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La pornografía no es un deporte en donde súbitamente se puedan aplicar las leyes del fair play o

juego limpio. Es un territorio donde rige el secreto, la transegresión y lo inconfesable; aspirar a


convertirlo en un entretenimiento higiénico y light es ridículo. La concepción <<igualitaria>> y
didáctica de la fantasía erótica resulta artificial y paradójica, ya que impone presentar al sexo
como algo justo y moldeable de acuerdo con los valores éticos y morales de la época. Nada puede
ser más absurdo que desear imponer un reglamento al deseo erótico, el cual en buena medida
depende de factores incomprensibles. Loach (Loretta Loach, periodista y editora de la publicación
Feminist Review) comenta: (p.154)

La pornografía tiene sus usos: puede reafirmar la sexualidad tradicional, pero aparentemente
también puede transgredirla. Cada una de las mujeres con las que hablé creían que la pornografía
les había ofrecido la posibilidad de detectar niveles de sexualidad reprimida, así como de
confirmar deseos existentes. En otras palabras, les dio poder; la pornografía no era en sí misma un
medio para llegar a la satisfacción, pero era una ayuda necesaria. (p.153)

Lo que parece ser particularmente perturbador para algunas feministas es que la sexualidad
femenina, por lo menos para ciertas mujeres, [al ir adoptando una cara propia] se ha asociado
cada vez más con actitudes agresivas, rudas, e incluso violentas; es la cara inaceptable del poder
femenino, inaceptable no sólo para muchos hombres (basta ver sus reacciones hostiles hacia
Madonna, por ejemplo) sino también para muchas mujeres. (p.155)

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