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UN MORO EN PUNTA
Tuahí le había impuesto para desmayar la túnica. Él, dividía su conciencia entre afición
y devoción; en sus pensamientos, ella con una pierna hacia oriente y otra mirando a
occidente.
aquella chavalería le levantaba cada mañana un terrible dolor de cabeza. Sin embargo,
por la tarde, a cargo del grupito de actividades extraescolares, fútbol categoría infantil,
era feliz. Él mismo se había forjado en campos de albero por la provincia desde
pequeño y llegó a debutar en categoría regional como medio volante derecho. Hasta el
día en que un animal de lateral izquierdo le dejó la rótula hecha papilla y lo baldó para
la práctica de elite. Por eso escogió el camino de la formación de chiquillos y por eso se
afanaba bajo el frío, la lluvia o el sol aplastante de Sevilla para que aquellos chicos
fútbol. Y, después de cinco años de desvivirse, a seis jornadas, un mes mal contado, de
vital, una encrucijada de caminos entre la pasión y la obligación. La decisión final iba a
habían casado aún era porque él siempre se defendía argumentando que debían
en su fuero interno recelaba de que su novio no fuese más que un calavera. A ver si no,
aquella pasión desmedida por entrenar a chiquillos en vez de estar pendiente de ella y
Lupe trabajaba de empleada de hogar por horas; traía más a cuenta que
emplearse con una sola familia. De siete a tres seis días a la semana y algún que otro
encargo le dejaba apenas un ratito libre los martes y los jueves y el domingo, día que
sus ojos con las manos encallecidas y la espalda destrozada de fregar suelos. A su
edad, no sólo no tenía la vida resuelta, sino que se le estaba pasando el arroz porque a
ladrillos de la altura de una persona, con una puerta metálica grande que servía de
campos de fútbol -uno para mayores y otro para los niños-, una zona de
en una banda servía de grada para presenciar los encuentros oficiales. El ayuntamiento
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lateral del Sevilla FC y organizar un partido para recaudar fondos. Si la promesa salía
adelante, tendrían iluminación artificial y una grada para dos mil aficionados.
El caso es que como la misma Lupe tenía siempre la mosca detrás de la oreja,
cuando Federico le propuso que se ocupara el domingo del mostrador del ambigú, vio
el cielo abierto. La actividad le permitiría tener al novio bajo control y obtener los
Y así fue. En los tres meses que siguieron trabajó mucho, pero desde detrás del
puntos de treinta posibles y un equipo que daba espectáculo. Hasta el día en que
apareció Amina. Aquel domingo Federico estaba en el graderío viendo a unos alevines
y comentaba con otros asiduos el porvenir de un chiquillo de flequillo lacio que llevaba
el balón como cosido a las botas. Al principio la vio cruzar por detrás de la portería del
quien se la presentó: aquí Fede, aquí Amina. Tiene un hermano que promete. Son de
Casablanca.
que también iba Lupe una vez por semana. Un día en la escalera le comentó que tenía
un hermano pequeño al que le gustaba el fútbol y Lupe le dijo que podía presentarle a
su novio que era manager y ojeador. Federico oía, realizaba una lectura rápida de los
Prometió que le haría una prueba al chaval y se despidieron pero pasaban los
días y el examen no llegaba. Sólo quedaban seis jornadas para acabar la liga y no era
encuentro.
nariz con el dorso de la mano. Como vio indeciso al míster, se acercó al borde del
campo, cogió un balón y se agachó para colocarlo delante del morito. Fede vio el cielo
abierto. O eso creyó él cuando por el escote de la túnica divisó dos hermosos pechos
morenos balanceándose al tiempo que la joven lo miraba suplicante. El tiro fallido del
en el equipo y ella ilusionada le dio un par de besos en la mejilla. Durante toda la tarde
provocar un escarceo con su novia pero no cuajó porque Lupe había limpiado ese día
tres escaleras y no tenía cuerpo para fiestas, por lo que optó por aliviarse mezclando
estertores de las tristes farolas del campo iluminaban tímidamente las figuras del
último encuentro de la jornada, la reina mora se abrió por entero el traje y le dejó ver
sudoroso se sacudió con furia tras la barra, cubierto con los faldones de la capa de
Amina que musitaba palabras misteriosas en silencio como eco apagado de los jadeos
de Federico.
y facilitar su inclusión en el once titular si quería revivir el encuentro de las mil y una
noches. A cinco jornadas del final de la liga, con el campeonato por definir entre tres
nuevo fichaje o perder los sorbos de agua fresca en el oasis de seda de la sultana. El
aroma de canela de los pechos y las tibias dunas movedizas del vientre de Amina lo
Ya desde la prueba inicial Rezza le dio mal fario. Lo citó en el Pinatar a solas
para que diera unas pataditas al balón. Aquella criatura larguirucha y enclenque era el
polo opuesto al entusiasmo por el fútbol. Lacio, torpe, apático, sacaba al míster de sus
casillas. Ni los gritos ni los gestos ni los empujones que le daba ponían en
en cada pase que pifiaba y cada balón que le pasaba por debajo de la bota, Federico
entrenador. Federico intentó darle cancha al chiquillo por todos los medios, aún a
pesar de sus convicciones tácticas, estratégicas y éticas. Dada la variopinta plantilla del
norteafricano.
Pero como era frecuente que el míster probara chicos nuevos con frecuencia, la
base. Después lo mandó a la ducha. Así, sin tocar balón, lo tuvo tres días. De todos
Todo cambió cuando la pelota entró en juego. Aquella tarde mientras los
infantiles hacían rondos el míster echó un vistazo al plantel y pensaba si había sido
buena idea incluir a Rezza en el equipo. Después de meses, Federico había logrado una
destacaban Copado, algo corto de físico pero con claridad para los pases largos; Moi,
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pura leña en el área, intimidación; Fali, un diablillo en la línea de cal que volaba por la
banda y las ponía en el punto de penalti sin mirar; Nono, revulsivo, carne de segundas
partes. De los extranjeros, ahí estaba Brandon Plata un boliviano al que todos
llamaban “Peru”, bajito pero con agallas para la disputa del balón; o Li Po, un chino al
que decían Poli o Po si la jugada era rápida, capaz de jugar en distintas posiciones y
Abdoulaye Thian, dos negros venidos de Senegal que eran algo lentos pero infatigables
como en ataque y como eran dos gotas de agua Federico podía sacar a uno en cada
tiempo sin que se notara el cambio; y el último en llegar había sido Dimitri Isopescu ,
un rumano que respondía por “Cabeza”, con una izquierda de acero y capaz de hablar
Aquel grupo tenía más músculo que técnica pero el conjunto resultaba eficaz.
Así lo cantaba la clasificación. Tras pensarlo mucho, para la jornada liguera del fin de
soñado.
condición de mocito espigado pero allá en punta, isla solitaria en el área, tendía a
distraer la mirada como si buscase la dirección a La Meca. Otro día, tras comprobar
que su posición no era la de un siete estático al estilo clásico, cedió la banda y lo colocó
de carrilero; tampoco las líneas que delimitaban el campo lo orientaban. Por fin,
Federico creyó ver una posición idónea: la portería. Colocó al morito bajo los tres palos
-¡Al palo largo!- le gritó a Nono, para que le cruzara un balón desde el vértice
El chiquillo se quedó mirando los postes sin percibir en qué punto era uno más
confiando en que así su influencia en el juego sería menor. Lo que no imaginó fue que
cuando comenzó a parar el juego para corregir las posiciones en el campo o los
movimientos de cada uno o las jugadas tácticas, se iba a encontrar con que tenía al
cancha, a pesar del batiburrillo étnico del equipo, se habían venido solventando
inglés, francés y andaluz y, como no, siempre estaba el lenguaje universal del
Pero con Rezza, el problema táctico y futbolístico era más difícil de resolver. El
magrebí no entendía lo que era la rabona, la bicicleta, hacer un túnel, leer la jugada o
segarle la pierna al contrario. Del tiquitaca, mejor ni hablar. Para ensayar los partidos,
antojaba una ecuación matemática; la presión en banda, la entendía como empujar las
gradas; miramos a Goyo, como un gesto gay; y así, en general. Desesperado, Fede se
Echando cuentas de las últimas semanas Federico concluyó que había puesto
tanto empeño en sacar partido de aquel hijo de Mahoma como en ocupar aquella
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soberbia alcazaba morena. De afecto natural más inclinado a la casta que al jogo
bonito, había optado por presionar y tratar de abrir brecha por las dos bandas. Al
equipo. Visto los resultados, probó por el camino del arte y pudo comprobar que la
criatura no había nacido con las dotes técnicas necesarias ni se le atisbaba ese pellizco
Con Amina, tras unos inicios titubeantes de juego especulativo, se animó por el
fútbol total. Presión en todo el campo y juego directo. Yendo de menos a más, sorteó
los dos pivotes defensivos, tomó el carril central, lanzó un pase al interior, sorprendió
con una pared en el área pequeña, armó la pierna, disparó, introdujo el balón en el
derrota porque también el contrario jugaba. Incluso en algún encuentro dejó que ella
decisivo, soñaba con otras tácticas. Ya mentalizado, sin prejuicios tácticos, se vino
arriba, y fantaseó con el juego vistoso. Se atrevió a jugar sin balón, a hacer pases entre
las piernas, a probar fintas y remates, a tirar faltas con barrera, a meterla con la mano
posibles. Su única ilusión era perforar la meta rival con una lenta, suave, parabólica
vaselina.
encuentro furtivo.
Rezza. Se acabaron las paradas en el oasis, chupar las dulces palmeras datileras,
taparse del sol del desierto bajo el naranjo en flor, contemplar las estrellas de oriente,
Federico pasó toda la noche dándole vueltas al asunto. Durmió poco y mal. De
madrugada se sobresaltó con una pesadilla: Lupe y Amina se alejaban por una
tentación y su conciencia. Dudaba entre la tormenta del desierto que le había traído
Y de ahí pasó al caos. Lupe, Rezza, Amina, el fútbol. Con el alma en vilo,
tentación y el deber. Se le figuró que el dilema final era elegir entre la media luna y la
cruz. A punto de dejarse llevar por la tentación, vio la luz y encontró una salida a su
tormento. Una vía, una ruta oculta y silenciosa que se abría de repente ante él como
Y Federico se revolvió contra todo y contra todos porque entendió que la única
magrebí. Entonces, respiró por fin aliviado cuando en la lista para el partido no llevó al
moro ni convocado.
Un año después recibió una postal de su exnovia delante del estadio St. James
Park del Manchester United con un tipo pelirrojo y medio calvo a un lado y la madre al
otro. Le decía que estaba esperando un hijo de un tal Hodson, un ojeador del club al
que concoció en El Pinatar, que era un buen hombre, que le estaba costando lo del
clima y las comidas pero que al menos ya tenía un marido, una familia y un futuro.