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un buen
el murakami corredor.
argentino
No me gustan los trabajos técnicos para
aprender a correr. Los practico y no me
salen bien. Me aburren los ejercicios de
elongación. Trato de evitarlos. Tengo un
pie torcido y piso mal. Desde hace tiempo,
tengo pendientes estudios biomecánicos.
50 km por los cerros salteños, o la carrera en la La única vez que visité a la nutricionista,
no atendí sus recomendaciones. Tampoco
que un escritor se convirtio en ultramaratonista. soy un tipo orgánico en los entrenamientos.
Ascenso, derrumbe y resurreccion en una aventura Respeto la pauta que se ordena en los grupos
de corredores de Luis Migueles, pero en
con las uñas partidas. los trabajos individuales mi protocolo es la
improvisación. Salgo a correr 10 km y tiro 17.
Por Marcelo Larraquy Altero el orden de la rutina en el gimnasio.
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Voy a nadar y después hago velocidad.
aventuras
en primera Debería ser al revés.
persona
Sumergido en esa amplitud o arbitrariedad
de procedimientos, valoro el hecho de correr
como un acto de libertad. Y lo hago con res-
ponsabilidad y disciplina. Preparo las carre-
ras con cuatro o cinco meses de anticipación,
me propongo objetivos en principio fuera de
mi alcance, pero necesito tener algo en mente
que parezca imposible. Tener una motivación.
Armar un escenario. Y, lo más importante, o
lo que considero más importante, es que quie-
ro ser un corredor. De calle o de montaña. Me
da lo mismo. Tengo esa voluntad. Ese deseo.
Bien o mal, trabajo para eso.
Admiro y respeto a la gente que corre. Les
admiro los madrugones, el cuidado en las
comidas, el cumplimiento de los detalles pre-
vios a las carreras; la tensión, los anteceden-
tes, las epopeyas, las decepciones, las recupe-
raciones, los viajes, todas las conversaciones
que envuelven a personas que acaban de cono-
cerse pero tienen un sueño en común. Correr.
Sueñan que corren hasta cuando duermen.
Sueñan con carreras en montañas, en playas,
en desiertos, en cualquier calle. Y se imagi-
nan corriendo. Y, después, cuando tienen que
poner el cuerpo en la carrera, tiran para ade-
lante; ya sea contra el viento, bancando la llu-
via, la nieve o el calor. No interesa el obstáculo.
Al contrario: les sirve para ponerse a prueba.
Aprietan los puños y piensan en que tienen
que seguir. Después irán viendo cómo. Pero
siempre para adelante. Son corredores. Gente
que se toma en serio lo que corre. La vida les
está ofreciendo una oportunidad, la primera
o la segunda. No sobran muchas más. Por lo
Me propuse correr la
cia, de la fortaleza humana. Garneau entrena
cinco horas y después desayuna. Corrió en el
Como si no estuviera. Mi objetivo fue des- para arriba, en forma moderada, pero para llegaban desde abajo, e imaginaba verlos des- muscular. Además, la montaña obliga a bajar Oeste; la que me recomendó que pisara con al llano, mientras nos cruzábamos con toros,
cansar mientras corría y preservarme para arriba, hasta la quebrada de San Lorenzo, pués de la próxima curva o cuando el bosque como sea, no admite detenciones, y a diferen- toda la planta del pie en la trepada, porque cabras y cerdos. Apenas le dije “hola” y con-
el momento clave. Si en un maratón de calle el kilómetro 19, donde se iniciaba la monta- se abriera un poco. Pero pasaban los minutos cia de la calle, el dolor no se transforma en si no, iba a “cortar” gemelos; el flaco, salteño, tinué corriendo. No sé si por cansancio o por-
la historia se escribe a partir del kilómetro ña. Una sopa de arroz bebida al paso, recar- y las voces desaparecían. En el silencio de la temor. Al contrario: te obliga a no distraerte que me relataba desde un metro abajo cómo que se estaba haciendo bastante tarde, pero
30, en esta carrera calculaba que el desafío ga de energías, cereales, frutas, agua, todo montaña sólo escuchaba mi respiración. y a pensar en cómo afrontar los peligros de el ejército realista había avanzado sobre la había perdido interés en hacer cualquier tipo
empezaría en el kilómetro 36, cuando bajá- a la mochila. Después, un bosque espeso Me entretuve con mis tobillos. Veía cómo se un descenso bastante técnico, dada mi inex- misma quebrada que nosotros para matar a de comentario. [[[ Continúa en pág. 120 ]]]
en las piernas,
subir y bajar los 2.600 metros de la quebra-
da de San Lorenzo. Volví a tomar la sopa de
con la noche y la
arroz, a recargar calorías. Era el momento en
que supuestamente iba a poner a prueba mi
voluntad y mi temple para librar el combate
verdadero. O por lo menos eso me había pro- incertidumbre, ya
metido hacía 9 horas. Acá empezaba el desafío.
Pero a poco de retomar el trote en un cami- estaba dentro de la
no abierto, largo y pedregoso, sentí que estaba
fuera de carrera. Me decepcionaba ver grupos carrera. Y me estaba
de chicos en bicicleta, un partido de rugby en
un club, el polvo detrás de las ruedas de una convirtiendo en un
camioneta. No encontraba indicios de la com-
petencia en ningún lugar donde mirara. O me ultramaratonista.
había equivocado de recorrido o correr era
una ficción en la que el único que creía era yo. Volvimos a avanzar hacia arriba, sobre una parte de la batalla, que yo asumía vital para
Pregunté a algunas personas si habían visto lomada, otra vez el ascenso moderado sobre la carrera, se la estaba llevando el miedo. Y
gente correr y las respuestas eran imprecisas los pastizales, la atención a los pozos y a los aunque me daba cierta esperanza el resplan-
o negativas. Naufragué por lo menos media tobillos. Hasta que él dijo: “Acá ya no se puede dor de las luces del alumbrado público allá a
hora en la perplejidad hasta que un policía me correr más”. Y me pareció un buen consejo. lo lejos, no se me ocurría pensar cómo iba a
interiorizó del asunto: la carrera existía, aun- Tenía todo para ganar si le seguía el ritmo y zafar esta vez. No sabía dónde estaba ni qué
que él hacía rato que no veía pasar a nadie. traté de que no se me escapara más allá de hora era. Si dejaba de ver las cintitas blancas,
Seguí corriendo aunque moralmente 30 metros. Cumplí el plan hasta el puesto del estaría definitivamente perdido.
estaba fuera de competencia. Me acordé del kilómetro 45. Llegué con bastante frío y esta- La curiosidad terminó por salvarme.
kilómetro 38 en Nueva York, entrando en el ba transpirado. Tomé al paso un mate cocido, Tomé el celular de la mochila. Eran las siete
Central Park, con miles de personas acla- comí una banana y cargué barras de cereales, y media. Lo vi en la luminosidad de la pan-
mando desde las vallas a los corredores. Justo pero la mínima demora me hizo perder la guía talla. El resto de la carrera fui guiado por
hacía seis meses. Ahora, estaba trotando en del maestro. Retomé el tranco de forma respe- esa tenue luz, con el aparato en la mano.
cámara lenta en el polvo de un camino de table, pero jamás volví a encontrarlo. Me daba confianza para abrirme el camino.
tierra, y pronto me internaría en el curso de Cada tanto, aparecían uno o dos compe- La diferencia era abismal. Sentía que esta-
un arroyo seco, saltando con lupa piedra tras tidores de 80K: algunos corrían y otros no, ba descubriendo el mundo a cada paso. Y
piedra, para que las uñas no me castigaran. pero todos estaban aparentemente enteros y después empecé a ver más nítidas las luces
No estaba de ánimo. Algo no estaba fun- tenían un paso devastador que yo no podía de la ciudad. Y a escuchar la música que
cionando. Se lo comenté a un muchacho de 30 sostener. Desaparecían para siempre des- subía desde abajo. Recuerdo una canción
años, al que jamás había visto antes y tenía pués de cada curva. de Juan Luis Guerra que siempre me había
un ritmo y una condición atlética razonable- Ya tenía la noche encima y las manos hin- atormentado y que ahora resultaba una
mente superior a la mía. Para asociarlo en mi chadas por el frío. Me empezó a preocupar bendición. Sentía que ya estaba. ¿Qué falta-
mal humor, le dije que estábamos haciendo que no viera el recorrido: no podía seguir con ría? ¿Un kilómetro? Pensé en la alegría que
un tiempo de mierda. “Debemos ser los últi- facilidad las pequeñas cintas blancas coloca- me produciría llegar a la meta. Aun con la
mos...”, agregué con una mala onda a prueba das cada 30 o 40 metros, que lo iban delinean- fatiga en las piernas, con la noche y la incer-
de balas. do. La marcha a ciegas me quitaba seguridad tidumbre que me habían aplastado, con las
Como muchos de los corredores de mi en el paso. Había muchos desniveles, cam- once horas y media de carrera que cargaba
magro nivel, en algún momento de las carreras bios abruptos en la traza. Sabía que era una encima, había logrado superar el desafío. Ya
me interno en situaciones de angustia o triste- noche fantástica, estrellada, pero no estaba estaba moralmente dentro de la carrera. Y
za, ya sea por el esfuerzo, las lesiones o marcas en condiciones de apreciarla. Me puse como me estaba convirtiendo en un ultramarato-
debajo de las expectativas, como usualmente objetivo no desprenderme de los competido- nista. Algunas semanas antes, todo esto me
es mi caso. El muchacho, en cambio, fue opti- res que pasaran con linternas enganchadas parecía una locura. El escenario que había
mista. “No, atrás hay una banda todavía...” en la cabeza para que me ayudaran a ver el creado ya estaba enfrente de mí. Sonreí
Enseguida lo supe: él estaba corriendo el camino. Creo que fueron tres o cuatro. Pero para adentro. Eran las 8 de la noche, cinco
80K, y aunque había iniciado la carrera dos se me fueron a los 200 o 300 metros. minutos después, estaba en un taxi, con una
horas antes, llevaba cosechados 30 kilóme- Estaba perdiendo fuerzas y, por sobre todo, medallita colgada, pensando en una ducha
tros más que yo. la oscuridad me impedía pensar bien. Esta y en dónde podría correr la próxima vez. B