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CU L TU RA PARA TO DOS

JUEVES 28 DE ABRIL DE 2011

Juan José Saer/Zona de prólogos

Domingo, 10 de abril de 2011

Un aplauso para el asador

En Zona de prólogos (Seix Barral), veintiún escritores y críticos fueron


convocados desde la Universidad Nacional del Litoral para releer la
obra entera de Juan José Saer, desde su primer volumen de
cuentos, En la zona, de 1960, hasta La Grande, su último libro
publicado en 2005. El resultado es un juego de lecturas, relecturas
y recuerdos de tantos personajes convocados por la imaginación
del escritor en una zona entrañable que fue creciendo a lo largo de
las décadas en cuentos, novelas, ensayos y poemas. Aquí se
publican algunos fragmentos de Tununa Mercado, Beatriz Sarlo,
Noé Jitrik, Martín Kohan y Alan Pauls.

Por Claudio Zeiger

Zona de prólogos.

Juan José Saer

Seix Barral

285 páginas

Hay una primera conclusión que pudiera parecer un poco evidente al abordar la
propuesta de Zona de prólogos: Saer es un escritor para ser releído. Y no lo es sólo
porque efectivamente pueden releerse los libros de Saer como hicieron los críticos y
escritores convocados en este volumen, sino porque hay algo decididamente
abierto e inacabado en el corazón de su sistema literario, hay todavía múltiples
entradas para un mundo propio, no cerrado. En ese sentido, la propuesta de Zona
de prólogos es ni más ni menos que una invitación para volver a Saer libro por
libro, obra por obra en orden cronológico. Otra conclusión, no tan evidente, y que
se va desenvolviendo a medida que se avanza en la lectura: no se lee a Saer en
contra de otros escritores argentinos. Si bien hay que admitir que él tenía gustos
definidos y definiciones estéticas fuertes, que aparecen muy bien representadas en
la confrontación que hace Beatriz Sarlo entre el momento de salida de Rayuela
(1963) y el de Responso (1964) –confrontación que se agranda porque los dos
textos ni siquiera se rozan– o en la consideración de Glosa como novela política que
hace Martín Kohan, la obra de Saer obtuvo un grado tal de autonomía que lo alejó
del uso posible de tal contra cual; provoca la necesidad de absorberse en su
mundo, simplemente se aleja del campo de confrontación, que queda como un
horizonte ya lejano donde chisporrotean fuegos cruzados de los años ‘60.

Saer quedó indudablemente incluido en ese diálogo tenso y por momentos de oídos
sordos entre los ‘60 y los ‘80, que empezó a abrirse paso desde la apertura
democrática. Por entonces, una matriz pluralista y antiautoritaria del discurso
literario y el campo cultural vino de la mano de cierto elitismo intelectual que
menospreciaba todas aquellas propuestas de escritura que, por una razón o por
otra, logarara algún impacto de lectura por decir así, popular. Se rechazó lo
comercial, algo un poco absurdo porque el campo editorial de esos años todavía era
un páramo (y no Pedro, justamente), en nombre no de la calidad estética sino de la
complejidad conceptual y literaria de los libros. Lo curioso es que sin ser un escritor
del mercado ni mucho menos, en la mitad de los años ‘80 Saer logró filtrar en el
campo literario argentino un combo más que atractivo: con El entenado y Glosa
puede deslumbrar a un lector más o menos avezado pero no necesariamente
especializado; con La ocasión, llega con el prestigio de un premio como el Nadal. Se
lo empieza a estudiar en las facultades, no sólo en la UBA, también en Rosario, en
Santa Fe. Este libro, sin ir más lejos, es parte de una iniciativa de la Universidad
Nacional del Litoral, donde se nombró a Saer doctor Honoris Causa, título que no
llegó a recibir en mano. En la facultad y sus alrededores –bares, calle Corrientes,
talleres literarios– empezó a circular su obra, se leían Palo y hueso, La Mayor,
Cicatrices, Nadie nada nunca. Era el descubrimiento que a la vez ya era un
redescubrimiento: a partir de los ‘80, se lo lee con la plena conciencia de que ese
autor había sido muy relegado en las décadas anteriores.

Esa suerte de tensión entre leer por primera vez y releer ahora, tal como lo
propone Zona de prólogos, aparece nítida en Noé Jitrik, quien confronta su lectura
contemporánea a la salida de El limonero real con la que hace ahora para el libro.
Todos los convocados se encuentran, en rigor, con esta suerte de regreso al
recuerdo de lectura para la lectura del presente. Hay, entonces, en juego, tres
tiempos de lectura: la contemporánea a la salida de los textos, la Gran
Recuperación de los ‘80 y esta tercera visita del nuevo siglo, con el autor ausente y
la presencia de la novela inacabada, La Grande (muy interesante artículo de Juan
José Becerra, que cierra el libro), lo que confirma la sensación de relato que vuelve
y envuelve, la puerta que, cuando parece cerrarse, se abre.

Hay que aclarar que aquí el uso de la palabra “prólogo” se inclina para el lado de la
metáfora. Como señala el compilador, Paulo Ricci, “es un libro de prólogos al que le
faltan, detalle no menor, todos los libros prologados”.

“También es una evocación, desde la lejanía que impone hablar de los libros en su
ausencia, de la proximidad que tenemos con muchos de esos textos, escritos que
tal vez hace tiempo no visitamos pero que pertenecen a nuestra más preciada
intimidad”, señala también Ricci. “Este libro es un pretexto para volver a leer todos
los libros de Juan José Saer.”
Que así sea. No sólo para los relectores. Es casi seguro que quien vuelva sobre los
pasos de su biblioteca o quien vaya a abordar a Saer por primera vez, vuelva a
sentir el sabor –o lo sienta por primera vez– del contacto personal que
inmediatamente genera, esa preciada intimidad que señala Ricci. Inmersión en un
ciclo que la muerte interrumpió pero sin dejar de permitir que las entradas sigan
abiertas, en el futuro, en la zona.

Glosa

Una novela política

Por Martin Kohan

Glosa es efectivamente, y evidentemente, una de las más notables novelas políticas


que haya dado la literatura argentina. Lo es, y esto es lo más interesante, no
solamente sin refrendar la confianza general de que la realidad puede ser
representada sin obstáculos, sino poniendo severamente en duda esa confianza. Ya
es sabido que el proyecto literario de Saer insiste en la corrosión de las certezas de
la experiencia, de la verdad, de la transposición de lo real en el lenguaje: ya es
sabido que su escrupulosa detención en los detalles tiene menos que ver con el
efecto de lo real que con el efecto de lo irreal. Pero la constancia en esta empresa
podría haber llevado a Saer más o menos lejos de los discursos de la verdad que
tienen a la realidad como objeto privilegiado; por el contrario, y no por casualidad,
es justamente allí, en el corazón de los discursos de la verdad, donde Saer aplica el
discurso de zozobra de sus procedimientos narrativos: ya sea en relación con el
discurso jurídico, en relación con el relato histórico, o en relación con el género
policial (vale decir: ya sea en Cicatrices, en El entenado o en La pesquisa). Y en
todos los casos, con un grado mayor o menor de intensidad o transparencia, lo
hace en relación con la realidad política y sus lenguajes posibles.

La ocasión

Mujer, gaucho malo, caballos


Por Alan Pauls

Todo es borroso en el origen del héroe. El nombre, la tierra natal, la lengua


materna. El que ahora se hace llamar Bianco antes fue Burton, y antes aun Bianco
Burton. No mucho más deduce el narrador de esa A que iniciala el nombre del
personaje. ¿Andrew? ¿Andrea? Malta, alegado lugar de nacimiento, es un espacio
histórico y culturalmente tan mixto, está tan empapado de esoterismo y de
sospechas que aclara menos de lo que oscurece, y debe competir, además, con dos
rivales de mérito: Inglaterra (escenario de las primeras performances de
mentalismo del héroe) y Prusia (su patria de adopción). Italiano, inglés, francés,
español: Bianco, ciudadano del mundo, habla muchos idiomas, pero los habla todos
con un infalible dejo extranjero. Es como si el acento (cuyo origen, una vez más,
resulta inidentificable) no fuera el accidente que afecta el uso del idioma sino el
idioma mismo, en verdad el único propio que tiene, del que todas las lenguas que
Bianco domina fueran a su vez variantes que elige estratégicamente, en función de
coyunturas específicas: viajes, trabajos, necesidades profesionales. En el principio
de La ocasión, pues, toda procedencia tiende a desdibujarse en una bruma doble, a
la vez remota y deliberada.Como si el origen fuera al mismo tiempo un hecho
olvidado en el pasado y un material susceptible de elaboración, de tratamiento o de
fraude.

Sin ese fondo brumoso, vagamente apócrifo, sin embargo, Saer jamás podría
repetir, desplazándolo apenas con uno de sus toques de hartazgo irónico, el
bautismo a la Melville con el que abre el libro: “Llamémoslo nomás Bianco”.
Tampoco recortaría con tanta nitidez el acontecimiento que de algún modo pone en
marcha la ficción, esa hecatombe que parte en dos la vida de su héroe y pasa a
ocupar para siempre el lugar del origen: la maquinación que desenmascara a
Bianco en un teatro francés, a sala llena, a mediados del siglo XIX, obligándolo a
cajonear por un momento una promisoria carrera internacional de mentalista. Se
trata en verdad de un nuevo punto de partida, un segundo arranque, una
reinauguración. Todo lo que en el origen de Bianco es indeterminado y turbio
(lugar, nombre, circunstancias), adquiere ahora la precisión, el brillo de una
pesadilla: cuándo (1857), dónde (un teatro de París), quién (una camarilla de
académicos positivistas empeñados en impugnar sus poderes mentales), para qué
(restituir, contra la prédica práctica de Bianco, devoto de las facultades de la
mente, la primacía de la materia sobre el espíritu).

Sin raíces, “suelto”, siempre en el límite difuso entre el infantilismo de la farsa y la


inquietud de la ilegalidad –una franja pícara en la que Saer siempre se movió con
una destreza única–, el Bianco europeo tiene mucho de advenedizo, de aventurero
y aun de impostor, y ningún tránsfuga de ley se daría el lujo de ignorar las
posibilidades de rediseñarse a sí mismo que proporcionan esa clase de catástrofes
existenciales. Bianco, de hecho, las aprovecha con una avidez oportuna: renuncia
de un día para el otro a su biografía europea y cambia de mundo, viaja y se instala
en la Argentina semisalvaje de mediados del siglo XIX, lanzada por entonces a
atraer flujos inmigratorios con la promesa de trabajo, tierras fértiles y un
enriquecimiento más o menos instantáneo. Mundo nuevo, vida nueva: en esta
tierra chata y sin límites, piensa Bianco, podrá financiarse el tiempo y la
tranquilidad necesarios para elaborar la refutación de los positivistas que sueña
para su rentrée. Sólo que el incidente del complot tiene la violencia, el valor de la
efracción de un trauma, y el Bianco que cruza el océano ya es otro. No un impostor
(alguien esencialmente infiel, dispuesto a reescribir su propia vida según las
circunstancias que se le presenten) sino una víctima: alguien fijado a una
coyuntura única –la experiencia traumática– que lo dispara hacia el futuro y lo
cambia, pero en cuya órbita está condenado a girar para siempre.

El limonero real

Todavía y más

Por Noe Jitrik

Quizás haya que ver El limonero real en una doble perspectiva; la primera en
relación con la obra entera de Saer; la otra con los propósitos más notorios de la
narrativa argentina. En cuanto a ese conjunto narrativo, los rasgos que ordenen El
limonero real, que se hallaban ya en los textos precedentes, impregnarán casi toda
su obra, aunque en sus novelas últimas lo concerniente a personajes,
características y conflictos o incluso tramas, ocupará más lugar y reducirá un tanto
la radical propuesta de El Limonero real. Me atrevería a decir que su proyecto, de
una coherencia ejemplar, tiene en este libro una summa, aquí está todo lo que lo
funda y le confiere un lugar muy diferente, dentro de una línea, aunque sin
entregarse a ella, que incluiría la propuesta de Macedonio Fernández, Juan Carlos
Onetti, Jorge Luis Borges, Antonio Di Benedetto.

Razonamiento o ubicación que nos conduce al segundo tema, cómo entra este libro
en la narrativa argentina, cuyos productos no ocultan una marcada predilección por
la “historia” en detrimento de la escritura; en el fondo, opción por un “realismo”
apasionado por fragmentos “interesantes” de devenires psicológicos o sociales y
aun históricos. El limonero real presenta, por el contrario, un dilema para lecturas
directas y llenas de intenciones que eran y son generales y muy aceptadas, se diría
que naturalizadas. El limonero... es difícil o fue difícil, tal vez ahora no lo sea tanto;
ahora, entiendo, no ofrece la fácil dificultad –si se lee buscando o percibiendo algo
más que lo evidente– de novelas que le son contemporáneas, como las de Puig en
una línea, o las de Viñas en otra vertiente, o las de Beatriz Guido en otra inflexión,
autores con los que se comparó su propuesta, desechada o puesta en suspenso con
argumentos que hoy no resistirían una mera consideración. Pero lo que no fue ni es
difícil es reconocer en su aislamiento una fuerza única que pudo haber producido un
cambio en las ideas recibidas de lo que debía y podía ser la novela para esta
literatura y que quizá no lo produjo, o no lo produjo del todo aunque quizá lo
produjo y no lo podemos verificar, pero por nuestras limitaciones, no por las de ese
texto todavía, y más, deslumbrante.
La vuelta completa

Un inconformismo seco e
implacable

Por Tununa Mercado

La vuelta completa, caminando alrededor, walking around, el merodeo propio de


quien gira en torno de la realidad sin comprometerse en otra acción que observarla,
parece ser el signo de estos títulos de Juan José Saer. Connotación pueblerina para
una ciudad pequeña, a la medida del observador que la recorre como si la
desconociera. En los pueblos, en efecto, dar vuelta a la plaza es una aventura de
riesgos inesperados. Aquí el círculo es más amplio pero siempre circunscrito al
desplazamiento posible, unas cuadras a la redonda, de pronto un lugar al que se
puede llegar en taxi, una ciudad a la medida de un vagabundeo y de una rutina que
se cumplen a pie. Un individuo gira sobre sí mismo y en la rotación arrastra a otros
semejantes en una panorámica cuyas líneas de contacto y puntos perimetrales
distribuyen una trama.

Esa es la forma de esta novela dividida en dos; a menos de la mitad, como si


abriera un capítulo, pero con título propio, La vuelta completa empieza a girar
alrededor de sí misma en un nuevo círculo con el nombre de “Caminando
alrededor”. Publicada en 1966 por la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil en
Rosario, su reedición reabre uno de los espacios inaugurales del entorno narrativo
gregario de Saer, que irá ajustando sus dimensiones y el variado protagonismo de
sus figuras a lo largo de varias de sus novelas. Hay quienes puedan esmerarse en
la identificación y en el rastreo de ciertos nombres y que logren armar un esquema
de sus apariciones en diferentes cruces y peripecias. Si lo hiciera, el gráfico
resultante sería radial/ circular y permitiría detectar el equilibrio de una narrativa
que sienta las bases para convocar a sus personajes y reiterarlos en futuros
desarrollos. Aquí están los que seguirán siendo, podría decirse, en las novelas de
Saer: van a volver, girarán en redondo y reaparecerán en cualquier esquina con un
efecto de lectura regocijante, el que produce el encuentro en una eternidad posible.
Pero más que los personajes reconocibles, el efecto de perduración se reiterará en
las señales de un estilo pertinaz y envolvente.

Responso
Vidas rotas

Por Beatriz Sarlo

En 1963 se publicó Rayuela. En diciembre de 1964, Responso. Difícil encontrar dos


libros más distintos. Cortázar escribía desde una base sólida, armada con las
vanguardias clásicas, el surrealismo y sus marginalia. Saer, en cambio, da la
impresión de que ha leído bien a Pavese. La forma complicada de Rayuela parecía
el futuro de una ficción cuyo mandato proscribía la lectura lineal, de comienzo a fin;
el programa de Rayuela podía resultar novedoso pero era muy claro en sus
indicaciones. Sobre Saer era difícil decir mucho, en principio porque en 1964 tuvo
muy pocos lectores. Rayuela era un libro esperado. A Saer no lo esperaba nadie o
sólo Juan L. Ortiz, Hugo Gola y sus amigos santafesinos, como Roberto Maurer, a
quien está dedicado Responso.

Además, los dos comienzos sonaban inconmensurables: “¿Encontraría a la Maga?”.


La pregunta descorría el telón ante un escenario parisino habitado por personajes
inteligentes, arbitrarios y misteriosos. Leído ese comienzo mítico contra la imagen
familiar de una mujer que está a punto de poner azúcar en una taza de té,
Responso no promete nada, sino que pide una lectura a la que no le hace grandes
promesas.

Tengo la primera edición de Responso, que no ofrece ninguna pista sobre la novela
ni sobre su autor. Habituada, como todos hoy, a que los libros aparezcan
centelleando en medio de un display publicitario que gestiona la prensa y avanza
interpretaciones molestas o serviciales, el primer libro que Saer publicó en Buenos
Aires llevaba sólo la garantía del sello: Jorge Alvarez, editor de una movida
innovadora.

Saer fechó la escritura de Responso entre diciembre de 1963 y enero de 1964.


Tenía, por lo tanto 26 años, que no fueron motivo suficiente para escribir una
novela juvenil. Esa novela será Cicatrices, aunque es arriesgado y probablemente
injusto que la edad de algunos de sus personajes y la relación de Angel con su
madre sean toda la prueba de juventud de un texto original y seguro. La literatura
de Saer parece haber sido compuesta siempre por un escritor que desprecia (u
oculta) las vacilaciones del que comienza. Su editor, Alberto Díaz, me dice que, en
las sucesivas reediciones para Seix Barral, Saer no corregía nada o sólo, muy de
vez en cuando, alguna errata. Lo escrito ya estaba escrito para siempre.
Si las fechas son verdaderas, Responso se escribió muy rápido, digamos que más o
menos tres páginas por jornada para armar una trama que transcurre entre las
ocho de la tarde de un día de diciembre de 1962 y el amanecer del siguiente, más
un flashback en el segundo capítulo, que sintetiza los diez años anteriores, pero
claro está: no parece una síntesis. Esa velocidad de escritura (Roberto Maurer
recuerda las noches interminables de aquellos primeros años, que compensaban las
también interminables horas diurnas dedicadas a leer y escribir) podría
razonablemente atribuirse a la juventud. Pero no parece juvenil, salvo unida a otros
casos excepcionales de historia literaria, la seguridad sin vacilaciones de la novela.
Saer quiere mostrarse ya hecho como escritor aunque quizá no como el que será
pocos años después. Es un escritor formado el que termina su formación en sus
tres primeros libros, fórmula paradójica que, sin embargo, es exacta. Responso no
se podría hacer mejor: lo que sí estaba en el futuro eran mejores novelas de Saer.
Pero Responso no es un ejercicio preliminar.

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