de orden en el mundo.
Tres valores quiere mundializar Bush: la libertad, la democracia y el libre comercio.
Valores preciosos, pero distorsionados por la visión capitalista. La libertad es la
independencia individual sin vinculación social. Significa ganar dinero y acumular, cuanto
más mejor, sin ningún escrúpulo. La democracia es representativa y formal, y sólo
funciona en la política, no en la economía ni en la escuela ni en la vida, como un valor
universal. El libre comercio es libre para los más fuertes, que imponen su lógica de pura
competición, sin nada de cooperación. El sueño americano al estilo Bush consiste en
transformar el Globo en un inmenso mercado común, donde todo se convierta en
mercancía, el capital material (bienes) y el capital simbólico (valores), y donde todo sea
racionalmente administrable, también el afecto, la imagen y la muerte.
El imperialismo occidental es nuestra enfermedad, porque continuamos pensando que
somos los mejores. Sin embargo, aunque con dificultad, también hemos creado un
antídoto, que es la autocrítica. Démonos cuenta del mal que hemos hecho a los pueblos y a
nosotros mismos. A fin de cuentas, somos una cultura y una religión más, una entre otras.
La curación se consigue mediante el diálogo incansable, la apertura a los otros y el
intercambio que nos enriquece y nos hace humildes.
Esta guerra se desató por el rechazo del diálogo, por la satanización del otro y por
pura arrogancia. Es una tragedia.
9. ¿Choque de civilizaciones?
Samuel T. Huntington, director de Estudios Estratégidos de la Universidad de
Harvard, en su discutido libro “El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del
orden mundial” (1996) sostiene la hipótesis de que las guerras de la nueva era de la
historia mundial serán sobre todo guerras de civilizaciones, marcadas fundamentalmente
por las religiones. El primer enfrentamiento, según él sería entre Occidente y el Islam. La
guerra de 1991 y ésta de ahora, ambas contra Irak, parecen confirmar su hipótesis.
Poco importan las motivaciones, sean místicas, económicas o políticas. El hecho es
que Bush se propone establecer la “Pax americana” y uniformar el mundo en los moldes del
estilo de vida americano. Después del 11 de septiembre ha decidido que eso se va a hacer
utilizando la fuerza. Nadie podrá desafiar esta pretensión suya, o conocerá
inmediatamente el poder avasallador de Estados Unidos. Con ello, Bush prolonga y lleva a
sus últimas consecuencias la marca intrínseca del paradigma occidental: la voluntad de
someter a todo el mundo, o sea, de implantar un imperio universal. En concreto, la llamada
“globalización” no es otra cosa que una occidentalización o “occidentoxicación” del mundo.
¿Por qué el primer enfrentamiento se está dando, fatalmente, con el Islam? Porque
es lo único que, objetivamente, desafía a Occidente y a Bush en los dos puntos básicos de
su pretensión: en lo religioso y en lo económico.
En lo religioso, el Islam se presenta como religión superior, porque surgió después
del judaísmo y del cristianismo, sintetizándolos y mejorándolos. Tal pretensión cuestiona
la legitimidad última de Occidente, que aunque secularizado, todavía se siente portador
de la única religión verdadera y superior, el cristianismo, como recientemente reafirmó
todavía el Cardenal José Ratzinger en nombre del Vaticano, en el documento “Dominus
Iesus”. A la base de la religión islámica se ha sedimentado una cultura de reconocida
grandeza, no obstante su expresión patológica, el fundamentalismo. En esa cultura se
unifica política y religión, cosa que Occidente supo distinguir, para escándalo de los
musulmanes que lo consideran ateo.
En lo económico, el mundo islámico y árabe juega un papel decisivo, pues ahí se
encuentran los mayores yacimientos de petróleo del mundo. Occidente, y EEUU en
concreto, pueden detentar el control de la producción, del capital y del saber técnico y
científico. Pero ningún carro se mueve, ningún avión levanta el vuelo, ni una bomba
inteligente es lanzada sin petróleo árabe. De ahí la presión y la vigilancia de las potencias
occidentales sobre los países árabes, dividiéndolos y manteniéndolos bajo severo control.
Hay gran decepción e incluso rabia en los pueblos árabes y musulmanes frente a
Occidente y a EEUU. A pesar de su centralidad en el funcionamiento del sistema mundial,
sienten que no cuentan para nada en el moldeamiento de la globalización y del futuro del
mundo. Y su religión, la mejor y más alta, es vista solamente como un nido de terrorismo.
En el pasado el Islam amenazó por dos vezes a Occidente, en el cerco de Viena en
1529 y en 1683. Hoy, en la percepción de Bush, la amenaza vuelve, bajo el espectro de las
armas de destrucción en masa y del terrorismo feroz. De ahí el deber afrontarlo
militarmente. Importa captar estas estructuras ocultas para que se entiendan mejor las
razones de la guerra actual.
31. ¿Transgénicos? No
Los transgénicos u organismos genéticamente modificados resultan de la alteración
y transferencia de genes de un ser vivo (vegetal, animal, ser humano, microorganismo) a
otro con el propósito de hacerlo más sano, más productivo y más inmune a plagas y
bacterias.
El tema es altamente polémico e involucra a varias instancias: los productores, el
mercado, los consumidores, la investigación, el poder público y la ética.
Los productores quieren transgénicos, alegando disminución de costos y aumento de
la productividad, con la ventaja de crear semillas más resistentes a plagas. La creciente
demanda mundial de alimentos reforzaría ese propósito.
El mercado busca ganancias. Algunas empresas mundiales (cinco en total) producen
semillas transgénicas que van sustituyendo lentamente a las naturales (erosión genética) y
acaban monopolizando el mercado de semillas (una de ellas controla el 90%), haciendo
económica y tecnológicamente dependientes a los productores.
Los consumidores son reacios a consumir alimentos genéticamente modificados
porque temen que tengan consecuencias sobre la salud en el presente o en el futuro.
Encuestas realizadas muestran que más del 60% de la población europea está en contra
del consumo de transgénicos.
La investigación, celosa de su libertad, sigue penetrando en el secreto de la vida,
desvelando posibilidades nuevas para la salud y la longevidad, provenientes de la
biotecnología.
El poder público está indeciso, ya sea por la presión de los grandes capitales y del
mercado, ya por las afirmaciones contradictorias de científicos, unos que afirman la
bioseguridad alimentaria y ecológica de los transgénicos, y otros que insisten en que no
disponemos de investigaciones conclusivas sobre sus riesgos para la salud y el medio
ambiente. ¿Qué decisión tomar? Su misión es cuidar del bien común y resistir las
presiones.
En su decisión, el poder público, instancia delegada del poder popular, debe
orientarse por la ética. Se evocan dos principios: el de la responsabilidad y el de la
precaución. El producto a ser introducido debe garantizar que ningún perjuicio directo ni
indirecto, global, acumulativo ni de largo plazo va a afectar al ser humano o a la cadena de
la vida. La ciencia en el estado actual todavía no puede emitir tal parecer.
Lo que sabemos es que la naturaleza trabajó miles y miles de millones de años para
organizar el código de la vida a través de inter-retro-relaciones que involucran a la física
y la química del universo. Una célula epidérmica de nuestra mano contiene, en una
fantástica nanotecnología, toda la información necesaria para constituir la vida. Pregunta:
¿no será que el científico sólo con muhca reverencia y precaución podría atreverse a
intervenir en ese juego complejísimo, ya que sabe que cada gen tiene que ver con todos
los demás? En cuanto al fenómeno de la vida, el paradigma científico newtoniano que
reduce y compartimenta ¿no es insuficiente para captar las implicaciones de todos los
genes entre sí? ¿Quién nos garantiza que la bacteria resistente de la soja Roundup Ready
no va a perturbar el equilibrio de los miles y miles de millones de bacterias que hay en
nosotros?
Por precaución y respeto a la vida, se impone poner en cuarentena a los transgénicos.
Por ahora,¡no!
¿El terror en Madrid a dónde nos llevará? Nos obliga a pensar. Nos remite casi
espontáneamente a E. Gibbon y T. Mommsen, los dos mayores historiadores de la caída del
Imperio romano, que dejaron claro que dicha caída se debió principalmente al
desmantelamiento del orden jurídico-religioso-militar romano a lo largo de trescientos años.
La consecuencia fue un terrorismo generalizado: en el mar la piratería, y en tierra los asaltos
de bandoleros organizados que dificultaban el comercio y acabaron con la seguridad de las
comunicaciones. Sólo los cristianos, por vía pacífica y a otro nivel, salvaron el Imperio.
Nuestros piratas y bandoleros hoy son los terroristas. Ellos revelan la crisis del imperio
occidental que se autodenominó «globalización». El imperio está marcado por tantas
contradicciones que no consigue imponer su orden, a no ser por la violencia militar y por el
terror económico. Pero ha suscitado mucha rabia, demasiada rabia en el mundo.
Especialmente en el mundo musulmán. Éste sabe que posee la sangre del sistema (el petróleo),
pero no cuenta nada en su configuración. Además, se siente discriminado y tratado con
injusticia, especialmente en el conflicto palestino-israelí, ante el cual Estados Unidos y
Occidente representan una posición unilateral. En la Unión Europea viven un 12% de
musulmanes, muchos ilegales. Son explotados socialmente (ausencia de garantías sociales),
discriminados culturalmente (el velo en Francia) y despreciados religiosamente (en la Italia
de Berlusconi). Buscan apoyo en los líderes religiosos, la mayoría fundamentalistas, y están
expuestos a los grupos extremistas que los reclutan para sus estrategias criminales.
Del mismo modo que se ha dado una mundialización en el sistema de seguridad, en
primer lugar financiera y luego militar, se está dando también una mundialización de los que
se le oponen. Hemos defendido la tesis de que la única guerra que pueden ganar los pequeños
es ésta, la del terror. Los pequeños son imbatibles cuando aceptan morir y se hacen personas-
bomba. Contra un hombre/mujer-bomba no hay defensa posible.
Con Bush, el imperio definió una estrategia comprensible pero equivocada: pagar mal con
mal y hacer guerra contra guerrilla. Los principales analistas ya lo han dicho: ninguna medida,
después del 11 de septiembre, ha conseguido eliminar la amenaza, ni siquiera disminuirla.
Además, la guerra moderna de destrucción es un cañón tan grande que no puede ser usado
nunca. Por ahí no hay camino eficaz. No existe solución inmediata. Si el problema del terror
es mundial, la solución pasa por el único organismo político mundial que es la ONU. En ella
deben centralizarse las estrategias globales.
A los países les corresponde dar a sus ciudadanos la seguridad que es posible y reforzar
las estrategias mundiales. Todos debemos trabajar con un pie en un campo y con otro pie en
el otro. Por una parte, el campo del presente: la sociedad y el Estado, creando mecanismos de
seguridad aunque sea con eficacia limitada. Por otra parte, el campo del futuro: colocando
todos juntos los elementos de un nuevo orden político mundial en el que pueda caber todo el
mundo, sin potencias hegemónicas, garantizando a todos un mínimo de equidad en la
participación de los recursos escasos y en los bienes de la cultura humana.
Es difícil para el actual orden mundial (que es desorden para la mayoría de la
humanidad) entender que el terrorismo es primeramente consecuencia y sólo después causa
de la inseguridad actual. De continuar arrogante y ciego, Occidente no va a tener solución, y
cada vez más Occidente será un accidente.
57. Terror y solidaridad
La matanza de Madrid puede ser leída como una página de antropología concreta,
dramática y trágica. Revela quiénes somos. Somos seres capaces de salvajismo y barbarie,
demostradas antes en los atentados del 11 de septiembre de 2002 en EEUU, y ahora en
Madrid. Y, simultáneamente, somos seres de solidaridad, manifestada maravillosamente en el
mismo momento del atentado en Madrid, pues España entera se solidarizó con las víctimas y
se movilizó a socorrerlas.
Quienes mataban y quienes socorrían eran seres humanos. Somos la coexistencia de una
y otra cosa. La sabiduría cristiana siempre afirmó que la contradicción pasa por dentro del
corazón de cada uno. Por eso, «somos simultáneamente Adán y Cristo», ángeles y demonios,
sim-bólicos y dia-bólicos.
Ésa es la condición humana, dramática y trágica. Dramática, porque no logramos
mantener el equilibrio entre los dos polos. Trágica, cuando permitimos la irrupción de lo
demoníaco. ¿Quién vence, Adán o Cristo, el drama o la tragedia?
Dos opciones son posibles, y ambas profundamente humanas. La primera dice: la historia
nos ha mostrado que la fraternidad nunca fue duradera y que las sociedades siempre se
organizaron en relaciones de fuerza y de dominación. Levantamos la mirada para el cielo en
busca de un poco de esperanza, pero la vista de los cadáveres destrozados y los lamentos de
las víctimas nos impiden oír y ver una respuesta que nos ilumine. La indiferencia, el cinismo y
el sentido de la tragedia universal son reacciones humanas comprensibles, pues la base es
real. Por eso, merecen respeto.
La segunda dice: en medio de la tragedia siempre hay una mano que se extiende, un
gesto que salva y una caricia que devuelve la confianza. Lo que conmovió al mundo fue la
solidaridad del pueblo español, solidaridad que superó la comprensible rabia y dominó el deseo
de venganza. Hacer justicia y castigar sí, pero no pagar el odio con otro odio mayor, al estilo
de Bush.
Hay quienes procuran transformar la tragedia en un drama humano, las relaciones de
destrucción en tensión fraterna constructiva. O sea, creen que es posible una cualidad nueva
de relación para con el otro, para con la naturaleza y para con el futuro. El Adán decadente
estará siempre ahí, pero el Cristo libertador que también somos, va ganando hegemonía y va
asegurando que el futuro está en esta dirección y no en la otra.
¿Quién va a ganar? Humildemente, y con temblor, confiamos en que la solidaridad tiene
más futuro que las matanzas. Sin esta solidaridad tal vez no hubiésemos dado el salto de la
animalidad hacia la humanidad, y no hubiéramos llegado a los días de hoy.
El remedio para nuestra demencia sólo puede venir de una mirada nueva hacia el otro.
Ese otro tiene su existencia propia y merece una mirada de respeto y de acogida. Envez de
dominarlo, subordinarlo o discriminarlo, podemos establecer con él una verdadera comunión
fraterna. Podemos sentirnos sobre el mismo suelo que él, livres de la voluntad de dominación,
viviendo una humildad original, con la conciencia de que el mismo humus (de donde viene
‘humildad’) que está en él está también en nosotros. Y que a todos nos habita un fondo de
bondad.
Las religiones pusieron el cielo en el más allá. Importa colocarlo en el más acá, pues aquí
comienza como proceso de construcción tenaz del esfuerzo humano, secundado por la fuerza
divina. Sólo se completará al término de la historia. Y entonces Dios y nosotros podremos
mirar atrás y proclamar: «todo era bueno».
La humanidad ya existe hace algunos miles de años. Pero la guerra, sólo hace unos cinco
mil. El gran historiador Arnold Toynbee atribuye a los sumerios la invención de la guerra, pues
fueron ellos quienes por primera vez desarrollaron disciplina y organización, y consiguieron,
en el valle fértil del Tigris y del Eúfrates, el excedente en recursos materiales necesario
para poder hacer la guerra. Eliminar esta perversa institución que en los días de hoy se volvió
suicida -dada su destructividad- consta en la agenda de todos los humanismos y movimientos
pacifistas. La Carta de la Tierra postula que «se eliminen las armas nucleares, biológicas,
químicas y otras, de destrucción masiva, y que se conviertan los recursos militares en
propósitos pacíficos como la regeneración ecológica.
La democracia, los derechos humanos y la cultura de la paz son los antídotos más
eficaces contra la guerra. Son formas civilizadas que permiten que los seres humanos se
abracen fraternalmente. Pero hasta hoy, tales valores no consiguieron impedir el recurso
continuo a la guerra y al terrorismo, como forma de imponerse a los demás. ¿Por qué este
fracaso?
Prescindiendo de muchas explicaciones, podemos decir que el impase reside, de entrada,
en la persistencia del patriarcado. Instaurado en los últimos diez mil años, su característica
fundamental consiste en poner el poder, en la forma de violencia, como el eje organizador de
todo. Marginó y volvió invisible a la mujer y a los valores ligados a lo femenino como la visión
del todo, la gentileza y el cuidado. Creó el Estado, sus aparatos y la guerra. Proyectó un tipo
de ciencia asentada sobre la violencia contra la naturaleza. Dio origen a una cultura marcada
por la competición y no por la cooperación.
La Declaración universal de los derechos humanos sirve como baluarte contra la tiranía
del poder autoritario. Es un avance civilizatorio significativo. Pero siempre que se instaura un
conflicto con los intereses del poder patriarcal, los derechos son dejados de lado. Y se dan
razones para no respetar al otro: la mujer, porque tiene más sentimiento que razón, el indio
porque es salvaje, el negro por causa de su piel, el musulmán porque es un terrorista virtual.
Se hace entonces la distinción entre lo humano y pseudo-humano para poder oprimir sin mala
conciencia. Los serbios cortaban el pene de los prisioneros musulmanes para mostrar que
éstos no son humanos como nosotros, son pseudo-humanos contra los cuales se puede hacer
limpieza étnica sin herir los sentimientos humanos.
¿Cómo salir de esta maraña perversa? Seguramente, uno de los puntos es la integración
dinámica de los principios masculino/femenino, superando históricamente el patriarcado. Pero
fundamentalmente, mediante el respeto a todo ser y a cada forma de vida. La razón de este
respeto es el hecho de que somos un eslabón de la cadena de la vida, que somos todos
interdependientes y que todo lo que existe y vive merece existir y vivir. El respeto por los
derechos humanos debe comenzar pues por el respeto de cada ser, por la naturaleza y por la
vida. No respetaremos la vida de nuestros semejantes si no respetamos la vida en toda su
diversidad y cada ser. Si ejercemos violencia contra ellos, tarde o temprano ella se vuelve
contra nosotros. Estamos enraizados en el ser y en la naturaleza. Respetar a todos los seres
es respetarnos a nosotros mismos. Ésa es la base real que sustenta el respeto a los derechos
humanos. Sin este respeto fundamental, no hay cómo esperar resultados efectivos de nuestro
empeño por los derechos humanos.
66. Sabiduría china
Hizo de todo en la vida. Fue ateo, marxista, mercenario de la Legión Extranjera. En las
guerras mató a mucha gente. De repente se convirtió. Se hizo monje sin salir del mundo. Se
puso a trabajar como estibador y dedicaba todo el tiempo libre a la oración y a la meditación.
Durante el día recitaba mantras.
Curiosamente tenía una manera personal de rezar. Pensaba \"si Dios se hizo hombre en
Jesús, entonces fue como nosotros: hacía pis, lloriqueaba pidiendo mamar, hacía pucheros
cuando algo le molestaba, como el pañal mojado\". Jesús primero habría querido más a María,
luego más a José, cosas que explica Freud. Y fue creciendo como nuestros niños, jugando con
las hormigas, encorriendo a los perros y, travieso, levantando el vestido a las niñas para
verlas furiosas como imaginó Fernando Pessoa.
Rezaba también a Nuestra Señora imaginando cómo ella acunaba a Jesús, cómo lavaba
los pañales en el tanque, cómo cocinaba la papilla para el Niño y los guisos fuertes para el
buen José. Y se alegraba interiormente con tales ideas porque las sentía y vivía como
conmoción del corazón. Y lloraba con frecuencia de alegría espiritual.
Después decidió hacerse religioso, de la orden de los Hermanitos de Foucauld, de esos
que viven pobres en medio de los más pobres. Continuó en el mundo. De tarde en tarde se
reunía con su fraternidad. Creó una pequeña comunidad en la peor favela de la ciudad. Tenía
pocos discípulos, apenas tres, que acabaron marchándose.
Solo, se agregó entonces a una parroquia que hacía trabajo popular. Trabajaba con los
sin-tierra y con los sin-techo. Valiente, organizaba manifestaciones públicas frente a la
Alcaldía y promovía ocupaciones de terrenos baldíos. Y cuando los sin-tierra y los sin-techo
conseguían establecerse, hacía hermosas celebraciones ecuménicas con muchos símbolos.
Y todos los días, hacia las 10 de la noche, entraba en la iglesia oscura. Solamente la
lamparina lanzaba destellos titubeantes de luz, transformando las estatuas muertas en
fantasmas vivos y las columnas erectas en extrañas brujas. Y se quedaba allí hasta las 11,
todas las noches, impasible, fijos los ojos en el tabernáculo.
Un día fui a la iglesia a buscarlo. Le pregunté de sopetón: Hermanito (no voy a revelar su
nombre para no que no sea identificado), ¿tú sientes a Dios cuando después del trabajo te
metes en la iglesia a escucharlo? ¿Él te dice algo?
Con toda tranquilidad, como quien despierta de un sueño profundo, me contestó: Yo no
siento nada. Hace mucho tiempo que no escucho su voz. La sentí un día. Era fascinante.
Llenaba mis días de música. Hoy ya no escucho nada. Tal vez Dios no me hablará nunca más. Y
entonces, repliqué, ¿por qué sigues, todas las noches, ahí en la oscuridad sagrada de la
iglesia? Sigo ahí, respondió, porque quiero estar disponible. Si Él quiere manifestarse, salir
de Su silencio y hablar, aquí estoy yo para escuchar. ¿¡Y si Él quiere hablar y yo no estoy
aquí!? Porque, cada vez, él viene únicamente una sola vez, como en otros tiempos...
Lo dejé en su plena disponibilidad. Me fui maravillado y meditativo. Es por estas
personas por las que el mundo no es destruido y Dios sigue manteniendo su misericordia a
pesar de la perversidad humana: porque ellos vigilan y esperan -contra toda esperanza- el
adviento de Dios que tal vez nunca ocurrirá.
70. Paradigma planetario
El proceso de globalización produce crisis en las identidades culturales. Éstas, por una
parte intentan defenderse de la homogeneización excesiva ocasionada por la globalización
dominante de cuño occidental, y por otra se obligan inevitablemente a confrontarse con
identidades desconocidas, sufriendo por ello una extrañeza siempre dolorosa que produce
miedos comprensibles.
De cara a este desafío se trazan dos estrategias: la de la cerrazón y la del diálogo. Hay
identidades que para afirmarse recurren a las tradiciones, religiones y glorias de su cultura,
rechazando al máximo las consecuencias de la globalización. Por lo general, definen
claramente quiénes son los enemigos y quiénes los amigos, según afirmó uno de los teóricos
modernos de la filosofía política, Carl Smitt (1888-1985): «la esencia de la existencia política
de un pueblo es su capacidad de definir al amigo y al enemigo». En esta misma línea, el
conocido teórico de la filosofía política contemporánea, Samuel P. Huntington, en su «Choque
de civilizaciones» dice: «los enemigos son esenciales para los pueblos que están buscando su
identidad y reinventando su etnia, pues sólo sabemos quién somos cuando sabemos quiénes no
somos y, muchas veces, cuando sabemos contra quién estamos».
Esta perspectiva, aunque comprensible, en las condiciones alteradas de la historia
globalizada es impracticable. ¿Cómo vamos a considerar a los otros como enemigos estando
obligados a convivir con ellos en un pequeño espacio común que es el planeta Tierra? Por ahí
ya no hay camino. Además, se está formando lentamente una identidad colectiva y planetaria
como fruto de la convivencia de todos con todos.
Sin embargo, Estados Unidos, la potencia hegemónica, propone una identidad afirmada a
partir de la oposición al otro, al imponer a todos los países esta alternativa siniestra: o están
a favor de Estados Unidos y por lo tanto de la civilización o a favor de los terroristas y,
consecuentemente, de la barbarie. Es la vida de la arrogancia.
La otra estrategia, la del diálogo, es la única verdaderamente eficaz. La globalización
ofrece la oportunidad de dialogar a todos con todos a todos los niveles. Permite un
intercambio y, con él, un enriquecimiento colectivo como nunca antes lo ha habido en la
historia de la humanidad. El diálogo requiere un mutuo reconocimiento de los interlocutores,
la renuncia a querer dominar al otro y la garantía de que todos puedan participar. El diálogo
busca construir puntos en común a partir de los cuales surge el consenso mínimo y el dejar en
segundo plano los puntos que nos separan. Y, principalmente, el diálogo supone tener
conciencia de las ganancias y las pérdidas que se dan siempre. La identidad no es una
estructura inmutable, dada de una vez por todas, sino un conjunto de relaciones, a partir de
una experiencia de base, siempre en acción y en construcción, que incorpora elementos nuevos
sin desvirtuarse.
Mediante el diálogo, el más inclusivo posible, se va gestando lentamente la identidad
colectiva de la humanidad como humanidad y no ya como estados-naciones. Ahora no
conocemos su perfil, pero seguramente será una humanidad que se entenderá a sí misma como
un momento del proceso de evolutivo del universo, de la Tierra y de la vida, con la
responsabilidad ética de cuidar y de hacer co-evolucionar esta herencia y de celebrar el
Misterio de nuestra existencia.
72. ¿Competencia o cooperación?
Hay un hecho que hace pensar: la creciente violencia en todos los ámbitos del mundo y
de la sociedad. Pero hay otro que es perturbador: la exaltación abierta de la violencia, sin
respetar siquiera el universo del entretenimiento infantil.
Llegamos a un punto culminante con la construcción del principio de autodestrucción.
¿Por qué llegamos a esto? Seguramente son múltiples las causalidades estructurales y no
podemos ser simplistas en este campo. Pero hay una estructura, erigida en principio, que
explica en gran parte la atmósfera general de violencia: la competitividad o la competencia
sin límites.
La competitividad robustece primariamente el campo de la economía capitalista de
mercado. Se presenta como el motor secreto de todo el sistema de producción y consumo.
Quien es más apto (fuerte) en la competencia en cuanto a los precios, las facilidades de pago,
la variedad y la calidad, vence. En la competitividad opera implacable el darwinismo social:
selecciona a los más fuertes. Estos, se dice, merecen sobrevivir, pues dinamizan la economía.
Los más débiles son peso muerto, por eso son incorporados o eliminados. Esa es la lógica
feroz.
La competitividad invadió prácticamente todos los espacios: las naciones, las regiones,
las escuelas, los deportes, las iglesias y las familias. Para ser eficaz, la competitividad debe
ser agresiva. ¿Quién logra atraer más y dar más ventajas? No es de admirarse que todo pase
a ser oportunidad de ganancia y se transforme en mercancía, desde los electrodomésticos
hasta la religión. Los espacios personales y sociales, que tienen valor pero que no tienen
precio, como la gratitud, la cooperación, la amistad, el amor, la compasión y la devoción, se
encuentran cada vez más arrinconados. Sin embargo, estos son los lugares donde respiramos
humanamente, lejos del juego de los intereses. Su debilitamiento nos hace anémicos y nos
deshumaniza.
En la medida en que prevalece sobre otros valores, la competitividad provoca cada vez
más tensiones, conflictos y violencias. Nadie acepta perder ni ser devorado por otro. Lucha
defendiéndose y atacando. Ocurre que luego del derrocamiento del socialismo real, con la
homogeneización del espacio económico de cuño capitalista, acompañada por la cultura política
neoliberal, privatista e individualista, los dinamismos de la competencia fueron llevados el
extremo. En consecuencia, los conflictos recrudecieron y la voluntad de hacer la guerra no
fue refrenada. La potencia hegemónica, EE.UU., es campeón en la competitividad; emplea
todos los medios, incluyendo las armas, para siempre triunfar sobre los demás.
¿Cómo romper esta lógica férrea? Rescatando y dando centralidad a aquello que otrora
nos hizo dar el salto de la animalidad a la humanidad. Lo que nos hizo dejar atrás la animalidad
fue el principio de cooperación y de cuidado. Nuestros ancestros antropoides salían en busca
de alimento. En lugar de que cada cual coma solito como los animales, traían al grupo y
repartían solidariamente entre sí. De ahí nació la cooperación, la sociabilidad y el lenguaje.
Por este gesto inauguramos la especie humana. Ante los más débiles, en lugar de entregarlos
a la selección natural, inventamos el cuidado y la compasión para mantenerlos vivos entre
nosotros.
Hoy como otrora, son los valores ligados a la cooperación, al cuidado y a la compasión los
que limitarán la voracidad de la competencia, desarmarán los mecanismos del odio y darán
rostro humano y civilizado a la fase planetaria de la humanidad. Importa comenzar ya ahora
para que no sea demasiado tarde.
73. Verdades secularizadas
El proceso doctrinal contra el libro «Iglesia: carisma y poder» (en castellano: Sal
Terrae, séptima edición, Santander; en portugués: Récord, São Paulo, con las actas del
proceso incluidas) no concluyó con el «diálogo» con el Cardenal Inquisidor. Faltaba todavía la
palabra final del colegio cardenalicio y del Papa. Y llegó en mayo de 1985 cuando súbitamente
apareció, en la portería del convento de Petrópolis donde yo enseñaba, un representante del
Nuncio Apostólico de Brasilia. Me entregó un pequeño libro impreso en la Políglota Vaticana:
«Notificación sobre el libro ‘Iglesia: carisma y poder, ensayos de eclesiología militante’». Me
dijo: «lea el texto mientras rezo en la iglesia de aquí al lado. Después hablamos». Leí
despacio. Me pareció un pastiche de frases, sacadas de aquí y allí, formando un sentido que
no correspondía a mi pensamiento. Volvió el representante del Nuncio y me preguntó: ¿acepta
o no acepta el texto? Le dije, sereno: acepto, porque el que está ahí dentro no soy yo. Hace
afirmaciones que yo también condeno. Pero ¿acepta?, insistió. Condenando, acepto, respondí.
Gracias a Dios, suspiró. Y le pregunté: «¿por qué tantas gracias a Dios?». «Porque si no
hubiera acogido el texto -confesó- tendríamos un grave problema eclesial y hubiera debido
imponerle las penas canónicas contenidas en este sobre».
Esperaba que con esto hubiera terminado todo, pero cuál no sería mi sorpresa cuando
días después un alto funcionario del Vaticano me dictaba, por teléfono, las penas: destituido
de la cátedra de teología, destituido como director de la revista Vozes, como redactor de la
Revista Eclesiástica Brasileira, e imposición de silencio obsequioso por tiempo indeterminado,
durante el cual no podría hablar en público ni publicar nada. Apoyándome en el derecho
canónico respondí: solamente acataré las penas cuando el documento oficial llegue a mis
manos. Tardó 20 días.
Obispos importantes me hicieron comprender que el problema era más politico que
doctrinal. Se trataba de refrenar el ímpetu liberador de la Conferencia Nacional de Obispos
de Brasil (CNBB) y yo era sólo el pretexto. Por eso, después de pensarlo bien, declaré:
«Prefiero caminar con la Iglesia que solo con mi teología». Apartaba el golpe contra la CNBB
y protegía a las CEBs y a la teología de la liberación.
Once meses después, debido a las numerosas presiones sobre el Papa, en la noche de
Pascua de 1986 fui liberado del silencio obsequioso y de las otras restricciones. Libre,
continué con mis múltiples actividades hasta que durante la Eco-92 de Río de Janeiro, el
Cardenal Baggio y el General de la Orden Franciscana me comunicaron que debía someterme
nuevamente al silencio obsequioso y renunciar a la enseñanza de la teología. Debería salir del
país y del continente. Me sugirieron conventos en Filipinas y Corea. También allí debería
guardar silencio obsequioso y las demás penas.
Pensé para mí mismo: los derechos humanos y el derecho inalienable de la libertad de
expresión también deben aplicarse a un teólogo. Y en razón de eso, con dolor, dije: cambio de
trinchera pero no de combate. No dejaré la Iglesia, sino una función dentro de ella. Seguiré
siendo teólogo y escritor, con un pie en la enseñanza y otro en los medios pobres y populares.
Asumí la cátedra de Ética, Filosofía de la Religión y cuestiones contemporáneas en la
Universidad del Estado de Río de Janeiro (UERJ). En seguida pasé a enseñar como profesor
visitante en algunas universidades extranjeras, pero siempre con los pies aquí, mi campo de
acción.
Pasados veinte años, confieso que me esforcé mucho para que mi alma mantuviera la
grandeza de miras, tal como cantó el poeta: «Todo vale la pena si el alma no es pequeña».
85. El mundo no es redondo
Quien sigue día a día la crónica del mundo globalizado se llena frecuentemente de
abatimiento y tristeza. El panorama es dramático. Las tragedias se suceden sin cesar. Hay
demasiados calvarios, y la sangre de los inocentes se derrama por doquier. Lo que más duele
es constatar que existen los amantes de la guerra, henchidos de arrogancia, dispuestos a
usar la violencia sistemática para hacer valer sus intereses a lo ancho del mundo. Sobre esta
base pueden ganar elecciones, y dejan claro que no aceptan ser afrontados o desafiados por
nadie, en ninguna plano político, económico o militar. Están ahí marcando el carácter inédito
de la fase planetaria de la humanidad: o negociamos las diferencias que provocan conflictos
para garantizar la supervivencia de todos o aceptamos la eventual autodestrucción de la
especie humana. Están tan centrados en sí mismos, que ni se dan cuenta del dramatismo de
esta situación.
Esta tragedia nos hace pensar: ¿por qué tanto mal en las cosas y en las personas? En
definitiva, ¿a dónde vamos dentro de esta nave espacial pequeña, azul y blanca, la Tierra, que
gira por el espacio intersolar?
Para no desesperarnos tenemos que pensar. Lo primero que hay que hacer es asumir que
la dimensión de tragedia existe. Queramos o no, nos vemos confrontados con el mal concreto
y brutal. Y el mal es el límite de nuestra razón. Es sencillamente incomprensible y, al mismo
tiempo, inaceptable. Lo segundo es rechazar el mal y definirse como combatiente contra el
mal. El mal no está ahí para ser comprendido sino para ser combatido. Entendemos que el
grado más alto de humanidad consiste en empeñar la vida, y donarla si es preciso, contra los
poderes del mal. Nos negamos a aceptar que él tenga la última palabra. Si así fuera, entonces,
definitivamente, nada ya valdría la pena. Lo tercero es aceptar que el mundo no es redondo,
sino inacabado. Está naciendo, todavía no ha acabado de nacer. Nos toca a nosotros, luchando
contra el mal, hacerlo nacer acabado y mejor.
La figura histórica de Jesús de Nazaret, independientemente de la fe que tengamos,
tal vez pueda inspirarnos. Él se negó a explicar la tragedia humana y la presencia del mal. Eso
lo habría envuelto en discusiones sin fin, como se enredaron Sócrates y sus discípulos en el
ágora de Atenas. Pero no por eso Jesús dejó de luchar. Pasó su vida desenmascarando la
mentira, denunciando las ilusiones de la riqueza y combatiendo las injusticias. Y lleno de
compasión por los que sufrían, curaba y multiplicaba panes y peces. El evangelista Marcos
conserva lo mejor que se ha dicho de él: "pasó la vida haciendo el bien".
¿Qué lección debemos sacar de todo esto? Que la síntesis armoniosa nos es negada en
la historia. Los grandes relatos totales, los sistemas filosóficos cerrados, todos los caminos
espirituales que prometen la armonía completa son engañosos e ilusorios. Prometen lo que no
pueden dar. Lo que podemos y debemos hacer es tomar posición en este conflicto que
históricamente no encuentra su ecuación adecuada. Debemos estar decididamente contra el
mal. Esto implica estar contra nosotros mismos, pues notamos que él también nos habita.
Por eso somos seres ambiguos, cristos y anticristos, ángeles y demonios, pero podemos
y debemos optar por el cristo y por los ángeles buenos. Así entramos en la lucha y
reforzamos ese lado que, al final, creemos es el único que da sentido a la historia.
86. Placer sexual e Iglesia
Suele decirse que la Iglesia Católica tiene fobia sexual y que trata los temas de la
moral familiar y de la sexualidad con excesivo rigor. No falta razón al decirlo, pues la palabra
«placer» suscita en ella preocupaciones y si se trata de «placer sexual», sospechas. En
realidad ha educado más para la renuncia que para la alegre celebración de la vida.
Pero no siempre fue así. Dentro de la misma Iglesia hay tradiciones y doctrinas que ven
en el placer y en la sexualidad una manifestación de la creación buena de Dios, una chispa de
lo Divino, una participación en el propio ser de Dios. Esta línea se liga más bien a la tradición
bíblica que ve con naturalidad y hasta con entusiasmo el amor entre un hombre y una mujer,
con toda su carga erótica, como plásticamente lo describe el Cantar de los Cantares, con
senos, labios, vulvas y besos.
Esta línea, sin embargo, no prosperó en la cristiandad. Al contrario, predominó la
negativa por causa de la poderosa influencia que el genio de San Agustín (354-430) ejerció
sobre toda la Iglesia Romana. No cabe aquí identificar la base material y sociocultural que
permitió esta incorporación, pero hay que reconocer el carácter fuertemente negativo de su
visión, aunque de joven haya sido muy activo sexualmente, hasta el punto de haber tenido un
hijo, Deodato. En sus Soliloquios dice: «En cuanto a mí, pienso que las relaciones sexuales
deben ser radicalmente evitadas. Estimo que nada envilece tanto el espíritu de un hombre
como las caricias sensuales de una mujer y las relaciones corporales que forman parte del
matrimonio». ¿Puede una Iglesia que afirma el amor humano asumir tal doctrina?
Pero no debemos absolutizar la posición rigorista de la Iglesia oficial. Al lado de ella
también ha estado siempre presente la otra, positiva y animosa. En efecto, una ideología, por
más incisiva que sea, como la de San Agustín, no tiene fuerza suficiente para reprimir el
placer sexual, ya que éste se enraiza en propio misterio de la creación de Dios y, quiera la
Iglesia o no, siempre hará valer aquí y allí sus reclamaciones.
Para ilustrar la tradición positiva de la sexualidad cabe citar aquí una manifestación que
perduró en la Iglesia por más de mil años conocida con el nombre de "risus paschalis", de
"risa pascual". Representa la presencia del placer sexual en el espacio de lo sagrado, en la
celebración de la mayor fiesta cristiana, la Pascua. Se trata del siguiente hecho, estudiado
con gran erudición por una teóloga italiana, Maria Caterina Jacobelli (Il risus paschalis e il
fondamento teologico del piacere sessuale, Brescia 2004): para resaltar la explosión de
alegría de la Pascua en contraposición a la tristeza de la Cuaresma, el sacerdote en la misa de
la mañana de Pascua debía suscitar la risa en el pueblo. Y lo hacía por todos los medios, pero
sobre todo recurriendo al imaginario sexual. Contaba chistes picantes, usaba expresiones
eróticas y simulaba gestos obscenos, remedando relaciones sexuales. Y el pueblo reía y reía.
Esta costumbre se encuentra ya en 852 en Reims, Francia, y fue extendiéndose por todo el
Norte de Europa, Italia y España, hasta 1911 en Alemania. El celebrante asumía la cultura de
los fieles en su forma más popular, plebeya y obscena. Para expresar la vida nueva inaugurada
por la Resurrección, decía esta tradición, nada mejor que apelar a la fuente de donde nace la
vida humana: la sexualidad con el placer que la acompaña.
Se puede discutir la conveniencia de este método, pero no deja de revelar la existencia
en la Iglesia de otra postura, positiva y alegre, frente a la sexualidad.
87. Paradigma de la paz mundial
Son pocos los amantes de la paz, mientras que abundan los obsesionados por la guerra.
Necesitamos fuentes inspiradoras de paz. Una de las más consistentes fue la formulada por
Immanuel Kant (+1804). Vale la pena volver a ella en su escrito de 1795, que lleva el sugestivo
título de «La paz perpetua» (Zum ewigen Frieden). Kant propone una república mundial
(Weltrepublik) fundada en la ciudadanía mundial (Weltbürgerrecht). Esta ciudadanía mundial
tiene como primera característica la «hospitalidad general», porque, dice el filósofo, porque
todos los humanos están sobre el planeta Tierra y todos sin excepción tienen derecho a estar
en ella y a visitar sus lugares y los pueblos que la habitan. La Tierra pertenece
comunitariamente a todos.
Esta ciudadanía se rige por el derecho, nunca por la violencia. Kant postula la supresión
de todos los ejércitos, pues, mientras existan, continuarán las amenazas de los fuertes
contra los débiles y las tensiones entre los Estados, lo que destruye las bases de una paz
duradera.
El imperio del derecho y la difusión de la hospitalidad deben crear una cultura de los
derechos que dé lugar de hecho a la «comunidad de los pueblos». Esta comunidad de los
pueblos, dice Kant, puede crecer en su conciencia tanto, que la violación de un derecho en un
punto de la Tierra se sienta en todos los demás, cosa que más tarde repetirá por su cuenta
Ernesto Che Guevara.
Frente a los pragmáticos de la política -generalmente faltos de sentido ético en las
relaciones sociales- subraya: «La ciudadanía mundial no es una visión fantasiosa, sino una
necesidad exigida por la paz duradera». Si queremos una paz perenne y no sólo una tregua o
una pacificación momentánea, debemos vivir la hospitalidad y respetar los derechos.
Esta visión ético-política de Kant fundó un paradigma de globalización y de paz. La paz
resulta de la vigencia del derecho y de la cooperación jurídicamente ordenada e
institucionalizada entre todos los estados y pueblos. Los derechos son para Kant «la niña de
los ojos de Dios» o «lo más sagrado que Dios puso en la tierra». Respetarlos hace nacer una
comunidad de paz y de seguridad que pone un fin definitivo «al infame hacer la guerra».
Diferente es la visión de otro teórico del estado y de la globalización, Thomas Hobbes
(+1679), para quien la paz es un concepto negativo. Significa, simplemente, ausencia de guerra
y equilibrio de la intimidación mutua entre los Estados y pueblos. Esta visión funda otro
paradigma de paz y de globalización. Ha predominado durante siglos y hoy vuelve
poderosamente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. Estados Unidos ha decidido
combatir el terrorismo con la guerra, despreciando la perspectiva de la paz. Ha instaurado un
régimen de seguridad nacional e internacional con la lógica perversa que le subyace:
sospechar de todos. Un árabe o un musulmán ya es un eventual terrorista.
En nombre de la seguridad se suprimen derechos constitucionales, timbre de honor de
la democracia estadounidense. Los acusados de terrorismo son encarcelados y mantenidos en
lugares secretos, a veces fuera del propio país, incomunicados, sin posibilidad de acceso a sus
familias, ni a sus abogados, ni siquiera a la Cruz Roja internacional. Y se da la tortura. Aún
más: propone medidas militares preventivas, coopera con los organismos internacionales sólo
en la medida en que ello sirva para reforzar su posición, tratando de instrumentalizarlos
como ha hecho con la ONU y su Consejo de Seguridad.
Es la vuelta amenazadora del Estado-Leviatán, enemigo visceral de cualquier estrategia
de paz. Dentro de esta lógica no hay futuro para la Paz ni para la Humanidad.
88. Violencia del imperio
Todos los días asistimos, horrorizados, a la violencia en Irak y a las declaraciones del
espíritu belicoso del Presidente G. Bush, y también de su contrincante J. Kerry con pequeños
matices. Tal violencia está inscrita en el espíritu imperial arraigado en la cultura occidental.
Ésta siempre fue imperialista, imponiéndose sobre todos los diferentes. En el siglo XVI tuvo
lugar en América Latina el mayor genocidio de la historia, el de los colonizadores europeos.
Bastaron 70 años de enfrentamientos militares, enfermedades y trabajos forzados para
reducir la población de México de casi 22 millones de personas a sólo 1 millón 700 mil.
¿Por qué esta indescriptible violencia en personas de la vieja cristiandad? Porque
interpretaron al indio como no-persona, ser inferior y semi-racional que puede ser
esclavizado. Según Aristóteles que formó la inteligencia europea, es un «esclavo natural» al
servicio de los hombres libres. Es paradigmática la famosa «Disputa de Valladolid» en 1550,
en presencia del Emperador español Carlos V, entre Juan Ginés de Sepúlveda, renacentista y
consejero de la Corte, y Bartolomé de las Casas, misionero y tenaz defensor de los indios.
La cuestión central era: ¿se puede hacer «guerra justa» contra los indios, por el hecho
de que se resisten a la fe cristiana y son reacios a someterse al rey, que ha sido puesto por
Dios como señor del mundo?
Sepúlveda sostiene que los indios son seres brutales y «esclavos naturales». Por su
propio bien deben ser incorporados a la comunidad cristiana, a la fuerza. Si se resisten es
lícito hacerles la guerra justa y, si llegara el caso, eliminarlos. Esto no es homicidio ni falta
de amor, pues son ellos con su resistencia quienes se hacen culpables de su propia
destrucción.
Las Casas, que se distinguió por el respeto, la convivencia y el diálogo, se oponía a toda
violencia, pues, decía, son seres racionales, con cultura, y son hijos de Dios.
El primer documento que un Papa, Paulo III, escribió para América Latina, la bula
Sublimis Deus, de 1537, fue para reafirmar que los indios son «verdaderos seres humanos,
que no deben ser privados de su libertad, ni de la propiedad de sus pertenencias, ni deben
ser reducidos a la esclavitud».
Pero esa bula nunca fue hecha pública en la colonia, pues deslegitimaba la expropiación
de las riquezas en oro y plata llevadas por toneladas a Europa, donde sirvieron de base
material para el surgimiento del capitalismo como primera expresión de un proyecto mundial,
con sus perversos efectos.
Esta voluntad de exterminio del otro también estaba presente en los comienzos de la
colonización italiana y alemana en el sur de Brasil. Las empresas de colonización y los colonos
«limpiaban el terreno». Organizaban los fines de semana grupos de exterminio de los
llamados «bugres», que eran los indígenas Kaigang y los Xokleng. Los abatían a tiros o los
degollaban con machete sin el menor escrúpulo, como relatan en sus investigaciones Piero
Brunello (Pioneri. Gli italiani in Brasile e il mito della frontiera, Donzelli, Roma 1994) y Sílvio
Coelho dos Santos (Os indios Xokleng, memória visual, UFSC, Florianópolis 1997). Es el mismo
gesto asesino de nuestro antepasado el homo sapiens, que hace 30 000 años exterminó al
hombre de Neanderthal.
Siempre se buscan razones para la violencia. Ayer los indios, hoy los terroristas.
Mañana... ¿no podrían ser los brasileros, incapaces de defender la Amazonia, que tiene una
importancia estratégica para el Planeta? Lamentablemente, entra dentro de la lógica de la
violencia imperial el que, algún día, sea «internacionalizada». ¿Sabremos oponernos
eficazmente?
89. Peligros del centro
Cada elección hace pensar. Por mi parte pensé sobre los
peligros del centro. Partidos de izquierda, como el PT, cuando asumen
el poder de Estado se vuelven forzosamente centro, con las ventajas
y los peligros que todo centro encierra. Ventajas, porque al centro le
corresponde gobernar, definir la agenda del país, retener el derecho
de la decisión final, si fuera el caso, hasta usar legítimamente la
fuerza y obligar día tras día a los medios de comunicación a ocuparse
de él. Pero también existen peligros, tan grandes como las ventajas:
peligro de autosuficiencia, de no escuchar otras voces, de pasar por
encima de minorías internas, de atropellar el papel de la oposición,
de ver solamente lo que le interesa, de proclamar únicamente sus
hechos y victorias.
Pero el talón de Aquiles del centro, su mayor peligro es tener
poca autocrítica y ninguna duda sobre sí mismo. Ahora bien, no tener
ninguna duda es al mismo tiempo fascinante y amenazador.
Fascinante, pues es de la esencia del centro mostrar convicciones
firmes cuando casi todo a su alrededor es cuestionable. No tener
dudas hace obrar de forma cohesionada y determinada, encuadrando
problemas y personas. Es también amenazador, porque las personas
que ocupan el centro no son omniscientes, omnipotentes ni infalibles,
aunque muchas veces se lo crean. También están sometidas a los
límites de la condición humana. Límites en su poder porque
simplemente no lo pueden todo y encuentran resistencias por todas
partes, especialmente por parte de la burocracia estatal; límites en su
inteligencia, porque no pueden ver todo bajo todos los ángulos, pues
también vale para ellas el hecho de que todo punto de vista es
siempre la vista desde un punto, por más central que sea; límites en
su vocabulario, porque no pueden dar a las palabras el sentido que
les interesa violentando a veces el diccionario; límites en sus
referencias, porque no están en condiciones de controlar todos los
factores y prever la imponderabilidad de la historia que Maquiavelo
llama «fortuna»; y límites en su visión, porque también para ellos
vale la constatación de que la cabeza piensa a partir de donde pisan
los pies, a partir del centro, con una irresistible tendencia a ser
conservador y contrario a cambios.
¿Cómo disminuir las limitaciones del centro para que no sea
perjudicial para la sociedad, la democracia y los ciudadanos? La
mejor forma es garantizar instancias de contrapoder y, en casos
extremos, hasta de antipoder. Su función es mantener el centro bajo
permanente crítica y control. La democracia es la forma estructurada
de esta práctica terapéutica, cosa que la Iglesia Católica, por ejemplo,
nunca consiguió aplicar en sus relaciones internas porque su centro
acumula todo en pocas manos y excluye a la mayoría que son
mujeres y laicos.
Estas instancias obligan al centro a entenderse correctamente,
como si fuera una encrucijada. Si es solamente centro, sucumbe a
sus límites y se vuelve autoritario. Si acepta ser encrucijada, no
renuncia a ser centro, pero sabe que a partir de él convergen y salen
otras tantas vías con direcciones propias. Son formas diferentes de
poder, aliadas o de oposición, pero todas al servicio de la buena
circulación de la ciudadanía que da vida a la sociedad. Ésta nunca
está acabada, es siempre perfectible, cosa que al centro no le gusta
admitir. Por eso tiene tantos problemas. Es una bicicleta con la
"rueda" de delante cuadrada. Razón por la cual le es difícil andar.
90. El Dios de Bush y de Bin Laden
A pesar de la crítica devastadora que los maestros de la
sospecha Marx, Freud, Nietzsche y Popper hicieron de la religión, ella
resistió y está volviendo poderosamente en todas partes del mundo.
Pero vuelve, en gran parte, haciendo de Dios el legitimador de la
guerra, del terrorismo o del conservadurismo político y religioso. Bin
Laden comenta los actos de terror, con rostro crístico, agregando:
"Alá sea alabado". Bush antes de dar el ultimátum a Saddan Hussein,
se recoge, consulta a Dios en oración y comunica a sus asesores:
"Tengo una misión que cumplir y pido al buen Dios de rodillas que me
ayude a cumplirla con sabiduría". Bajo el pontificado de Juan Pablo II
ha adquirido fuerza una religiosidad carismática y fundamentalista
que danza y canta el "Padre Nuestro" sin articularlo con el "Pan
Nuestro". El Dios de Bin Laden y de Bush es un ídolo porque no es
posible que el Dios vivo y verdadero quiera lo que ellos quieren: la
guerra preventiva y el terror que victiman inocentes o que quiera un
tipo de fe que no articula la pasión por Dios con la pasión por los que
sufren.
El ateísmo ético tiene razón al negar este tipo de religión con el
Dios que la acompaña, que justificó otrora las cruzadas, la caza de
brujas, la inquisición y el colonialismo y hoy la guerra en Irak, el
terrorismo islámico y la moral sin misericordia. Es más digno ser ateo
de buena voluntad, amante de la justicia y de la paz, que un religioso
fundamentalista insensible a la ética de la vida.
¿Es posible todavía creer en Dios en un mundo que manipula a
Dios para atender a intereses perversos del poder? Sí, es posible, a
condición de ser ateos de muchas imágenes de Dios que entran en
conflicto con el Dios de la experiencia de los místicos y de la piedad
de los puros de corazón.
Entonces, hoy la pregunta es: ¿Cómo hablar de Dios sin pasar por
la religión? Porque hablar religiosamente como Bin Laden y Bush
hablan es blasfemar de Dios. Pero podemos hablar secularmente de
Dios sin mencionar su nombre. Como bien decía mons. Casaldáliga, si
un opresor dice Dios, yo le digo justicia, paz y amor, pues éstos son
los verdaderos nombres de Dios que él niega. Si el opresor dice
justicia, paz y amor, yo le digo Dios, pues su justicia, su paz y su
amor son falsos.
Podemos hablar secularmente de un fenómeno humano que,
analizado, remite a la experiencia de aquello que Dios significa.
Pienso en el entusiasmo. En griego, de donde esta palabra deriva,
entusiasmo es enthusiasmós. Se compone de tres partes: en (en) thu
(abreviación de theós=Dios) y mos (terminación de sustantivos).
Entusiasmo significa, pues, tener un Dios dentro, ser tomado por
Dios. ¿No es una intuición fantástica?
¿No es justamente eso el entusiasmo?, ¿esa energía que nos
hace vivir, canturrear, caminar saltando, bailar e irradiar vitalidad? Es
una fuerza misteriosa que está en nosotros pero que también es
mayor que nosotros. Nosotros no la poseemos, es ella quien nos
posee. Estamos a merced de ella. Entusiasmo es esto, el Dios interior.
Viviendo el entusiasmo en este sentido radical estamos vivenciando
la realidad de eso que llamamos Dios.
Esta imagen es aceptable porque Dios está próximo y dentro de
nosotros, pero también distante y más allá de nosotros. Bien decía
Rumi, el mayor místico del Islam: "Quien ama a Dios no tiene ninguna
religión, a no ser Dios mismo". En estos tiempos de idolatría oficial
hay que rescatar este sentido originario y existencial de Dios. Sin
pronunciar su nombre, lo acogemos reverentemente como
entusiasmo que nos hace vivir y nos permite la alegre celebración de
la vida.
Esta expresión latina dice en forma breve una gran verdad: «la
corrupción de los mejores es la peor de todas». Ha habido corrupción
en políticos del PT y en otros, no puntual ni episódica sino
intencionada y planeada. Este tipo de corrupción, como muchos
pueden atestiguar, viene siendo practicada desde hace mucho por la
política convencional de forma sistemática: la creación de la caja dos
para financiar campañas electorales y comprar eventualmente votos.
Aunque todos hicieran eso (queda siempre el derecho a la duda), el
PT jamás podría hacer lo mismo. Él surgió en el escenario histórico
con la bandera de la moralidad pública, de los cambios, de la
centralidad de lo social y de la democratización de la democracia. Y
he aquí que ahora sectores importantes del PT resbalaron hacia la
fosa común, deshonraron una historia gloriosa, traicionaron a los que
vivían de esperanza y dan una sacudida formidable en la evolución
política de Brasil. La corrupción de estos mejores es la peor cosa que
pueda existir. Aunque nadie tenga su monopolio, ¿quién será ahora el
portador colectivo de la ética? No se puede reanimar un cadáver. Hay
que enterrarlo.
Gracias a Dios existen personas en el PT que siempre resistieron la
tentación de beneficiarse del poder, que no negociaron con «malas
compañías», que alimentaron una relación orgánica con los
movimientos populares y que mantuvieron siempre un alto nivel
ético-místico en su práctica política. Éstos forman la reserva ética,
ganaron credibilidad en esta crisis y sobresalen como punto
luminosos de referencia. Si no fueran escuchados, si no ocuparan
posiciones intrapartidarias importantes en la reconstrucción de la
figura del partido, será señal de que éste no está dispuesto a
aprender nada de la crisis y persiste en su arrogancia y en su
fariseísmo.
Esta crisis ética nos hace pensar. No es suficiente una ética social,
expresión de un proyecto colectivo representado, por ejemplo, por la
generosa tradición marxista/socialista. En función de un bien
colectivo y por causa del dinamismo propio de la dialéctica, hay en la
práctica marxista la tendencia a justificar deslices éticos como pasos
tolerables para conseguir ciertos avances en la lucha de clases. Se
sacrifica la ética personal en nombre de un fin más alto.
Esta posición no es aceptable para los cristianos, de cuyas filas
viene mucha gente del PT. Si hay un aporte perenne que el
cristianismo ha traído al discurso ético es ciertamente éste: el
carácter innegociable de la ética personal. La razón estriba en
entender la conciencia como norma interiorizada de la moralidad.
Esta interiorización es un hecho irreductible. No es fruto de algún
superyo social, ni es eco de la voz del dominador externo. Hay ahí
dentro, en lo íntimo de cada persona, una voz que no se calla,
siempre vigilante, aprobando y prohibiendo, advirtiendo, aconsejando
y diciendo: «no hagas eso, haz esto otro». Por más que
psicoanalistas, marxistas y otros maestros de la sospecha hayan
intentado deconstruir esa voz, ella perdura soberana. Sócrates y Kant
la llamaron la «voz de Dios en nosotros». Nunca se calla.
Los corruptos del PT y otros no escucharon esa intimidación de su
conciencia. Ningún proyecto de poder, ninguna victoria electoral
justifica la desobediencia a la conciencia. Y así, serán castigados por
las leyes y mucho más por su propia conciencia. De nada sirve huir,
ésta siempre los perseguirá.
127. Preservar el legado de Lula
2005-07-29
136. El PT y la esperanza
2005-09-30
Quien haya seguido los artículos anteriores tal vez haya tenido
la impresión de pesimismo, de que estamos llegando demasiado
tarde y de que vamos al encuentro de lo peor. En verdad somos
realistas. Toda situación de crisis, como la nuestra, posee un
componente de disolución como condición para que surja lo nuevo.
Esto nuevo, sin embargo, no surge directamente del vacío cuántico,
es decir, de las ilimitadas virtualidades presentes en el proceso de la
evolución cósmica y social. Conoce anticipaciones y va siendo
preparado seminalmente hasta alcanzar la hegemonía del proceso
como un todo. De ahí la importancia de que estemos atentos a las
innovaciones que todavía se dan dentro del viejo sistema de la
Sociedad de Crecimiento Industrial, pero que ya no obedecen a su
lógica.
Quien haya participado en los Foros Sociales Mundiales como el
de Porto Alegre, seguramente ha constatado que allí lo más
importante no son tanto las ideas y los sueños colectivamente
compartidos, sino el intercambio intensísimo de experiencias y de
conocimientos alternativos entre los que ya se proponen construir la
Sociedad de Sustentación de toda la Vida.
Dentro de este espectro de experiencias vale la pena referirnos al
proyecto «Cultivando agua buena» de la Itaipu Binacional Brasil-
Paraguay en Foz de Iguaçu. Como es sabido es la mayor
hidroeléctrica que existe en el mundo, tiene un reservorio de 17.000
millones de metros cúbicos de agua represada del río Paraná y
mueve 18 unidades generadoras de 12.600 megavatios.
Antes sólo veíamos el agua como un medio de producción de
energia eléctrica, sin preocuparnos de sus otros usos. Bajo el
gobierno Lula, la nueva dirección, particularmente Jorge Miguel
Samek y Nelton Miguel Friedrich entre otros, introdujo a partir de
2003 una clara preocupación ecológica, dentro de una perspectiva
integral, incorporando a 29 municipios ribereños y las regiones de
influencia del reservorio. Comenzaron por lo más certero, una amplia
concienciación sobre la cuestión mundial del agua, considerada no
principalmente como un recurso hídrico sino como un bien natural,
vital e insustituible que debe ser cuidado lo mismo que la vida, los
suelos y las selvas. El 20 de junio de 2003 lanzaron el "Pacto de las
aguas", comprometiendo a los representantes de todas as regiones
bajo el arco del proyecto "Cultivando agua buena". Formaron una
conciencia colectiva fundada en los valores de la Carta de la Tierra,
de la Ética del Cuidado, de la Agenda 21 y de las Metas del Milenio de
las Naciones Unidas.
En los municipios se implantaron proyectos de control de
polución hídrica, de recuperación de la vegetación ribereña, de
puesta en marcha de programas socioambientales generadores de
renta como el Pescador-Agricultor, Agricultura Orgánica, Agricultura
Familiar, Culturas Alternativas, Plantas Medicinales, Cosecha
Solidaria, Comunidades Indígenas y el Joven Jardinero.
Son en total 18 programas y 108 actividades. Cada cierto tiempo
se hacen encuentros multitudinarios para revisión y profundización,
con la participación de personajes notables en el campo de la
ecologia, como recientemente, con la presencia de Fritjof Capra.
Fue para mi un orgullo asistir el 8 de noviembre de 2005 a la
entrega del premio otorgado por la Comisión de la Carta da Terra + 5
en Amsterdam al proyecto «Cultivando agua buena». Fue
considerado como una de las cuatro mejores experiencias a nivel
mundial en la línea de una ecología integral que incorpora el
ambiente, la sociedad, las mentes y la visión holística con la
perspectiva de crear una Sociedad de Sustentación de toda la Vida.
He ahí señales que ya anuncian lo nuevo.
156. La fe del Islam nos cuestiona
2006-02-17
Muchas son las lecturas que se están haciendo acerca de las
reacciones musulmanas por causa de las caricaturas de la figura de
Mahoma. Ninguna de las que he leído hasta ahora llega, a mi modo
de ver, al meollo de la cuestión. Quien más se acercó fue Mauro
Santayana, aquí en el Jornal do Brasil. Necesitamos profundizar más
en el análisis pues en él se esconde la espoleta de una probable
guerra de civilizaciones, preconizada por Samuel P. Huntington en su
discutido libro El choque de las civilizaciones (1996).
Se equivocan quienes piensan que se trata de fundamentalismo.
Para el islam por detrás de las caricaturas está la cultura moderna de
Occidente hoy globalizada. Es considerada como una cultura sin fe,
inmoral, explotadora, belicosa, arrogante y violadora de tratados del
orden mundial. Se juzga universal y por eso digna de ser impuesta a
todo el mundo: un pretendido universalismo que se transforma en
imperialismo, como se ve explícitamente en la política exterior de
Bush y en las declaraciones de Berlusconi. Hay que reconocer que la
mayor fuente de inestabilidad y de posible conflicto en un mundo
pluricivilizacional es precisamente Occidente. Su arrogancia,
incrustada también en las iglesias cristianas, puede hacernos daño a
todos.
Para Occidente, por detrás de las reacciones a las caricaturas,
está el radicalismo islámico fundado en el orgullo de su cultura y en
el sentimiento de superioridad por mantener viva la fe pública en
Dios. Está también el rencor por el hecho de estar sus territorios
militarmente ocupados por causa del petróleo y de ser considerados
antimodernos, fundamentalistas y nichos del terrorismo mundial.
Nos encontramos aquí con prejuicios mutuos que, resucitados en
un contexto globalizado, pueden generar una violencia incontrolable.
Pero la verdadera manzana de la discordia reside en la fe y en el
lugar que debe ocupar en la vida personal y social. Las sociedades
modernas occidentales son hijas de la razón ilustrada. Sólo se
legitima aquella realidad que pasa por la criba de la razón crítica, y
por esa criba no ha pasado la fe tradicional. La fe no es un factor
determinante en la sociedad. Ha sido relegada al mundo privado.
Mirándolo desde afuera, el Occidente socialmente no tiene fe. Se vive
etsi Deus non daretur («como si Dios no existiese»), según la famosa
formulación del teólogo-mártir del nazismo D. Bonhoeffer que antevió
ese oscurecimiento social de la fe.
Tal punto de vista es inaceptable para el islam. Para él es
impensable una sociedad sin una dimensión institucional de fe. Es no
ver sentido en el universo sustentado por el Creador del cielo y de la
tierra, es desconocer a los seres humanos como hermanos y
hermanas. Esto no conduce necesariamente a un estado teocrático,
como podemos comprobar hoy en Indonesia, el mayor país musulmán
del mundo: el Estado reconoce explícitamente en su organización la
fe en Dios, sin identificar ese Dios con el del islam, ni con el del
cristianismo o el de otras religiones; es un Estado no confesional, con
fuerte identidad nacional y fe ecuménica.
La herencia irrenunciable de Mahoma es esta proclamación
pública de Dios y de la hermandad de todos los seres humanos,
valores tenidos en Occidente por pre-modernos. Hacer caricaturas del
Profeta es hacer irrisión de esta fe que orienta la vida de millones de
personas. De ahí la reacción comprensible de los musulmanes del
mundo entero. La fe es central en el islam pero es irrelevante en
Occidente. Las caricaturas buscan ridiculizar esta diferencia. El
irrespeto de lo sagrado es una muestra de la irrefrenable decadencia
espiritual de Occidente.
157. El tren de la vida
2006-02-24
Hay una contradicción que afecta a todos los países del mundo y
que, si persiste, puede llevarnos a un desastre civilizatorio
generalizado. La contradicción reside en esto: todos los países
necesitan crecer anualmente. El crecimiento es fundamentalmente
económico y se expresa en el Producto Interno Bruto (PIB). Este
crecimiento se cobra una alta tasa de iniquidad social (desempleo y
contención de los salarios) y una perversa devastación ambiental
(agotamiento de los ecosistemas).
Hace bastante tiempo que se rompió el equilibrio entre
crecimiento y conservación del ambiente, a favor del crecimiento. El
consumo ya supera en un 25% la capacidad de recuperación del
planeta. Según el PNUD, si quisiésemos universalizar el bienestar de
los países industrializados necesitaríamos disponer de otros tres
planetas como la Tierra, lo que es absurdo. Sabemos hoy que la
Tierra es un sistema vivo autorregulador en el cual, lo físico, lo
químico, lo biológico y lo humano se entrelazan (teoría de Gaia). Pero
ella está fallando en su autorregulación. De ahí los cambios climáticos
y el calentamiento mundial, que nos atestiguan que estamos ya
profundamente dentro de la crisis.
La Tierra podrá buscar un equilibrio nuevo subiendo su
temperatura entre 1’4 y 5’8 grados Celsius. Comenzaría entonces la
era de las grandes devastaciones, con la subida del nivel de los
océanos, que podría afectar a más de la mitad de la humanidad, que
vive en sus costas, y millares de organismos vivos no tendrían tiempo
suficiente para adaptarse y morirían. Gran parte de la propia
humanidad, hasta un 80% de la misma según algunos, no podría
sobrevivir.
Con acierto afirmaba Washington Novaes, uno de los periodistas
que en Brasil mejor da seguimiento a las cuestiones ecológicas:
«ahora no se trata ya de cuidar del medio ambiente, sino de no
sobrepasar los límites que podrán poner en riesgo la vida». Muchos
científicos sostienen que nos acercamos ya al punto de no retorno.
Podemos disminuir la velocidad del proceso, pero no detenerla. Esta
cuestión debería preocupar a los gobiernos, en especial al brasileño,
que propone el crecimiento como meta central. En su discurso, el
Presidente Lula no dijo siquiera una palabra sobre la cuestión
ambiental. Si no toma en cuenta todos estos datos, las tasas
alcanzadas podrán perderse totalmente en dos o tres generaciones.
Nuestros hijos y nietos maldecirán nuestra generación, que sabía de
las amenazas y nada o poco hizo para escapar de la tragedia
anunciada.
El error de todos fue seguir al pie de la letra el consejo de Lord
Keynes para salir de la gran depresión de los años treinta: «Durante
por lo menos cien años debemos simular ante todos y ante cada uno
de nosotros, que lo bello es sucio y lo sucio es bello, porque lo sucio
es útil y lo bello no lo es. La avaricia, la usura, la desconfianza...
deben ser nuestros «dioses», porque son ellos quienes nos podrán
guiar para salir del túnel de la necesidad económica rumbo a la
claridad del día... Después vendrá el retorno a algunos de los
principios más seguros y ciertos de la religión y de la virtud
tradicional: que la avaricia es un vicio, que la exacción de la usura es
un crimen y que el amor al dinero es detestable» (Economic
Posibilities of our Grand-Children). Sólo que ese retorno no se está
dando, sino que más bien se está distanciando.
Porque escogemos medios malos para fines buenos, hemos
llegado a donde hemos llegado. O redefinimos unos fines más altos
que el simple producir y consumir, o deberemos aceptar un destino
trágico. Los remiendos no son remedios.
2003 - Parlamentarios desvergonzados
2007-01-19