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3-La poesía: el Modernismo

Antes del modernismo se consideraba que la poesía, como la prosa de imaginación, debía
tener una función didáctica: de ahí los largos poemas sobre temas nacionales. Aun vigente el
romanticismo, empieza a manifestarse y a afirmarse poco a poco una nueva tendencia
estética: el modernismo, que se produce como reacción ante el debilitamiento del
romanticismo. Se acentúa la atracción hacia el parnasianismo y el simbolismo. Se trata de un
cambio radical de sensibilidad: frente a la melancolía, del humanitarismo, afirma un mundo
en el cual la belleza reina soberana, el YO puede expresarse libremente, en la manifestación
de emociones puras, la belleza de la palabra transformada en arte.
El modernismo es un término difícil de definir: existe estilos ampliamente divergentes que
van desde el “parnasianismo” de ciertas fases de la obra de Rubén Darío hasta el simbolismo
o el romanticismo tardío de José Asunción Silva. Permite incluir a un buen número de poetas
que escribieron desde poco después de 1880 hasta el segundo decenio del siglo XX. Juan
Ramón Jiménez lo describió como un aspecto de la crisis espiritual general de final de siglo.
Si intentamos definir el modernismo en relación con el romanticismo podemos decir que en
Hispanoamérica el romanticismo había significado nostalgia de la estabilidad, de la seguridad
de la fe católica y del sistema tradicional de jerarquías sociales. El modernismo flotó en los
ámbitos de la incertidumbre, de la pérdida de la fe católica y del derrumbe del orden social.
Los modernistas sentían la urgencia de crear un nuevo lenguaje y nuevas formas, y tendió a
considerar la actividad literaria como superior en la escala de valores a la actividad política.
La fuente de inspiración sigue siendo Europa, en particular Francia que dio a la poesía
hispanoamericana el ejemplo de una musicalidad nueva, la emoción de delicadas situaciones
sentimentales, el preciosismo de los ambientes internos y externos, la nota exótica del
Oriente. El Parnaso enseñó a los modernistas el culto del arte por el arte, de la belleza
renovada en una Grecia ideal, las emociones contenidas. Les Fleurs du Mal de Baudelaire, les
poèmes barbares de Leconte de Lisle, les Trophées de José María de Heredia, fueron los
textos parnasianos que más influyeron en un primer momento. Luego los de Verlaine,
Rimbaud, Mallarmé y la poesía de Edgard Allan Poe constituyeron un punto de referencia.

3.1Los iniciadores
Los poetas más importantes del periodo de transición entre romanticismo y modernismo
fueron Manuel González Prada y José Martí. José Martí era hijo de una humilde familia de
inmigrantes y Prada era hijo de un terrateniente y miembro de la clase alta peruana. Lo que
tienen en común es el hecho de que la literatura y la revolución van íntimamente unidas y
cambiar el lenguaje era para ellos otro modo de cambiar las actitudes.
El peruano Manuel González Prada (1848-1918) fue un modernista por su ansia de
renovación. Indagó a fondo en los males de su patria, sin falsos pudores, poniendo de
manifiesto las vergüenzas del país, pensando que era la única manera de reconstruirlo
sacándolo del caos en el cual se encontraba después de la desafortunada guerra contra Chile.
Su grito “los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra” es muy significativo. Visto que los
males residían en el poder desmesurado de las clases privilegiadas –a las cuales el mismo
pertenecía- del ejército, y de la Iglesia, se lanzó contra ellas con mucha fuerza.
En Paginas libres (1894) y en Horas de lucha (1908) trató los numerosos problemas que le
preocupaban en una prosa ardiente, impetuosa. En poesía, sus convicciones sociales se
afirman en Libertarias (1904-1909), y en su postura anticlerical en las sátiras de Presbiterianas
(1909). Desde el punto de vista ideológico su actitud es romántica, pero se expresa a través de
formas nuevas, de metros como el rondel, la letrilla, la balada, la copla, la loa, el soneto. En
“Crepuscular” deja prevalecer el pesimismo:
En gris de plomo se disfuma
El oro lívido y enfermo
De los ocasos otoñales;
Y lentamente baja, lentamente se difunde,
Una tristeza desolada y aterida,
Una tristeza de orfandad y tumba

La figura más importante en este periodo de transición es la del cubano José Martí (1853-
1895), considerado la auténtica “voz de América”. El culto por el hombre y por la libertad le
condujo al exilio: antes de cumplir los 20 años, fue condenado a trabajos forzados por haber
participado en la conspiración de 1868 a favor de la independencia. Después de algunos
meses, le condenaron al destierro. Transcurrió este periodo de destierro en España, donde
escribió El presidio político de Cuba (1871).

¡Horrorosa, terrible, desgarradora nada!


¡Y vosotros los españoles la hicisteis!
¡Y vosotros la sancionasteis!
¡Y vosotros la aplaudisteis!

En 1873 dirigió en México la Revista universal, y en 1877 fue nombrado profesor de la


Universidad de Guatemala. Transcurrió la mayor parte de los años finales de su vida, primero
en Venezuela (hasta 1881) y luego en los Estados Unidos. En 1895 se sumó a la expedición
libertadora del general Máximo Gómez. El 19 de mayo de 1895 murió en un combate en Boca
de Dos Ríos.
En la prosa y en la poesía, José Martí fue esencialmente un lírico. Su producción en prosa fue
más importante que su producción en verso. Al analizar las opiniones de Martí sobre la
lengua, la sociedad, el hombre y la poesía, las encontramos arraigadas en un concepto de la
naturaleza, con el hombre en el centro, progresando por medio de la autoeducación. Su
objetivo a largo plazo, la mejora de la humanidad y a corto plazo, la liberación de Cuba. A
pesar de su amor por la poesía, la mayor parte de su escritura tiene un carácter más práctico.
Martí creía que era imposible ser feliz en una sociedad injusta.
Encontramos aquí una gran diferencia con la actitud de un modernista como Darío que aspira
a disociarse de la sociedad. La posición de Martí es también distinta de la de Sarmiento. Para
Martí, el bárbaro es el hombre, sea cual sea su clase social y su educación. Las opiniones de
Martí sobre el futuro social y político de América latina difieren en muchos aspectos las de
sus contemporáneos. Su experiencia directa de los Estados Unidos le permitió valorar la
fuerza y la debilidad de esta civilización. En su ensayo “Nuestra América” afirma que las
naciones hispánicas son muy débiles a causa del abismo que separa a unas clases dirigentes e
intelectuales alienadas y al pueblo. Cree que los indios y los negros tienen que integrarse
plenamente en las naciones. Martí no sentía pesimismo por el futuro de las sociedades
multirraciales y apreciaba la cultura no europea.
Martí publicó una serie de poemas dedicados a su hijo, aun niño: Ismaelillo (1882), Versos
sencillos (1891). Las imágenes que utilizan Martí se fundan en una visión dualista de la
humanidad, de ideal y realidad, espíritu y material, verdad y falsedad, la luz de la conciencia y
las tinieblas del inconsciente. Ala, cumbre, nube, pino, paloma, sol, águila, luz son símbolos
del ideal que se repiten en numerosas ocasiones; cueva, hormiga, gusano, veneno sugieren los
abismos. Los colores simbólicos: verde, plata, amarillo, negro, carmesí, proporcionan los
diferentes grados de intensidad. En los poemas de Martí, hay siempre la acción de fuerzas de
la luz y fuerzas de las tinieblas.
Los poemas de Isamelillo son un buen ejemplo de ello: se basan en la paradoja de que la
debilidad, la inocencia y la dependencia del niño constituyen su fuerza, ya que despiertan lo
mejor y lo más noble que hay en el padre. El niño es un símbolo de poder y “defensor del
padre” cuando éste se ve asediado por las dudas, tentaciones y la desesperanza. En “Príncipe
enano”, Martí resucita el halo nostálgico de los tiempos felices de la niñez, las atmosferas de
leyenda: en versos breves.

¡Venga mi caballero
por esta senda!
¡Éntrese mi tirano
por esa cueva!
Tal es, cuando a mis ojos
en imagen llega,
cual si en lóbrego antro
pálida estrella,
con fulgores de ópalo
todo vistiera.

En sus Versos sencillos, Martí afirma que ama las sonoridades difíciles, el verso escultórico
“vibrante como la porcelana, volador como un ave, ardiente y arrollador como una lengua de
lava”.

Cultivo una rosa blanca


en julio como en enero
para el amigo sincero
que me da su mano franca

Y para el cruel que me arranca


el corazón con que vivo,
cardo ni ortiga cultivo:
cultivo una rosa blanca

El poeta habla como un “hombre sincero” que contrasta la alegría que siente al contacto con
la naturaleza con el mal y las complicaciones de la civilización.
Los versos libres, publicados después de la muerte de Martí, se escribieron en verso libre. En
estos poemas vuelve de forma obsesiva a la función de la poesía y a sus ideas sobre el
verdadero valor de un hombre.

3.2 Los primeros modernistas


El mexicano Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895), conocido bajo el seudónimo de “duque
Job”, fue el más cosmopolita y libertino de los poetas modernistas (aunque nunca salió de
México, era feo y de corta estatura). Fue uno de los fundadores de la famosa revista
modernista, la Revista azul, que publicó traducciones de Tolstoi, Gautier y Daudet y que
habría de convertirse en el órgano oficial del modernismo hispanoamericano. Gutiérrez
trasplantó el lujo, el refinamiento y la frivolidad parisiense a tierras mejicanas. La profunda
asimilación de la poesía francesa permitió a Nájera una fusión feliz entre la tradición
hispánica y la exigencia de renovación. Sus fuentes de inspiración fueron Musset, Mendés y
Verlaine. En su poesía, se nota una gran musicalidad del verso
Los poemas filosóficos de Nájera, como “¿Para qué?” y “Ondas muertas” en los que describe
el universo como una fuerza irracional, suscitaron admiración por parte de sus
contemporáneos. Los más atractivos son los que reflejan el hedonismo, como “En un cromo”
(con un tratamiento especial al tema del “carpe diem”):

Niña de la blanca enagua


Que miras correr el agua
Y deshojas una flor,
Más rápido que esas ondas,
Nina de las trenzas blondas,
Pasa cantando el amor.

Ya me dirás, si eres franca,


Nina de la enagua blanca,
Que la dicha es el amor,
Más yo haré que te convenzas,
Nina de las rubias trenzas,
De que olvidar es mejor.

3.3 Rubén Darío y la difusión del modernismo


La poesía del nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) refleja la inquietud de su vida. Sufrió
muchas influencias, desde el Parnaso al simbolismo, desde Victor Hugo y Gautier hasta
Leconte de Lisle y Eugenio de Castro. Su exaltación del refinamiento y de lo sofisticado, sus
dudas y su pérdida de la fe, su idea de la poesía como sustituto de la religión, su capacidad de
cambiar lo cambiante y lo contradictorio en una armonía estética, esos aspectos del
modernismo, se funden en la obra de Darío. En 1886 visitó la ciudad de Santiago de Chile y
fue allí donde publicó los poemas y cuentos con el titulo de Azul (1888) y atrajo la atención
de un crítico español de fama internacional, Juan Valera. La poesía de Azul es aun romántica
por su inspiración, debe mucho a Hugo en su exaltación del amor carnal como algo vinculado
a la armonía cósmica y en su pintura del mal como la lucha por la vida.
Pasó 5 años en Buenos Aires, trabajando para el más importante de los periódicos
latinoamericanos, La Nación. Publicó en 1896 Prosas profanas, volumen de versos de gran
novedad temática y formal. En 1900 se instaló en Paris y 1907 fue nombrado representante
diplomático de Nicaragua en Madrid. En 1905 había publicado los Cantos de vida y
esperanza, en 1906 la Oda a Mitre, en 1907 el Canto errante, en 1910 Poema del otoño y otros
poemas y en 1914 Canto a la Argentina. Durante todo este periodo, hizo frecuentes viajes
entre América y Europa. En los últimos años de su vida, alcohólico y enfermo, conoció
grandes problemas económicos.
Siguiendo la evolución poética de Darío, vemos que en Azul no hay revolución métrica; el
romance, la silva y el soneto son tradicionales. En los versos de Azul, como declara el propio
Darío en la Historia de mis libros, sigue las notas de una melodía interior que contribuye al
ritmo, recurre a una adjetivación nueva, estudia la etimología del vocablo, escoge un léxico
aristocrático. Darío enmarca su poesía Azul dentro del ciclo de las estaciones: “Primaveral”,
“Estival”, “Autumnal” e “Invernal”. En “Primaveral”, la primavera representa la alegría de
vivir y el poeta rechaza lo artificial:

No quiero el vino de Naxos


Ni el ánfora de asas bellas,
Ni la copa donde Cipria
Al gallardo Adonis ruega.
Quiero beber el amor
Solo en tu boca bermeja.
¡Oh, amada mía! Es el dulce
Tiempo de la primavera.

Aquí el poeta rechaza toda mediación entre él mismo y el goce. Sugiere sensaciones eróticas,
en ritmos de beatitud epicúrea. En “Estival” encontramos colorismo y vigor sensual,
abundancia de representaciones oníricas. En “Autumnal” el sentimiento de la naturaleza se
funde armónicamente con el deseo de amor, pero con nostalgia. En “Invernal” el deseo
amoroso se salpica de llanto. El deseo amoroso del poeta se dirige hacia una criatura que
jamás cobrara formas, que permanecerá siempre entre el sueño y una vaga materialidad
creada por el deseo. Con Azul cabe decir que Darío ejerció una influencia definitiva e
innovadora sobre la poesía española e hispanoamericana.
En Prosas profanas, el verso presenta una decidida revolución: Darío recurre al alejandrino
francés moderno, a versos de 9 silabas, a una acentuación original del endecasílabo. Revelan
un mundo de grande belleza, de colorido y musicalidad riquísimos y de grandes dimensiones
espirituales, equilibradamente melancólico y desilusionado. Predomina la tendencia estética
que da vida a hechos, personajes, elementos culturalmente refinados que tienen sus raíces en
las artes- escultura, pintura, música- y en la mitología. De hecho la mitología sirve de motivo
de muchos de sus poemas. Darío recurre a la terminología de lo sagrado para dignificar lo
profano. Define una variedad de amores para exaltar lo erótico, lo exótico y celebra el amor
universal, cosmopolita, en una mezcla de arte y liturgia:

Ámame así, fatal, cosmopolita,


Universal, inmensa, única, sola
Y todas; misteriosa y erudita:
Ámame mar y nube, espuma y ola.
Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
Descansa en mis palacios solitarios.
Duerme. Yo encenderé los incensarios.
Y junto a mi unicornio cuerno de oro,
Tendrán rosas y miel tus dromedarios.

En Prosas profanas como en Cantos de vida y esperanza, los poemas reflejan a la vez los
conflictos entre el impulso sexual y la aspiración a trascender lo puramente animal y
resuelven estas tensiones. Darío ve la naturaleza y el arte como una armonía cósmica que
incluye animales, seres humanos y divinidades. Lo divino llega a formar parte del mundo de
la naturaleza. Los Cantos están en la continuación de las Prosas profanas, pero se enriquecen,
desde el punto de vista de la métrica, con la introducción del hexámetro y en cuanto a la
forma y al contenido, el poeta observa el espectáculo de su propia miseria más que el de su
exaltación, entiende los grandes vacios de la fe y de los altos ideales y en la crisis que se
origina se vuelve hacia lo divino y piensa en el futuro de su pueblo.
Darío fue también un poeta cívico que compuso poemas sobre temas políticos, ya fuera para
exaltar acontecimientos nacionales, ya para censurarlos. En su poesía “A Colón” escrito en
1892, describe el desastre que el descubrimiento significó para América:

Duelos, espantos, guerras, fiebre constante


En nuestra senda ha puesto la suerte triste;
¡Cristoforo Colombo, pobre Almirante,
Ruega a Dios por el mundo que descubriste!
Su poesía cívica, como el Canto a la Argentina, que toma por modelo a Whitman, no tuvo
gran éxito, quizás porque no sintiera el problema de un modo muy inmediato. Como profeta
político fue un fracaso, pero como barómetro de los gustos de su época, domesticando lo
exótico con objeto de hacer accesibles nuevas zonas de sentimientos. Acuso profundamente
las crisis religiosas y morales de su época. Darío fue a la vez bohemio, cortesano, diplomático
y su poesía fue tan contradictoria como los papeles que representaba. Además sentía tanta
necesidad de expresar su vida interior como de vincularse a una tradición literaria de cisnes,
princesas y mitos. Gracias a Darío, se puede decir que la literatura hispanoamericana
desarrollo una preocupación más seria por la forma y el lenguaje.

Otros poetas modernistas


El uruguayo Julio Herrera y Reissig (1875-1910), de origen aristocrático, tuvo una vida
bohemia y la poesía fue para él en gran parte un refugio, un castillo imaginario. Su poesía se
cierra en sí misma, se refugia en lo cerebral, huye de la realidad, de lo habitual. Herrera
habitaba en una buhardilla llamada “Torre de los Panoramas”. Publicó Las pascuas del tiempo
(1900), Los Maitines de la noche (1902), Los éxtasis de la montaña (1904-1907), Sonetos
vascos y La Torre de las esfinges (1908).
En la forma la poesía de Herrera y Reissig se caracteriza por un barroquismo de intenciones
modernas, presente tanto en el vocablo como en la metáfora. El poeta transforma la realidad
en un intenso juego de luces y de sombras y recurre a elementos densos, notas coloristas,
olfativas, táctiles, musicales. Utiliza muchas metáforas.

La noche en la montana mira con ojos viudos


de ciervo sin amparo que vela ante su cría
y como si asumieran un don de profecía
en un sueno inspirado hablan los campos rudos.

La noche aquí simboliza lo inconsciente, las fuerzas irracionales. El poeta expresa a menudo
su nostalgia de la inocencia del pasado, sobre todo de la vida rural del pasado. En Los matines
de la noche, manifiesta un sentido doliente de la vida, un radical pesimismo, una atracción
irresistible por las atmosferas inquietantes del subconsciente. Herrera fue mucho más lejos
que Rubén Darío en la percepción de las fuerzas inconscientes expresando en sus poemas un
sentido de aislamiento desamparado.
El colombiano Guillermo Valencia (1873-1943) reunió sus poesías liricas en Ritos (1891).
Colaborador de la Revista Gris, integro los ambientes cultos de la capital colombiana y
participo activamente en la vida política del país. En Ritos se inspiro en José Asunción Silva y
su arte se manifiesta en delicados cromatismos que convergen en una afirmación final de
pureza. A diferencia de Darío, su postura es menos pesimista; al contrario está llena de
esperanza. Muchos de sus poemas exaltan los conflictos íntimos del individuo.

De cigüeñas la tímida bandada,


recogiendo las alas blandamente,
pasó sobre la torre abandonada,
a la luz del crepúsculo muriente;
hora en que el Mago de feliz paleta
vierte bajo la cúpula radiante
pálidos tintes de fugaz violeta
que riza con su soplo el aura errante.
Esas aves me inquietan; en el alma
reconstruyen mis rotas alegrías;
evocan en mi espíritu la calma,
la augusta calma de mejores días. (Fragmento de Cigüeñas blancas)

El argentino Leopoldo Lugones (1874-1938) es el representante más destacado del


modernismo en el Rio de la Plata. Junto con Darío y Freyre fue fundador de la Revista de
América. Empezó su carrera con Las montanas de oro (1897), una epopeya al estilo de Victor
Hugo, con la influencia de Samain. Publico Los crepúsculos del jardín (1905), Lunario
sentimental (1909) y Odas seculares (1910). El libro de los paisajes (1917) pone la naturaleza
en el centro de la atención del poeta, con un lirismo mesurado y una construcción formal
perfecta.

4.4 La prosa modernista: Ariel de José Enrique Rodó


(Ponencia oral)

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