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ESPECTADORES
Justo en la página 119 del imponente libro que aquí estamos presentando,
en la capital del País Mapuche y ante una pequeña, pero en más de algún
sentido porción representativa de lo que hoy son la actual sociedad
Mapuche y su contraparte regional; aparece quizás si una de las más
“interesantes y representativas” fotografías de este texto. Ejemplo
sobresaliente de un tiempo anterior, por su evidencia de personajes,
ambientación y formas; tan de otro tiempo parece esta imagen que - como
las otras del texto - apenas podemos suponer algunos datos vagos acerca
de su contexto, lugares , fechas, por más que el texto al pie de ella rece
explícito y frío “Carahue – Nguillatún, 1890 aproximadamente”.
Por el estudio hecho por los autores, hoy presuponemos al autor de la foto.
Adolfo Knittel Reinsh es el nombre atribuído al causante de esta foto. Hijo de
padres austriacos, se instaló en la ciudad de Valdivia a principios del siglo
XX y como buen exponente de las usanzas de su tiempo y espacio, entre
otras dedicaciones se dedicó a fotografiar paisajes sureños y
entremezclados con estos, a los que con seguridad pensaba eran los últimos
exponentes de unas costumbres y unas gentes que estaban condenadas a
la desaparición o por último a la desde entonces tan anhelada asimilación.
Es bastante probable por lo demás, que tanto esta como las otras
fotografías tomadas por Knittel, así como las de los demás autores
reseñados en este libro no hayan tenido por más destino que ser imagen
decorativa de alguna postal que viajó a lejanas tierras.
Muchas veces hemos observado esta foto, que poseíamos en una versión
recortada en relación a la que ahora visualizamos y en la que se abren a las
miradas un conjunto de detalles nuevos. Muchas veces, primero en una
visión panorámica y luego en el recuento prolijo de cada pliegue y detalle
diluído en la primera visión, hemos examinado los enormes kultrunes; la
ordenada fila de invocantes ante los metawe y yiwe de la oración; las
siluetas disueltas por la velocidad del obturador de la máquna de cajón;
también los rostros entre sorprendidos y escrutadores de los hombres que
en el primer plano de la esquina izquierda miran a ese winka impertinente y
a su voluminosa máquina impropia, destinada a producir imágenes que
luego serían enajenadas. En pocas, muy pocas de esas miradas, sin
embargo nos hemos detenido en el gesto casi nebuloso del personaje que
está en el extremo derecho de la figura. Mimetizado en un escorzo que
encubre y casi confunde, pareciera como que el individuo no hace lo que en
realidad ejecuta: apuntar con el dedo acusador y enérgico al fotógrafo, el
que enmascarado en el ángulo preciso al ademán del sancionador, resulta
que en definitiva desborda a ese instante fugaz, perdido en el tiempo, pero
que por la magia del oficio, se quedó detenido para siempre. De esta forma,
ese dedo apunta al tiempo y por extensión a nosotros mismos, los
espectadores de cada reproducción, que antes, ahora y en el futuro verán
la reproducción o abran este libro en su página 119.
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