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El saln de baile de los Miranda era un Versalles en miniatura.

Las paredes eran dos largas filas de espejos ensamblados del techo hasta el piso: una galera de espejos destinados a reproducir, en una ronda de placeres perpetua, los pasos y vueltas elegantes de las parejas llegadas de Chihuahua, El Paso y las otras haciendas, a bailar el vals y las cuadrillas en el elegante parqu que el seor Miranda mando traer desde Francia. Los hombres y mujeres de la tropa de Arroyo se miraban a s mismos. Paralizados por sus propias imgenes, por el reflejo corpreo de su ser, por la integridad de sus cuerpos. Giraron lentamente, como para cerciorarse de que esta no era una ilusin ms. Fueron capturados por el laberinto de espejos. El viejo se dio cuenta de que la seorita Harriet y l ni siquiera se haban fijado en los espejos al entrar (...) Uno de los soldados de Arroyo adelant un brazo hacia el espejo. - Mira, eres t. Y el compaero seal hacia el reflejo del otro. - Soy yo. - Somos nosotros. Las palabras hicieron la ronda, somos nosotros, somos nosotros, y una guitarra se dejo or, una voz se uni a otra, los de la caballera entraron tambin y volvi a haber fiesta y baile y broma en la hacienda de los Miranda, insensible a la presencia de los gringos, pero empez una polka nortea junto con la aparicin de un acorden y las espuelas de los jinetes se arrastraron al bailar sobre el fino piso taraceado, rasgndolo y astillndolo. El viejo detuvo el impulso de Harriet. - Es su fiesta -le dijo el viejo-. No se meta usted.

Carlos Fuentes. Gringo Viejo

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