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¿De quién es el 24 de marzo?: Historia, memoria y política
¿De quién es el 24 de marzo?: Historia, memoria y política
¿De quién es el 24 de marzo?: Historia, memoria y política
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¿De quién es el 24 de marzo?: Historia, memoria y política

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La "memoria" es uno de los ejes en torno a los cuales se ha organizado la lucha política en Argentina desde mediados de la década del setenta. Las disputas por los sentidos que le damos al pasado son tan antiguos como la narración histórica; pero la excepcional violencia de la última dictadura cívico militar argentina hizo que esa dimensión conflictiva se volviera especialmente relevante no solo como campo de disputa, sino también, para la investigación. El reclamo por la aparición con vida, asociada a la demanda de justicia, dio paso al reclamo por la verdad. No era solo una enunciación, sino que anclaba también en la demanda por el paradero de los desaparecidos, los nietos apropiados, y la identidad de los restos de los asesinados por el terrorismo de Estado. Historia, memoria y política siempre han estado interrelacionadas, pero el pasado reciente argentino volvió especialmente evidente esta relación.
Este libro reúne trabajos del historiador Federico Lorenz sobre momentos centrales de las luchas por la memoria: el aniversario del golpe militar, las conmemoraciones de la Noche de los Lápices, algunas reflexiones sobre los desafíos que el concepto de memoria plantea a los historiadores, las ausencias y presencias de la experiencia obrera en los relatos públicos sobre la lucha y la represión, así como las relaciones entre la Historia y la Literatura. Escritos durante dos décadas, proponen, además de un recorrido temático, la reflexión a partir de una experiencia de investigación sobre la construcción del campo de los estudios sobre la memoria y la historia reciente.
LanguageEspañol
PublisherSb editorial
Release dateOct 27, 2023
ISBN9786316503756
¿De quién es el 24 de marzo?: Historia, memoria y política

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    ¿De quién es el 24 de marzo? - Federico Lorenz

    Índice

    Introducción

    ¿De quién es el 24 de marzo? Las luchas por la memoria del golpe del ’76

    Dos actos, una fecha

    Conmemoranda

    Las conmemoraciones militaresLa imagen monolítica: el monopolio de la fecha (1976-1980)

    Pérdida del monopolio del espacio público: fisuras en la pared (1981-1983)

    Las conmemoraciones democráticasGobernabilidad y justicia: la relación contradictoria (1984-1989)

    Fragmentación y reacomodamiento (1989-1995)

    Los veinte años

    Final abierto: la memoria (re)politiza el pasado (1996-2001)

    Bibliografía

    Tomála vos, dámela a mí La Noche de los Lápices: el deber de memoria y las escuelas

    El deber

    El acontecimiento: La Noche

    Los jóvenes en la mira

    El emblema: el testigo, el libro, la imagen

    La(s) historia(s) llega(n) a la escuela

    ¿Qué falta en la(s) historia(s)?

    Reflexiones finales: sobre la vieja pregunta del para qué

    Bibliografía

    Pensar los setenta desde los trabajadores

    Sobrecargas

    Ausencias y propuestas: (re) dimensionando la violencia y la política

    Causas y efectos

    Los trabajadores navales de Tigre: la militancia sindical en un contexto de enfrentamiento militar

    Introducción

    Astarsa

    Nace la Agrupación (fines de 1971 – verano de 1973)

    La toma

    La lucha cambia de forma (1973 – verano de 1976)

    Astillero matadero (1976)

    El historiador y la muerte. Reflexiones a partir de Michel de Certeau

    La historia y la muerte

    La muerte ajena y distante

    El historiador, la escritura y los muertos

    Bibliografía

    El lugar para decidir

    I

    II

    III

    IV

    V

    VI

    La memoria de los historiadores

    Bibliografía

    Los zapatos que calzamos: De la novela como revancha del historiador

    I

    II

    III

    IV

    V

    Narrar el dolor, narrar la esperanza

    Primera advertencia: la responsabilidad y la demanda

    Segunda advertencia: relatos relegados, la unificación de los procesos

    Tercera advertencia: aun las historias que queman deben tener su lugar

    Historia, ¿para quién? Nuestros desafíos y posibilidades

    1000-De-quien-es-el-24-de-marzo.jpg

    ¿De quién es el 24 de marzo?

    Lorenz, Federico

    ¿De quién es el 24 de marzo? Historia, memoria y política / Federico Lorenz. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Sb, 2023.

    Libro digital, EPUB

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-631-6503-75-6

    1. Historia Argentina. 2. Derechos Humanos. 3. Dictadura Militar. I. Título.

    CDD 982

    ISBN: 978-631-6503-37-4

    1ª edi­ción, abril de 2023

    © Federico Lorenz, 2023

    © Sb editorial, 2023

    Piedras 113, 4º 8 - C1070AAC - Ciu­dad Autónoma de Bue­nos Ai­res

    Tel.: (+54) (11) 2153-0851 - www.editorialsb.com • ventas@editorialsb.co­m.ar

    WatsApp: +54 9 3012-7592

    Director general: Andrés C. Telesca (andres.telesca@editorialsb.com.ar)

    Di­se­ño de cu­bier­ta e in­te­rior: Ce­ci­lia Ric­ci (riccicecilia2004@gmail.com)

    Editora: Juana Colombani (juana.colombani@editorialsb.com.ar)

    Corrección: Marjorie Flores

    Introducción

    La raíz de las piedras

    se hunde muy hondo en el olvido

    Se atiborra de memorias

    que la tierra rechaza.

    Véronique Tadjo, A mitad de camino.

    En el verano de 1999, entre los médanos de La Lucila del Mar, un joven historiador camina junto a una mujer a la que ha leído, quiere y admira. Conversan acerca de un plan de trabajo para escribir un artículo de cierta extensión sobre las conmemoraciones del 24 de marzo de 1976, el día en el que se produjo el último golpe militar en la Argentina. Al otro lado de las masas de arena y los tamariscos, que los reparan del viento, se oye el rumor del mar.

    Desde esa caminata pasó casi un cuarto de siglo. Shevy, Elizabeth Jelin, era para ese historiador un modelo intelectual y la personificación de una bibliografía. Yo era ese joven que comenzaba a formarme como investigador y que, mientras desgranaban ideas y anotaba mentalmente observaciones, cada tanto se pellizcaba para saber si eso era real. En aquel entonces apenas era un profesor de secundaria y capacitador docente; así como un lector voraz de literatura y de todo aquello que tuviera que ver con los años setenta.

    Todos construimos épicas y genealogías personales. A mí me gusta pensar que en esos días de marzo de 1999 viví un momento fundacional, un símbolo de lo que sería mi trabajo después, encaraba una tarea importante y, por entonces en nuestro país, novedosa: historizar la conmemoración de un acontecimiento nodal para entender este presente, con afán de interpretar el pasado, pero también de recuperar hilos ocultos y tenderlos hacia el futuro. Unía mi vocación a la posibilidad de intervenir políticamente; sería mejor profesor porque ahora también podría dedicarme a la investigación.

    Este libro puede ser pensado como un trabajo de memoria atravesado por dos temporalidades diferentes pero íntimamente conectadas: la de un campo de estudios que se ha ido enriqueciendo y resignificando (¿estudios sobre la memoria, historia reciente, historia a secas?), y la personal (revisión profesional, de cierre de etapas y vínculos de distinta intensidad con los temas estudiados) profundamente entramadas.

    La idea de publicar esta recopilación también se nutre de una cuestión práctica y que a la vez es simbólica: muchos de los artículos reunidos aquí son citados con cierta frecuencia, pero hace tiempo que no están disponibles en su forma original, o aparecieron en revistas académicas de circulación reducida. Ahora están reunidos en un libro como los que leía y subrayaba una y otra vez cuando empecé mi carrera, a la caza de citas para releer, que son siempre párrafos para compartir.

    Pretendo que esta selección muestre de algunos de los cambios, avances y también deudas todavía vigentes de lo que a finales de la década de 1990 eran los estudios sobre la memoria. Los textos están como aparecieron en su momento; no los he actualizado ni revisado. No por comodidad (he seguido escribiendo sobre estos temas), ni porque no haya cosas para agregar (lo que es propio de los estudios sobre la memoria, siempre en construcción), sino porque creo que, de esta manera, (me) permitirán ver profundizaciones, giros y, también, ciertas constantes y obstinaciones en mis preocupaciones sobre el pasado. En definitiva, tengo la esperanza de que al leerlos emerja de ellos mi voz de historiador, mientras a través de la lectura observamos de qué manera la fui construyendo.

    Creo en la acumulación del trabajo crítico como herramienta de la lucha política que está en la esencia de mi forma de trabajar e hizo que me sumergiera en los temas que investigo hace treinta años. Y es la que inicialmente, como en esos días en La Lucila del Mar, me permitió conocer a colegas maravillosos e inteligentes, algunos ya formados, otros recién llegados como yo, que ambicionaban dejar su huella en sus respectivas disciplinas. Más aún: queríamos aportar desde ellas a la discusión política de nuestros respectivos países.

    Hoy, los setenta y la dictadura se descomponen en una infinidad de trabajos, especializaciones y subtemas, pero hace tan solo un cuarto de siglo, eran algo bastante más difuso. En sus primeros años, los años de plomo, la época de la dictadura, los años más oscuros, etc., eran sencillamente temas de memoria y de los derechos humanos. Desde mediados de la década de 1990, los espacios y posibilidades de encuentro y cruces entre quienes desde distintos lugares estudiábamos el pasado reciente argentino, trabajábamos en la construcción de archivos o en la elaboración de propuestas pedagógicas eran múltiples y muy frecuentes. Vista retrospectivamente, se trató de una rara y muy fructífera época. En ello influyeron el impulso de instituciones, actores públicos y organizaciones y agrupaciones concretas. Se conformó un proceso por el cual muchos nos (re) politizamos al mismo tiempo que nos convertimos en historiadores profesionales. En el caso argentino, particularmente, para muchos de nosotros se trató de enfrentar las políticas de impunidad y olvido y de recoger, como quien busca controlar un barrilete que se escapa, los hilos cortados de antiguas luchas.

    Es muy probable que el momento culminante de ese estado de ánimo y esa voluntad fuera, precisamente, la conmemoración del 24 de marzo de 2004 que tuvo lugar en la ESMA, la Escuela de Mecánica de la Armada. Y también que, a partir de allí, muchos caminos hasta entonces convergentes, comenzaran a separarse.

    Tuve la suerte de formarme en esa época, y de ser parte de un grupo de historiadores, sociólogos y antropólogos (entre otras disciplinas) que hacia el año 2000, quizás un poco antes, convergimos en un conjunto de iniciativas de formación e intervención pública que dieron forma a un campo de estudios hoy mucho más vasto y diverso que en aquellos años. Así, al recopilar estos textos, propongo revisar un itinerario conceptual que también fue un profundo aprendizaje mientras participaba en un proceso de acumulación social y política.

    Los textos reunidos aquí abordan temas clásicos de los estudios sobre la memoria: las conmemoraciones, algunas fechas emblemáticas y las luchas por los sentidos acerca de ellas, las marcas de clase para rememorar la experiencia histórica de la violencia, algunos de los dilemas de los militantes y sobrevivientes. Las reflexiones sobre la historia, la memoria y la política, traducidas en preguntas acerca de los registros más eficaces para narrar e intervenir sobre el pasado. El viejo tópico de las relaciones entre historia y ficción.

    Este libro, entonces, es también un repaso de mis obsesiones y mis motivos; mis respuestas a la vieja pregunta del para qué de la Historia. Por eso emerge con tanta intensidad del recuerdo de aquel día en el que Shevy me propuso que encarara la tarea de estudiar las luchas por la memoria del 24 de marzo de 1976. Es uno de los comienzos posibles para mi historia. Puede haber otros, pero no cabe duda de que en aquella ocasión, todas mis energías, todos mis deseos, y todas mis esperanzas (políticas, profesionales, personales) estuvieron dedicadas a esa tarea.

    Un cuento de Ray Bradbury llamado En una estación de buen tiempo también transcurre en una playa. En un balneario francés, George Smith se encuentra con Picasso a la orilla del mar, que traza líneas y dibuja figuras mitológicas sobre la arena. Está desesperado: se hará de noche, subirá la marea, la obra se perderá. Entonces, Smith hace lo único que puede hacer: va y viene por la playa tratando de retener en su memoria las imágenes de esa obra y ese momento únicos. No es una imagen nostálgica, sino esperanzadora: está en nosotros la capacidad de que las cosas no se olviden, de que los nombres permanezcan, que la belleza y la emoción triunfen. De que la lucha, aunque cambie de forma, no se abandone.

    Después de tantos años de trabajar sobre estos temas tan intensos, sobre los derrotados y los sobrevivientes, pero también sobre sus proyectos, lo que emergen, más que conceptos, son historias encarnadas en personas concretas. Nombres, apodos, rostros, gestos y miradas de personas generosas. Muchas, decenas de ellas, compartieron sus vidas conmigo para que yo hiciera mi trabajo. Lo hicieron porque a pesar de sus enormes y pesadas historias personales, sobreponiéndose a agravios y olvidos, aceptaron narrar sus vidas para mis investigaciones, con la certeza de que dar testimonio no dejaría que ni sus compañeros ni su lucha fueran olvidados y de que, al compartir sus experiencias, la derrota, sus derrotas, nuestra derrota no serían completas. A los militantes sindicales, estudiantiles, territoriales y combatientes que entrevisté, a los familiares de tantos de ellos asesinados y desaparecidos, sobre todo, está dedicado este libro.

    ¿De quién es el 24 de marzo? Las luchas por la memoria del golpe del ’76

    Naturalmente, los que siguen viviendo pueden, a partir de los cambios vividos por ellos, introducir cambios también en la vida de los muertos, dando forma a lo que no la tenía o que parecía tener una forma diferente: reconociendo por ejemplo un justo rebelde en quien había sido vituperado por sus actos contra la ley, celebrando a un poeta o un profeta en quien se había visto condenado a la neurosis o al delirio. Pero son cambios que cuentan sobre todo para los vivos. Ellos, los muertos, es difícil que saquen partido.

    Ítalo Calvino, Palomar

    Dos actos, una fecha

    El 24 de marzo de 1996 caía en domingo, y eso hizo que los miembros de la Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia pensaran que mucha gente no iría a la marcha en repudio al golpe militar, del que se cumplían veinte años. Sin embargo, mantuvieron la convocatoria para ese día, una de las primeras decisiones tomadas durante los dos meses de reuniones de la Comisión. Beatriz fue la encargada de dirigir la columna que salió de Congreso a Plaza de Mayo:

    Empezamos a caminar. Todo vino bien y tranquilo, porque yo veía lo que tenía adelante. Y lo que tenía adelante era una marcha bien compacta (...) Cuando llegamos a la 9 de Julio nos paramos en el medio para esperar que llegaran y ahí di vuelta la cabeza y estos son esos momentos que uno no va a olvidar nunca (...) Desde ahí veía Plaza de Mayo, y lo que veía eran multitudes. ¡No se podía creer! Y la gente pasaba al lado de la marcha, yendo para Plaza de Mayo. Bueno, ahí tuve la sensación de que ya estaba, de que habíamos hecho una marcha. Una sensación de llanto, de alegría, de cantar con los organismos las mejores canciones y las peores que hemos recordado en estos años, en cuanto a la puteada, a la alegría, a la recordación de nuestros compañeros.¹

    Más de quince años antes, en 1980, las autoridades militares asistían al acto recordatorio de la toma del poder el 24 de marzo de 1976. Desde su palco oficial, frente a la capilla sede del vicariato castrense, presenciaron el desfile de una compañía de cada fuerza (Ejército, Marina, Aeronáutica) y escucharon el Mensaje de la Junta Militar al pueblo argentino, transmitido simultáneamente por cadena nacional. La arenga dijo que era un acto lleno de fe, de esperanza y de acatamiento a los valores supremos. Durante la ceremonia, que cada 24 de marzo nos reúne, presididos por nuestra bandera y al amparo del Creador, fueron recordados los éxitos en la lucha contra la subversión y la situación política previa al golpe, a fin de poner en su contexto lo que la fecha significaba: todo cuanto ocurrió entonces lo damos por sabido, pero si reiteradamente nos permitimos recordarlo es porque el ejercicio reflexivo de la memoria constituye el antídoto contra la necesidad o la reincidencia en el error.²

    ¿Qué quisieron recordar los convocantes a la marcha por los veinte años? ¿Qué es lo que los militares daban por sabido en su ceremonia? Ambas conmemoraciones recordaron el aniversario del 24 de marzo de 1976, fecha del último golpe de Estado producido en Argentina. A partir de ese día han surgido relatos del pasado, narraciones, ejercicios de memoria ya antagónicos, ya complementarios, pero fundamentalmente diversos, debido tanto a las distintas coyunturas históricas en que estos acontecimientos se recordaron, repudiaron o celebraron, como a los actores sociales que ocuparon el espacio público para hablar sobre la fecha.

    Propongo historizar estas conmemoraciones y elaborar una reflexión que no sólo sea cronológica-fáctica, sino de sentido. Partiré de algunas preguntas clave: ¿por qué, y de qué formas, el 24 de marzo de 1976 se transformó en un hito en la memoria colectiva de los argentinos? ¿Qué actores sociales buscaron instalar la conmemoración en el espacio público? ¿Cuáles fueron las formas para hacerlo? ¿Qué relatos se construyeron acerca del pasado? El análisis se concentrará en las conmemoraciones en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, capital de la República Argentina.

    Resulta imposible estudiar el 24 sin seguir sus cambios a través de distintas coyunturas históricas, entendidas como la alternancia de diversos actores sociales que sucesiva y también simultáneamente intentaron colocarse en el papel de los portavoces autorizados para explicar el significado de la conmemoración. Todos los actores, al sostener como propia una visión del pasado, relegan o descartan otras. La adoptada tiene para el grupo un valor de verdad, sobre el cual arma su idea de la realidad. La existencia de distintas visiones y distintos sentidos produce luchas por ocupar un espacio hegemónico en la narración del pasado de una sociedad.

    El proceso de elaboración y aceptación de estos discursos genera una gama de respuestas posibles. Fragmentos del pasado son incorporados o silenciados, siempre reelaborados en función de factores ideológicos, generacionales, culturales o históricos. Este trabajo centra su atención en la confrontación en el escenario público entre distintas memorias de actores sociales importantes. Este escenario puede ser visto como un teatro (...) y una audiencia públicos para la representación de dramas relativos a ‘nuestra’ historia, nuestro pasado, tradiciones y legado³ al que distintos actores sociales asisten munidos de una serie de repertorios culturales en pugna, para hacerlos visibles.⁴ De este enfrentamiento puede surgir una memoria dominante, como resultado exitoso de un proceso de producción social del pasado en el marco de un intento de dominación política.⁵ Asimismo, podremos identificar prácticas de historización, entendiéndolas como la selección, clasificación, registro y reconceptualización de la experiencia, donde el pasado se integra y recrea significativamente desde el presente a través de prácticas y nociones socioculturalmente específicas de temporalidad, agencia y causalidad.⁶

    Conmemoranda

    El 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas argentinas derrocaron a la presidenta María Estela Martínez de Perón, e instalaron en el poder a una Junta de comandantes en jefe, que designó al poco tiempo un presidente, iniciando el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional.

    El hecho contó con un amplio apoyo social. Los golpes militares no eran una novedad en la política argentina del siglo XX. Su frecuencia había aumentado a partir del derrocamiento del gobierno de Juan Domingo Perón, en 1955. Proscripto el peronismo, sus simpatizantes iniciaron una resistencia que fue desde la huelga a los atentados con explosivos. Hacia fines de los años sesenta, la extensión de este movimiento y el contexto internacional influyeron en un fenómeno inédito de movilización social, del que fueron protagonistas las juventudes y los sindicatos, pero que se extendió a amplios sectores de la sociedad. Surgieron organizaciones guerrilleras que inicialmente contaron con cierto apoyo: el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los Montoneros (peronistas) fueron las más importantes.

    A principios de los ‘70, la agitación social y el aumento de la actividad guerrillera empujaron al gobierno militar a llamar a elecciones, permitiendo la presentación de candidatos del peronismo, que triunfaron en las elecciones de marzo de 1973. A partir de ese momento, y sobre todo luego de la muerte de Perón, en 1974, el conflicto interno al peronismo, las acciones guerrilleras y parapoliciales aumentaron y se potenciaron en un crescendo que debilitó aceleradamente al gobierno constitucional.

    La represión de la subversión creció en intensidad, inclusive con el aval del Poder Ejecutivo que autorizó al Ejército a aniquilar a la oposición armada (el ERP en la provincia de Tucumán). Como agravante, un desafortunado plan económico, el Rodrigazo (1975), produjo una inflación galopante y desabastecimiento, y reveló la incapacidad del gobierno para controlar la situación económica y político-militar durante los últimos meses antes del golpe. En medio del caos político y la extensión de la violencia, una sociedad acostumbrada a los golpes militares recibió con alivio los sucesos del 24 de marzo de 1976.

    Los golpistas siguieron un plan claramente establecido, cuyas primeras medidas consistieron en garantizar los mecanismos de control del poder y la suspensión de toda actividad partidaria y gremial. Este plan fue complementado por otro, destinado a fijar las condiciones de la estrategia represiva. En base a conclusiones extraídas de los golpes anteriores, pero también de la experiencia de Pinochet, cuya publicidad le había granjeado una fuerte condena internacional, se había decidido que la represión sería realizada en forma clandestina y con el exterminio físico de los opositores. En función de estos objetivos se montó un gigantesco aparato represivo, formado por centenares de centros clandestinos de detención en los que miles de argentinos apresados en forma arbitraria e ilegal fueron torturados, ejecutados y desaparecidos.

    Las conmemoraciones militaresLa imagen monolítica: el monopolio de la fecha (1976-1980)

    La Junta militar monopolizó el control de los medios de comunicación. Entre una serie de comunicados publicados el mismo 24 de marzo, el N.º 19 establecía las pautas para la prensa, sancionando a quienes publicaran información desfavorable y no autorizada sobre el régimen. En consecuencia, durante la dictadura las publicaciones funcionaron mayoritariamente –sobre todo durante la presidencia de Jorge Videla (primer presidente designado)– como house organs del gobierno, limitándose a reproducir discursos, comunicados y proclamas, para lograr que el discurso militar no tuviera un antagonista público.

    El 25 de marzo apareció en los medios una Proclama⁸ que sirve para analizar la situación que desde el punto de vista militar justificaba la toma del poder, así como los objetivos del movimiento:

    Agotadas todas las instancias de mecanismo constitucionales, superada la posibilidad de rectificaciones dentro del marco de las instituciones y demostrada en forma irrefutable la imposibilidad de la recuperación del proceso por las vías naturales, llega a su término una situación que agravia a la Nación y compromete su futuro. Nuestro pueblo ha sufrido una nueva frustración. Frente a un

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