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Pablo, como líder cristiano en un mundo global

Dr. Antonio Cruz

¿Cómo es posible definir hoy el perfil del líder cristiano que debe pastorear al pueblo de Dios en
medio de un mundo globalizado? ¿Qué patrones se pueden establecer para diseñar un liderazgo eficaz
en plena era de la mundialización?
El escritor Umberto Eco se refirió en una entrevista al apóstol Pablo como prototipo de hombre
que vivió también, durante el primer siglo, inmerso en un proceso de globalización:
“El modelo del milenio será san Pablo, que nació en Persia, de una familia judía,
que hablaba griego, leía la Torah en hebreo y vivió en Jerusalén, donde hablaba el
arameo y cuando se le pedía el pasaporte era romano” (Eco, El periódico de
Cataluña, 7 de enero,2000).
Estas palabras nos recuerdan que debemos recuperar el ejemplo de Pablo, tomarlo como modelo
de cristiano comprometido con la causa del Evangelio y aplicar los mismos principios que él empleó a
la hora de comunicar el mensaje de Jesucristo.
Los principios paulinos aplicables al liderazgo cristiano eficaz en el mundo de hoy son
numerosos. Desde su decidida visión de futuro (prosigo al blanco), o su sincera dependencia de Dios
(todo lo puedo en Cristo que me fortalece) y hasta su vocación intercesora (haciendo memoria de
vosotros en mis oraciones), abundan los ejemplos de cualidades paulinas que podrían estudiarse.
En este escrito quiero resaltar cinco de estos importantes principios paulinos que están
claramente relacionados con el tema del testimonio del creyente en la presente era de la información
principios que pueden ser útiles para comunicar con éxito el mensaje evangélico.

I. RECUPERAR LA SIMPLICIDAD DE LA DOCTRINA


En primer lugar, es menester recuperar la simplicidad con que Pablo predicaba la
doctrina de la salvación: “Los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; más
nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Co. 1:23).
Así de simple es el mensaje del Evangelio. Sin embargo, a veces se complica la
predicación y se recarga de adornos innecesarios, que pueden ser en sí mismos muy buenos,
pero que no forman parte de la esencia original del mensaje cristiano. Lo grave es que en
ocasiones tales complementos llegan a adquirir más importancia que el propio mensaje. Los
griegos de la época de Pablo no fueron los únicos en demandar sabiduría humana.

De la filosofía griega a la escolástica


Más tarde, durante la Edad Media, la teología escolástica católica adoptó también la
filosofía griega de Aristóteles y se creó una amalgama que fusionó la revelación bíblica con
determinados conceptos filosóficos para especular acerca de la verdad. Cuando se lee, por
ejemplo, a Tomás de Aquino es posible comprobar hasta qué punto la escolástica pretendió
convertir el agua de la filosofía helenista en el vino de la teología cristiana. Por desgracia, lo
que ocurrió fue más bien lo contrario, el vino se transformó en agua.

El extremo opuesto
En nuestros días y en determinados círculos protestantes se está cayendo en el extremo
opuesto. Si los judíos del tiempo paulino pedían señales, en la actualidad muchos líderes
cristianos, en su afán por atraer a la gente, se dedican también a anunciar campañas de señales
y milagros en vez de predicar “a Cristo crucificado”.
No debe olvidarse que éste no es el objetivo principal del líder cristiano. Dios tiene
poder para dar salud y vida en abundancia como quiera y cuando lo desee. No precisamente en
el momento en que nosotros se lo exijamos. La sanidad física y el poder sobrenatural de Dios
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es susceptible de actuar en el mundo de hoy y es capaz de ayudar ocasionalmente a la
predicación del Evangelio, como ayudó a Jesús y a sus discípulos. Pero no constituyen el
objetivo principal de la predicación cristiana.
En la Biblia tenemos ejemplos de situaciones en las que el propio Maestro tuvo que
prohibir a sus discípulos que hicieran publicidad de los milagros que él realizaba, porque no
quería que la gente le siguiera por sus prodigios, de manera egoísta. Tampoco es misión del
líder cristiano ir por el mundo convocando a Satanás para pelear con él, como si se tratase de
un reto pugilístico de los pesos pesados.

Convocando a Satanás
Ciertos sectores del protestantismo actual padecen un exceso de soldados mercenarios
espirituales dispuestos a batirse en duelo, a entablar batallas o guerras espirituales con el
príncipe de las tinieblas para así liberar ciudades, montañas, monumentos o derribar fortalezas
espirituales que nunca nadie ve caer. Muchas veces este tipo de espectáculos sólo sirve para
ridiculizar el Evangelio de Jesucristo ante la opinión pública.
(En un pueblo de la provincia de Murcia, España, un grupo de evangélicos
decidieron que había que derribar los muros espirituales para que la gente se
convirtiera. Igual que Josué ante las murallas de Jericó, se compraron trompetas y
a las 12 de noche dieron siete vueltas al pueblo y empezaron a tocar las trompetas,
desafinando a los demonios. ¿Cuál fue el resultado?. Los vecinos les tiraron agua
hasta echarlos. Al día siguiente la prensa local anunció: “Los locos protestantes
interrumpieron el descanso del pueblo”. Peor todavía, no hubo evidencia alguna
que fortalezas espirituales fueron derribadas. Lo único que lograron fue molestar el
sueño de la gente del pueblo.)

¿No se puede dar testimonio de otra manera?


Es verdad, que el creyente debe enfrentarse con todas sus fuerzas a Satán a lo largo de su
vida, como hizo repetidamente el Señor Jesús. Pero esta lucha personal e íntima no debe
confundirse con, ni convertirse en un espectáculo de masas. Jamás debe transformarse en una
obsesión que nos esclavice, ni en el único objetivo de la predicación evangélica.
¡El diablo fue derrotado por Cristo en la mismísima cruz del Calvario y tiene mucho
menos poder del que por desgracia se le atribuye! Lo único que le queda es la mentira, él sigue
siendo el “príncipe de la mentira” y es capaz de hacer creer a la gente que Dios no existe o que
Jesús no es el Hijo de Dios. Lo puede hacer de mil maneras distintas. Por eso nuestra misión
es desenmascararlo abriendo los ojos de las criaturas para que descubran la mentira en la que
viven. ¡Pero esto hay que hacerlo con sabiduría y sentido común!
De ahí que la misión primordial del líder cristiano sea mucho más simple de lo que a
menudo se imagina: predicar “a Cristo, y a éste crucificado”.

II. RECUPERAR LA RESURRECCIÓN


El segundo principio paulino consiste en recuperar la doctrina cristiana de la
resurrección de los muertos:
“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es
hecho. [...] Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se
haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida
es la muerte en victoria” (1 Co. 15: 20, 54).
El tema escatológico que apunta hacia el futuro y viene a satisfacer la curiosidad humana
acerca de lo que ocurrirá mañana, ha sido y continúa siendo también uno de los grandes
favoritos de predicadores y escritores evangélicos.
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Lamentablemente, hay que decir una vez más que en demasiadas ocasiones lo que se
hace no es una escatología bíblica seria, sino una “escatología ficción” que especula
constantemente y se aleja de una correcta interpretación del texto bíblico.

Escatología ficción
Se especula con la idea del rapto, la gran tribulación, aquello que acontecerá a los que se
queden cuando los elegidos se vayan, quién será más terrible si la bestia, el falso profeta o el
anticristo e incluso qué personaje histórico tiene más posibilidades de encarnar cada uno de
estos roles.
No obstante, el apóstol Pablo no participó nunca de este juego de especulación
escatológica. Según su opinión, éste no era un tema importante para la predicación del
Evangelio. La principal inquietud que atenazaba a sus contemporáneos era muy similar a la
que preocupa hoy a los hombres y mujeres del siglo XXI.
En aquel tiempo, igual que en éste, lo que a la gente le interesaba no era saber quién
sería el anticristo, sino cómo enfrentarse a la trágica realidad de la propia muerte. Y Pablo les
responde con un mensaje escatológico tan simple como contundente: “¡no temá is, hay
esperanza!”

Cristo ha resucitado de los muertos


Los que creen en Jesucristo ya no tienen motivos para seguir especulando acerca del
futuro porque Cristo ha resucitado de entre los muertos. Igual que le ocurrió a él, nos ocurrirá
también a nosotros. El fue la primicia que germinó la Vida de las mismas entrañas de la
Muerte. Todos aquellos que creen en su nombre pasarán por la puerta que el abrió de par en
par hacia la Vida.
Por tanto, el futuro del creyente es claro, la reunión final con Cristo, bien sea en la vida o
en la muerte, pero siempre a través de la resurrección. El principal mensaje paulino acerca del
futuro que nos espera es, paradójicamente, una mirada al pasado: la tumba vacía de Jesús. Este
es también el mensaje que necesita oír el hombre de nuestro tiempo.

III. RECUPERAR LA PERSPECTIVA MULTICULTURAL


La tercera proposición es recuperar la perspectiva multicultural de Pablo. En su epístola
a los colosenses, hablándoles sobre la necesidad de abandonar el viejo hombre con sus vicios
y revestirse del nuevo que se va renovando, les dijo:
“... donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni
escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos” (Co. 3:11).
La globalización actual es un proceso que conlleva a menudo serios desequilibrios
económicos, culturales y sociales que pueden resultar difíciles de solucionar. Hay ganadores y
perdedores, beneficiados y perjudicados, por eso la actitud de la Iglesia debe ser la lucha
pacífica contra todo tipo de exclusió n, así como contra la insolidaridad y el individualismo
egoísta.
Pablo ofrece una definición cristiana clara y contundente de su perspectiva multicultural
en una mundialización solidaria. La Iglesia de Jesucristo no debe convertirse en un ghetto, ni
participar en luchas étnicas o raciales, ni suscribir nacionalismos excluyentes. Si la comunidad
cristiana realmente cree que “Cristo es el todo, y en todos”, entonces tiene que actuar para que
los desequilibrios entre el Norte y el Sur se vayan reduciendo, para que se respeten las
identidades culturales y todos los seres humanos del planeta recuperen la dignidad con la que
fueron creados por Dios.

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IV. RECUPERAR LA VISIÓN UNITARIA:
En cuarto lugar, hay que recuperar la visión unitaria del pueblo de Dios que sostenía el
apóstol Pablo. El apóstol de los gentiles hace un llamamiento a la unidad de todos los
creyentes en Cristo Jesús, mediante estas palabras:
“Quiero decir, que cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo; y yo soy de
Apolos; y yo de Cefas; y yo de Cristo. ¿Acaso está dividido Cristo? ¿Fue
crucificado Pablo por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de
Pablo?” (1 Co. 1:12).
Es cierto que el término “ecumenismo” no está muy bien visto en los círculos
evangélicos, tanto de España como de Latinoamérica. Su simple mención recuerda pactos de
unidad incondicional con la Iglesia Católica y esto suele estar muy mal visto. Estoy de
acuerdo en que la unión total entre católicos y protestantes para crear una sola institución
eclesial no será nunca una realidad. Básicamente porque sostenemos con Roma diferencias
teológicas y doctrinales muy serias a las que no podemos ni estamos dispuestos a renunciar.
Sin embargo, no creo que estas obvias diferencias deban conducirnos a perder de vista la
realidad plural del cristianismo contemporáneo.
A la hora de evangelizar en un mundo global o de defender ante la opinión pública los
valores cristianos, hemos de ser conscientes de que estas diferencias que para nosotros pueden
ser importantes, para el hombre de la calle cada vez son más insignificantes.
Por otro lado, la beligerancia evangélica contra el catolicismo, que en el pasado pudo ser
beneficiosa e incluso llegó a convertir la evangelización en una simple crítica de los errores de
la teología católica, hoy está dejando de tener sentido porque la Iglesia Católica está
cambiando.
Su apertura a la lectura de la Biblia y a la esencia del Evangelio es mayor cada vez y sus
técnicas de evangelización se parecen cada vez más a las nuestras. Pero es que además, sus
posibilidades para adaptarse rápidamente a las exigencias de la globalización son también
mayores que las nuestras, ya que ellos continúan apareciendo como un solo bloque, mientras
que el protestantismo está dividido en múltiples grupúsculos, con la pretensión, por parte de
cada uno de ellos, de ser la “única iglesia verdadera”, exclusiva y excluyente, ya que estaría en
posesión de la verdad.
Creo que esto debería llevarnos a la reflexión serena y desapasionada; a unirnos, no con
Roma, sino entre los distintos grupos cristianos y familias evangélicas; a trabajar mucho más
unidos y a desestimar las diferencias marginales que, en realidad, son mucho más pequeñas y
menos importantes de lo que se pretende. Si el cristianismo del tercer milenio no enfrenta
unido a la globalización, no va a tener nada que hacer frente a ella.

El cristianismo siempre ha sido plural


El cristianismo es plural. Lo era ya en tiempos de Pablo y lo sigue siendo en la
actualidad. Seguramente ha sido así porque así ha querido el Señor que lo fuera. Y quizás sea
en esta pluralidad donde la fe cristiana encontrara toda su fuerza. Es posible que haya sido esta
pluralidad la que le ha permitido adaptarse y subsistir frente a todo tipo de circunstancias
adversas. Pero pluralidad no es sinónimo de antagonismo, sino todo lo contrario. La pluralidad
debe conducir al respeto mutuo y a la colaboración en la causa común, desde la perspectiva
particular. La pluralidad desautoriza todo exclusivismo y deslegitima la descalificación de los
demás.
Esa tendencia errónea a creer que en el más allá estaremos sólo los de nuestro grupo, no
coincide en absoluto con la visión del apóstol Juan, quien vio una multitud de hombres y
mujeres vestidos con ropas blancas, pertenecientes a toda nación, tribu, pueblo y lengua. El
texto bíblico no habla de “denominaciones”, ni de “confesiones”, sino que asegura que los
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salvos son aquellos cuyos nombres están escritos en el Libro de la Vida y han sido lavados por
la sangre del Cordero. No dice nada de figurar en el libro de registro de una iglesia, confesión
o denominación concreta. Por fortuna, el Libro de la Vida no depende de nosotros, depende de
Jesucristo, y como enfatiza el apóstol Pablo, “Cristo no está dividido”.

V. RECUPERAR LA COSMOVISIÓN DEL SEÑORÍO DE CRISTO


Por último, deberíamos también recuperar la cosmovisión de Pablo acerca del señorío
de Cristo:
“Porque en él fueron creadas todas las cosas, [...] Y él es antes de todas las
cosas, y todas las cosas en él subsisten; así las que están en la tierra como las
que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (Co. 1:
16, 17, 20).
Según estas palabras, la redención no es sólo para las personas sino también para toda la
creación. Y si es así, la misión de la Iglesia en el mundo no es una misión limitada
exclusivamente a la salvación de los individuos. Es una labor global que obliga a salir del
ostracismo congregacional para conquistar el mundo entero. La misión de los cristianos debe
alcanzar también todas las áreas de la cultura: las artes, las ciencias y las letras para la gloria
de Jesucristo.
La misión del líder cristiano es mucho mayor que averiguar quien será el anticristo, es
predicar el Evangelio de la cruz y tratar de ganar todo el mundo para Jesús. Sólo así será
posible transformar la globalización salvaje y excluyente en una globalización del amor.

VI. CONCLUSIÓN: LA MUNDIALIZACIÓN DE JESUCRISTO

El proyecto de Jesús que se observa en las páginas de la Biblia es un proyecto


claramente globalizador. Su mensaje va dirigido a todo el mundo y es, por tanto, universal;
pretende que toda criatura le reconozca y entable una relación personal con él y con los demás
miembros de la comunidad cristiana. La unidad con Cristo tiene que promover también la
unidad con los hermanos. Nadie debe quedar excluido, ni espiritual ni materialmente, de esta
mundialización fraternal. Pero, a la vez, este mensaje cristiano es profundamente respetuoso
con las personas y con sus particularidades culturales. La universalidad de Jesús de Nazaret
resulta incompatible con cualquier tipo de exclusión o de marginación, ya sea de carácter
social o espiritual.
Jesucristo predicó la llegada del reino de Dios a la tierra, la inauguración de un nuevo
mundo en el que ya no habría discriminaciones ni exclusiones de ningún tipo. Una sociedad
que tuviera puestos los ojos en que hay una vida después de esta, una iglesia en la que
hombres y mujeres de cualquier raza, cultura, clase social o tradición pudieran vivir como
hermanos sin descartar a nadie.
Pero, esta clase de universalidad del mensaje cristiano está constantemente amenazada
por aquello que se ha llamado, el “pensamiento único” de la globalización. La uniformidad de
criterios, la creencia de que una determinada cultura es la mejor para expresar la fe, la
imposición de una manera de entender la doctrina, la creencia de que sólo hay un estilo
litúrgico, que sólo un tipo de música sirve para alabar a Dios o que el gobierno de la Iglesia
debe ser necesariamente de tal o cual manera. Sin embargo, el mensaje de Jesús fue
profundamente respetuoso con las diferentes culturas y se alejó siempre del “uniformismo”
que caracteriza el pensamiento único.
Solamente hay que mirar las flores, las aves y la rica variedad que hay en el mundo, para
darse cuenta de que a Dios le gusta la diversidad y le disgusta la uniformidad. Cuando se
acude al Evangelio para ver cómo era el cristianismo primitivo, si se trataba de una estructura
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monolítica o por el contrario era algo muy heterogéneo y plural, se descubre que no fue en
absoluto uniforme sino muy variado.
1. Estaban las comunidades paulinas: caracterizadas por su espíritu misionero y su
voluntad de encarnarse en el mundo.
2. Las comunidades que reivindicaban el nombre del apóstol Juan, que rechazaban el
contacto con el mundo y se cerraban sobre sí mismas.
3. La comunidad de Mateo, que era como un término medio entre las iglesias
judeocristianas y las paganocristianas.
4. Y si se tienen en cuenta las comunidades que hay detrás de la literatura apócrifa, el
abanico del pluralismo se amplía notablemente.
Sin embargo, a pesar de este pluralismo, la Iglesia primitiva supo fundamentar su unidad
en la persona de Jesucristo y en los escritos que consideró canónicos (inspirados por Dios).
Debajo de la evidente diversidad había una profunda unidad. Por tanto, los cristianos debemos
pedirle al Señor sabiduría, espíritu de tolerancia y respeto hacia la fe sincera de los demás.
Para que, como dice Pablo: “nuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres,
sino en el poder de Dios” (1 Co. 2:5).

SOBRE EL AUTOR

El Dr. Antonio Cruz nació en Úbeda, provincia de Jaén (España) el 15 de julio de


1952. Es licenciado en Ciencias Biológicas por la Universidad de Barcelona y doctor en
Biología por la misma Universidad de Barcelona. Ha formado parte de numerosos
tribunales académicos constituidos para juzgar tesis doctorales y ha escrito para
periódicos y revistas científicas españolas y europeas.
Cruz es Pastor de la «Iglesia Evangélica Unida» de Terrassa (Barcelona) España
y Profesor del «Centro de Estudios Teológicos» en Barcelona. Ha dado conferencias y
predicaciones en centenares de iglesias e instituciones religiosas en España, Estados
Unidos y toda Latinoamérica. Es colaborador de FLET «Facultad Latinoamericana de
Estudios Teológicos» en al área de Maestría, con la cual ha participado en diversos
Seminarios en Miami y Venezuela; y autor de numerosos libros cristianos.

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