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LA ECONOMÍA DE LAS

GUERRAS
ECONOMÍA DE GUERRA

Se denomina economía de guerra a la que se aplica en momentos históricos de


fuertes convulsiones violentas, sean o no conflictos armados, o en periodos de
extrema autosuficiencia y que tiene por objeto mantener el funcionamiento
de las actividades económicas indispensables para un país, procurar el
autoabastecimiento, desincentivar el consumo privado, garantizar la
producción de alimentos y controlar la economía nacional desde el Estado.
Para muchos países no beligerantes y cercanos territorial o económicamente a
una zona de conflicto armado, la economía de guerra representa una
oportunidad de crecimiento y desarrollo al poder incrementar sus
exportaciones a los beligerantes. En otros casos, la economía de guerra
sustenta procesos de investigación y desarrollo tecnológico que mejoran la
capacidad del país, sosteniéndose por algunos economistas que, en algunos
casos, éste parece ser el origen real de algunos conflictos.

HISTORIA ECONOMÍA DE GUERRA

"Las guerras simplemente refuerzan las tendencias que ya


están en marcha", según Freedman
La mano visible de la guerra
El terrorismo tiene efectos paralizantes, pero los
conflictos armados estimulan la demanda
Las economías de mercado sufren periódicos espasmos
militares. El ataque sobre Nueva York es en el que ahora
estamos envueltos. El complejo militar-industrial ha
empezado a actuar. El último modelo del capitalismo, la nueva economía, se
va a transformar.
Los mercados están alerta ante el proceso de creación-destrucción en marcha
Ganar la guerra. Salvar la economía. En cada conflicto, el miedo, la
incertidumbre. Pero
mientras las opiniones públicas gritan, la gran máquina de la guerra se pone
silenciosamente en
marcha. Los mercados, pasado el primer momento, también.
El ataque terrorista contra las Torres Gemelas se produjo en un momento
económico muy
sensible. En los últimos diez años, el crecimiento, principalmente en EE.UU.,
pero también en
Europa, había tenido un ritmo sin precedentes y sostenido. Ese crecimiento se
explicaba en un
25% por la economía de la información y la comunicación. En marzo del 2000
se evidenció que
el sector tecnológico necesitaba una reconversión. "El atentado va a acelerar
el cambio que
precisaba, porque el sector público se lo va a tomar en serio", dice Jordi
Vilaseca, director del
Observatorio de la Nueva Economía del IN3, en que trabaja el experto Manuel
Castells "Sin el
golpe criminal, la economía habría tardado más tiempo en recuperarse",
agrega Vilaseca.
Cuando el general Norman Schwarzkopf anunció la operación Tormenta del
Desierto contra
Saddam Hussein en enero de 1991, el excéntrico comentarista bursátil
estadounidense Joe
Granville aseguró que "las guerras cotizan al alza". Schwarzkopf arrasó.
Granville también. Al
cabo de medio año, Wall Street se rehízo de las caídas de los meses anteriores
e inició una
carrera alcista que duraría hasta abril del 2000. La economía no tardó mucho
en seguir.
Desde la Segunda Guerra Mundial, pasando por Corea, Vietnam y las Malvinas,
"no hay caso
de una guerra que haya acabado en recesión", dice Bridgett Rosewell, uno de
los sabios que
asesoraban al Gobierno británico de Major .
Y el "boom" bélico es sólo el principio. El ataque japonés contra Pearl Harbor
en diciembre de
1941 auguró el fin, seis meses después, del largo mercado bajista iniciado 13
años antes con el
"crash" de Wall Street y, luego, la fuerte expansión de la economía
estadounidense. Si se
remonta más atrás. el fin de las guerras napoleónicas a primeros del siglo XIX
marcaron el
principio de un periodo de expansión y libre comercio, la primera ola de
globalización.
¿Por qué ? El gasto militar estimula la demanda a corto plazo y la innovación
tecnológica a
largo. Tras el conflicto hay un optimismo de posguerra (al menos para los
vencedores) que
impulsa las economías. "Las guerras crean una demanda de todo tipo de
productos, da empleo a
El gasto militar estimula la
demanda a corto plazo y la
innovación tecnológica a largo. Según algunos, en la coyuntura actual, de
fuerte desaceleración global, un estímulo a la
demanda parece ser la receta. El aumento en gasto de defensa y seguridad y
un paquete de
medidas fiscales anunciadas por Bush podría servir de escudo contra la
recesión, dicen algunos
economistas. Otros discrepan. "El gasto militar a veces impulsa la demanda.
Pero ésta no es una
guerra de este tipo", dice Jeffrey Sachs, de la Universidad de Harvard. "Aquí
la Segunda
Guerra Mundial no es un modelo relevante", añade. Los efectos van a ser
recesivos, diceSachs,
a medida que la amenaza terrorista paraliza los planes de gasto de
empresarios y consumidores
en EE.UU. y el resto del mundo .
El terrorismo puede ser más peligroso para la economía que la guerra. El
mundo era hasta ahora
confiado. Puede que deje de serlo. El grado de confianza es uno de los
factores que explica el
diferente nivel de desarrollo de los países, ha explicado Francis Fukuyama. En
esta ocasión, el
escenario político tampoco es sencillo, "Si detienen a Bin Laden y le procesan,
habrá grandes
movimientos en los países islámicos para su liberación. Si lo matan, Estados
Unidos aparecerá
como una potencia asesina y desatará una cadena de atentados", dice Gabriel
Tortella,
catedrático de la Universidad de Alcalá. Este escenario podría extenderse de
forma sincopada
según se amplía el campo de batalla en la lucha antiterrorista.
En el lado positivo, está que "Estados Unidos y Europa van a forzar a israelíes
y palestinos a
firmar la paz, dada la incapacidad de ambos para alcanzar un acuerdo", según
Antonio
Garrigues Walker. El fin de este conflicto tendría un efecto estructural sobre
la economía
global. Sin embargo, las economías de guerra necesitan de grandes timoneros
y éstos escasean.
John Maynard Keynes tomó las riendas de la economía británica durante la
Segunda Guerra
Mundial y evitó lo que él calificó como "los males sociales de la inflación".
Otros no lo
consiguieron. Durante la guerra de Vietnam la inflación se disparó del 1,3% en
1963 al 6% en
1970 y puso fin a la llamada era de oro keynesiana de crecimiento sin
inflación. Muchos se
preguntan si Bush sabrá evitar el mismo problema.
"Las guerras son inflacionistas. Siempre conducen al despilfarro. Es el coste
sin el ingreso, la
destrucción financiada por el crédito", advierte James Grant, editor de Grant's
Inetrests Rate
Observer. Lawrence Freedman, de King's College, duda de si las guerras
realmente evitan las
recesiones. "Las guerras simplemente refuerzan las tendencias que ya están
en marcha", dice.
Por eso, añade, "estamos a punto de pasar por un momento muy difícil".
A más largo plazo queda el gran debate sobre el gasto militar y la innovación.
Dada la crisis de
la alta tecnología, el nuevo presupuesto de defensa por valor de 343.000
millones de dólares
aprobado la semana pasada en EE.UU. vendrá de perlas al sector tecnológico.
El desplome de
las Torres Gemelas ya ha resultado un caso de "destrucción creativa" para
empresas maltrechas
como Lucent Technologies, que empieza a recibir pedidos para reconstruir las
redes destruidas
en el World Trade Center. En Internet también "el paso de los logros en I+D
militar a los usos
convencionales se acelerará", afirma Vilaseca.El llamado complejo militar-
industrial tiene un
papel crucial dados sus vínculos con el sector privado. "IBM nació militar.
Ahora desarrolla
una parte significativa de la tecnología militar, con grandes ayudas públicas.
Esas ayudas
crecerán y veremos cómo deja atrás al grupo que acaban de formar con su
fusión Compaq y
Hewlett Packard, que desafiaba su primacía", dice Vilaseca.
No cabe duda de que la relación íntima entre el Estado y los fabricantes de
armas dio lugar a
una serie de innovaciones tecnológicas clave, entre ellas Internet. Pero la
desviación de
recursos, principalmente la masa gris de miles de científicos e ingenieros para
suministrar los
laboratorios de la economía de guerra (caliente o fría) hicieron mucho daño a
la competitividad
de Estados Unidos, advierte Lloyd Dumas, de la Universidad de Tejas, autor
del libro "Lethal
arrogance".
"El "sorpasso" de Japón y Alemania en el ranking de competitividad es
consecuencia directa de
que no gastaban tanto en defensa", dice Dumas, quien compara el gasto
militar a "una dosis de
heroína; el efecto inmediato resuelve el problema, pero a largo plazo
destruye el organismo".
Tras la Segunda Guerra Mundial hubo buenas intenciones. Grandes empresas
como General
Motors, General Electric o ATT volvieron a actividades civiles. "Parecía que el
Pentágono iba a
convertirse en un hospital", dice Dumas. Cuando estalló la guerra de Corea,
"los líderes
empresariales incluso se quejaron: ¿Cómo vamos a cambiar la producción otra
vez?"
protestaban. Desde aquel momento la economía de guerra se hizo
permanente. Las fronteras
son borrosas. Y cuando los conflictos estallan los complejos militares alcanzan
su máximo
potencial.

ECONOMÍA EN CONFLICTOS BÉLICOS


La guerra es un factor muy importante para la economía, pero como se
deduce, es un factor negativo y tiene muchas consecuencias, aparte de lo que
se ve a primera vista. Indudablemente, hay muertos, se destruyen ciudades,
pero otras consecuencias son la subida del petróleo, lo que hace bajar a la
bolsa de valores, se incrementan los precios de los productos, etc. Lo
lamentable, es que mucha gente que no sufre la guerra está aburrida de verla
en los telediarios, en la prensa, pero no nos damos cuenta de nada de esto.
Este texto es para conocer la guerra más de lo que , por desgracia, la
conocemos. Hoy día ya no cabe ninguna duda de que los procesos económicos
son en gran medida determinantes de los conflictos bélicos.
Y es obvio también que la propia guerra es una actividad económica, un
“bussiness” ordinario de la vida de los que decía Alfred Marshall que se ocupa
la economía. Requiere grandes inversiones, mucha fuerza de trabajo,
industrias de vanguardia, financiación a largo plazo… La guerra no se
improvisa, sino que necesita una planificación milimetrada que implica
gestión económica especializada y recursos materiales tan gigantescoscomo
firme sea la voluntad de victoria. Como decía Napoleón, la guerra es “dinero,
dinero y dinero”. Sabemos que, casi siempre, la guerra es inflacionaria porque
implica el fortalecimiento de industrias de demanda asegurada que tienen
capacidad para subir los precios de sus productos. Al mismo tiempo, genera un
aumento de la actividad económica pero, al estar ligada a sectores de menor
efecto multiplicador, realmente improductivos y con menos capacidad de
creación de riqueza efectiva, a la postre deprime la vida económica. Lo que
tiene que ver, a su vez, con la destrucción que siempre conlleva y con la
derivación de las inversiones hacia los activos más seguros pero
improductivos. como firme sea la voluntad de victoria. Como decía Napoleón,
la guerra es “dinero, dinero y dinero”.
Sabemos que, casi siempre, la guerra es inflacionaria porque implica el
fortalecimiento de industrias de demanda asegurada que tienen capacidad
para subir los precios de sus productos. Al mismo tiempo, genera un aumento
de la actividad económica pero, al estar ligada a sectores de menor efecto
multiplicador, realmente improductivos y con menos capacidad de creación de
riqueza efectiva, a la postre deprime la vida económica. Lo que tiene que ver,
a su vez, con la destrucción que siempre conlleva y con la derivación de las
inversiones hacia los activos más seguros pero improductivos.
La guerra constituye un derrame permanente, una fuga de recursos hacia la
destrucción –que es lo que en sí mismo significa- que dejan de ir a los destinos
que tienen que ver con las auténticas necesidades humanas.
La guerra tiene costes explícitos que están vinculados a la destrucción, a la
obtención del armamento y de todo lo que es necesario para llevarla a cabo y
también derivados de las nuevas condiciones productivas que genera. Pero
además lleva consigo coste implícitos que los economistas llaman costes de
oportunidad y que son los que equivalen a la renuncia a conseguir otros
objetivos alternativos. Se quiera o no, lo que gastamos en preparar la guerra
o en hacerla, no podemos dedicarlo a construir la paz y a satisfacer nuestras
necesidades.
Tradicionalmente, cuando se hablaba de las relaciones entre la guerra y la
economía se trataba de computar estos diferentes costes y compararlos, si es
que los hubiera, con sus beneficios.
Pero actualmente la naturaleza de la guerra ha cambiado y, por tanto,
también cambian las relaciones entre ella y la economía.
En primer lugar, la guerra de nuestros días no afecta sólo o principalmente a
los aparatos militares sino que se desencadena y es sufrida por la sociedad
civil, por las personas normales y corrientes y por las infraestructuras que no
están directamente vinculadas a objetivos militares. Eso significa que sus
costes se multiplican cuantitativa y cualitativamente, aumentando de manera
extraordinaria el efecto económicamente destructor a medio y largo plazo.
Hoy día, la guerra desvertebra mucho más que nunca a las economías que la
sufren, en cualquiera de sus manifestaciones.
Además, la guerra actual tiene las características de red de casi todos los
fenómenos contemporáneos. También la guerra se globaliza y sus daños y
efectos de todo tipo se extienden en mayor medida, de manera transversal y
sin circunscribirse a espacios y dimensiones sociales localizados.
Finalmente, me parece que la guerra comienza a ser un fenómeno mucho más
disipado que deja de ser un momento de conflicto para convertirse en un
estado permanente de violencia.
¿Puede decirse que ha terminado la guerra en Irak cuando las tropas de
Estados Unidos han sufrido sólo en agosto una media de sesenta ataques
diarios, 66 bajas mortales y las de más de mil soldados heridos en esas
acciones?
Los conflictos armados, declarados o no, constituyen hoy la principal
anotación de la agenda internacional creando un permanente clima de
inseguridad e incertidumbre, de agresión, de destrucción y de muerte que
afecta de una forma nueva y mucho más dañina a las relaciones económicas.
En realidad, lo que sucede hoy día es que la guerra no es solamente el
enfrentamiento convencional de otros tiempos sino la violencia estructural y
continuada. No solamente la que se lleva a cabo a través de los batallones
disciplinados de los ejércitos nacionales sino la que envuelve casi a ciudades
enteras. Y es desde este punto de vista que las relaciones económicas están
adquiriendo una dimensión también nueva en su relación con la guerra.
Cuando el mundo se despierta cada vez más a menudo conmocionado por el
impacto de destrozos inhumanos, del terrorismo más sanguinario o de guerras
declaradas, o escondidas o innominadas, la economía se muestra como más
directamente generadora que nunca de las condiciones que, casi
inexcusablemente, no pueden dar lugar sino a la violencia.
Son las condiciones económicas establecidas por los más poderosos las que
provocan la desigualdad lacerante, el sufrimiento innecesario, las asimetrías
terribles e injustas que despiertan el odio y la sed de rescate, las que
desencadenan el ansia de venganza y con ella la violencia.
No es de ninguna manera casual que las mayores potencias económicas sean
las que salvaguardan su poder mediante los ejércitos mejor dotados y
financiados.
A nuestro alrededor las cifras muestran sin género de dudas la distancia de
hay entre el bienestar de los poderosos y el sufrimiento de los empobrecidos.
Son diferencias que provoca el que la economía mundial funciona mediante
una especie de efecto aspiradora que hace que los recursos terminen siempre
por fluir hacia los más ricos. Un efecto que es el resultado, entre otras
circunstancias, de reglas internacionales injustas que favorecen a los
poderosos y de políticas impuestas a los países a pesar de que son contrarias a
sus intereses, como la experiencia termina por demostrar.
Eso es lo que da lugar a la increíble paradoja de nuestro tiempo: son los
países más pobres del planeta los que financian a los más ricos, trasladando
hacia estos últimos, como devolución de la deuda, en fugas de capital o
expatriación de beneficios, un flujo anual de recursos mucho mayor que el
que reciben no sólo en forma de ayuda.
Estados Unidos se impone como una nación indispensable, como el núcleo de
donde han de partir las decisiones y las reglas económicas que los demás han
de obedecer. Con el 5% de la población mundial consume casi el 50% del total
mundial de gasolina y se apropia también de la mitad de la riqueza que se
produce en el mundo. Crea así un dominio imperial que no todo el resto del
mundo está dispuesto a aceptar cuando se traduce en injusticias, en
sufrimiento, en miseria y en desigualdad creciente.
La consecuencia es el mundo asimétrico en el que vivimos, en donde el 1%
más rico disfruta del 57% de los ingresos mientras que al 80% más pobre sólo
le corresponde el 16% de la riqueza.
Esas son las condiciones en las que, queramos o no, está surgiendo un clima
generalizado de violencia.
La respuesta dominante es, sin embargo, la de apretar el acelerador de las
reformas que fortalecen el mercado, reducir los gastos sociales, disminuir la
protección de los excluidos y fomentar el trabajo que envilece y lleva
directamente a la pobreza y a la exclusión a cientos de millones de familias
en todo el planeta. Es decir, una auténtica economía de guerra en la medida
en que crea la violencia de la necesidad.
Combatir a la violencia en cualquiera de sus formas significa construir
decentemente la paz, no limitarse a destruir al enemigo que uno mismo ha
creado. Y la paz requiere necesariamente otro tipo de relaciones económicas
basadas en la igualdad y en el reparto para poder erradicar la miseria y poder
dedicar los recursos necesarios, aunque sea a costa del privilegio de los más
ricos, a satisfacer las necesidades de todos los seres humanos sin exclusión

GUERRA DE IRAK
Al Congreso de Estados Unidos ya se le pidió un presupuesto de US$187.000
millones para la invasión y posterior reconstrucción de Irak. Parece mucha
plata, pero la verdadera cuestión es si esa cantidad estará cerca de ser
suficiente.
El gobierno de Bush tenía muy clara la necesidad de invadir Irak, a pesar de
que algunas de sus razones parecen ahora menos convincentes.
Pero no fue tan claro sobre el alcance del costo de la operación militar para
derrocar el régimen de Saddam.
Todavía hay más preguntas en cuanto al monto final de la reconstrucción de la
economía y la sociedad civil en Irak.
Cálculos recientes, recogidos de varias fuentes, sugieren que el costo directo
final de la guerra y la reconstrucción podría fácilmente alcanzar los
US$600.000 millones.
Esta cantidad podría doblarse si se pudiesen calcular los costos indirectos de
la guerra por pérdidas de rendimiento económico.
Cálculos generales
Claramente, para los defensores de la guerra el gasto no ha sido una
preocupación central. Sin embargo, la guerra y el consiguiente periodo de
posguerra podrían tener un efecto significativo en el creciente déficit del
presupuesto del gobierno estadounidense, y por tanto, en potencia, podría
afectar a la economía del país.
De momento el gobierno de Bush ya ha tenido que pedir durante este año
fiscal US$25.000 millones adicionales para operaciones militares, aumentando
así el déficit presupuestario.
Y todavía no ha hecho su petición complementaria para el año fiscal próximo,
que empieza el primero de octubre. Se prevé que pida entre US$80.000 y
100.000 millones tras las elecciones presidenciales .
Costos militares
Según la oficina de presupuesto del Congreso, una entidad imparcial
establecida por el poder ejecutivo de EE.UU., la guerra y la ocupación de Irak
con 130.000 soldados estadounidenses cuesta entre US$ 4.000 y 5.000 millones
al mes, o entre 48.000 y 60.000 millones al año.
Teniendo en cuenta eventos recientes, muchos expertos ahora creen que
podría ser necesario mantener un número de soldados de esta magnitud
durante los próximos 3 a 5 años, en contraste con planes prematuros para
reducir este año la cantidad de soldados a menos de 100.000.
Ello significaría que, sólo en gastos militares, la cifra alcanza de los US$
300.000 a los 600.000 millones, dependiendo de con qué rapidez EE.UU.
podría formar y equipar a una fuerza de seguridad iraquí de confianza.
Es improbable que otros países de la OTAN quieran o puedan asumir la carga
de la ocupación de Irak.
El fracaso de la reconstrucción
Mientras continúan aumentan los costos militares, no se gasta el dinero
asignado para la reconstrucción de Irak. Según la Coalición de la Autoridad
Provisional (CPA), sólo se han gastado US$ 2.770 millones de los 18.400
asignados por el Congreso estadounidense para la reconstrucción del país.
Además, es probable que otros países hayan gastado en la reconstrucción de
Irak menos de lo que prometieron el pasado octubre en Madrid, cuando se
comprometieron a dar un total de US$14.000 millones en concesiones y
préstamos.
El proceso de gasto en reconstrucción es lento porque, como el Banco Mundial
reconoce, todavía no existe una infraestructura institucional que use el dinero
con eficacia.
La precaria situación de seguridad también está causando demoras.
Además, tanto la CPA como el Pentágono han sido criticados por tardar en
organizar procesos abiertos de oferta de contratos para la reconstrucción.
Petróleo y reconstrucción
A largo plazo, es probable que la reconstrucción de Irak cueste mucho más de
los US$33.000 millones que asignó occidente, o los 55.000 millones que
calculó el Banco Mundial.
Un cantidad importante de dinero , quizás tanto como US$50.000 millones, se
necesita para el desarrollo de nuevos yacimientos petrolíferos en Irak, que en
potencia, podrían doblar la producción de crudo del país de 3 a 6 millones de
barriles por día. Pero ello requeriría una inversión a largo plazo por parte de
compañías petrolíferas occidentales, para lo que se necesitaría más
estabilidad política que la que ahora existe.
Una vez desarrollados los nuevos yacimientos petrolíferos, se necesitarían de
5 a 10 años, Irak podría permitirse pagar por su propia reconstrucción.
Pero hasta entonces, los beneficios que en la actualidad Irak obtiene del
petróleo apenas cubren los gastos de funcionamiento de su gobierno.
Aumentando el déficit
El gobierno de Bush ha optado por financiar la guerra con apropiaciones
suplementarias de emergencia, fuera de presupuesto, en lugar de incluir los
gastos en Irak en el presupuesto enviado al Congreso.
Ello significa que los gastos bélicos no figuran formalmente como parte del
futuro déficit presupuestario.
A largo plazo, un déficit presupuestario permanente podría llevar a tasas de
interés más altas y menor crecimiento económico en los EE.UU., con
consecuencias en el resto del mundo.
Según William Nordhaus, catedrático de economía en la Universidad de Yale,
estos costos son "una carga significativa para el presupuesto federal".
"El gobierno de Bush está amontonando gastos que tendrán que pagarse en el
futuro".
"La irresponsabilidad fiscal es realmente abrumadora".

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