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INTRODUCCIÓN

EL ALFILER EN LA SILLA: SENTIDOS, PROYECTOS


Y ALTERNATIVAS EN EL DEBATE DE LAS POLÍTICAS
SOCIALES Y DE LA ECONOMÍA SOCIAL*

CLAUDIA DANANI

Sólo hay dos caminos abiertos a la investigación mental:


la estética y la economía política.
(S. MALLARMÉ, citado por ALVITE, 1997)

A afirmaçâo discursiva dos valores é tanto mais necessária quanto mais


as práticas sociais dominantes tornam impóssivel a realizaçâo desses valores.
(de SOUSA SANTOS, 2000)

Cada época (y, probablemente, cada geografía) tiene sus lugares


comunes. Sin duda, uno de los correspondientes a la época actual, en
particular si de trabajos realizados desde las Ciencias Sociales se trata,
es la referencia a “la crisis”, a las transformaciones sociales (en sentido
amplio) de las últimas décadas y a la “globalización”. También un
“lugar común”, con inmensa capacidad de construir la realidad, se ha
tornado la alusión a la pobreza, al desempleo y a la exclusión.
Este libro no es la excepción: salvo el primer artículo, de Chris-
tian Topalov, todos los demás reflexionan, exponen información y
producen argumentos en torno a “la crisis” actual, a las transfor-
maciones y a la globalización. Sin embargo, lo hacen en un sentido
1
distinto o, mejor dicho, opuesto al del lugar común : sus referencias

* José L. Coraggio, Alberto Federico y Susana Hintze fueron, a la vez, dispuestos


lectores y comentaristas de esta introducción. Como siempre, Javier Lindenboim
intentó que fuera implacablemente rigurosa con cada afirmación y, defendiendo al
lector, pugnó porque expusiera mis ideas con toda la claridad posible. Ni unos ni
otro tienen aquí el texto que esperaban, pero colaboraron mucho para que mejorara
desde su versión original.
1. “Lugar común: 1 Principio general de que se saca la prueba para el argumento
en el discurso. 2. m. Expresión trivial, o ya muy empleada en caso análogo” (Diccio-
nario de la Real Academia Española, 2003).

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POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

ponen en cuestión, ponen “patas para arriba” el principio general


que caracteriza esta época. Dicho de otro modo, los autores de cada
uno de los artículos discuten en sus mismísimas raíces distintos
argumentos, expresiones y enfoques que, en torno a los temas plan-
teados, han visto la luz y se han instalado en los últimos veinte
años. Desnaturalizan, en fin, el lugar (sentido) común del neolibe-
ralismo.
En consecuencia, no se trata de un libro celebratorio ni compla-
ciente en ningún sentido: ni de enfoques, ni de propuestas, ni de
argumentos. A la inversa, la selección de los trabajos estuvo guiada
por el objetivo de tornar incómoda toda reflexión (no permitir/per-
mitirnos el reposo en ningún asiento), de mantener alerta la capaci-
dad de autovigilancia, y así avanzar en nuevas reflexiones y en la
formulación de nuevos problemas. Parafraseando a Offe (1990), diría
que el libro es resultado de la búsqueda de los problemas estructura-
les que tornan problemática, en vez de autoevidente, la conexión
entre los estudios sobre política social y la propuesta de la Economía
Social2.
En lo que sigue, entonces, revisaré algunos de los conceptos,
dimensiones y aproximaciones que se han construido en torno de
las políticas sociales, ejercicio que me parece indispensable para
intentar una reflexión desprejuiciada sobre la conexión (y sobre
la pertinencia de esa conexión) entre el campo de la Política So-
cial y la propuesta de la Economía Social. Es ese punto de contac-
to, finalmente, lo que constituye el meollo de este libro. Y en su
tratamiento enfrento aquella misma incomodidad, ya que la úni-
ca certeza que traigo es la de transitar un camino extraordinaria-
mente preliminar.

2. Offe dice (pág. 77): “Este problema original, intacto, central y permanente [el
de la reproducción social] es dominado por la sociología en la medida en que es
capaz de identificar los problemas estructurales que hacen problemática en vez de
autoevidente la cohesión y la continuidad histórica de la sociedad y en la medida en
que identifica los medios de ´integración´ social mediante los cuales un sistema
social dado supera, o no logra superar, sus específicos problemas estructurales”.
Volveré sobre esta idea más adelante.

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INTRODUCCIÓN

1. Haciendo sociedad: aproximación conceptual a las políticas sociales


y a la idea de una “economía social”

3
En dos estupendos trabajos , Gerald Cohen recuerda que la socia-
bilidad capitalista se ha construido sobre los principios de la codicia
y el miedo. Y explica: “Desde la codicia, las otras personas son vistas
como fuentes de enriquecimiento (me sirvo de ellos) y, desde el mie-
do, vistas como amenazas” (Cohen, 2001a: 74-75, y 2001b).
Consigno esto porque me interesa señalar un imprescindible punto
de partida: las políticas sociales hacen sociedad... o sociedades, se-
gún sean los principios que las orientan. En otro lugar (Danani,
4
1996) me he referido a las políticas sociales como a aquellas espe-
cíficas intervenciones sociales del Estado que se orientan (en el
sentido de que producen y moldean) directamente a las condiciones
de vida y de reproducción de la vida de distintos sectores y grupos
sociales, y que lo hacen operando especialmente en el momento de
la distribución secundaria del ingreso. En este último aspecto, ello
significa que lo que las distingue es que ese proceso de configura-
ción no obra en el circuito de la distribución del ingreso directa-
mente derivada del proceso de producción, por la vía de la retribución
a los factores (distribución primaria), sino por mecanismos de
redistribución que se le superponen (o, antes bien, sólo analítica-
mente distinguibles de aquélla, pero tampoco idénticos). Esto me
permite postular la (siempre relativa, pero creo que analíticamente
necesaria) discriminación entre políticas sociales y aquellas políti-
5
cas inmediata y tradicionalmente reconocidas como económicas

3. Uno de ellos (Back to Socialist Basics) fue publicado en 1994 y actualizado en


1999, en New Left Review Nº 207 y Revista Mientras Tanto, respectivamente, y
recientemente recuperado en la compilación realizada en español por Gargarella y
Ovejero (2001), que se cita en la bibliografía (dicho artículo figura aquí por su título
en español: “Vuelta a los principios socialistas”).
4. En lo que sigue retomo y reviso las definiciones elaboradas en ese texto.
5. Aprovecho la ventaja de la definición de “política económica” utilizada en otra
oportunidad (Lindenboim-Danani, 2002), como “...el conjunto complejo de acciones
emprendidas desde el aparato del Estado, y específicamente desde el nivel guberna-
mental, destinado a enmarcar y orientar la acción del sector privado (eventualmente,
también del sector público) en relación con la actividad económica. En principio se
supone que tal acción se orienta a la consecución del crecimiento económico”.

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POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

y, parcialmente, entre políticas sociales y políticas laborales en sen-


tido general (ya que estas últimas, al regular directamente los in-
gresos del capital y el trabajo, se desenvuelven principalmente en
la esfera de la distribución primaria).
En orden a esta distinción, hay otro aspecto que importa destacar,
y que es definitorio del lugar que las políticas sociales ocupan en el
proceso general de reproducción social, y como parte del régimen
social de acumulación: como ya señalaron otros autores (vg., Cortés
y Marshall, 1993 entre otros) históricamente han cumplido una fun-
ción indirectamente reguladora de las condiciones de venta y uso de
la fuerza de trabajo, tornándose en lo que Offe (1990, 84) ha caracte-
rizado como “(...) una estrategia estatal para incorporar fuerza labo-
ral a la relación salario-trabajo”. Esta segunda cuestión también aporta
a la distinción con las políticas laborales, ya que el carácter directo
de su regulación sobre las condiciones de venta y uso de la fuerza de
trabajo es evidente.
Siendo así, en las políticas sociales se expresan y se construyen,
simultáneamente, los modos de vida y las condiciones de repro-
ducción de la vida de una sociedad –la vida social, en fin–, condi-
ciones que en las sociedades de clases son siempre diferenciales
para los distintos grupos sociales. Ahora, bien: la naturaleza, el
rango de variación y los contenidos de tales diferencias (de la
desigualdad) son objeto de la lucha social y no pueden definirse a
priori. Por el contrario, su determinación es el resultado de estu-
dios específicos, porque específicos son los procesos en que se
configuran.
Hace a la propia índole de estas políticas, entonces, el que en
ellas se expresen “(...) la medida en que una sociedad se acerca o
se aleja del reconocimiento de las necesidades de todos sus miem-
bros y su capacidad de protección de los mismos” (Grassi, 2003:
25-26). Y, si a la vez que seguimos la línea del análisis de esta
autora, asumimos a “la economía” como “(...) el sistema que se da
una comunidad o una sociedad de comunidades e individuos, para
definir, generar y administrar recursos a fin de determinar y sa-
tisfacer las necesidades legítimas de todos sus miembros” (ver
Coraggio en este volumen), la existencia misma de las políticas
sociales es una muestra de la falacia (siempre evidente, siempre
recreada) de la separación entre economía y política en la que se
apoya la teoría económica neoclásica y la representación liberal

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INTRODUCCIÓN

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dominante . Desde distintas perspectivas, dos autores de este li-
bro (Standing y Coraggio) se detienen en este proceso de la sepa-
ración de economía y política, acto verdaderamente germinal de
las sociedades modernas (vg., capitalistas), en la medida en que es
el punto de partida de la sociabilidad descripta por Cohen, y cons-
titutivo del enfoque sobre la política social que aquí expongo.
En este sentido, ubico a las políticas sociales en el centro mismo
del proceso de constitución (de permanente constitución, vale decir,
de constitución-reconstitución) de la forma mercancía de la fuerza
de trabajo. Proceso que es social, en sentido amplio, y que digo así
para oponerlo a definiciones que, porque se expresa institucional-
mente en el “mercado de trabajo”, inscriben este proceso en el “or-
den económico” (como si “los mercados” pertenecieran a una esfera
“propiamente económica” o, aun más, como si esa esfera existiera
como tal). Por el contrario, la constitución de la forma mercancía de
la fuerza de trabajo, y por lo tanto el desarrollo de políticas sociales,
es un proceso sociopolítico, institucional, económico y cultural7, en
el que se construyen el trabajo y la política, y en el que una sociedad
define los sujetos, objetos y medios legítimos de satisfacción de las
necesidades (Lindenboim y Danani, 2003).
Así dicho, no puede hablarse de “política social” antes de que se
configuraran, al menos, las sociedades capitalistas. Y, es justo reco-
nocerlo, genera reservas acerca de la pertinencia de su uso en socie-
dades que pretendieron superar el capitalismo, caracterizadas por
Standing (1999) como dependientes de una fuerza de trabajo pasiva,
aunque ello no signifique mercantilizada. Definiciones y clasifica-

6. En aquel mismo texto, agrega Grassi: “Son, en fin, la manera en que la cues-
tión social es constituida en cuestión de Estado y, en consecuencia, el resultado de la
politización del ámbito de la reproducción” (Grassi, 2003:25).
7. Hace ya más de diez años, decía Grüner: “Se puede leer en el propio Marx, por
ejemplo, que el funcionamiento mismo de las relaciones de producción capitalistas
sería inimaginable sin el elemento “ideológico-cultural” del fetichismo de la mer-
cancía, que interpela a los sujetos constituyéndolos como sujetos de un mercado y
no de un proceso productivo (Grüner, 1991:164). Para hacer justicia con el autor,
vale señalar que en el texto al que pertenece la cita discute, precisamente, la natu-
raleza global del sistema capitalista, contra las versiones “economicistas” que
cíclicamente disputan el centro de las interpretaciones; esto es, lo que de Sousa
Santos denomina una “forma de civilización” (2002b:23).

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POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

ciones, sin embargo, tienen siempre una utilidad limitada, y llega un


punto en que es más fructífero detenerse en las interfases y articula-
ciones, que en las distinciones. Por esa razón, resumo diciendo que
reservo el término “intervenciones sociales” para dar cuenta del con-
junto de intervenciones que producen las condiciones de vida y de
reproducción de la vida, incluyendo en ellas a las políticas laborales,
que en las sociedades capitalistas constituyen el eje de esas condi-
ciones; y el de “política social”, para esas intervenciones sociales
que, entre aquéllas, revisten las características señaladas anterior-
mente. Esto me permite reconocer “intervenciones sociales” en otros
modos de organización social, sin denominarlas indiferenciadamente
como políticas sociales.
Algo similar puede decirse de la Economía Social en el sentido
que aquí le doy: aunque algunas instituciones que hoy reconocemos
como formando parte de un sistema (real o potencial) de Economía
Social ya existían (cooperativas, mutualidades, asociaciones que in-
cluso en sus orígenes tenían carácter corporativo-medieval, como
las fraternidades y talleres de oficios), su actual posición como por-
tadoras de prácticas y principios distintos a los del intercambio mer-
cantil y a la competencia con fines de ganancia, surgió en el momento
de la constitución de las “sociedades de mercado” y, específicamente,
de la organización del mercado de trabajo.
Como describe muy bien Laville (1999), disociación de política y
economía (en realidad, retiro a largo plazo de la economía del domi-
nio político), naturalización de esta última y despolitización del tra-
bajo (la invalidación del trabajo como cuestión política), fueron y
son una sola operación, aunque se desarrolló a lo largo de un siglo.
Y esa despolitización obturó la posibilidad de la democratización del
trabajo, proyecto del movimiento asociacionista vinculado con las
organizaciones obreras y con sus luchas por la defensa o reivindica-
ción, según el caso (Laville, 1999; Coraggio, 2002b).
Pero aun entonces, en sus orígenes, materialmente y/o como pro-
puesta defensiva o emancipadora, la idea de “Economía Social” na-
ció y creció desgarrada en un campo discursivo ambiguo e inespecífico.
En efecto, en el seno mismo del movimiento higienista y de las co-
rrientes filantrópicas del siglo XIX se levantó la demanda por “una
economía social”, estrategia dirigida a los sectores populares defini-
da como “...todas las formas de dirección de la vida de los pobres con
vistas a disminuir el coste social de su reproducción, a obtener un

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INTRODUCCIÓN

número deseable de trabajadores con un mínimo de gasto público”


(Donzelot, 1978, 20)8. Fue esa estrategia, agrega Donzelot, la que se
conocería más comúnmente como “filantropía”. De este modo, en la
construcción histórica de la Economía Social encontramos un proce-
so similar a aquel que presenta Topalov en este volumen, con su tesis
de que la reforma social (y las políticas sociales que de ella deriva-
ron) que se abrió en la segunda mitad del siglo XIX, pero que se
consolidó a partir de 1880, sentó “(...) las bases de un ordenamiento
del sistema de poder que a la vez [puso] frente a frente y [unió] a las
clases dominantes y las clases subalternas”.
A mi juicio, la naturaleza de esa fractura política y teórica y de la
disputa actual alrededor del sentido de la Economía Social y de la
Economía del Trabajo, y de sus posibilidades de erigirse en una alter-
nativa frente a las peores tendencias desplegadas en la sociedad
mundial actual, es constitutiva tanto del campo de la política social,
como del referido a la Economía Social (correspondiendo ambos a
órdenes diferentes). Al inicio de este acápite dije que las políticas
sociales hacen “distintas sociedades”, según cuáles sean los princi-
pios que las orientan. Como se ha visto, también la expresión “Eco-
nomía Social” ha albergado proyectos sociales distintos y en tensión:
el de la defensa de los intereses de las clases trabajadoras, por un
lado, y por el otro, el de vincular las instituciones patronales con el
operario y su familia, socializándolo en la vida de la empresa, a la
que a la vez se responsabilizaba por el problema de la “seguridad
civil” de los trabajadores (Eid, 2003)9.
Al decir que “la fractura política y teórica y la disputa” son cons-
titutivas de ambos campos, quiero decir que ninguno de ellos podía
–ni puede– ser sino contradictorio. Lo que me lleva al problema de

8. La Economía Social entendida como filantropía estuvo guiada por el objetivo


de lo que Donzelot denomina “la conservación de los hijos”. Según este autor, dicho
objetivo constituyó el polo de la reforma social del siglo XIX dirigida a los pobres o
“familias populares”, complementada con una estrategia dirigida a las “familias
burguesas” que perseguía el mismo objetivo (la conservación de los hijos). En este
último caso, dado que el problema construido por el Estado y las clases dominantes
era diferente (es decir, que se dio el mismo nombre a otro problema, para otra clase
social), se abrió lugar a lo que se conoció como “medicina doméstica”.
9. Es sumamente ilustrativo el proceso histórico descripto por este autor alrede-
dor de la sanción de la ley de accidentes de trabajo en Francia.

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POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

las necesidades y de la reproducción de la vida, y a la postulación de


la “reproducción ampliada de la vida de todos” como horizonte de la
Economía Social.

2. La cuestión de las políticas sociales y las necesidades


de reproducción de la vida social

Empiezo por una cuestión elemental: tal como en un texto de


hace ya varios años recuerda Topalov, “(...) el valor de cambio de la
fuerza de trabajo no incluye el conjunto de las necesidades históricas
de los productores” (Topalov, 1979:44) o, lo que es lo mismo, es
propio del capitalismo el no reconocimiento del conjunto de las ne-
cesidades de los trabajadores. Primera cuestión, entonces: la forma
mercancía de la fuerza de trabajo se opone a la reproducción amplia-
da de la fuerza de trabajo o, lo que nuevamente es lo mismo, la
mercantilización del trabajo entra en contradicción con toda preten-
sión de reproducción ampliada de la vida de todos. Sobre esta base
puede afirmarse que la crisis del sistema de mantenimiento cotidiano
y de reproducción ampliada de los trabajadores es también una “vir-
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tualidad permanente” .
Ese des-conocimiento del conjunto de las necesidades puede ser
planteado en dos planos: no todas las necesidades son reconocidas;
y/o no todos los trabajadores satisfacen sus necesidades por la vía de
la venta de su fuerza de trabajo, ya que no hay ninguna garantía de
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que todos los productores puedan vender-se . Aunque la virtualidad
de ambos desconocimientos es intrínseca al capitalismo, las formas
que ellos adopten dependen de condiciones históricas específicas, y
se dirime en el curso de la lucha social. Sin embargo, cabe tener
presente algo que hace al contexto de las discusiones actuales sobre
la Política Social y sobre la Economía Social: la transformación neo-
liberal ha llevado ambos desconocimientos a niveles inéditos hasta

10. En otro texto (Danani, 1999) me referí a esta cuestión desde la perspectiva de
la generación de pobreza.
11. En este sentido, la no-venta de una mercancía en general, y de la fuerza de
trabajo en particular, es expresión de su no-necesariedad y representa la negación
misma de la posibilidad de la reproducción.

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INTRODUCCIÓN

ahora, ya que nunca antes tantos productores habían “existido en


vano” (Topalov, 1979:45) (habían sido no-necesarios), y nunca antes
tantos bienes objetivamente necesarios habían quedado sin produ-
cirse, “sencillamente” porque no eran socialmente reconocidos como
tales (bienes necesarios).
Por supuesto, y dado que “necesidades” y “bienes” no preexisten
a las formas generales de organización social, ampliamente defini-
das, aquí me refiero a que comparativamente nunca antes tantos
bienes que podrían ser producidos (porque las sociedades están en
condiciones de proporcionarlos a sus miembros y por los cuales a
la vez incentivan el deseo en ellos) han sido inaccesibles para los
trabajadores. Cuestión que me lleva a una consideración lateral
respecto de la naturaleza de la transformación neoliberal, alrede-
dor de sus diferencias con “otras” crisis del capitalismo. En efecto,
creo que la “crisis de los setenta” se diferencia de las otras “grandes
crisis” (1870 y 1929, en especial) por el hecho de que en aquéllas
fue el propio desarrollo de la “lógica de la acumulación del capital”
el que forzó un reordenamiento que relanzaría el proceso de repro-
ducción del capital (asegurando sus condiciones, a la vez que trans-
formándolas). En los setenta, en cambio, el propio capital es el que
produce la crisis, desplegando un reordenamiento en sentido más
“propiamente capitalista”. De Sousa Santos (2000) expone una idea
por demás sugerente para caracterizar lo medular de este “reorde-
namiento” en el largo plazo: señala que la globalización neoliberal
y el capitalismo neosalvaje han invertido la relación entre expe-
riencia y expectativas, tal como había sido planteada por la moder-
nidad. En efecto, la idea de progreso que caracterizó a esta última
había dado nombre a una situación en la que la primera estaba
“permanentemente desbordada” por las segundas. A la inversa, dice,
para la mayoría de la población mundial la transformación neoli-
beral ha tornado toda expectativa en negativa, aun frente a expe-
riencias presentes completamente mediocres e insatisfactorias. Ello
nos pone, nuevamente, ante la posibilidad de cursos de significa-
dos opuestos: la de que las sociedades impongan un límite a la
tolerancia al retroceso; la de la resignación a que “así son las co-
sas”, ninguna de ellas predeterminada, sino parte de los procesos
de hegemonización político-cultural, “(...) dimensión de la lucha
social que recuerda que todo orden es siempre transitorio” (Grassi,
2003:304). Problema directamente relacionado con nuestra preocu-

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POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

pación acerca de las necesidades sociales (y de su satisfacción, por


supuesto).
El funcionamiento a largo plazo de un sistema de relaciones tal,
requiere de una serie relativamente simple de condiciones generales
que deben encadenarse12. La primera de ellas es el requerimiento de
la conversión de todas las transacciones en transacciones moneta-
rias, de lo que se deriva la necesidad de introducir un medio de cam-
bio en cada articulación de la vida económica (el dinero). A su vez,
de ello procede el hecho de que todos los ingresos deben derivar de la
venta de algo a otros, y que “(...) cualquiera que sea la fuente efectiva
del ingreso de una persona, deberá considerarse como el resultado de
una venta” (Polanyi, 1992:53).
Ahora bien; así las cosas, toda necesidad que los trabajadores
satisfagan por fuera del mercado genera un problema al capital, ya
que en principio violenta la correspondencia entre ingresos deriva-
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dos de una venta . Sin embargo, da lugar a un movimiento contra-
dictorio: por un lado, abarata para el capital el costo de la reproducción
de la fuerza de trabajo, pero a la vez potencialmente refuerza la ca-
pacidad de resistencia de los trabajadores, ya que puede “(...) a veces
permitir a los trabajadores escapar parcial o temporalmente del do-
minio del capital” (Topalov, 1979:47). Se trata, repito, de un movi-
miento contradictorio, irresoluble en los propios términos de las
sociedades capitalistas, en la medida en que ambos contenidos están
irremisiblemente presentes. Aunque, una vez más, la forma concreta
y el sentido que tal contradicción adopte (así como sus resultados)
depende de condiciones y procesos específicos.

12. Queda claro que digo “simple” en su enunciado y no en su establecimiento.


Dice Polanyi: “La transformación de la economía anterior (la economía agrícola
pre-capitalista) en este sistema nuevo es tan completa que se asemeja más a la
metamorfosis de la oruga que a cualquier alteración que pueda expresarse en térmi-
nos de un crecimiento y un desarrollo continuos” (Polanyi, 1992:53).
13. En realidad, Topalov (1979: 47) afirma que “todas las formas de distribución
del producto social a los trabajadores que no pasen por el salario causan un proble-
ma al capital”, para luego ocuparse de ejemplos tales como el del autoabastecimiento
de consumos necesarios por parte de los trabajadores. Como se ve, en el texto no
retomo exactamente esa definición, porque cabe la controversia acerca de si la pro-
ducción en la esfera doméstica, de la que me ocuparé luego, puede ser incluida en el
“producto social” tal como el autor la considera.

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INTRODUCCIÓN

¿Cuáles son las vías por las cuales los trabajadores podrían satis-
facer necesidades por fuera del mercado? Clásicamente, el Estado y
la familia. Ambas vías comparten un horizonte limitado; sin embar-
go, sus contenidos sociales (en términos del entramado de relaciones
a que dan lugar) pueden ser muy distintos; o, antes bien, opuestos.
En una formulación que en la última década se ha tornado clásica
para los estudios sobre política social, Esping-Andersen (1990) ha
denominado a la primera vía –la vía estatal– como desmercanti-
lización, a la que define como el proceso por el cual “(...) se presta un
servicio como un asunto de derecho y [por el que] una persona puede
ganarse la vida sin depender del mercado” (41). Así definida, la
desmercantilización es resultado de las reivindicaciones de los tra-
bajadores, resultado siempre parcial y fragmentario en el que se pro-
duce un movimiento contradictorio con la exigencia de expansión
de los circuitos monetarios, en este caso porque objetivamente socia-
liza (y politiza) la reproducción. Es en procesos de este tipo en los
que claramente pueden reconocerse las políticas sociales, aunque –a
riesgo de ser obvio– ello no significa que toda política social
desmercantilice, pues no toda política social socializa la reproduc-
ción. En la perspectiva de lo que estoy analizando (el continuo pro-
ceso de surgimiento y satisfacción de necesidades sociales), esto ocurre
si (y sólo si) la satisfacción de necesidades se torna un proceso de
reconocimiento de derechos del sujeto, pues sólo entonces la persona
puede independizarse (parcialmente) del mercado, según la expre-
sión de Esping-Andersen, fugando parcial o temporalmente del do-
minio del capital, lo que fortalece la resistencia de los trabajadores,
en los términos de Topalov. Aun así, como se sabe, la satisfacción de
necesidades vía el desarrollo de sistemas públicos (socializados) de
mantenimiento de la fuerza de trabajo fue una forma (“a través de
mediaciones complejas”, como también dice Topalov) activamente
apoyada por el propio capital, que a la vez que abarató el costo
inmediato de reproducción, desplazó “al ámbito del Estado” una par-
te de la lucha de clases.
La “vía familiar” puede ser enteramente diferente14. En un primer
nivel, podría decirse que la satisfacción de necesidades mediante el

14. En “vía familiar” incluyo las prácticas familiares y comunitarias, y ello por
al menos dos razones: 1) porque desde el punto de vista teórico-conceptual partici-

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POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

autoabastecimiento por los propios trabajadores, cualquiera sea la


forma que el mismo adopte, constituye “desmercantilización” en su
sentido más elemental de “sustraer” la satisfacción de ciertas necesi-
dades de los intercambios mercantiles y, por lo tanto, de disminuir la
dependencia respecto del salario. Sin embargo, un movimiento tal no
es desmercantilización en el sentido integral que señalé anteriormen-
te: no socializa la reproducción; por el contrario, la privatiza, reen-
viando a la esfera familiar e individual la responsabilidad por el
bienestar. ¿Debilita necesariamente la capacidad de resistencia a la
explotación y la subordinación? No necesariamente; puede consti-
tuir una estrategia de resistencia pero que, en tanto defensiva, si no
cuestiona la “lógica” de aquéllas, también puede expresar la “resig-
nación” a, y hacer parte de la idea de, que el bienestar (la vida) es un
problema individual/privado15.
Precisamente en torno a este planteo, los estudios de género (y
particularmente el movimiento feminista) han desarrollado una rica
producción que pone en cuestión el concepto de desmercantilización
formulado por Esping-Andersen, no por lo que dice sino por lo que
ignora: precisamente, que no toda desmercantilización es idéntica,
porque las configuraciones político-sociales resultantes de procesos
de socialización y de familiarización son muy diferentes; cuando el
propio Estado estimula estos últimos, incentivando el recurso a una
“informalización del bienestar y de la asistencia”, los “problemas

pa de idéntico proceso, en lo que coincido con la desagregación que en este volu-


men hace Standing acerca de la composición del salario social (véase su componen-
te de “beneficios comunitarios”, que desagrega en beneficios familiares y comunitarios
propiamente dichos); y 2) porque en el análisis histórico puede verificarse que el
pensamiento conservador (y no sólo el neoconservadurismo construido en torno al
neoliberalismo) siempre ha presentado a “la comunidad” como fuente y recurso de
bienestar (por oposición “al Estado”, claro). Hay abundante literatura al respecto,
pero es particularmente rico el análisis recientemente desarrollado por Álvarez-Uría
(s/d). Asimismo, el artículo de S. Hintze en este libro, en el que analiza el concepto
de “capital social de los pobres”, permite razonar en esta misma línea.
15. De hecho, y con formas por demás contradictorias, algunas de las prácticas
autoorganizativas del “Movimiento Piquetero” argentino están atravesadas por esta
tensión. Remito al lector al excelente trabajo de Bottaro, citado en la bibliografía.

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INTRODUCCIÓN

sociales” se identifican con “fallas familiares” (Cochrane, 1997) o


comunitarias, según he dicho (ver nota 14). No son menos importan-
tes las puntualizaciones que desde este mismo enfoque se hacen res-
pecto de la “dimensión de género”, es decir, de los muy diferentes
supuestos y definiciones, sociopolíticos ambos, de las respectivas
posiciones de hombres y mujeres frente a los mercados de trabajo y
de bienes y servicios. Destaco la condición sociopolítica de tales su-
puestos y definiciones, porque sus diferencias no se inscriben en un
debate “puramente” teórico, sino que entrañan consecuencias tam-
bién diferenciales en términos de lo que O´Connor (1998) denomina
autonomía personal. Dicho de otro modo: hacen distintas socieda-
des, más iguales o más desiguales, sencillamente porque algunos
ganan y otros (otras) pierden, tema con demasiada frecuencia igno-
rado en perspectivas “ciegas al género”16.
Sin embargo, aquí no voy a dedicarme a la cuestión de género.
Más bien, y teniéndola en cuenta como trasfondo, me interesa recor-
dar el hecho –bien sabido a esta altura– de que el desarrollo de una
esfera doméstica (familiar y comunitaria) “desmercantilizada” histó-
ricamente ha sido una base necesaria para la mercantilización del
trabajo (Cochrane, 1997; Langan y Ostner,1991; Meillassoux, 1987).
Y como nada hay permanente y universal (tampoco los mercados,
para desdicha del pensamiento liberal...), vuelvo con esto a la cues-
tión de la Economía Social como propuesta de construcción de un
“sistema reflexivo” que permita satisfacer las necesidades legíti-
mas de todos sus miembros (ver el artículo de Coraggio, en este
volumen).

3. Tensiones y posibilidades en la perspectiva de la economía social

El desgarramiento del significado (real, no sólo teórico) que más


arriba mencioné en los orígenes del término “Economía Social” no
ha desaparecido frente a las condiciones críticas en que contingentes
cada vez más amplios de la población mundial reproducen su vida;
por el contrario, esa tensión se ha exacerbado.

16. Esta cuestión es tratada por la literatura feminista que revisa las discusiones
sobre ciudadanía (O´Connor,1998; Pateman, 1992, entre muchos otros).

21
POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

Como bien recuerda Eid (2003), los análisis liberales otorgan a las
experiencias solidarias el lugar de “correctivos” (“compensadores”)
de las crisis cíclicas del sistema capitalista, en el sentido de que, ante
ellas, el surgimiento de experiencias de ese tipo tendrían “(...) la fun-
ción de reducir las presiones populares por trabajo, empleo y renta”
(Eid, 2003:2). Si se tratara de emprendimientos exitosos (es decir,
que crecieran en el contexto de la competencia del mercado capita-
lista), se convertirían en empresas capitalistas y cerrarían en el caso
contrario. Siempre en esta misma línea de análisis, tan pronto como
el ciclo económico reentrara en un ciclo expansivo, los trabajadores
optarían por retornar o iniciarse en la condición de trabajadores asa-
17
lariados .
Dos cuestiones importan destacar aquí: una, de orden teórico-
político; la otra, de carácter más propiamente histórico, en torno a
las perspectivas que pueden avizorarse como “reales”. Intentaré re-
construir ambas, empezando por esta última.
En este volumen y en otros trabajos (1999 y 2002a) Coraggio
afirma que las actuales tendencias del capitalismo mundial muestran
la incapacidad terminante de este último para reintegrar producti-
vamente18 a quienes han quedado al margen de una distribución mí-
nimamente aceptable de la riqueza generada y de los beneficios de
esa producción; y que ello hace a la justificación de la necesidad de
“(...) construir conscientemente otra estructura económica: otros en-
cadenamientos productivos; otra matriz tecnológico-organizativa; re-
formar el régimen de propiedad de activos productivos, financieros y
(...) del conocimiento; definir un marco normativo y una acción es-
tatal y social para introyectar otros valores...” (lo destacado en cursi-
vas me corresponde). Incapacidad de reintegración y necesidad de
esta construcción, agrega, son aun más evidentes en la periferia.

17. Además del desarrollo teórico e histórico del concepto y el problema de la


microempresa, Lindenboim (1988) analiza algunos de los dilemas a los que se en-
frentan los programas de promoción de las mismas, muchos de los cuales en la
actual situación son ilustrativos para los emprendimientos solidarios que en general
servirían de base para un sistema de Economía Social.
18. Entiendo aquí tal “reintegración productiva” en sentido amplio, como pro-
ducción de sociedad; y, por lo tanto, como un proceso de construcción de una comu-
nidad (cualquiera sea su escala) que reconoce como valiosos a todos sus miembros,
sólo por serlo.

22
INTRODUCCIÓN

En los capítulos que forman parte de este libro se desarrollan


análisis fundados sobre la dirección de algunas de esas “tendencias”
que tornan razonable un pronóstico de este tipo; y, aunque formula-
dos desde distintas perspectivas, todos ellos muestran la naturaleza
compleja de un proceso de transformación profundamente regresiva
en el que, si por una parte la materialidad inmediata de la vida co-
lectiva y personal se alteró enteramente (los modos de vida, las con-
diciones y patrones de reproducción, el reconocimiento y atención
de las necesidades –cuáles y de quiénes–, etc.), por otro lado, la trans-
formación de cada una de esas nociones hizo parte de ese mismo
proceso: se de-construyó y reconstruyó el molde y significado de “lo
posible”, “lo aceptable” y “lo deseable”. De las experiencias y expec-
tativas de las que hablaba de Sousa Santos. De la libertad. De la
justicia.
El debate y la búsqueda de alternativas, entonces, se sitúan en
torno a las posibilidades reales de revertir un estado tal de cosas que
condena a millones a la supervivencia en el límite de la existencia, y
para las políticas sociales –tema central de esta reflexión–, el proble-
ma es el lugar que podría caberles en esa búsqueda. Si éstas son las
tendencias y aquélla la necesidad, finalmente, tanto en lo teórico-
político cuanto en lo histórico también para las políticas sociales
toda alternativa debe ubicarse en un horizonte de construcción que
reasuma ambas dimensiones: la que he llamado inmediatamente
material y la política (pues de eso se trata).
Vuelvo aquí a mi nota 2, con la advertencia de Offe respecto de
las cuestiones “autoevidentes” y “problemáticas” de las condicio-
nes de producción y reproducción de la vida social. En la perspec-
tiva que desarrollé hasta aquí, resulta (auto)evidente que los
problemas de la política social, por su propia naturaleza, y el de la
Economía Social, como alternativa socioeconómica, confluyen en
torno de la noción misma de necesidades legítimas. Pues, como he
intentado sugerir, no se trata de idear políticas, en general, que
eventualmente satisficieran ciertos “umbrales mínimos”, aun cuan-
do ellos pudieran ser objeto de precisas definiciones “operativas”.
Si las políticas sociales “hacen sociedad”, si ellas generan y son, en
definitiva, las relaciones y prácticas que hacen a, y en las que se
define, un orden como totalidad (Lechner, 1984; Danani, 1996), la
expansión del reconocimiento social de las necesidades posibles de
ser satisfechas es una dimensión central de cualquier alternativa

23
POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

que se pretenda progresiva, en el sentido de mejorar las condiciones


de vida de los miembros de una sociedad. Grassi lo expresa así: “(...)
son necesidades de la reproducción de todos los miembros de una
sociedad, todas aquéllas posibles de ser satisfechas en las actuales
condiciones del desarrollo de las capacidades humanas (fuerzas pro-
ductivas y culturales), que las comunidades o grupos sociales (en
tanto sujetos colectivos) hacen deseables y reconocen como positi-
vas para su desenvolvimiento y bienestar y a las que, en conse-
cuencia, los individuos pueden aspirar legítimamente” (Grassi,
1998:378. Lo destacado en cursivas me corresponde).
Asimismo, en este volumen y en otros textos (1999 y 2002b),
Coraggio analiza las consecuencias que para supuestos diseños de
políticas sociales tiene la noción de “necesidades básicas”. Así, seña-
la el carácter histórico (es decir, su relación con cada contexto con-
creto) de la definición de las necesidades, noción que contrapone a
los supuestos de definiciones abstractas y universales. “Necesidades
legítimas” son, entonces, aquellas que han transitado un proceso de
reconocimiento social, y de este modo la naturaleza democrática o
antidemocrática de ese reconocimiento estará directamente vincula-
da con el carácter del proceso de construcción de esa legitimidad. En
este sentido, según el autor, la democratización de la sociedad, de la
política y de la gestión de lo público en sí misma, se convierte a la
vez en parte de la satisfacción de la necesidad de los sujetos de cons-
tituirse en ciudadanos plenos, y simultáneamente son condiciones
para la determinación socialmente racional de las prioridades. Vuel-
vo enseguida sobre este punto.
Pensado el tema en estos términos, y como problema de las polí-
ticas sociales en el marco de la propuesta de la Economía Social,
inmediatamente surgen, claro está, al menos dos cuestiones proble-
máticas, de distinto orden cada una de ellas. Mejor de lo que podría
hacerlo yo aquí, de Sousa Santos (2002b) las ha formulado como
desafíos al pensamiento crítico en términos de viabilidad y
deseabilidad. Lo planteo ahora resumido como sigue: ¿es posible cons-
truir (y no sólo deseable en el pensar) un sistema de relaciones –
ampliamente definido, como es el caso de la propuesta de la Economía
Social– que incluya en un mismo horizonte de expectativas y posibi-
lidades de desarrollo personal, libremente elegidas, a todos los miem-
bros de una comunidad, sin que cambien radicalmente las bases
mismas de la organización social? Es evidente que no, en un doble

24
INTRODUCCIÓN

sentido: en primer lugar, porque las condiciones y posibilidades ac-


tuales de satisfacción de necesidades implican un principio de orga-
nización cuya concentración en el momento de la distribución no
tiene precedentes. Pero en segundo lugar, aunque en el mismo tiem-
po “histórico”, porque una parte creciente de esas posibilidades es
apenas limitadamente expansible, ya que se funda en condiciones
no sustentables, que devoran esas mismas condiciones inmediatas y
las de reproducción a mediano y largo plazo, en lo humano y en lo
natural. Primero, entonces, no es posible; segundo (y más importan-
te), no es deseable.
Claro que de esto se derivan nuevas cuestiones problemáticas,
que exigen autovigilancia. Una de ellas es la crítica al “consumis-
mo”, pertinente en el orden de la deseabilidad de la preservación de
las condiciones ecológicas, tanto cuanto de relaciones sociales dis-
tintas y superiores a las que ese consumismo encierra. Pero también
se sabe que parte de esa crítica se desarrolla diferencialmente, como
imperativo moral para las elites consumidoras, y como normativa
para las clases populares; es decir, a uno los convoca, a otros los
normatiza y normaliza (Grassi, 2003). Para las políticas sociales, sin
embargo, ello difícilmente pudiera ser un dilema: sin duda, en su
ejercicio debe impulsarse la satisfacción de todas las necesidades
posibles de ser satisfechas, ya que resultaría cínico atribuir a las cla-
ses populares los riesgos de desequilibrios de ningún tipo. Si es co-
rrecto lo que afirma Sousa Santos (2002b:29), en el sentido de que es
necesario reforzar las líneas de pensamiento y de acción que “tornan
más incómoda la reproducción y hegemonía del capitalismo”, podrá
entenderse como estratégico operar en la ampliación del horizonte
de satisfacción de las necesidades. Siendo así, no obstante, debe ha-
ber algo más: no se trataría sólo de trabajar sobre esta brecha entre
experiencias y expectativas, sino de traer además a la discusión la
brecha entre experiencias y entre expectativas de unos y otros secto-
res y clases sociales, pues allí se encuentra el núcleo y expresión de
la desigualdad; prácticas tales (de pensamiento y de acción, repito)
contribuyen, en sí mismas, a la hechura de una sociedad más iguali-
taria y más justa.
Por supuesto, eso no agota, ni mucho menos, la conexión con la
construcción de una Economía Social. La Economía Social es eso,
una construcción o, antes bien, una hipótesis de construcción, cu-
yas condiciones y horizontes (sus puntos de llegada y de partida)

25
POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

postulan e impulsan una sociabilidad más rica, y ello incluye la


satisfacción de otras necesidades, definidas de otro modo. Por lo
tanto, implica también el desarrollo de otros sistemas de estableci-
miento de prioridades, que requieren de la existencia de esos espa-
cios públicos de negociación y debate de los que habla Telles en
este volumen, pues en ellos se reelabora “(…) el sentido de [las]
condiciones de existencia que conciernen a la convivencia y que
requieren juicio ético y deliberación política” (lo destacado en cur-
sivas me corresponde).
¿Propuesta pobre para pobres? Sí, es un riesgo, el mismo que
corrió y corre cada propuesta que haya contradicho algún aspecto
de la sociabilidad capitalista, que haya ido a contramano de la
codicia o haya pretendido superar el miedo; el mismo peligro que
amenazó y amenaza las luchas populares por más democracia, por
ejemplo, a la que en América latina se vació de contenido, sin que
la pura aspiración por una vida más democrática haya perdido le-
gitimidad en sí misma; el que socavó los alcances y la potenciali-
dad emancipatoria de los movimientos asociacionistas de distinto
cuño desde el siglo XIX, sin que la apropiación de parte de sus
contenidos por el propio sistema de dominación pueda hacer dudar
de su oportunidad (y necesidad) histórica; el mismo, finalmente,
que con resultados muy diferentes impulsó la legitimidad (el re-
conocimiento) del derecho al trabajo y a su protección, y que
desde ningún punto de vista, a mi juicio, puede verse como con-
tradictorio con la construcción de una sociabilidad más libre y
más humana.
Quienes nos desempeñamos en el campo de la política social te-
nemos una inmensa tarea por delante: en la reorientación de todo
tipo de planes asistenciales en vigencia, en la desasistencialización
del trabajo (que es lógicamente previa a la asistencialización de las
propias políticas sociales –Danani y Lindenboim, 2003), en la recu-
peración de las condiciones y calidad del acceso y del uso de los
servicios de educación, salud, hábitat; en la contribución a elevar
políticamente los “pisos”. Es necesario menos desarrollo técnico para
focalizar (sinónimo de individualización y de competencia por la
“ayuda”), y más para empujar la reapropiación de las condiciones de
la propia vida.
Sólo otras formas de pensar la solidaridad, las necesidades y la
convivencia social “nos harán libres”, porque pueden ponernos en el

26
INTRODUCCIÓN

camino de la igualdad. Y en ese camino, la Economía Social es una


hipótesis.
Que si no es, lo sea por alguna otra mejor.

4. En torno al sentido de este libro

Aunque hasta aquí he retomado buena parte de los contenidos


que se encontrarán en los próximos artículos de este libro, es mo-
mento de precisar algunas de las contribuciones que resultan más
importantes, tanto para quienes realicen una lectura más específica
desde el punto de vista de las políticas sociales, cuanto para quienes
lo hagan desde la economía social. En efecto, el lector encontrará
aportes en esta doble vertiente: la calidad de los trabajos aquí ofreci-
dos suma a una reflexión sistemática sobre el campo de la Política
Social como objeto de estudio y espacio de intervención; y, a la vez,
la puesta en perspectiva de los mismos en torno a la propuesta de la
economía social, cuya relevancia en los debates actuales viene sien-
do creciente, actualiza y replantea el ejercicio de indagación de las
condiciones y posibilidades de superación de la catástrofe a que han
sido sometidas las sociedades latinoamericanas al cabo de tres déca-
das de neoliberalismo.
En efecto, la magnitud y profundidad de la crisis política, social y
económica contemporánea, de escala mundial pero que por distintas
razones presenta manifestaciones desusadamente violentas en la
Argentina, ha ido conformando la conciencia de que diagnósticos y
propuestas hasta ahora vigentes son insuficientes para dar lugar a
una convivencia moralmente aceptable para el conjunto de la socie-
dad. En este sentido, y en el marco de un debate aún incompleto, que
constituye más una búsqueda y una exploración que una propuesta
en sí misma –y que este libro sólo pretende alimentar–, la concep-
ción de la Economía Social se posiciona con la pretensión de cons-
truir una matriz social alternativa a la que han conformado casi
treinta años de neoliberalismo.
Dado que ella refiere a las condiciones de vida y de reproducción
de la vida de las poblaciones, la Política Social (y las Políticas Socia-
les) ocupa un lugar central en esos debates y en esa búsqueda. Como
he señalado en los puntos anteriores, por cierto siempre ha tenido
ese lugar, sea enunciada como tal o por la vía de las distintas

27
POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

problematizaciones que desde el siglo XIX rondaron la “cuestión so-


cial”. Sin embargo, los balances sociales y políticos de estas décadas
de “reforma” de las políticas sociales vuelven a poner en el centro de
la escena el problema de las sociedades modernas (el de la organiza-
ción del trabajo y de la distribución de sus beneficios), actualizan
antiguos interrogantes (¿cuáles son los distintos y mejores arreglos
político-económicos e institucionales para garantizar el acceso a ser-
vicios que hacen a la vida humana, es decir, a una vida plena en
sociedad?) y suman aspectos diferentes (a la luz del fracaso de la
muy pobre concepción de lo económico que ha dominado el mundo
de las ideas y de las prácticas sociales en estos años, ¿cómo enrique-
cer socialmente la noción de eficiencia, a partir de la cual evaluar
estas y nuevas políticas sociales?)
Uno de los objetivos de esta selección ha sido inscribir las
problematizaciones y debates actuales en el complejo proceso his-
tórico en el que se han construido las condiciones de vida en los
dos últimos siglos. Así, muy distantes épocas y geografías (por re-
tomar nuestra reflexión del inicio) se ven aquí sorprendentemente
cercanas en sus recurrencias, en sus “problemas”, en sus interrogan-
tes y en sus “respuestas”/propuestas. Por ese motivo, el libro se divi-
de en tres partes, cada una de las cuales pretende dar cuenta de los
orígenes, de los debates y políticas actuales, y de nuevos horizontes,
respectivamente.
La primera parte (“Políticas y debates en los orígenes”), está com-
puesta por un solo artículo, de Christian Topalov. La densidad de la
investigación histórica de este trabajo torna abusivo e injusto todo
intento por destacar “el más importante” de sus aportes: de él saca-
rán provecho quienes estén interesados en rastrear las raíces de las
políticas de vivienda y de subsidios de desempleo (y las antiquísimas
y a la vez modernas políticas de sostenimiento del ingreso); también,
quienes se ocupen de la “historia de las ideas” en el marco de la
cuestión social, por no aludir a quienes estudian el desarrollo (vg.,
especialización) de las ciencias sociales. Sin embargo, ni esos espe-
cialistas, ni otros, podrán ignorar lo que, en el marco del interés por
los temas de este libro, tal vez sea el más provocativo aserto de Topalov,
cuando analiza “la relación entre los trabajadores y las reformas” de
fines del siglo XIX y principios del XX. En efecto, al referirse a lo
que llama las abundantes “explicaciones simplistas” (vg., las “pro-
gresistas”, en boca de los propios reformadores, y las “radicales” de

28
INTRODUCCIÓN

distinto cuño), el autor afirma: “El inconveniente de todas esas inter-


pretaciones en sus formulaciones más rígidas (...) es que no llegan a
tener en cuenta que en los procesos históricos mencionados intervie-
nen por lo menos dos elementos, los de arriba y los de abajo, donde
ambos cambian al mismo tiempo que el sistema de poder que los
une. En otras palabras, ambos términos son el resultado de una inte-
racción, marcada por vacilaciones y sorpresas, entre prácticas y mo-
vimientos populares e iniciativas de las clases dirigentes (...) Por
supuesto, las modalidades de esta relación varían según los países,
los ámbitos de la reforma, las épocas históricas y los grupos obreros”.
Nada más apropiado para nuestras preocupaciones: señalamiento
teórico acerca de lo que significa recuperar en el análisis concreto las
afirmaciones (que demasiado a menudo olvidamos) sobre la comple-
jidad y lo contradictorio de los procesos reales; lección metodológica
y epistemológica, para evitar la tentación de seducirse con conclu-
siones cómodas. Si algún trabajo pudiera ser presentado como ejem-
plo de la “acción (y razón) rebelde” convocada por de Sousa Santos
en el texto al que pertenece el extracto que encabeza este capítulo
(de Sousa Santos, 2000), bien podríamos pensar que ese trabajo es
éste de Topalov.
La segunda parte del libro (“Para entender el presente: políticas y
debates en torno a las transformaciones neoliberales”) consta de tres
artículos. El primero de ellos corresponde a Guy Standing, Director
del “Programa In Focus sobre Seguridad Socioeconómica de la OIT”.
Se trata de un texto de reciente elaboración, cuya publicación en
español es muy próxima a su aparición en inglés. Tal como lo sugie-
re desde su título (“Globalización: las ocho crisis de la protección
social”), el trabajo plantea lo que llama las “ocho crisis” a que las
nuevas sociedades, mundialmente reguladas por “el mercado”, vie-
nen sometiendo a todo sistema de protección que reivindique crite-
rios de solidaridad extendida y umbrales mínimos de igualdad. Como
se verá, su análisis y su crítica son a la vez amplios en sus alcances y
específicos en sus contenidos: en el artículo desfilan las tendencias
regionales (a nivel mundial) de reestructuración del ingreso social
desde los setenta, las nuevas formas de estratificación social que hoy
enfrentan las sociedades nacionales y las crisis producidas en los
sistemas de protección social por las características de lo que se ha
dado en llamar la “nueva economía”. De entre ellas, merece destacar-
se lo que Standing llama “la crisis del lenguaje”, expresada en una

29
POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

monumental inundación de nuevas palabras, frases, acrónimos y sím-


bolos que, dice, dan forma a las “agendas de políticas” y a las políti-
cas mismas. Desnuda e ironiza, simultáneamente, sobre el sentido de
expresiones tales como “políticas activas para el mercado de traba-
jo”, “red de contención”, “eficiencia”, “selección” (referida a las polí-
ticas focalizadas), “empleabilidad”, “dependencia”, exclusión” y
19
“organizaciones de la sociedad civil” . Opone a ellas ideas tan “anti-
guas” como las de igualdad, libertad, solidaridad, reintroduciéndolas
como “nuevos” principios de lo que deberíamos pensar como “la
buena sociedad del siglo XXI”, y culmina con una propuesta tan
actual como pertinente para las discusiones sobre la Economía So-
cial: la de un Ingreso Básico que impulse un “igualitarismo comple-
jo”, que sea genuinamente emancipador de los sujetos (y de las
sociedades) y que recupere el sentido social de la solidaridad.
El siguiente artículo corresponde a Vera Da Silva Telles, de la
Universidad de San Pablo (Brasil). A partir de la experiencia brasi-
leña de los últimos quince años, la autora desarrolla una minuciosa
respuesta para una pregunta provocativa: ¿queda para la “sociedad
civil” alguna alternativa entre la tutela estatal burocrática y auto-
ritaria y “la buena voluntad” filantrópica? Luego de una rápida
caracterización de la situación social brasileña, Da Silva Telles dis-
cute las nociones de derechos, interés público y vida colectiva, y
analiza las condiciones formales y reales (es decir, históricas) para
la construcción de una sociedad más democrática, superando las
visiones más ingenuas de “participación” y el carácter particular de
las demandas. Lo político emerge de lo social como unidad
inextricable, y en consecuencia como condiciones recíprocas para
la puesta en cuestión (la desnaturalización) de la matriz social neo-
liberal. Constantemente sus reflexiones trascienden la experiencia
brasileña. La trasciende en el análisis, cuando al tomar las trans-
formaciones en el mundo del trabajo señala que “(...) aquello que
fue considerado durante décadas como imagen de atraso, hoy es
proyectado como símbolo de modernidad, y los derechos del traba-
jo, limitados y frágiles, son estigmatizados como privilegios
anacrónicos”. Y la trasciende también en la invitación a la recons-

19. Permítaseme una broma: dado que casi no menciona el de “capital social de
los pobres”, Susana Hintze se ocupa del mismo en su artículo.

30
INTRODUCCIÓN

trucción de un espacio público que requiere “juicio ético y delibe-


ración política” y a la “reinvención del contrato social”, que debe
ser mucho más que el deber de pura obediencia y la sujeción “a la
ley”: “(...) debe ser un contrato capaz de hacer de los derechos los
principios reguladores de la vida social y de establecer los términos
de una negociación de las reglas de equidad y de justicia que deben
20
prevalecer en las relaciones sociales ”. Igualdad, debate público,
derechos, nuevo contrato social: da Silva Telles casi enuncia el pro-
grama de discusiones para la perspectiva de la Economía Social
que aquí presento.
Esta segunda parte se cierra con el artículo de Susana Hintze, en
el que expone y discute el lugar que, en la producción de las ciencias
sociales de los últimos años, ha tenido y tiene el concepto de capital
social. Un primer paso dado por Hintze es el de discriminar entre
perspectivas “estructurales” y “disposicionales o culturales” en la
21
construcción y uso del concepto . Discriminación fundamental, toda
vez que el texto pone en relación el concepto de capital social con el
22
de estrategias familiares de vida e intenta retornar a una tradición
abandonada por las ciencias sociales latinoamericanas que, ya se ha
visto aquí, resulta central para la comprensión de las políticas socia-
les: el problema de la reproducción social, en cuyo centro se encuen-
tra “el problema general de la reproducción de la fuerza de trabajo”
y, por lo tanto, de las clases sociales.
Desde las implicancias de la utilización del propio término “capi-
tal”, hasta las connotaciones positivas con que en la literatura aca-
démica y “técnica” se evocan los atributos que lo constituirían, la
autora visita dimensiones presentes y ausentes, identifica las conse-
cuencias de ello en la formulación de problemas y rastrea las ten-
dencias de políticas que, bajo la forma de las ya habituales
“recomendaciones”, han venido registrándose en materia de política
social (sea en el plano de los “diagnósticos”, del señalamiento de los
destinatarios de las políticas y/o de las acciones a desarrollar). “El

20. Lo destacado en cursivas me corresponde.


21. Bourdieu, en los años setenta, es el “padre” del concepto, en la primera
perspectiva; Putnam y Fukuyama, en los noventa, son referentes para la segunda.
22. La autora pasa revista a distintas formulaciones a través de las cuales se
pretendió dar cuenta de la problemática así planteada: estrategias de reproducción,
estrategias de supervivencia.

31
POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

´capital social de los pobres´ –finaliza la autora– resulta más un ar-


tefacto ideológico que un aporte significativo para el abordaje de
tales cuestiones”. Artefacto eficaz por cierto, agregamos, en la medi-
da en que se ha instalado como referencia para la evaluación de
programas, mientras resuenan como trasfondo las palabras de Grassi
del mismo texto ya citado: “Los profesionales de lo social no diag-
nostican problemas, en el mismo sentido que se determina una en-
fermedad, según unos signos que los especialistas saben reconocer
(...); sus diagnósticos participan en la instalación de los problemas
en el debate social y también en su definición; es decir, en la pro-
ducción de los signos del diagnóstico” (Grassi, 2003:10). Según
muestra Hintze, eso ha ocurrido, y sigue ocurriendo, con el concep-
to de “capital social”.
Con una reflexión que ronda las mismas preocupaciones co-
mienza la tercera parte del libro (“Para imaginar alternativas futu-
ras: políticas sociales y economía social”), inaugurada con el capítulo
de José L. Coraggio. Su texto (“Una alternativa socioeconómica
necesaria: la Economía Social”) se introduce directamente en la
visión y en algunas de las discusiones que la concepción de la
Economía Social plantea a la Política Social. En este sentido, y
aunque el lector sacará provecho mucho más extenso que el que
resalto en esta presentación, para los debates aquí convocados in-
teresa llamar la atención sobre dos tipos de aportes: uno, en un
plano que podría llamar analítico y propositivo a la vez, en el que
Coraggio hace una revisión de los alcances y los límites de pro-
puestas hoy planteadas, o vigentes; revisión en la que entreteje,
simultáneamente, un “mapa” de las iniciativas que han emergido a
la consideración pública en los últimos años y de los sectores con
pretensión (y capacidad diversa) de constituir núcleos de redes de
sociabilidad alternativa. Me detengo un instante en esta cuestión,
porque digo “redes de sociabilidad alternativa” en sentido amplio
para ambos términos. Respecto de la sociabilidad, porque incluyo
en ella la “institucionalidad”, las prácticas “económicas”, las rela-
ciones sociales, inescindibles de los principios y sistemas de valo-
res que las orientan y cimentan. Y digo también “alternativa” en
sentido amplio, porque se trata de una sociabilidad distinta en al-
gunos casos, opuesta en grados diversos en otros, no necesaria-
mente contradictoria (en el sentido de portadora de otras estructuras
de relaciones), pero sí que, en todo caso, no “celebra” la codicia y el

32
INTRODUCCIÓN

miedo a los que se refiere Cohen en nuestra cita inicial, a la que


volvimos en varias oportunidades23 .
Si registro este aporte en lo que llamé un plano “analítico y
propositivo”, la segunda contribución que me interesa destacar aquí
puede ubicarse en el plano teórico y político; y, como puede verse,
el orden en el que enuncio ambos es sólo retórico y no jerárquico.
Esto es así, porque aquella revisión y análisis de las propuestas
están sostenidos en (e invitan a) la puesta en contexto de cada idea
e iniciativa y en la búsqueda de sus fundamentos, bajo el recorda-
torio con el que se encabeza el capítulo: que en el trasfondo de los
conceptos se expresan intereses y proyectos que, como dije antes (y
otros autores suscriben) producen “la realidad”. La presente, sí; y
también la futura.
En la misma línea de ayudar a imaginar alternativas futuras, el
último artículo, de Jean-Louis Laville y Marthe Nyssens, realiza un
ejercicio poco común: los autores sistematizan e ilustran, y a la vez
interrogan política e institucionalmente a los servicios de ayuda a
las personas mayores desde la perspectiva de lo que denominan “una
economía plural”. Desarrollan esta interrogación sobre el sentido de
variadas combinaciones y arreglos institucionales tanto para la eva-
luación (diferencial) de experiencias en curso en distintas escalas (la
calidad prestacional, los estímulos a la formación y profesionaliza-
ción del personal involucrado, la selección de poblaciones a las que
se dirige el servicio), cuanto para retornar a una mirada general so-
bre los patrones de intervención estatal y sobre el trabajo asociado a
esas experiencias.
Bien mirado, entonces, mediante la exploración y el análisis de
los componentes específicos del campo de los servicios sociales a
las personas mayores, los autores particularizan las preocupaciones
generales expresadas en la conceptualización de las políticas so-
ciales que aquí desarrollé. Ésa es la función que cumple el análisis

23. Al hacer aquella descripción acerca de la sociabilidad capitalista, Cohen


dice: “Por supuesto que el capitalismo no ha inventado la codicia y el temor: ambos
se encuentran profundamente enraizados en la naturaleza humana, relacionados
como están con las estructuras infantiles más elementales. Pero, al contrario que su
predecesora, la sociedad feudal, que tenía la gracia (cristiana) para condenar la
codicia, el capitalismo la celebra” (Cohen, 2001a:75).

33
POLÍTICA SOCIAL Y ECONOMÍA SOCIAL

de las tendencias de los movimientos asociacionistas en diferentes


países (todos ellos europeos), el estudio del contenido concreto que
los casos nacionales otorgan al objetivo de “inserción” (inscripto
en la propia historia de las intervenciones sociales correspondien-
tes, de los modos peculiares de tematizar la “crisis” y de desarrollar
sus procesos de “reforma”) y la descripción de los procesos por los
que configuran amplios espectros de empresas sociales: referentes
particulares para problemas que se ubican en las opciones de la
sociedad, dicen, y que deben “evitar que se limite a la elección
entre estatalización y mercantilización”.
Además de lo que aporta en tanto reunión de trabajos de alta
densidad teórica, histórica e informativa, este libro realiza una últi-
ma contribución, que no considero menor: pone a disposición del
público interesado textos que no están habitualmente accesibles para
los lectores de habla hispana, y en particular para el argentino. La
selección prestó especial atención a este aspecto, ya que las dificul-
tades para acceder a material especializado suelen ser un obstáculo
que se agrega a las de por sí fatigosas condiciones de estudio y ac-
tualización profesional. En consecuencia, debo agradecer especial-
mente la gentileza de las autorizaciones de Vera da Silva Telles,
Jean-Louis Laville y Marthe Nyssen, Guy Standing y Christian Topalov,
como así también a la Oficina de Publicaciones de UNESCO, que
cedió los derechos para la inclusión del trabajo de este último autor.
A José L. Coraggio y Susana Hintze, agradezco su disposición para
realizar comentarios.
Hay otros agradecimientos de los que no puedo prescindir, ya que
involucran a personas de cuyos trabajos dependió la existencia mis-
ma de este libro. Irene Lindenboim y Clarisa Martínez realizaron es-
tupendas traducciones, lo que incluyó preocupación y esfuerzos por
hacer que los textos fueran tan accesibles (y queribles) en español,
como en sus idiomas originales. Como en otra ocasión, me apoyé en
Andrea D´Avino para la revisión de las traducciones del inglés, y su
profesionalidad está a la vista. Finalmente, Raquel Naón estuvo a
cargo de la corrección y edición de los originales, mostrando su con-
dición de lectora competente.

34
INTRODUCCIÓN

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