Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
Zona de prólogos.
Seix Barral
285 páginas
Hay una primera conclusión que pudiera parecer un poco evidente al abordar la
propuesta de Zona de prólogos: Saer es un escritor para ser releído. Y no lo es sólo
porque efectivamente pueden releerse los libros de Saer como hicieron los críticos y
escritores convocados en este volumen, sino porque hay algo decididamente
abierto e inacabado en el corazón de su sistema literario, hay todavía múltiples
entradas para un mundo propio, no cerrado. En ese sentido, la propuesta de Zona
de prólogos es ni más ni menos que una invitación para volver a Saer libro por
libro, obra por obra en orden cronológico. Otra conclusión, no tan evidente, y que
se va desenvolviendo a medida que se avanza en la lectura: no se lee a Saer en
contra de otros escritores argentinos. Si bien hay que admitir que él tenía gustos
definidos y definiciones estéticas fuertes, que aparecen muy bien representadas en
la confrontación que hace Beatriz Sarlo entre el momento de salida de Rayuela
(1963) y el de Responso (1964) –confrontación que se agranda porque los dos
textos ni siquiera se rozan– o en la consideración de Glosa como novela política que
hace Martín Kohan, la obra de Saer obtuvo un grado tal de autonomía que lo alejó
del uso posible de tal contra cual; provoca la necesidad de absorberse en su
mundo, simplemente se aleja del campo de confrontación, que queda como un
horizonte ya lejano donde chisporrotean fuegos cruzados de los años ‘60.
Saer quedó indudablemente incluido en ese diálogo tenso y por momentos de oídos
sordos entre los ‘60 y los ‘80, que empezó a abrirse paso desde la apertura
democrática. Por entonces, una matriz pluralista y antiautoritaria del discurso
literario y el campo cultural vino de la mano de cierto elitismo intelectual que
menospreciaba todas aquellas propuestas de escritura que, por una razón o por
otra, logarara algún impacto de lectura por decir así, popular. Se rechazó lo
comercial, algo un poco absurdo porque el campo editorial de esos años todavía era
un páramo (y no Pedro, justamente), en nombre no de la calidad estética sino de la
complejidad conceptual y literaria de los libros. Lo curioso es que sin ser un escritor
del mercado ni mucho menos, en la mitad de los años ‘80 Saer logró filtrar en el
campo literario argentino un combo más que atractivo: con El entenado y Glosa
puede deslumbrar a un lector más o menos avezado pero no necesariamente
especializado; con La ocasión, llega con el prestigio de un premio como el Nadal. Se
lo empieza a estudiar en las facultades, no sólo en la UBA, también en Rosario, en
Santa Fe. Este libro, sin ir más lejos, es parte de una iniciativa de la Universidad
Nacional del Litoral, donde se nombró a Saer doctor Honoris Causa, título que no
llegó a recibir en mano. En la facultad y sus alrededores –bares, calle Corrientes,
talleres literarios– empezó a circular su obra, se leían Palo y hueso, La Mayor,
Cicatrices, Nadie nada nunca. Era el descubrimiento que a la vez ya era un
redescubrimiento: a partir de los ‘80, se lo lee con la plena conciencia de que ese
autor había sido muy relegado en las décadas anteriores.
Esa suerte de tensión entre leer por primera vez y releer ahora, tal como lo
propone Zona de prólogos, aparece nítida en Noé Jitrik, quien confronta su lectura
contemporánea a la salida de El limonero real con la que hace ahora para el libro.
Todos los convocados se encuentran, en rigor, con esta suerte de regreso al
recuerdo de lectura para la lectura del presente. Hay, entonces, en juego, tres
tiempos de lectura: la contemporánea a la salida de los textos, la Gran
Recuperación de los ‘80 y esta tercera visita del nuevo siglo, con el autor ausente y
la presencia de la novela inacabada, La Grande (muy interesante artículo de Juan
José Becerra, que cierra el libro), lo que confirma la sensación de relato que vuelve
y envuelve, la puerta que, cuando parece cerrarse, se abre.
Hay que aclarar que aquí el uso de la palabra “prólogo” se inclina para el lado de la
metáfora. Como señala el compilador, Paulo Ricci, “es un libro de prólogos al que le
faltan, detalle no menor, todos los libros prologados”.
“También es una evocación, desde la lejanía que impone hablar de los libros en su
ausencia, de la proximidad que tenemos con muchos de esos textos, escritos que
tal vez hace tiempo no visitamos pero que pertenecen a nuestra más preciada
intimidad”, señala también Ricci. “Este libro es un pretexto para volver a leer todos
los libros de Juan José Saer.”
Que así sea. No sólo para los relectores. Es casi seguro que quien vuelva sobre los
pasos de su biblioteca o quien vaya a abordar a Saer por primera vez, vuelva a
sentir el sabor –o lo sienta por primera vez– del contacto personal que
inmediatamente genera, esa preciada intimidad que señala Ricci. Inmersión en un
ciclo que la muerte interrumpió pero sin dejar de permitir que las entradas sigan
abiertas, en el futuro, en la zona.
Glosa
La ocasión
Sin ese fondo brumoso, vagamente apócrifo, sin embargo, Saer jamás podría
repetir, desplazándolo apenas con uno de sus toques de hartazgo irónico, el
bautismo a la Melville con el que abre el libro: “Llamémoslo nomás Bianco”.
Tampoco recortaría con tanta nitidez el acontecimiento que de algún modo pone en
marcha la ficción, esa hecatombe que parte en dos la vida de su héroe y pasa a
ocupar para siempre el lugar del origen: la maquinación que desenmascara a
Bianco en un teatro francés, a sala llena, a mediados del siglo XIX, obligándolo a
cajonear por un momento una promisoria carrera internacional de mentalista. Se
trata en verdad de un nuevo punto de partida, un segundo arranque, una
reinauguración. Todo lo que en el origen de Bianco es indeterminado y turbio
(lugar, nombre, circunstancias), adquiere ahora la precisión, el brillo de una
pesadilla: cuándo (1857), dónde (un teatro de París), quién (una camarilla de
académicos positivistas empeñados en impugnar sus poderes mentales), para qué
(restituir, contra la prédica práctica de Bianco, devoto de las facultades de la
mente, la primacía de la materia sobre el espíritu).
El limonero real
Todavía y más
Quizás haya que ver El limonero real en una doble perspectiva; la primera en
relación con la obra entera de Saer; la otra con los propósitos más notorios de la
narrativa argentina. En cuanto a ese conjunto narrativo, los rasgos que ordenen El
limonero real, que se hallaban ya en los textos precedentes, impregnarán casi toda
su obra, aunque en sus novelas últimas lo concerniente a personajes,
características y conflictos o incluso tramas, ocupará más lugar y reducirá un tanto
la radical propuesta de El Limonero real. Me atrevería a decir que su proyecto, de
una coherencia ejemplar, tiene en este libro una summa, aquí está todo lo que lo
funda y le confiere un lugar muy diferente, dentro de una línea, aunque sin
entregarse a ella, que incluiría la propuesta de Macedonio Fernández, Juan Carlos
Onetti, Jorge Luis Borges, Antonio Di Benedetto.
Razonamiento o ubicación que nos conduce al segundo tema, cómo entra este libro
en la narrativa argentina, cuyos productos no ocultan una marcada predilección por
la “historia” en detrimento de la escritura; en el fondo, opción por un “realismo”
apasionado por fragmentos “interesantes” de devenires psicológicos o sociales y
aun históricos. El limonero real presenta, por el contrario, un dilema para lecturas
directas y llenas de intenciones que eran y son generales y muy aceptadas, se diría
que naturalizadas. El limonero... es difícil o fue difícil, tal vez ahora no lo sea tanto;
ahora, entiendo, no ofrece la fácil dificultad –si se lee buscando o percibiendo algo
más que lo evidente– de novelas que le son contemporáneas, como las de Puig en
una línea, o las de Viñas en otra vertiente, o las de Beatriz Guido en otra inflexión,
autores con los que se comparó su propuesta, desechada o puesta en suspenso con
argumentos que hoy no resistirían una mera consideración. Pero lo que no fue ni es
difícil es reconocer en su aislamiento una fuerza única que pudo haber producido un
cambio en las ideas recibidas de lo que debía y podía ser la novela para esta
literatura y que quizá no lo produjo, o no lo produjo del todo aunque quizá lo
produjo y no lo podemos verificar, pero por nuestras limitaciones, no por las de ese
texto todavía, y más, deslumbrante.
La vuelta completa
Un inconformismo seco e
implacable
Responso
Vidas rotas
Tengo la primera edición de Responso, que no ofrece ninguna pista sobre la novela
ni sobre su autor. Habituada, como todos hoy, a que los libros aparezcan
centelleando en medio de un display publicitario que gestiona la prensa y avanza
interpretaciones molestas o serviciales, el primer libro que Saer publicó en Buenos
Aires llevaba sólo la garantía del sello: Jorge Alvarez, editor de una movida
innovadora.