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John Stuart Mill

El último gran clásico. Su vida, un caso para psiquiatra.


(☼Londres, Inglaterra, 20 de mayo de 1806 – †Avignon, Francia, 8 de mayo de 1873)

John Stuart Mill fue el hijo mayor de una familia de nueve hermanos. Su padre, James Mill, era
un respetado filósofo, economista e historiador. Miembro de la elite intelectual de la época, era
amigo de destacados e influyentes personajes como Jeremy Bentham, Francis Place, David
Hume y David Ricardo. Mill padre, junto a sus amigos, ideó un plan educativo para su hijo, un
verdadero experimento pedagógico. Este proceso educativo regido por una disciplina cercana a
la crueldad, abarcaba los más diversos campos del conocimiento y una continua presión para
que el niño racionalizara toda su existencia. Así, John Stuart a los 3 años de edad comenzó el
aprendizaje del griego; a los 7 había leído a los más importantes clásicos, a los 8 comenzó el
estudio del latín, y tenía la obligación no solamente de estudiarlo sino de enseñárselo a sus
hermanos menores. Además estudiaba álgebra, geometría, cálculo diferencial, química, historia
y perfeccionaba su griego leyendo poesías. A los 12 años escribió sus primeros libros: una
“Historia del gobierno de Roma” y un libro en verso que pretendía ser la continuación de La
Iliada. A los 13, comenzó sus estudios de economía debiendo leer y comentar con su padre los
Principios de Economía de David Ricardo, un texto no muy ameno para un niño. Sus lecturas de
filosofía, historia y ética no dejaron autor importante sin indagar. Constantemente su padre
evaluaba sus lecturas, y le imponía la obligación de escribir versos o ensayos sobre temas
históricos.

Esta inhumana disciplina que se le impuso fue siempre recordada por Mill como parte de un
proceso natural de acceso al conocimiento. Nunca fue a un colegio o a una universidad. Nunca
se le permitió juegos, ni la compañía de otros niños, ni disfrutar de salidas o vacaciones. Sus
charlas se limitaban a su padre y a los célebres amigos de éste. Recuerda Mill en su
“Autobiografía” (1873) que sus momentos de mayor diversión eran ocasionales accesos a libros
de entretenimiento, como Robinson Crusoe, del que dice que le deleitó toda la infancia. Ese tipo
de vida moldeó un carácter demasiado académico, serio y oscuro. La ausencia de ejercicio
infantil le impidió desarrollar adecuadamente su débil cuerpo. Obviamente tuvo problemas
emocionales y de capacidad social. A pesar de todo, Mill siempre quiso mucho a su padre, al
que jamás reprochó, y sólo tuvo agradecimientos. Igualmente tuvo elogios para su principal
referente ideológico, el utilitarista Bentham.

El producto del exitoso experimento de James Mill, el niño predestinado y preparado para
presentar la más acabada síntesis final de la construcción teórica que había comenzado con
Adam Smith, continuaba en Ricardo y alcanzaba su cenit en el utilitarismo, cumplió su
cometido. De semejante formación surgiría un sereno eclecticismo. Produjo obras que
significaron una síntesis grandiosa pero que, al recoger tantas influencias, perdió parte de su
contundencia que parecía sinónimo de verdad absoluta. A los 16 años, en 1822, funda la
“Utilitarian Society” y comenzó a escribir artículos apoyando el utilitarismo. Al mismo tiempo
empezó a estudiar psicología y derecho, con la intención de dedicarse a las leyes, y a los 17
ingresó como empleado en la Compañía de las Indias, donde su padre ocupaba un alto puesto.
Mientras, seguía estudiando y publicando.

Pero, tanta presión impuesta eclosionó cuando tenía 20 años. En 1826, sufrió una “crisis mental,
moral y emocional”, tal como describe detalladamente en su “Autobiografía” (1873). Encontró
que su vida no tenía sentido, ni siquiera haciendo un análisis racional según las teorías que había
aprendido. El problema se agravó cuando comenzó a sospechar que él nunca tenía emociones
similares a las de otras personas. Se sintió un monstruo, emocionalmente atrofiado. Llegó a
desear su propia muerte. Comenzó a superar la depresión el día que se sorprendió a sí mismo
llorando por algo que había leído. Descubrir que tenía emociones fue un buen principio que le
llevó a buscar nuevas lecturas poéticas. En el plano intelectual hizo una revisión crítica de sus
creencias, especialmente del utilitarismo, teoría a la que descubrió importantes fallos. Se rebeló
contra su estricta educación, y se abrió a nuevas corrientes intelectuales como el positivismo de
Comte, al pensamiento romántico y al socialismo. Descubrió importantes carencias en lo que le
habían enseñado. Superó la crisis esforzándose en llenar esas lagunas, con lo cual completó la
teoría utilitarista. En los años siguientes publicó obras que mostraban este vuelco en sus
pensamientos. De ellas se destaca la serie de artículos titulada “El espíritu de la época” (1831).

Sus problemas emocionales no terminaron allí. Para complicar aún más su estrambótica vida se
enamoró perdidamente de Harriet Taylor, una mujer casada. Cuando la conoció tenía Mill 24
años y ella 22. Para él, el atractivo de Harriet no era su belleza física, sino su inteligencia,
lucidez y sensibilidad social. Trataron de guardar las formas, sosteniendo sólo un vínculo de
amistad y colaboración intelectual. Mantuvieron una relación puramente platónica hasta que
murió el marido de Harriet. Lo malo de este hecho es que la muerte de este buen hombre fue 20
años después… . Pero, al fin, en 1851 se casaron. Aunque las desgracias de John Stuart no
terminaron ahí. Esta relación le costó enemistarse por el resto de su vida con su propia madre,
que no le perdonó ligarse a una mujer que le había sido infiel a su marido. Tal fue el quiebre en
la relación con su madre, que Mill no la menciona ni una sola vez en su autobiografía.

Su esposa, Harriet Taylor, era una mujer de carácter, con claras simpatías por el liberalismo, las
ideas feministas y el socialismo. Ejerció una gran influencia en Mill. Algunos sostienen que lo
que hizo él con esta relación fue sustituir a un padre autoritario por una esposa de las mismas
características, ya que su educación le dejó siempre la necesidad de someterse a alguien de
carácter fuerte. Con la ayuda de Harriet, publica sus obras más trascendentes: “Civilización”
(1836), “Utilitarismo” (1836), “Sistema de la Lógica” (1843), “Ensayos sobre algunas
cuestiones disputadas en economía política” (1844) y “Principios de economía política” (1848).
Esta última es considerada un hito en la historia del pensamiento económico. Es un completo
tratado de teoría económica clásica y filosofía social. Se la califica como la más importante
desde la aparición del libro de Ricardo y fue el texto usado por más de setenta años por los
estudiantes de economía, hasta ser sustituido por el “Principio de economía” de Alfred
Marshall.

Al morir Harriet en 1958, Mill se recluye en Avignon, Francia, junto a la compañía de Helen, la
hija de su esposa. Allí pasará el resto de su vida. En memoria a su difunta mujer escribe “Sobre
la libertad” (1859) hito del pensamiento liberal y “El sometimiento de la mujer” (1869) donde
reivindica el derecho al sufragio femenino. Muere en 1873, a punto de cumplir los 67 años.

Su vida fue una extraña lucha entre los principios que le inculcó su padre y su afán para librarse
de ellos. Si intentáramos definir su obra, habría que calificarla de ecléctica, ya que incorporó
una serie de doctrinas de distintas corrientes. Lo que resume su pensamiento es la tolerancia, lo
que le permitió no caer en dogmatismos. Fue un auténtico liberal, pero tan sensible a las
cuestiones sociales que alguna vez se definió como socialista, creía en el mercado pero defendió
la acción de los sindicatos, confiaba en el sistema capitalista pero reconocía sus deficiencias.
Expuso su idea de una evolución hacia el estancamiento del sistema capitalista a causa de una
tendencia irreversible a la reducción de los beneficios, concepto que sería recuperado por Marx.
Reflejó su talante reformista al tratar las medidas necesarias para favorecer una más justa
distribución de la renta.

Fue el último gran exponente de la escuela económica clásica. Impresiona por su completísima
formación, por lo que es injusto calificarlo tan sólo como un economista. Pero, sobre todo
impresiona por su humildad, que le permitió reconocer abiertamente sus dudas, reflejada en la
honestidad intelectual de su obra.-

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