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Tiranía y libertad, monopolio y librecambio, conservadores y liberales clásicos y


románticos. He aquí la clave para la interpretación de la historia literaria americana el siglo
XIX. „    
           

Hasta 1842, el romanticismo americano se expresaba efímeramente (poco impacto


social), pese a la profunda conmoción libertadora, la interrumpida batalla caudalista, de una
parte, y de otra las pervivencias de la vieja cultura española, arraigada en los mismos
personajes de la revolución son causa de que el romanticismo literario se manifieste con poca
homogeneidad, por no decir a trompicones.

          



         junto
con objetivos misioneros, tales como definir las identidades nacionales diferenciándolas de
España, reconocer las características geográficas e históricas, revalorar el pasado
prehispánico y combatir la esclavitud, revelar los usos, costumbres y tipos populares, plasmar
los hechos heroicos de la insurgencia y las luchas posteriores en defensa de las soberanías,
para crear conciencia nacional y tradición cultural. De ahí el énfasis en la búsqueda de
originalidad y autonomía literarias. Esto se manifestó espontáneamente en la aparición de
géneros y temas autóctonos con base en la asimilación ecléctica (mestizaje, transculturación,
heterogeneidad o hibridez) de los presupuestos románticos europeos.

Así mismo el Romanticismo latinoamericano fueron particularmente destacables el


Ensayo, el Periodismo, la Crónica y la Novela costumbristas, el Folletín, el Teatro criollista,
los Epistolarios de hombre públicos y también la Oratoria.     
                           
      

           Los escritores
románticos tuvieron una gran conciencia de la realidad circundante y, en su momento, de la
función social de la Literatura.

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Al consumarse (consolidarse, realizarse, concretarse) la emancipación venezolana, se


abren los diversos caminos al arte, a las ciencias y a la literatura. En las primeras décadas de
la naciente República, un anhelo inusitado al recobrar el tiempo perdido y salir del atraso
invade la preocupación de los espíritus más selectos. Se lee a escritores franceses y españoles
todos con tendencias románticas, poéticas y clásicas. Así se gestaba nuestro primer
romanticismo. Fermín Toro trata de explicar el proceso de renovación ocurrido para aquellos
momentos en Venezuela, en estos términos: «Emancipada Venezuela y puesta en libre
contacto con el mundo civilizado, recibió de repente todo lo que antes le estaba vetado:
hombres y cosas que no eran de España. Libros sobre todas las materias cayeron en nuestras
manos; pero en el estado del pueblo, tratados de política eran de urgente necesidad; ellos
formaron, pues, preciso a los noveles políticos. Como se ve,       
                 
  
 Es explicable que los modelos románticos, especialmente los
franceses en un primer momento, llenaran las aspiraciones de la joven literatura venezolana.
Desde los días iníciales del movimiento emancipador, aun sin producirse una liberación cabal
del colonialismo, Bolívar aparece, junto con muchos de sus compañeros, como un exponente
de una nueva sensibilidad. Más tarde en sus discursos, en sus cartas, en su acción ratifica la
existencia de una nueva actitud intelectual. Todo el desarrollo de ese proceso incide en la
estructura doctrinaria sobre la que se afirma la guerra de independencia. Por eso,
identificando la acción y el pensamiento de Bolívar con los comienzos del romanticismo en
América,               
     
     . !"
     
   
              Lamentablemente, el contenido humano de
nuestro movimiento romántico, que en un principio se nutre de la empresa libertaria, parece
extinguirse al concluir objetivamente ésta.

CONCLUSIÓN:

La     
     
     
           
 De esta fusión de
factores, roto el hilo del primer humanismo de la República, nace nuestro primer
romanticismo, nace la emancipación de la literatura como arte del bien común, como cultura
popular accesible a todos, por medio de la unión de dos agentes: el amor a la literatura como
principio de formación cultural y la enorme alegría y sosiego el pos de la finalización de la
guerra emancipadora.

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A la generación de la nueva República, que nace con la desmembración de la Gran


Colombia, pertenece Juan Vicente González. Uno de los teóricos constructores de la Tercera
República. Su nacimiento ocurrió en Caracas, el 28 de mayo de 1810. Sus padres han
permanecido en la anonimia y su origen familiar es poco conocido, y se dice que fue
abandonado en la casa de Francisco González, realista que lo adoptó y le dio su apellido. El
mismo escribirá años más tarde: «Una mujer del pueblo formó mis entrañas, y una mujer que
amaba al pobre, que era compañera del que sufría, cuidó de mis primeros años». Sus primeros
estudios corrieron a cargo del presbítero José Alberto Espinosa, quien le protegió y orientó
con sus consejos. Sus estudios universitarios contaron con la ayuda del Padre José Cecilio
Avila, a quien González años más tarde, rendirá encendido tributo de admiración y
agradecimiento. En 1830 se gradúa de Licenciado en Filosofía. La primera doctrina religiosa
que alumbró el camino de su fe, fue la cristiana. Interno en el presbiterio de los Neristas
durante su infancia, realizó estudios de teología y sagrados cánones; pero por motivos que se
ignoran, al final no coronó su carrera eclesiástica. En 1836 casó con la señorita Josefa Rodil,
virtuosa dama descendiente de una familia realista. Al matrimonio siguieron varios hijos: Juan
Vicente, Jorge, Luis Eduardo e Isabel. De todos se distinguió el segundo, quien llegó a ser
escritor y pedagogo de notables condiciones.
Desde la separación de Venezuela de la Unión Gran colombiana, en el año de 1830,
González empieza a participar en la vida política del país. Son los días en que empiezan a
aparecer los partidos políticos. González titubea: una vez será liberal y después abrazará
definitivamente el bando conservador. En 1840 figura el Licenciado González entre los
fundadores de «El Venezolano», «El Patriota», «El Diario». Entonces se dedicó a la política y a
la enseñanza. Ya no como simple catedrático, lo cual había sido habitual en él desde su
egreso de la Universidad, sino como propietario de un nuevo colegio: «El Salvador del Mundo»
Su esposa lo secunda en la honrosa empresa. Los estudios en «El Salvador del Mundo», de
acuerdo con las exigencias de la época, adquirieron la mayor seriedad humanística. Los
alumnos aprendían el latín y el griego, y los exámenes eran verdaderos acontecimientos
sociales y literarios en aquella Caracas de reducidos contornos.

González vuelve a la vida pública. Funda «El Heraldo». Con el mismo nombre Lander
fundó en 1846 otro periódico. Funda su famosa «Revista Literaria», escribe artículos de
críticas y traduce a los grandes poetas universales, la noche del 10 de octubre de 1866,
moriría Juan Vicente González. Caracas entera se conmovió y los restos del infatigable
luchador fueron acompañados por una multitud silenciosa hasta las faldas del Avila, donde
quedaba el viejo cementerio de «Los Hijos de Dios».

 

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A pesar de su inquieta vida política en la que embarga con pasión lo mejor de su


tiempo, å  #    $               que posee
una erudición abundante y       
          
#  , en la que se mezclan sus diversos conocimientos de la historia, de lenguas
clásicas, de matemáticas, de literatura, de filosofía en forma desordenada. Su poderoso
temperamento literario se consume en la diaria diatriba de una vida política enconada y
aldeana.

‘     que cultiva Juan Vicente González en los primeros años de la


República, no es, sin lugar a dudas la que alcanza su mayor auge en las primeras décadas de
nuestro siglo con Lytton Strachey, Maurois, Ludwig, Hackett y Zweig. Es una biografía a su
manera de prosador impulsado por sus pasiones y por su desbordante caudal imaginativo. Por
eso su Biografía de José Félix Ribas no obedece a un plan, a unas normas elementales en el
desarrollo del género. Es más bien una colección de cuadros en los que pinta a grandes rasgos
la Guerra a Muerte. A ratos podría descubrirse cierto hilo novelesco como en la biografía
moderna. Pero esto sucede sin continuidad. Más que la biografía de Ribas, esta obra es la
historia social de Venezuela en aquellos tiempos.

Como O O


  , González deja pocos testimonios, su inquietud fecunda y
la autoridad con que estaba investido en los últimos años de su carrera pública, le impulsaron
tal vez a penetrar con recelo en ese campo, en un momento en que nuestra literatura
comienza. Impulsado por su deber de maestro, González señala con certeza la orientación del
género entre nosotros. Más que dedicarse a la labor crítica. Echa sus bases. Formula los
principios de una crítica que se adelanta a muchos de los carcomidos cimientos del género de
las letras peninsulares. Así por ejemplo asienta: «Es preciso abandonar la pequeña y fácil
crítica de los defectos, por la grande y difícil crítica de las bellezas. Deseando corregir el
autor, se irrita y se obstina en los defectos o bien se desanima, verdadera desgracia si el que
empezaba tenía talento.

Cuando impulsado por su torrentoso genio creador, invade el campo de


   ,
su expresión sólo encuentra cauce en su prosa abigarrada, apasionada y romántica. Sus
intentos en verso carecen de viveza creadora. Son meros ejercicios de versificación. En
cambio sus páginas poéticas en prosa están cargadas de una belleza extraordinaria, imbuidas
de un aliento humano inextinguible. En este sentido, sobresalen entre todas sus producciones,
las que él llamó Mesenianas. Tomaba el nombre el escritor de una antigua región griega -
Mesenia- cuyos habitantes, heroicos y decididos lucharon contra pueblos invasores. Ante su
tragedia entonaban cantos de lamentación, los cuales vendrían a ser llamados «Mesenianas».
Para González, la tragedia de aquel pueblo invadido era como la que sufría Venezuela en los
días oscuros de Monagas. La juventud asesinada, los ideales perseguidos, los viejos próceres
en el destierro, condensan el reticente dolor en esos cantos que brotan del poderoso corazón
romántico de Juan Vicente González.

En
   , tal como se le reconoce hoy en día, Juan Vicente González
posiblemente no haya dejado obra de consistencia. Pero en cierta forma pudieran destacarse
en este aspecto su trabajo sobre la    %  el de &          
. Como periodista González sobresale. En este campo es un coloso. Nadie ha podido
igualarle en Venezuela. Su pasión desbordante, su estilo admonitivo, de una soberbia
lapidaria, le colocan como la más singular figura del periodismo venezolano de todos los
tiempos. Arturo Uslar Pietri ha dicho al respecto: «No lo ha habido más brillante, más
poderoso, más poético. Es en veces una sibila que vislumbra visiones de espanto, en veces un
orador de torrentosa elocuencia, y siempre un poeta, por el poder de la síntesis y por la
fulguración de la imagen» (Uslar Pietri, Arturo:   '   #  . FCE. México.
1948. p. 97). Con sus arrebatos personales, trasplantados a su función diaria de periodista,
González imprime a sus editoriales y a todas sus demás páginas, una fuerza humana
característica, una energía vital inagotable. Lisandro Alvarado, en relación con la figura de
González, ha anotado lo siguiente: «En caso de necesidad llenaba todas las columnas de su
periódico sin colaboración y con producciones apasionadas, y a veces salvajes por el nervio y
la vigorosa entonación, por el descuido y la cólera que las animaban».

Como      O O , González cumple una labor provechosa para
la entonces incipiente educación venezolana. En sus días de recogimiento en su colegio «El
Salvador del Mundo», se dedicó por entero a la enseñanza. Y entonces escribió un texto de
Gramática Castellana, en la que seguía la teoría gramatical de Bello. Asimismo escribe sus
lecciones de     
 y una $    . Aun cuando no corresponde a su
época de «El Salvador del Mundo», es necesario añadir a la lista de obras didácticas,
su &    '   (   . Esta última obra, escrita casi de memoria en los días de
prisión bajo la dictadura de Páez, se destaca por sus poéticas descripciones y por su fervorosa
admiración hacia la cultura clásica de Grecia y de Roma.

En el campo de
  , ciertamente González ocupa un sitial de pionero. Con
él la historiografía romántica venezolana. Sus lecturas de adolescente, recién salido del
presbiterio de los Neristas, la vuelca aún en su madurez, en sus páginas históricas,
vehementes y desordenadas. González fue un permanente cronista de nuestros grandes
sucesos. El testigo más dispuesto de su época, puede llamársele por su incansable labor
histórica. Su historia, sin embargo como hemos anotado ya, posee singulares características.
Los modelos que sigue González no son los que tenía a mano en la literatura castellana.
Fueron los grandes románticos franceses que él había leído en su juventud: Chateaubriand,
Lamartine, Michelet, Thierry. La historia que él escribe está caldeada por su pasión poética.
La historia de Venezuela para González empieza a ser de contornos homéricos. El la ve con
aire de epopeya. No pierde oportunidad para establecer comparaciones entre nuestros
guerreros y los de la antigüedad clásica; entre la escena de nuestra historia y la de los casi
legendarios pueblos greco-latinos.

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Juan Vicente González inicia esta obra con el ajusticiamiento de José María España,
haciendo relación a la amistad que existía entre ese personaje y José Félix Ribas. Entonces el
tema principal de la obra viene a desarrollarse a partir de la despedida entre dos grandes
amigos, desde este momento comienza la verdadera historia del personaje principal.

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El 8 de mayo de 1799 En la Plaza Mayor de Caracas es ajusticiado José María España a


consecuencia de su conjura para libertar a Venezuela. Entre los concurrentes a la ejecución
se encuentra José Félix de Ribas, quien con aparente serenidad presencia la tarea del
verdugo para luego retirarse presa de la más profunda impresión y pensando, tal vez, que la
obra de José María España debía ser continuada y concluida. La escena de la Plaza Mayor la
tendrá Ribas presente toda su vida y va a influir poderosamente en la bravura de sus acciones
y en el ardor de su verbo.

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Ribas fue capturado por los realistas en los alrededores de Valle de la Pascua. El
Justicia Mayor de Tucupido Lorenzo Figueroa (barrajola) quien reclamo al prisionero como
suyo, ordenó su muerte el 31 de enero de 1815, dentro de grandes vejaciones fue trasladado
a la Plaza Mayor de Tucupido en donde fue fusilado. al pie de un árbol a escasos metros de la
mencionada plaza su cuerpo fue desmembrado, la cabeza frita en aceite fue enviada a
Caracas, donde cubierta con el gorro frigio que solía usar Ribas, la colocaron en la Puerta de
Caracas dentro de una jaula en el camino para La Guaira, sus brazos y piernas colocadas en
los cuatro puntos cardinales del pueblo en represalia a los patriotas de la zona.

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