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En 1472, apenas veinte años antes de que Colón pusiera sus pies en América, dos
navegantes portugueses, Fernao Poo y Lopes Gonsalves, se convertían en los
primeros blancos en poner el pie el golfo de Guinea, en África. Aquella fértil
esquina del mapa africano se convirtió pronto en un teatro secundario de las luchas
entre las dos grandes potencias imperialistas de la zona, España y Portugal. En
1510 se establecen ya en la zona las primeras factorías españolas dedicadas al
tráfico de negros, cuya práctica estaba prohibida a los españoles, motivo por el cual
la corona hispana arrendaba los servicios de intermediarios flamencos para ello.
Todas las islas de la zona, Annobón, Corisco, Santo Tomé y Príncipe, se
convirtieron en enormes hipermercados de negros, de donde salieron a centenares
de miles camino de sus nuevos destinos vitales.
Ya en tiempos del rey con nombre de coñá, o sea Carlos III, España hizo un
movimiento bélico por el cual sus tropas, comandadas por el virrey de La Plata,
Pedro de Cevallos, ocuparon la isla de Santa Catalina y la colonia de Sacramento
en Rio Grande do Sul, o sea en Brasil. El conde de Floridablanca, hombre fuerte
del gobierno carlita, que ya estaba preocupado por el coste que le suponía a España
el aprovisionamiento de esclavos para sus colonias, pactó con Portugal una
ampliación de las posesiones africanas de España a cambio de devolverle los
territorios brasileiros. Fruto de estas negociaciones es el denominado tratado de El
Pardo (24 de marzo de 1778), por el cual España se quedaba con Annobon y
Fernando Poo. Llama la atención el detalle de que en la expedición que,
inmediatamente, se puso a la mar desde Uruguay para hacerse con la colonia, iba
un teniente coronel llamado Joaquín Primo de Rivera. Aquella primera expedición
fue un desastre. Su jefe, el conde de Argelejo, murió de unas fiebres, y el resto de
los miembros, al llegar a Annobón, se encontraron a los esclavos rebelados y en las
hostias casi no quedó ningún blanco vivo.
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33, de una forma tan escandalosa que en 1926 la dictadura tuvo que aprobar un
decreto ilegalizando parte de aquellos robos.
La República, que tan buena se quiere ver para muchas cosas, pasó por Guinea sin
romperla ni mancharla. En realidad, el principal valor de Guinea para la República
fue como destino de destierro, pues allí fueron enviadas diversas personas que el
régimen consideró desterrables; eso, claro, y el famoso escándalo Nombela, del
que algún día deberíamos hablar. A pesar de que el país distaba mucho de ser una
balsa de aceite, y si no que se lo digan al general Sostoa, gobernador general,
asesinado por un miembro de la Guardia Colonial, poco hizo la República por
Guinea, aparte de incrementar la presencia de blancos en los pueblos a través
precisamente de la guardia colonial. Cabe reconocer que la República hizo
intentos, pocos, de mejorar las condiciones sociolaborales (en realidad,
suciolaborales) de los negros; pero, aún siendo poco, chocó a menudo con los
colonos.
Si hubo dos Españas, apenas hubo dos Guineas (eso si nos olvidamos del pequeño
detalle de las relaciones entre negros y blancos, claro). Ciertamente, en la colonia
había dos tendencias, llamadas laicos y clericales, cuyas simpatías políticas son
fáciles de adivinar. Sin embargo, baste un dato para explicar lo superficial que era
todo allí: sólo existía un partido político, llamado Frente Popular pero no muy
identificado con el Frente Popular de España. Tenía, en toda Guinea, 150 adeptos.
Y la política le resultaba tan interesante que, el 16 de febrero de 1936, ni siquiera
reclamó una urna. En Guinea, simple y llanamente, no se votó.
Cuando los nacionales se sublevaron a favor de Franco, animados por el jefe local
de la guardia civil, el subgobernador de Bata, Miguel Hernández Porcel, se negó a
sumarse. En la orilla del río Ekuku, las tropas republicanas salieron al paso de la
expedición rebelde que iba a tomar Bata. Se intercambiaron unos disparos y
murieron dos soldados negros. Eso fue todo. Bata permaneció con la República. En
realidad, la guerra civil en Guinea se ciñó, sobre todo, a la pelea radiotelegráfica
por un barco, el Fernando Poo, que estaba en la zona. Ambas facciones, los
sublevados desde Santa Isabel (actual Malabo); y los republicanos desde Bata,
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llamaban al barco afirmando que ellos eran los representantes de la legalidad, y
ordenando al barco que se presentarse en su puerto. Finalmente, el Fernando Poo
se fue a Bata, donde fue utilizado como prisión, sobre todo de sacerdotes y monjas.
Algunas semanas después llegó a Bata el Ciudad de Mahón, barco de guerra
enviado desde Canarias para apoyar la sublevación, el cual bombardeó el puerto y
el Fernando Poo, hundiéndolo con los prisioneros dentro. El franquismo consideró
a aquellos ahogados mártires de la Cruzada, aunque solía olvidar, habitualmente,
que había sido él mismo el que los había enviado al fondo del mar.
Cuando Franco ganó fue cuando se produjo, por primera vez, una auténtica
administración española sobre Guinea. Este será el próximo escalón de la
escalerita.
Antes de nada, y para contestar a las consultas sobre la fuente del discurso de
Macías, yo lo he sacado de un libro que cita dicho discurso, pronunciado en Bata a
principios de los años setenta. El libro se llama Historia y tragedia de Guinea
Ecuatorial, y es obra de Donato Ndongo Bidyogo.
En agosto de 1938, es decir más o menos cuando Franco comenzó pensar que eso
de ganar la guerra iba a ser que sí, el Estado franquista comenzó ya a regular el
estatus de Guinea y de sus dos territorios, formados por la isla de Fernando Poo y
la llamada Guinea continental. Se instituía la figura del gobernador general, con
residencia de Santa Isabel (o sea, Malabo), con un cargo muy de corte colonial, con
amplísimos poderes. El gobernador general tenía un subgobernador con residencia
en el continente, así como administradores territoriales en las otras islas y en lo
distritos continentales de Río Benito y Puerto Iradier. Los administradores
generales tenían que ser polis, o sea mandos o bien de la guardia colonial o de bien
de la guardia civil.
Asimismo, se creaba el llamado Patronato de Indígenas, institución destinada a
procurar el bienestar de la población negra, aunque apenas se contaba con su
concurso, pues en el amplio abanico de cargos, patronos y demás, apenas había dos
negros, que además tenían que estar emancipados, ser, por lo tanto, miembros de la
oligarquía negra formada por los descendientes de los libertos llegados, sobre todo,
de Cuba o de Liberia.
El franquismo no reguló propiamente los derechos de los negros hasta 1944. Lo
hizo mediante un decreto que dividía a los negros de Guinea en emancipados
plenos, emancipados parciales y no emancipados. En términos generales, un negro
emancipado pleno era totalmente asimilable a un español residente en Guinea, lo
cual quiere decir que a partir de ese momento podía comprar aceite de oliva, pan
blanco y tomar bebidas alcohólicas en los mismos bares que los blancos. Aunque
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había algunas restricciones. No podía hacer guarrerías con mujeres blancas y
mucho menos desposarlas. Los blancos también tenían prohibido casarse con
negras, pero eso no les importaba demasiado porque el orden de Franco, del muy
católico y conservador Franco, les permitía tenerlas en concubinato.
Un negro emancipado, decía la legislación, tenía que tener 21 años y ser
suficientemente maduro, expresión ésta que se presta a notables dosis de
subjetivismo. Debía de tener cualificación universitaria o similar y poder demostrar
un trabajo durante dos años como mínimo en la explotación de un blanco, con un
salario mínimo de 5.000 pesetas al año, o haber alcanzado en el funcionariado al
menos la categoría de auxiliar indígena. O sea, para ser un negro guineano con
derechos había que dar la impresión de que, al lado de uno, el Sidney Poitier de
Adivina quién viene a cenar esta noche era un imbécil iletrado.
El emancipado parcial podía endeudarse hasta 10.000 pesetas sin tener que pedir
permiso al Patronato, así como ser jurado. No podía ni comprar ni consumir
bebidas alcohólicas.
En la base del sistema estaba el negro no emancipado. El cual no podía vender
bienes inmobiliarios, contraer obligaciones por encima de 500 pesetas y ni siquiera
se le reconocía capacidad jurídica para comparecer por sí mismo ante un tribunal.
El sistema de tribunales, por cierto, estaba formado por salas con jueces blancos
asistidos por jefes territoriales, en las instancias más bajas, y negros emancipados,
en las más altas. Pero, de todas formas, el gobernador general retenía la potestad de
anular o cambiar una sentencia a su discreción.
Todos los cargos de representación, notablemente los económicos, eran ocupados
por blancos, a muchos de los cuales la normativa les exigía ser acordes con la
moral católica. Quizá algún día encuentre a algún obispo que me explique eso de
que el concubinato con negras, o como quien dice el concubinato en sí, es acorde
con la moral católica.
Con todo, probablemente el mayor descuido social de la metrópoli española
respecto de Guinea fue la educación. Muy pocos guineanos alcanzaban el nivel de
optar para obtener los certificados de educación y, de los que lo hacían, superaban
lo exámenes entre una cuarta y una quinta parte de ellos. En 1944, el director del
Instituto Colonial Indígena, Heriberto Álvarez, hizo un esfuerzo racional por
impulsar la educación de los guineanos, con una ley de bases de la enseñanza
indígena, conocida como Ley Álvarez. A pesar de esos esfuerzos, diez años
después de la ley, y en un país mayoritariamente negro como Guinea, todavía la
mitad de los escolarizados en el país eran blancos.
Todos los alumnos estaban obligados a hablar en castellano dentro de la escuela,
recreo incluido.
Los negros no hacían servicio militar, pero prestaban una especie de servicio social
al Estado durante dos años. Bueno, no todos. Los jornaleros por cuenta ajena no
cumplían dos, sino cuatro: dos a cuenta de ellos mismos, y otros dos a cuenta de su
amo.
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El nacionalismo comenzó cuando el gobernador general Mariano Alonso comenzó,
según algunas versiones, a albergar la esperanza de ser entronizado por los bubis.
La resistencia a esta injerencia forzó la formación del primer grupo propiamente
antiespañol, denominado Las Hijas de Bissila. Las protestas llegaron a Madrid y
provocaron la visita a la colonia de una comisión de investigación presidida por
Carrero, que de esta manera tenía su segundo contacto con la realidad guineana. El
gobernador fue cesado.
Pasado este episodio, el nacionalismo más sólido comenzó a surgir a finales de los
cuarenta, que es cuando salen de la escuela los primeros maestros negros. Se
unieron con algunos propietarios como Acacio Mañé y, por primera vez, esas
reuniones fueron transtribales.
En 1952, los negros impulsaron una huelga en el seminario de Banapé para
protestar por cosas como la bazofia que comían o que les restringiesen las lecturas.
La huelga provocó la expulsión del seminario de algunos prohombres del primer
nacionalismo guineano, como Atanasio Ndongo Miyone o Enrique Gori Molubela.
Ndongo, a la salida del seminario, toma contacto con la Cruzada de Liberación,
organización surgida a la sombra de Mañé, y la convierte en el Movimiento
Nacional de Liberación de Guinea Ecuatorial, MONALIGE.
En cuanto en Madrid se olieron la tostada de que los negros comenzaban a
organizarse, sacaron a relucir la historia de que la política española en Guinea tenía
como objetivo proteger a los no fang del imperialismo de éstos, que afectaba
también al Camerún. Una nutrida representación de opositores, entre ellos el
propio Ndongo, Jesús Mba, Clemente Ateba, Acacio Mañé y otros, enviaron un
memorando a las Naciones Unidas negando todas estas acusaciones y sustentando,
por primera vez, el derecho de los guineanos a la autodeterminación.
En la noche del 20 de noviembre de 1958, Acacio Mañé fue sacado de su
domicilio. Nadie volvió a verlo. Franco acababa de construir un mártir. Aunque el
régimen hizo esfuerzos por tender la mano, sobre todo mediante declaraciones de
que la dependencia de los guineanos había llegado a su fin, no consiguió evitar que
el nacionalismo se exacerbase. Además, el juego sucio continuó. El 21 de
noviembre de 1959, fue asesinado en Gabón Enrique Nvó, líder del MONALIGE.
Radicalizado por este hecho, el otro líder del partido, Atanasio Ndongo, comenzó a
frecuentar a las fuerzas socialistas de la zona y a viajar por países de la órbita
soviética, explicando que la reciente ley de provincialización de Guinea, que según
se pretendía en Madrid terminaba con el colonialismo, era en realidad ineficaz. Por
su parte, Antonino Eworo, Clemente Ateba, Jesús Mba y otros fundaban el IPGE
(Idea Popular de Guinea Ecuatorial), partido anticolonialista aunque algo más
moderado respecto de la independencia.
Mientras ocurría esto en Guinea, en Madrid también había sus leches. Estamos ya
en 1960 y hace ya algunos años, unos tres, que los llamados tecnócratas han
comenzado a entrar en las estructuras de la cúpula del franquismo. De la mano de
Luis Carrero, que es su gran factótum en los inicios, en mayor medida que la
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fuerza del Opus Dei. Carrero tiene intereses en Guinea, se ha escrito que incluso de
índole económica y de negocios, y por lo tanto tiene un alto interés en el
mantenimiento del status quo. En la otra esquina el gobierno, está Fernando María
Castiella. Castiella era un franquista sincero, pero como ministro de Asuntos
Exteriores era el tipo al que le tocaba ir por el mundo adelante y acabar escuchando
que al franquismo no había por dónde cogerlo. Como la obsesión de Castiella, y
quizá la orden que tenía de Franco, era conseguir la normalización internacional de
España, el ministro lo intentó. Suya fue, por ejemplo, la idea de que España
solicitase, en 1962, el ingreso en la Comunidad Económica Europea. Pero, claro,
en los foros internacionales a Castiella le comían la oreja con que tenía que ser
España un país presentable. Y ser presentable pasaba por dejar de ser colonialista.
Así pues, Castiella era partidario de la autodeterminación de Guinea.
El corolario de estos enfrentamientos fue una nueva legislación sobre gobierno y
administración de Guinea, de 1960, que creó diputaciones y ayuntamientos,
además de establecer que las provincias de Fernando Poo y Río Muni tendrían
representantes en el Consejo Nacional del Movimiento y en las Cortes. No
obstante, ante esas Cortes, en 1964, el almirante Carrero diría: “somos respetuosos
como nadie con la autodeterminación, pero cuando es de verdad, es decir cuando lo
que votan saben lo que votan”. Dicho de otra forma, seguía sin creer en el albedrío
de los negros.
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Ondó fundó el Movimiento de Unión Nacional de Guinea Ecuatorial (MUNGE),
un partido moderado en el sentido de que ni de coña se planteaba la ruptura de
vínculos con España.
La actuación española fue muy acorde con la misión histórica civilizadora de
nuestro país. En noviembre de 1961, el almirante Carrero presentaba ante las
Cortes un borrador de proyecto de ley de autonomía sobre el que aún no se había
posado ningún par de ojos con párpados oscuros. En efecto, los guineanos,
beneficiarios al fin y a la postre de la norma, no la conocían. Eran los españoles los
que la manejaban, con prisas porque en la ONU se estaba estudiando el asunto de
Gibraltar, y España quería, con la autonomía de Guinea, demostrar su propensión
al buen rollito anticolonial.
En el referéndum posterior, la oposición independentista acabó uniéndose al
MUNGE en la defensa del Sí, tras un primer momento en que propugnaron pasar
de las votaciones.
El 11 de enero de 1964, se convocaron en Guinea elecciones para renovar Juntas
Vecinales, Ayuntamientos y Diputaciones, así como para constituir la primera
Asamblea General autónoma. Sólo el MUNGE participó en los comicios. El
gobierno resultante de las elecciones tenía a Bonifacio Ondó como presidente y a
Francisco Macías Nguema como vicepresidente y consejero de obras públicas;
Rafael Nsué era consejero de Agricultura (sustituido por Agustín Nvé por un
asuntillo de corrupción); Antonio Cándido Nnang de Trabajo; Luis Rondo
Maguga, de Educación (sustituido por Agustín Eñeso tras su fallecimiento);
Gustavo Watson Bueco, de Sanidad; Aurelio Nicolás Ithoa, de Hacienda; Román
Borikó Toichoa, de Industria y Minas; y, como consejero de Información y
Turimo, Luis Mao Sicachá. Federico Ngomo Nandongo, Dámaso Sima Obono,
Enrique Gori Molubela y Evaristo Motede Euchi fueron designados procuradores
en las Cortes españolas.
El brazo sindical del MONALIGE, la Unión General de Trabajadores de Guinea
Ecuatorial (UGTGE), montó en abril de 1967 una huelga general que pretendía ser
una protesta por el régimen imperante, su nivel de corrupción, así como el hecho
de que, cada vez con más claridad, se pretendía que fuera una especie de
autonomía permanente que, por lo tanto, evitase en la práctica la plena
descolonización del territorio.
Este momento de progresiva pérdida de imagen del MUNGE fue el que aprovechó
Macías para convertirse en una especie de ala izquierda del partido y tender
puentes hacia el MONALIGE y Atanasio Ndongo, quien ya había vuelto del exilio,
entre otras cosas, por las gestiones en tal sentido del propio Macías. En un país que
comenzaba a conocer las típicas historias de satrapía africanas, tan llenas de
vividores y corruptos, Macías se labró una imagen de honrado a carta cabal, de
hombre sin vicios (al igual que Hitler, y casi cabría decir que Franco, ni fumaba, ni
bebía, ni se le conocían promiscuidades). Finalmente, Ndongo y Macías redactaron
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un manifiesto conjunto en el que demandaban la total autodeterminación de
Guinea.
En España, poco a poco, y como lógica consecuencia de las presiones
internacionales, ganaban peso los defensores de esa autodeterminación. España
invitó a estudiar el caso guineano a la llamada Comisión de los Veinticuatro, el
grupo de la ONU dedicada a la descolonización; e, incluso, se adelantó a la propia
ONU (Resolución 2.230) convocando una conferencia constitucional para diseñar
la independencia del país. La conferencia comenzó a currar el 30 de octubre de
1967, en la sede del ministerio español de Asuntos Exteriores. En la misma
intervinieron personas de la Administración española que serían importantes, tales
como Fernando Morán, entonces Director General de África y luego ministro de
Asuntos Exteriores con el PSOE; o Rodolfo Martín Villa, que representó al
Ministerio de Industria. Por parte guineana participaron 47 personas. Estos
representantes guineanos, a partir de un comunicado conjunto del IPGE, el
MUNGE y el MONALIGE, se apresuraron a exigir a España que fijase una fecha
para la independencia de Guinea anterior al 15 de julio de 1968. No firmaron dicho
documento los partidos partidarios de una independencia distinta para la Guinea
insular y la continental, es decir la Unión Fernandina y la Unión Bubi.
El avance de la conferencia, suspendida en noviembre de 1967 y recomenzada en
febrero de 1968 una vez que quedó claro que la independencia sería sólo una,
definió claramente la competencia como líderes guineanos de Ondó y Ndongo. En
todo caso, la delegación guineana se aplicó a buscar los servicios de un asesor
español; tras varios candidatos, el elegido sería el jurista Antonio García-
Trevijano, cuyo papel en dicha conferencia constitucional y, en general, en Guinea,
no dejaría de estar exento de polémica, incluso en aquellos años de prensa bajo
sedación.
Pero lo más importante de esta segunda cascada constitucional es el papel de
Macías. Hasta entonces, don Francisco se había mantenido como lo que era, un
político sin ideología definida. En ese momento, sin embargo, y conforme los
debates de la conferencia se iban liando, Macías fue destacándose como defensor a
ultranza de la independencia. Cuando se opuso frontalmente al proyecto de
Constitución elaborado por la conferencia, se convirtió en el principal adalid de la
independencia de Guinea. De hecho, se quedó solo en la oposición a dicha
Constitución, que consideraba neocolonialista, lo cual le habría de reportar muchos
réditos en su país. La fecha de la independencia quedó fijada para el 12 de octubre
de 1968. El día de la hispanidad, Guinea dejaría de ser española.
Los enemigos de Macías, partidarios del Sí en el referéndum constitucional, le
ganaron dicho referéndum. Pero, en realidad, lo perdieron. La Constitución se
aprobó con el 63% de lo votos emitidos, lo cual venía a significar que Macías, que
propiamente no tenía partido político detrás, que estaba básicamente solo, haciendo
campaña en solitario por el No, podría abrogarse hasta el último voto del 37% que
le había seguido.
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El 22 de septiembre se realizó la convocatoria de las elecciones presidenciales.
España estuvo torpe. Su candidato, obviamente, era Bonifacio Ondó; pero
empeñado como estaba Madrid en controlar Guinea empezando por dividir el
continente de las islas, se montó un segundo candidato secesionista, Edmundo
Bosío Dioco, de la Unión Bubi, que en la práctica dividió los votos de lo que
podría denominarse los guineanos españolistas. En realidad, el candidato número
dos (tras Ondó) era Atanasio Ndongo. Pero su vivero de votos estaba petado de
candidatos, mientras que el de Macías era para él solo. Macías, además, fue muy
listo al trabajarse a los disidentes de las formaciones teóricamente poderosas, como
ocurrió con algunos dirigentes del MONALIGE. Por su parte Clemente Ateba, y su
IPGE, optaron por la neutralidad.
Macías consiguió 36.716 votos, por 31.941 de Bonifacio Ondó, 18.223 de Ndongo
y 4.795 de Bosío. En la segunda vuelta, quizá, Ondó creyó la partida ganada. Al fin
y al cabo, era el candidato de Madrid. Macías, sin embargo, echó mano de la
aritmética más sencilla, y llegó a un acuerdo con Ndongo para obtener su apoyo.
Como corolario, la segunda vuelta la ganó Macías por más de 25.000 votos.
Probablemente nadie podía ni imaginarse lo que estaba por llegar.
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La Unión Soviética y sus satélites aceptaron encantados. Para entonces, 1973 como
decimos, lo de Vietnam era cosa pasada y gran parte del enfrentamiento
geopolítico de la Guerra Fría se había desplazado a África (véase, por ejemplo,
Angola).
Las Juventudes en Marcha por Macías adoptaron en su uniforme el cuello Mao
(cabe hacer notar que Macías logró, no se sabe muy bien cómo, ayuda simultánea
de la URSS y de China). En sus discursos comenzó a aparecer la palabra
revolución y se inició por todo el país una campaña para destruir todos los libros
editados en Occidente. Fue al inicio de esa etapa, en un mitin en Bata, donde
Macías expresó que las personas que, en su opinión, habían hecho más en favor de
la Humanidad, habían sido Marx, Lenin, Mao, Hitler, Franco y el dictador ugandés
Idi Amín. Todos ellos, como sabemos, están hoy muertos y en el Cielo.
Los actos oficiales terminaban con la siguiente letanía: «En marcha con Macías,
siempre con Macías, nunca sin Macías, todo por Macías». Luego, un poco en plan
de la canción esa tan coñazo del pumpun y abre la muralla y cierra la muralla y tal,
se coreaban una serie de «abajos»: abajo el colonialismo, el imperialismo, el
neocolonialismo, los golpes de Estado, los ambiciosos, el colonialismo tecnológico
y el colonialismo comercial. Y se terminaba con un «arriba» para la revolución.
En las escuelas se comenzó a enseñar el mito de Macías. Se decía que era una
persona con poderes mágicos y que las balas no podían herirle (por eso, una vez
ejecutado, mucha gente no creyó su muerte). También se enseñó, como en la
Camboya de Pol Pot, que un niño debe ser más fiel al Estado que a su familia, así
pues, si cree o sabe que sus padres son subversivos, debe denunciarlos. Los
nombres propios y la toponimia se africanizaron, en un movimiento parecido a la
deslatinización del alemán llevada a cabo por Hitler. Para valorar lo centrado que
para entonces estaba el muchacho, tras una noche de pesadillas, en la que tal vez
soñó que se lo apiolaban, construyó una muralla en derredor suyo en Malabo,
dentro la cual vivía sólo con su familia.
En el verano del 73 se celebró, a culatazos, el referéndum sobre la reforma de la
Constitución. Se ha dicho muchas veces que Franco hizo trampas en sus referenda
haciendo votar a los muertos. Macías casi aplicó el sistema: dejaba medio muertos,
si no del todo, a los que no votaban. La reforma constitucional fue aprobada por el
99% de los votos. El III congreso nacional del PUNT, en sus resoluciones, califica
a Francisco Macías Nguema Biyogo de: Único Líder y Héroe Nacional, Honorable
y Gran Camarada, Presidente Vitalicio de la República, General Mayor de las
Fuerzas Armadas Nacionales, Gran Maestro en Educación, Ciencia y Cultura,
Presidente del PUNT e Incansable Trabajador al servicio del Pueblo.
Las resoluciones del PUNT son para orinar sin dejar caer la más mínima gota. Una
de ellas, por ejemplo, prohíbe a los ministros del Gobierno dedicarse al comercio,
pero advierte, en la misma frase, que «este precepto no se extiende a los familiares
de las autoridades señaladas».
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No parece que hagan falta muchas opiniones para valorar que la nueva
Constitución es un texto que no tiene la más mínima intención de mostrar tintes
democráticos. Pese a admitir el principio general de que el pueblo es soberano,
añade, en un ribete típicamente fascista, que dicha soberanía sólo se podrá ejercer a
través del Estado y el partido único. Ese mismo partido tiene la potestad hasta de
revocar el mandato de los diputados (art. 60), y el presidente puede disolver la
Asamblea cuando quiera. Los jueces eran, asimismo, de mandato directo
presidencial (art. 68).
En junio de 1974, más de cien personas fueron asesinadas en Bata, acusadas de
preparar un golpe de Estado. Sus familiares fueron obligados a acudir al juicio a
pronunciar, ellos mismos, la sentencia de muerte.
En 1974 Macías, cuya paranoia ahora se dirigía contra los cooperates enviados por
otros países africanos, los expulsó. También hizo lo propio con el delegado de las
Naciones Unidas para el programa de desarrollo del país. El presidente guineano
estrechó sus relaciones con la URSS, aportando con ello una base interesante para
tropas cubanas presentes en Angola. No obstante, esto no arregló su enfermiza
manía persecutoria. En 1975, durante el aniversacio de la independencia, tan sólo
consintió estar fuera de su palacio 16 minutos, dado que, como aseveró en una
intervención radiada desde su despacho, sabía que la oposición había comprado
mercenarios para matarlo.
Su decisión de dar la espalda a los vecinos africanos le salió cara a Macías. Gabón,
que había aceptado realizar una política de devolución de exiliados, cesó en la
misma, convirtiéndose en un santuario para los huidos. Otros países, como Egipto
o Nigeria, se negaron a devolver a los estudiantes guineanos que tenían en su
territorio, como les demandó el Gobierno ecuatorial. Por su parte, los que estaban
en países del Este aprovechaban que tenían que pasar por Madrid para coger el
avión a Malabo para «perderlo». Naciones Unidas solicitó de España que diese a
estos guineanos el estatuto de refugiado político. Pero España, probablemente
porque luchaba asimismo para que algunos españoles no obtuviesen dicho estatuto
en Francia, se negó, por lo lo que los guineanos fueron declarados apátridas.
Detallito que alimentó notablemente la desconfianza de los guineanos hacia
España. En 1975, Macías Nguema Biyogo Ñegue abolió la enseñanza privada,
generando el monopolio estatal de la enseñanza que ya tenía en la economía, pues
los artículos de primera necesidad sólo podían adqurirse mediante autorización; lo
cual, por cierto, condenaba a la hambruna a los parientes de cualquiera considerado
subversivo. En abril de aquel año, asimismo, quedó prohibida en Guinea la
expresión «Dios guarde a usted muchos años».
La charlotada de Macías llegó a puntos tan increíbles como un mitin en el que
anunció que había averiguado (se jactaba de saberlo todo, como Dios, y mucha
gente lo creía) que le habían puesto una granada debajo de la tribuna desde la que
hablaba. Acto seguido se agachó, se levantó, mostró al público una granada y, acto
seguido, acusó al vicepresidente Miguel Eyegue, que estaba a su lado, de haber
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preparado el complot. Allí mismo lo destituyeron y se lo llevaron, no precisamente
a jugar al mus. Incluso se dice que hizo abortar a hostias a una de sus esposas, que
osó transmitirle la inquietud por los problemas de hambre del país.
A finales de 1975, Malabo se quedó sin luz por falta de combustible para los
generadores. A principios de 1976, los 15.000 jornaleros nigerianos del cacao,
hartos de putadas y de hambre, pidieron la repatriación. La guardia guineana
intentó impedirlo, pero el envío por parte de Nigeria de barcos de guerra los
tranquilizó bastante. Macías huyó al interior. A la salida de los barcos, hubo
disturbios con varios muertos por la cantidad de guineanos, muchos de ellos
incluso policías, que se tiraron al mar para intentar subirse a los barcos.
En febrero de 1976, EEUU rompió sus relaciones diplomáticas con Guinea. Para
entonces, ya no había ni embajador guineano en Madrid, que fue expulsado tras los
fusilamientos de los militantes del FRAP y de ETA y unas declaraciones suyas al
respecto; ni embajador español en Malabo, puesto que fue expulsado en represalia.
Francisco Macías Nguema Biyogo Ñegue Ndong fue responsable, según diversas
fuentes, de unas 90.000 muertes. Es una cifra parecida a la que se estima de
personas desaparecidas durante la dictadura argentina. Guinea, sin embargo, no ha
tenido ni un Costa Gavras que le haya hecho una película, ni un Sabato que haya
hecho notaría de sus bestialidades. Sus muertes, a juzgar por los conocimientos del
enterado medio (incluso del español) es como si nunca se hubiesen producido.
Él creía que con su régimen de terror, desarrollando un país en el que mandaban,
de hecho, las partidas de la porra de su Juventud en Marcha con Macías,
solventaba su único problema, que era la oposición exterior. Pero en eso se
equivocó. Con su aislamiento internacional, que para 1976 era ya pavoroso,
Macías dejó de ser útil incluso para los suyos. Por eso fue de su propio entorno de
donde partió el golpe de Estado que acabó con él; eso sí, buscando soldados
extranjeros para fusilarlo, pues los guineanos no se atrevían.
El 3 de agosto de 1979, Teodoro Obiang Nguema, sobrino del presidente, dirigió
un golpe de Estado contra él y lo depuso. Con la caída y muerte de Macías se abrió
un periodo muy confuso, en realidad lleno de desencuentros, entre Guinea y
España. Hoy, ambos países dan la impresión de no sentir nada positivo por haber
estado, un día, íntimamente ligados.
Probablemente, la mejor manera de terminar este grupo de comentarios sobre
Guinea sea citar, por última vez, al presidente Macías:
«El hombre que hizo posible la libertad de África fue el Führer. Al provocar la
guerra de Europa, consiguió traer la libertad que hoy disfrutamos. Por más que
dicen que Hitler fue malo, Hitler intentó salvar a África. Ése es el hombre que nos
ha dado la libertad, tened esto presente».
Cráneo previlegiado.
In memoriam Tadeo Mba. Adiós, amigo.
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