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El otoñal galán, por supuesto, procura no tomárselo tan a pecho. Pero la tal
Fátima es insistente y, por si fuera poco, goza de una virtud harto seductora en
una mujer, sobre todo si no se la tiene en carne y hueso: inteligencia.
Inteligencia, hay que señalar, acompañada de agudeza y sensibilidad. Mezcla
absolutamente irresistible para nuestro héroe que queda enganchado a las
palabras de su interlocutora. Nunca se les ocurre, claro, interponer una web
cam entre su coloquio y su fantasía. Optan, en cambio, por una luna de miel
virtual que los colma espiritualmente… y un poco, ¿por qué no?, sexualmente.
En un tris, el guapo solterón se integra a esa comunidad de inadaptados del
mundo real… pero la cosa, claro, no termina ahí. RAF nos tiene reservadas
varias sorpresas que no pretendo ventilar en este espacio. De entrada, nos
hace ver que esta modalidad suscrita a las tecnologías de fin del milenio,
resucitan, acaso sin proponérselo, el intercambio epistolar decimonónico. No su
esencia pero sí como actividad rutinaria. Existe, entre una circunstancia y otra,
algunas divergencias: en tiempos del correo postal, los romances virtuales se
efectuaban con mucha más pompa y ceremonia. El de la iniciativa no se
enteraba si sus palabras habían dado en el blanco hasta varias semanas o
meses después –dependiendo las distancias-, y no era raro que obtuviera
respuesta (perfumada, casi siempre) justo cuando iniciaba su trayecto hacia el
desánimo. Y es que el correspondiente solía demorarse por el cuidado que
ponía en la escritura de sus cartas, desde ensayar su mejor letra, hasta
emplear la sintaxis más correcta posible y, posteriormente, elegir la fragancia
que reflejara su sentimiento. Supongo que, a lo largo del intercambio, los
formulismos irían disminuyendo… empezando por romper el hielo que se
marcaba con la transición del “usted” al “tú”.
Ahora se ahorra uno todo ese preámbulo. Uno sabe si sus palabras hallaron
buen puerto casi en el acto… cuando mucho, en un par de días. Y en un solo
día, tras el paulatino desnudamiento de las almas –que puede llevar apenas
algunas horas, como en el caso de los personajes que nos ocupan- una pareja
puede consolidarse o desbaratarse. Respecto a esto último, RAF nos hace ver
hasta qué punto una palabra mal colocada, mal dicha o una oración construida
al vapor, puede dar al traste con la ilusión del momento. Esa es, precisamente,
la desventaja del ciberromance: su enorme potencialidad para el mal
entendido, que es justo lo que le ocurre a nuestro héroe con Claudia… y a
punto de ocurrirle con Fátima.
La Internet se transforma en una especie de caja de Pandora para el
protagonista de El amor intangible: le devuelve a la novia de su adolescencia,
lo coloca a merced de una alucinante seductora llamada Marlén –bellísima,
adinerada y una tigresa en la cama, de esa clase de diosas carnales a las que
RAF es tan afecto- y le brinda la oportunidad de conocer al posible amor de su
vida en la persona de Fátima… si lo toma o no… si es tomado o no, corre a
cuenta del lector descubrirlo. Lo único que puedo afirmar es que se trata de
una novela llena de acción, humor, sabiduría y erotismo, propios de la
literatura de RAF… con el plus de una reflexión apasionante sobre las
relaciones humanas de la época actual y el poder afrodisíaco de las palabras.
Le diría a René exactamente lo mismo que Fátima a su ciberamante, que ha
escrito un relato sobre el amor virtual: “(…) Usted con el cuento le da al
ciberespacio un encanto que la vulgaridad quiere robarle (…)”
* El amor intangible, de René Avilés Fabila. Axial, Tinta nueva, México, 2008.
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