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Retraso mental

El retraso mental es la capacidad intelectual inferior a la normal que está presente desde el
momento del nacimiento o en los primeros años de la infancia.
Las personas con retraso mental tienen un desarrollo intelectual inferior al normal y dificultades
en el aprendizaje y en la adaptación social. Alrededor del 3 por ciento de la población presenta
retraso mental.

Causas

La inteligencia está determinada tanto por la herencia como por el medio ambiente. En la mayoría
de los casos de retraso mental se desconoce la causa, pero existen muchos factores durante el
embarazo de una mujer que pueden causar o contribuir al retraso mental del niño. Los más
frecuentes son el uso de ciertos medicamentos, el consumo exagerado de alcohol, los
tratamientos con radiación, la desnutrición y ciertas infecciones víricas como la rubéola. Las
anomalías cromosómicas, como el síndrome de Down, son una causa frecuente de retraso
mental. Varios trastornos hereditarios pueden también ser los responsables. Algunos, como la
fenilcetonuria y el cretinismo (hipofunción de la glándula tiroides), pueden corregirse antes de que
se produzca el retraso mental. Las dificultades asociadas a un nacimiento prematuro, las lesiones
cefálicas durante el parto o los valores muy bajos de oxígeno durante el nacimiento son otras de
las causas de retraso mental.

Diagnóstico y pronóstico

Una vez que se produce el retraso mental, por lo general éste es irreversible. Es necesario llegar
a un diagnóstico precoz del retraso mental para poder determinar una educación de tipo
terapéutico así como una planificación a largo plazo.
La inteligencia inferior a la normal puede ser identificada y cuantificada mediante pruebas de
inteligencia. Tales pruebas presentan un sesgo de tipo medio, es decir, tienen cierto margen de
error, pero señalan con una razonable exactitud el rendimiento intelectual, particularmente en un
niño mayor.
Los niños con un coeficiente intelectual entre 69 y 84 tienen dificultades de aprendizaje pero no
presentan retraso mental. Rara vez se les detecta esta deficiencia antes de comenzar el colegio,
sino que precisamente es allí donde los problemas educacionales y de comportamiento resultan
evidentes. Con ayuda especializada, suelen cursar sus estudios sin grandes dificultades y llevan
a cabo una vida normal.
Todos los niños con retraso mental pueden beneficiarse con la educación. Los que presentan un
retraso mental leve (un coeficiente intelectual de 52 a 68) pueden alcanzar un nivel de lectura
similar al de los niños que cursan entre cuarto y sexto grado. Si bien les cuesta leer, la mayoría
de los niños con retraso mental leve puede adquirir las habilidades básicas necesarias para la
vida diaria. Necesitan cierta supervisión y apoyo, además de medios educativos y de preparación
especiales. Con el paso de los años pueden requerir un sistema de vida y una situación laboral
bajo tutelaje. Si bien, por lo general, no tienen defectos físicos obvios, las personas con retraso
leve pueden padecer epilepsia.
Los individuos con retraso leve suelen ser inmaduros y poco refinados, con una capacidad poco
desarrollada para las relaciones sociales. Su pensamiento es siempre muy específico para cada
situación y suelen ser incapaces de generalizar. Les cuesta adaptarse a nuevas situaciones y
pueden demostrar poco juicio, falta de prevención y demasiada credulidad. Si bien no suelen
cometer ofensas graves, las personas con retraso leve pueden cometer crímenes impulsivos, por
lo general formando parte de un grupo y, a veces, para mejorar su posición dentro del grupo.
Los niños con retraso moderado (coeficiente mental de 36 a 51) van evidentemente muy despacio
al aprender a hablar y para alcanzar otras metas del desarrollo, como sentarse, por ejemplo. Si
reciben preparación y apoyo adecuados, los adultos con retraso leve y moderado pueden vivir con
un grado variado de independencia dentro de la comunidad. Algunos requieren sólo un poco de
ayuda, mientras que otros necesitan una supervisión mucho más importante.
Un niño con un retraso mental grave (coeficiente intelectual de 20 a 35) no puede recibir el
mismo nivel de aprendizaje que un niño con retraso moderado. El niño con un retraso profundo
(con coeficiente intelectual 19 o inferior) por lo general no consigue aprender a caminar, ni a
hablar, ni tan sólo llega a comprender demasiado.
La esperanza de vida de los niños con retraso mental puede ser más corta, dependiendo de la
causa y de la gravedad del mismo. Por lo general, cuanto más grave es el retraso, menor es la
esperanza de vida.

Prevención

El asesoramiento genético ofrece a los padres de un niño con retraso mental información acerca
de cuál ha sido la causa del retraso y les permite apreciar mejor el riesgo de tener otro hijo con el
mismo defecto. La amniocentesis y el estudio de las vellosidades coriónicas son pruebas de
diagnóstico que pueden detectar diversas anomalías en el feto, como trastornos genéticos y
defectos cerebrales o de la médula espinal. Se recomiendan ambas pruebas para las mujeres
embarazadas mayores de 35 años debido al gran riesgo que corren de tener un hijo con síndrome
de Down.
La ecografía también puede determinar defectos cerebrales en el feto. Puede cuantificarse la
concentración de alfa-fetoproteína en la sangre de la madre para buscar señales de síndrome de
Down y espina bífida. Si se logra diagnosticar el retraso mental antes del nacimiento, esto puede
permitir a los padres decidir acerca de la opción del aborto y poder realizar en consecuencia una
planificación futura de su familia. La vacuna contra la rubéola ha disminuido notablemente la
incidencia de esta enfermedad como causa de retraso mental.

Tratamiento

El médico de familia, con la asistencia de varios especialistas, desarrolla un programa completo e


individualizado para el niño con retraso. Un niño con retraso en su desarrollo debe participar en
un programa de intervención precoz tan pronto se le diagnostique el retraso mental. El apoyo
emocional de la familia es parte integral del programa. Un niño con retraso suele vivir mejor en
su casa o bien en una residencia comunitaria y, en la medida de lo posible, debe asistir a un
centro normal de cuidados diurnos o estar involucrado en un programa preescolar.
El nivel de competencia social es tan importante como el coeficiente intelectual a la hora de
determinar hasta qué punto el retraso limitará al niño. Ambos representan grandes problemas
para los niños que se encuentran en la escala más baja del coeficiente intelectual. Para los niños
con coeficientes intelectuales más altos, otros factores (como los impedimentos físicos, los
problemas de personalidad, la enfermedad mental y las habilidades sociales) pueden determinar
el grado de cuidados que se necesitan.
Rara vez está indicado enviar al niño a una residencia y esa decisión requiere un profundo debate
entre la familia y los médicos. Si bien es difícil tener en casa un niño con retraso, raramente es la
causa principal de discordia dentro de una familia. De todos modos, la familia necesita apoyo
psicológico y también puede requerir ayuda para el cuidado diario del niño. Esta clase de ayuda
puede provenir de centros de cuidados diurnos, de una niñera y de centros de cuidados
temporales. Un adulto con retraso puede llegar a precisar atención de forma permanente, para lo
cual se le puede internar en un centro especial para deficientes, en un albergue o en un centro de
cuidados.

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