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Los caminos laterales

Las condiciones de corrección política, que imperan desde hace años, imponen modelos de representación que
facilitan la interpretación en los términos más confortables y remunerativos. La interpretación, como variante
de consumo, está prevista muchas veces en el proceso constructivo de la obra de arte. Y no sólo contribuye a
conformar la obra como artística, sino también como un objeto que tiene una pesada carga política. De hecho, la
interpretación es un acto que politiza el objeto artístico, y que le impide existir como objeto autosuficiente.
El objeto de arte no existe para la contemplación, el adorno o el goce; existe para la interpretación y para el
desciframiento.

El acto de interpretar una obra de arte proviene del deseo de hacerla funcionar, de darle una utilidad aunque
sea haciéndola pasar por un texto. Así se evita que la obra de arte sea un objeto ocioso ante la historia,
pasivo ante la sociedad o inerte ante el público.

Me pregunto si la aparición y el desarrollo de la fotografía no serán en parte responsables del entusiasmo por
lo inteligible, imperante en el arte contemporáneo. La fotografía parece haber inaugurado una nueva época para
la interpretación en el arte. La imagen fotográfica propuso una manera novedosa de entender el ser de las cosas
y sujetos fotografiados, basada en el entendimiento de las apariencias. Eso fue parte del discurso que legitimó
a la fotografía como un medio imprescindible en una sociedad de medios.

Lo que esperamos de una fotografía es, primero, que nos otorgue el placer de la identificación, segundo, que
nos conmueva, ofreciendo aspectos novedosos de la realidad, y en tercer lugar, que nos convenza de que lo
fotografiado es algo real. De ahí provienen los tres problemas principales que todavía debe enfrentar todo
fotógrafo: el problema de la legibilidad de la imagen, el problema de su capacidad de impacto y el problema de
su verosimilitud. De las soluciones logradas dependerá la utilidad de la fotografía en diferentes contextos
culturales. Los medios de masas, proponen un tipo de fotografía que pueda funcionar como objeto público y
doméstico al mismo tiempo. En ambos casos será prioritario dotar a la imagen de una claridad expositiva y de
una estructura narrativa que la haga legible. Por otra parte, inevitablemente, la fotografía deberá funcionar
también como espectáculo. Es ahí donde se hace importante que ofrezca una imagen “interesante”, impactante en
términos visuales, conmovedora en términos afectivos, con una capacidad de atracción similar a la del fetiche.

A nivel de medios masivos la verosimilitud de la foto parece más bien un mito. Convertir la foto en espectáculo
y convertir la imagen en objeto de deseo pudieran ser los objetivos más importantes. Convencer al público
(público consumidor, en última instancia) es lo que da sentido a la difusión de imágenes en ese contexto.

Gran parte del prestigio de la fotografía como documento radica en su capacidad para convencernos de la
existencia de lo fotografiado. Las fotografías ofrecen caminos más directos para relacionar el signo con sus
referentes, y facilitar el proceso de identificación. Pero la eficiencia de la foto en el campo artístico
depende de manera creciente de tomar caminos laterales, porque el sentido de la imagen parece estar ubicado al
margen de esa relación entre el signo y el referente. Hay una interesante contradicción en el hecho de que el
funcionamiento estético de una foto dependa tanto del placer de la identificación y, sin embargo, en el campo
del arte, ese aspecto se vea como secundario, cuando no como trivial. La construcción artística de la
fotografía prioriza en realidad el goce de la interpretación más que el de la identificación. De hecho, los
artistas cada vez facilitan más la tarea, haciendo obras necesariamente "legibles", pues salirse de ese esquema
puede parecer de un anacronismo casi inmoral.

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La norma no es descifrar lo que representa la obra, ni siquiera leer lo que dice, sino intuir lo que quiere
decir, lo que podría estar diciendo o incluso, lo que debería decir. No parece tan importante el ser de la obra,
como su deber. Y en ese sentido es que el referente moral interviene en el consumo y en la valoración de cada
obra. Más que de una cuestión estética, se trata de una cuestión ética.

Juan Antonio Molina


Texto original: Los caminos laterales. C. Internacional Photo Magazine. No. 2, 2006. Pág. 17

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