Sie sind auf Seite 1von 3

Especial Ancash:

El Camino de las pisadas rotas -Más sobre Ancash-

Sin duda, uno de los trechos mejor conservados del Qhápac Ñan, camino inca que unía a
través de una red de 25 mil kilómetros todos los rincones del Tawantinsuyo: desde el sur de
Colombia hasta el norte de Argentina, es también aquél que integra a la localidad de Huari (muy
cerca a Chavín de Huántar) con el gran centro imperial inca de Huánuco Pampa. Ya era hora
que la revaloración de caminos incas se haga realidad, y que no todo se centre en la trajinada
vía a Machu Picchu. Además la participación campesina, y los paisajes sobrecogedores, hacen
de esta ruta, una experiencia inolvidable.

Escribe: Rolly Valdivia


Fotos: Luis Yupanqui
Reciba nuestro
Boletín Los Apus convencen al viento y a las nubes, para que
Nombres: castiguen con su aliento arrebatado y sus gotas de
tormenta, a los extraños andariegos que intentan
cruzar sus dominios de altura y sus tierras agrestes;
e-m@il: entonces, la ira proverbial y milenaria de los dioses
montaña, se convierte en un rugido atronador que
estremece las pampas y quebradas, también el alma y
el corazón de los runas (hombres).
Enviar
Y se hace difícil continuar. Bruma, viento y lluvia,
gotas heladas que se filtran por los resquicios de la
ropa, senderos de piedra que se disfrazan de fango y
se tornan resbalosos. Sólo queda detenerse y tratar
de congraciarse con los Apus, como lo hicieron los antiguos, como lo siguen haciendo los
hombres del Ande, como lo hicimos nosotros.

Siete llamas para el Apu


Cuentan las voces de la memoria colectiva que el mismísimo Hijo del Sol, tuvo que enfrentarse
a la enjundia de las montañas y cochas que tutelan las comunidades, los pastos y las aguas
que circundan al gran Inka Naani, un legado histórico, legendario y kilométrico, que serpentea
en las alturas aparentemente inhóspitas de Áncash y Huánuco.

No es un consuelo, pero en la angustia de la borrasca


reconforta saber que el inca, el poderoso señor del
Tawantinsuyo, lloró de impotencia en el abra Waga
(4,358 m.s.n.m.), cuando el Apu Angurajay -ofendido
por la construcción del camino y por el incumplimiento
de una promesa del gobernante- le dio la "bienvenida"
con una proverbial tempestad que impedía el paso de
su fastuoso séquito.

El Angurajay había advertido que sólo autorizaría el


uso de la vía, si es que le ponían barbas
(reforestaban) a sus faldas. El cusqueño aceptó la
propuesta, pero por diversos motivos no honró su
palabra. La apocalíptica granizada fue la forma de protestar de la rencorosa montaña, su
manera de dejar en claro la infinita precariedad del hombre frente a su inmenso poder.

Dicen que fue tanta la desesperación de los quechuas, que uno de los sacerdotes se atrevió a
increparle al engreído del Sol su falta de respeto y cortesía hacia los dioses. Ante semejante y
devastadora circunstancia, se decidió que la única manera de aplacar el enfado del irascible
Apu, era ofrendar siete llamas en una ceremonia ritual.

Reconozco con hidalguía que en este detalle el portador de la mascaypacha nos sacó una
tremenda ventaja. Nosotros -¿ya les dije que voy acompañado?- sólo ofrendamos tres hojitas
de coca en Waga y otras tres en el ushnu de Punta Huamanín (4,400 m.s.n.m.); porque a las
llamas de la expedición no pensábamos sacrificarlas así se cayera el cielo. Ellas eran
intocables, ellas cargaban los bultos.

Cien kilómetros de Esperanza


Con el permiso y la venia de los Apus y la patsa (tierra), de las cochas (lagunas) y de wayra (el
viento), recorrimos durante cinco días una ruta imponente y evocadora, donde el sencillo hecho
de andar se convierte en una fantástica cátedra de vida, en una experiencia inédita que te
conecta con las raíces del Perú antiguo, aún vigente, aún palpitante.

Las jornadas son intensas, distintas e inolvidables en el Inka Naani (camino inca en el quechua
de la región), un sendero de más de 100 kilómetros que remonta montañas, se burla de los
precipicios y se viste de existencia y esperanza,
también de olvido, en las 15 comunidades campesinas
asentadas en este sector del Qhapaq Ñan, la vía
ancestral que unió las cuatro regiones del mundo
andino.

Pasos de barro, pasos de piedra. Pasos en la pampa


indómita y arisca. Pasos que agotan y reconfortan,
pasos que te acercan a las portadas y paredes de
piedra de Huánuco Pampa, la imponente capital del
Chinchaysuyo (provincia de Dos de Mayo, Huánuco),
algo así como la cuenta final de un rosario aventurero
que comienza en el pueblo de Castillo, en la provincia
de Huari (Áncash).

Y en este bucólico rincón serrano de geografía espléndida y pobreza secular, el turismo se


presenta como una luz esperanzadora -tenue e incipiente aún- pero que a pesar de los
vaivenes se mantiene encendida desde octubre del 2003, cuando el Instituto de Montaña en
cooperación con el Instituto Kuntur de Conservación y Desarrollo, puso en marcha el proyecto
Inka Naani.

En esencia, se busca hacer de la ruta un interesante atractivo circuito turístico, en el que los
servicios de hospedaje, arreo (llamas y caballos) y alimentación, sean ofrecidos por la
lugareños, lo que influiría en un mejoramiento de los niveles de vida en comunidades donde el
90 por ciento de las familias están por debajo de la línea de pobreza.

Desde abril hasta noviembre del 2005, la zona recibió a 12 grupos experimentales de turistas
peruanos y extranjeros, los mismos que generaron un ingreso extra de 300 soles a cada una de
las 80 familias de las 7 comunidades, ancashinas y huanuqueñas, que participan en este
ambicioso plan financiado por USAID (oficina de PVC-Washington).

Cerros sagrados, lagunas mitológicas


Despertar antes que el gallo -bueno, si es que hay algún gallo cerca-. Desarmar la carpa,
guardar la bolsa de dormir, ordenar y domesticar la mochila. Estirar los músculos, calentar el
cuerpo y abrigarse. Desayunar sin café pero con sopa, papita sancochada y cancha.
Delicioso… ah, y con su yapita por si acaso, por si el trajín es excesivamente largo.

Partir con premura para sacarle la vuelta a la lluvia. Ensayar un adiós sin nostalgia. Mirar por
última vez las desvencijadas casas de adobe de Soledad de Tambo, Taparaco o Isco; el
desolado patio de la escuela de San Cristóbal de
Tambo; las chacras sembradas con papa, cebada o
arveja en todas las comunidades, también a las
cumbres enhiestas que parecen otear a los peregrinos
del Inka Naani.

Escuchar las leyendas y mitos narrados con maestría


por Basilio Trujillo Zorrilla, el guía vivaz y elocuente
del Instituto Kuntur; soñar despierto con los planes y
proyectos de Miriam Torres Ángeles, del Instituto de
Montaña; sentir el misticismo en las cercanías de los
cerros sagrados y en las riberas de la laguna
Sacracocha, rebelde, corajuda, partida en dos por el embrujado hondazo del inca.

Solidarizarse con los reclamos de la gente de Castillo que alza su voz y pide ayuda para su
camino que "ahora abismo es, ni para las cabras sirve", por culpa de los hacedores de la
carretera que va a Pomachaca. Descubrir con don Joaquín las huellas arqueológicas de
Soledad de Tambo, sonreír con doña Sofía, la mujer fuerte y carismática de Sacracocha.

Gozar cada paso cuando el sendero es amplio y corre mansito al lado del Taparaco, un río
robusto de tormenta; odiarlo en los tramos empantanados como la bajada a Ayash, un pueblo
sombrío, tenso, en conflicto con la actividad minera; sufrirlo en la pendiente escalonada que
conduce a Waga y en el interminable descenso final a Colpa, un periplo que machaca las
rodillas.

Huánuco Pampa y el silencio de los Apus


Y a pesar del cansancio y del ardor de las ampollas avanzas con obsesiva terquedad hacia tu
lejano destino: Huánuco Pampa o Huánuco Marka, también Huánuco Viejo. Qué importa el
nombre ahora, sólo quieres estar ahí y respirar hondo y sentirte bien en aquella ciudad
magnífica, edificada durante el mandato de Túpac Yupanqui.

Afanes arqueológicos bajo un cielo copado de nubes


preñadas de lluvia. Y vas del acllawasi al ushnu, y de
allí al área residencial y ves unos pumas de piedra y
una puerta trapezoidal. Todo es perfecto hasta que
observas esas ridículas letras negras (dicen La Horca)
que algún desdichado pintó en uno de los muros de la
emblemática ciudad. Varias voces me aseguran que
fue un arqueólogo. No sé que pensar.

Me alejo. Llueve. Barro otra vez, ya no importa ya no


estoy en el Inka Naani y sus kilométricas jornadas.
Busco refugio y espero que el cielo se calme solito, sin
hojitas de coca, sin ayuda de los Apus.

<< Regresar

Das könnte Ihnen auch gefallen