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El Palacio Piwonka fue construido en 1918 en Santiago por Ricardo Piwonka Ritcher, un inmigrante alemán que se convirtió en un exitoso comerciante. El palacio representa el estilo arquitectónico francés que caracterizó al barrio en esa época. Fue durante las primeras décadas del siglo XX que el Palacio Piwonka vivió su época dorada como residencia familiar de la aristocracia santiaguina, realizando grandes fiestas. Más tarde, la propiedad pasó a manos de
El Palacio Piwonka fue construido en 1918 en Santiago por Ricardo Piwonka Ritcher, un inmigrante alemán que se convirtió en un exitoso comerciante. El palacio representa el estilo arquitectónico francés que caracterizó al barrio en esa época. Fue durante las primeras décadas del siglo XX que el Palacio Piwonka vivió su época dorada como residencia familiar de la aristocracia santiaguina, realizando grandes fiestas. Más tarde, la propiedad pasó a manos de
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El Palacio Piwonka fue construido en 1918 en Santiago por Ricardo Piwonka Ritcher, un inmigrante alemán que se convirtió en un exitoso comerciante. El palacio representa el estilo arquitectónico francés que caracterizó al barrio en esa época. Fue durante las primeras décadas del siglo XX que el Palacio Piwonka vivió su época dorada como residencia familiar de la aristocracia santiaguina, realizando grandes fiestas. Más tarde, la propiedad pasó a manos de
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A través del palacio Piwonka, y en buena medida debido al excelente
cuidado con que se ha mantenido y restaurado tras sus casi 100 años de vida, es especialmente fácil rememorar un período en la historia de Santiago en donde lo que hoy conocemos como el Barrio Universitario era el mejor representante de la llamada “belle epoque” de nuestra capital, acontecida a finales del siglo XIX y principios del XX. Según algunos entendidos arquitectos, como el ya mencionado Mathias Klotz, es una pretenciosa exageración hablar de “influencias europeas” al describir lo que sucedía en cuanto a la arquitectura nacional de éste período, un error que se suele cometer cuando se quiere mencionar, más bien, el gran impacto que tuvieron en la ciudad una serie de arquitectos extranjeros que comúnmente llegaron a Chile solo para construir sus obras y luego partir. Es innegable, de cualquier manera, que la sociedad chilena más aristocrática comienza durante las últimas décadas del siglo XIX a intentar identificarse con un ideal francés sobre el que ya hemos hablado, imitando su moda y costumbres, y reproduciendo a su vez algo de su arquitectura en la construcción de sus colosales residencias familiares. Ésta mansión en particular, que en 1918 ordenó construir Ricardo Piwonka Ritcher a los arquitectos Alberto Sieguel Gerken y Manuel Cifuentes Gómez (el primer arquitecto titulado como tal en la Universidad Católica y autor de su Casa Central en La Alameda), con sus dos pisos y techumbre amansardada, que remata la esquina de las calles Ejército y Gorbea con una notable cúpula, es justamente un excelente ejemplo del estilo francés que fue caracterizando al barrio, pese al origen centroeuropeo de sus primeros dueños.
Los padres de Ricardo Piwonka Ritcher, Heynirich Ernest Piwonka y
Amelie Ritcher, llegaron a Chile como parte de la conocida oleada migratoria que concluiría en las primeras colonias alemanas en el país, aquellas que tan entusiastamente promocionó Vicente Pérez Rosales para poblar el sur del país y fomentar el progreso de la nación. Originarios de Calau, una ciudad al sur de la provincia de Brandenburgo, los Piwonka Ritcher parten desde Hamburgo a bordo del “Henriette” y junto a sus cuatro hijos rumbo a las costas de nuestro país, a las que arriban en 1853 para instalarse finalmente en Valdivia. Ricardo, el cuarto de sus hijos y el futuro santiaguino ilustre sobre el que aquí queremos hablar, terminó sus estudios en esa ciudad, pero pronto se trasladó a Osorno en donde buscando la independencia prosperó como comerciante, llegando incluso a comprar el almacén en donde comenzó trabajando, un lugar llamado sencillamente “Almacenes Generales”. Durante este tiempo forma a su vez su propia familia, contrae matrimonio con la puertorriqueña Sofía Jilabert Roselot y con ella tiene 9 hijos. Las cosas marchaban bien para la familia, aunque su abierta condición de luterano resultaba más bien inusual en un país tan católico como el nuestro y generó cierto escozor en la sociedad osornina. Es debido a ello que los Piwonka Jilabert deciden trasladarse a Santiago, aunque a pesar del cambio, y como ya veremos, los Piwonka Jilabert no lograrían escapar del todo a los desencuentros religiosos con las autoridades católicas. Recién llegado a Santiago y obligado a reinventarse Ricardo Piwonka decide invertir en molinos. Primero alquila uno ubicado en la zona de Estación Central y posteriormente compra otro más en los faldeos del cerro San Cristóbal. Luego vendrían otros más, por que el negocio nuevamente prospera y ya para 1918 la familia Piwonka Jilabert decide construir el gran palacio que hoy alberga la Casa Central de la Universidad Diego Portales. En los 22 años que alcanzó a vivir allí la familia de sus primeros propietarios destaca una anécdota curiosa que hoy recuerda con especial humor y entusiasmo la Sra. María Angélica Piwonka, descendiente directa de Ricardo y Sofía y quién además, en una curiosa vuelta del destino, dirige actualmente la escuela de Enfermería de la UDP, en un edificio a solo unas cuadras de donde vivieron sus bisabuelos. La anécdota a la que nos referimos tiene que ver con otro de los hitos del barrio, la Iglesia de San Lázaro, ubicada justo frente a la mansión de los Piwonka y está nuevamente relacionada con mismas diferencias religiosas que habían llevado a la familia a abandonar Osorno. Según nos cuenta su bisnieta, pese a ser protestante, la relación entre Ricardo Piwonka y el párroco de la iglesia no era especialmente beligerante, al fin y al cabo, y por protestante que fuera, había bautizado allí a varios de sus hijos. Los problemas aparecieron solo luego de que el religioso le hiciera una visita formal al jefe de la familia con la excusa de ponerlo al tanto del deterioro de su iglesia, en especial de su torre, y en la que terminó pidiéndole una donación para restaurarla. La respuesta del aludido fue tajante “Mire, Padre, cuando se caiga la torre hablamos”. Hasta ese momento la disputa parece de lo más ordinaria, pero lo realmente sorprendente sucedió apenas unos días después, luego de que un incendio estallara en la iglesia. La famosa torre que el párroco tanto quería restaurar era en ese entonces completamente de madera así que fue una de las primeras cosas en venirse abajo. Lo curioso es que se desplomó justo sobre la gran cúpula de la principal esquina del palacio “prácticamente en la pieza en donde dormía mi bisabuelo” comenta la Sra. María Angélica Piwonka. Luego de tan extraños sucesos, y quizá algo temeroso debido a las posibles interpretaciones religiosas que podían dársele a éste “accidente”, Ricardo Piwonka accede finalmente a entregar una importante suma de dinero para la conservación de la Iglesia de San Lazaro, que hoy exhibe una elevadísima torre de piedra.
Como lujosa residencia familiar y verdadero arquetipo del estilo
neoclásico francés con el que tanto se identificó la aristocracia santiaguina de su época, es definitivamente en sus primeros años que el Palacio Piwonka vive su personal edad dorada. En los casi 1600 metros cuadrados que ocupa el edificio, y en sus dos niveles y grandes salones, se realizaron una serie de extraordinarias fiestas y recepciones. Desde su acceso principal se llegaba a un gran salón al que dominaba desde el cielo una enorme claraboya de floridos vitraux (que aún se preserva) de la que además colgaba una lámpara de bronce cincelado con doce tulipas de cristal tallado que remataba un globo central. En torno a éste salón se sucedían espacios intercomunicados por varios corredores menores decorados con estatuas de mármol y oleos traídos de Europa. Su comedor, en donde cabían hasta 24 personas sentadas, tenía las paredes revestidas con género color burdeo y flores doradas. Especialmente exótico era uno de sus patios, el bautizado como “tropical”, en donde había una pileta en la que nadaban peces de colores. En el centro de esta extravagante fuente se erguía a su vez una gran escultura de bronce de las Tres Gracias, obra de Simón Gonzáles. Curioso resulta también el que desde la sala de té se accediera a través de una puerta “secreta” (disimulada, en realidad) a la pieza de juegos, lugar en donde los caballeros se sentaban a jugar largas partidas de Rocambor, un juego de cartas que estaba de moda en esos años. La monumental casa, tal como se encontraba en ese entonces, contaba además con su propia cochera perfectamente adoquinada. Allí descansaban los carruajes de la familia en los que solían salir a pasear por el, en ese entonces sumamente elegante, Parque Cousiño. Sus mismos balcones se convertían a menudo en verdaderos palcos cada vez que algo importante sucedía en el barrio, como la parada militar, por ejemplo. Aunque más allá de los eventos netamente sociales, es importante mencionar que no era en absoluto extraño que en la mansión de los Piwonka se reunieran influyentes figuras políticas para discutir temas que nada tenían de ociosos. Tal fue su influjo en ese sentido que se la llegó a conocer incluso como “La Moneda Chica”.
Tras la muerte de Ricardo Piwonka Ritcher heredaron el palacio dos de
sus hijos, los hermanos Alberto y Alfredo Piwonka Jilbert, que además eran gemelos, aunque ésta propiedad compartida no duró demasiado. Alberto optó muy pronto por venderle su parte a Alfredo dejando a su hermano como el único dueño del palacio familiar. El nuevo propietario del palacio continuó con los pasos de su padre y tuvo un papel activo en la vida social y política de Santiago. Estudió en el Liceo de Aplicación y se tituló de Ingeniero Agrónomo en la Universidad de Chile. Tal como su padre lo había hecho siguió explotando el molino Cruz Roja en San Fernando e invirtió comprando tierras en el fundo Santa Adela en Teno. Se casó con Elvira Moreno y con ella tuvo tres hijas que se criaron en la mansión, a las que su padre siempre estimuló para cultivar la cultura y la tradición que él había recibido de sus padres. Según cuentan su gran pasión fue la música, tocaba el violín y asistía con frecuencia al Teatro Municipal por que disfrutaba mucho de la ópera. El culto Sr. Alfredo Piwonka Jilbert, la tercera generación Piwonkas en Chile, muere durante 1942, dejándole el palacio a su familia más cercana. Sus tres hijas demoran, de hecho, en abandonarlo. Todas se casan en él y, debido sus grandes proporciones, todas continuaron viviendo allí “con gran independencia”, según nos cuenta el libro “La belle époque de Santiago Sur Poniente 1865-1925”, en donde colaboraron Antonio Rodríguez-Cano, Amaya Irarrázaval, Soledad Rodríguez-Cano y Francisco García-Huidobro, uno de los pocos en donde se detallan la historia de éste palacio. Luego de su segundo matrimonio, Elvira Moreno, la madre de las niñas y viuda de Alfredo Piwonka, le hace al palacio una de sus primeras grandes remodelaciones, las que estuvieron orientadas principalmente a transformar su segunda planta en departamentos para la renta, trasladando a su vez la finísima escalera del hall principal a una nueva entrada que se construyó por calle Gorbea. Elvira y sus hijas son las últimas Piwonka que alcanzaron a vivir en el palacio de sus abuelos. Luego de las remodelaciones hechas por la Sra. Moreno y tras desprenderse finalmente de la casa, la propiedad pasa por varios dueños. Cabría destacar, por ejemplo, que en 1991 la Universidad de los Andes inaugura allí su facultad de medicina, aunque más importante sería mencionar “los destrozos” que, según algunos miembros de la familia Piwonka, hizo en ella otro de sus dueños: el empresario Carlos Cardoen. Pero así como algunos la maltrataron, también hubo propietarios más preocupados por la integridad del palacio, como el Sr. Manuel Montt Balmaceda, Rector Fundador de la UDP y Presidente del Consejo Directivo Superior, quien, según nos cuenta nuevamente la Sra. María Angélica Piwonka, se preocupó mucho en restaurar el esplendor original del palacio antes de convertirlo finalmente en la Casa Central de la Universidad, así como también de decorarlo respetando el estilo de sus años dorados. Allí mismo instaló su oficina Manuel Montt Balmaceda, desde la que dirigió los destinos de la Universidad.
Lo hecho por la Universidad Diego Portales con este histórico edificio es
sin duda loable y desgraciadamente no muy común. Es de esperar que así como siguen proliferando en el barrio República y sus alrededores Institutos de todas clases y nuevas universidades privadas, haya también quienes se preocupen por valorar y emular el riguroso cuidado y respeto con que la UDP ha hecho del palacio Piwonka su Casa Central.