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Cuando mor por segunda vez y nac por tercera, lo nico que se oa era una guitarra elctrica.

Vern, es que slo as se puede resucitar.

En el tren
Ese da, el seor Mostach se alis los bigotes. Haca mucho que no lo haca, al menos no con el significado que tena la alisada de bigotes de ahora, porque el Sr. Mostach siempre cuidaba con esmero sus bigotes. As, su camisa poda estar un poco arrugada, o los zapatos un poco sucios, pero el bigote deba estar impecable. Cuidaba su bigote como Dal o Zapata cuidaban a sus respectivos bigotes. Esa maana, Sr. Mostach haba salido con un poco de prisa al trabajo, despus del obligatorio caf con su consecuente dona. Corri un poco para tomar el tren, se sent con cierto alivio y abri ante s el peridico de aquella maana. Pero no alcanz a terminar. A los 15 muertos ya se haba aburrido. Con esto, no quiero decir que Sr. Mostach quisiera ms accin. De hecho, ya haba suficiente accin. Demasiada, para su gusto. As que opt por ver hacia la ventana. Cuando faltaban 4 estaciones para llegar a la suya, Sr. Mostach encontr aquel prodigio, salido Dios sabe de dnde. Tena mucho, muchsimo, sin ver unas piernas como aquellas. Piernas de diosa. Fue entonces cuando se alis los bigotes por primera vez. Se trataba de una hermosa dama con andar elegante. Tena unos hermosos ojos oscuros y mejillas rojizas al natural; su pequea cintura, su hermosa silueta y esas hermosas piernas. Durante el viaje a las dos siguientes estaciones, Sr. Mostach casi no pudo quitarle los ojos de encima. Los dems pasajeros tampoco, pero era evidente que ella no vea a ninguno. Al nico que dedic dos miradas furtivas fue, precisamente, a Sr. Mostach. Despus de esas dos miradas, l (casi imperceptiblemente) le gui un ojo. Ella sonri levemente. Y los dems pasajeros se quedaron entre aturdidos y envidiosos. Al llegar a la 3ra estacin (una antes que la de Sr. Mostach), ella se baj del vagn y, antes de que cerraran las puertas, todos los pasajeros y el propio Mostach vieron cmo un hombre la saludaba y la besaba en la boca. El Sr. Mostach se qued tan pasmado como el resto de los pasajeros un minuto atrs, mientras que estos ya empezaban a sonrer burlonamente. Entonces, a nuestro querido Sr. Mostach no le qued ms remedio que volver a alisarse los bigotes mientras se cerraban las puertas y el tranva parta hacia la ltima estacin.

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