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ANTROPOLOGÍA Y FRONTERA
Las fronteras no han sido hasta ahora un tema de interés evidente para los antropólogos de
Argentina y otros países sudamericanos. Ello contrasta con la atención que se le ha estado
prestando a los procesos socioculturales y económicos en la región fronteriza entre México y los
Estados Unidos. De hecho, durante los últimos años esa región ha estado atrayendo la atención
de numerosos científicos sociales, especialmente antropólogos (Rosaldo 1988; Kearney 1991;
Chávez et al 1990; Gupta y Ferguson 1992; Alvarez y Collier 1994; Heyman 1994, 1995, entre
otros).
La frontera México-USA exhibe una serie de procesos socioculturales y económicos que tienen
un carácter visiblemente público: leyes para controlar la migración internacional, maquiladoras,
NAFTA e intercambios culturales. Los mismos procesos -o situaciones comparables- aparecen en
la frontera Bolivia-Argentina, con la diferencia de que no se expresan como una cuestión de
interés público, ni siquiera en las provincias de Salta y Jujuy, cuyos medios de comunicación
masiva le prestan muy poca atención.
En ese escenario, el silencio que practican tanto las voces del imaginario social como las de la
antropología debe ser significativo. En este trabajo prestaremos especial atención a esas
significaciones, puesto que probablemente tengan estrecha conexión con las características de
las peculiares relaciones de esta frontera y del papel que ella cumple en los respectivos
contextos nacionales e internacional, tanto en referencia al orden estatal, como en lo que hace a
las actividades empresariales. Como afirma Sahlins (1989), en las fronteras internacionales es
donde se constituyen con más fuerza las identidades culturales propias de las naciones
contemporáneas.
No obstante, la imagen de ambas fronteras parece tener algunos puntos en común. El más
notable, del cual seguramente se derivan los restantes, reside en que, en ambos casos, están en
contacto dos países con diferentes niveles de riqueza: USA es más rico que México, Argentina lo
es con respecto a Bolivia. También en ambos casos hay un país con grandes masas campesinas
(México, Bolivia), mientras que el otro país del par tiene un campesinado de menor peso relativo
(Argentina) o reducido a expresiones prácticamente no significativas (USA). Como primer
resultado, los flujos migratorios se dirigen masivamente de México a USA y de Bolivia a
Argentina.
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relativamente deslocalizado, algo que coincide con el sobreénfasis en el discurso político e
ideológico que menciona Heyman (1994) para USA.
Entonces, necesitamos análisis que enfoquen relacionalmente las cuestiones de cultura, poder y
economía en la frontera. Es decir, cómo opera una organización estatal y productiva dual, pero
desigual, y cómo se van desarrollando las relaciones culturales en esta zona de poder dual. Ello
permitirá construir una nueva imagen antropológica de la frontera, que servirá tanto para fines
teóricos como para objetivos de desarrollo regional.
ANTROPOLOGÍA DE LA FRONTERA
Gupta y Ferguson (1992) han desarrollado con cierto detalle la crítica de Rosaldo al modelo una-
localización una-cultura, que prevalece en buena parte de las tradiciones antropológicas
norteamericanas y británicas. En lugar de constituir una serie de sociedades-con-culturas,
separadas unas de las otras por fronteras estrictas, el mundo es, y ha sido desde hace mucho
tiempo, una serie de espacios interconectados jerárquicamente. Las fronteras internacionales
constituyen una imagen prominente de esa interconexión jerárquica, en el caso que nos ocupa,
entre Bolivia y Argentina, y otros espacios como Mercosur y los mercados internacionales.
Heyman (1994: 49) se pregunta: “¿Cuál es el rol de la gente en la producción de los vínculos
globales, cuando interactúan cotidianamente con dos aparatos de Estado?
Según Gupta y Ferguson (1992), quienes se apoyan en Rouse (1991), el flujo y la interconexión
cultural son un producto reciente, aunque todavía confuso, del capitalismo posmoderno. Es cierto
que la frontera México-USA, con sus maquiladoras 1, proporciona una imagen fácil de producción
capitalista a escala mundial. También lo es la frontera Bolivia-Argentina, con sus flujos
estacionales de trabajadores temporarios para la cosecha en las empresas agrícolas. Pero estas
imágenes son históricamente insostenibles. Heyman analiza los antecedentes históricos de la
maquila. Si bien este sistema aparece recién legislado en 1965, su desarrollo comenzó en la
década de 1880. De ese modo, las migraciones laborales desde México a USA ya tienen más de
un siglo de historia.
1
Sistema de fabricación de productos industriales norteamericanos en ciudades fronterizas del norte de México,
aprovechando los bajos salarios de los obreros mexicanos.
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trabajos más recientes han analizado un proceso peculiar del noroeste argentino, la producción
de periferias urbanas pluriétnicas, con cierto énfasis en el análisis del papel jugado por los
migrantes andinos (García Moritán y Echenique 1991; Jerez y Rabey 1999; Rabey et al 1994,
entre otros).
Los casos fueron seleccionados entre algunos de los ámbitos donde fue registrada una mayor
incidencia del cólera, de manera de tener acceso al mayor número posible de situaciones
socioambientales, representativas de la variedad de condiciones naturales, de asentamiento,
económicas, sociales y políticas en las que se encuentran las poblaciones pobres del área,
2
Proyecto de Prevención de Endemias en Áreas de Frontera, ejecutado por FLACAM (Foro Latinoamericano de
Ciencias Ambientales), con financiamiento de la Unión Europea y la Coordinación Científica de Mario Rabey.
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considerando simultáneamente su diversidad étnico-cultural. Para enumerar y caracterizar los
casos, consideraremos el mapa del área estudiada como un triángulo con base en el norte y
vértice en el sur. Empezando por el vértice nordeste y siguiendo el recorrido en el sentido de las
agujas del reloj, los casos fueron:
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[1] una comunidad Mataco (Wichí) en las cercanías de la ciudad chaqueño-boliviana de
Villa Montes;
[2] una comunidad en la periferia rural de una ciudad boliviana de frontera, Yacuiba;
[3] el complejo urbano fronterizo de Yacuiba / Pocitos/ Salvador Mazza;
[4] una comunidad Chiriguano (Abá Guaraní) en la zona ubicada entre la frontera y Tartagal
a lo largo de la ruta 34;
[5] un barrio periférico reciente de la ciudad de Orán;
[6] el área de fincas frutihortícolas ubicadas entre esta ciudad y la frontera, a lo largo de la
ruta 5O;
[7] el área agroindustrial azucarera de colonización andina, mestiza (Chapaca y Coya)
Quechua - 5, centrada en la ciudad boliviana de Bermejo;
[8] el complejo urbano-fronterizo de Aguas Blancas-Bermejo;
[9] una comunidad campesina andina mestiza -Chapaca- localizada en las cercanías de
Padcaya, al sur de Tarija.
Los Wichí habitan, en el área estudiada, zonas próximas al río Pilcomayo, lo que les permite
conservar su antigua base de recursos naturales alimenticios, consistente principalmente en
peces fluviales y animales de caza que pueden encontrarse, sobre todo en la estación seca, en
las proximidades de los ríos, junto con una variedad de recursos de recolección, principalmente
miel silvestre. Suelen estar asentados en poblados con fuerte influencia de iglesias cristianas no
católicas -cuando no directamente administrados por éstas- y son vecinos de poblaciones no
aborígenes -los criollos chaqueños-, con los cuales suelen tener relaciones cargadas con
distintos niveles de conflicto. Algunos criollos contratan a sus vecinos Wichí como trabajadores
temporarios -"changueros"-.
Además de las relaciones ya mencionadas con la población no aborigen de la cuenca media del
Pilcomayo -misioneros y criollos- los Wichí desarrollan importantes interacciones con los
habitantes de otras zonas, tanto dentro como fuera del área estudiada por nuestro proyecto.
Estas interacciones están centradas principalmente en sus actividades y conocimientos
pesqueros, e incluyen dos importantísimos vínculos, uno referido principalmente a la Argentina y
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En este, como en todos los casos en que se menciona una población con adscripción étnica, indicamos en primer
lugar el nombre con el que son conocidos por el resto de los habitantes del área y luego, entre paréntesis, la
denominación que cada grupo se da corrientemente a sí mismo.
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Hemos creído conveniente no mencionar los nombres de muchos lugares, especialmente de los más pequeños, para
resguardar la confidencialidad de la información que nos dieron muchos habitantes de los sitios en que trabajamos.
Por ese motivo, también evitamos mencionar los nombres y apellidos de los mismos.
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Chapaco es la designación con la que se autorreconocen los habitantes de la porción andina -occidental- del
departamento boliviano de Tarija; otros grupos suelen describirlos con la ambigua denominación de mestizos. Coya
es, al mismo tiempo una denominación externa al grupo y en gran parte asumida por éste: refiere a los habitantes de
los Andes de Bolivia y la Argentina noroccidental, quienes, al mismo tiempo que conservan sus autodenominaciones
étnicas -puneños, quebradeños, vallistos en Argentina, quechuas y aymaras en Bolivia-, asumen la denominación
externa que, por otro lado, es muy antigua y proviene del tiempo de la dominación incaica.
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el otro casi exclusivamente a Bolivia. En primer lugar, los Wichí son buscados como guías para
excursiones de pesca deportiva encaradas por miembros de sectores medios, especialmente de
las ciudades de las provincias argentinas de Salta y Jujuy, quienes muchas veces acampan en
los propios poblados Wichí, donde pueden eventualmente aprovisionarse de algunas
mercaderías y contratar algunos servicios personales: las comunidades próximas a Villa Montes,
por su fácil accesibilidad vial, constituyen un importante destino en esta actividad. En segundo
lugar, los Wichí son proveedores de pescado de bajo precio -sábalo- para las áreas andinas de
Bolivia, a través de un sistema de acopio en las riberas del Pilcomayo, que en las proximidades
de Villa Montes y hasta las cercanías de la frontera con Argentina, se ve facilitada por la
existencia de una red vial transitable fuera de los períodos de grandes lluvias y que es utilizada
por acopiadores que vienen desde Tarija y Potosí. Estos descargan contenedores con hielo
cerca de los lugares donde se instalan los campamentos de pesca de los aborígenes, quienes se
ocupan de irlos llenando hasta que el camión vuelve a recogerlos.
Las comunidades ubicadas en la periferia rural de la ciudad boliviana de Yacuiba están habitadas
principalmente por campesinos criollos chaqueños dedicados a una producción agropastoril
doméstica que se destina principalmente al consumo familiar, con excedentes vendidos en forma
directa a los habitantes de la ciudad. En este sentido, las relaciones económicas entre este
campesinado y la ciudad son semejantes a las de los criollos chaqueños que habitan del otro
lado de la frontera, en Argentina, con dos importantes diferencias, una más estructural y la otra
más coyuntural.
Por otra parte, este proceso coyuntural de intensificación comercial tiene consecuencias quizás
más estructurales en el ámbito de los asentamientos humanos. En efecto, la expansión de la
trama urbana de Yacuiba está produciendo una periferización que empieza a mostrar señales de
suburbanización de zonas de producción campesina, algo que tampoco, por diversos motivos, se
produce del otro lado de la frontera con Argentina.
La zona urbana fronteriza de Yacuiba / Pocitos / Salvador Mazza ha sufrido, como vimos en el
apartado anterior, una importante transformación reciente, vinculada al cambio de sentido de los
principales flujos comerciales minoristas. Yacuiba / Pocitos, del lado boliviano, constituye
actualmente un importante destino de comerciantes minoristas formales e informales del
noroeste argentino, así como de numerosísimos viajeros individuales que practican una suerte
de turismo comercial, visible por lo demás en todas las ciudades de frontera vecinas a la
Argentina y, a veces, en ciudades no fronterizas como la chilena de Iquique.
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Este flujo comercial creciente es visible en la gran cantidad de ómnibus, tanto de línea como
especialmente fletados, e incluso de taxis, que arriban a cada rato a la ciudad de Salvador
Mazza -en Argentina-, en la interminable hilera de gente que vuelve de Bolivia a la Argentina con
pequeñas cantidades de mercadería y en la cantidad de "bagayeros" -portadores de bultos que
son contratados por terceros para pasarlos por la frontera-. Sus consecuencias, como ya dijimos,
son una formidable expansión de la actividad comercial del lado boliviano, evidenciada en la
formación de miríadas de pequeños locales, muchos de ellos callejeros, que han atraído
migrantes del resto del país, especialmente de las tierras altas andinas, aunque también de
Santa Cruz de la Sierra y, secundariamente, de otros orígenes de las tierras bajas chaqueño-
bolivianas. Muchos de estos pequeños -y en general, informales- comerciantes, duermen en sus
locales y la mayoría de ellos come allí, servidos por vendedores de comida también callejeros e
informales, cuyos implementos de higiene están normalmente reducidos a un balde con agua
que se cambia de tanto en tanto, que tal vez reciba lavandina, y en el cual se lavan verduras,
utensilios de cocina, platos y -por supuesto- los cubiertos que han pasado directamente por la
boca de sus comensales. Tal vez el único -aunque significativo- cambio que se ha producido en
los hábitos de los comerciantes callejeros de comida en tiempos del cólera ha sido la
incorporación de vasos descartadles de plástico.
La comunidad Chiriguano o Abá Guaraní estudiada forma parte de las alrededor de 15 ubicadas,
en las inmediaciones de la ruta 34, en la zona entre la frontera y Tartagal. Estas comunidades
son el resultado actual de los procesos migratorios de las etnias Tupí-Guaraní y Arawak, dos
veces milenarias, que llevaron -hace unos cinco o seis siglos- a algunas de sus poblaciones
desde las tierras bajas centroorientales sudamericanas hasta los contrafuertes andinas, en el
chaco occidental, donde se enfrentaron bélicamente con las poblaciones andinas organizadas
política y militarmente por el imperio incaico. Hacia allí llevaron sus sistemas productivos de
agricultura aldeana itinerante, basada en la rotación de campos de cultivo en los alrededores de
sus poblados, y en la siembra de maíz, calabaza, mandioca y porotos; un sistema, que con
algunas transformaciones, sigue en vigencia y constituye la base de su producción de alimentos
y de excedentes para la venta en las ciudades próximas.
La presencia concreta de chiriguanos en esta zona parece ser el resultado de otros dos factores
más recientes, que actuaron durante la primera mitad del siglo XX. El primero es la importante
demanda de mano de obra por las grandes explotaciones agroindustriales azucareras de las
provincias de Salta y Jujuy, que atrajo importantes contingentes de esta etnia instaladas en
territorio boliviano. La segunda fue la guerra boliviano-paraguaya del Chaco, en la década de
193O, que impulsó a muchos chiriguanos bolivianos a instalarse definitivamente en territorio
argentino. Finalmente, las transformaciones acaecidas durante las últimas dos décadas en el
sistema productivo azucarero expulsaron mucha mano de obra, incluyendo varios grupos de
chiriguanos, lo cual por un lado consolidó sus asentamientos rurales y por el otro, como veremos,
contribuyó al proceso de periferización de varias ciudades argentinas del área.
Los chiriguanos actualmente ocupan tierras propias o cedidas por misiones franciscanas y
protagonizan -como muchos otros grupos étnicos de todo el mundo- una tendencia a la
afirmación de su identidad y sus instituciones socioculturales. Esto tiene tres consecuencias
importantes. En primer lugar, una intensificación de los lazos entre grupos y comunidades, tanto
entre los que están asentados en distintos ámbitos del noroeste argentino -urbanos y rurales-
como entre ambos países, una intensificación que a su vez produce la recuperación de antiguos
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patrones de movilidad espacial. En segundo lugar, una mayor confianza comunitaria, que incide
en una activa búsqueda de la consolidación de títulos de propiedad sobre sus dominios rurales
así como en la expansión de éstos y, en general, en una tendencia hacia la re-ruralización
cultural de la sociedad chiriguana en la Argentina. Por último, es visible una reaparición del
antiguo y conflictivo patrón de oposición con la gente que proviene de las tierras altas andinas
-en este caso bolivianas-.
En este barrio hay una composición pluriétnica pero, a diferencia de la situación descripta para
Yacuiba y siguiendo un patrón que parece ser también compartido por Pichanal, se produce una
localización espacial para cada grupo de pertenencia, aunque esta localización no es estricta y
las barreras espaciales parecen difuminarse a medida que pasa el tiempo. Hay tres grupos
principales, claramente diferenciados entre sí: los coyas, migrantes o hijos de migrantes de los
Andes argentinos y bolivianos 6 -y muchas veces con escalones migratorios intermedios en otros
lugares de ambos países-; los chiriguanos, también provenientes de Bolivia o Argentina, en este
caso principalmente del área y específicamente de la comunidad descripta en el apartado
anterior, corrientemente con estadías intermedias en las plantaciones azucareras; y los criollos,
en gran parte provenientes de sitios rurales del resto de la región chaqueña argentina y de
complejas historias de vida residencial/laborales. La fricción interétnica está también presente en
este barrio, remarcada perceptualmente pero al mismo tiempo moderada interactivamente por la
evidencia de otros culturales muy visibles grupalmente.
El barrio está trazado en cuadrícula, lo cual puede facilitar la provisión de servicios, aunque sus
sectores más viejos encierran, dentro del damero urbano, lotes muy irregulares con dificultades
en ese sentido. De todos modos, no hay aquí cloacas, los baños consisten principalmente en
letrinas y la provisión de agua es a través de una red con canillas públicas, de la cual se surte la
población mediante baldes y a veces mangueras, manteniendo una reserva en depósitos
domésticos sumamente riesgosos en términos sanitarios. Muy poca gente tiene aquí empleos
permanentes y, en su mayoría, se ocupan en una combinación de empleos ocasionales y
estacionales, entre los cuales predomina el de cosechero, a veces en la zafra azucarera, otras
en cultivos extensivos de oleaginosas o leguminosas, pero principalmente en las fincas
frutihortícolas ubicadas al norte de Orán. Durante el tiempo de cosecha, muchos habitantes del
barrio se trasladan cotidianamente a las fincas próximas, generalmente en vehículos de carga
por los propios finqueros o sus encargados, que los pasan a buscar por una zona de dos
cuadras de largo próxima al barrio, donde los desocupados también se instalan frecuentemente
esperando la oportunidad de una "changa". Otros -los menos- se trasladan a la finca, solos o
acompañados por toda o parte de su familia, durante una temporada, normalmente hasta que
juntan una cantidad de dinero, objetivo difícil de alcanzar con los jornales actuales -unos siete u
ocho pesos diarios-.
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En este contexto, como en el de la mayor parte de la Argentina, el término "Coya" refiere a todos los migrantes
andinos, incluyendo a los provenientes del departamento de Tarija, a los cuales en Bolivia suele llamarse "Chapacos"
-ver Nota 5-.
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A estos movimientos cotidianos y estacionales en busca de trabajo se les agregan otros, de
periodicidad variable, pero muy habituales, orientados a dos objetivos. Uno es la visita a
familiares -muchas veces combinada con la participación en fiestas, como el Carnaval y Navidad-
Año Nuevo- en sus lugares de origen. El segundo objetivo es el aprovisionamiento de bienes de
consumo baratos en zonas de frontera, en este caso la ciudad boliviana de Bermejo. También es
bastante corriente la recepción de visitantes, generalmente familiares que provienen de sus
zonas de origen y que muchas veces utilizan sus viviendas como cabeceras de puente para una
escala migratoria más o menos permanente.
Pocos kilómetros al norte de Orán comienza un área de fincas frutihortícolas que continúa a lo
largo de la ruta 5O hasta la frontera, más o menos paralela al río Bermejo. Estas fincas
presentan una importante variabilidad en términos de tenencia -hay propietarios de varias
décadas, propietarios recientes, arrenderos con continuidad y discontinuos-, de estrategias
productivas -desde el casi monocultivo de bananas hasta un policultivo de diversas especies de
frutas y hortalizas-, de mayor ó menor orientación a la reinversión y la acumulación de capital,
entre otras variables.
Quizás donde las diferencias se manifiesten de una manera más dramáticamente visible sea en
los estilos de manejo de los recursos humanos. En un extremo, hay finqueros -los hemos
llamado "pésimos"- que alojan a sus trabajadores en "conventillos" rurales de materiales muy
precarios, muchas veces escondidos entre los bananales, sin letrinas y sin otra provisión de agua
potable que la constituida por tachos de 2OO litros en los que se vierte agua periódicamente
desde una cisterna móvil y a los cuales acuden todos los habitantes de un mismo "conventillo"
-normalmente varias decenas- a servirse de agua introduciendo para ello diversos recipientes -y
sus manos- en el tanque de uso común. En el otro extremo están los finqueros "óptimos", que
han hecho construir habitaciones de material para sus trabajadores, con baños de uso
compartido pero completos y provisión de agua corriente potabilizada en duchas, piletas y
piletones para lavar. Es importante destacar que, desde el punto de vista de estos últimos
finqueros, la provisión de adecuadas condiciones y medio ambiente de trabajo y vivienda para
sus trabajadores proviene de una consideración fundamentalmente económico-empresarial,
basada en una elemental pero correcta estimación costo/beneficio: cosecheros mejor alojados
en términos de comodidades y salubridad se enferman menos, descansan más y, en
consecuencia, rinden mejor en su trabajo. Entre ambos tipos extremos se ubica la mayor parte
de las fincas, debiendo destacarse que los finqueros arrendatarios parecen encontrarse en
condiciones desfavorables al respecto.
Entre los cosecheros podemos distinguir tres modalidades principales: [a] los que habitan más o
menos permanentemente en la finca, acompañados por su familia y con una relación laboral
estable -aunque no siempre completamente legal y casi siempre fuertemente paternalista-; [b] los
que se establecen en la finca durante un período limitado, generalmente no menor a un mes,
acompañados frecuentemente por su familia o parte de ésta, la cual cambia así de residencia
durante ese tiempo; y [c] los que cotidianamente se trasladan desde la periferia de la ciudad -en
este caso Orán- hacia la finca. Estas formas de vinculación laboral en la finca se asientan
entonces sobre una gran movilidad poblacional que implica, asimismo, importantes cambios de
hábitat. Ello se ve potenciado porque en la finca se ponen en contacto poblaciones de orígenes y
formas de vida muy diferentes: por un lado, están los migrantes trashumantes provenientes del
campesinado de las tierras altas andinas, en este caso muy preponderantemente bolivianas, que
utilizan esta actividad como complementaria de las que desarrollan en la zona boliviana próxima
-cosecha de la caña de azúcar y pequeño comercio informal-; por el otro, los habitantes de la
periferia de Orán. Para terminar de pintar las condiciones que han hecho posible que en algunas
fincas de esta franja se hayan producido los más altos índices de incidencia del cólera, hay que
agregar que todos estos trabajadores y sus familias viajan frecuentemente a Bermejo para
aprovisionarse de mercaderías, y muchos de ellos realizan periódicamente recorridas más largas
para visitar a sus parientes, acudir a fiestas o, sencillamente, retornar a sus hogares campesinos
durante un período del año.
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Caso VII: La ciudad de Bermejo, Bolivia
Hasta la década de 1960, la zona comprendida entre los ríos Bermejo y Grande de Tarija -el
"triángulo de Bermejo"- tenía, como casi todo el resto de las tierras bajas bolivianas, una
población muy escasa, dedicada a la cría de ganado vacuno y a la explotación maderera para
los aserraderos de Orán. En realidad, esta zona de Bolivia influía directamente sobre las otras
márgenes de ambos ríos, ubicadas en territorio argentino y a las cuales sólo se podía llegar -algo
que sigue sucediendo- a través de esa faja de territorio boliviano. A principios de siglo, una
incipiente explotación de hidrocarburos empezó a atraer otras actividades y algunos migrantes,
con una cada vez mayor dependencia de Orán, que le servia como centro comercial, de servicios
y de mercado. No existía entonces un camino en buenas condiciones para llegar a Tarija, la
capital departamental a cuya jurisdicción pertenece el triángulo. A partir de la década de 1930, la
zona empezó a ser atravesada por importantes contingentes de migrantes golondrina habitantes
de las tierras altas andinas, que empezaron a ser reclutados como mano de obra estacional para
la zafra en las grandes plantaciones de caña azucarera de Salta y Jujuy, donde también se
encontraban con migrantes provenientes de las áreas andinas de estas dos provincias
argentinas.
En la década de 1960, el gobierno boliviano incluye esta área en sus planes de colonización de
las tierras bajas tropicales y crea dos ingenios de fomento, para la producción de azúcar de
caña. Ello atrae primero a cientos y más tarde a miles de campesinos andinos, muchos de ellos
con años de experiencia en la cosecha de caña en la Argentina. Estos colonos se instalan en el
triángulo, creando dos hileras de comunidades a lo largo de los dos ríos, como sendos frentes de
expansión, longitudinales y transversales, todavía hoy en plena dinámica, que tienden a ocupar
todas las zonas con potencial para el cultivo en el triángulo, con ocasionales -e ilegales-
expansiones del otro lado de la frontera, cruzando el río Grande de Tarija. Crearon así uno de los
ambientes más originales de América Latina, al combinar organización social y territorial
campesina con producción agroindustrial y un éxito económico poco común en el campesinado
del continente. Estos colonos provienen principalmente del área andina chapaca del
departamento de Tarija, aunque también son numerosos los coyas provenientes de Potosí, y
mantienen sólidos lazos culturales, sociales y económicos con sus lugares de origen, a donde
viajan de visita con bastante frecuencia.
Pero el cultivo de caña requiere de numerosa mano de obra estacional y aquí, a causa del
tamaño medio de las propiedades, éstas ni se pueden bastar habitualmente con el trabajo de los
miembros de la familia, ni tienen la escala suficiente como para mecanizarse. Entonces, y
contrariamente a lo que sucede con las grandes plantaciones azucareras del lado argentino, hay
una demanda sostenida y creciente de trabajadores estacionales, "zafreros", que son
contratados casi exclusivamente en las tierras altas andinas y, muchas veces, en las mismas
localidades de donde provienen los campesinos "cañeros", que ahora son los patrones de sus
paisanos. Los zafreros, entonces, trabajan de cuatro a siete meses cortando caña, alojados en
campamentos o en habitaciones construidas por sus patrones, habitualmente con su mujer y
algunos hijos que suelen trabajar también en la zafra.
La ciudad boliviana de Bermejo, ubicada en la ribera norte del río del mismo nombre, en el sur
del "triángulo de Bermejo", fue durante muchos años un pequeño poblado desde el cual se
manejaban las relaciones del área con la mucho más importante ciudad argentina de Orán. El
desarrollo de la explotación de hidrocarburos constituyó durante la mayor parte de este siglo el
único factor dinámico de este asentamiento. Recién hacia fines de la década de 1960, con el
desarrollo agroindustrial y colonizador centrado en la producción de azúcar, Bermejo empieza a
tomar fisonomía de ciudad, sobre la base de su consolidación como centro político-
administrativo, comercial y de servicios. Y, respaldada en el crecimiento de Bermejo, también se
expande Aguas Blancas, un pequeño poblado ubicado enfrente, en la margen argentina del río,
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que se carga principalmente de funciones comerciales. Comienza así una breve pero dinámica
historia de crecimiento complementario y oscilante, donde cada uno de los dos asentamientos
crece más en los períodos donde se ve favorecido por las equivalencias entre las monedas de
ambos países y, consecuentemente, por los flujos comerciales de compra.
Sin embargo, fue Bermejo el asentamiento con mayor crecimiento demográfico y ello
principalmente por dos motivos: [a] el carácter principalmente minorista e informal del comercio
en Bolivia, frente a su mayor concentración y formalidad en Argentina; [b] la condición de
centralidad de Bermejo con respecto a un área rural densamente poblada y con una importante
producción mercantil. A dichos factores debe agregarse el mejoramiento del camino entre esta
ciudad y Tarija -y a través de ésta con otras ciudades bolivianas-, lo que facilitó enormemente el
flujo de personas y bienes.
Durante los años de esta década, esta asimetría se acentuó, a causa de dos factores que a su
vez se potenciaron mutuamente: [a] un tipo de cambio que favorece los intercambios de Bolivia a
la Argentina, como fue descripto en el caso III; [b] el mantenimiento de la atracción colonizadora
del triángulo de Bermejo sobre los campesinos de las tierras altas bolivianas, en un contexto de
cada vez mayor escasez de tierras aptas para el cultivo de caña. La combinación sinérgica de
ambos factores ha venido produciendo, junto con el retroceso demográfico de Aguas Blancas
-hoy con unos mil habitantes-, el crecimiento explosivo de Bermejo -donde ya habitan casi
cuarenta mil personas-, y su periferización que ya comienza a afectar las áreas cañeras más
próximas. En esta proceso, aunque sin los preocupantes conflictos de fragmentación étnica que
caracterizan al caso de Yacuiba, y con la potencialidad de un sistema productivo pujante y con
grandes posibilidades de complementación con el instalado del otro lado de la frontera, Bermejo
se enfrenta a importantes dificultades para aprovisionar a su población de los servicios de
saneamiento básico necesarios en una ciudad de esa escala.
Caso IX: Una comunidad campesina andina mestiza (Chapaca) en Padcaya, al sur de Tarija,
Bolivia
En primer lugar, hay mucha gente originaria de Padcaya que se ha instalado como colonos
cañeros en el triángulo de Bermejo y que visitan con bastante frecuencia a sus comunidades de
origen, donde conservan tierras e importantes vínculos sociales y familiares. Es bastante
corriente que mantengan sus tierras en producción, encargadas a un vecino o pariente, que les
entrega una parte del producto a cambio, con lo cual el campesino-colono se asegura el acceso
a alimentos producidos en tierras altas. En segundo lugar, hay muchos habitantes de estas
comunidades que no han conseguido asentarse como colonos en el triángulo, pero que acuden
casi todos los años a esta zona como cosechadores temporarios de caña -"zafreros"-, muchas
veces reclutados por antiguos vecinos ahora convertidos en colonos. Entre este grupo se
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reclutan también muchos de los cosecheros temporarios y permanentes que trabajan en las
fincas frutihortícolas del área Orán-Aguas Blancas. Estos trabajadores temporarios están fuera
de su comunidad entre los meses de mayo y noviembre, coincidentemente con el período de
zafra de la caña azucarera y de cosecha del tomate y el pimiento. Cuando la cosecha termina,
regresan a su comunidad campesina en las tierras altas, a tiempo para incorporarse a la
actividad agrícola en sus predios.
El análisis de los nueve casos estudiados, y su integración en una perspectiva más amplia,
permitieron poner en evidencia la insuficiencia de la explicación bicausal -pobreza y pautas
culturales- de la hipótesis de partida que había sido construida siguiendo las explicaciones
corrientes acerca de las causas de la expansión del frente epidémico del cólera en las zonas de
frontera entre Argentina y Bolivia. Un tercer factor, vinculado a los anteriores, pero que en cierto
modo los engloba y los ubica en una trama de gran complejidad, apareció con todo su vigor
explicativo. Las poblaciones que habitan en el área están construyendo, al combinar pautas
culturales preexistentes con un conjunto de intensificados comportamientos innovadores frente a
los cambiantes escenarios políticos y económicos, una estrategia de vida basada en la
trashumancia generalizada: es decir, en el acceso a ofertas productivas y laborales instaladas en
hábitats muy diversificados.
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laboral. Estas dificultades se potencian y generan situaciones explosivas cuando se combinan
con factores provenientes de escenarios más globales, como los conflictos interétnicos, la
política [anti] migratoria con sus secuelas de situaciones de ilegalidad y, en general, la poco
adecuada comprensión que muchas veces tienen los organismos públicos sobre las
potencialidades del sistema.
Dicho en otros términos, este trabajo nos permitió reconocer un patrón ambiental generado por
las vigorosas y cada vez más intensificadas interacciones entre las estrategias de vida de las
poblaciones locales y los cambiantes escenarios globales. Semejante patrón ambiental se
caracteriza por constituirse en la interfase entre distintos sistemas y, por lo tanto, por poseer
valores muy altos de diversidad natural y sociocultural, con la correlativamente alta presencia de
conflictos y potencialidades. La instalación del cólera como endemia puede ser vista entonces,
junto con el recrudecimiento de otras infecciosas y la aparición o reaparición de diversas
enfermedades tropicales, como un síntoma de la consolidación en la zona de un estilo de
desarrollo que aprovecha vigorosamente la diversidad de recursos naturales y humanos y se
adapta ágilmente a los cambios de macroescenarios, pero que todavía carece de
sustentabilidad.
En este sentido, no sólo hemos distinguido un patrón ambiental regional que puede ser ahora
utilizado como la base para la formulación de una hipótesis general. También nos hemos
aproximado a comprender algunas de las variantes intrarregionales que, si bien requieren
todavía mayores grados de profundización, ajuste y validación, nos permiten desplegar dicha
hipótesis general en hipótesis particulares y proponer algunos campos proyectuales de
actuación. La mencionada comprensión de las variantes intrarregionales del patrón regional ha
sido interpretada mediante un análisis de corredores -que se describen más adelante-, a partir de
la idea básica según la cual la característica principal de aquél es la alta velocidad e intensidad
con la que circulan las personas, los bienes y la información.
Fluvial
Río Pilcomayo
Así, dos corredores son intrachaqueños y vinculan tierras bajas con tierras bajas. De ellos, uno
es transversal -corre de oeste a este- y es fluvial, con eje en el río Pilcomayo, utilizado
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principalmente por las etnias chaqueñas: los Wichí o Mataco y otros grupos menores como los
Chorote y los Chulupí, quienes conviven con un número importante de criollos pobres -bolivianos
y argentinos-. En nuestro diagnóstico, debido a las dificultades de accesibilidad, éste fue el
corredor menos estudiado -con excepción de su cabecera noroeste, en las cercanías de Villa
Montes-. Así, entre los casos estudiados, solamente el caso I pertenece a este corredor. A partir
de nuestros datos de campo y de la información bibliográfica disponible, se lo puede caracterizar
como un corredor de aislamiento étnico, poblado por grupos con escasa tendencia a salir del
corredor, pero con importante movilidad en su interior -especialmente entre los Wichí, quienes se
trasladan frecuentemente en busca de peces y animales de caza-.
El tercer corredor también es longitudinal y vial, pero a diferencia del anterior - que es
intrachaqueño -, vincula tierras altas con tierras bajas, a lo largo de un recorrido que, proviniendo
del corazón de los Andes Centrales -con centro en Potosí- conecta principalmente a la zona de
Tarija con el segundo corredor, al cual confluye en el área de Pichanal. Esta representado por los
casos V a IX, dentro del recorrido Tarija-Orán, dentro del cual aparecen los valores más elevados
de diversidad natural y cultural. Así, dentro de una región que hemos considerado como de
interfase natural, cultural, social, económica y político-institucional, este tercer corredor aparece
como el más representativo del patrón regional, y es donde la estrategia trashumante de sus
actores sociales se expresa con mayor riqueza en una trama mucho más compleja que en el
primer corredor y mucho más articulada que en el segundo.
ANTROPOLOGÍA Y SUSTENTABILIDAD
Paradójicamente, como se planteó al principio de este trabajo, pese a haber sido la frontera un
tema fundacional en los estudios culturales -no tanto las fronteras transnacionales como las
fronteras de la etnicidad-, el mismo ha sido escasa y fragmentariamente abordado por la
producción antropológica. A esto debemos agregarle la ausencia de la frontera con Bolivia como
tema en el imaginario popular de los argentinos, salvo en las representaciones regionales. En
ellas, la frontera con Bolivia aparece como espacio comercial, donde el “turismo de compras”
puede adquirir productos a precios relativamente más bajos que en los mercados locales. Ello da
como resultado la falta de interés que le han prestado, tanto los académicos como los
encargados de llevar adelante políticas sanitarias, sociales y ambientales en estos ámbitos.
El contrasentido de esta falta de interés se hace aún más evidente, si consideramos que esta
área -las tierras bajas de la frontera de Argentina y Bolivia- constituye una importante interfase
cultural y natural. Esta importancia como interfase cultural proviene del dinamismo que le
imprimen las poblaciones de las tierras altas y las tierras bajas a través de la utilización de los
distintos corredores de trashumancia que hemos descripto. Son zonas de entrecruzamiento
cultural y, por lo tanto, de gran interés para el análisis de los procesos de construcción cultural.
Nuestro trabajo ha intentado presentar, por un lado, los flujos de circulación y contacto: entre las
etnias y comunidades aborígenes y las áreas agroindustriales; entre el campesinado y las
ciudades; entre las comunidades de las tierras altas y la producción capitalista de las tierras
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bajas. Por otro lado, intentamos establecer la relación entre los corredores trashumantes y los
mecanismos de expansión, contagio y prevención del cólera en las tierras de fronteras. Esta
cuestión se ha demostrado imbricada por múltiples factores de disfuncionalidad en el desarrollo
social, económico y en el manejo de los recursos naturales. De esta manera, al menos para los
casos de los corredores con fuerte movilidad interétnica -como en la trashumancia laboral-, y los
de relativo aislamiento étnico -el caso de los Wichí del Pilcomayo-, el cólera y otras endemias
tropicales, se instalan y difunden de la mano de las migraciones temporarias o permanentes.
El cólera ha viajado por los circuitos culturales, más rápido que por los ríos, y ha bajado
superando largamente los límites de las cuencas hídricas, como se ha visto por su incidencia en
las provincias de Mendoza y Buenos Aires, con graves consecuencias para las economías
regionales. Como es lógico, un brote epidémico y, más aún la instalación de una endemia, hace
caer el turismo e impide exportar productos alimentarios.
Este trabajo ha permitido reconocer ciertos factores comunes del cólera y otras endemias
"ambientales", cuando su contexto es de una gran movilidad demográfica y una fuerte dinámica
de construcción cultural en áreas transfronterizas. La movilidad migratoria y trashumante genera
una interfase socioambiental de altos niveles de complejidad, en la cual se producen varios tipos
de contactos que, al constituir un espacio de construcción y reconstrucción cultural, establecen la
base para la implantación de fuertes conflictos, que se expresan a través de patologías sociales
elementales como la instalación y la difusión del cólera. La complementariedad ya existente
entre los sistemas en contacto, aun cuando sometida entonces a importantes tensiones, debe
ser concebida como la base (y no como el obstáculo) para un modelo de desarrollo más
sustentable para la región.
La instalación del cólera como, junto con el recrudecimiento de otras infecciosas y la aparición o
reaparición de diversas enfermedades tropicales, como el paludismo, la lehismaniasis y el
dengue, no constituyen solamente problemas sanitarios. Por el contrario, constituyen el síntoma
de la consolidación en la región de un estilo de desarrollo que aprovecha vigorosamente la
diversidad de recursos naturales y humanos y se adapta ágilmente a los cambios de
macroescenarios, pero que todavía carece de sustentabilidad y por ello provoca graves
conflictos, en este caso sanitarios.
AGRADECIMIENTOS
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