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CLAUDIA DANANI
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2. Offe dice (pág. 77): “Este problema original, intacto, central y permanente [el
de la reproducción social] es dominado por la sociología en la medida en que es
capaz de identificar los problemas estructurales que hacen problemática en vez de
autoevidente la cohesión y la continuidad histórica de la sociedad y en la medida en
que identifica los medios de ´integración´ social mediante los cuales un sistema
social dado supera, o no logra superar, sus específicos problemas estructurales”.
Volveré sobre esta idea más adelante.
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En dos estupendos trabajos , Gerald Cohen recuerda que la socia-
bilidad capitalista se ha construido sobre los principios de la codicia
y el miedo. Y explica: “Desde la codicia, las otras personas son vistas
como fuentes de enriquecimiento (me sirvo de ellos) y, desde el mie-
do, vistas como amenazas” (Cohen, 2001a: 74-75, y 2001b).
Consigno esto porque me interesa señalar un imprescindible punto
de partida: las políticas sociales hacen sociedad... o sociedades, se-
gún sean los principios que las orientan. En otro lugar (Danani,
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1996) me he referido a las políticas sociales como a aquellas espe-
cíficas intervenciones sociales del Estado que se orientan (en el
sentido de que producen y moldean) directamente a las condiciones
de vida y de reproducción de la vida de distintos sectores y grupos
sociales, y que lo hacen operando especialmente en el momento de
la distribución secundaria del ingreso. En este último aspecto, ello
significa que lo que las distingue es que ese proceso de configura-
ción no obra en el circuito de la distribución del ingreso directa-
mente derivada del proceso de producción, por la vía de la retribución
a los factores (distribución primaria), sino por mecanismos de
redistribución que se le superponen (o, antes bien, sólo analítica-
mente distinguibles de aquélla, pero tampoco idénticos). Esto me
permite postular la (siempre relativa, pero creo que analíticamente
necesaria) discriminación entre políticas sociales y aquellas políti-
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cas inmediata y tradicionalmente reconocidas como económicas
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dominante . Desde distintas perspectivas, dos autores de este li-
bro (Standing y Coraggio) se detienen en este proceso de la sepa-
ración de economía y política, acto verdaderamente germinal de
las sociedades modernas (vg., capitalistas), en la medida en que es
el punto de partida de la sociabilidad descripta por Cohen, y cons-
titutivo del enfoque sobre la política social que aquí expongo.
En este sentido, ubico a las políticas sociales en el centro mismo
del proceso de constitución (de permanente constitución, vale decir,
de constitución-reconstitución) de la forma mercancía de la fuerza
de trabajo. Proceso que es social, en sentido amplio, y que digo así
para oponerlo a definiciones que, porque se expresa institucional-
mente en el “mercado de trabajo”, inscriben este proceso en el “or-
den económico” (como si “los mercados” pertenecieran a una esfera
“propiamente económica” o, aun más, como si esa esfera existiera
como tal). Por el contrario, la constitución de la forma mercancía de
la fuerza de trabajo, y por lo tanto el desarrollo de políticas sociales,
es un proceso sociopolítico, institucional, económico y cultural7, en
el que se construyen el trabajo y la política, y en el que una sociedad
define los sujetos, objetos y medios legítimos de satisfacción de las
necesidades (Lindenboim y Danani, 2003).
Así dicho, no puede hablarse de “política social” antes de que se
configuraran, al menos, las sociedades capitalistas. Y, es justo reco-
nocerlo, genera reservas acerca de la pertinencia de su uso en socie-
dades que pretendieron superar el capitalismo, caracterizadas por
Standing (1999) como dependientes de una fuerza de trabajo pasiva,
aunque ello no signifique mercantilizada. Definiciones y clasifica-
6. En aquel mismo texto, agrega Grassi: “Son, en fin, la manera en que la cues-
tión social es constituida en cuestión de Estado y, en consecuencia, el resultado de la
politización del ámbito de la reproducción” (Grassi, 2003:25).
7. Hace ya más de diez años, decía Grüner: “Se puede leer en el propio Marx, por
ejemplo, que el funcionamiento mismo de las relaciones de producción capitalistas
sería inimaginable sin el elemento “ideológico-cultural” del fetichismo de la mer-
cancía, que interpela a los sujetos constituyéndolos como sujetos de un mercado y
no de un proceso productivo (Grüner, 1991:164). Para hacer justicia con el autor,
vale señalar que en el texto al que pertenece la cita discute, precisamente, la natu-
raleza global del sistema capitalista, contra las versiones “economicistas” que
cíclicamente disputan el centro de las interpretaciones; esto es, lo que de Sousa
Santos denomina una “forma de civilización” (2002b:23).
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10. En otro texto (Danani, 1999) me referí a esta cuestión desde la perspectiva de
la generación de pobreza.
11. En este sentido, la no-venta de una mercancía en general, y de la fuerza de
trabajo en particular, es expresión de su no-necesariedad y representa la negación
misma de la posibilidad de la reproducción.
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¿Cuáles son las vías por las cuales los trabajadores podrían satis-
facer necesidades por fuera del mercado? Clásicamente, el Estado y
la familia. Ambas vías comparten un horizonte limitado; sin embar-
go, sus contenidos sociales (en términos del entramado de relaciones
a que dan lugar) pueden ser muy distintos; o, antes bien, opuestos.
En una formulación que en la última década se ha tornado clásica
para los estudios sobre política social, Esping-Andersen (1990) ha
denominado a la primera vía –la vía estatal– como desmercanti-
lización, a la que define como el proceso por el cual “(...) se presta un
servicio como un asunto de derecho y [por el que] una persona puede
ganarse la vida sin depender del mercado” (41). Así definida, la
desmercantilización es resultado de las reivindicaciones de los tra-
bajadores, resultado siempre parcial y fragmentario en el que se pro-
duce un movimiento contradictorio con la exigencia de expansión
de los circuitos monetarios, en este caso porque objetivamente socia-
liza (y politiza) la reproducción. Es en procesos de este tipo en los
que claramente pueden reconocerse las políticas sociales, aunque –a
riesgo de ser obvio– ello no significa que toda política social
desmercantilice, pues no toda política social socializa la reproduc-
ción. En la perspectiva de lo que estoy analizando (el continuo pro-
ceso de surgimiento y satisfacción de necesidades sociales), esto ocurre
si (y sólo si) la satisfacción de necesidades se torna un proceso de
reconocimiento de derechos del sujeto, pues sólo entonces la persona
puede independizarse (parcialmente) del mercado, según la expre-
sión de Esping-Andersen, fugando parcial o temporalmente del do-
minio del capital, lo que fortalece la resistencia de los trabajadores,
en los términos de Topalov. Aun así, como se sabe, la satisfacción de
necesidades vía el desarrollo de sistemas públicos (socializados) de
mantenimiento de la fuerza de trabajo fue una forma (“a través de
mediaciones complejas”, como también dice Topalov) activamente
apoyada por el propio capital, que a la vez que abarató el costo
inmediato de reproducción, desplazó “al ámbito del Estado” una par-
te de la lucha de clases.
La “vía familiar” puede ser enteramente diferente14. En un primer
nivel, podría decirse que la satisfacción de necesidades mediante el
14. En “vía familiar” incluyo las prácticas familiares y comunitarias, y ello por
al menos dos razones: 1) porque desde el punto de vista teórico-conceptual partici-
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16. Esta cuestión es tratada por la literatura feminista que revisa las discusiones
sobre ciudadanía (O´Connor,1998; Pateman, 1992, entre muchos otros).
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Como bien recuerda Eid (2003), los análisis liberales otorgan a las
experiencias solidarias el lugar de “correctivos” (“compensadores”)
de las crisis cíclicas del sistema capitalista, en el sentido de que, ante
ellas, el surgimiento de experiencias de ese tipo tendrían “(...) la fun-
ción de reducir las presiones populares por trabajo, empleo y renta”
(Eid, 2003:2). Si se tratara de emprendimientos exitosos (es decir,
que crecieran en el contexto de la competencia del mercado capita-
lista), se convertirían en empresas capitalistas y cerrarían en el caso
contrario. Siempre en esta misma línea de análisis, tan pronto como
el ciclo económico reentrara en un ciclo expansivo, los trabajadores
optarían por retornar o iniciarse en la condición de trabajadores asa-
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lariados .
Dos cuestiones importan destacar aquí: una, de orden teórico-
político; la otra, de carácter más propiamente histórico, en torno a
las perspectivas que pueden avizorarse como “reales”. Intentaré re-
construir ambas, empezando por esta última.
En este volumen y en otros trabajos (1999 y 2002a) Coraggio
afirma que las actuales tendencias del capitalismo mundial muestran
la incapacidad terminante de este último para reintegrar producti-
vamente18 a quienes han quedado al margen de una distribución mí-
nimamente aceptable de la riqueza generada y de los beneficios de
esa producción; y que ello hace a la justificación de la necesidad de
“(...) construir conscientemente otra estructura económica: otros en-
cadenamientos productivos; otra matriz tecnológico-organizativa; re-
formar el régimen de propiedad de activos productivos, financieros y
(...) del conocimiento; definir un marco normativo y una acción es-
tatal y social para introyectar otros valores...” (lo destacado en cursi-
vas me corresponde). Incapacidad de reintegración y necesidad de
esta construcción, agrega, son aun más evidentes en la periferia.
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19. Permítaseme una broma: dado que casi no menciona el de “capital social de
los pobres”, Susana Hintze se ocupa del mismo en su artículo.
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