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Imperios: Auge y declive de Europa en el mundo, 1492-2002
Imperios: Auge y declive de Europa en el mundo, 1492-2002
Imperios: Auge y declive de Europa en el mundo, 1492-2002
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Imperios: Auge y declive de Europa en el mundo, 1492-2002

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¿Por qué dominó Europa el mundo desdeel siglo xv hasta el siglo xx? ¿Cómo alcanzóla supremacía y por qué la perdió? ¿Cuál es ellegado de Europa en el siglo xxi? Este iluminadorensayo responde a estas y otras grandes preguntasa lo largo de un recorrido por cinco de los siglosmás apasionantes de la historia universal.

Julio Crespo MacLennan analiza el auge y declivede Europa mediante una historia imperial de susgrandes potencias y aporta las claves de suexpansión. Detalla las grandes olas migratoriasde los europeos por el planeta, explicando susobjetivos y los ideales que les inspirarony mostrando su contribución a la propagaciónde la civilización europea, con sus luces y sussombras, y a la creación del mundo moderno.

Describe algunos de los momentos estelaresde Europa y también los más traumáticos, y davoz a muchos grandes personajes de la historia,tanto a los que contribuyeron al avance de lacivilización europea como a los que la pusieronen peligro, y también a destacados críticosy observadores.

Finalmente explica cómo la Europa postimperiallogró recuperarse del más dramático declivey encauzar un nuevo futuro en unidad, y cuáles su papel en la civilización global del siglo xxi,cuyos elementos centrales son europeos.

Un libro esencial para entender lo que ha sidoy es hoy Europa en el mundo.

LanguageEspañol
Release dateJul 1, 2014
ISBN9788415472506
Imperios: Auge y declive de Europa en el mundo, 1492-2002

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    Imperios - Julio Crespo MacLennan

    universal.

    Primera parte

    EL AUGE DE EUROPA

    Son siempre los aventureros los que hacen grandes cosas, no los soberanos de los grandes imperios.

    CHARLES DE MONTESQUIEU

    Éste es nuestro propósito, hacer lo más significante posible esta vida que hemos recibido, vivirla de forma que podamos sentirnos orgullosos de nosotros mismos, actuar de forma que alguna parte de nosotros continúe viviendo.

    OSWALD SPENGLER

    La mejor defensa contra el mundo es tener un profundo conocimiento sobre él.

    JOHN LOCKE

    CAPÍTULO 1

    El esplendor del imperio español y portugués

    y el impacto del descubrimiento de América

    El 12 de octubre de 1492 tres carabelas capitaneadas por el navegante genovés Cristóbal Colón llegaron a una isla tropical. Para sus tripulantes la sensación de alivio fue enorme. Habían pasado varias semanas en el mar temiendo morir de sed y de hambre. Cristóbal Colón, además de alivio, debió sentir gran euforia al desembarcar, ya que la desconocida isla parecía confirmar que su objetivo de llegar a Asia navegando hacia el oeste se había conseguido; de ese modo también podría recibir los honores que había exigido al embarcarse en tan arriesgada aventura. Ese día Colón hizo historia, pero por motivos mucho más importantes de los que él se imaginaba: en vez de Asia había llegado a América. El descubrimiento de este continente constituyó el inicio de una fase de expansión que iba a llevar a los europeos a lograr la hegemonía mundial durante varios siglos.

    La extraordinaria hazaña de Colón se debe principalmente a su inteligencia, perseverancia y conocimientos, pero también a un reino, el de Castilla, que buscaba su expansión y que supo apostar por una empresa tan audaz y temeraria como atractiva, aquella que proponía el navegante genovés. Fue por último el resultado de una época prodigiosa, el Renacimiento, ese tiempo en el que todo era posible y en el que Cristóbal Colón tuvo la suerte de nacer.

    Al final del siglo xv Europa occidental vivía vertiginosos cambios. Al salir de la Edad Media la vida intelectual sometió a examen crítico la imagen tradicional del mundo y trató de llegar al conocimiento objetivo de lo visible. Volvió la atención hacia la era clásica, incomprendida y enterrada durante sucesivos siglos. Con el Renacimiento nació una nueva concepción del hombre, de sus mitos y aficiones. Este cambio supuso extraordinarios logros en el campo del pensamiento, de la creación artística y de la ciencia. En aquellas ciudades de Italia, donde pese a un intencionado olvido aún persistía la herencia de otro mundo, floreció de una manera casi natural la semilla del ideal humanista, cuya huella los siglos medievales nunca pudieron borrar. En ellas se descubrieron artistas polivalentes, formados en las mejores escuelas y de cuyo arte y talento nacería una producción de obras tan grandiosas y notables como nunca antes se había conseguido. Por aquellos tiempos Giuliano della Rovere asumió el papado como Julio II y decidió reconstruir Roma. Quiso hacer de ella la capital del mundo, y de su basílica «el símbolo de una nueva era». En las ciudades de Italia existía la conciencia de un gran pasado; de allí nació una energía fecunda y sus consecuencias se extendieron por todo el mundo occidental: personajes como Miguel Ángel, al igual que Erasmo de Rotterdam o Cristóbal Colón, fueron los mejores ejemplos de lo que el nuevo hombre europeo era capaz de concebir. Fenómenos sociales y económicos como el auge de la burguesía y la aparición del capitalismo mercantil hacían a los europeos emprender la era moderna. En esta época el dinero surgió como un medio accesible cada vez a más gente para mejorar su condición y ascender socialmente, y como consecuencia comenzaron a proliferar los buscadores de fortuna.

    Sin embargo nada hacía presagiar que los europeos iban a lanzarse a la conquista y colonización de tierras desconocidas hasta entonces, y que iban a formar imperios que les llevarían a dominar el planeta en los próximos siglos. De hecho, comparada con otras grandes civilizaciones de entonces, Europa resultaba más pobre y con menos capacidad para expandirse por otros continentes.

    Desde tiempos de Marco Polo los europeos habían soñado con la mítica abundancia y la sofisticación de las civilizaciones de China y la India, donde se decía que había tanta riqueza que podían encontrarse palacios con las paredes cubiertas de oro. China era la civilización más avanzada y también la que tenía mejores condiciones para propagarse por el mundo. Desde el establecimiento de la dinastía Ming en el siglo XIII, había logrado derrotar a los invasores mongoles y unificarse en torno a un enorme territorio. Contaba con un gobierno unificado y centralizado bajo una burocracia bien educada, y sobre todo con extraordinarios avances científicos y técnicos. La invención de la pólvora y la introducción de cañones habían dado a los chinos la superioridad militar, y contaban también con una poderosa industria pesada. Por último, a partir del siglo XVI China comenzó a estar mucho más poblada que cualquier otra región del mundo, con más de cien millones de habitantes, el doble que Europa.

    La marina china tenía 1.350 barcos en el año 1420, y en las primeras décadas del siglo XVI los navegantes chinos surcaban buena parte del sur del océano pacífico e incluso habían llegado a la costa oriental de África. Por lo tanto, China tenía todas las condiciones para descubrir y explorar nuevos mundos y beneficiarse de ellos mucho antes que los europeos. Pero no iba a ser así. En 1436 un edicto imperial prohibió la construcción de barcos y sus grandes naves fueron destruidas. La razón de tan drástica medida se debía a que los mongoles amenazaban con invadir la frontera interior. El emperador decidió que para mantener las fronteras de sus dominios debía centrarse en su defensa y abandonar vagos proyectos de expansión por los mares. A partir de entonces China dio la espalda al mundo, la civilización más avanzada se fue estancando y el pueblo que pudo haberse convertido en primera potencia fue, en su lugar, una pieza en el juego imperial de otras potencias.

    La otra civilización con ínfulas expansionistas en el siglo XV era la islámica. A pesar de que llevaba tiempo en retroceso en la Europa occidental, el mundo islámico aún mantenía un enclave importante en la península ibérica, el reino de Granada, y sus dominios se extendían por todo el norte de África y Oriente Medio hasta el norte de la India e incluso por el océano Índico. El miedo a la invasión islámica, tan imbuido en la conciencia colectiva europea durante varios siglos, seguía estando muy presente en el siglo XV. En 1453 Constantinopla sucumbió ante el imperio otomano, y la mítica capital bizantina no fue su última conquista en el mundo cristiano pues continuó expandiéndose por Grecia y los Balcanes hasta llegar a las puertas de Viena. También crecía en otros continentes: la dinastía Safavid estaba en pleno auge en Persia y era cada vez más poderosa. En Asia, el imperio mogol amenazaba con expandirse por todo el subcontinente indio. Además del deseo de expansión, los gobernantes del mundo islámico estaban tan convencidos como los cristianos de que su religión era la única verdadera, y su deber en esta tierra era propagar su fe y contribuir a convertir al mayor número posible de infieles.

    En algunos aspectos Europa no tenía una civilización tan avanzada como la China, ni disponía tampoco de ejércitos tan temibles como los del mundo islámico. Sin embargo, los europeos tenían tres características que les iban a hacer alcanzar una posición hegemónica. En primer lugar, una gran curiosidad por el mundo: cuestiones como si la tierra era redonda, qué tamaño tenía el océano Atlántico o dónde podía haber tierras desconocidas iban a estimular a los navegantes en sus exploraciones, y sus descubrimientos harían grandes aportaciones tanto a sus pueblos como a la ciencia en general. En segundo lugar, avidez por descubrir nuevas rutas comerciales y pueblos que contribuyeran a crear riqueza. Por último, espíritu de aventura: más que ninguna otra civilización, la europea admiraba tanto al guerrero como al marino que marchaba a mundos lejanos en busca de la gloria para su pueblo o fortuna personal.

    El pequeño reino de Portugal iba a ser pionero en el movimiento de expansión europea por el mundo. No era un reino tan próspero y poderoso como los del resto de la península ibérica, Francia e Inglaterra, pero estaba más unido y cohesionado. Con una extensa costa atlántica al oeste y próximo al continente africano al sur, su situación geográfica proporcionaba a los portugueses una gran ventaja para liderar la llamada era de los descubrimientos; su larga tradición marina contribuyó a que alcanzaran superioridad en la ciencia náutica en el siglo XV: la carabela fue un invento suyo, un nuevo diseño de barco que les iba a permitir llegar más lejos que nadie. En 1415, bajo el reinado de Juan I, Portugal hizo su primera incursión en África con la captura de Ceuta y el establecimiento de un asentamiento allí, con el objetivo de que este enclave tan estratégico próximo al estrecho de Gibraltar le ayudara a competir mejor contra potencias comerciales del Mediterráneo como Génova o Venecia. Poco después estableció colonizaciones agrarias en los archipiélagos de las Azores y Madeira. Pero esto sólo iba a ser el principio de un extraordinario proceso de expansión por el mundo que llevó a Portugal a establecerse en los lugares más remotos y abrir horizontes para los europeos que iban a alterar radicalmente su destino.

    El auge de Portugal en el mundo se produjo principalmente gracias a iniciativas del hijo de Juan I, el infante don Enrique, más conocido como Enrique el Navegante a pesar de que apenas salió de su país. Enrique el Navegante era un típico representante de la realeza europea en la edad moderna: por sus venas corría sangre portuguesa, inglesa, francesa y española. Era, como se podía esperar de su condición, un buen patriota y un cristiano devoto, pero por lo demás fue un príncipe bastante atípico que mostró mucho interés por el mundo del comercio, una cuestión que no se solía dar en los que nacían en la abundancia; este sentido le hizo apoyar los proyectos de expansión de Portugal por el mundo con la avidez de un empresario de nuestro tiempo. Las razones por las que decidió apoyar las expediciones al sur de las Azores eran principalmente comerciales: obtener grandes beneficios de las especias y descubrir nuevas rutas comerciales; también de índole estratégica y religiosa: deseaba saber hasta dónde llegaba el mundo de los infieles y contribuir a llevar la cristiandad a dichas tierras y, al tiempo, averiguar si había cristianos con los que poder hacer alianzas.

    En 1434 los portugueses lograron bordear el cabo Bojador en África occidental; una década más tarde, en 1444, Nuño Tristram llegó al río Senegal y poco después Dinis Díaz tomó posesión de Cabo Verde, que se convertiría en otra colonia de gran importancia para Portugal. Enrique el Navegante obtuvo del pontífice los derechos de soberanía de todas las tierras descubiertas por Portugal desde África hasta la India.

    Ante el éxito de los descubrimientos y la bendición papal no es extraño que, tras la muerte del infante don Enrique en 1460, la corona siguiera apoyando con entusiasmo los proyectos de exploración. En 1469 el rey Alfonso V, que pasaría a la historia como «el Africano», concedió el derecho a explotar el comercio en Guinea a un mercader llamado Fernando Gómez, con la condición de que explorara todos los años cien leguas de territorio al año. Gómez cumplió su promesa y llegó a la llamada costa de oro en 1470. En 1481 Diego de Azambuja viajó con la misión de comenzar a explotar la costa de África occidental y fundó San Jorge de la Mina, el primer establecimiento portugués en el continente africano. En su viaje le acompañaron dos navegantes que con el tiempo iban a ser mucho más famosos que él: Bartolomé Díaz y Cristóbal Colón. Muy importantes fueron también los viajes por África de Diego Cao. Cao se adentró en el corazón del continente negro, llegó hasta la desembocadura del río Congo, estableciendo los primeros contactos con el remoto reino del Congo, en la actual Angola, y dando comienzo al proceso colonizador de la posesión lusa más importante en ese continente.

    En 1487 un marino portugués marcó un nuevo hito en la exploración europea. Bartolomé Díaz logró ser el primer europeo en bordear el continente africano por el cabo de Buena Esperanza y entrar en aguas del océano Índico. No logró su objetivo de llegar a la India debido a la escasez de víveres y a las muchas adversidades que sufrió en el viaje, lo que le obligó a dar la vuelta, pero entró triunfalmente en Lisboa en 1488 con la buena noticia de que había conseguido abrir camino hacia la India desde el sur de África.

    Los asentamientos portugueses en ultramar permitieron el auge de dos poderosos negocios. El primero fue el de la industria azucarera, que comenzó a desarrollarse por los colonos en sus posesiones en el Algarve y pronto comenzaría a expandirse por todo el mundo colonial. Para promoverlo, de igual forma que ocurría con otros negocios de la historia colonial, se necesitaba mucha mano de obra, lo que dio lugar a otro negocio inicialmente lucrativo y con el tiempo polémico: la trata de esclavos. En las costas africanas los portugueses descubrieron un bien abundante y para el que iba a haber creciente demanda: los seres humanos. Éstos se podían comprar a tribus africanas o simplemente raptar y luego vender en Lisboa o en otros puertos.

    Con el escándalo y el rechazo que este hecho hoy nos produce, tenemos que admitir que la esclavitud había existido tanto en Occidente como en las demás civilizaciones conocidas por los europeos desde tiempo inmemorial y sin que fuera cuestionada por razones éticas o morales. Lo escribió Aristóteles: «la humanidad está dividida en dos: los amos y los esclavos». Tampoco la condenó la Iglesia, siempre y cuando el esclavo no fuera cristiano. Con la expansión europea por el mundo, el comercio de esclavos se convirtió en un gran negocio: sin ellos el desarrollo de tierras conquistadas no era posible. De todas las razas esclavizadas por los europeos, la negra iba a ser la favorita y la que más soportó el peso de esta lacra.

    El primer gran cargamento de esclavos negros arribó a Lisboa en 1441. En 1448 unos mil esclavos llegaron a Portugal o a las islas portuguesas. A partir de entonces la llegada de barcos con esclavos fue muy frecuente y se empleó a los desafortunados africanos principalmente para trabajar en las plantaciones de azúcar, pero también en comercios o en el servicio doméstico de Lisboa. También había demanda para la esclavitud en Sevilla y otras ciudades de Castilla y Aragón. Nada en comparación con la que iba a exigir la colonización del nuevo mundo.

    Mientras que Portugal lideraba la era de los descubrimientos, los reinos vecinos de la península ibérica vivían tiempos de expansión y engrandecimiento. El factor clave para entender su fabulosa transformación fue el matrimonio entre Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, mediante el cual se logró mucho más que la unificación de los dos reinos. Fernando de Aragón fue un rey de grandes dotes militares pero sobre todo diplomáticas, hasta el punto que fue él quien configuró el futuro de muchos estados mediante el matrimonio de sus propios hijos, componiendo unas uniones entre las dinastías que definieron el porvenir de Europa. Fue el estadista en quien se inspiró Maquiavelo para escribir su famoso ensayo, El Príncipe. En una ocasión, cuando le dijeron que el rey de Francia se quejaba de que lo había engañado dos veces, respondió: «Miente el rey de Francia, lo he engañado diez veces».

    Por su parte, Isabel, que no estaba destinada a ser reina de Castilla desde su nacimiento, llegaría a la corona gracias a su habilidad, a su voluntad de hierro, y a una fe absoluta en su hado. Fue así como llevó adelante mucho de lo que se propuso en su reinado. Metas ambiciosas conseguidas con la pasión por la gloria que caracterizó a su tiempo.

    La reina Isabel tomó la determinación de que el reino de Castilla debería ampliar sus fronteras como lo estaba haciendo Portugal. Un logro importante fue la conquista de Canarias, que permitió la primera expansión de ultramar y la adquisición de un archipiélago de gran importancia para los futuros descubrimientos de este reino.

    En 1492 los Reyes Católicos hicieron una aportación fundamental para la historia de España y de Europa: la conquista del reino nazarí de Granada, con la cual se ponía fin a la presencia islámica en la península ibérica. De esta forma se alteraba el perfil de Europa durante los próximos quinientos años, pues hasta la creación del Estado de Albania, en 1925 no iba a haber en el continente un Estado con mayoría musulmana.

    La culminación de la reconquista tuvo una importancia capital en el auge de una mentalidad expansionista que iba a predominar en la corona de España durante los próximos siglos. La reina Isabel, animada por este éxito, aspiraba a que su reino conquistara el norte de África y lograra su cristianización, y así lo dejó escrito en su testamento. Sin embargo, ese año triunfal le iba a brindar a su reino la oportunidad de expandirse por un mundo jamás imaginado, gracias al navegante Cristóbal Colón.

    Cristóbal Colón es quizás el ejemplo más destacado de ese nuevo espíritu renacentista que recorrió Europa, el que representa a un hombre audaz, pero también instruido, experto y con conocimientos científicos. Colón era ese gran navegante preocupado tanto por los estudios geográficos como de cartografía, que conocía las teorías del sabio florentino Toscanelli y sus cartas náuticas. Fue también un gran observador de la astronomía, de los vientos, de las corrientes marinas.

    Debido a la trascendencia que alcanzó su descubrimiento, Colón es de los personajes de su época sobre los que más se ha escrito (él mismo dejó bastantes textos sobre sus hazañas). Sin embargo, varias etapas de su vida han sido objeto de mucha polémica, entre ellas sus orígenes y su nacimiento. El hecho de que su hijo Fernando no especificara en la biografía que escribió sobre su padre su lugar de origen ha dado lugar a todo tipo de especulaciones sobre dónde nació el famoso navegante, pues varios son los pueblos que han querido tener al descubridor de América entre sus hijos predilectos. Se ha dicho que Colón era mallorquín, catalán, judío, griego e incluso francés, escocés y polaco. Pero sus biógrafos más prestigiosos coinciden en que nació en Génova en 1453, en el seno de una familia humilde. Hijo de un tejedor, no recibió educación formal alguna pero se preocupó por saber. Tuvo sueños de grandeza desde muy joven y siempre ambicionó dejar huella en su época, razón por la cual eligió una de las pocas profesiones que en sus circunstancias le permitirían ascender socialmente y aspirar a hacer fortuna: la de navegante.

    Colón se embarcó por primera vez cuando sólo era un adolescente y acumuló una amplia experiencia como marino antes de los treinta años, habiendo llegado a la costa de Guinea en el sur, y a Islandia en el norte. Como muchos marinos de su tiempo se preguntó con frecuencia qué podía haber al oeste de los mares del Atlántico por los que habitualmente navegaban los europeos. Tras la traducción al latín del tratado sobre geografía de Ptolomeo, en 1410, la idea de que el mundo era redondo se fue imponiendo en la comunidad científica. Muy influyente para Colón fue también la obra Imago Mundi, del cosmógrafo francés Pierre d’Ailly, que defendía la teoría de que la tierra era asimétrica y que había cuatro continentes en el mundo. Estos conocimientos y, ante todo, su propia intuición como marino le llevaron a concluir que en unas semanas, navegando con rumbo al oeste, era posible llegar a la costa asiática y, concretamente, a Zipango, el antiguo nombre dado por los europeos a Japón.

    Tras concebir un plan tan atrevido, su siguiente objetivo fue encontrar un Estado que lo avalara, pues los navegantes de esta época, al igual que los artistas, no tenían prejuicios nacionalistas a la hora de buscar patrocinio para sus proyectos. Cualquier Estado europeo podía patrocinar una empresa descubridora, pues todos compartían los mismos objetivos y también la misma idea de civilización que llevar a otros mundos. Los principales candidatos eran Portugal, Castilla, Francia e Inglaterra. Portugal, como primera potencia exploradora, era la que ofrecía más posibilidades de éxito, y a la corte de Juan II se dirigió el navegante genovés, pero no tendría éxito pues pedía demasiadas recompensas para una empresa tan arriesgada. Tras fracasar con Portugal, Colón contempló ofrecer su proyecto a otras coronas, e incluso a su Génova natal, pero finalmente se centró en Castilla.

    Las pretensiones de este extranjero con aires de visionario y tono arrogante no cayeron bien en la corte de Castilla, y Colón tuvo que perseverar hasta conseguir su empeño. En 1492, poco después de la conquista del último reino musulmán en la península ibérica, Colón fue llamado a Granada. Allí Isabel la Católica decidió avalar el proyecto del navegante genovés, a pesar de las reticencias de sus asesores, concediéndole lo que pedía a cambio: el título de almirante y virrey de las tierras conquistadas y el 10% de los beneficios obtenidos –en un principio había pedido el 25%– en su explotación para él y sus descendientes. Las recompensas eran muy considerables, pero hay que tener en cuenta que él, como la mayoría de los conquistadores que le iban a suceder, exponía su patrimonio y su vida en esta aventura.

    ¿Por qué apoyó la reina Isabel a Colón? La euforia de los Reyes Católicos tras la toma de Granada debió de influir en su decisión de apoyarle, pues tras este éxito su ansia de expansión creció notablemente. Si el viaje de Colón tenía éxito, los beneficios para el reino de Castilla serían grandes y, por lo tanto, merecía la pena correr el riesgo a pesar de que sus asesores lo desaconsejaran.

    La expedición de Colón tampoco supuso un gran riesgo económico para la corona de Castilla pues, a pesar de la leyenda de que la reina Isabel tuvo que empeñar sus joyas para pagarla, lo cierto es que fueron el naviero Vicente Yáñez Pinzón y sus hermanos los que pusieron el dinero, confiando en obtener grandes beneficios de su resultado. Como socios capitalistas, los Pinzón también iban a desempeñar un papel muy importante en el viaje por el mar desconocido. Vicente Yáñez Pinzón fue puesto al mando de una de las tres carabelas, la Niña; Martín Alonso Pinzón estuvo al mando de otra, la Pinta, y su hermano hizo de piloto, mientras que Colón se encargó de la Santa María. Como maestre de esta última fue Juan de la Cosa, un prestigioso cosmógrafo montañés que era también dueño del barco y que se convirtió en el autor del mapa más célebre de América.

    Con respecto al resto de la tripulación, Cristóbal Colón tuvo mucha dificultad para encontrar voluntarios en Palos de la Frontera, donde se preparaba el viaje, dispuestos a embarcarse en una expedición tan arriesgada. En su desesperación por llenar los barcos, tuvo que recurrir a presos ante la consternación general.

    Las tres famosas carabelas partieron del puerto andaluz de Palos de la Frontera el 3 de agosto. Gracias a la afición de Colón por la escritura sabemos mucho sobre sus pensamientos y todo lo que ocurrió en este viaje. Tras varias semanas en el mar llegó el periodo crítico, pues muchos tripulantes comenzaron a temer que el navegante extranjero les llevara no a la tierra prometida sino a la muerte, y Colón tuvo que imponer su autoridad para impedir que su tripulación le tirara por la borda y emprendiera el viaje de regreso. Al fin y al cabo, el rumbo que marcaba Colón se basaba en su interpretación de teorías científicas que no estaban probadas y en su propia intuición.

    El 12 de octubre Colón y su tripulación divisaron tierra del nuevo mundo y poco después desembarcaron en el continente que cambiaría el destino de Occidente. Era una pequeña isla situada en las actuales Bahamas y que bautizó como San Salvador. Allí tuvo lugar el primer encuentro del hombre blanco con los nativos del continente americano, que serían comúnmente conocidos como indios precisamente porque Colón insistía en que había llegado a las Indias.

    Colón pasó tres meses explorando las islas de las tierras que había descubierto, y en una de ellas, bautizada como La Española, construyó un fuerte, Navidad, que constituyó el primer asentamiento de los europeos en el nuevo mundo. El 15 de marzo de 1493 Colón entró triunfalmente de vuelta en el puerto de Palos de la Frontera y poco después fue recibido por los Reyes Católicos en Barcelona. Allí se llevó a varios indios, loros y amuletos hechos de oro con los que pretendía mostrar las perspectivas de riqueza que podrían traer. Tras el regreso de Colón, la noticia de su descubrimiento se propagó con rapidez por buena parte de Europa. Sin embargo, las tierras que había descubierto Colón iban a suscitar gran polémica: muchos del entorno de los Reyes Católicos argumentaban que las islas no eran más que unas nuevas islas Canarias más al oeste. En cualquier caso, para Fernando e Isabel las muestras traídas por Colón fueron suficientes para convencerles sobre la importancia de este descubrimiento y conceder al marino las recompensas exigidas. Su sueño de alcanzar la gloria por sus descubrimientos y de fundar una dinastía comenzaba a hacerse realidad.

    El 25 de septiembre de 1493 Cristóbal Colón emprendió el segundo viaje por lo que comenzaría a ser descrito como el nuevo mundo, esta vez con más de 1.200 hombres y 20 miembros de la caballería, lo cual muestra lo decididos que estaban los Reyes Católicos a asentarse y sacar provecho a sus nuevos territorios. El almirante pretendía comenzar a desarrollar el primer asentamiento en la isla La Española, donde había fundado un fuerte en su primer viaje. Sin embargo a su llegada a la isla comprobó que los indios, probablemente en legítima defensa, habían destruido este fuerte y masacrado a los hombres que había dejado atrás. Comenzaba así la difícil relación entre el pueblo invasor que pretendía imponer sus costumbres en el continente descubierto y el pueblo autóctono que se negaba a someterse y mucho menos a ceder su territorio. Colón tenía muy claro lo que debería hacer con los indígenas: evangelizar a los miembros de la tribu Arawak, habitantes de La Española, pues la evangelización era uno de los objetivos primordiales de toda tierra conquistada para Castilla, y esclavizar a las tribus caníbales consideradas demasiado salvajes para convertirse al cristianismo, al igual que todos aquellos que rechazaran el evangelio.

    El primer asentamiento gobernado por Colón fue un buen ejemplo de lo complicada que iba a ser la colonización europea del nuevo mundo. Sus problemas pueden resumirse en tres: en primer lugar, la dureza de la explotación de la tierra y la extracción de sus riquezas en un clima tan hostil para el hombre blanco como era el trópico; en segundo lugar, gobernar según los criterios de la corona y mantener una relación armónica entre los colonos; tercero, lograr que los indios se sometieran a la civilización occidental y se resignaran a proporcionar mano de obra para sus objetivos. Colón fue testigo de cómo algunos de sus hombres sucumbían ante el clima caribeño y, sobre todo, fracasó en su trabajo como gobernador del primer asentamiento de Castilla en el nuevo mundo. No fue capaz de motivar a sus hombres ante la dureza de la tarea colonizadora ni tampoco lograr la obediencia de muchos que consideraban las nuevas tierras como una oportunidad de buscar fortuna sin necesidad de someterse a autoridad alguna. Con respecto a su relación con los indios, la dureza con la que impuso la esclavización indignó a los miembros del clero que le

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