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Sin duda, uno de los trechos mejor conservados del Qhápac Ñan, camino inca que unía a
través de una red de 25 mil kilómetros todos los rincones del Tawantinsuyo: desde el sur de
Colombia hasta el norte de Argentina, es también aquél que integra a la localidad de Huari (muy
cerca a Chavín de Huántar) con el gran centro imperial inca de Huánuco Pampa. Ya era hora
que la revaloración de caminos incas se haga realidad, y que no todo se centre en la trajinada
vía a Machu Picchu. Además la participación campesina, y los paisajes sobrecogedores, hacen
de esta ruta, una experiencia inolvidable.
Dicen que fue tanta la desesperación de los quechuas, que uno de los sacerdotes se atrevió a
increparle al engreído del Sol su falta de respeto y cortesía hacia los dioses. Ante semejante y
devastadora circunstancia, se decidió que la única manera de aplacar el enfado del irascible
Apu, era ofrendar siete llamas en una ceremonia ritual.
Reconozco con hidalguía que en este detalle el portador de la mascaypacha nos sacó una
tremenda ventaja. Nosotros -¿ya les dije que voy acompañado?- sólo ofrendamos tres hojitas
de coca en Waga y otras tres en el ushnu de Punta Huamanín (4,400 m.s.n.m.); porque a las
llamas de la expedición no pensábamos sacrificarlas así se cayera el cielo. Ellas eran
intocables, ellas cargaban los bultos.
Las jornadas son intensas, distintas e inolvidables en el Inka Naani (camino inca en el quechua
de la región), un sendero de más de 100 kilómetros que remonta montañas, se burla de los
precipicios y se viste de existencia y esperanza,
también de olvido, en las 15 comunidades campesinas
asentadas en este sector del Qhapaq Ñan, la vía
ancestral que unió las cuatro regiones del mundo
andino.
En esencia, se busca hacer de la ruta un interesante atractivo circuito turístico, en el que los
servicios de hospedaje, arreo (llamas y caballos) y alimentación, sean ofrecidos por la
lugareños, lo que influiría en un mejoramiento de los niveles de vida en comunidades donde el
90 por ciento de las familias están por debajo de la línea de pobreza.
Desde abril hasta noviembre del 2005, la zona recibió a 12 grupos experimentales de turistas
peruanos y extranjeros, los mismos que generaron un ingreso extra de 300 soles a cada una de
las 80 familias de las 7 comunidades, ancashinas y huanuqueñas, que participan en este
ambicioso plan financiado por USAID (oficina de PVC-Washington).
Partir con premura para sacarle la vuelta a la lluvia. Ensayar un adiós sin nostalgia. Mirar por
última vez las desvencijadas casas de adobe de Soledad de Tambo, Taparaco o Isco; el
desolado patio de la escuela de San Cristóbal de
Tambo; las chacras sembradas con papa, cebada o
arveja en todas las comunidades, también a las
cumbres enhiestas que parecen otear a los peregrinos
del Inka Naani.
Solidarizarse con los reclamos de la gente de Castillo que alza su voz y pide ayuda para su
camino que "ahora abismo es, ni para las cabras sirve", por culpa de los hacedores de la
carretera que va a Pomachaca. Descubrir con don Joaquín las huellas arqueológicas de
Soledad de Tambo, sonreír con doña Sofía, la mujer fuerte y carismática de Sacracocha.
Gozar cada paso cuando el sendero es amplio y corre mansito al lado del Taparaco, un río
robusto de tormenta; odiarlo en los tramos empantanados como la bajada a Ayash, un pueblo
sombrío, tenso, en conflicto con la actividad minera; sufrirlo en la pendiente escalonada que
conduce a Waga y en el interminable descenso final a Colpa, un periplo que machaca las
rodillas.
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