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EL DEDO QUE APUNTA AL FOTOGRAFO, AL TIEMPO Y SUS

ESPECTADORES

Presentación del libro “Mapuche. Fotografías siglos XIX y XX. Construcción y


montaje de un imaginario” de Margarita Alvarado, Pedro Mege, Christian
Báez (editores), Pehuen Editores, 2001. CEDM Liwen,Temuko, enero 11 de
2002.

Justo en la página 119 del imponente libro que aquí estamos presentando,
en la capital del País Mapuche y ante una pequeña, pero en más de algún
sentido porción representativa de lo que hoy son la actual sociedad
Mapuche y su contraparte regional; aparece quizás si una de las más
“interesantes y representativas” fotografías de este texto. Ejemplo
sobresaliente de un tiempo anterior, por su evidencia de personajes,
ambientación y formas; tan de otro tiempo parece esta imagen que - como
las otras del texto - apenas podemos suponer algunos datos vagos acerca
de su contexto, lugares , fechas, por más que el texto al pie de ella rece
explícito y frío “Carahue – Nguillatún, 1890 aproximadamente”.

Una cosa por lo menos es casi segura: la foto en cuestión es de aquellas


dentro la recopilación en las que se puede decir, con algún grado de
precisión, que no está trucada - como varias en el texto -, esto en el sentido
que las personas que allí aparecen no están posando para la ocasión, ni se
distingue algún telón de fondo que delate intervención, instigación al gesto,
suplantación de investiduras o préstamo de vestuario. De lo que aquí se
trata es de la representación fotográfica de un momento selecto en una
ceremonia Mapuche; un acierto fotográfico tal vez?, el cual por la
parafernalia dispuesta en expresiva evidencia ante nuestra mirada curiosa,
podemos suponer con mucha confianza, sobre todo los que hemos
participado en más de una ocasión en un evento como este; que se trata
efectivamente de una de los rituales mayores y más significativas de
nuestra cultura: el Nguillatún.

Por el estudio hecho por los autores, hoy presuponemos al autor de la foto.
Adolfo Knittel Reinsh es el nombre atribuído al causante de esta foto. Hijo de
padres austriacos, se instaló en la ciudad de Valdivia a principios del siglo
XX y como buen exponente de las usanzas de su tiempo y espacio, entre
otras dedicaciones se dedicó a fotografiar paisajes sureños y
entremezclados con estos, a los que con seguridad pensaba eran los últimos
exponentes de unas costumbres y unas gentes que estaban condenadas a
la desaparición o por último a la desde entonces tan anhelada asimilación.
Es bastante probable por lo demás, que tanto esta como las otras
fotografías tomadas por Knittel, así como las de los demás autores
reseñados en este libro no hayan tenido por más destino que ser imagen
decorativa de alguna postal que viajó a lejanas tierras.

Consumidos en la fascinación de lo extraño, lo exótico o diferente, al mirar


semejante imagen, como que la mirada se quedara suspendida en el
recuento detallado de lo desemejante; los atuendos tradicionales, la
ordenada distribución de personajes; el árbol que es el centro del ritual, los
artefactos y gestos descriptivos de una cultura y un tiempo ausente…

Poseídos por esa especie de ansiedad de asir de alguna manera aquella


época anterior, en la que nos consta que la plenitud de nuestras hoy
transmutadas formas culturales eran efectivas y practicables, en más de
una ocasión algunos de nosotros hemos mirado y vuelto a mirar esta
paradigmática fotografía, buscando algo parecido a un refugio visible y
“real” por su tangible representación, de la evidencia de lo que hemos
perdido, pero que a la vez es el antecedente actual de nosotros mismos y
de lo que creemos hay que recuperar.

Muchas veces hemos observado esta foto, que poseíamos en una versión
recortada en relación a la que ahora visualizamos y en la que se abren a las
miradas un conjunto de detalles nuevos. Muchas veces, primero en una
visión panorámica y luego en el recuento prolijo de cada pliegue y detalle
diluído en la primera visión, hemos examinado los enormes kultrunes; la
ordenada fila de invocantes ante los metawe y yiwe de la oración; las
siluetas disueltas por la velocidad del obturador de la máquna de cajón;
también los rostros entre sorprendidos y escrutadores de los hombres que
en el primer plano de la esquina izquierda miran a ese winka impertinente y
a su voluminosa máquina impropia, destinada a producir imágenes que
luego serían enajenadas. En pocas, muy pocas de esas miradas, sin
embargo nos hemos detenido en el gesto casi nebuloso del personaje que
está en el extremo derecho de la figura. Mimetizado en un escorzo que
encubre y casi confunde, pareciera como que el individuo no hace lo que en
realidad ejecuta: apuntar con el dedo acusador y enérgico al fotógrafo, el
que enmascarado en el ángulo preciso al ademán del sancionador, resulta
que en definitiva desborda a ese instante fugaz, perdido en el tiempo, pero
que por la magia del oficio, se quedó detenido para siempre. De esta forma,
ese dedo apunta al tiempo y por extensión a nosotros mismos, los
espectadores de cada reproducción, que antes, ahora y en el futuro verán
la reproducción o abran este libro en su página 119.

El dedo acusador cuestiona, pero más allá de su curiosidad etnográfica nos


recuerda una vez más que aquí, lo mismo que en la totalidad de las
fotografías reseñadas en este libro, estamos en presencia de la evidencia
gráfica de una derrota y una sujeción de las cuales todos los mapuche
contemporáneos, somos herederos en mayor o menor medida, que es el
estado de cosas que hoy en día estamos, con dispares lenguajes y acciones,
empezando a cuestionar. En la foto del Nguillatún se nos demuestra por su
elocuencia, que aquí estamos en presencia de otra forma de intervención,
diferente en estilo del de las fotos de estudio y de gestos inducidos típicas
de Millet, por más que esta como aquellas fotografías hayan tenido el
mismo destino y que desde entonces hayan vagado por el mundo, sin que
siquiera sus protagonistas sin nombre se hayan visto jamás a si mismos
retratados. Aquí es quizás un tipo de intromisión más sutilmente violenta y
perversa y que por extensión simbólica en más de algo podemos reconocer
en ciertos ademanes a cada rato recurrentes hoy mismo, en el malicioso
eufemismo de la cultura de informantes y “facilitadores claves” o en la
desesperada e insolente avidez ajena por manifestaciones culturales de
otredad y “pureza” tipológica, que temerosa de individualidades
transgresoras, se refugia en un par de iniciales sin nombre y sin más
protagonismo que un pie de página.

Pero, por esas paradojas ambivalentes de las cuales se alimenta nuestra


existencia, aquellos testimonios depositados en las texturas y formas de
este conjunto de fotografías, desde algún rincón de ese tiempo, que podría
ser hoy, igual nos interpelan y nos hablan en una polifonía de voces que
seducen pero que por lo mismo incomodan, provocan y a cada nuevo
vistazo de las que desconocíamos – como sucede con parte importante de
las que contiene este texto - nos obligan a replantear supuestos y
estereotipos livianamente asumidos. Una brizna de rasgo de retorno de una
parte milimétrica, pero parte al fin, de nuestro patrimonio cultural
enajenado es lo que se reconoce en la actitud de los autores de esta
recopilación que aquí nos convoca. En la conjugación de ese simbólico
retorno en la persona de los rostros notables de nuestra gente que hoy nos
acompañan. Reintegro en sus múltiples dimensiones, muchas de las cuales
apenas podemos empezar sólo a imaginar, pero que nos exige en este caso
ir más allá de la mera contemplación pasiva de gestos y personajes. Hay
que ir más allá y como en otras esferas, la metáfora es aquí sacar a los
retratados desde dentro de cuadro, o quizás meternos nosotros dentro de
él, entablar conversación, averiguar el detalle, saber nombres y
procedencias verdaderas. Aquilatar los mensajes multiformes y con
palabras hoy casi desconocidas, pero que bullen en esas miradas que nos
siguen estremeciendo, como dedo acusador desde la otra orilla del tiempo…

José Ancán Jara


Temukomapu, walüng, (enero)2002.-

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