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S i leemos los textos apocrifos llegaremos a la conclusión de la
existencia de un plan divino que facilitara en su día el nacimiento del
redentor. Este plan alcanzaria no solo a la madre de Jesús sino
también a sus abuelos maternos: Joaquin y Ana, que como sabemos
quedo embarazada ya a avanzada edad. Es curioso que esos textos
una y otra vez aludan a la existencia de unos angeles que cuidan de
que ese plan divino vaya cumpliendose a la perfección a fin de que
todas las piezas del engranaje funcionen correctamente y sin fallos.
Esos textos apócrifos no son otros que el Evangelio de Mateo, el
Protoevangelio de Santiago y el Evangelio de la Natividad de Maria.
María era la admiración de todo el pueblo; pues, teniendo tan sólo tres
años, andaba con un paso tan firme, hablaba con una perfección tal y se
entregaba con tanto fervor a las alabanzas divinas, que nadie la tendría
por una niña, sino más bien por una persona mayor. Era, además, tan
asidua en la oración como si tuviera ya treinta años. Su faz era
resplandeciente cual nieve, de manera que con dificultad se podía poner
en ella la mirada. Se entregaba con asiduidad a las labores de la lana, y
es de notar que lo que mujeres mayores no fueron nunca capaces de
ejecutar, ésta lo realizaba en su edad más tierna.
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Sin embargo a pesar de las alabanzas del apocrifo de Mateo quizas
las cosas fueran bastante más normales pareciendose más a una niña
normal que a la niña que nos pintan los textos. El hecho de que
aquella criatura hubiera sido seleccionada para servir de claustro
durante nueve meses al Hijo del Altísimo, no significa que la
Naturaleza tuviera que romper su equilibrio natural.
¿Sería tan descabellado pensar que María —la que iba a ser madre
del Hijo del Altísimo— fue «vigilada» estrechamente por «aquellos»
que, precisamente, tenían encomendada parte de la realización del
«plan» cósmico de la Redención humana?
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En una época tan elemental, desde el punto de vista sanitario y de la
alimentación, no estaba de más —ni mucho menos— que un
«equipo» especializado fuera comprobando sus constantes
metabólicas y de crecimiento. Sólo así podía estar garantizado un
perfecto estado de salud. Cualquiera de las enfermedades
propias de la infancia, y que hoy se evitan merced al complejo
abanico de vacunas, y que indudablemente podían asaltar también a
la pequeña María, quedaba de esta forma conjurada.
Pues bien, dicho esto ¿Qué aspecto tendrian esos angeles?. Los
«angeles» tenían que tener un aspecto absolutamente físico. Esa
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figura humana —esa materialidad, en definitiva—, terminaria por dar
confianza. ¿Cómo entender si no que los testigos hablaran con
ellos y que hasta la pequeña María fuera vista con un grupo de
«ángeles», como si se tratara de viejos amigos?.