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GUINEA

En 1472, apenas veinte años antes de que Colón pusiera sus pies en América, dos
navegantes portugueses, Fernao Poo y Lopes Gonsalves, se convertían en los
primeros blancos en poner el pie el golfo de Guinea, en África. Aquella fértil
esquina del mapa africano se convirtió pronto en un teatro secundario de las luchas
entre las dos grandes potencias imperialistas de la zona, España y Portugal. En
1510 se establecen ya en la zona las primeras factorías españolas dedicadas al
tráfico de negros, cuya práctica estaba prohibida a los españoles, motivo por el cual
la corona hispana arrendaba los servicios de intermediarios flamencos para ello.
Todas las islas de la zona, Annobón, Corisco, Santo Tomé y Príncipe, se
convirtieron en enormes hipermercados de negros, de donde salieron a centenares
de miles camino de sus nuevos destinos vitales.

Ya en tiempos del rey con nombre de coñá, o sea Carlos III, España hizo un
movimiento bélico por el cual sus tropas, comandadas por el virrey de La Plata,
Pedro de Cevallos, ocuparon la isla de Santa Catalina y la colonia de Sacramento
en Rio Grande do Sul, o sea en Brasil. El conde de Floridablanca, hombre fuerte
del gobierno carlita, que ya estaba preocupado por el coste que le suponía a España
el aprovisionamiento de esclavos para sus colonias, pactó con Portugal una
ampliación de las posesiones africanas de España a cambio de devolverle los
territorios brasileiros. Fruto de estas negociaciones es el denominado tratado de El
Pardo (24 de marzo de 1778), por el cual España se quedaba con Annobon y
Fernando Poo. Llama la atención el detalle de que en la expedición que,
inmediatamente, se puso a la mar desde Uruguay para hacerse con la colonia, iba
un teniente coronel llamado Joaquín Primo de Rivera. Aquella primera expedición
fue un desastre. Su jefe, el conde de Argelejo, murió de unas fiebres, y el resto de
los miembros, al llegar a Annobón, se encontraron a los esclavos rebelados y en las
hostias casi no quedó ningún blanco vivo.

Durante el siglo XIX, España empieza a registrar la presión de la potencia


emergente, o sea Inglaterra, la cual se establece en la zona mediante
establecimientos como Gold Coast, que además del nombre de un cigarrillo es
como se conoció a la actual Ghana, o la ciudad de Lagos, que como sabemos es la
capital de la actual Nigeria. También patea por ahí Francia, la cual celebra el fin de
la esclavitud en su civilización con la fundación de Ciudad Libre, o sea Libreville.

A pesar de que en 1831 vuelve a haber otra expedición española, la de Marcelino


Andrés, e incluso el nombramiento de un gobernador en la persona de Juan José de
Lerena, la verdad es que a la España de la primera mitad del XIX, Guinea le sobra.
En 1858, un nuevo gobernador, Pedro Chacón, y después José de la Gándara, se lo
toman más en serio, echan del país a los misioneros metodistas y a los colones
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ingleses, traen a los jesuitas y dan carta de naturaleza, por primera vez, a la etnia
bubi, en constante dialéctica con los fang, el pueblo mayoritario del continente, al
parecer originario de Egipto. Más o menos de aquella época data la colonización
de Guinea a la australiana, es decir intentando atraer a delincuentes y otros seres
prostibularios que en España ya no tenían destino; así como a negros llegados a
África a través de las emigraciones desde Estados Unidos a Liberia; razón por la
cual, en aquella primera Guinea era relativamente común encontrar negros
apellidados Jones, Douglas, o King. La labor de estos gobernadores no fue fácil,
pues los bubis se alzaron contra el poder español, razón por la cual el poder
español se llevó por delante a unos 20.000 de ellos. Luego de vencer sobre los
bubis, comenzó la expansión por la Guinea continental, donde los españoles
habrían de encontrarse con los fang.

España, no obstante, se encontró con la rapiña de las grandes potencias europeas.


A Inglaterra le interesaba Fernando Poo y, al parecer, hasta nos llegó a ofrecer
60.000 libras de la época por la isla. Por su parte, Alemania redujo muy
notablemente las posesiones españolas, en su beneficio, en la conferencia de Berlín
(1884-85). Francia también se hizo con territorios. Todo parecía perdido para
España en la Guinea continental hasta que, pasado 1898 y tras el desastre colonial,
éste tuvo la curiosa ventaja para la diplomacia española de poder ahora centrarse
en el asunto guineano. Aparte de enviar negros cubanos a la zona, España reclamó
la reapertura de las negociaciones internacionales, en 1900. Fue en esas
negociaciones cuando salvó los muebles, pues se quedó con los 26.000 kilómetros
cuadrados que compusieron nuestra colonia guineana; pero cabe recordar que la
zona de influencia española, al principio del proceso, era de unos 300.000
kilómetros cuadrados, así reconocidos como españoles en las actas de la
Conferencia de Berlín.

En 1923, durante la dictadura de Primo de Rivera, se dieron los primeros


reclutamientos de negros guineanos en la legión española. La existencia legal de
los negros en su propio país era, como siempre en los regímenes coloniales,
bastante problemática y difícil. De hecho, Guinea se gobernaba mediante una
especie de consejos vecinales, que quizá pretendían recoger de alguna forma la
tradición africana inveterada pero, en cualquier caso, estaban dominados por los
blancos. El régimen jurídico de los negros en Guinea a principios del siglo XX
incluía medidas como la prohibición de venderles bebidas alcohólicas o
contratarlos en determinadas condiciones, digamos, blancas. Los colonos blancos
se aprovecharon de la situación de alegalidad del guineano, en mayor medida que
de discriminación, y procedieron a expoliarlo, sobre todo en lo que se refiere a los
terrenos de explotación comunal, bastante comunes en las relaciones
socioeconómicas tribales, y que se fueron aplicando a sus haciendas por el artículo

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33, de una forma tan escandalosa que en 1926 la dictadura tuvo que aprobar un
decreto ilegalizando parte de aquellos robos.

En 1927, el gobierno primorriverista envió un buque, el Cánovas del Castillo, con


la misión de levantar realizar la cartografía de Río Muni, como se llamaba la
provincia continental de Guinea. El dato tiene su interés porque en aquella
expedición fue un oficial de la Armada que habría de morir casi medio siglo
después, sentado en su coche oficial, de vuelta de misa. Era, sí, Luis Carrero
Blanco. Y el interés del dato es alto porque, evidentemente, durante aquel viaje,
Carrero desarrolló algún tipo de vínculo estrecho con Guinea, que habría de ser
muy importante para la historia de esta colonia, después país.

La República, que tan buena se quiere ver para muchas cosas, pasó por Guinea sin
romperla ni mancharla. En realidad, el principal valor de Guinea para la República
fue como destino de destierro, pues allí fueron enviadas diversas personas que el
régimen consideró desterrables; eso, claro, y el famoso escándalo Nombela, del
que algún día deberíamos hablar. A pesar de que el país distaba mucho de ser una
balsa de aceite, y si no que se lo digan al general Sostoa, gobernador general,
asesinado por un miembro de la Guardia Colonial, poco hizo la República por
Guinea, aparte de incrementar la presencia de blancos en los pueblos a través
precisamente de la guardia colonial. Cabe reconocer que la República hizo
intentos, pocos, de mejorar las condiciones sociolaborales (en realidad,
suciolaborales) de los negros; pero, aún siendo poco, chocó a menudo con los
colonos.

Si hubo dos Españas, apenas hubo dos Guineas (eso si nos olvidamos del pequeño
detalle de las relaciones entre negros y blancos, claro). Ciertamente, en la colonia
había dos tendencias, llamadas laicos y clericales, cuyas simpatías políticas son
fáciles de adivinar. Sin embargo, baste un dato para explicar lo superficial que era
todo allí: sólo existía un partido político, llamado Frente Popular pero no muy
identificado con el Frente Popular de España. Tenía, en toda Guinea, 150 adeptos.
Y la política le resultaba tan interesante que, el 16 de febrero de 1936, ni siquiera
reclamó una urna. En Guinea, simple y llanamente, no se votó.

Cuando los nacionales se sublevaron a favor de Franco, animados por el jefe local
de la guardia civil, el subgobernador de Bata, Miguel Hernández Porcel, se negó a
sumarse. En la orilla del río Ekuku, las tropas republicanas salieron al paso de la
expedición rebelde que iba a tomar Bata. Se intercambiaron unos disparos y
murieron dos soldados negros. Eso fue todo. Bata permaneció con la República. En
realidad, la guerra civil en Guinea se ciñó, sobre todo, a la pelea radiotelegráfica
por un barco, el Fernando Poo, que estaba en la zona. Ambas facciones, los
sublevados desde Santa Isabel (actual Malabo); y los republicanos desde Bata,
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llamaban al barco afirmando que ellos eran los representantes de la legalidad, y
ordenando al barco que se presentarse en su puerto. Finalmente, el Fernando Poo
se fue a Bata, donde fue utilizado como prisión, sobre todo de sacerdotes y monjas.
Algunas semanas después llegó a Bata el Ciudad de Mahón, barco de guerra
enviado desde Canarias para apoyar la sublevación, el cual bombardeó el puerto y
el Fernando Poo, hundiéndolo con los prisioneros dentro. El franquismo consideró
a aquellos ahogados mártires de la Cruzada, aunque solía olvidar, habitualmente,
que había sido él mismo el que los había enviado al fondo del mar.

Cuando Franco ganó fue cuando se produjo, por primera vez, una auténtica
administración española sobre Guinea. Este será el próximo escalón de la
escalerita.

Antes de nada, y para contestar a las consultas sobre la fuente del discurso de
Macías, yo lo he sacado de un libro que cita dicho discurso, pronunciado en Bata a
principios de los años setenta. El libro se llama Historia y tragedia de Guinea
Ecuatorial, y es obra de Donato Ndongo Bidyogo.

En fin, sigamos con esta historia.

En agosto de 1938, es decir más o menos cuando Franco comenzó pensar que eso
de ganar la guerra iba a ser que sí, el Estado franquista comenzó ya a regular el
estatus de Guinea y de sus dos territorios, formados por la isla de Fernando Poo y
la llamada Guinea continental. Se instituía la figura del gobernador general, con
residencia de Santa Isabel (o sea, Malabo), con un cargo muy de corte colonial, con
amplísimos poderes. El gobernador general tenía un subgobernador con residencia
en el continente, así como administradores territoriales en las otras islas y en lo
distritos continentales de Río Benito y Puerto Iradier. Los administradores
generales tenían que ser polis, o sea mandos o bien de la guardia colonial o de bien
de la guardia civil.
Asimismo, se creaba el llamado Patronato de Indígenas, institución destinada a
procurar el bienestar de la población negra, aunque apenas se contaba con su
concurso, pues en el amplio abanico de cargos, patronos y demás, apenas había dos
negros, que además tenían que estar emancipados, ser, por lo tanto, miembros de la
oligarquía negra formada por los descendientes de los libertos llegados, sobre todo,
de Cuba o de Liberia.
El franquismo no reguló propiamente los derechos de los negros hasta 1944. Lo
hizo mediante un decreto que dividía a los negros de Guinea en emancipados
plenos, emancipados parciales y no emancipados. En términos generales, un negro
emancipado pleno era totalmente asimilable a un español residente en Guinea, lo
cual quiere decir que a partir de ese momento podía comprar aceite de oliva, pan
blanco y tomar bebidas alcohólicas en los mismos bares que los blancos. Aunque
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había algunas restricciones. No podía hacer guarrerías con mujeres blancas y
mucho menos desposarlas. Los blancos también tenían prohibido casarse con
negras, pero eso no les importaba demasiado porque el orden de Franco, del muy
católico y conservador Franco, les permitía tenerlas en concubinato.
Un negro emancipado, decía la legislación, tenía que tener 21 años y ser
suficientemente maduro, expresión ésta que se presta a notables dosis de
subjetivismo. Debía de tener cualificación universitaria o similar y poder demostrar
un trabajo durante dos años como mínimo en la explotación de un blanco, con un
salario mínimo de 5.000 pesetas al año, o haber alcanzado en el funcionariado al
menos la categoría de auxiliar indígena. O sea, para ser un negro guineano con
derechos había que dar la impresión de que, al lado de uno, el Sidney Poitier de
Adivina quién viene a cenar esta noche era un imbécil iletrado.
El emancipado parcial podía endeudarse hasta 10.000 pesetas sin tener que pedir
permiso al Patronato, así como ser jurado. No podía ni comprar ni consumir
bebidas alcohólicas.
En la base del sistema estaba el negro no emancipado. El cual no podía vender
bienes inmobiliarios, contraer obligaciones por encima de 500 pesetas y ni siquiera
se le reconocía capacidad jurídica para comparecer por sí mismo ante un tribunal.
El sistema de tribunales, por cierto, estaba formado por salas con jueces blancos
asistidos por jefes territoriales, en las instancias más bajas, y negros emancipados,
en las más altas. Pero, de todas formas, el gobernador general retenía la potestad de
anular o cambiar una sentencia a su discreción.
Todos los cargos de representación, notablemente los económicos, eran ocupados
por blancos, a muchos de los cuales la normativa les exigía ser acordes con la
moral católica. Quizá algún día encuentre a algún obispo que me explique eso de
que el concubinato con negras, o como quien dice el concubinato en sí, es acorde
con la moral católica.
Con todo, probablemente el mayor descuido social de la metrópoli española
respecto de Guinea fue la educación. Muy pocos guineanos alcanzaban el nivel de
optar para obtener los certificados de educación y, de los que lo hacían, superaban
lo exámenes entre una cuarta y una quinta parte de ellos. En 1944, el director del
Instituto Colonial Indígena, Heriberto Álvarez, hizo un esfuerzo racional por
impulsar la educación de los guineanos, con una ley de bases de la enseñanza
indígena, conocida como Ley Álvarez. A pesar de esos esfuerzos, diez años
después de la ley, y en un país mayoritariamente negro como Guinea, todavía la
mitad de los escolarizados en el país eran blancos.
Todos los alumnos estaban obligados a hablar en castellano dentro de la escuela,
recreo incluido.
Los negros no hacían servicio militar, pero prestaban una especie de servicio social
al Estado durante dos años. Bueno, no todos. Los jornaleros por cuenta ajena no
cumplían dos, sino cuatro: dos a cuenta de ellos mismos, y otros dos a cuenta de su
amo.
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El nacionalismo comenzó cuando el gobernador general Mariano Alonso comenzó,
según algunas versiones, a albergar la esperanza de ser entronizado por los bubis.
La resistencia a esta injerencia forzó la formación del primer grupo propiamente
antiespañol, denominado Las Hijas de Bissila. Las protestas llegaron a Madrid y
provocaron la visita a la colonia de una comisión de investigación presidida por
Carrero, que de esta manera tenía su segundo contacto con la realidad guineana. El
gobernador fue cesado.
Pasado este episodio, el nacionalismo más sólido comenzó a surgir a finales de los
cuarenta, que es cuando salen de la escuela los primeros maestros negros. Se
unieron con algunos propietarios como Acacio Mañé y, por primera vez, esas
reuniones fueron transtribales.
En 1952, los negros impulsaron una huelga en el seminario de Banapé para
protestar por cosas como la bazofia que comían o que les restringiesen las lecturas.
La huelga provocó la expulsión del seminario de algunos prohombres del primer
nacionalismo guineano, como Atanasio Ndongo Miyone o Enrique Gori Molubela.
Ndongo, a la salida del seminario, toma contacto con la Cruzada de Liberación,
organización surgida a la sombra de Mañé, y la convierte en el Movimiento
Nacional de Liberación de Guinea Ecuatorial, MONALIGE.
En cuanto en Madrid se olieron la tostada de que los negros comenzaban a
organizarse, sacaron a relucir la historia de que la política española en Guinea tenía
como objetivo proteger a los no fang del imperialismo de éstos, que afectaba
también al Camerún. Una nutrida representación de opositores, entre ellos el
propio Ndongo, Jesús Mba, Clemente Ateba, Acacio Mañé y otros, enviaron un
memorando a las Naciones Unidas negando todas estas acusaciones y sustentando,
por primera vez, el derecho de los guineanos a la autodeterminación.
En la noche del 20 de noviembre de 1958, Acacio Mañé fue sacado de su
domicilio. Nadie volvió a verlo. Franco acababa de construir un mártir. Aunque el
régimen hizo esfuerzos por tender la mano, sobre todo mediante declaraciones de
que la dependencia de los guineanos había llegado a su fin, no consiguió evitar que
el nacionalismo se exacerbase. Además, el juego sucio continuó. El 21 de
noviembre de 1959, fue asesinado en Gabón Enrique Nvó, líder del MONALIGE.
Radicalizado por este hecho, el otro líder del partido, Atanasio Ndongo, comenzó a
frecuentar a las fuerzas socialistas de la zona y a viajar por países de la órbita
soviética, explicando que la reciente ley de provincialización de Guinea, que según
se pretendía en Madrid terminaba con el colonialismo, era en realidad ineficaz. Por
su parte, Antonino Eworo, Clemente Ateba, Jesús Mba y otros fundaban el IPGE
(Idea Popular de Guinea Ecuatorial), partido anticolonialista aunque algo más
moderado respecto de la independencia.
Mientras ocurría esto en Guinea, en Madrid también había sus leches. Estamos ya
en 1960 y hace ya algunos años, unos tres, que los llamados tecnócratas han
comenzado a entrar en las estructuras de la cúpula del franquismo. De la mano de
Luis Carrero, que es su gran factótum en los inicios, en mayor medida que la
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fuerza del Opus Dei. Carrero tiene intereses en Guinea, se ha escrito que incluso de
índole económica y de negocios, y por lo tanto tiene un alto interés en el
mantenimiento del status quo. En la otra esquina el gobierno, está Fernando María
Castiella. Castiella era un franquista sincero, pero como ministro de Asuntos
Exteriores era el tipo al que le tocaba ir por el mundo adelante y acabar escuchando
que al franquismo no había por dónde cogerlo. Como la obsesión de Castiella, y
quizá la orden que tenía de Franco, era conseguir la normalización internacional de
España, el ministro lo intentó. Suya fue, por ejemplo, la idea de que España
solicitase, en 1962, el ingreso en la Comunidad Económica Europea. Pero, claro,
en los foros internacionales a Castiella le comían la oreja con que tenía que ser
España un país presentable. Y ser presentable pasaba por dejar de ser colonialista.
Así pues, Castiella era partidario de la autodeterminación de Guinea.
El corolario de estos enfrentamientos fue una nueva legislación sobre gobierno y
administración de Guinea, de 1960, que creó diputaciones y ayuntamientos,
además de establecer que las provincias de Fernando Poo y Río Muni tendrían
representantes en el Consejo Nacional del Movimiento y en las Cortes. No
obstante, ante esas Cortes, en 1964, el almirante Carrero diría: “somos respetuosos
como nadie con la autodeterminación, pero cuando es de verdad, es decir cuando lo
que votan saben lo que votan”. Dicho de otra forma, seguía sin creer en el albedrío
de los negros.

En 1961, las presiones que experimenta España en el ámbito internacional para


convertirse en un país presentable, presiones que incluyen el asunto de la colonia
guineana, dan su fruto. El contraalmirante Núñez Rodríguez, entonces gobernador
general de la colonia, anuncia de forma absolutamente sorpresiva la decisión del
gobierno de Madrid de conceder la autonomía a las dos provincias guineanas. Eso
sí, tardó cerca de dos años en elaborar la ley marco de dicha autonomía, cuya
redacción, en efecto, no empezó hasta 1963. El ministro de Información y
Turismo, Manuel Fraga Iribarne, que entonces hacía las veces de De la Vega y se
encargaba de dar la cara ante los periodistas después del consejo de ministros, se
permitió decir que aquel proyecto normativo se desarrollaba dentro de la sólida
tradición de España “en su misión civilizadora de pueblos”. Así pues, todo en el
discurso franquista seguía rezumando ese tufillo chungo de blanquito que”civiliza”
al pobre negro zumbón.
En el fondo, lo que Madrid quería hacer era dividir y vencer. Dividir, porque el
proyecto español era abordar por separado la autonomía de Río Muni y Fernando
Poo, es decir la Guinea continental e insular. En segundo lugar, trataban de buscar
algún local moderado que asumiese el gobierno autónomo, pero siguiendo las
amables directrices de la metrópoli. Y ese alguien fue Bonifacio Ondó Endú, un ex
seminarista bienintencionado que había huido del país tras el asesinato de Acacio
Mañé.

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Ondó fundó el Movimiento de Unión Nacional de Guinea Ecuatorial (MUNGE),
un partido moderado en el sentido de que ni de coña se planteaba la ruptura de
vínculos con España.
La actuación española fue muy acorde con la misión histórica civilizadora de
nuestro país. En noviembre de 1961, el almirante Carrero presentaba ante las
Cortes un borrador de proyecto de ley de autonomía sobre el que aún no se había
posado ningún par de ojos con párpados oscuros. En efecto, los guineanos,
beneficiarios al fin y a la postre de la norma, no la conocían. Eran los españoles los
que la manejaban, con prisas porque en la ONU se estaba estudiando el asunto de
Gibraltar, y España quería, con la autonomía de Guinea, demostrar su propensión
al buen rollito anticolonial.
En el referéndum posterior, la oposición independentista acabó uniéndose al
MUNGE en la defensa del Sí, tras un primer momento en que propugnaron pasar
de las votaciones.
El 11 de enero de 1964, se convocaron en Guinea elecciones para renovar Juntas
Vecinales, Ayuntamientos y Diputaciones, así como para constituir la primera
Asamblea General autónoma. Sólo el MUNGE participó en los comicios. El
gobierno resultante de las elecciones tenía a Bonifacio Ondó como presidente y a
Francisco Macías Nguema como vicepresidente y consejero de obras públicas;
Rafael Nsué era consejero de Agricultura (sustituido por Agustín Nvé por un
asuntillo de corrupción); Antonio Cándido Nnang de Trabajo; Luis Rondo
Maguga, de Educación (sustituido por Agustín Eñeso tras su fallecimiento);
Gustavo Watson Bueco, de Sanidad; Aurelio Nicolás Ithoa, de Hacienda; Román
Borikó Toichoa, de Industria y Minas; y, como consejero de Información y
Turimo, Luis Mao Sicachá. Federico Ngomo Nandongo, Dámaso Sima Obono,
Enrique Gori Molubela y Evaristo Motede Euchi fueron designados procuradores
en las Cortes españolas.
El brazo sindical del MONALIGE, la Unión General de Trabajadores de Guinea
Ecuatorial (UGTGE), montó en abril de 1967 una huelga general que pretendía ser
una protesta por el régimen imperante, su nivel de corrupción, así como el hecho
de que, cada vez con más claridad, se pretendía que fuera una especie de
autonomía permanente que, por lo tanto, evitase en la práctica la plena
descolonización del territorio.
Este momento de progresiva pérdida de imagen del MUNGE fue el que aprovechó
Macías para convertirse en una especie de ala izquierda del partido y tender
puentes hacia el MONALIGE y Atanasio Ndongo, quien ya había vuelto del exilio,
entre otras cosas, por las gestiones en tal sentido del propio Macías. En un país que
comenzaba a conocer las típicas historias de satrapía africanas, tan llenas de
vividores y corruptos, Macías se labró una imagen de honrado a carta cabal, de
hombre sin vicios (al igual que Hitler, y casi cabría decir que Franco, ni fumaba, ni
bebía, ni se le conocían promiscuidades). Finalmente, Ndongo y Macías redactaron

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un manifiesto conjunto en el que demandaban la total autodeterminación de
Guinea.
En España, poco a poco, y como lógica consecuencia de las presiones
internacionales, ganaban peso los defensores de esa autodeterminación. España
invitó a estudiar el caso guineano a la llamada Comisión de los Veinticuatro, el
grupo de la ONU dedicada a la descolonización; e, incluso, se adelantó a la propia
ONU (Resolución 2.230) convocando una conferencia constitucional para diseñar
la independencia del país. La conferencia comenzó a currar el 30 de octubre de
1967, en la sede del ministerio español de Asuntos Exteriores. En la misma
intervinieron personas de la Administración española que serían importantes, tales
como Fernando Morán, entonces Director General de África y luego ministro de
Asuntos Exteriores con el PSOE; o Rodolfo Martín Villa, que representó al
Ministerio de Industria. Por parte guineana participaron 47 personas. Estos
representantes guineanos, a partir de un comunicado conjunto del IPGE, el
MUNGE y el MONALIGE, se apresuraron a exigir a España que fijase una fecha
para la independencia de Guinea anterior al 15 de julio de 1968. No firmaron dicho
documento los partidos partidarios de una independencia distinta para la Guinea
insular y la continental, es decir la Unión Fernandina y la Unión Bubi.
El avance de la conferencia, suspendida en noviembre de 1967 y recomenzada en
febrero de 1968 una vez que quedó claro que la independencia sería sólo una,
definió claramente la competencia como líderes guineanos de Ondó y Ndongo. En
todo caso, la delegación guineana se aplicó a buscar los servicios de un asesor
español; tras varios candidatos, el elegido sería el jurista Antonio García-
Trevijano, cuyo papel en dicha conferencia constitucional y, en general, en Guinea,
no dejaría de estar exento de polémica, incluso en aquellos años de prensa bajo
sedación.
Pero lo más importante de esta segunda cascada constitucional es el papel de
Macías. Hasta entonces, don Francisco se había mantenido como lo que era, un
político sin ideología definida. En ese momento, sin embargo, y conforme los
debates de la conferencia se iban liando, Macías fue destacándose como defensor a
ultranza de la independencia. Cuando se opuso frontalmente al proyecto de
Constitución elaborado por la conferencia, se convirtió en el principal adalid de la
independencia de Guinea. De hecho, se quedó solo en la oposición a dicha
Constitución, que consideraba neocolonialista, lo cual le habría de reportar muchos
réditos en su país. La fecha de la independencia quedó fijada para el 12 de octubre
de 1968. El día de la hispanidad, Guinea dejaría de ser española.
Los enemigos de Macías, partidarios del Sí en el referéndum constitucional, le
ganaron dicho referéndum. Pero, en realidad, lo perdieron. La Constitución se
aprobó con el 63% de lo votos emitidos, lo cual venía a significar que Macías, que
propiamente no tenía partido político detrás, que estaba básicamente solo, haciendo
campaña en solitario por el No, podría abrogarse hasta el último voto del 37% que
le había seguido.
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El 22 de septiembre se realizó la convocatoria de las elecciones presidenciales.
España estuvo torpe. Su candidato, obviamente, era Bonifacio Ondó; pero
empeñado como estaba Madrid en controlar Guinea empezando por dividir el
continente de las islas, se montó un segundo candidato secesionista, Edmundo
Bosío Dioco, de la Unión Bubi, que en la práctica dividió los votos de lo que
podría denominarse los guineanos españolistas. En realidad, el candidato número
dos (tras Ondó) era Atanasio Ndongo. Pero su vivero de votos estaba petado de
candidatos, mientras que el de Macías era para él solo. Macías, además, fue muy
listo al trabajarse a los disidentes de las formaciones teóricamente poderosas, como
ocurrió con algunos dirigentes del MONALIGE. Por su parte Clemente Ateba, y su
IPGE, optaron por la neutralidad.
Macías consiguió 36.716 votos, por 31.941 de Bonifacio Ondó, 18.223 de Ndongo
y 4.795 de Bosío. En la segunda vuelta, quizá, Ondó creyó la partida ganada. Al fin
y al cabo, era el candidato de Madrid. Macías, sin embargo, echó mano de la
aritmética más sencilla, y llegó a un acuerdo con Ndongo para obtener su apoyo.
Como corolario, la segunda vuelta la ganó Macías por más de 25.000 votos.
Probablemente nadie podía ni imaginarse lo que estaba por llegar.

Algunas semanas después de ganar las elecciones, Francisco Macías forma su


primer gobierno independiente, en el que figuran representantes de las diferentes
fuerzas en las que se ha apoyado para ganar. Además de la presidencia y el
ministerio de Defensa que quedan en manos de Macías, Edmundo Bosío ocupa la
vicepresdencia y el ministerio de Comercio; Atanasio Ndongo ocupa la cartera de
Exteriores; Angel Masié Ntumu será ministro del Interior; Andrés Ebonde Ebonde
ministro de Haciencia; Jesús Oyono Alogo ocupa el departamento de Obras
Públicas; Ricardo Erimola Chema en Industria y Minas; Agustín Grande Molay en
Agricultura; Pedro Ekong Andeme en Sanidad; José Nsue Angüe en Educación;
Román Borikó Toichoa en Trabajo; y, finalmente, Jesús Eworo en Justicia.
Los inicios de Macías fueron notablemente moderados. Se mostraba en público
casi siempre en compañía del embajador español y repetía en sus actos que España
debía ser considerada como una nación amiga. Sin embargo Madrid,
probablemente cediendo a las presiones de los terratenientes blancos que
respiraban por la herida de no haber logrado colocar a sus hombres en las
magistraturas del país, se mostró tan poco interesada en la nueva Guinea que a la
proclamación de su independencia ni siquiera acudieron ni el ministro Castiella ni
Carrero Blanco.
El enfrentamiento acabó llegando por el flanco económico. Macías acabaría por
denunciar públicamente, en una reunión en presencia del embajador español, que
las principales empresas españolas radicadas en Guinea apenas tenían capital
circulante. El dinero había volado. Este conflicto comenzó a generar en la cabeza
de Macías la psicosis del atentado personal y del derrocamiento. Al calor de
diversos enfrentamientos entre negros y blancos, Macías retiró la bandera española
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de los edificios oficiales y declaró al embajador Durán-Lóriga persona non grata.
España respondió ordenando a la guardia civil que ocupase el aeropuerto de Santa
Isabel (Malabo) y la oficina de Correos, y que armase a los colonos blancos. El 1
de marzo, el gobierno declaró el estado de emergencia e hizo un llamamiento a los
jóvenes para que le apoyasen. De aquella forma, acababa de nacer una de las
instituciones más siniestras de la Guinea de Macías: las Juventudes en Marcha con
Macías. El 2 de marzo comenzó la repatriación de españoles.
Meses antes de estos enfrentamientos, Macías había conseguido del presidente de
Gabón que le devolviese a Bonifacio Ondó, que estaba en el país vecino
autoexiliado. Tras la caída en desgracia de Ondó, la única alternativa seria a
Macías era Atanasio Ndongo, ministro de Asuntos Exteriores. Al parecer, Ndongo
aprovechó sus viajes por España para reunirse allí con guineanos residentes en el
país y hablar de alternativas de gobierno. Después de eso, Ndongo voló a Guinea,
llegó a Malabo y se entrevistó con Macías. Luego se marchó a Río Benito y
después se dirigió a Bata. Muy cerca ya de esta ciudad, inmovilizó al delegado
gubernativo que le acompañaba, Andrés Nuchuchuma, y luego al delegado del
distrito de Bata, Esteban Nsue. Una vez encerrados ambos, buscó a Macías, pero
no lo encontró. Sin embargo, el movimiento de Ndongo fracasó en el momento en
que el capitán al mando de la Guardia Nacional, Salvador Ela, se negó a
obedecerle. Tiempo después, estando Ndongo en el palacio presidencial, llegó
Macías. Su gente desarmó a la guardia que el ministro había colocado en la puerta,
y el presidente subió al primer piso. Lo que ocurrió allí es muy difícil de saber. El
único dato cierto es que, al poco tiempo, Ndongo salía volando por la ventana del
primer piso. Al día siguiente, aterrizó en Bata un avión en el que viajaban diversos
prohombres del régimen presuntamente conchabados con Ndongo. Fueron llevados
a presencia de Macías pero, por el camino, varios de ellos murieron apaleados. El
régimen de Macías sostuvo que se había recibido un telegrama del ministro
español Castiella felicitando a Ndongo por su acceso a la presidencia del país.
Macías culpó a España del golpe de Estado y, aunque ordenó a la población que
los españoles no fuesen molestados, exigió la marcha de todas las fuerzas militares
de Guinea. De 7.000 españoles que había en el país, en muy pocos días apenas
quedaron 500.
Este fue, probablemente, el mejor momento para Macías. Que su golpe de mano
contaba con el apoyo de los guineanos es un hecho, sobre todo porque muchos de
ellos lo vieron como una justa reacción contra la injerencia española. La
comunidad de naciones africanas, asimismo, mostró una amplia solidaridad con
Guinea. Sin embargo, había elementos de gran inquietud. El principal de ellos era
que Guinea se había quedado sin cuadros. Los españoles eran fundamentales para
la prosperidad del país, y se habían marchado de la noche a la mañana. Para colmo,
los intentos de Macías de permanecer neutral en el cercano conflicto de Biafra,
complicados porque en Guinea residían nada menos que 60.000 trabajadores de
origen nigeriano, le llevaron a prohibir la exportación de divisas por parte de
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dichos trabajadores, lo cual provocó el exilio de muchos de ellos, reduciendo aún
más el número de técnicos.
En octubre de 1969, Franco remodeló el gobierno de España con una serie de
cambios que reforzaban la posición de los tecnócratas cercanos al Opus Dei y a
Carrero. Esto modificó de nuevo la relación de fuerzas en lo que a las relaciones
con Guinea se refiere, de modo que éstas entraron en una clara etapa de
distanciamiento. Una punta de lanza muy clara de la creciente desconfianza
existente entre las partes fueron los estudiantes guineanos residentes en España,
que en Madrid solían vivir en el colegio mayor Nuestra Señora de África. Macías
retiró las becas de muchos de estos estudiantes y, al tiempo, el gobierno español se
desentendió de ellos, condenándolos a una existencia económicamente muy
comprometida (algo que, años después, seguía ocurriendo).
En Guinea, tras los sucesos de marzo, Macías había ilegalizado todos los partidos
políticos menos una formación de creación propia, denominada Partido Únido
Nacional o PUN; dos años después pasaría a ser PUNT, una vez que Macías se
convirtió a la cruzada progresista mundial e incorporó al nombre de su formación
la acostumbrada coletilla “ de los Trabajadores”.
Según las normas organizativas del PUNT, todo guineano, a los siete años de edad,
entraba automáticamente en la Juventud en Marcha con Macías, donde
permanecería hasta los 30 años. Para que no cupiera dudas de que aquéllas eran
lentejas, el artículo 5 de los Estatutos del PUNT establecía, taxativamente, que “se
pierde la condición de miembro del Partido con la muerte”. El PUNT tenía
diversos ribetes de corte fascistoide, tales como arrogarse la misión de llevar a
cabo el destino nacional y, sobre todo, establecer como obligación de sus
militantes el colocar los intereses del partido por delante de los suyos propios.
Os reproduzco aquí el juramento del militante:
“Yo, guineano militante del PUNT, juro por Dios y mi honor luchar hasta la
muerte, si hubiere lugar, por la integridad territorial de Guinea Ecuatorial, contra el
colonialismo, neocolonialismo, imperialismo, colonialismo tecnológico,
separatismo, la miseria y los golpes de Estado; respetar íntegramente y cumplir las
declaraciones del Partido; reconocer y defender únicamente el gobierno legítimo
votado por el Pueblo”.
Por decreto de 7 de mayo de 1971, Macías asumió todos los poderes de todas las
instituciones del país. En un alarde de constitucionalismo del bueno, diversos
artículos de dicho decreto derogaban artículos... ¡de la Constitución!
La gestión de Macías se fue volviendo crecientemente tribal. Macías era un ntumu
procedente de un lugar llamado Mongomo; muchos españoles, confundiéndose con
un célebre chiste de africanos rijosos, lo suelen llamar, equivocadamente,
Mondongo. Ya desde su primer momento sus parientes y clientes, el muchas veces
denominado Clan de Mongomo, ocupó muchos lugares en el poder. Conforme su
paranoia respecto de posibles atentados y derrocamientos fue a más, esta tendencia
se agudizó. Y no sólo se favoreció a los de Mongomo (entre ellos su sobrino y
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actual presidente, Teodoro Obiang), sino que se condenó al ostracismo a regiones
enteras precisamente por lo contrario; así, Evinayong y Río Benito fueron
perseguidas por el delito de ser la patria chica de Bonifacio Ondó y Atanasio
Ndongo, respectivamente.
En 1971, Macías dijo haber descubierto un complot orquestado desde Madrid para
derrocarle. Cesó a dos ministros, además de a otros altos funcionarios; pero el
suceso es relevante, desde nuestro punto de vista, porque por tal motivo, el
presidente culminó la limpieza de españoles del territorio, disponiendo la expulsión
de la mayoría de los misioneros.
Desde 1970 estaba prohibida la entrada en Guinea de periodistas extranjeros. La
paranoia llegó a tal punto que hubo casos en los que viajeros que simplemente se
bajaron del avión con el periódico que venían leyendo debajo del brazo fueron
inmediatamente expulsados. En 1972, Telefónica anunció que no admitiría
conferencias a cobro revertido solicitadas desde Guinea.
Mandar, mandar, lo que se dice mandar, en la Guinea de Macías mandaban las
Juventudes en Marcha con Ídem. Ellos dominaban la calle y concretaban la forma
de actuar notablemente arbitraria de su presidente, que se muestra en cosas como el
encarcelamiento de Federico Ngomo, un político retirado que había presidido la
Asamblea en los tiempos de la autonomía y que había sido colocado en el Banco
Central por el propio presidente. Fue encarcelado sin que nunca se le formase
causa y murió en la cárcel el día que un guardia, no se sabe si por diversión, por
cansancio o siguiendo órdenes, se dedicó a probar el filo de su machete en la
arteria aorta del detenido. A Agustín Eñeso le practicaron varias mutilaciones y lo
pasearon por Malabo a hostia limpia antes de matarlo.
En junio de 1972, Macías aprobó una ley constitucional que es un portento de
equilibrio mental y político. En la dicha ley, que firma él mismo, se intitula de
“Honorable y Gran Camarada, Su Excelencia Don Francisco Macías Nguema"; y
luego se nombra presidente vitalicio, General Mayor de los Ejércitos, y Gran
Maestro de Educación, Ciencia y Cultura de Guinea.
Esta patulea de nombramientos nos da la pista sobre otra de las características de
Macías: eso que podríamos llamar el “Síndrome de Felipe II”. Sabido es que este
rey nuestro no se fiaba de casi nadie y se empeñaba en que todos los asuntos de
España pasaran por su mesa, lo que esclerotizó la marcha de su imperio. A Macías
le pasó lo mismo. Esta afición por los muchos cargos ampulosos, sobre la que ya
volveremos, demuestra, a mi modo de ver, que don Paco era una persona que no
confiaba nada más que en sí mismo. Propio de personas así son medidas que tomó,
como la prohibición de salir del país a toda persona que no tuviese una misión del
gobierno encomendada, o la revisión sistemática de toda la correspondencia,
mucha de la cual terminaba en su propia mesa.
Macías es ya un dictador puro y duro de Guinea. Aunque aún le quedan etapas por
quemar. Por ejemplo, convertirse en un adalid del progresismo (tal cual).
Todo llegará.
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A la altura del año 1972, cuando por lo tanto Macías llevaba tres años en el poder,
no quedaba en Guinea ni un solo político anterior a la independencia o que hubiese
ostentado algún cargo de importancia en el país en los primeros tiempos de su
existencia. Al que no estaba exiliado, Macías lo había ejecutado, en una represalia
sangrienta que había alcanzado, no sólo a los propios políticos, sino a sus familias,
a sus amigos e, incluso, a sus vecinos. Macías, como muchos africanos, tenía un
fuerte sentido localista y tribal. El país, en sí, estaba en manos del clan de
Mongomo; y, en justa correspondencia (justa según su forma de ver, se entiende),
los lugares de donde eran oriundos sus enemigos debían de sufrir las
consecuencias. Los oriundos de Evinayong, Río Benito, Acurenam, Kogo o
Fernando Poo, eran sistemáticamente perseguidos por el régimen. Para entonces, y
como consecuencia de esta política tan liberal, aproximadamente uno de cada seis
guineanos estaba exiliado.
Macías decretó que los desplazamientos por el interior del país sólo podrían
realizarse de mediar un certificado de autorización expedido por el Gobierno. De
hecho, pues, convirtió Guinea en una inmensa cárcel. Para algunos lo fue con más
claridad. En 1973, todos los sacerdotes católicos y protestantes fueron colocados
en arresto domiciliario y les fue prohibido separarse de la cocina de su casa más de
tres kilómetros. Los seminarios fueron cerrados, en una medida que fue dramática
para el nivel cultural de la clase, llamémosla, intelectual de Guinea, por la mayor
parte de los ciudadanos alfabetos salían precisamente de los seminarios.
1973 fue también el año en el que se produjo un cambio sustancial en la estructura
de poder española con el acceso de Luis Carrero Blanco a un puesto que Franco,
jefe del Estado, se había reservado hasta entonces para sí: presidente del Gobierno.
Si la presidencia de Carrero puede interpretarse de muchas formas en relación con
el régimen franquista, desde el punto de vista de Guinea Ecuatorial la lectura está
muy clara. Carrero era un colonialista, opuesto en gran medida a las posturas algo
más pro tercermundistas de Castiella, y una persona aliada de los grandes
empresarios que habían tenido intereses en el país. No es extraño, pues, que la
llegada de Carrero viniese casi a coincidir en el tiempo con el inicio por parte de
estos empresarios de acciones ante el Tribunal Supremo, exigiendo
indemnizaciones por las expropiaciones de que habían sido objeto por Macías, en
unas cantidades, más de 100 millones de pesetas, que Guinea no quería pagar y,
probablemente, no podía.
El hecho de que España pusiese pies en pared hizo ver a Macías, quien de todas
formas ya se consideraba rodeado de conspiradores, lo solo que estaba. Un tiempo
antes había tenido un gravísimo conflicto con Gabón del que salió perdedor, en
gran parte por su aislamiento internacional (acentuado por el detalle de que el
embajador que envió a Naciones Unidas ni siquiera sabía hablar inglés).
En aquel mundo, sin embargo, siempre había una salida para quien se sintiese
aislado: los otros, o sea el llamado bloque del Este.

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La Unión Soviética y sus satélites aceptaron encantados. Para entonces, 1973 como
decimos, lo de Vietnam era cosa pasada y gran parte del enfrentamiento
geopolítico de la Guerra Fría se había desplazado a África (véase, por ejemplo,
Angola).
Las Juventudes en Marcha por Macías adoptaron en su uniforme el cuello Mao
(cabe hacer notar que Macías logró, no se sabe muy bien cómo, ayuda simultánea
de la URSS y de China). En sus discursos comenzó a aparecer la palabra
revolución y se inició por todo el país una campaña para destruir todos los libros
editados en Occidente. Fue al inicio de esa etapa, en un mitin en Bata, donde
Macías expresó que las personas que, en su opinión, habían hecho más en favor de
la Humanidad, habían sido Marx, Lenin, Mao, Hitler, Franco y el dictador ugandés
Idi Amín. Todos ellos, como sabemos, están hoy muertos y en el Cielo.
Los actos oficiales terminaban con la siguiente letanía: «En marcha con Macías,
siempre con Macías, nunca sin Macías, todo por Macías». Luego, un poco en plan
de la canción esa tan coñazo del pumpun y abre la muralla y cierra la muralla y tal,
se coreaban una serie de «abajos»: abajo el colonialismo, el imperialismo, el
neocolonialismo, los golpes de Estado, los ambiciosos, el colonialismo tecnológico
y el colonialismo comercial. Y se terminaba con un «arriba» para la revolución.
En las escuelas se comenzó a enseñar el mito de Macías. Se decía que era una
persona con poderes mágicos y que las balas no podían herirle (por eso, una vez
ejecutado, mucha gente no creyó su muerte). También se enseñó, como en la
Camboya de Pol Pot, que un niño debe ser más fiel al Estado que a su familia, así
pues, si cree o sabe que sus padres son subversivos, debe denunciarlos. Los
nombres propios y la toponimia se africanizaron, en un movimiento parecido a la
deslatinización del alemán llevada a cabo por Hitler. Para valorar lo centrado que
para entonces estaba el muchacho, tras una noche de pesadillas, en la que tal vez
soñó que se lo apiolaban, construyó una muralla en derredor suyo en Malabo,
dentro la cual vivía sólo con su familia.
En el verano del 73 se celebró, a culatazos, el referéndum sobre la reforma de la
Constitución. Se ha dicho muchas veces que Franco hizo trampas en sus referenda
haciendo votar a los muertos. Macías casi aplicó el sistema: dejaba medio muertos,
si no del todo, a los que no votaban. La reforma constitucional fue aprobada por el
99% de los votos. El III congreso nacional del PUNT, en sus resoluciones, califica
a Francisco Macías Nguema Biyogo de: Único Líder y Héroe Nacional, Honorable
y Gran Camarada, Presidente Vitalicio de la República, General Mayor de las
Fuerzas Armadas Nacionales, Gran Maestro en Educación, Ciencia y Cultura,
Presidente del PUNT e Incansable Trabajador al servicio del Pueblo.
Las resoluciones del PUNT son para orinar sin dejar caer la más mínima gota. Una
de ellas, por ejemplo, prohíbe a los ministros del Gobierno dedicarse al comercio,
pero advierte, en la misma frase, que «este precepto no se extiende a los familiares
de las autoridades señaladas».

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No parece que hagan falta muchas opiniones para valorar que la nueva
Constitución es un texto que no tiene la más mínima intención de mostrar tintes
democráticos. Pese a admitir el principio general de que el pueblo es soberano,
añade, en un ribete típicamente fascista, que dicha soberanía sólo se podrá ejercer a
través del Estado y el partido único. Ese mismo partido tiene la potestad hasta de
revocar el mandato de los diputados (art. 60), y el presidente puede disolver la
Asamblea cuando quiera. Los jueces eran, asimismo, de mandato directo
presidencial (art. 68).
En junio de 1974, más de cien personas fueron asesinadas en Bata, acusadas de
preparar un golpe de Estado. Sus familiares fueron obligados a acudir al juicio a
pronunciar, ellos mismos, la sentencia de muerte.
En 1974 Macías, cuya paranoia ahora se dirigía contra los cooperates enviados por
otros países africanos, los expulsó. También hizo lo propio con el delegado de las
Naciones Unidas para el programa de desarrollo del país. El presidente guineano
estrechó sus relaciones con la URSS, aportando con ello una base interesante para
tropas cubanas presentes en Angola. No obstante, esto no arregló su enfermiza
manía persecutoria. En 1975, durante el aniversacio de la independencia, tan sólo
consintió estar fuera de su palacio 16 minutos, dado que, como aseveró en una
intervención radiada desde su despacho, sabía que la oposición había comprado
mercenarios para matarlo.
Su decisión de dar la espalda a los vecinos africanos le salió cara a Macías. Gabón,
que había aceptado realizar una política de devolución de exiliados, cesó en la
misma, convirtiéndose en un santuario para los huidos. Otros países, como Egipto
o Nigeria, se negaron a devolver a los estudiantes guineanos que tenían en su
territorio, como les demandó el Gobierno ecuatorial. Por su parte, los que estaban
en países del Este aprovechaban que tenían que pasar por Madrid para coger el
avión a Malabo para «perderlo». Naciones Unidas solicitó de España que diese a
estos guineanos el estatuto de refugiado político. Pero España, probablemente
porque luchaba asimismo para que algunos españoles no obtuviesen dicho estatuto
en Francia, se negó, por lo lo que los guineanos fueron declarados apátridas.
Detallito que alimentó notablemente la desconfianza de los guineanos hacia
España. En 1975, Macías Nguema Biyogo Ñegue abolió la enseñanza privada,
generando el monopolio estatal de la enseñanza que ya tenía en la economía, pues
los artículos de primera necesidad sólo podían adqurirse mediante autorización; lo
cual, por cierto, condenaba a la hambruna a los parientes de cualquiera considerado
subversivo. En abril de aquel año, asimismo, quedó prohibida en Guinea la
expresión «Dios guarde a usted muchos años».
La charlotada de Macías llegó a puntos tan increíbles como un mitin en el que
anunció que había averiguado (se jactaba de saberlo todo, como Dios, y mucha
gente lo creía) que le habían puesto una granada debajo de la tribuna desde la que
hablaba. Acto seguido se agachó, se levantó, mostró al público una granada y, acto
seguido, acusó al vicepresidente Miguel Eyegue, que estaba a su lado, de haber
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preparado el complot. Allí mismo lo destituyeron y se lo llevaron, no precisamente
a jugar al mus. Incluso se dice que hizo abortar a hostias a una de sus esposas, que
osó transmitirle la inquietud por los problemas de hambre del país.
A finales de 1975, Malabo se quedó sin luz por falta de combustible para los
generadores. A principios de 1976, los 15.000 jornaleros nigerianos del cacao,
hartos de putadas y de hambre, pidieron la repatriación. La guardia guineana
intentó impedirlo, pero el envío por parte de Nigeria de barcos de guerra los
tranquilizó bastante. Macías huyó al interior. A la salida de los barcos, hubo
disturbios con varios muertos por la cantidad de guineanos, muchos de ellos
incluso policías, que se tiraron al mar para intentar subirse a los barcos.
En febrero de 1976, EEUU rompió sus relaciones diplomáticas con Guinea. Para
entonces, ya no había ni embajador guineano en Madrid, que fue expulsado tras los
fusilamientos de los militantes del FRAP y de ETA y unas declaraciones suyas al
respecto; ni embajador español en Malabo, puesto que fue expulsado en represalia.
Francisco Macías Nguema Biyogo Ñegue Ndong fue responsable, según diversas
fuentes, de unas 90.000 muertes. Es una cifra parecida a la que se estima de
personas desaparecidas durante la dictadura argentina. Guinea, sin embargo, no ha
tenido ni un Costa Gavras que le haya hecho una película, ni un Sabato que haya
hecho notaría de sus bestialidades. Sus muertes, a juzgar por los conocimientos del
enterado medio (incluso del español) es como si nunca se hubiesen producido.
Él creía que con su régimen de terror, desarrollando un país en el que mandaban,
de hecho, las partidas de la porra de su Juventud en Marcha con Macías,
solventaba su único problema, que era la oposición exterior. Pero en eso se
equivocó. Con su aislamiento internacional, que para 1976 era ya pavoroso,
Macías dejó de ser útil incluso para los suyos. Por eso fue de su propio entorno de
donde partió el golpe de Estado que acabó con él; eso sí, buscando soldados
extranjeros para fusilarlo, pues los guineanos no se atrevían.
El 3 de agosto de 1979, Teodoro Obiang Nguema, sobrino del presidente, dirigió
un golpe de Estado contra él y lo depuso. Con la caída y muerte de Macías se abrió
un periodo muy confuso, en realidad lleno de desencuentros, entre Guinea y
España. Hoy, ambos países dan la impresión de no sentir nada positivo por haber
estado, un día, íntimamente ligados.
Probablemente, la mejor manera de terminar este grupo de comentarios sobre
Guinea sea citar, por última vez, al presidente Macías:
«El hombre que hizo posible la libertad de África fue el Führer. Al provocar la
guerra de Europa, consiguió traer la libertad que hoy disfrutamos. Por más que
dicen que Hitler fue malo, Hitler intentó salvar a África. Ése es el hombre que nos
ha dado la libertad, tened esto presente».
Cráneo previlegiado.
In memoriam Tadeo Mba. Adiós, amigo.

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