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“Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras deseaba pensar de este

modo que todo era falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuese
alguna cosa. Y dándome cuenta de que esta verdad, pienso, luego soy, era tan firme y
tan segura que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran
capaces de hacerla tambalear, juzgué que podía admitirla sin temor alguno de errar
como el primer principio de la filosofía que yo indagaba.
Posteriormente, examinando con atención lo que yo era y viendo que podía fingir
que carecía de cuerpo así como que no había mundo o lugar alguno en el que me
encontrase, pero que, por ello, no podía fingir que yo no era, sino que por el contrario,
sólo a partir de que pensaba dudar acerca de la verdad de otras cosas, se seguía muy
evidente y ciertamente que yo era, mientras que, con sólo que hubiese cesado de
pensar, aunque el resto de lo que había imaginado fuese verdadero, no tenía razón
alguna para creer que yo era, llegué a conocer a partir de todo ello que era una
sustancia cuya esencia o naturaleza reside en pensar y que tal sustancia, para existir,
no tiene necesidad de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De suerte que
este yo, es decir, el alma, en virtud de la cual yo soy lo que soy, es enteramente distinta
del cuerpo, más fácil de conocer que éste y, aunque el cuerpo no fuese, el alma no
dejaría de ser cuanto ella es.
Analizadas estas cuestiones, reflexioné en general sobre todo lo que se requiere
para afirmar que una proposición sea verdadera y cierta, pues, dado que acababa de
identificar una que cumplía tal condición, pensé que también debía conocer en qué
consiste esta certeza.”
(R. Descartes: “Discurso del método” (Cuarta parte). En Discurso del método. La
dióptrica. Los meteoros. La geometría. Traducción de G. Quintás. Barcelona: Círculo
de Lectores, 1996, pp. 103-104)

“(B) El comentario de texto tiene un valor máximo de 7 puntos, repartidos de acuerdo con los
siguientes criterios:
(1) Resumen del contenido (con un máximo de 1.5 puntos).
(2) Análisis de los términos principales (con un máximo de 1.5 puntos)
(3) Análisis del contenido: relación con la obra del autor y con el contexto histórico y filosófico
(con un máximo de 1.5 puntos).
(4) Desarrollo del tema y la tesis, exponiendo los argumentos y señalando los problemas
planteados (con un máximo de 1.5 puntos).
(5) Valoración crítica, teniendo en cuenta, en la medida de lo posible, el tratamiento que la
tradición ha hecho del tema o temas debatidos y también la proyección actual de los mismos
(con un máximo de 1 punto)”

El fragmento proviene de la cuarta parte del libro Discurso del Método (1637) del
filósofo francés Rene Descartes. Aquí Descartes plantea la relación entre el alma y el
cuerpo en el hombre y desarrolla la argumentación qué le conduce a concebir al yo
pienso como sustancia independiente y primer principio de su filosofía. El pasaje, al
igual que la mayoría de la Cuarta parte del Discurso, tiene un carácter
fundamentalmente ontológico, aunque también contiene consideraciones
epistemológicas. En resumen, el texto desarrolla como la duda como acto de
pensamiento y la aplicación de su método (aspectos epistemológicos) conduce a la
afirmación de que el sujeto existe como sustancia pensante diferente e
independientemente de la sustancia corporal y del resto del mundo físico (dualismo
ontológico de la filosofía cartesiana) y se convierte, también, en modelo de evidencia de
conocimiento.
Descartes es un autor del siglo XVII, época en la que comienza a configurarse la
organización del mundo moderno en todas sus dimensiones (política, social, económica,
cultural e intelectual). Se trata de una época de “crisis” y de ruptura con el mundo
medieval en diversos ámbitos: la crisis del orden feudal y el ascenso de la burguesía
muestran la crisis formas anteriores de organización social y económica, las crisis de la
religión se expresa a través de la Reforma y la Contrarreforma y la crisis en la
organización política se manifiesta en el surgimiento de los Estados Modernos. Por su
parte, la crisis generalizada de la cultura medieval y su cosmovisión tiene como
contraparte al Renacimiento, época de resurgimiento del interés por la investigación y el
desarrollo de los conocimientos científicos. Entre los siglos XVI y XVII se vive una
verdadera revolución científica que libera a las ciencias de su subordinación a la
teología. Este desarrollo de las ciencias conlleva el inicio de la reflexión acerca del
método que puede hacer progresar los conocimientos en todos lo campos, teniendo
como modelo a las matemáticas, debido a sus comprobados éxitos en el conocimiento
científico. Este contexto es el que lleva a Descartes a realizar su propio planteo acerca
de la construcción de un método para la filosofía que imite el modelo matemático para
que, al igual que en las ciencias, pueda progresar y salir del inmovilismo de la
escolástica. Para ello, se aboca a la búsqueda de un primer principio evidente que sirva
de piedra fundamental del sistema y del cual se puedan deducir todos los
conocimientos.
El contenido del pasaje se puede dividir en tres partes bastante claras. La primera
abarca el primer párrafo y la mitad del segundo hasta la línea 13 (hasta: “...no tenía
razón alguna para creer que yo era”), la segunda desde ahí hasta el final de ese párrafo y
la ultima abarcaría el ultimo párrafo.
En la primera parte, entones, el autor destaca que es el método la duda y la
reflexión sobre la duda, es decir, el pensamiento o la actividad de pensar, la que le
permite descubrir que hay algo indudable y esto es que él existe como cosa pensante.
Aun dudando de todo lo que existe, no puede negar de que él esta dudando, es decir,
pensando y que, por ende, “soy” algo. El carácter del descubrimiento de este principio
es de tal certeza que asegura que ni siquiera sus contemporáneos escépticos podrían
rebatirlo. Vale la pena recordar que Descarte se valió de la duda de los escépticos, pero
para llegar a comprobar que si hay verdades.
A su vez, la actividad de pensar independiente de que exista el mundo o la
extensión, ya que no requiere para ser concebida de la idea de ninguna otra realidad.
Pero, con sólo dejar de pensar ya era imposible concebirse a sí mismo. Esto es cierto
hasta el punto de que permite revelar que con sólo dejar de pensar pierde la posibilidad
de identificarse a sí mismo como algo real que piensa. Con el yo pienso, capta que la
existencia y el pensamiento se hallan intrínsecamente relacionados. La noción de sí
mismo es inseparable de la de pensamiento, no pueden concebirse de forma
independiente. El filósofo francés sostiene que el atributo esencial del alma es el
pensamiento y, por eso, la denomina sustancia pensante.
A partir de esos razonamientos, y esta es la segunda parte del texto, Descartes saca
la conclusión de que su naturaleza ontológica, la manera en que se da su existencia, es
esencialmente pensamiento, y el pensamiento no necesita de nada físico. Por tanto, lo
que es el sujeto es esencialmente un alma inmaterial, que me hace “ser lo que soy”, mi
identidad como persona, y ello es enteramente distinto de mi cuerpo. El cuerpo es
denominado por Descartes como sustancia extensa, ya que su principal atributo de las
cosas materiales y corpóreas es la extensión. Mientras tanto, el alma no supone la
extensión, como ya ha dicho en la primera parte. Además, es más fácil de conocer que
el cuerpo ya que tenemos hay un acceso privilegiado del yo a sus propios contenidos
mentales: pensamientos, deseos, dolores, placeres; es decir, todo lo que constituye la
vida mental subjetiva y privada de cada persona. El ámbito de lo mental es el de la
privacidad más absoluta, a diferencia del ámbito de lo físico, que es accesible a todos.
Esta es la base del dualismo ontológico de Descartes, puesto que concibe como dos
sustancias independientes, la res cogitans y la res extensa, tal como dice al final del
segundo párrafo: “aunque el cuerpo no fuese, el alma no dejaría de ser cuanto ella es”.
Los motivos para que Descartes afirme que el hombre es un compuesto de dos
sustancias que se hallan unidas pero independientes entre sí, es su necesidad de poder
sustraer al alma del cumplimiento de leyes mecanicistas que según su teoría afectaban a
la materia. Así, puede afirmar que el hombre es un ser libre porque su esencia pensante
elige voluntariamente. Además, reafirma su creencia de que el alma es inmortal porque
sobrevive a la muerte del cuerpo físico.
En el último párrafo, Descartes da cuenta de cómo haber llegado a encontrar el
primer principio de su filosofía, el pienso, existo, lo lleva a indagar sobre cuales son las
características de esta certeza primordial. El cogito ergo sum es, entonces, también el
modelo de certeza para saber distinguir lo verdadero. Aquí nos podemos remitir a la
primera regla del método donde Descartes enuncia su criterio de evidencia que le
permite afirmar cuando una proposición es “verdadera y cierta”. Según este criterio una
idea para ser evidente debe poseer claridad y distinción. Una idea clara es por la forma
inmediata en la que se presenta al entendimiento y es distinta cuando puede ser separada
de todas las demás ideas. Una idea distinta es siempre clara pero no sucede lo mismo a
la inversa, pues puedo tener una idea clara y puede ser aun difícil de distinguirla otras
asociadas a ella. El yo pienso es, en definitiva, para Descartes el primer principio de la
filosofía cartesiana y, al mismo tiempo, el modelo de toda verdad. A partir de este, se
propone reconstruir el conocimiento de una manera racional.
Para concluir, se puede decir que Descartes aborda aquí uno de las temáticas
claves de la filosofía occidental: la relación entre el alma y el cuerpo. El descubrimiento
de Descartes del yo pienso como primer principio del conocimiento significa es un
momento de clave del surgimiento de la Modernidad, ya que realza de ese modo a la
subjetividad. Desde esa centralización en la idea de sujeto y el uso autónomo de su
razón en contra del autoritarismo y la presuposición de verdades del medioevo, se va a
construir el mundo moderno. Si bien sabemos que parte del pensamiento de Descartes
aún se halla ligado a un espíritu religioso contradictorio con el espíritu de la filosofía
moderna, esto se debe a la época de transición en la que se desarrolla su obra. El
programa de construcción de la filosofía y de las ciencias modernas a partir de
principios racionales tiene a Descartes como uno de sus máximos precursores. También
su obra influyó de manera considerable en la filosofía posterior, planteando con su
idealismo la problemática acerca del estatuto del mundo exterior al sujeto.

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